Capítulo 6

– ¿Qué pasa, mamá? -Michael no la miraba a ella. Tenía la vista fija en el exterior del coche-. ¿Ocurre algo malo?

Sophie apretó las manos sobre el volante. Michael había permanecido bastante callado durante la cena y ella, en cierta manera, se esperaba la pregunta.

– ¿Qué quieres decir?

– Estás preocupada. Al principio, creía que era por mí, pero es otra cosa. ¿No es verdad?

Tendría que haber sabido que Michael percibiría su desasosiego. Después de todo lo que había vivido, su conciencia se había vuelto tan aguda como el filo de una navaja. A veces Sophie se preguntaba cómo conseguía ser un niño tan normal.

– No es nada de lo que tengas que preocuparte. Son cosas del trabajo.

Él la miró fijamente a los ojos.

– ¿Estás segura?

Ella vaciló. Deseaba protegerlo pero, ¿era aconsejable protegerlo de la verdad? La situación adquiría un sesgo muy preocupante y quizá llegaría un momento en que Michael tendría que enfrentarse a ello.

– Sí, no tienes por qué preocuparte. Y no, no tiene que ver con el trabajo.

Él guardó silencio un momento.

– ¿Con el abuelo?

Ella se mordió el labio. Era la primera vez que Mic hael mencionaba a su abuelo desde aquel día en el muelle.

– En parte. Puede que tenga que mandarte a vivir con tu padre un tiempo.

– Él no querrá -dijo Michael, sacudiendo la cabeza.

– Sí que querrá. Tu padre te quiere.

– Actúa raro cuando estoy con él. Creo que se alegra cuando vuelvo a casa.

– Quizá tenga la impresión de que a ti no te gusta estar con él. Deberíais hablar.

Él volvió a negar con la cabeza.

– No querrá que vaya. Y yo tampoco iría. Si tú tienes problemas, me quedaré contigo.

Hasta ahí llegaría su franqueza. Sophie respiró profundamente, un suspiro de frustración.

– Hablaremos de ello cuando lleguemos a casa. En realidad, no tengo ningún problema, y no hay nada…

– Mira esos camiones. -Michael había bajado la ventanilla-. ¿Qué ha pasado?

Tres camiones blanquiazules, con el emblema del departamento de Luz y Gas de Baltimore pintado en los lados, estaban estacionados en un lado de la calle con las balizas encendidas. Las luces de su coche iluminaron a un agente de policía en medio de la calle hablando con el conductor del coche que la precedía.

Sophie aminoró la marcha hasta detenerse.

– No lo sé -dijo-. Tendremos que averiguarlo. -El agente le hacía señas al conductor para que avanzara y ahora se dirigía hacia ella-. ¿Qué ha ocurrido, agente?

– Una fuga de gas. ¿Vive usted en esta manzana?

– No, vivo cuatro manzanas más abajo. -Sophie miró a los empleados de uniforme gris que iban de casa en casa-. ¿Están evacuando?

– No. Sólo están comprobando las casas en busca de fugas y quieren que no dejemos entrar a nadie hasta que hayan acabado. -El agente sonrió-. Hasta ahora sólo han encontrado dos pequeñas fugas. Pero tenemos que tener cuidado. Estamos informando a todos los habitantes de la calle de que no enciendan nada hasta que les demos el visto bueno.

– Yo vivo en la calle High Tower. ¿Esto también vale para nosotros?

El agente miró su carpeta.

– No hay informes de fuga más allá de Northrup. No debería tener problemas. Puede que sea buena idea tomar algunas precauciones adicionales -dijo, y la invitó a avanzar-. Llame a la compañía de gas si tiene alguna pregunta.

– No se preocupe. Eso haré.

– ¿Podremos oler el gas si hay una fuga? -inquirió Michael cuando dejaron atrás a los agentes.

– Seguro que sí. Ahora han añadido una esencia como medida de seguridad para que podamos detectarlo. Por eso la gente sabe que hay que llamar a la compañía de gas.

No había camiones en las dos siguientes manzanas. Su propia manzana estaba igualmente tranquila.

– Creo que llamaremos a la compañía de gas de todas maneras -avisó Sophie. -Se detuvo en la entrada del coche y pulsó la tecla del mecanismo de apertura de la puerta del garaje-. En realidad, deberíamos llamar antes de entrar en…

– ¡Pare! -Era Royd, que estaba junto a su ventana-. ¡Ahora!

Sophie paró bruscamente el coche.

– ¡Salgan de ahí! Los dos.

Su tono era tan urgente que Sophie no vaciló. Abrió la puerta.

– Michael, baja.

– Mamá, ¿qué…? -balbuceó Michael, mientras le obedecía y bajaba del coche.

– Bien. -Royd se había puesto al volante-. Ahora, llévelo a mi coche, el Toyota marrón claro que está aparcado en la calle. Las llaves están en el contacto. Sáquelo de aquí. Yo la llamaré cuando sea seguro volver.

Sophie vacilaba.

– Salga de aquí, rápido.

Sophie cogió a Michael y corrieron hacia el Toyota. Al cabo de un momento avanzaban hacia la calle siguiente.

– Mamá, ¿quién era…?

– Calla. -Sophie tenía la mirada fija en el retrovisor. ¿Qué diablos…? Vio que su coche avanzaba hacia el garaje abierto. Mientras miraba, de pronto el coche se abalanzó hacia delante.

Royd saltó del vehículo y rodó varias veces por el césped del jardín mientras el coche entraba en el garaje.

¿Pero qué…?

Michael miraba por encima del hombro.

– ¿Qué está haciendo? ¿Por qué nos ha dicho que…?

De pronto, la casa explotó.

Los vidrios del Toyota vibraron con la onda expansiva. Llamas.

Trozos de madera, puertas y vidrios volaron y quedaron esparcidos por el césped.

¡Royd!

¿Dónde estaba Royd?

Sophie lo había visto tirado sobre el césped, pero ahora un humo negro se elevaba por encima del desastre y el césped estaba cubierto de vigas ardiendo.

Sonó su teléfono.

– Dé la vuelta a la manzana y vaya hasta el final de la calle -dijo Royd-. No se detenga hasta llegar. La estaré esperando.

– ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha hecho?

Royd había colgado.

Ella dejó el móvil y giró al final de la calle. Vio a la gente que salía de sus casas y corría hacia el infierno en que se había convertido la suya.

Su hogar. Y el hogar de Michael.

Sophie miró a su hijo. Estaba pálido y sujetaba con fuerza la mochila escolar.

– Aguanta, Michael. Estamos a salvo.

Él sacudió la cabeza cuando se giró para mirar hacia delante. Era probable que se encontrara en estado de shock. ¿Quién se lo iba a reprochar? Ella estaba igual. Royd esperaba en la esquina. Sophie se detuvo junto al bordillo. Él subió rápidamente al asiento trasero.

– Siga. Salga de aquí. No quiero que la vean.

Sophie oyó el ulular de la sirena cuando aceleró.

– ¿Por qué no?

– Ya le contaré. Salga del barrio y gire a la izquierda en el cruce. -Royd abrió el teléfono móvil y marcó un número-. Se ha desatado el infierno, Jock. Nos encontraremos en La Quinta Inn en la autopista Cuarenta -dijo, y colgó-. Deténgase a un lado y usted y el chico siéntense aquí atrás. Yo conduciré.

– Deje de darme órdenes, Royd -dijo Sophie, intentando serenar la voz-. Lo único que necesito de usted son respuestas.

– Puede que eso no sea lo que necesita el niño -dijo él, con voz queda-. Y a él no puedo ayudarlo en este momento.

Tenía razón. Michael acababa de ver cómo su casa volaba por los aires, y Sophie entendía que había quedado aturdido y en estado de shock. Michael la necesitaba, era verdad. Se detuvo en el bordillo.

– Venga, Michael. Nos sentaremos atrás.

Él no se resistió, pero cuando le obedeció sus movimientos eran rígidos y faltos de coordinación.

– Está bien, Michael. -Era mentira-. No, no está bien -se corrigió, y lo abrazó por los hombros-. Es terrible, pero encontraremos una manera de arreglarlo.

Michael no la miró. Tenía la mirada clavada en Royd cuando éste se puso al volante.

– ¿Quién es?

– Se llama Matt Royd.

– Ha hecho volar la casa.

– No, no ha sido él. Él no quiere hacernos daño.

– Entonces, ¿por qué…?

– Te lo explicaré cuando yo misma lo sepa. ¿Puedes esperarte hasta que lleguemos al motel y tengamos un momento para saberlo? Jock se reunirá con nosotros.

Michael asintió lentamente con la cabeza.

– Bien. -Sophie se reclinó en el asiento y lo abrazó-. No dejaré que nada te haga daño, Michael.

Él alzó la cabeza para mirarla a los ojos.

– ¿Crees que soy tonto? No tengo miedo de que algo me ocurra a mí. Eres tú, mamá.

Ella estrechó su abrazo.

– Lo siento -dijo, y carraspeó-. Vale, tampoco dejaré que nada malo me ocurra a mí -dijo. Alzó la cabeza para mirar a Royd por el retrovisor-. Llévenos a ese motel, Royd. Mi hijo y yo queremos respuestas.


– Espere aquí. -Royd bajó del coche y se alejó a grandes zancadas hacia la recepción del motel. Al cabo de cinco minutos, volvió y subió al coche-. Habitación cincuenta y dos. Primer piso. Queda al final del edificio. Nadie ocupa las habitaciones contiguas. He pagado para que así sea.

Royd aparcó el coche en la plaza frente a la habitación y le entregó la llave.

– Cierre la puerta con llave. Entre y ocúpese del niño. Yo esperaré a Jock.

– No soy el niño -dijo Michael-. Me llamo Michael Edmunds.

Royd asintió con la cabeza.

– Lo siento. Yo me llamo Matt Royd -dijo, y le tendió la mano-. Las cosas están un poco agitadas en este momento, pero eso no es motivo para que te trate como si no estuvieras. ¿Podrías llevar a tu madre a la habitación y darle un vaso de agua? Parece un poco aturdida.

Michael se quedó mirando la mano que le tendía Royd y luego, lentamente, tendió la suya para estrecharla.

– No es de extrañar -dijo, con voz grave-. Pero se pondrá bien. Es muy dura.

– Ya me he dado cuenta -dijo Royd, y miró a Sophie-. Y creo que su hijo Michael también es muy duro. Sería una buena idea contarle toda la verdad.

Sophie bajó del coche.

– No necesito consejos sobre cómo comunicarme con mi hijo. Vamos, Michael.

– Espera. -Michael seguía mirando a Royd-. Si usted no voló nuestra casa, lo hizo alguien, ¿no? ¿No ha sido un accidente?

Royd no vaciló en contestar.

– Exactamente. No ha sido un accidente. Querían que pareciera un accidente.

– Basta -dijo Sophie.

Royd se encogió de hombros.

– Por lo visto, cometo un error tras otro.

– Será un error muy grave si no vuelve pronto y me cuenta exactamente lo que está ocurriendo -dijo. Miró a Michael-. Quiero decir, nos cuenta.

Él sonrió apenas.

– Ya había entendido que eso es lo que quería decir. Volveré en cuanto llegue Jock.

– Más le vale. -Sophie fue hasta la puerta y le quitó el cerrojo-. Estoy harta de que se me deje de lado, Royd.

– Dijo que cerráramos con llave -observó Michael cuando ella cerró de un portazo.

– Eso pensaba hacer -dijo ella, echando el cerrojo.

– Estás enfadada con él. -Michael la observaba atentamente-. ¿Por qué?

– ¿Porque hace cosas que no me agradan?

– ¿No nos ha salvado la vida?

– Sí.

– Pero a ti no te gusta.

– No lo conozco bien. Pero es una de esas personas que te arrollan si no te apartas de su camino.

– A mí tampoco me gustaba demasiado al principio, pero no está tan mal.

– ¿Qué?

– Oh, no es como Jock -se apresuró a explicar Michael-. Pero es como si me hiciera sentirme seguro. Como Schwarzenegger en la peli que vi en casa de papá, Terminator.

Era lo que hacía Dave, dejarle ver películas que ella tenía en su lista prohibida.

– Royd no es ningún Terminator del futuro -Era curioso que Michael hubiera percibido aquella violencia letal que había en Royd, pero quizá no estaba mal que algo o alguien pudiera brindarle esa sensación de seguridad en esos momentos-. Pero puedes sentirte seguro con él. Perteneció a las fuerzas especiales de la marina, y sabe lo que hace.

– ¿Las fuerzas especiales?

Sophie vio que aquello lo impresionaba. Quizá demasiado.

– Siéntate e intenta descansar. Hemos tenido una noche muy agitada.

Michael negó con la cabeza.

– Tú siéntate -dijo, y fue hacia el baño-. El señor Royd dijo que te diera un vaso de agua.

– El señor Royd es un… -dijo ella, y calló. Mantener a Michael ocupado dándole ese rol protector era lo más indicado. Así, dejaría de pensar en las últimas horas. Se dejó caer en una silla junto a la cama-. Gracias, me sentaría bien.

Él le pasó el vaso de agua y se sentó en la cama.

– De nada. -Su expresión era muy seria-. Y el señor Royd tenía razón. Tengo que saber qué está ocurriendo para que pueda ayudar, mamá.

Dios mío, Michael no hablaba para nada como un niño.

Pero eso no significaba que ella pudieraa hablarle de todos aquellos horrores.

Sin embargo, el horror había tocado a la puerta de su casa nuevamente. Si no le contaba al menos una parte de la historia, corría el riesgo de que Michael se hundiera aún más en sus terrores nocturnos. Lo desconocido era a veces peor que enfrentarse a la realidad. No sabía qué sería mejor para él.

– Mamá. -Michael la miraba con expresión tensa y ojos implorantes-. No me dejes fuera. Tengo que ayudarte.

– Michael. -Sophie tendió la mano para acariciarle la mejilla. Dios, cómo lo quería. ¿Qué se suponía que debía decirle? ¿Que su madre había estado dispuesta a matar a un hombre? ¿Que la noche anterior un hombre había intentado matarlos a los dos, a sólo unos metros de donde él dormía? Vale, había que saltarse esa parte de la historia y sólo darle a conocer el trasfondo. Aquello ya era bastante duro-. Hace años, estaba muy preocupada por tu abuelo. Es probable que no lo recuerdes, pero el abuelo tenía sueños horribles. Un poco como tú. Y no dormía demasiado. Yo tenía muchas ganas de ayudarlo. Así que empecé a trabajar en un…


– ¿Fue ese hombre, Sanborne, el que hizo volar nuestra casa? -inquirió Michael.

Sophie asintió.

– Es probable. Al menos, él dio la orden.

– Porque quería matarte. ¿Porque te odia?

– Creo que ni siquiera me odia. A su manera, sólo desea borrar del mapa a cualquiera que sepa de la existencia del REM-4.

– Pues yo sí lo odio a él -dijo Michael, cuyos ojos brillaban como ascuas-. Quisiera matarlo.

– Michael, te entiendo. Pero tengo que asumir una parte de la culpa. No es…

– Él hizo daño al abuelo y a la abuela y a toda esa gente. Te hizo daño a ti -dijo, y se lanzó a sus brazos-. No es culpa tuya. No es tu culpa. Él lo hizo. Él lo hizo todo.

Sophie sentía las lágrimas contra la mejilla mientras lo abrazaba.

– Será castigado, Michael. Como te he dicho, es difícil encontrar una manera de castigarlo.

– ¿Por qué? Se supone que los buenos tienen que ayudar. Se supone que los buenos ganan.

– Ganaremos. -Sophie lo apartó para mirarlo a la cara-. Te lo prometo, Michael -Tenía que hacérselo creer-. Ganaremos, sí.

– Él hizo volar nuestra casa -dijo él, enfurecido-. ¿Por qué no vamos y volamos la suya?

Dios mío.

– ¿Ojo por ojo?

– Ya lo creo que sí. El señor Royd lo haría. ¿Por qué no se lo preguntamos?

– Tenemos muchas cosas que preguntarle. No creo que ésa sea una de ellas. -Sophie lo besó en la frente. Era el momento de volver a las cosas normales y cotidianas, si quería que Michael pasara una noche sin problemas-. Ahora, ve a lavarte la cara. Ninguno de los dos comió mucho a la hora de la cena. Llamaré a Domino’s para que traigan una pizza.

– Yo no tengo hambre -dijo Michael, frunciendo el ceño-. Pera tú deberías comer. Llama.

– Gracias. Supongo que tú también podrás comer un trozo. Echaré una mirada afuera y le preguntaré a Royd si quiere comer con nosotros -dijo, y se dirigió a la puerta-. Y Jock debería llegar pronto, también. A él le gusta de salchichón y pimientos, ¿no?

– Con champiñones. -Michael fue hacia el cuarto de baño-. Vuelvo enseguida.

Michael reaccionaba más normalmente de lo que había esperado, pensó Sophie, aliviada, cuando abrió la puerta. Creía que el miedo sería la respuesta primaria, pero lo había subestimado. Primero había sufrido aquel estado de shock, luego la rabia y después había dominado esa actitud protectora.

Royd y Jock estaban sentados en el Toyota de Royd y los dos bajaron del coche al verla.

– Lo siento, Sophie -dijo Jock, con voz queda-. Tiene que haber sido terrible para ti y para Michael.

– ¿Cómo está? -preguntó Royd.

– Está bien. -Sophie respiró hondo-. No, no está bien. Le agradará saber que he tenido una conversación con él.

– ¿Se lo ha contado todo?

– Casi todo. No tenía para qué saber lo de Caprio -explicó Sophie, y miró a Jock-. O lo que Sanborne os hizo a ti y a Royd. Hablé en un sentido general.

– Bien -dijo Royd-. Nos podría haber confundido con los malos. Seguro que está muy desorientado.

Ella sonrió con una mirada triste.

– Lo bastante confundido como para pensar que usted es Terminator. Le he dejado muy claro que usted es un hombre de carne y hueso.

– No es una mala comparación -dijo Jock, riendo por lo bajo-. Terminator protegía al chaval en las últimas dos películas.

– Y era un malo consumado en la primera. Estoy segura de que te prefiere a ti, Jock -dijo Royd-. Tú eres el puño de hierro con el guante de terciopelo.

– Yo también estoy seguro de que me prefiere a mí -dijo Jock-. ¿Qué es lo que no te gusta?

Sophie lo miró con ojos fríos.

– El hecho de que vosotros dos estéis sentados aquí fuera haciendo planes antes de entrar a hablar conmigo.

– Es verdad -dijo Jock-. Pero también pensamos que quizá necesitarías más tiempo con Michael.

Sophie se volvió hacia Royd.

– ¿Cómo sabía que la casa iba a volar por los aires?

– No lo sabía. Pensé que había muchas probabilidades. Era una coincidencia demasiado rara que hubiera una fuga de gas la noche después de un intento fallido contra usted.

– La fuga era a cuatro manzanas de distancia.

– Y entonces usted se sentiría más confiada. Sin embargo, cuando la casa estallara, todo parecería menos sospechoso a la policía -dijo, e inclinó la cabeza a un lado-. ¿Acaso no le ha parecido sospechoso?

– Sí, pensaba llamar a la compañía de gas en cuanto entrara en el garaje.

– No habría alcanzado a entrar en la casa. El garaje estaba lleno de gas. Había un mecanismo en el suelo que soltaría una chispa cuando la rueda pasara por encima. Una sola chispa habría bastado.

– ¿Cómo lo sabe?

– Es lo que habría hecho yo. Para eso nos entrenaron -dijo Royd, después de un breve silencio.

Sophie se sintió impresionada. No debería estar tan asombrada, pensó, y desvió la mirada.

– Desde luego -dijo.

– No aparte la mirada de mí. -De pronto, la voz de Royd se había vuelto dura-. Será mejor que esté jodidamente contenta de que yo supiera lo que estaba ocurriendo, o usted y su hijo estarían muertos.

Ella se obligó a volver a mirarlo.

– Me alegro de cualquier cosa que mantenga vivo a Michael. Y no tengo ningún derecho a condenar aquello que yo misma contribuí a enseñarle.

– Maldita sea, no quise decir… No era mi intención…

– Eso no significa que no esté furiosa porque usted haya dejado que mi casa saltara por los aires. Si había adivinado lo que iba a ocurrir, nos podría haber dicho a mí y a Michael que saliéramos del coche. No tenía que soltar los frenos y lanzarlo hacia el garaje. Usted quería que la casa explotara.

– Es verdad, es lo que quería.

– ¿Por qué? ¿Y por qué nos dijo a Michael y a mí que escapáramos? ¿Por qué no quería que nos vieran?

– Pensé que tendríamos una ventaja si todos creían que habían muerto.

– ¿Qué tipo de ventaja?

– Tiempo.

Sophie pensó en su respuesta.

– Sin embargo, cuando busquen entre las ruinas, sabrán que no estábamos dentro.

– Eso llevará un tiempo. Ese incendio seguirá ardiendo un buen rato porque fue alimentado por el gas. Y luego estará demasiado caliente para examinar las cenizas, hasta que estén seguros de que no hay peligro y de que no hay bolsas de gas que exploten y hieran a los bomberos. Fue una explosión terrible y se convencerán de que si usted estaba en el interior, no podrá haber sobrevivido. Cualquier búsqueda estará destinada a encontrar restos humanos y tardarán mucho tiempo en estar absolutamente seguros. Si hemos tenido suerte y no la han visto escapar, tendremos una oportunidad.

– ¿Una oportunidad para qué?

– Para sacar a Michael de aquí -dijo Jock-. Para alejar a Michael de ti, Sophie.

Sophie se tensó enseguida.

– ¿De qué hablas?

– Michael ha estado a punto de morir dos veces en las últimas veinticuatro horas, y ni siquiera era el blanco. Mientras permanezca a tu lado, correrá peligro.

– ¿Queréis que lo mande a algún sitio? -preguntó ella, con los puños apretados-. No puedo hacer eso. Me necesita.

– Necesita seguir vivo -dijo Royd-. Y usted necesita libertad de movimientos sin tener que preocuparse de él.

– Usted cállese. Esto no le concierne. Usted no sabe… -dijo Sophie, y calló. La verdad era que le concernía. Ella lo había provocado al destruir su vida con la invención del REM-4-. Usted no ha estado con él cuando sufría sus terrores nocturnos.

– Yo sí -dijo Jock-. Confías en mí, ¿no?

– ¿A qué te refieres?

– Quiero llevarme a Michael al castillo de MacDuff.

– ¿A Escocia? Ni hablar.

– Allí estará seguro. MacDuff se asegurará de ello -dijo, y sonrió-. Yo mismo velaré porque así sea. Y yo he cuidado de Michael cuando ha tenido sus terrores nocturnos y tú trabajabas. Nos entendemos.

Michael a miles de kilómetros de distancia.

– Estaría muerta de miedo.

– Entonces será mejor que decida qué es más importante para usted -sentenció Royd-. Les he prometido mantenerlos a salvo, pero esto me facilitaría mucho las cosas.

Sophie cerró los ojos, dominada por la sensación de un miedo enfermizo. Rara vez había estado separada de Michael por más de ocho kilómetros desde que saliera del hospital, después de la muerte de sus padres.

– Es mi hijo. Yo puedo cuidar de él.

Ninguno de los dos hombres le contestó.

Todo había sido dicho. Sophie se portaba como una bruja egoísta en nombre del amor maternal. No podía hacerle eso a Michael. Abrió los ojos.

– ¿Has hablado con MacDuff de esto?

– Sí -dijo Jock-. En cuanto Royd me llamó y me contó lo que ocurría. MacDuff no puso reparos.

– Eso no basta. No quiero que Michael sea aceptado a regañadientes.

Jock negó sacudiendo la cabeza.

– Si el terrateniente se ha comprometido, eso no ocurrirá. Aceptará a Michael como uno de los suyos. -Jock hizo una mueca-. Y, créeme, MacDuff tiene un profundo sentido de la familia.

– Tengo que hablar con él.

– Ya me había imaginado que querrías. ¿Te parece bien mañana? MacDuff ha dispuesto lo necesario para que Michael y yo partamos mañana a las nueve en un avión privado.

Santo Dios, todo estaba ocurriendo demasiado rápido.

– Michael ni siquiera tiene pasaporte.

– MacDuff ha enviado un pasaporte británico para él esta noche.

– ¿Qué?

– Bajo el nombre de Michael Gavin -anunció Jock, y sonrió-. Es mi primo.

– ¿Un pasaporte falso?

Jock asintió con un gesto de la cabeza.

– MacDuff estuvo en los marines y en ocasiones tuvo una vida muy agitada. Adquirió unos cuantos contactos que han demostrado ser útiles.

– Delincuentes -dijo ella, sin más.

– Pues, sí. Delincuentes muy bien preparados. En esta vida a menudo es necesario pasar por encima de los papeleos y la burocracia.

Sophie guardó silencio un momento.

– Hablaré con él. No he prometido que dejaré marchar a Michael.

– Lo dejarás marchar -dijo Jock-. Podrás hablar con él todos los días y sabes que yo lo protegeré y cuidaré. -Lanzó una mirada pícara a Royd-. A pesar de que yo no soy ningún Terminator.

– Ya lo creo que sí. -Royd se volvió hacia Sophie-. ¿Quiere que yo me ausente mientras ustedes se lo dicen al chico?

Sophie pensó en ello.

– No, Michael no querrá marcharse. Está preocupado por mí. No debe creer que me he quedado sola.

Jock sonrió sin ganas.

– Ya has tomado tu decisión. Sólo quieres encontrar la mejor manera de llevarlo a cabo.

Ella se giró y abrió la puerta.

– La mejor manera es llamar a Domino’s para que traigan unas pizzas y que luego Jock hable con Michael mientras comemos. Lo escuchará.

– ¿Y yo qué hago? -preguntó Royd.

– Usted se sienta y adopta un aspecto serio y responsable. -Sophie le lanzó una mirada fría-. Y si tiene que hablar, domine esa extrema franqueza suya e intente no decir nada que pueda preocupar a Michael.


– ¿Por qué no te vas a dormir? -preguntó Michael cuando se giró para mirarla, sentada en el sillón-. Yo estaré bien.

Sus ojos brillaban en la oscuridad y su cuerpo parecía rígido bajo la manta. Dios, sería un milagro si esa noche no tenía uno de sus terrores nocturnos, después de todo lo que había vivido, pensó Sophie. Primero la explosión, y luego las horas de emoción vividas con Jock, que intentaba persuadirlo de ir a Escocia con él. A Sophie le parecía increíble que finalmente hubiera cedido.

– No estoy cansada. Duérmete, cariño.

Michael guardó silencio un momento.

– Tienes miedo porque no tengo el monitor. Te quedarás toda la noche despierta porque, si no, te dará miedo.

– Es sólo una noche. Jock prometió que MacDuff tendría un monitor en el castillo cuando llegues.

– Eso no te ayudará esta noche. Debería ser yo el que se quede despierto. Siempre te estoy dando problemas.

– Tú no… Sí, tienes problemas, pero lo mismo le ocurre a todo el mundo.

– No como a mí -dijo Michael, y calló-. Mamá, ¿estoy loco?

– No, no estás loco. ¿Qué te hace pensar eso?

– No puedo parar. Lo intento una y otra vez, pero no puedo parar los sueños.

– Hablar de ellos te ayudaría. -Sophie le cogió las manos-. No me cierres la puerta, Michael. Deja que te ayude a luchar.

Él negó con la cabeza y Sophie percibió su inhibición.

– Estaré bien. Me siento mejor ahora que sé que el abuelo no se volvió loco. O que se volvió loco, pero que no era culpa suya. Antes, me preocupaba… No entendía. El abuelo me quería. Yo sé que me quería.

– Yo también lo sé.

– Pero no entendía lo que había ocurrido.

– Tendrías que ser Einstein para entenderlo. Yo tardé meses en entenderlo y sabía más que tú.

Después de un silencio, Michael volvió a hablar.

– Sé que Sanborne debe ser castigado pero no quiero que estés aquí. No quiero que lo hagas. Te hará daño.

– Michael, ya hemos hablado de esto.

– Te hará daño.

– No lo dejaré. No nos hará daño a ninguno de los dos. Pero, sí, tiene que ser castigado. Y ninguno de los dos estaremos seguros mientras él esté en libertad. -Mientras esté vivo, pensó para sí-. Confías en Jock, ¿no?

– Sí.

– Y él te ha dicho que yo estaré a salvo. Te dijo que Royd es muy bueno cuando hay que proteger a las personas.

– Y perteneció a las fueras especiales -añadió él, asintiendo.

Gracias a Dios por aquello, pensó ella. Michael se había agarrado rápidamente ae ese detalle del pasado de Royd.

– Así que todo estará bien.

– Sí -Michael le apretaba las manos y luego aflojaba-. ¿Crees que Dios ha perdonado al abuelo por lo que hizo?

– Sé que la abuela lo habría perdonado. Estoy segura de que habrá intercedido por él. No fue culpa suya.

– Supongo que sí. -Michael apretó con más fuerza-. Tampoco fue culpa tuya. Tienes que dejar de pensar eso.

– Duérmete, Michael. Tienes un vuelo muy largo mañana.

– ¿Cuánto tiempo tendré que quedarme allí?

– No lo sé. No demasiado -Dios, como iba a echarlo de menos-. Pero hablaremos todos los días.

– ¿A qué hora?

– A las seis, hora de Escocia.

– ¿Lo prometes?

– Lo prometo.

Michael no volvió a hablar, pero ella sabía que no dormía. Cada cierto rato, él le apretaba las manos.

– Duérmete Michael. Yo cuidaré de ti.

Él sabía que era verdad, que ella estaría con él pasara lo que pasara. Hasta esa noche, Sophie no se había dado cuenta de que su hijo temía estar perdiendo el juicio. Sin embargo, tendría que haberlo sabido. Era bastante comprensible en un niño que creía que su abuelo se había vuelto loco.

La mano empezaba a relajarse, a quedarse floja. ¿Se estaba quedando dormido, por fin?

Sophie se reclinó en el sillón. Estaba cansada pero no podía cerrar los ojos. Dormiría después de dejar a Michael en ese avión. Debería llamar y asegurarse de que MacDuff tenía el monitor adecuado. De todas maneras, debía hablar con él. Confiaba en Jock, pero tenía que asegurarse de que MacDuff era todo lo que Jock le había dicho.

– Mamá -dijo Michael, casi dormido-, deja de sufrir…

– Estoy bien, Michael -dijo ella, con voz suave.

– No lo estás. Lo siento. No sufras. No es culpa tuya…

Se había dormido.

Sophie se inclinó y lo besó suavemente en la frente, antes de volver a reclinarse en la silla.

Загрузка...