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– En el Ultraverso hay infinito número de universos e infinito número de planetas, y en el infinito todo recurre infinito número de veces. Esto es un hecho matemático. Pero no dio resultado en el caso de ustedes. Entre los incontables cientos de miles de millones de mundos Tipo V catalogados hasta ahora, puedo asegurar que ninguno presenta una imagen de retardo tan agonizante como el de la Madre Tierra. Para decirlo con claridad: los planetas de Tipo Y que existen aproximadamente desde que existen ustedes son, sin excepción, planetas Tipo X o mejores. La Tierra tiene otras peculiaridades. El DNA lo conozco desde que ustedes eran chicos. ¡Soy testigo de todos sus sufrimientos! Los he visto arrastrarse por la sabana y aullar alrededor de las fogatas. Los he visto embadurnar con mierda las paredes de sus cavernas. Los he visto trastabillar, andar a tientas, errar, abortar, caer de rodillas, agitarse, tropezar, estropear lo que hacían. Los he visto esforzarse hasta el límite de sus fuerzas, vomitar. Siento… a veces siento que también yo me he vuelto parcialmente humano a través de tantos, tantos años…

Ahora la sala de conferencias estaba apenas iluminada.

Se veían los perfiles lechosos de los espectadores, formas de cabezas, Incarnacion con la mano de Pickering en las rodillas, lord Kenrick aflojando los hombros, Zendovich inclinado hacia adelante con el mentón apoyado en una mano, Miss Mundo masticando chicle y sin pestañear. En el escenario el robot se movía entre sombras, visible gracias al brillo de su cara. Se acercó hacia adelante y se sentó. El portero de Marte se había cambiado la ropa. Ya no llevaba la chaqueta de sarga, sino un smoking de color rojo desvaído, de terciopelo gastado. Al principio parecía que era una ilusión óptica por la luz, pero no. Tenía dos remaches oblicuos, como ojos, en el eje curvo de la cara.

– ¿Qué les pasó a ustedes, mis queridos doble hélice? ¿Por qué se quedaron atrás? Lo más notable, sin duda, fue el fracaso de su ciencia. El absoluto fracaso de su ciencia. Sus Einsteins y sus Bohrs, sus Hawkings y sus Kawabatas… hubieran estado lamiendo el suelo de rodillas en los laboratorios de Marte. Sólo ahora están recibiendo ustedes los primeros susurros de más altas dimensiones. En Marte, siempre se pensó en diez dimensiones. Los Perros del Infinito están empezando a pensar en diecisiete, los de Resonancia en treinta y uno, el Tercer Observador en sesenta y siete, las entidades más elevadas en un número de dimensiones a la vez sin límites y finito. Pero ustedes piensan en cuatro. Como yo. Me hicieron así. Yo tenía que ser algo que ustedes comprendieran.

”Luego: la religión terrestre y su poco creíble tenacidad. En cualquier otra parte inventan unos cuantos mitos de la creación durante un tiempo y luego se liberan de ellos cuando la ciencia empieza a funcionar. ¿Y ustedes? Uno de sus escritores lo dijo sucintamente: no hay evidencia de la existencia de Dios aparte del deseo humano de que exista. Una idea extraordinaria. ¿Qué es este deseo? Todos los demás quieren a “Dios” también… pero desde un ángulo diferente. Para nosotros, “Dios” no es de arriba para abajo. Es de abajo para arriba. ¿Para qué desear un poder mayor que el de uno? ¿Por qué no desear convertirse en Dios? Hasta el más afable y conciliatorio de los marcianos hubiera encontrado despreciablemente débil ese afán prometeico de ustedes. Es verdad que en Marte tuvimos que enfrentar (y tal vez nunca la enfrentamos seriamente) nuestra posición en el orden del ser. Va más allá del Tercer Observador, mucho más adelante y más arriba. ¿Y adónde se llega? Una entidad para quien el Ultraverso es una bola de billar. Y tal vez no es más que un portero. Un Ultraportero. Esta entidad, con su vicario el Tercer Observador, creó la vida en Marte. ¿Y yo qué debo hacer con Él? ¿Idolatrarlo? pero, ¿qué carajo tienen ustedes en la cabeza? Eso es cosa de ustedes. Ustedes, finalmente, son adoradores talentosos.

” La Tierra sería una curiosidad de gran interés para los cosmoantropólogos, si los hubiera, pero al Ultraverso jamás le ha importado la información inactiva. En mis propias reflexiones he adoptado la obvia visión homeostática de que la ciencia y la política de ustedes fueron deprimidas de manera natural (y brutal) para que sirvieran de fondo al arte. Porque el arte de ustedes… En ninguna otra parte de este universo ni de ningún otro se toma tan en serio al arte. A nadie le interesa el arte. Les interesa lo que les interesa a todos los demás: la superposición de la voluntad. Es posible que a nadie le interese porque nadie es bueno para el arte. Los “pintores”, si se puede llamárselos así, nunca van más allá de hacer manchas con los dedos o pegar figuras. En lo que concierne a la “música”, el Ultraverso en su totalidad no ha logrado ir más allá de algunas variaciones de alguna canción infantil. Además de alguna canción guerrera. O gritos de batalla. Lo mismo los “poetas”: de vez en cuando lanzan una copla marcial. Hay por lo menos doce retruécanos conocidos. Y eso es todo. Supongo que nadie se ha esforzado mucho. ¿Para qué? El arte y la religión tienen sus raíces en el hambre de inmortalidad. Pero eso lo tiene prácticamente todo el mundo. En los planetas Tipo Y, en términos generales, pronto avanzan hacia un mundo con un futuro indefinido. ¿Ochenta, noventa años? ¿De qué servirán? Ah, sí. La otra cosa que les aminoró el ritmo fue el carácter increíblemente difuso de su gama emocional. Sentimientos tiernos entre ustedes, con los niños y hasta con los animales.

”Ahora me gusta el arte. Lleva algún tiempo encontrarle la vuelta. Lo que tienen que hacer es decirse a sí mismos: “En realidad esto no me llevará a ninguna parte”, y así no tendrán problemas. Es extraño. Sus científicos no sabían qué buscar ni dónde buscarlo, pero a veces tuve la impresión de que sus poetas divinizaban lo universal… Discúlpenme. Mi inmersión en la historia de ustedes, en particular en estos últimos diez mil años, aunque a menudo estuvo envenenada por un ineludible (y obligatorio) desprecio, me ha hecho… ¿Por qué he pedido disculpas?

Y en realidad el campo de fuerza que se propagaba desde el portero de Marte pareció debilitarse. El metal de que estaba hecho había perdido el brillo de lo meramente metálico. Su cabeza inclinada hacia adelante por un momento adquirió la curva de la cabeza de un bebé.

– Digan algo, excelsos DNA. Seres humanos, adelante, desengañen al portero de Marte. Tengo una teoría contraintuitiva. Creo que es una tontería pero no puedo sacármela de la cabeza. Es más o menos así: sé que estoy a mitad de camino con el tema de la religión. Seguramente así tiene que ser. Es como un tapiz empapado en sangre, ¿no? Ustedes tuvieron que hacerla así, por el arte. Pero, díganme. ¿Va más allá? Como Guernica, que sucedió para que Picasso pudiera pintarla. No hubiera existido Beethoven sin Bonaparte. La Primera Guerra Mundial en cierto modo fue representada por Wilfred Owen, entre otros. Los acontecimientos en Alemania y en Polonia a principios de la década del 40 tuvieron lugar para Primo Levi y Paul Celan. Etcétera. Pero ya me está pareciendo que no fue así. No es así, ¿verdad, Miss Mundo?

– No, señor -respondió Miss Mundo-. No es así.

– Ya me parecía. Bien, en cierto modo -dijo el portero de Marte demostrando interés-, esto facilita mi último trabajo. Me alegro de que nos hayamos conocido. ¿Saben cuánto tiempo me llevó darme cuenta de cómo hacen las cosas ustedes? Técnicamente soy un sobreviviente de un mundo Tipo V disciplinado, y por lo tanto tenía acceso directo a ciertas fuentes de información. Figuraba en un mailing. Por mis estudios llegué a pensar que los otros mundos eran siempre rápidos y fluidos, y sobre todo que siempre respondían en su impulso hacia la complejidad. Pero ustedes no. Ustedes siempre tenían que hacerlo a su propia velocidad. Eran un tormento para los observadores, pero ésa era la modalidad de ustedes, y cada vez que yo trataba de sacar conclusiones era un fracaso total.

– Perdón, señor. -La que hablaba era Incarnacion Buttruguena-Hume. -¿Nos está diciendo que usted influía en los acontecimientos de la Tierra?

– Sí, y le daré un ejemplo. Sí, de vez en cuando trataba de animar un poquito las cosas. Por ejemplo con Aristarco. Hace casi exactamente veintitrés siglos aparece este caballero griego que estudia las fluctuaciones en el brillo de los planetas. Yo hice que él…

– ¿Usted hizo que él…?

– Sí. En el radio neural. Cuando ustedes los científicos hablan sobre sus grandes momentos de revelación… una sensación de agradable vacuidad seguida por montones de matemática… están describiendo una asistencia telepática desde Marte. Este Aristarco aparece en un sistema heliocéntrico completamente coherente. Hace correr la voz por todo el país. ¿Y qué sucede? Ptolomeo. El cristianismo. Ustedes no estaban preparados. De manera que tuvimos que sentarnos y esperar dos mil años a Copérnico. Cosas así sucedían todo el tiempo.

Los murmullos se apagaron en la fría oscuridad. Pioline (conteo de los neutrinos solares) dejó escapar una mezcla de suspiro y gemido con componentes de enojo pero con todavía más componentes de tristeza. Cuando se instaló el silencio el portero de Marte tuvo un pequeño estremecimiento de sorpresa y dijo:

– ¿Les molestó eso? ¡Vamos! Eso es lo de menos. Bienvenidos al mundo estercolero.

– ¿Pero algunas cosas resultaron? -dijo lord Kenrick-. ¿Ustedes nos dieron forma? ¿Es eso lo que quiere decir?

– …Sí, me entretuve un poco con ustedes. Así es. ¿Y qué? Estaba programado para eso. Tenía… consignas. Algunas cosas funcionaron. Otras no. La esclavitud es obra mía, totalmente. Sí, la esclavitud fue mi bebé. Eso sí que funcionó. Es algo que salpica a todos los mundos, en los comienzos de su historia. Es una buena práctica para tiempos posteriores. Porque el Ultraverso está centrado en la esclavitud. Bien, en la Tierra se podría decir que se les fue de las manos. Pero en un planeta que no selecciona parecía un desarrollo necesario. Aun en su época de decadencia la esclavitud tuvo distinguidos aunque a menudo vacilantes sostenedores. Locke, Burke, Hume, Montesquieu, Hegel, Jefferson. Y hay una influyente justificación en el libro sagrado de una de las tribus nómades de ustedes en la Edad de Bronce.

– ¿Cuál?

– La Biblia. ¿Alguna pregunta más?

– ¿Qué carajo es este asunto de “tropezar con el cable”?

– También es parte del programa. No se pudo establecer contacto con la Tierra hasta que ustedes tropezaron con el cable. Lo hicieron el 9 de junio. El día que llamé a Incarnacion desde aquí.

– ¿Qué pasó el 9 de junio? -preguntó Montgomery Gruber (geofisiología)-. Acabamos de mirar, y no sucedió nada.

– Quiere decir que miraron y creen que no sucedió nada. Sucedió mucho. Algún estúpido castor o nutria taponó un tributario menor del río Lee en el estado de Washington… en ciertas altitudes una fracción crítica de vida microbiana experimentó cambios significativos en su metabolismo respiratorio…y hubo ese pequeño incendio en los bosques en Albania… Fue suficiente. No hace falta saber cómo están relacionadas estas cosas, lo seguro es que están relacionadas. Todo esto con un fondo de fósforo movilizado, carbono enterrado y escape de hidrógeno. Todas las sinergias necesarias quedan encerradas.

– Y eso significa que…

– Significa que comienza a crecer la cantidad de oxígeno en la atmósfera de la Tierra. Por fin irreversiblemente. Durante un tiempo no se notará la diferencia. Pero al final de la década del 60 llegará al 27 por ciento. Sí, lo sé: es una lástima.

Incarnacion y Miss Mundo intercambiaron una rápida mirada. Porque ahora los científicos gritaban, gesticulaban, lanzaban exclamaciones. Miss Mundo dijo:

– Por favor, señor, no entiendo.

– Significa que tendrán que ser muy, muy cuidadosos con sus fuentes de calor, Miss Mundo. Con esa concentración, encender un cigarrillo y arrojar el fósforo por encima del hombro provocaría un holocausto. Todo es muy lamentable, porque se trata del tipo de problema muy fácil de solucionar si se lo toma a tiempo. En los próximos años tendrán que trabajar muchísimo en la obturación de los volcanes y el control de las tormentas. Con pocas posibilidades, por desgracia. Parece que de todas maneras el sistema solar se está cerrando. Allá afuera hay un planetesimal con el nombre de ustedes escrito en él. Se espera que un asteroide del tamaño de Groenlandia llegue a la superficie de la Tierra, en la península Ibérica, en el verano desusadamente tórrido de 2069. A doce kilómetros por segundos. Ya. Tal vez hubo una perturbación en el radar por un par de días al comienzo de la década: podrían haber duplicado la cifra de 2037 cuando vieron partir al Spielberg-Robb. Pero el hecho es para entonces necesitarán sus armas nucleares. Un conductor de masas no lo logrará, por el inglés que hay en este asteroide. Sin embargo, desafortunadamente, ahora hay un problema en las armas nucleares de ustedes, que tendrían que haber comenzado a funcionar mucho antes para poder rearmarlas a tiempo. Obviamente un cuerpo de este tamaño que se mueve a dieciséis veces la velocidad del sonido tendrá considerable energía kinética: esa energía será liberada como calor. Y desgarrará el manto y la corteza, arrancando de su lugar a miles de millones de toneladas de magma. Es todo muy lamentable. Marte mismo puede sufrir daños menores con la explosión.

Zendovich dijo:

– Esa es la trampa ¿Lo que usted está diciendo es que no podía actuar hasta que fuera ya muy tarde para que sirviera de algo?

– Afirmativo. Ese era el nudo.

– Tengo algo que decirle, señor -intervino Miss Mundo-. Es usted una persona despreciable.

– Tonterías. Yo no soy una persona, señora. Soy una máquina que obedece a un programa.

Zendovich se puso de pie. Lo mismo hizo el portero de Marte, quien se inclinó hacia adelante y enfiló el pico hacia él.

– Entonces que Dios maldiga al que los juntó. -Vamos, vamos. ¿Qué esperaba? Este es Marte, hijito -dijo el portero mientras las luces comenzaban a apagarse-. El rojo. ¿Me oye? Nergal: La Estrella de la Muerte. Ahora salgan de aquí, carajo. Sí. Váyanse. Salgan de aquí mirando el suelo. Retírense por el corredor de la izquierda. Sigan las señales.


Pop Jones entró silenciosamente en el jardín de invierno y abrió la puerta del fondo. Llegaba el atardecer. Del otro lado del jardín se veían las ventanas iluminadas de la Sala de Descanso (veía a Kidd y a Davidge, que miraban hacia afuera con ojos vigilantes). Los chicos tardarían una hora más en volver de la playa. Luego, después de la comida, Pop Jones haría sus recorridas con el balde y las llaves. ¿Las recorridas? Pop se encogió de hombros, después hizo un gesto de asentimiento. Sí, era importante tratar de seguir como antes. Pero, ¿era posible?

La estrella caía sobre la colina. Y ya estaba la luna generosa, la luna que perdona; en una penumbra de tizne en el cirrus, con un rostro que decía qué pena, qué pena, qué pena.

Pop Jones se dio vuelta.

– Suelo.

– ¿Qué dices, Timmy?

Veía los ojos húmedos del chico.

– Timmy, Timmy, ¿quién te hizo eso, Timmy?

Por un momento Jones sintió que lo invadía el asombro. Qué diferente sonaba su propia voz: espesa, metálica. En esta nueva era en que él, como todos los demás en la Tierra, se sometía a una reafiliación oscura y sin embargo repugnantemente luminosa, Pop Jones encontró algo en su ser que nunca había estado allí antes: la especie necesaria de amor por sí mismo.

– Day -dijo claramente Timmy. Y lo repitió, muy claramente, como un profesor de inglés: -Day. Me lo hizo Day.

En el recinto de paredes de vidrio crecían las sombras. La nueva voz de Pop dijo que ya era casi de noche. Se acercó al niño. Bueno, Bueno. Silencio. Tranquilo.


1997

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