En carrera

Alistair terminó de escribir el guión que había titulado Ofensiva desde Quasar 13, lo presentó a LM {Little Magazine), y esperó. Durante el año anterior le habían rechazado más de una docena de guiones en Little Magazine. Pero la última entrega de cinco cuentos le había llegado de vuelta con algo más que la circular de siempre. Venía con una nota manuscrita del editor de los guiones, Hugh Sixsmith, que decía:


Hay dos o tres que me sorprendieron, y uno que me tentó seriamente: Arranque libre, porque está casi totalmente logrado. Siga enviándome material.


Hugh Sixsmith también era guionista y bastante conocido, aunque no necesariamente prestigioso. Su nota era realmente alentadora. Alistair se sintió fuerte.

Preparó audazmente Ofensiva desde Quasar 13 para presentarlo. Pulsó con firmeza el mouse para justificar los márgenes del texto. No envió el sobre al Editor de Guiones. No. Lo dirigió al señor Hugh Sixsmith. Y esta vez no incluyó su curriculum vitae, que ahora contemplaba con cierta incomodidad. El CV mostraba, en un staccato implacable, los guiones que había publicado en forma de folleto hecho en computadora y en pequeñas revistas cómicamente desconocidas; hablaba hasta de los que había publicado en revistas universitarias. La parte más desdichada venía al final, donde decía Derechos Ofrecidos: Primera Serie Británica, solamente.

Dedicó largo tiempo a la nota preliminar para Sixsmith… casi tanto como le había dedicado a la introducción de Ofensiva desde Quasar 13. La nota se iba reduciendo a medida que la corregía. Por fin quedó satisfecho. Ya amanecía cuando tomó el sobre y pasó la lengua por el borde engomado.

Ese viernes, en camino al trabajo, y sintiéndose de pronto muy alicaído, Alistair dejó el sobre en la estafeta de correo de Calchalk Street y Euston Road. Deliberadamente, muy deliberadamente, no había incluido respuesta paga en un sobre con su dirección. La carta que acompañaba al paquete sólo decía: “¿Sirve? Si no… A. C.”

Por supuesto que “A. C.” quería decir “al canasto”, un receptáculo que un aprendiz de guionista imaginaba gigantesco. Con una mano en la frente Alistair se abrió paso para salir de la estafeta. Pasó junto a las tarjetas de Feliz Cumpleaños, las filas de jubilados nerviosos, los sobres, los ovillos de hilo.


Luke terminó el nuevo poema, titulado simplemente “Soneto”, fotocopió la hoja impresa y se la mandó por fax a su agente. Una hora y media después volvió del gimnasio de la planta baja y se preparó su jugo de frutas especial mientras el contestador le indicaba, entre otras cosas, llamar a Mike. A la vez que buscaba otra naranja Luke apretó la tecla de Talent International en la memoria del teléfono.

– Ah, Luke -dijo Mike-. La cosa funciona. Ya tuvimos respuesta.

– ¿Cómo puede ser? Si allá son las cuatro de la mañana.

– No, son las ocho de la noche. Está en Australia. Trabajando en un poema con Peter Barry.

Luke no quería ni oír hablar de Peter Barry. Se inclinó y se quitó la campera sin mangas. Las paredes y las ventanas se mantenían a respetuosa distancia, la cocina estaba bañada de resplandor del sol y luz del río. Luke bebió un sorbo de jugo; estaba tan ácido que sólo hizo una mueca y una señal de asentimiento sin emitir sonido.

– ¿Qué le pareció? -articuló después.

– ¿A Joe? Mandó un mensaje: “Dile a Luke que estoy fascinado con su nuevo poema. Te aseguro que ‘Soneto’ va a ser un éxito”.

Luke conservó la calma. No era viejo, pero hacía mucho que escribía poesía. Se volvió a mirar a Suki, que había salido de compras y en ese momento entraba en el departamento con cierta dificultad. Traía una carga muy pesada.

– Todavía no han hablado de números. Ni siquiera de una cifra aproximada -dijo Luke.

– En ese terreno nos entendemos. Joe conoce el tema de los impuestos -dijo Mike.

– Bien -dijo Luke. Suki se acercaba a él y se le caían cosas que había comprado: cajas, estuches, brillantes envoltorios de plástico.

– Te harán ir por lo menos dos veces -continuó Mike-. La primera para discutir… Les cuesta darse cuenta de que no vives allá.

Luke veía que Suki había gastado mucho más de lo que se proponía. Lo supo porque el suspiro que dejó escapar mientras le acariciaba los omóplatos con la lengua era como decir “¡Paciencia!”.

– Vamos, Mike -respondió-, saben que odio toda esa basura de Los Angeles.


Ese lunes, en camino al trabajo, Alistair estaba desplomado en el asiento del ómnibus, agotado por la ambición y el abandono. Una de sus fantasías era poderosa: al entrar en su oficina el teléfono estaría sonando desesperadamente: Hugh Sixsmith, desde Little Magazine, le comunicaba con voz grave, pero tensa, que su guión aparecería en el siguiente número de la revista. (A decir verdad, había tenido la misma fantasía el viernes anterior, cuando Ofensiva desde Quasar 13 todavía rodaba de aquí para allá en el piso de la estafeta de correos.) Su novia, Hazel, había viajado desde Leeds para pasar el fin de semana con él. Alistair y ella eran tan flacos que podían dormir cómodamente en la cama de una plaza de él. El sábado por la noche asistieron a una lectura de guión en una librería de Camden High Street. Alistair quería impresionar a Hazel con sus amistades del medio (y se las arregló para intercambiar miradas cómplices con algunas figuras más o menos conocidas: colegas guionistas, gente que buscaba ubicarse, gente que estaba al tanto de todo). Pero de todas maneras Hazel ya parecía bastante impresionada por él, hiciera lo que hiciese. A la mañana siguiente, todavía en la cama mientras ella cumplía con su turno de preparar el té, Alistair meditaba sobre ese asunto de la impresión que causaba el otro. Siete años atrás Hazel lo había impresionado poderosamente en la cama: no se enfriaba cuando él empezaba a calentarse. El teléfono de la oficina sonó muchas veces esa mañana, pero ninguno de los que llamaron tenía nada que decir sobre Ofensiva desde Quasar 13. Alistair vendió un espacio de publicidad para una publicación agrícola; los que llamaban querían hablar de mezclas de creosota y reciclado de residuos.

Durante cuatro meses no tuvo ninguna noticia. Normalmente esto hubiera sido una buena señal. Significaba, o podía significar, que estaban estudiando el guión con mucho detalle. Era mejor que ver reaparecer el guión devuelto por el correo. También era posible que Hugh Sixsmith hubiera seguido el consejo de Alistair de tirarlo al canasto de los papeles si no le interesaba, y esto podía haber sucedido cuatro meses atrás. Releyendo la copia en carbónico del guión, ahora algo borrosa, Alistair se lamentaba por su deliberada indiferencia. No debía haber dicho “Si no sirve, A. C.”, sino, en todo caso, “R. P.” (respuesta paga). Todas las mañanas bajaba corriendo los tres pisos hasta la planta baja para recoger y mirar la correspondencia. Y más o menos cada cuatro viernes rompía el sobre que traía la Little Magazine para ver si Sixsmith no había incluido el guión sin decirle nada. Como sorpresa.

“Estimado señor Sixsmith”, pensaba Alistair mientras iba en tren a Leeds, “estoy considerando publicar el guión que le envié en otra parte. Espero que… Pensé que era justo…” Alistair echó la cabeza hacia atrás y miró el vidrio manchado de la ventanilla. “En Mudlard Books. Parece que en Ostler Press también están interesados. Esto implica un poco de trabajo que, por más tedioso que sea… Para que quede constancia… Esto facilitaría mucho… Claro que si usted…”


Luke estaba sentado en un sillón para dos personas en el Club World de Heathrow, bebiendo Evian frente a un fax para uso de los pasajeros, ordenando los papeles introductorios del poema con Mike.

En el Club World todos parecían cómodos y agradecidos de estar allí menos Luke, que tenía cara de desagrado. Volaría en primera clase a Los Angeles, donde lo esperaría un chofer uniformado que iba a llevarlo en una limousine o un auto hasta el Pinnacle Trumont en Avenue of the Stars. No era nada extraordinario viajar en primera. En el mundo de la poesía nadie pensaba “qué bueno que viajo en primera”. Eso no se discutía, era parte del reglamento. Viajar en primera era un negocio como todo lo demás.

Luke estaba tenso, muy exigido. Cifraba muchas cosas en “Soneto”. Si “Soneto” no tenía éxito, ya no podría seguir en el departamento ni con su novia. Lo de Suki lo superaría pronto. Pero no el hecho de no poder mantenerla ni pagar ese alquiler. En realidad el arreglo por “Soneto” no era para tanto. Luke estaba furioso con Mike excepto el agregado de una cláusula sobre posibles comercializaciones de la obra, por ejemplo juguetes o remeras, y una cierta reducción de impuestos que logró. Y Joe…

Llama Joe:

– Realmente creemos que “Soneto” va a anclar, Luke. Jeff piensa lo mismo. Acaba de entrar. ¡Jeff! Estoy hablando con Luke. ¿Quieres decirle algo? ¡Luke!, Luke, ahí viene Jeff. Quiere decirte algo sobre “Soneto”.

– ¿Luke? -dice Jeff-. Soy Jeff. ¿Luke? Es usted un escritor muy talentoso. Es fantástico trabajar en “Soneto” con usted. Le doy con Joe.

– Era Jeff -dice Joe-. Está enloquecido con “Soneto”.

– ¿Y de qué tenemos que hablar? -pregunta Luke-. A grandes rasgos.

– ¿Con respecto a “Soneto”? Bien, el único problema con “Soneto”, Luke, por lo que yo veo, en todo caso, y estoy seguro de que en esto Jeff coincide conmigo, ¿verdad, Jeff?, y también Jim, justamente… es la forma.

Luke se quedó mudo unos instantes. Después dijo:

– ¿Te refieres a la forma en que está escrito “Soneto”?

– Eso es, Luke, la forma de soneto.

Luke esperó hasta el último llamado, y finalmente lo llevaron, con mucha cortesía que no devolvió, a la puerta delantera del avión.


“Estimado señor Sixsmith”, escribió Alistair,


“El otro día estaba revisando mis archivos, y recordé vagamente que le había enviado un trabajito titulado Ofensiva desde Quasar 13… hará cosa de siete meses o un poco más. ¿Debo entender que no le interesa? Podría mandarle otro… o dos que he terminado últimamente. Espero que se encuentre bien. Muchas gracias por el estímulo que me brindó en el pasado. “No hace falta que diga cuánto admiro su obra. Tan austera, tan profunda. ¿Cuándo saldrá su próximo ‘pequeño volumen’?”


Despachó esta carta con tristeza un húmedo domingo en Leeds. Esperaba que el sello del correo diera cuenta de su actividad y su garra.

En realidad se sentía mucho más firme ahora. Había pasado por un período de cinco semanas en que, percibía, estuvo clínicamente loco. Esa carta a Sixsmith era una entre varias docenas que había escrito. También había tomado la costumbre de merodear alrededor de las oficinas de Holborn en Little Magazine: se quedaba horas sentado en los bares y sandwicherías de la acera de enfrente, con la vaga intención de saltar y cortarle el paso a Sixsmith si lo veía alguna vez, cosa que nunca sucedió. Comenzó a preguntarse si Sixsmith existiría realmente. ¿No sería un actor, un fantasma, una curiosa ficción? Alistair llamó a números telefónicos de LM tomados de guías telefónicas especiales. Respondieron diversas personas, pero nadie sabía dónde estaba ninguna de las personas por las que les preguntaban y sólo alguna vez conectaron a Alistair con un ataque de tos que parecía permanente en el otro extremo de la línea. Entonces colgaba. No podía dormir, o creía que no podía dormir, Hazel le decía que se pasaba la noche gimiendo y rechinando los dientes.

Alistair esperó casi dos meses. Después mandó tres nuevos guiones. Uno era sobre un hombre que abandona su temprana jubilación cuando su mujer muere a manos de un asesino en serie. Otro sobre la infiltración de las tres Gorgonas de una agencia de seguridad en la Nueva York de hoy. El tercero era un musical heavy metal en la Isla de Skye. Envió un sobre con respuesta paga del tamaño de una mochila pequeña.

Ese invierno fue inusitadamente templado.


– ¿Desea algo de beber antes de la comida? ¿Un capuccino? ¿Agua mineral? ¿Una copa de Sauvignon blanco?

– Un espresso descafeinado doble -dijo Luke-. Gracias.

– A usted.

– Bueno, bueno… -dijo Luke después que todos pidieron lo que querían-, ya no me dicen simplemente “de nada” sino que me agradecen ellos a mí.

Los demás sonrieron pacientemente. Estos comentarios tenían que ver con una cuestión de jerarquías: Luke, a pesar de su aspecto y su acento, era inglés. Estaban sentados en la terraza de Bubo's: Joe, Jeff, Jim.

– ¿Cómo anduvo la “Égloga junto a un portón de rejas”?

– ¿Aquí, en el país? -Miró a Jim, a Jeff-. Más o menos… ¿mil quinientos?

– ¿Y en todo el mundo? -preguntó Luke.

– No fue a todo el mundo.

– ¿Y “Cuervo negro en la lluvia”?

Joe hizo un gesto negativo.

– Ni siquiera vendió lo mismo que “Ovejas en la niebla”.

– No hacen más que nuevas versiones de cosas antiguas -dijo Jim-. Bodrios de época.

– ¿Y “La encina en el pantano”?

– ¿La encina? Alrededor de dos mil quinientos.

– Me dicen que anda bien “El viejo Jardín Botánico” -dijo Luke con acritud.

Hablaron de otros fuegos artificiales, demorando todo lo posible llegar al tema de “El que desdeña la pasada noche” de TCT, que no había costado prácticamente nada hacer y ya había vendido ciento veinte millones en las tres primeras semanas.

– ¿Qué pasó? Dios mío, ¿qué presupuesto para publicidad tenían?

– ¿Para “El que desdeña”? Nada. Doscientos, trescientos.

Todos menearon la cabeza. Jim se puso filosófico.

– Es lo que pasa con la poesía -dijo.

– ¿No están haciendo ningún otro soneto, no? -preguntó Luke.

– Binary está en posproducción con un soneto. “Compuesto en el Castillo de…” Otro bodrio de época.

Llegaron las sopas y las ensaladas. Luke pensó que a esa altura probablemente ya era un error seguir insistiendo con los sonetos. Después de un rato dijo:

– ¿Cómo anduvo “Para Sophonisba Anguisciola”?

– ¿“Para Sophonisba Anguisciola”? No me hables de “Para Sophonisba Anguisciola”.


A altas horas de la noche Alistair estaba en su habitación trabajando en un guión sobre un hombre negro de alto cociente intelectual, que vive en la calle y que se transforma en traficante de drogas de sexo femenino, bajo el bisturí de un médico de Indonesia que es a la vez un terrorista y un brujo. De pronto arrancó el papel de la máquina con un gruñido, puso una hoja limpia y escribió:


Estimado señor Sixsmith:


Ya hace bastante más de un año que le envié Ofensiva desde Quasar 13. Pero a usted no le alcanzó con este abandono: tampoco respondió a otros tres textos que le envié en los últimos cinco meses. Me hubiera parecido decente que me contestara enseguida, ya que usted es un colega guionista, aunque a mí nunca me interesó mucho su obra, que encuentro demasiado florida y superficial (leí la nota de Matthew Sura el mes pasado y creo que lo captó a la perfección). Por favor devuélvame los guiones más recientes: El destructor, Medusa invade Manhattan y Francotirador. Ya mismo.


Firmó y selló. Salió, recorrió a grandes pasos la distancia con el correo y despachó la carta. Volvió y, con gesto altivo, se quitó la ropa empapada de sudor. La cama de una plaza le parecía enorme, como una cama con dosel diseñada para orgías. Se acurrucó y durmió mejor que cualquier noche anterior de ese año.

De manera que a la mañana siguiente bajó las escaleras con actitud desafiante y echó un vistazo al correo esparcido en el estante mientras caminaba hacia la puerta. Reconoció el sobre como un amante a su amada. Se inclinó mucho para abrirlo.


Por favor disculpe esta respuesta con tanto retraso. Sepa usted disculparme. Paso de inmediato a un juicio sobre su obra. No quiero aburrirlo con todos mis problemas personales y profesionales.


¿Aburrirme?, pensó Alistair, llevándose una mano al corazón.


Creo que puedo afirmar que sus guiones son especialmente promisorios. No, en realidad la promesa ya se ha cumplido. Tienen sentimiento y brillo.

Por ahora me contentaré con aceptar Ofensiva desde Quasar 13 (déjeme pensar un poco más en Francotirador). Tengo un par de pequeñas enmiendas que sugerirle. ¿Por qué no me llama para arreglar un encuentro?

Gracias por sus generosos comentarios sobre mi propia obra. Cada vez estoy más convencido de que este tipo de intercambio, este candor, esta reciprocidad, es lo que me mantiene en movimiento. Sus palabras sirvieron para ayudarme a conservar mis defensas después del maligno y cobarde ataque de Matthew Sura del que todavía no me he repuesto. Un cordial saludo.


– Iría bien como lírico -dijo Jim.

– ¿Por qué no como balada? -propuso Jeff.

A Jack lo convencían de cualquier cosa.

– Las baladas son bárbaras -opinó.

Al segundo día Luke creyó estar ganando la batalla del soneto. La clave estaba en la actitud taciturna de Joe: tranquila pero nada lenta.

– Admitamos que los sonetos son básicamente hieráticos. Pertenecen a una época. Responden a una conciencia rígida. Hoy hablamos más bien de una conciencia que busca la forma.

– Es más -prosiguió Jack-, la lírica siempre ha sido la vía natural para la libre expresión de los sentimientos.

– Sí -dijo Jeff-. Con el soneto uno se queda pegado al esquema tesis-antítesis-síntesis.

– Pero, ¿qué estamos haciendo aquí? -dijo Joan-. ¿Reflejando el mundo o iluminándolo?

Le tocaba hablar a Joe:

– Por favor, ¿nos estamos olvidando de que “La encina” era un soneto, antes de las reescrituras? ¿Estábamos borrachos cuando dijimos, el verano pasado, que nos íbamos a lanzar al soneto?

Hay que aclarar que la respuesta de Joe a esta última pregunta fue “sí”; pero Luke echó una mirada cautelosa a su alrededor. La comida china que habían hecho pedir a la secretaria estaba en la mesita baja; tenía el aspecto de los experimentos de un niño con pintura y plastilina. Eran las cuatro y Luke quería terminar pronto. Para ir a nadar y a tomar sol. Para estar convenientemente flaco y bronceado en su cita con la joven actriz Henna Mickiewicz. Fingió un bostezo.

– Luke está demorado -dijo-. Mañana hablaremos un poco más, pero por mi parte vuelvo a elegir el soneto.


– Perdón -dijo Alistair-, soy yo otra vez. Perdón.

– Ah, sí… -respondió una voz de mujer-, hace un minuto estaba aquí… ¡Ah, sí, sí!, ahí está. Un segundo.

Alistair apartó el teléfono de la oreja y lo miró. Se puso a escuchar otra vez. El teléfono parecía haber entrado en un paroxismo de ruidos y chillidos como la radio de un taxista. Luego se le pasó el ataque, o hubo una pausa, y una voz dijo con tono contenido pero orgulloso:

– Soy Hugh Sixsmith.

A Alistair le llevó un poco de tiempo explicar quién era él. Sixsmith parecía un poco sorprendido pero sobre todo intrigado al oír a Alistair. Arreglaron una cita con bastante facilidad (después del trabajo, el lunes siguiente), antes de que Alistair lograra decir:

– Otra cosa, señor Sixsmith. Me da un poco de vergüenza, pero anoche me alteré un poco por no tener respuesta suya durante tanto tiempo y le mandé una carta completamente loca que… -Hizo una pausa. -Bien, usted ya sabe cómo son estas cosas. Uno pone todo en estos guiones, y pasa el tiempo y…

– Querido muchacho, no diga ni una palabra más. Borraré esa carta de mi memoria. La arrojaré al canasto. Después de leer un par de renglones apartaré la mirada -dijo Sixsmith, y se puso a toser otra vez.

Hazel no fue a Londres ese fin de semana. Ni Alistair fue a Leeds. Pasó el tiempo pensando en ese lugar en Earls Court Square donde los guionistas leían fragmentos de sus guiones y bebían un vino español picante, bajo la mirada de las muchachas desgreñadas, con gruesos abrigos y sin maquillaje que parpadeaban constantemente, o nunca.


Luke dejó su Chevrolet Celebrity en el quinto piso del estacionamiento del estudio y bajó en el ascensor con dos ejecutivos menores que hablaban de los últimos récords batidos por “He aquí al que desdeña la pasada noche”. Se puso los anteojos oscuros al cruzar el otro estacionamiento, el de los ejecutivos de primera. Cada sitio tenía el nombre del ocupante. Joe se sintió aliviado al ver allí el nombre de Joe, oscurecido en parte por su Range Rover. Por supuesto que los poetas rara vez tenían un auto tan pretencioso. Y a veces ningún auto. Se alegró de que Henna Mickiewicz no pareciera darse cuenta.

La oficina de Joe: Jim, Jack, Joan, pero no estaba Jeff. Había dos tipos nuevos. Se los presentaron a Luke. Ron dijo hablar en nombre de Don cuando se declaró gran admirador del material. Inclinado sobre la cafetera junto con Joe, Luke preguntó por Jeff, y Joe dijo:

– Jeff no está en el poema.

Luke se limitó a asentir con un gesto.

Se acomodaron en los sillones bajos.

Luke dijo:

– ¿Cómo anda “De un galés a los turistas”?

– Bien, pero no brillante -respondió Don.

Ron dijo:

– No va a andar como “El hueco en el cerco de ligustro”.

– ¿Cómo anduvo “El hueco”?

Y hablaron de cómo había andado “El hueco”.

Finalmente Joe dijo:

– Bien. Lo hacemos soneto. Ahora bien. Don tiene un problema con la primera estrofa del octeto, Ron tiene un problema con la segunda estrofa, Jack y Jim tienen un problema con la primera estrofa del sexteto, y creo que todos tenemos problema con el dístico final.


Alistair se presentó en las oficinas de LM con una puntualidad de reloj. Hacía horas que estaba por esa zona, y se había gastado como quince libras en tes y cafés. No era posible quedarse mucho tiempo en ninguno de los bares donde se demoraba (y donde además sospechaba que lo reconocerían por haberlo visto en anteriores esperas antes de entrar en LM, cosa que no lo favorecía) sosteniendo con ambas manos la taza espumosa, y mirando entrar la luz por las ventanas de las oficinas.

Cuando el Big Ben dio las dos, subió las escaleras. Inspiró tan profundamente que casi se cayó de espaldas, y luego llamó a la puerta. Un ordenanza entrado en años lo condujo por un corredor angosto con muchas pilas de papeles viejos por donde se movían, con dificultad, siete personas. Primero Alistair los tomó por otros tantos guionistas y se colocó detrás de la puerta, al final de la cola. Pero no parecían guionistas. Nadie habló mucho durante las cuatro horas que siguieron, y las identidades de los que esperaban humildemente a Sixsmith sólo se revelaron en forma parcial y fragmentaria. Su abogado y el psiquiatra de su segunda esposa se retiraron después de no más de una hora y media. Otros, como el hombre de Impositivas y el agente de libertad condicional, esperaron lo mismo que Alistair. Pero a las siete menos cuarto estaba solo.

Se acercó a la increíble parva de libros y papeles en el escritorio de Sixsmith. A toda prisa comenzó a buscar entre las cartas aún cerradas. Se le ocurría que podía encontrar su propia carta sin abrir e interceptarla. Pero todos los sobres, y había muchos, eran marrones, con ventana y certificados. Al darse vuelta para retirarse vio un gran sobre muy abultado dirigido a él con la letra trémula de Sixsmith. No había razón para no tomarlo. Al salir Alistair vio que el viejo ordenanza estaba acurrucado dentro de una bolsa de dormir bajo una mesa en la habitación contigua.

En la calle abrió el envoltorio que dejó escapar una pelusa grisácea. Contenía dos de sus guiones, El valle de los tirabombas y, para su confusión, El francotirador. Y también una nota:


Tuve que irme. Un problema personal. Lo llamo esta semana y… ¿almorzamos?


En el sobre estaba también la amarga carta de Alistair… sin abrir. El tránsito, humano y mecánico, pasaba a las sacudidas ante su rostro tenso. Estaba abriendo los ojos a una verdad obvia, que solucionaba el enigma: Hugh Sixsmith era un guionista. Ahora comprendía.


Después de un día interminable discutiendo la cesura del verso inicial de “Soneto”, Luke y sus colegas fueron a tomar cócteles a Strabismus. Les dieron la gran mesa redonda junto al piano.

Jane dijo:

– TCT está haciendo una secuela de “He aquí”.

– En realidad es una precuela -dijo Joan.

– ¿Título? -preguntó Joe.

– Todavía no saben. En TCT lo llaman “Aquí estaba”.

– Mi hijo -dijo Joe con tono pensativo-, me llamó boludo esta mañana. Por primera vez.

– Qué increíble -replicó Bo-. Mi hijo también me llamó boludo esta mañana por primera vez.

– ¿Y? -dijo Mo.

– Por Dios, tiene seis años -respondió Joe.

– Mi hijo me llamó boludo a los cinco años -dijo Phil.

– Mi hijo nunca me ha llamado boludo hasta ahora -intervino Jim-. Y tiene nueve.

Luke bebía el Bloody Mary. Su color y su textura le hacían pensar si podría sonarse la nariz sin ir al baño. Hacía tres días que no llamaba a Suki. Las cosas se le iban de las manos con Henna Mickiewicz. En realidad no le había prometido un papel en el poema, no había firmado un contrato. Henna era un encanto, pero no se podía dejar de pensar que de repente podía hacerle juicio a uno.

Mo estaba diciendo que cada niño evoluciona según su propio ritmo, y que el que ahora parecía muy precoz podía tener después un período de estancamiento.

Jim dijo:

– Sin embargo, es como para preocuparse.

– Mi hijo tiene tres años. Y me llama boludo todo el tiempo -replicó Mo.

Todos parecieron impresionarse como correspondía.


Los árboles estaban verdes, y los autobuses de turismo dominaban la calle, y todos los granjeros querían fertilizantes y no invernaderos con aislamiento cuando por fin lo llamó Sixsmith. En el ínterin Alistair se había convencido de lo siguiente: antes de devolver la carta agresiva, Sixsmith la había abierto con vapor y la había vuelto a cerrar. Además, durante este período y mal que le pesara, Alistair se había comprometido con Hazel. Pero la llamada se produjo.

Estaba bastante seguro de que éste era el restaurante propuesto por Sixsmith. Sólo que no era exactamente un restaurante. Allí no se hacían reservas, no conocían al señor Sixsmith, y estaban sirviendo desayunos de media mañana a unos tipos mal hablados que se inclinaban sobre sus tazas de té color carne de vaca. Además servían bebidas alcohólicas. Entre los que las pedían había toda clase de gente. Muy bien, pensó Alistair, muy bien. Qué mejor lugar, al fin y al cabo, para que dos guionistas…

– ¿Alistair?

Sixsmith se asomó con soltura al compartimiento. Luego se acomodó en un asiento con agilidad. Contempló a Alistair con expresión neutra. Pero miró al camarero con actitud familiar, conscientemente infantil. Pidió un gin tonic y dedicó bastante tiempo a hablar de su debilidad por el cóctel de camarones. Alistair se sintió irónicamente muy atraído por este hombre, un guionista desprolijo de mirada soñadora, con curiosas negligencias en la pronunciación y el rostro flaco, y la frente llena de pliegues del que se dedica a pensar. Sabía cómo era Sixsmith. Pero tal vez el tiempo se movía extrañamente para los que escribían guiones con tanto ardor…

– Y mi colega artesano en el oficio de escribir, ¿qué va a tomar?

De inmediato Sixsmith se reveló como una persona con cierto candor. O tal vez vio en el guionista más joven a alguien con quien de nada valían las falsas reticencias. Su segunda ex esposa, dijo Sixsmith, de padre y madre alcohólicos, era alcohólica. Y el actual amante de ella (¡ay, cómo iban y venían estos amantes!) era alcohólico. Y lo peor, explicó Sixsmith mientras hacía tintinear su vaso para que lo oyera el camarero, su hija, que era hija de su primera esposa, era alcohólica. ¿Cómo hacía Sixsmith para sobrevivir? A pesar de sus años, gracias a Dios había encontrado el amor en los brazos de una mujer lo suficientemente joven (y, por lo que parecía, lo suficientemente alcohólica) como para ser su hija. Llegaron los cócteles de camarones, junto con una jarra de vino tinto. Sixsmith encendió un cigarrillo y mantuvo la mano como diciendo “Espere un momento” a Alistair durante el acceso de tos que hizo girar todas las cabezas a su alrededor. Luego, por un instante, comprensiblemente desorientado, miró a Alistair como si no supiera qué quería, ni quién era. Pero pronto se restableció el vínculo. Se pusieron a hablar como viejos amigos, de Trumbo, de Chayevsky, de Towne, de Eszterhas.

Alrededor de las dos y media, cuando, después de varios intentos, el camarero consiguió retirar el cóctel de camarones que Sixsmith no había tocado, y se preparaba para servir una carne a la parrilla con una tercera jarra de vino, los dos hombres hablaban animadamente del Puzo de la primera época.


Joe bostezó y se encogió de hombros y dijo lánguidamente:

– ¿Saben una cosa? A mí nunca me volvió loco el modelo de rima de Petrarca.

– “Escrito en el castillo de…” rima ABBA ABBA -dijo Jan.

– “He aquí” también. Hasta la última revisión -dijo Jen.

– A mí me dijeron que “Escrito en el castillo de…” es ABBA BAAB.

– Estás bromeando -replicó Bo-. Sale este mes. Supe que los comentarios previos son buenísimos.

Joe no parecía convencido.

– “He aquí” ha creado una cierta fobia a los sonetos. Supongo que piensan que segundas partes nunca fueron buenas.

– ABBA ABBA -dijo Bo con desprecio.

– O bien… -intervino Joe-, o bien le quitamos la rima.

– ¿Sin rima? -dijo Phil.

– Verso libre -asintió Joe.

– Hubo un silencio. Bill miró a Gil, y Gil miró a Will.

– ¿Qué te parece, Luke? -preguntó Jim-. El poeta eres tú.

Luke nunca había defendido mucho a “Soneto”. Aun en su versión original lo consideraba poco más que un instrumento para negociar. Ahora reescribía “Soneto” todas las noches en el Pinnacle Trumont antes de que llegara Henna y empezaran a torturar al servicio de habitación.

– Verso libre -dijo Luke-. Verso libre. No sé, Joe. Podría hacerlo ABAB ABAB o incluso ABAB CDCD. Por favor, hasta podría hacerlo AABB si no fuera que trabaría el dístico final. Pero sin rima… Nunca se me ocurrió que pudiera ir sin rima.

– Bien, hay que hacerle algo -dijo Joe.

– Tal vez sea el pentámetro -dijo Luke-. O el yámbico. ¡Otra idea! ¿Si cambiamos la métrica?


A las seis menos cuarto Hugh Sixsmith pidió un gin tonic y dijo:

– Hemos hablado. Hemos despedazado el pan, el vino, la verdad, la escritura de los guiones. Quiero hablar de su trabajo, Alistair. Sí, sí. Quiero hablar de Ofensiva desde Quasar 13.

Alistair se ruborizó.

– No sucede a menudo que… Pero uno se da cuenta. Esa sensación de inmovilidad cargada de cosas. De la vida que se siente hasta el tuétano… Gracias, Alistair. Gracias. Debo decirle que me recuerda un poco mis primeros trabajos.

Alistair asintió.

Después de hablar un rato de su propia maduración como guionista Sixsmith dijo:

– Por favor, cuando se canse dígame que me calle. De todas maneras lo voy a imprimir. Pero quiero hacer una minúscula sugerencia sobre Ofensiva desde Quasar 13.

Alistair llamó al camarero con un gesto.

– Ahora -prosiguió Sixsmith. Se interrumpió y pidió un cóctel de camarones. El camarero lo miró con aire de derrotado. -Ahora bien -dijo Sixsmith-, cuando Brad escapa del laboratorio experimental de Nebulan y se dispone, junto con Cord y Tara, a inmovilizar el cuchillo con energía dirigida en la nave de guerra de Xerxian… ¿dónde está Chelsi?

Alistair frunció el entrecejo.

– Dónde está Chelsi. Todavía está en el laboratorio con los nebulanos. Además está a punto de que le inoculen veneno de serpiente. ¿Y el final feliz? ¿El espíritu heroico de Brad? ¿El amor que le ha jurado a Chelsi? ¿Lo aburro?


La secretaria, Victoria, asomó la cabeza y dijo:

– Ahí baja.

Luke oyó el ruido de veintitrés pares de zapatos que iban y venían. Entretanto se preparó para una sonrisa que mostrara todos los dientes. Echó una mirada a Joe, y Joe dijo:

– Es un buen tipo. Baja para saludarte.

Y bajó: Jake Endo, exquisitamente occidentalizado, maravillosamente vestido, de unos treinta y cinco años de edad. De todos los lujos que adornaban su esbelta figura, ninguno era tan fascinante como sus cabellos con reflejos.

Jake Endo le estrechó la mano a Luke y dijo:

– Es un gran placer conocerlo. No he leído el material básico sobre el poema, pero conozco el entorno.

Luke pensó que Jake Endo había trabajado su voz con un foniatra. Pronunciaba bien las sílabas que a muchos japoneses les daban trabajo.

– Entiendo que se trata de un poema de amor -continuó-, dirigido a su novia. ¿Ella está aquí en Los Angeles con usted?

– No, está en Londres. -Luke se encontró mirando las sandalias de Jack Endo y preguntándose cuánto le habrían costado.

Se hizo un silencio que fue creciendo hasta volverse intolerable, y por fin lo rompió Jim, diciéndole a Jake Endo:

– Ah, ¿qué tal anduvo “Versos abandonados en un banco bajo una encina cerca del lago de Easthwaite, en una región desolada de la costa frente a un bello paisaje”?

– ¿“Versos”? Bastante bien.

– Quise decir “Escrito en el castillo de…” -dijo Jim con voz débil.

Silencio otra vez. Cuando estaba llegando al límite de lo insoportable de pronto Joe recordó toda la energía que necesitaba tener. Se puso de pie y dijo:

– Jake, creo que estamos al borde del agotamiento. Llegaste en un momento de baja. No logramos ponernos de acuerdo sobre el primer verso. ¡Qué digo, el primer verso! Ni siquiera sobre el primer pie.

Jake Endo no se arredró.

– Siempre se llega a momentos de desaliento. Estoy seguro de que lo lograrán, hay mucho talento en este lugar. Allá arriba confiamos en ustedes. Creo que será el gran poema del verano.

– Claro, nosotros también tenemos confianza -dijo Joe-. Lo que sobra aquí es confianza. Estamos firmes con “Soneto”.

– ¿“Soneto”? -dijo Jake Endo.

– Sí, soneto. “Soneto”.

– ¿“Soneto”? -repitió Jake Endo.

– Es un soneto. Lo titulamos “Soneto”.

Occidente se alejaba a oleadas de la cara de Jake Endo. Después de unos segundos parecía un jefe guerrero de épocas oscuras en medio de una campaña, que inhalaba aire antes de lanzarse sobre las mujeres y los niños.

Mientras se encaminaba hacia el teléfono dijo:

– Nadie me habló jamás de un soneto.


El local estaba cerrando. Ya habían pasado la hora del té y la hora de salida del trabajo de los empleados. La calle resplandecía blandamente. Los miembros del personal se ponían sus camperas y sus chaquetas. Una luz importante se apagó. La puerta de una heladera se cerró de golpe.

– ¿No está exactamente eufórico, verdad? -dijo Sixsmith.

Alistair, que había estado mudo durante una hora, recuperó el habla. El habla, la reina de todas las facultades del hombre.

– Y qué tal… -dijo-, ¿qué tal si Chelsi interrumpe antes el experimento en el laboratorio?

– No muy dramático -respondió Sixsmith.

– Siempre que se pueda evitar el cliché: La chica que no puede moverse, el héroe que se demora peligrosamente. Además ella es supernumeraria en el raid contra el buque de guerra de Xerxian. En realidad no queremos que aparezca en esta escena.

– Entonces matémosla -propuso Alistair.

– Ajá. Una pequeña sombra en el final feliz. No, no.

Había un camarero junto a ellos, mirando tristemente la cuenta en el platillo.

– Está bien -dijo Sixsmith-. Chelsi queda herida. Gravemente herida. En el brazo. Y entonces, ¿qué hace Brad con ella?

– La deja en el hospital.

– Mmm… Tono un tanto hueco.

Al camarero se le acercó otro camarero igualmente estoico, el anochecer les ensombrecía la cara. Ahora Sixsmith se agitaba levemente con el ceño cada vez más fruncido.

Alistair sugirió:

– ¿Y si pasa alguien y la lleva al hospital?

– Puede ser -dijo Sixsmith, que se estaba poniendo de pie, con una mano extrañamente hundida en el bolsillo interno.

– ¿O si Brad simplemente le indica cómo llegar al hospital? -continuó Alistair.


Al día siguiente, de regreso en Londres, Luke se encontró con Mike para arreglar ese asunto de mierda. En realidad parecía andar bien. Mike llamó a Mal en Monad, que tenía algo con Tim en TCT. Como potencial cortesía con Mal, Mike también llamó a Bob en Binary, con vistas a volver a la opción de “Soneto”, y conseguir dinero para la producción a todo vapor, y reproducirlo totalmente en otro lugar, por ejemplo en Red Giant, donde se sabía que Roger estaba interesado.

– Querrán que vayas -dijo Mike-, para manosearlo un poco.

– No puedo creer lo de Joe -dijo Luke-, no puedo creer que me maté por ese loco.

– Cosas que pasan. -Joe se olvidó de Jake Endo y de los sonetos-. El primer gran poema de Endo fue un soneto. Antes de que tú aparecieras: “Estrella, quisiera ser constante como tu obra”. Así empezaba. Casi lleva a la bancarrota al Japón.

– Me siento usado, Mike. Mi sentido de la confianza. Tengo que adaptarme a todo esto.

– Todo depende de cómo ande “Compuesto en el castillo de…” y en lo que provoque la precuela de “He aquí”.

– Me iré afuera con Suki por un tiempo. ¿Conoces algún lugar donde no haya shoppings? Necesito unas vacaciones como el pan. Todo esto es una mierda, Mike. ¿Sabes qué me gustaría hacer, en realidad?

– Por supuesto que lo sé.

Luke miró a Mike hasta que Mike dijo:

– Te gustaría dirigir.


Después de la convalecencia del almuerzo, Alistair revisó Ofensiva desde Quasar 13 siguiendo, en líneas generales, las indicaciones de Sixsmith. Resolvió el tema de Chelsi haciendo que una pantera de la colección de animales del laboratorio se la comiera. Podría defenderse de la acusación de gratuidad con la ceremonia funeraria que le dispensaba Brad, en la que se prefiguraba y se legitimaba la sanguinaria venganza de los nebulanos. También eliminó la parte en que Brad declaraba su amor por Chelsi, y agregó otra parte en que Brad declaraba su amor por Tara.

Envió las páginas modificadas, que tres meses más tarde Sixsmith admitió y aplaudió en un tono incompatible con el de sus anteriores comunicaciones. Tampoco le reembolsó a Alistair el pago del almuerzo. Esa mañana le habían vaciado la billetera, aunque Alistair nunca supo cuál de las alcohólicas lo había hecho. Alistair guardó la cuenta como souvenir. Este increíble documento demostraba que Sixsmith había fumado, o al menos comprado, un cartón de cigarrillos mientras estuvieron juntos.

Tres meses después le llegó una prueba de Ofensiva desde Quasar 13. Tres meses más tarde apareció el guión en Little Magazine. Y otros tres meses después Alistair recibió un cheque de doce libras con cincuenta, que rebotó.

Curiosamente, aunque en las pruebas se habían incorporado las correcciones, la versión publicada volvía a la original, en la que Brad escapaba del laboratorio de los nebulanos sin que aparentemente le importara que Chelsi quedara allí, a pesar de que la última vez que la había visto ella estaba en una mesa de operaciones y le estaban inyectando veneno de serpiente fóbica en el cuello. Más adelante en el mismo mes, Alistair fue a una lectura de la Sociedad de Guionistas en Earls Court. Allí entabló conversación con una muchacha muy flaca que llevaba un guardapolvo negro manchado de ceniza quien decía haber leído su guión y que luego, mientras tomaban vaso tras vaso de vino tinto, y después en el terrible pub, le dijo que él era un débil y un hipócrita que no tenía noción de cómo son las relaciones entre un hombre y una mujer. Alistair, como flamante guionista, no pudo responder, ni reconocer esta proposición gráfica (aunque guardó el número de teléfono que ella arrojó a sus pies). De todos modos es dudoso que se hubiese atrevido a llevar las cosas más lejos. Se iba a casar con Hazel el fin de semana siguiente.

Para Año Nuevo le mandó a Sixsmith una serie -casi diríamos una secuencia- de guiones con temas de riesgo de grupo. La carta que le envió el verano siguiente fue respondida con una nota donde se le informaba que Sixsmith ya no trabajaba en LM. Alistair llamó por teléfono. Luego habló del tema con Hazel y decidió tomarse un día libre.

Era una mañana de septiembre. El hospicio de Cricklewood era de diseño y construcción recientes; desde el camino se lo veía como una serie de iglús contra la tundra opaca del cielo. Cuando preguntó por Hugh Sixsmith en la recepción dos hombres de traje se levantaron rápidamente de sus asientos. Uno era un abogado. El otro un cobrador. Alistair rechazó con un gesto sus complejos requerimientos.

En la cálida habitación había gemidos apagados, botellas y vasos de papel y frascos de formas desafiantes, y humo de cigarrillo, y los muchos ojos curiosos del sufrimiento femenino. Una muchacha joven lo miró con orgullo. Alistair comenzó a explicar quién era él, un joven guionista que había venido a… En una cama en el rincón se veía la figura desgarbada de Sixsmith. Alistair se le acercó. Al principio creyó que no tenía ojos y sólo le quedaban dos agujeros con bordes anaranjados. Pero después las cejas ralas comenzaron a alzarse, y Alistair creyó ver un destello de reconocimiento.

Cuando empezaron a rodar las lágrimas sintió un estremecimiento de aprobación, de consenso a sus espaldas. Estrechó la mano del viejo guionista y le dijo:

– Adiós. Y gracias. Muchas, muchas gracias.


Después de estrenarse en cuatrocientas treinta y siete salas al mismo tiempo, el soneto de Binary “Escrito en el castillo de…” hizo diecisiete millones en el primer fin de semana. En esos momentos Luke vivía en un departamento de dos ambientes en Yokum Drive. Suki estaba con él. Luke esperaba que no tardara mucho tiempo en enterarse de lo de Henna Mickiewicz. Cuando se aclarara la niebla pensaba cambiar a Suki por Anita, que era productora.

Había llevado su soneto a Rodge de Red Giant y lo había convertido en una oda. Como no funcionó fue a ver a Mal en Monad, donde estaba de moda la villanelle. La villanelle se convirtió en triolet, por poco tiempo, con Tim en TCT, hasta que Bob en Binary le indicó que volviera a pensarlo como rondó. Como el rondó no anduvo, Luque le puso letra y consiguió que Mike se lo mandara a Joe. Todos, incluido Jake Endo, pensaron que había llegado el momento de convertirlo nuevamente en un soneto.

Luke cenó en Rales con Joe y Mike.

– Siempre pensé que “Soneto” era una obra de arte -dijo Joe-. Pero ahora los sonetos hacen furor, así que he comenzado a pensar comercialmente.

– TCT hará una secuela y una precuela de “He aquí”, y las publicará al mismo tiempo -anunció Mike.

– ¿Una secuela? -dijo Joe.

– Sí. La llamarán “Aquí estará”.

Mike se sentía un tanto manoseado. Joe también. Y Luke. Armaron algunos versos en la oficina. Después fueron a tomar una copa al bar. De vez en cuando estaba bien sentirse un poco manoseado. Lo importante era que eso no sucediera a cada momento.

– Lo digo en serio, Luke -dijo Joe. Le brillaban los ojos. -Creo que “Soneto” puede llegar a ser tan grande como “-”.

– ¿Te parece? -dijo Luke.

– Totalmente. Creo que “Soneto” puede llegar a ser otro “-”.

– ¿“-”?

– ¿“-”?

Luke pensó un momento, mientras asimilaba esto.

– “-”… -repitió, como si se lo preguntara.


New Yorker, 1992

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