John se despertó en el suelo con Tohr a su lado y Wrath mirándolo desde arriba.
¿Dónde estaba la mujer de cabello oscuro? Trató de sentarse precipitadamente, pero unas fuertes manos lo mantuvieron en su lugar.
– Sólo quédate echado un poco más, compañero -dijo Tohr.
John estiró el cuello mirando alrededor y allí estaba ella, cerca de la puerta, pareciendo ansiosa. En el momento en que la vio, cada neurona de su cerebro se disparó, y volvió la luz blanca. Empezó a temblar, el cuerpo golpeando contra el suelo.
– Mierda, ahí va de nuevo -murmuró Tohr, inclinándose hacia adelante para tratar de controlar el ataque.
Cuando John sintió que estaba siendo absorbido hacia abajo, extendió una mano en dirección a la mujer de cabellos oscuros, tratando de alcanzarla, estirándose.
– ¿Qué necesitas, hijo? -La voz de Tohr, por encima de él, estaba decayendo como una estación de radio con estática-. Te lo conseguiremos…
La mujer…
– Ve a él, leelan -dijo Wrath-. Toma su mano.
La mujer de cabello oscuro se adelantó, y en el instante que sus palmas lo tocaron todo se volvió negro.
Cuando recobro la conciencia nuevamente, Tohr estaba hablando.
– …de cualquier forma, lo voy a llevar a ver a Havers. Hey, hijo. Has regresado.
John se sentó, sintiendo vértigo. Se llevó las manos a la cara, como si esto pudiera ayudarlo a permanecer consciente, y miró hacia la puerta. ¿Dónde estaba ella? Tenía que… No sabía que tenía que hacer. Pero era algo. Algo que la involucraba a ella…
Hizo señas frenéticamente.
– Se ha ido, hijo -dijo Wrath-. Os mantendremos separados hasta que tengamos una idea de lo que te pasa.
John miró a Tohr e hizo señas despacio. Tohr tradujo.
– Dice que necesita cuidarla.
Wrath se echó a reír suavemente.
– Creo que tengo cubierto ese puesto, hijo. Es mi compañera, mi shellan, tu Reina.
Por alguna razón John se relajó ante esas noticias, y gradualmente volvió a la normalidad. Quince minutos después pudo ponerse en pie.
Wrath le lanzó una dura mirada a Tohr.
– Quiero hablar contigo de estrategia, así que te necesito aquí. Y como Phury va a ir a la clínica esta noche. ¿Por qué no lleva él al muchacho?
Tohr dudó y miró a John.
– ¿Estas de acuerdo, hijo? Mi hermano es un buen tío. En todos los sentidos.
John asintió. Ya había causado suficientes problemas desparramándose por el suelo como si sufriera un ataque de histeria. Después de eso, estaba más que dispuesto a mostrarse amigable.
Dios, ¿que habría pensado esa mujer? Ahora que se había ido, no podía recordar porqué tanto alboroto. Ni siquiera podía recordar su rostro. Era como si sufriera un caso de amnesia.
– Déjame llevarte a la habitación de mi hermano.
John puso la mano en el brazo de Tohr. Cuando terminó de hacer señas, miró a Wrath.
Tohr sonrió.
– John dice que fue un honor conocerte.
– Fue un placer conocerte a ti también, hijo -el Rey volvió al escritorio y se sentó-. Y Tohr, cuando vuelvas, trae a Vishous contigo.
– No hay problema.
O pateó el costado del Taurus de U con fuerza, la bota abolló el guardabarros.
La maldita caja de mierda estaba atascada a un lado de la carretera. En algún sitio elegido al azar de la Ruta 14, a veinticinco millas del centro de la ciudad.
Le había llevado un buena hora enfrente del ordenador de U encontrar el coche, porque la señal LoJack* fue bloqueada a causa de Dios sabía que. Cuando la maldita señal apareció en la pantalla, el Taurus se movía velozmente. Si O hubiera llevado refuerzos, habría dejado a alguien pegado al ordenador mientras pegaba el camión e iba tras el sedán. Pero U estaba cazando en el centro, y sacarlo a él o a cualquier otro de la patrulla habría llamado mucho la atención.
Y O ya tenía suficientes problemas… problemas que estaban haciendo sonar su móvil otra vez siendo esta la llamada número ochocientos. La cosa había empezado a sonar hacía veinte minutos, y desde entonces las llamadas no habían parado de llegar. Sacó el Nokia de la chaqueta de cuero. El identificador de llamadas mostraba el número como desconocido. Probablemente U, o aún peor, el señor X.
Había corrido la voz de que el Centro había sido incinerado.
Cuando el móvil dejó de sonar, O marco el número de U. Tan pronto contesto, O dijo -¿Me estabas buscando?
– Cristo, ¿Qué paso ahí afuera? ¡El señor X dijo que el lugar estaba destruido!
– No sé lo que paso.
– Pero estabas allí, ¿verdad? Dijiste que ibas a ir.
– ¿Le dijiste eso al señor X?
– Si. Y escucha, será mejor que te cuides. El Fore-lesser esta furioso y buscándote.
O se apoyo contra la fría carrocería del Taurus. Infierno sagrado. No tenía tiempo para esto. Su esposa estaba de algún lugar, apartada de él, viva o muerta, y sin importar en que estado se encontrara, necesitaba tenerla de regreso. Luego tenía que ir detrás de ese Hermano con la cicatriz que la había secuestrado y poner a ese feo bastardo bajo tierra. Duramente.
– ¿O? ¿Estás ahí?
Maldita sea… Tal vez debería haberlo dispuesto para que pareciera como si hubiera muerto en la explosión. Podría haber dejado el camión en el lugar para desaparecer caminando a través del bosque. Si, pero ¿y después, que? No tenía dinero, ni transporte, ni refuerzos contra la Hermandad mientras iba detrás del de la cicatriz. Sería un ASHI [9] lesser, lo que significaba que si alguien se daba cuenta de su acto de desaparición, toda la Sociedad lo cazaría como a un perro.
– ¿O?
– Honestamente no sé lo que pasó. Cuando llegué allí era polvo.
– El señor X piensa que incendiaste el lugar.
– Claro que lo piensa. Asumir eso es conveniente para él, aunque si lo piensas no tengo motivos. Te llamaré después.
Cerró el móvil y lo guardó en la chaqueta. Luego volvió a sacarlo y lo apagó.
Mientras se frotaba la cara, no podía sentir nada, y no era a causa del frío.
Amigo, estaba de mierda hasta las cejas. El señor X necesitaba culpar a alguien de esa pila de cenizas, y O iba a ser esa persona. Si no lo mataban en el acto, el castigo ideado para él sería muy severo. Dios sabía que la última vez que le habían dado una reprimenda el Omega casi lo había matado. Maldito fuera… ¿Cuáles eran sus opciones?
Cuando la solución le llego, se estremeció. Pero el táctico en él se regocijó.
El primer paso era tener acceso a los pergaminos de la Sociedad antes de que el señor X lo encontrara. Eso significaba que necesitaba una conexión a Internet. Lo que quería decir que iba a volver donde U.
John dejó el estudio de Wrath y caminó por el pasillo hacia la izquierda, manteniéndose cerca de Tohr. Había puertas más o menos cada nueve metros, dispuestas en la pared contraria al balcón, como si se tratara de un hotel. ¿Cuánta gente vivía allí?
Tohr se detuvo y llamó en una de las puertas. Como no obtuvo respuesta volvió a golpear y dijo:
– Phury, tío ¿tienes un segundo?
– ¿Me estabas buscando? -llegó una profunda voz desde atrás de ellos.
Un hombre con un montón de precioso cabello venía caminando por el pasillo. Aquello de su cabeza era de todos los diferentes colores, cayéndole sobre la espalda en ondas. Le sonrió a John, luego miró a Tohr.
– Hey, hermano -dijo Tohr. Luego ambos cambiaron para hablar en el Idioma Antiguo mientras el hombre abría la puerta.
John miró dentro del dormitorio. Había una enorme y antigua cama con dosel con almohadas alineadas contra el cabecero tallado. Montones de elegantes cosas decorativas. El lugar olía a Starbucks.
El hombre del cabello volvió a hablar en español y lo miró con una sonrisa.
– John, soy Phury. Creo que ambos iremos a ver al médico esta noche.
Tohr puso la mano sobre el hombro de John.
– Entonces, te veo después, ¿vale? Tienes el número de mi móvil. Sólo envíame un mensaje de texto si necesitas algo.
John asintió y miro como Tohr salía de la habitación a zancadas. Ver alejarse esos amplios hombros lo hizo sentir muy solo.
Al menos hasta que Phury dijo quedamente,
– No te preocupes. Nunca está muy lejos, y te cuidaré muy bien.
John miró hacia arriba a esos cálidos ojos amarillos. Wow… Las cosas eran del color de los jilgueros. Cuando se dio cuenta de que se estaba relajando, reconoció el nombre. Phury… este era el hombre que sería uno de sus profesores.
Bien, -pensó John.
– Entra. Acabo de llegar de hacer un pequeño recado.
Al cruzar la puerta, el humeante olor a café se hizo más fuerte.
– ¿Alguna vez has ido a ver a Havers?
John negó con la cabeza y descubrió un sillón contra una ventana. Fue hacia allí y se sentó.
– Bueno, no tienes nada de que preocuparte. Nos aseguraremos de que te traten bien. Así que ¿supongo que te tomaran una muestra de sangre?
John asintió. Tohr le había dicho que iban a sacarle sangre y a hacerle un examen físico. Probablemente ambas cosas fueran buena idea, dada la parálisis, la caída y el temblor que había sufrido en el despacho de Wrath.
Sacó su bloc y escribió, ¿Por qué vas tú al médico?
Phury se acercó y miró lo que estaba escribiendo. Con un ágil giro de su gran cuerpo, apoyó una enorme bota de vaquero en el borde del sillón. John se alejó un poco mientras el hombre se remangaba los pantalones de cuero.
Oh, Dios mío… la parte inferior de su pierna estaba hecha de varillas y tornillos.
John extendió la mano para tocar el reluciente metal, y miró hacia arriba. No se había dado cuenta de que se tocaba la garganta hasta que Phury sonrió.
– Si, lo sé todo acerca de lo que significa perder una parte de ti.
John miró de vuelta al miembro artificial y cabeceo.
– ¿Qué como pasó? -cuando John asintió, Phury dudo y luego dijo-. Me la arranqué de un disparo.
La puerta se abrió de golpe y la dura voz de un macho inundó la habitación.
– Necesito saber…
John volvió la mirada mientras las palabras morían. Luego se encogió nuevamente en el sillón.
El hombre que estaba en la entrada tenía una cicatriz, la cara desfigurada por un corte que la atravesaba por la mitad. Pero no fue eso lo que hizo que John quisiera encogerse fuera de la vista. Los negros ojos en ese rostro arruinado eran como sombras de una casa abandonada, llena de cosas que probablemente te lastimarían.
Y para remate, el hombre tenía sangre fresca sobre la pernera de los pantalones y sobre la bota izquierda.
Esa mirada cruel se estrechó y dio de lleno en la cara de John como una ráfaga de aire helado.
– ¿Qué estás mirando?
Phury bajo la pierna.
– Z…
– Te hice una pregunta, niño.
John garabateó en el bloc. Escribió rápido y le entregó apresuradamente la hoja al otro hombre, pero de alguna forma esto sólo empeoro la situación.
El deforme labio superior se levantó, revelando imponentes colmillos.
– A la mierda, chaval.
– Para ya, Z -interrumpió Phury-. Es mudo. No puede hablar -Phury ladeó el bloc hacia él-. Se esta disculpando.
John resistió el impulso de esconderse detrás del sillón cuando quedó expuesto a la vista. Pero entonces la agresividad que irradiaba el hombre se suavizo.
– ¿No puedes hablar para nada?
John sacudió la cabeza.
– Bueno, yo no sé leer. Así que estamos BJ [10] tú y yo.
John movió rápidamente su Bic. Mientras le tendía el bloc a Phury, el macho de la mirada negra frunció el ceño.
– ¿Qué ha escrito el chaval?
– Dice que está bien. Que es bueno escuchando. Que tú puedes llevar toda la conversación.
Esos ojos sin alma se apartaron.
– No tengo nada que decir. Ahora ¿Cómo mierda regulo el termostato?
– Ah, veintiún grados -Phury fue hacia el otro lado de la habitación-. El indicador debe señalar aquí. ¿Lo ves?
– No lo giré lo suficiente.
– Y debes asegurarte que el interruptor de abajo esté en el extremo derecho. De otra forma, no importa donde este señalando el indicador, no calentara.
– Si… vale. ¿Y puedes leerme lo que pone aquí?
Phury miró al trozo de papel.
– Es la información para la dosis de la inyección.
– No jodas. ¿Y que hago?
– ¿Esta intranquila?
– Ahora, no, pero quiero que llenes esto por mi y me digas que debo hacer. Necesito tener una dosis preparada por si Havers no puede venir deprisa.
Phury tomó el frasco y desenvolvió la aguja.
– Vale.
– Hazlo bien -cuando Phury terminó con la jeringa, la volvió a tapar y luego se pusieron a hablar en el Idioma Antiguo. Luego el tío horripilante preguntó-. ¿Cuánto tiempo estarás ausente?
– Tal vez una hora.
– Entonces, primero hazme un favor. Deshazte de ese sedan en el que la traje.
– Ya lo hice.
El hombre de la cicatriz asintió y dejo la habitación cerrando la puerta.
Phury se puso las manos sobre las caderas y miró el suelo.
Luego fue hacia una caja de caoba que había sobre el escritorio y sacó lo que parecía un porro. Sosteniendo el cigarrillo liado a mano entre el pulgar y el índice, lo encendió aspirando profundamente, manteniendo el humo en sus pulmones por un momento para luego exhalar lentamente, cerrando los ojos. Cuando exhaló, el humo olía como una combinación de granos de café tostado y chocolate caliente. Delicioso.
Cuando los músculos de John se relajaron, se preguntó de qué estaría hecha esa cosa. Estaba seguro de que no era marihuana. Pero no era un cigarrillo común.
¿Quien es él? -escribió John, y le mostró el bloc.
– Zsadist. Mi gemelo -Phury se echo a reír brevemente cuando a John se le aflojó la mandíbula-. Si, lo sé, no nos parecemos mucho. Al menos, ya no. Escucha, es un poco sensible, así que probablemente quieras darle un poco de espacio.
No jodas, -pensó John.
Phury se colocó una funda sobaquera y puso una pistola en uno de los lados y una daga negra en el otro. Fue hacia un armario y volvió luciendo un chaquetón de cuero negro.
Puso el porro o lo que fuera en un cenicero de plata cercano a la cama.
– Bueno, vamos.