CAPÍTULO 30

Zsadist pasó el día en el centro de entrenamiento. Trabajó contra el saco de boxeo. Levantó pesas. Corrió. Levantó más pesas. Practicó con las dagas. Cuando volvió a la casa eran casi las cuatro y estaba listo para salir a cazar.

En el momento que puso un pie en el vestíbulo, se paró. Algo iba mal.

Miró alrededor del vestíbulo. Levantó la vista hacia el segundo piso. Escuchó los misteriosos sonidos. Cuando olió el aire, todo lo que pudo oler era que el desayuno que se estaba sirviendo en el comedor y fue hacia allí, convencido de que algo estaba mal, pero incapaz de encontrar qué era. Encontró a los Hermanos sentados y demasiado quietos, a pesar de que Mary y Beth estaban comiendo y hablando tranquilamente. Bella no estaba a la vista.

Le interesaba poco la comida, pero se dirigió al asiento vacío junto a Vishous de todas formas. Mientras se sentaba sintió el cuerpo tenso, y supo que era del ejercicio duro que había hecho durante el día.

– ¿Se ha movido el Explorer? -le preguntó a su hermano.

– No hasta que he venido a comer. Lo comprobaré tan pronto como vuelva, pero no te preocupes. El ordenador puede rastrear cualquier ruta que tome incluso si no estoy allí. Seremos capaces de ver el rastro.

– ¿Estás seguro?

Vishous le envió una mirada seca.

– Sí, lo estoy. Yo mismo diseñé el programa.

Z asintió, entonces se puso una mano bajo la barbilla y crujió el cuello. Tío, estaba tieso.

Un segundo después, Fritz llegó con dos lustrosas manzanas y un cuchillo. Después de darle las gracias al mayordomo, Z empezó a trabajar en una de las Granny Smiths. Mientras la pelaba, se acomodó en la silla. Mierda… sentía las piernas raras, y también la parte baja de la espalda. ¿Quizás había empujado demasiado? Se movió de nuevo en el asiento, y se volvió a centrar en la manzana, girándola una y otra vez en la mano, manteniendo la hoja apretada contra la carne blanca. Casi la traspasa cuando se dio cuenta de que estaba cruzando y descruzando las piernas bajo la mesa como una jodida Rockette.

Miró a los otros hombres. V estaba lanzando al aire el mechero, abriéndolo y cerrándolo y golpeando con el pie. Rhage estaba masajeándose los hombros. Ahora la parte de arriba del brazo. Ahora su pectoral derecho. Phury hacía círculos con la taza de café y se mordisqueaba el labio inferior mientras tamborileaba los dedos. Wrath estaba haciendo girar la cabeza, derecha, izquierda, adelante, atrás, tenso como una línea de alta tensión. Butch parecía estar nervioso también.

Ninguno de ellos, ni siquiera Rhage, había comido.

Pero Mary y Beth estaban lo suficientemente normal cuando se levantaron a vaciar sus platos. Empezaron a reírse y a discutir con Fritz que deberían ayudarlo a traer más fruta y café.

Las mujeres acababan de dejar la habitación cuando la primera ola de energía pulsó a través de la casa. La oleada invisible fue directamente a la cosa entre las piernas de Zsadist, endureciéndola instantáneamente. Se tensó y vio como los Hermanos y Butch se habían quedado helados también, como si cada uno de ellos se preguntara si realmente lo había sentido.

Un momento más tarde una segunda ola golpeó. La cosa en los pantalones de Z se tensó incluso más rápido, rápida como la maldición que le salió de la boca.

– Sagrada mierda -dijo alguien con un gruñido.

– Esto no puede estar pasando -otro gruñido.

La puerta del mayordomo se balanceó y Beth entró, con una bandeja de fruta cortada en las manos.

– Mary trae más café…

Wrath se levantó tan rápido que su silla se inclinó y cayó al suelo. Acechó a Beth… le quitó la bandeja de las manos y la dejó descuidadamente sobre la mesa. Mientras fresas cortadas y trozos de melón saltaban de la planta y caían en la caoba, Beth lo fusiló con la mirada.

– Wrath, ¿qué es…

Él la apretó contra su cuerpo, besándola tan dura y profundamente, inclinándola hacia atrás como si fuera a reptar por ella en frente de la Hermandad. Sin separar las bocas la cogió por la cintura y la levanto por el trasero. Beth se rió suavemente y le rodeó las caderas con las piernas. La cara del Rey estaba enterrada en el cuello de su leelan mientras salía a zancadas de la habitación.

Otra ola retumbó por la casa, estremeciendo los cuerpos masculinos de la habitación. Zsadist se agarró al borde de la mesa, y no fue el único. Los nudillos de Vishous se pusieron blancos de lo duro que estaba sujetándose a la cosa.

Bella… debía de ser Bella. Tenía que ser. Bella había entrado en su necesidad.

Havers se lo había advertido, pensó Z. Cuando el doctor le hizo el examen interno, dijo que parecía estar próxima a su época fértil.

Sagrado infierno. Una mujer en su necesidad. En una casa con seis hombres.

Sólo era cuestión de tiempo antes de que uno de los Hermanos diera rienda suelta a sus instintos sexuales. Y el peligro para todos era muy real.

Cuando Mary atravesó la puerta del mayordomo, Rhage fue tras ella como un tanque, arrancándole la cafetera de las manos y soltándola en el aparador de tal forma que patinó y salpicó. La levantó contra la pared y la cubrió con su cuerpo, bajando la cabeza, su ronroneo erótico fue tan fuerte que hizo tintinear el cristal de la lámpara de araña. El sobresaltado boqueo de Mary fue seguido de un suspiro muy femenino.

Rhage la cogió en brazos y salió de la habitación como un rayo.

Butch bajó la mirada hacia su regazo y después la levantó hacia el resto de ellos.

– Escuchad, no es por ser desagradable, pero está alguien más… ah…

– Si -dijo V con los labios apretados.

– ¿Quieres decirme qué demonios está pasando aquí?

– Bella está teniendo su necesidad -dijo V, tirando su servilleta-. Cristo. ¿Cuánto falta para el anochecer?

Phury miró su reloj.

– Casi 2 horas.

– Para entonces estaremos en un aprieto. Dime que tienes algo de humo rojo.

– Si, un montón.

– Butch, hazte un favor y lárgate de la finca rápidamente. El Pit no estará lo suficientemente lejos de ella. No creía que los humanos pudieran responder, pero ya que tú lo haces, mejor que te vayas antes de que te absorba.

Otro golpe los asaltó, y Z se desplomó contra la silla, sus caderas ondularon involuntariamente. Escuchó los gemidos de los otros y se dio cuenta que estaban hundidos en la mierda. No importaba lo civilizados que pretendieran ser, los hombres no podían evitar responder a una mujer en su periodo fértil, y sus urgencias sexuales se incrementarían a medida que la necesidad progresara y se hiciera más fuerte.

Si no fuera por la luz del sol, ellos se podrían haber salvado marchándose. Pero estaban atrapados en el recinto, y para el momento en que estuviera lo suficientemente oscuro para poder salir, podría ser demasiado tarde. Después de una exposición prolongada, los hombres instintivamente se resistían a alejarse de la mujer. No importaba lo que sus cerebros les dijeran, sus cuerpos lucharían contra la llamada al alejamiento, y si ellos se apartaban de ella, sufrirían las punzadas de la retirada que serían peor que sus anhelos. Wrath y Rhage tenían salida a su respuesta, pero el resto de los Hermanos estaban en problemas. Su única esperanza era drogarse.

Y Bella… Oh, Dios… A ella iba a dolerle más que a todos ellos juntos.

V se levantó de la mesa, apoyándose en el respaldo de la silla.

– Vamos, Phury. Necesitamos empezar a fumar. Ahora. Z, ¿vas a ir con ella, no?

Zsadist cerró los ojos.

– ¿Z? Z, vas a servirla… ¿no?


John levantó la vista de la mesa de la cocina cuando el teléfono sonó. Sal y Regin, los doggen de la familia, estaban fuera comprando comida. Respondió a la llamada.

– John, ¿eres tú? -Era Tohr en la línea de abajo.

John silbó y tomo otro bocado de arroz blanco con salsa de jengibre.

– Escucha, por hoy se han cancelado las clases. Estoy llamando a todas las familias ahora.

John bajó el tenedor y silbó una nota más alta.

– Hay una… complicación en el recinto. Pero deberíamos volver mañana o la siguiente noche. Veremos cómo van las cosas. A la luz de esto, hemos cambiado tu cita con Havers. Butch va a ir a buscarte ahora mismo, ¿okay?

John silbó dos veces, en soplos cortos y pequeños.

– Bueno… él es humano, pero es guay. Confío en él. -El timbre de la puerta sonó-. Ese es él probablemente… Sí, es Butch. Puedo verle en el video monitor. Escucha, John… sobre el tema del terapeuta. Si eso te asusta, no tienes que volver, ¿okay? Yo no voy a dejar que nada lo haga.

John silbó en el teléfono y pensó. Gracias.

Tohr se rió suavemente.

– Si, a mí tampoco me va mucho esa mierda emotiva… ¡Ouch! Wellsie, ¿qué demonios pasa?

Hubo una rápida conversación en el Lenguaje Antiguo.

– De cualquier forma -dijo Tohr al teléfono-. Mándame un mensaje de texto cuando acabes, ¿okay?

John silbó dos veces, colgó, y puso el plato y el tenedor en el fregadero.

Terapia… entrenamiento… Ninguna de las dos era algo por lo que esperar, pero todas estas cosas eran lo mismo, iba a tomar cualquier ventaja sobre Lash cualquier día. Demonios, por lo menos la cita con el médico no duraría más de 60 minutos. Lash había tenido que tratar con él durante horas.

En la salida cogió su chaqueta y el bloc de notas. Cuando abrió la puerta el gran humano estaba de pie delante de él mirando hacia abajo y sonriéndole.

– Hola, tio. Soy Butch. Butch O'Neal. Tu taxi.

Guau. Este Butch O'Neal era… bueno, el tipo estaba vestido como un modelo de GQ, para empezar. Debajo de un abrigo negro de cachemir llevaba un original traje de rayas, una corbata roja impresionante, una camisa blanca brillante. El pelo negro le caía sobre la frente en un estilo casual, como peinado con los dedos de manera totalmente fascinante.

Y los zapatos… guau. Gucci, realmente Gucci… piel negra, con una cenefa roja y verde, y un brillante adorno dorado.

Lo curioso era que no era guapo, no del tipo Don Perfecto, al menos. El tipo tenía una nariz que había sido claramente rota dos o tres veces, y los ojos color avellana eran demasiado sagaces y agotados para ser considerados atractivos. Pero era como un arma cargada: tenía una inteligencia aguda y le rodeaba un poder peligroso que respetabas. Porque la combinación era de un rotundo asesino, literalmente.

– ¿John? ¿Estamos bien?

John silbó y sacó la mano. Ellos se saludaron y Butch sonrió de nuevo.

– Así que ¿estás listo para ir? -preguntó el hombre un poco más gentilmente. Como se le había dicho, John tenía que volver a ver a Havers para “hablar con alguien”.

Dios… ¿Tenía que saberlo todo el mundo?

Mientras John cerraba la puerta, se imaginó que los tipos de la clase de entrenamiento se enteraban y quiso vomitar.

Él y Butch caminaron hacia el Escalade negro con ventanas tintadas y algo realmente cromado (tipo de pintura para coches) en las ruedas. En el interior, el coche estaba cálido y olía a cuero y a la impresionante colonia que Butch llevaba.

Arrancaron y Butch encendió el estéreo, Mystikal sonó a través del coche. Mientras John miraba por las ventanillas, las nubes de tormenta y la luz melocotón que estaba manando del cielo, deseó realmente que estuvieran yendo a cualquier otro sitio. Bueno, excepto a clase.

– Así que John -dijo Butch-, no voy a fingir. Se por qué estás yendo a la clínica, y quiero decirte que yo tuve que ir al psiquiatra también.

Cuando John lo miró con sorpresa, el hombre asintió.

– Si, cuando yo estaba en la policía. Fui detective de homicidios durante 10 años, y en homicidios ves algunas preciosas cosas que te horrorizan. Siempre había algún tipo profundamente sincero, con gafas de abuela y un diván, incordiándome para que hablara. Lo odiaba.

John respiró hondo, curiosamente tranquilizado porque al tipo no le había gustado mucho más la experiencia de lo que le estaba gustando a él.

– Pero lo divertido fue… -Butch hizo el stop y puso las intermitentes. Un segundo después se lanzaron al tráfico-. Lo divertido fue… que creo que me ayudó. No cuando yo estaba sentado enfrente del Dr. Earnest, comparte-tus-sentimientos súper héroe. Francamente, quería salir corriendo todo el tiempo, me hormigueaba la piel mucho. Fue sólo… después, he pensado en las cosas que hablamos. Y, ¿sabes?, tuvo algunos puntos válidos. Me refrescó sacar cosas fuera, incluso aunque yo creyera que estaba bien. Así que fue del todo bueno.

John inclinó la cabeza hacia un lado.

– ¿Qué vi? -murmuró Butch. El hombre permaneció en silencio durante un largo rato. No fue hasta que giraron hacia otro vecindario muy lujoso que contestó-. Nada especial, hijo. Nada especial.

Butch giró hacia una entrada, se paró en un par de puertas y bajó la ventanilla. Después de que él pulsara el intercomunicador y dijera su nombre, se les permitió pasar.

Cuando aparcó el Escalade detrás de una mansión estucada del tamaño de un instituto, John abrió su puerta. Cuando encontró a Butch al otro lado del todoterreno, se dio cuenta de que había sacado una pistola: Tenía la cosa en la mano y la sostenía contra el muslo, casi no se notaba.

John había visto éste truco antes. Phury se había armado de forma parecida cuando fueron los dos a la clínica hacía un par de noches. ¿No estaban los Hermanos seguros ahí?

John miró alrededor. Todo parecía realmente normal, para una propiedad de lujo.

Quizás los Hermanos no estaban seguros en ningún lugar.

Butch tomó a John del brazo y caminó rápidamente hacia la puerta de hierro macizo, escudriñando todo el tiempo los diez coches aparcados detrás de la casa, los robles de la periferia, los otros dos coches aparcados en lo que parecía la entrada de la cocina. John corrió para mantenerse a su ritmo.

Cuando llegaron a la puerta de atrás Butch le mostró la cara a una cámara, y los paneles de hierro enfrente de ellos hicieron pequeño chasquido y se deslizaron hacia atrás. Cuando entraron en un vestíbulo, las puertas se cerraron tras ellos, y un montacargas se abrió. Lo cogieron para bajar un nivel y salieron.

Enfrente de ellos estaba una enfermera que John reconoció de antes. Cuando ella sonrió y les dio la enhorabuena, Butch guardó la pistola en la funda bajo su brazo izquierdo.

La enfermera señaló con una mano hacia el pasillo.

– Petrilla está esperando.

Apretando su cuaderno, John respiró hondo y siguió a la mujer, sintiéndose como si fuera hacia la horca.


Z se detuvo enfrente de la puerta de la habitación. Iba simplemente a comprobar cómo estaba Bella y después iba a ir en línea recta hacia la habitación de Phury y conseguir sentirse bien y drogado. Odiaba cualquier tipo de bienestar producido por las drogas, pero todo era mejor que ésta vehemente urgencia de tener sexo.

Abrió de golpe la puerta y se apoyó en el marco. El aroma del cuarto era como un jardín en plena flor, la cosa más adorable que alguna vez le había entrado por la nariz.

El frente de sus pantalones saltó, la cosa clamaba por salir.

– ¿Bella? -dijo a la oscuridad.

Cuando oyó un gemido, entró, cerrando la puerta tras él.

Oh, Dios. El perfume de ella… Comenzó un profundo gruñido desde el fondo de su garganta, y dobló los dedos como garras. Los pies lo llevaron, caminando hacia la cama, sus instintos dejaban su mente atrás.

Bella estaba retorciéndose encima de las mantas, enredada en las sábanas. Cuando lo vio gritó, pero entonces se sentó, como si deseara calmarse.

– Estoy bien. -Rodó sobre su estómago, juntando los muslos mientras tiraba del edredón sobre su cuerpo-. Estoy… realmente… Va a ser…

Otra oleada salió de ella, tan fuerte que lo impulsó hacia atrás mientras ella se plegaba como una pelota.

– Vete -gimió ella-. Es peor… cuando estás aquí. Oh… Dios

Cuando ella soltó una enfurecida maldición, Z volvió a trompicones a la puerta a pesar de que su cuerpo rugía para quedarse.

Conseguir salir al pasillo fue como apartar a un mastín de su objetivo, y una vez que cerró la puerta corrió buscando a Phury.

Por todo el pasillo de las estatuas podía olerse lo que habían encendido su hermano y V. Y cuando él irrumpió en la habitación, el manto de humo era ya casi tan espeso como la niebla.

Vishous y Phury estaban en la cama, con gruesos cigarros entre los dedos, con las bocas apretadas y los cuerpos tensos.

– ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -preguntó V.

– Dame algo -dijo apuntando con la cabeza a la caja de caoba entre ellos.

– ¿Por qué la has dejado? -V aspiró duro, la punta anaranjada resplandeció más brillante-. La necesidad no ha pasado.

– Ella dijo que era peor si yo estaba allí. -Z se inclinó hacia su gemelo y cogió uno de los liados a mano. Tuvo problemas para encenderlo porque le temblaban horriblemente las manos.

– ¿Cómo es posible?

– ¿Tengo pinta de tener alguna experiencia con esa mierda?

– Pero se supone que es mejor si tiene un hombre con ella. -V se restregó la cara, entonces lo miró con incredulidad-. Espera un minuto… no has follado con ella, ¿verdad? ¿Z…? Z, contesta a la jodida pregunta.

– No, no lo he hecho -dijo bruscamente, consciente de que Phury estaba muy, muy callado.

– ¿Cómo puedes dejar a esa pobre mujer sin servirla en su condición?

– Ella dijo que estaba bien.

– Si, bueno, sólo está empezando. Ella no va a estar bien. La única forma de aliviar el dolor es si un hombre termina dentro de ella, ¿me entiendes? No puedes dejarla así. Es cruel.

Z se dirigió a una de las ventanas. Las persianas todavía estaban cerradas porque era de día, y él pensó en el sol, aquel enorme, brillante carcelero. Dios, deseaba salir de la casa. Sentía como si una trampa se estuviera cerrando sobre él, y la urgencia por salir corriendo era casi tan mala como la lujuria que desarbolaba su cuerpo.

Pensó en Phury, que estaba manteniendo la mirada baja y no decía ni una palabra.

Ahora es tu oportunidad, pensó Z. Sólo manda a tu gemelo pasillo abajo hacia ella. Envíalo a servirla en su necesidad.

Vamos. Dile que salga de ésta habitación y vaya a la tuya y se quite la ropa y la cubra con su cuerpo.

Oh… Dios…

La voz de Vishous cortó su auto-tortura, el tono era irritantemente razonable.

– Zsadist, está mal y tú lo sabes, ¿verdad? No puedes hacerle esto, ella está…

– Qué tal si dejas de joder, mi hermano.

Hubo un corto silencio.

– Okay, Yo cuidaré de ella.

Z levantó la cabeza rápidamente mientras Vishous apagaba el cigarro y se ponía de pie. Mientras se colocaba los pantalones de cuero, su despertar erótico fue obvio.

Zsadist se lanzó a través del cuarto tan rápido que ni siquiera sintió los pies. Tiró a Vishous al suelo y con las manos rodeó el grueso cuello del hermano. Cuando los colmillos se le dispararon del labio superior como cuchillos, los descubrió con un silbido.

– Acércate a ella y te mataré.

Hubo una loca carrera tras él, sin duda Phury corriendo a separarlos, pero V mandó al garete cualquier intento de rescate.

– ¡Phury! ¡No! -V hizo entrar a la fuerza algo de aire-. Entre él… y yo.

Los ojos como diamantes de Vishous eran agudos mientras miraba hacia arriba, y aunque luchaba por tener aliento, su voz fue tan fuerte como siempre.

– Relájate, Zsadist… jodido loco… -Respiró profundamente-. No voy a ir a ningún sitio… Sólo necesitaba tener tu atención. Ahora suelta… tú agarre.

Z aflojó la presa, pero no soltó al hermano.

Vishous inhaló fuertemente. Un par de veces.

– ¿Sientes tu corriente en éstos momentos, Z? ¿Sientes ésta urgencia territorial? Estás unido a ella.

Z quiso negarlo, pero era difícil hacerlo, considerando la rutina de defensa que acababa de tirar. Y el hecho de que todavía tenía las manos alrededor del cuello del hombre.

La voz de V bajó hasta que se convirtió en un susurro.

– Tu camino hacia el infierno te espera. Ella está bajando por ese vestíbulo. No seas tonto. Vete con ella. Yo os cuidaré a los dos.

Z balanceó la pierna y se dejó caer, permitiéndose rodar por el suelo. Para evitar pensar en caminos y sexo, quiso saber tontamente qué habría pasado con el cigarro que estaba fumando. Mirando hacia la ventana, notó que había tenido la decencia de apoyarlo en el alfeizar antes de lanzarse hacia Vishous como un cohete.

Bien, ¿no era él un caballero?.

– Ella puede curarte -dijo V.

– Yo no estoy buscando ser curado. Además, no quiero dejarla embarazada, ¿entiendes? Menudo jodido lío que sería eso.

– ¿Es su primera vez?

– No lo sé.

– Si lo es, las posibilidades son prácticamente nulas.

– 'Prácticamente' no es lo suficiente bueno. ¿Qué más puede ayudarla?

Phury habló desde la cama.

– Todavía tienes la morfina, ¿no? ¿Ya sabes, aquella jeringuilla que preparé con lo que Havers había dejado? Úsala. He oído que es lo que hacen las mujeres que no están unidas.

V se sentó, balanceando los gruesos brazos hacia las rodillas. Cuando se echó el pelo hacia atrás, el tatuaje que se extendía por su sien derecha brilló.

– No solucionará completamente el problema, pero seguro como la mierda que es mejor que nada.

Otra ola de calor se rizó a través del aire. Los tres gimieron y quedaron momentáneamente incapacitados, sus cuerpos golpeando, tensándose, queriendo ir donde sabían que eran necesitados, donde podían ser usados para aliviar el dolor de una mujer.

Tan pronto como fue capaz Z se puso en pie. Mientras se marchaba, Vishous estaba trepando a la cama de Phury y encendiendo un cigarro de nuevo.

Cuando Z regresó al otro extremo de la casa, se reforzó antes de volver a entrar en el cuarto. Abriendo la puerta no se atrevió a mirar en la dirección de ella mientras forzaba a su cuerpo a dirigirse al escritorio.

Encontró las jeringas y recogió la que Phury había llenado. Tomando una profunda respiración se giró, sólo para descubrir que la cama estaba vacía.

– ¿Bella? -Caminó hacia ella-. Bella, dónde…

Se la encontró encogida en el suelo, con una almohada entre las piernas, el cuerpo temblándole.

Ella empezó a sollozar mientras él se arrodillaba a su lado.

– Duele…

– Oh, Dios… Lo sé, nalla. -Él le apartó el pelo de los ojos-. Yo te cuidaré.

– Por favor… me duele mucho. -Ella se dio la vuelta, los pechos tensos y las puntas de un rojo brillante… Hermosa. Irresistible-. Duele. Duele tanto. Zsadist, no va a parar. Se está poniendo peor. Du…

En una oleada masiva, ella onduló desenfrenadamente, una explosión de energía surgiendo de su cuerpo. La fuerza de las hormonas que ella emitía lo cegó, y quedó tan capturado por la respuesta bestial de su cuerpo que no pudo sentir nada… a pesar de que ella se agarraba a su brazo con la suficiente fuerza como para doblarle los huesos.

Cuando el pico cayó, él se preguntó si le habría roto la muñeca. No es que le preocupara el dolor; tomaría todo el que ella necesitara causarle. Pero si ella estaba asiéndose a él tan desesperadamente, sólo podía imaginarse lo que estaba sintiendo por dentro.

Con un respingo, se dio cuenta de que ella se estaba mordiendo el labio inferior con la suficiente fuerza como para hacerlo sangrar. Le limpió la sangre de la boca con el pulgar. Entonces tuvo que restregárselo en la pernera del pantalón para no lamerlo y querer más.

Nalla… -Él miró la jeringa que tenía en las manos.

Hazlo, se dijo a sí mismo. Drógala. Quítale el dolor.

– Bella, necesito saber algo.

– ¿Qué?- gimió ella.

– ¿Es tu primera vez?

Ella asintió.

– No sabía que podía ser tan malo… Oh, Dios

Su cuerpo sufrió espasmo de nuevo, las piernas aplastaban la almohada.

Él volvió a mirar hacia la jeringa. Mejor que nada no era lo suficientemente bueno para ella, pero descargarse dentro de ella le parecía un sacrilegio. Maldita fuera, sus eyaculaciones eran la peor de las dos porquerías de opciones que tenía, pero biológicamente hablando, él podía hacer más por ella que la morfina.

Z se levantó y puso la aguja en la mesita de noche. Entonces se paró y se quitó las botas mientras se sacaba la camisa por la cabeza. Se bajó la cremallera, liberando la repugnante y doliente longitud, y quitándose los pantalones de cuero.

Él necesitaba dolor para llegar al orgasmo, pero eso no le preocupaba. Demonios, podía herirse lo suficiente como para obtener una liberación. Para eso tenía colmillos ¿no es cierto?

Bella se retorcía en la miseria, mientras él la levantaba y la colocaba sobre la cama. Ella era tan magnífica sobre las almohadas, las mejillas sonrojadas, los labios abiertos, la piel brillando por la necesidad. Pero ella estaba sufriendo.

– Shhh… tranquila -le susurró subiéndose a cama. Encima de ella.

Cuando sus pieles desnudas se rozaron, ella gimió y se mordió el labio de nuevo. Esta vez él se agachó y lamió la sangre fresca de su boca. El sabor, el hormigueo eléctrico de su lengua, le hicieron estremecerse. Lo espantó. Le recordó que llevaba más un siglo viviendo de un alimento débil.

Con una maldición empujó todo su estúpido y jodido bagaje fuera del camino y se centró en Bella. Sus piernas se apretaban bajo él, y tuvo que forzarlas a separarlas con las manos, entonces los sujetó con los muslos. Cuando le tocó el centro con la mano, se sacudió. Ella estaba ardiendo, empapada, hinchada. Ella gritó, y el orgasmo que siguió alivió su lucha un poco, sus brazos y sus piernas quedándose quietas, la respiración volviéndose menos dura.

Quizás iba a ser más fácil de lo que pensaba. Quizás Vishous estaba equivocado en que ella necesitaba tener a un hombre dentro. En ese caso, podría hundirse en ella una y otra vez. Chico, amaría hacerlo durante todo el día. La primera vez que había puesto su boca sobre ella no le había durado lo suficiente.

Él observo su ropa. Probablemente podía haberse quedado vestido…

La fuerza de la energía que salió de ella fue tan grande que fue como si le hubieran levantado sobre su cuerpo, como si manos invisibles lo hubieran empujado por el pecho. Ella gritó con angustia mientras él se cernía sobre ella. Cuando la oleada pasó se colocó de nuevo sobre ella. El orgasmo obviamente había empeorado la situación, y ahora ella lloraba tan fuerte que las lágrimas ya no caían de sus ojos. Todo lo que ella tenía era un estado de secos jadeos mientras se retorcía y se contorsionaba bajo él.

– Quédate quieta, nalla -dijo él frenéticamente-. Déjame entrar en ti.

Pero ella ya estaba demasiado lejos como para oírlo. Tuvo que usar la fuerza para mantenerla en su sitio, empujándola hacia abajo por la clavícula mientras le levantaba una pierna y la separaba hacia un lado. Trató de posicionar la cosa para la penetración moviendo las caderas, pero no podía obtener el ángulo correcto. Incluso atrapada bajo su mayor fuerza y peso, ella continuaba sacudiéndose.

Con una maldición desagradable Z buscó entre sus piernas y agarró la cosa que necesitaba usar en ella. Guió al bastardo a su umbral y entonces empujó duro, uniéndolos profundamente. Los dos gritaron.

Y entonces él bajó la cabeza y se aferró a la estimada vida, sintiéndose perdido en la sensación de su apretado y resbaladizo sexo. Su cuerpo la tomó, las cadera moviéndose como pistones, el castigador, demoledor ritmo creándole una poderosa presión en las pelotas y en el bajo vientre.

Oh, Dios… Una liberación estaba llegándole. Como la que tuvo en el cuarto de baño cuando ella lo había sostenido mientras él vomitaba. Sólo que más caliente. Más salvaje. Fuera de control.

– ¡Oh, Jesús! -gritó él.

Sus cuerpos estaban agitándose juntos y él estaba mayormente ciego, sudando sobre ella y la esencia vinculante era un rugido a gritos en su nariz… Y entonces ella dijo su nombre y se aferró a él. Su centro lo agarró con espasmos que lo ordeñaban hasta… Oh, mierda, Dios, no…

Intentó apartarse por reflejo, pero el orgasmo lo alcanzó desde atrás, disparándose por su espina dorsal y clavándosele en la parte de atrás de la cabeza mientras sentía el alivio disparándose de su cuerpo al de ella. Y la maldita cosa no paró. Le llegó en grandes olas, vertiéndose en ella, llenándola. No había nada que pudiera hacer para frenar las erupciones incluso aunque sabía que estaba derramándose en ella.

Cuando terminó el último estremecimiento, levantó la cabeza. Los ojos de Bella estaban cerrados, su respiración era uniforme, los profundos surcos de la cara habían desparecido.

Sus manos le subían por las costillas hacia los hombros y giró la cara hacia su bíceps con un suspiro. La calma en la habitación, en su cuerpo era vibrante. Así como el hecho de que él había eyaculado sólo porque ella le había hecho sentirse… bien.

¿Bien? No, eso no era suficiente. Le había hecho sentirse… vivo. Despierto.

Z le acarició el pelo, esparciendo las oscuras ondas a través de la cremosa almohada. No había habido dolor para él, para su cuerpo. Sólo placer. Un milagro…

Excepto cuando fue consciente de la humedad que había donde estaban unidos.

Las implicaciones de lo que le había hecho le hicieron ponerse nervioso, y no podía luchar contra la compulsión de limpiarla. Salió de ella rápidamente y fue al cuarto de baño donde cogió una toallita. Cuando volvió a la cama, sin embargo, ella había vuelto a ondular de nuevo, la necesidad remontaba. Miró hacia abajo a sí mismo y vio que la cosa que colgaba de su ingle y se alargó y endureció en respuesta.

– Zsadist… -gimió ella-. Esto… vuelve.

Él dejó la toallita y se montó en ella de nuevo, pero antes de introducirse en ella miró sus ojos vidriosos y tuvo un ataque de conciencia. ¿Tan alocado era que estaba ansioso por más cuando las consecuencias eran tan odiosas para ella? Buen Dios, había eyaculado en ella, y la mierda estaba sobre todas sus hermosas partes y la piel lisa de sus muslos y…

– Puedo drogarte -dijo-. Puedo hacer que no sientas dolor y no tendrías que tenerme dentro. Puedo ayudarte sin herirte.

Bajó la mirada hacia ella, esperando su respuesta, capturado entre su biología y su realidad.

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