Zsadist luchó por mantener la calma mientras Bella se alimentaba. No quería molestarla, pero con cada tirón en su vena lo que conseguía era acercarse a la perdición. La Mistress había sido la única que alguna vez se había alimentado de él, y los recuerdos de aquellas violaciones eran tan agudos como los colmillos enterrados en su muñeca ahora. El miedo llegó, duro y vivo, ninguna sombra del pasado nunca más, ahora era un pánico presente.
Mierda santa… Se estaba mareando aquí. Iba a perder el conocimiento como un completo afeminado.
En una tentativa desesperada por centrarse, se concentró en el cabello oscuro de Bella. Tenía un mechón cerca de su mano libre y la hebra brilló a la alta luz de la ducha, tan adorable, tan grueso, tan diferente del rubio de la Mistress.
Dios, el pelo de Bella parecía realmente suave… si hubiera tenido el valor, enterraría su mano- no, su cara entera- en aquellas ondas caoba. ¿Podría controlarlo? Se preguntó. ¿Estando tan cerca de una mujer? ¿O se ahogaría cuando el miedo lo golpeara?
Si fuera Bella, pensó que sería capaz de hacerlo.
Sí… realmente le gustaría poner su cara allí, en su cabello. Tal vez hurgaría en él y encontraría el camino al cuello y l… presionaría un beso. Realmente suave.
Sí… y luego podría ir moviéndose y rozaría sus labios contra su mejilla. Tal vez le dejaría hacer esto. No iría hacia su boca. No podía imaginar que ella quisiera estar cerca de su cicatriz y de todas formas el labio superior estaba jodido. Además, no sabía cómo besarla. La Mistress y sus subalternos sabían mantenerse a distancia de sus colmillos. Y después él nunca había querido acercarse tanto a una mujer.
Bella hizo una pausa e inclinó la cabeza, sus ojos de color azul zafiro giraron hacia él, comprobando para asegurase de que estaba bien.
La preocupación le mordió el orgullo. Cristo, pensar que estaba tan débil que no podía controlar la alimentación de una mujer…y que le diera vergüenza comprender que ella lo sabía mientras estaba en su vena. Incluso peor, estaba aquella expresión en su cara hacía unos momentos, aquel horror que significaba que ella había entendido de que otra manera él había sido usado además de como esclavo de sangre.
No podía soportar su compasión, no quería esas miradas de preocupación, no estaba interesado en los mimos y las caricias. Abrió la boca, para decirle que quitara su cabeza, pero en cierta forma la cólera se perdió en el viaje entre sus entrañas y su garganta.
– De acuerdo -dijo bruscamente-. El pulso está estable. Pulso firme
El alivio en los ojos de ella fue otra palmada a su culo.
Cuando comenzó a beber otra vez, él pensó, odio esto.
Bien… lo odiaba en parte. Ok, odiaba la mierda en su cabeza. Pero cuando los apacibles tirones continuaron, comprendió lo que les gustaba.
Al menos hasta que pensaba en lo que ella estaba tragando. Sangre sucia… sangre oxidada… corrosiva, infestada, repugnante. Amigo, sencillamente no podía comprender por qué había rechazado a Phury. El hombre era perfecto por dentro y por fuera. Sin embargo, estaba sobre la baldosa fría y dura, mordiendo sobre la banda de esclavo, con él. Por qué lo hacía…
Zsadist cerró los ojos. Sin duda después de todo por lo que había pasado, ella creía que no merecía nada mejor que alguien que estaba contaminado. Aquel lesser probablemente le había roto directamente su amor propio.
Amigo, como que Dios era su testigo, haría que el último aliento del bastardo desapareciera estrujado entre sus palmas.
Con un suspiro, Bella liberó su muñeca y se relajó contra la pared de la ducha, los párpados cerrados, su cuerpo débil. La seda de la ropa estaba mojada y se le adhería a las piernas, perfilando los muslos, las caderas… la unión del medio.
Mientras ello se engruesaba en sus pantalones rápidamente, quiso cortárselo.
Levantó la mirada hacia él. Medio esperaba que ella tuviera en algún ataque o algo así, e intentó no pensar en toda la fealdad que había tragado.
– ¿Estás bien? -Le preguntó él.
– Gracias -dijo con voz ronca-. Gracias por dejarme…
– Sí, ya puedes pararlo. -Dios, sentía que no la había protegido de él mismo. La esencia de la Mistress lo bombardeaba, los ecos de la crueldad de la mujer estaban atrapados en el infinito circuito de sus arterias y venas, circulando por todo su cuerpo. Y Bella acababa de tomar un poco de aquel veneno en sus entrañas.
Debería haber luchado más duramente contra ello.
– Voy a llevarte a la cama.
Como ella no se opuso, la recogió, la sacó de la ducha e hizo una pausa en el lavabo para coger una toalla.
– El espejo -murmuró-. Cubriste el espejo ¿Por qué?
No le contestó mientras se dirigía al dormitorio, no podía conversar sobre esas horribles cosas, ella no lo soportaría.
– ¿Te parezco tan mala? -susurró contra su hombro.
Cuando llegó a la cama, la puso de pie.
– La bata está mojada. Deberías quitártela. Usa esto para secarte si quieres.
Ella cogió la toalla y comenzó a aflojar el lazo de la cintura. Él rápidamente se dio la vuelta, escuchando el apresuramiento de la tela, alguna agitación y después el movimiento de las sábanas.
Cuando estuvo instalada, algo muy básico, antiguo le exigía que se tendiera con ella ahora. Y no para abrazarla. Quería estar en su interior, moviéndose… liberándose. De algún modo le parecía correcto hacerlo, darle no sólo la sangre de sus venas, finalizar con el acto sexual, también.
Estaba totalmente jodido.
Se pasó una mano por el pelo, preguntándose de dónde infiernos le había llegado la mala idea.
Amigo, tenía que alejarse de ella…
Bueno, iba a pasar pronto, no era cierto. Se marcharía por la noche. Saldría para irse a casa.
Sus instintos se volvieron locos, haciéndolo querer luchar para que permaneciera en su cama. Pero maldito su estúpido y primitivo corazón. Tenía que hacer su trabajo. Tenía que salir, encontrar a un lesser en particular y matar al jodido por ella. Era lo que tenía que hacer.
Z se dirigió hacia el armario, se puso una camisa y se armó. Mientras se colocaba la pistolera sobre el pecho, pensó en pedirle una descripción del asesino que se la había llevado. Pero no quería traumatizarla… No, se lo preguntaría Tohr, porque el hermano manejaba esa clase de cosas bien. Cuando fuera devuelta a su familia esta noche, entonces Tohr hablaría con ella.
– Me voy -dijo Z mientras se abrochaba el porta dagas de cuero que atravesaba sus costillas-. ¿Quieres que le diga a Fritz que te traiga comida antes de marcharme?
Como no hubo ninguna respuesta, miró desde el batiente de la puerta. Estaba de lado, mirándolo.
Otra ola de severo instinto lo golpeó.
Quería verla comer. Después del sexo, después de estar en su interior, quería que comiera el alimento que le traía, y quería que lo comiera de su mano. Infiernos, quería salir y matar algo para ella, traer la carne, cocinarla él mismo y alimentarla hasta que estuviera llena. Entonces quiso estar a su lado con una daga en la mano, protegiéndola mientras dormía.
Regresó al armario. Amigo, se estaba volviendo loco. Directamente loco.
– Te traeré alguna cosa.
Comprobó las hojas de sus dos dagas negras, probándolas en el interior de su antebrazo, cortándose la piel. Cuando el dolor le zumbó en el cerebro, miró fijamente la marca que Bella le había hecho sobre la muñeca.
Sacudiéndose para concentrarse, se colocó la pistolera alrededor de sus caderas y puso directamente la SIG Sausers en su gemelo. La nueve milímetros tenía la recámara llena de balas y había otros dos clips de puntas huecos en el cinturón. Resbaló un cuchillo de lanzamiento en una pequeña hebilla de su espalda y se aseguró de que tenía alguna hira shuriken. Las botas de combate eran lo siguiente. La ligera campera impermeable para cubrir el arsenal era lo último.
Cuando salió, Bella todavía tenía la vista alzada hacia él desde la cama. Sus ojos eran tan azules. Azules como la noche. Azules como…
– ¿Zsadist?
Luchó contra el impulso de golpearse a sí mismo.
– ¿Si?
– ¿Soy desagradable para ti? -Como él retrocedió, ella se puso las manos sobre la cara-. No importa.
Mientras se ocultaba de él, él pensó en la primera vez que la vio, cuando ella lo había sorprendido en el gimnasio hacia tantas semanas. Lo había asombrado, dejándolo como un estúpido y ella todavía tenía ese efecto sobre su cerebro. Era como si tuviera un interruptor del cual sólo ella tuviese el control remoto.
Se aclaró la garganta.
– Eres como siempre lo has sido para mí.
Se dio la vuelta, sólo para oír un sollozo. Entonces otro. Y otro.
Miró sobre el hombro.
– Bella… Infierno santo…
– Lo siento -le dijo dentro de las palmas-. Soy lamentable. Sólo vete. Estoy bien… lo siento, estoy bien.
Mientras se acercaba y se sentaba sobre el colchón, deseaba tener el don de las palabras.
– No tienes por qué sentirlo.
– He invadido tu cuarto, tu cama. Obligándote a dormir cerca de mí. He hecho que me des de tu vena. Soy tan… lo siento. -Suspiró y se recogió a sí misma, pero incluso así su desesperación permanecería mucho tiempo, trayendo el olor terroso de las gotas de agua sobre la acera caliente-. Sé que debería marcharme, sé que no me quieres aquí, pero sólo necesito… no me puedo ir a mi granja. El lesser me llevó de allí, por lo que no puedo soportar la idea de regresar. Y no quiero estar con mi familia. Ellos no entenderán lo que me pasa ahora y no tengo energía para explicárselo. Sólo necesito algo de tiempo, necesito de alguna manera conseguir que mi cabeza salga de ello, pero no puedo sola. Incluso aunque no quiera ver a nadie excepto…
Cuando acabó, él dijo.
– Te quedarás aquí mientras quieras.
Ella comenzó a sollozar otra vez. Maldita sea.
Esto era lo que debía decir.
– Bella… yo… -¿Qué se suponía que estaba haciendo?
Tiéndele la mano, gilipollas. Cógele la mano, pedazo de mierda.
No podía hacerlo.
– ¿Quieres que me mude? ¿Qué te dé espacio?
Más lloros, en algún sitio en medio de los cuales ella musitó:
– Te necesito.
Dios, si la había oído bien, la compadecía.
– Bella, deja de llorar. Deja de llorar y mírame. -Finalmente ella suspiró y se limpió la cara.
Cuando él estuvo seguro de que tenía su atención, le dijo- No te preocupes por nada. Te quedarás aquí mientras tú quieras. ¿Está claro?
Ella sólo lo miró fijamente.
– Asiente con la cabeza para mí, entonces sabré que me has escuchado. -Cuando ella lo hizo, él se levantó-. Y soy lo último que necesitas. Entonces deja de decir chorradas ahora mismo.
– Pero…
Se dirigió a la puerta.
– Regresaré antes del alba. Fritz sabe como encontrarme-nos, a todos.
Después de dejarla, Z cruzó el corredor de estatuas, giró a la izquierda y rápidamente pasó por delante del estudio de Wrath y por la magnífica escalera. Tres puertas más allá, él llamó. No hubo respuesta. Volvió a llamar.
Se dirigió abajo y encontró lo que buscaba en la cocina.
Mary, la mujer de Rhage, pelaba patatas. Muchas patatas. Como, un ejército de ellas. Sus ojos grises se levantaron y su cuchillo para pelar se detuvo sobre una patata Idaho golden. Miró a su alrededor, figurándose que él estaba buscando a alguien más. O tal vez sólo esperaba no quedarse a solas con él.
– ¿Podrías aplazar esto por un ratito? -dijo Z, cabeceando hacia el montón.
– Um, claro. Rhage siempre puede comer algo más. Además, de todos modos, Fritz está teniendo un berrinche porque yo iba a cocinar. ¿Qué… ah, que necesitas?
– Yo no. Bella. Ella podría necesitar ahora mismo una amiga.
Mary bajó el cuchillo y la patata a medio pelar.
– Estoy deseando verla.
– Está en mi habitación. -Z se giró, ya pensando en cual de los callejones del centro de la ciudad iba a golpear.
– ¿Zsadist?
Él se paró con la mano sobre la puerta del mayordomo.
– ¿Qué?
– Estás cuidando muy bien de ella.
Él pensó en la sangre que había dejado que tragara. Y la urgencia de tener un orgasmo en su cuerpo.
– No realmente. -Le dijo sobre el hombro.
A veces se tiene que empezar desde el principio, pensó O mientras caminaba por el parque.
Aproximadamente a trescientas yardas de dónde había aparcado el camión, los árboles cedían su paso a un prado raso. Se paró mientras todavía estaba oculto entre los pinos.
A través de la blanca manta de nieve estaba la granja donde había encontrado a su esposa y a la mortecina luz del día su casa era todo Norman Rockwell, una postal de Hallmark, la perfecta Middle América. La única cosa que faltaba era algo de humo saliendo de la chimenea de ladrillo rojo.
Sacó sus binoculares y exploró la zona, luego se concentró en la casa. Todas las huellas de neumáticos en el camino de la entrada y en la puerta hacían que se preocupase por si hubiese cambiado de manos y los promotores hubiesen venido. Pero todavía había muebles dentro, muebles que reconoció de cuando había estado allí con ella.
Dejó caer los binoculares, dejando que colgaran de su cuello y se agachó. La esperaría aquí. Si estaba viva, iría a la casa o quienquiera que la cuidara vendría a por algunas de sus cosas. Si estuviera muerta, alguien comenzaría a sacar su mierda.
Al menos, esperaba que algo así pasara. No tenía nada más para continuar, no sabía su nombre o el paradero de su familia. Además no podía adivinar dónde podría estar. Su única opción era salir y preguntar a los civiles. Como ninguna otra mujer había sido secuestrada, seguramente sería el tema de conversación dentro de su raza. El problema era que esa camino podía llevar semanas… meses. Y la información de técnicas persuasivas no era siempre sólida.
No, probablemente observando la casa conseguiría más resultados. Se sentaría y esperaría a que alguien le tendiera la mano y lo condujera hasta ella. Tal vez su trabajo sería aún más fácil y el hermano con cicatrices podría ser quien se lo mostrara.
Eso sería más o menos perfecto.
O se apoyó sobre los talones, no haciendo caso del frío viento.
Dios… esperaba que estuviera viva.