– Rehvenge quiere verte.
Phury miró por encima del vaso de agua con gas que había pedido. Uno de los enormes gorilas de ZeroSum se dirigía él, el Moro rezumaba una silenciosa amenaza.
– ¿Por alguna razón en especial?
– Usted es un cliente importante.
– Entonces debería dejarme solo.
– ¿Eso es un no?
Phury arqueó una ceja.
– Sip, eso es un no.
El Moro desapareció y regresó con refuerzos, dos tipos tan grandes como él.
– Rehvenge quiere verle.
– Sip, ya me lo dijiste.
– Ahora.
La única razón por la que Phury se deslizó fuera de la cabina fue que el trío parecía preparado para llevárselo a la fuerza, y no necesitaba la clase de atención que vendría cuando los golpeara.
Al instante en que entró en la oficina de Rehvenge, supo que el varón estaba de un peligroso estado de ánimo. No es que eso fuera nuevo.
– Dejadnos -murmuró el vampiro desde atrás de su escritorio.
Cuando la habitación quedó vacía, se sentó de nuevo en la silla, astutos ojos violetas. El instinto hizo que Phury moviera con cuidado una mano a su espalda, cerca de la daga que llevaba en el cinturón.
– He estado pensando sobre nuestro último encuentro -dijo Rehvenge, haciendo un templo con los largos dedos. La luz sobre él resaltaba los pómulos altos, la dura mandíbula y los anchos hombros. Se había recortado la cresta, la negra franja no tenía más de dos pulgadas en su cráneo-. Bien… he estado pensando sobre el hecho de que conoces mi pequeño secreto. Me siento expuesto.
Phury permaneció en silencio, preguntándose a dónde infiernos conduciría todo eso.
Revhenge empujó hacia atrás su silla cruzando las piernas, el tobillo en la rodilla. Involuntariamente se le abrió el caro traje, revelando un amplio pecho.
– Puedes imaginarte cómo me siento. Cómo me tiene.
– Prueba algún Imbien. Eso te pondrá fuera de combate.
– O puedo encender un montón de humo rojo. Cómo tú, ¿no? -El macho se pasó una mano sobre la cresta, curvó los labios en una taimada sonrisa-. Bien, realmente no me siento seguro.
Qué mentira. El tipo se mantenía rodeado de Moros que eran tan listos como mortíferos. Y era definitivamente alguien que se podría defender por sí mismo. Además, los sympath tenían ventajas en un conflicto que nadie más tenía.
Rehvenge dejó de sonreír.
– Estaba pensando que quizás podrías admitir tu secreto. Entonces estaríamos empatados.
– No tengo ninguno.
– Tonterías… Hermano -la boca de Rehvenge se curvó de nuevo en las esquinas, pero sus ojos eran de un frío púrpura-. Porque eres un miembro de la Hermandad. Tú y esos grandes machos que vienen aquí. Uno con perilla que se bebe mi vodka. El tipo con la cara destrozada que chupa a mis putas. No sé que decir del humano que siempre va contigo.
Phury miró dura y fijamente a través del escritorio.
– Estás violando todas las costumbres sociales que tiene nuestra especie. Pero de todas formas, ¿por qué esperaría un buen comportamiento de un traficante de drogas?
– Y los adictos siempre mienten. Entonces la pregunta fue inútil, ¿no?
– Ve con cuidado, amigo -dijo Phury en voz baja.
– ¿O tú qué? Estás diciendo que eres un Hermano, entonces ¿mejor me pongo en forma antes de que me hagas daño?
– La salud nunca debería ser dada por supuesta.
– ¿Por qué no lo admites? ¿O los Hermanos tenéis miedo que se rebele la raza a la que están fallando? ¿Estáis escondiéndoos de todos nosotros a causa del trabajo de mierda que estáis haciendo últimamente?
Phury se marchó.
– No sé de lo que me estás hablando.
– Sobre el humo rojo -la voz de Rehvenge fue cortante como un cuchillo-. Justamente me he quedado sin él.
Un destello de ansiedad se apretó en el pecho de Phury. Miró sobre su hombro.
– Hay otros traficantes.
– Diviértete encontrándolos.
Phury puso la mano en la manija. Cuando no giró, volvió la mirada a través de la habitación. Rehvenge le observaba, tranquilo como un gato. Atrapándolo en la oficina contra su voluntad.
Phury apretó con fuerza y tiró, rompiendo enseguida la pieza de latón. Cuando la puerta se abrió colgando, lanzó la manija sobre el escritorio de Rehvenge.
– Creo que vas a tener que arreglar esto.
Dio dos pasos antes que una mano le agarrara el brazo. La cara de Rehvenge era dura como una piedra, así como su agarre. Con el parpadeo de un ojo violeta, algo destelló entre ellos, algún tipo de cambio… una corriente.
De la nada, Phury sintió una marea abrumadora de culpabilidad, como si alguien hubiera levantado la tapa de sus más profundas preocupaciones y miedos por el futuro de la raza. Tenía que responder a eso, no podía soportar la presión.
De repente, se encontró a sí mismo hablando rápidamente.
– Vivimos y morimos por nuestro pueblo. La especie es nuestra primera y única preocupación. Peleamos cada noche y contamos las jarras de los lessers que matamos. El sigilo es la manera en que protegemos a los civiles. Cuanto menos sepan sobre nosotros, más seguros están. Eso es por lo que desaparecimos.
Tan pronto como dijo esas palabras, maldijo.
Maldito, nunca puedes confiar en un symphath, pensó. O los sentimientos que tienes mientras estás entre ellos.
– Suéltame, comedor de pecados -rechinó los dientes-. Y deja de joderme la cabeza.
El duro agarre se disolvió y Rehvenge se inclinó un poco, una medida de respeto que fue una conmoción.
– Bien, cómo sabes, guerrero. Un cargamento de humo rojo acaba de llegar.
El varón pasó rozando y caminó lentamente en la multitud, la cresta, los anchos hombros, su aura se perdía entre las personas de cuyas adicciones él se alimentaba.
Bella tomó forma delante de la casa familiar. Las luces exteriores estaban apagadas, lo cual era extraño, pero estaba llorando, así es que de cualquier forma no era que viera mucho. Pasó dentro desactivando la alarma, y entró en el vestíbulo.
¿Cómo podía Zsadist hacerle esto? Con lo que dolía, él bien pudo tener sexo con ella. Dios, siempre había sabido que sería cruel, pero eso había sido demasiado, incluso para él…
Salvo que no fuera en represalia por el desaire social, ¿no? No, eso era demasiado mezquino. Sospechaba que había mordido a esa humana como una declaración de ruptura. Porque quería enviarle un mensaje, un total e inconfundible mensaje de que Bella no era bienvenida en su vida.
Bien, pues funcionó.
Deshinchada, derrotada, miró alrededor del vestíbulo. Todo estaba igual. El empapelado azul seda, el suelo de mármol negro, la centelleante araña en lo alto. Era cómo retroceder en el tiempo. Había crecido en esta casa, el último bebé que su madre había dado a luz, la hermana mimada de un hermano que la quería, la hija de un padre que nunca conoció.
Espera un minuto. Estaba tranquilo. Demasiado tranquilo.
– ¿Mahmen? ¿Lahni? -silencio. Se enjugó las lágrimas-. ¿Lahni?
¿Dónde estaba el doggen? ¿Y su madre? Sabía que Rehv estaría fuera haciendo lo que fuera que hacía durante las noches, no esperaba verlo. Pero los otros siempre estaban en casa.
Bella caminó hacia el hueco de la escalera y gritó.
– ¿Mahmen?
Subió arriba y corrió hacia la habitación de su madre. Las sábanas de la cama estaban tiradas, todo revuelto… algo que el doggen normalmente no habría consentido. Con un sentimiento de temor bajó al vestíbulo hacia el cuarto de Rehvenge. La cama también estaba desaliñada, las sábanas de Frette y los montones y montones de edredones de piel que siempre utilizaba arrojados a un lado. El desorden era insólito.
La casa no era segura. Era por eso que Rehv había insistido que se quedara con la Hermandad.
Bella corrió por el pasillo y bajó las escaleras. Necesitaba estar fuera para desmaterializarse, porque las paredes de la mansión estaban revestidas de acero.
Salió rápidamente por la puerta… sin saber donde ir. Tampoco conocía la dirección de la casa refugio de su hermano, y era allí dónde estarían su mahmen y el doggen. No podía perder tiempo llamándole, ni en la casa.
No tenía elección. Tenía el corazón roto, estaba enojada, exhausta y la idea de regresar a la mansión de la Hermandad lo hacía peor. Pero no era estúpida. Cerró los ojos y regresó a la mansión de los Hermanos.
Zsadist terminó rápidamente con la puta, luego rastreó a Bella. Porque su sangre estaba en ella, podía sentir su materialización en algún lugar hacia el sur este. Trianguló su destino en el área de Bellman Road y la Avenida Thorne: un barrio muy lujoso. Obviamente había ido a su casa.
Sus instintos se encendieron, porque la llamada de su hermano había sido demasiado extraña. Las posibilidades eran, que algo iba mal allí. ¿Por qué si no quería el varón que se quedara con la Hermandad después de haber estado a punto de condenarla a la sehclusion?
Justo cuando Z iba a ir a por ella, la sintió viajar otra vez. Esta vez aterrizó fuera de la mansión de la Hermandad. Y se quedó allí.
Gracias a Dios. De momento no tenía que preocuparse por su seguridad.
De repente, la puerta lateral del club se abrió, y Phury salió viéndose decididamente adusto.
– ¿Te has alimentado?
– Sip.
– Entonces deberíamos ir a casa y esperar a que la fuerza nos golpee.
– Ya lo ha hecho -en cierto modo.
– Z.
Phury paró de hablar, y ambos giraron rápidamente las cabezas hacia la calle Trade. Hacia la entrada del callejón, tres hombres canosos vestidos de negro andaban en formación de uno. Los lessers se quedaron mirando fijamente como si hubieran encontrado un blanco acercándose a él.
Sin decir una palabra, Z y Phury salieron en silenciosa carrera, moviéndose ligeramente a través de la nieve recién caída. Luego llegaron a la calle Trade y giraron, los lessers no habían encontrado a ninguna víctima pero se reunieron con otro grupo… dos de los cuales tenían el pelo castaño.
Z puso la palma en la empuñadura de una daga y dirigió los ojos en el par con las cabezas oscuras. Querida Virgen del Fade, haz que uno de ellos sea el que estaba buscando.
– Contrólate, Z -siseó Phury mientras sacaba el móvil-. Permanece quieto voy a pedir refuerzos.
– Qué te parece llamar… -desenfundó la daga-mientras mato.
Z salió, manteniendo el cuchillo en el muslo, porque era un área de alta-exposición con humanos alrededor.
Los lesser lo vieron inmediatamente, y se dividieron en postura de ataque, con las rodillas dobladas, los brazos arriba. Para acorralar a los bastardos, corrió en un gran círculo alrededor, y ellos siguieron su movimiento, dando la vuelta, uniéndose en triángulo frente a él. Cuando volvió a las sombras, lo siguieron como una unidad.
Después que la oscuridad se los tragara a todos, Zsadist levantó en alto su daga negra, descubrió los colmillos, y atacó. Rogaba como el infierno que cuando el violento baile y canción acabaran uno de los lessers con cabellos oscuros tuviera las raíces blancas.