CAPÍTULO 11

Zsadist entró silenciosamente en su cuarto. Después de fijar el termostato y puso la medicina sobre la mesa, se acercó a la cama y se apoyó contra la pared, quedándose en las sombras. Quedo suspendido en el tiempo mientras se inclinó sobre Bella y valoró la leve subida y bajada de las mantas que marcaban su respiración. Podía sentir los minutos goteando en horas, y aun así no pudo moverse, aun cuando sus piernas se entumecieron.

A la luz de la vela vio su piel curarse directamente frente a sus ojos. Era milagroso, las magulladuras desvaneciéndose de la cara, la hinchazón alrededor de los ojos y los cortes desapareciendo. Gracias al profundo sueño en el que se hallaba, su cuerpo estaba eliminando los daños, y cuando su belleza fue revelada de nuevo, estuvo condenadamente agradecido. En las altas esferas en que ella se movía, evitarían a una hembra con imperfecciones de cualquier clase. Los aristócratas eran así.

Se imaginó la cara sin fallas y hermosa de su gemelo y supo que Phury debería ser el que cuidara de ella. Phury era perfecto material de salvador, y era obvio que ella le gustaba. Además a ella le gustaría despertarse a lado de un macho así. A cualquier hembra le gustaría.

Entonces ¿por qué demonios no la cogía y la ponía en la cama de Phury? Ahora mismo.

Pero no podía moverse. Y mientras la miraba ahora que estaba sobre almohadas que él nunca había usado, entre sábanas que nunca había alzado para él, recordó el pasado…

Habían pasado meses desde que el esclavo había despertado por primera vez en cautividad. En este tiempo no había nada que no le hubiera sido hecho, en él, o sobre él, y había un ritmo predecible en el abuso.

La Mistress estaba fascinada por sus partes privadas y sentía la necesidad de mostrarlas a otros machos que ella favorecía. Traía a esos forasteros a la celda, sacaba el bálsamo, y lo mostraba como un caballo premiado. Él sabía que lo hacia para mantener a los demás inseguros, ya que podía ver el placer en sus ojos cuando los machos sacudían sus cabezas con asombro.

Cuando las inevitables violaciones comenzaron, el esclavo hizo todo lo posible por salirse de su piel y huesos. Era mucho más soportable cuando podía elevarse en el aire, y subía más alto y más alto hasta que rebotaba a lo largo del techo, una nube de él mismo. Si tenia suerte, podía transformarse completamente y sólo flotar, viéndoles desde arriba, jugando a ser el testigo de la humillación, dolor y degradación de alguien más. Pero no siempre funcionaba. A veces no podía liberarse, y era forzado a soportarlo.

La Mistress siempre tuvo que usar el bálsamo sobre él, y últimamente había notado algo extraño: Incluso cuando estaba atrapado en su cuerpo y todo lo que le hacían era intenso, aun cuando los sonidos y los olores anidaban como ratas en su cerebro, había un desplazamiento curioso debajo de su cintura. Lo que fuera que sentía allí abajo era registrado como un eco, como algo separado del resto de él. Era extraño, pero estaba agradecido. Cualquier clase de entumecimiento era bueno.

Siempre que lo dejaban sólo, trabajaba para aprender a controlar los enormes músculos y huesos de después de la transición. Esto lo logró, y había atacado a los guardias varias veces, totalmente impenitente sobre sus actos de agresión. En verdad, ya no sentía que conocía a los machos que lo cuidaban, los que encontraban tal repugnancia en su tarea: Sus caras le eran familiares como figuras de sueño, sólo restos nebulosos de una vida desgraciada de la que debería haber disfrutado más.

Cada vez que lo había hecho había sido golpeado durante horas, aunque sólo sobre las palmas de las manos y las plantas de los pies, porque A la Mistress le gustaba que se mantuviera agradable a la vista. Como consecuencia de sus ofensivas, ahora era vigilado por una escuadrilla rotatoria de guerreros, todos llevaban una cota de malla por si entraban en su celda. Además, la plataforma del lecho ahora tenía cadenas empotradas que podían abrirse desde fuera, de modo que después de que hubiera sido usado, los guardias no tenían que poner en peligro sus vidas al soltarlo. Y cuando la Mistress quería venir, era drogado hasta la sumisión ya fuera por su alimento o por dardos que le disparaban por una ranura en la puerta.

Los días pasaban despacio. Estaba concentrado en encontrar la debilidad en los guardias y en alejarse tanto como pudiera de la depravación… cuando en realidad ya estaba muerto. Y tan muerto que incluso cuando estuviera lejos de la Mistress, en realidad nunca estaría vivo otra vez.

El esclavo comía en la celda, tratando de conservar las fuerzas para el siguiente enfrentamiento con los guardias, cuando vio que el panel se abría y un tubo hueco se asomaba. Salto, aunque no había donde esconderse, y sintió la primera picadura en el cuello. Sacó el dardo tan rápidamente como pudo, pero fue golpeado con otro y luego otro hasta que su cuerpo se puso pesado.

Despertó sobre el lecho, con los grilletes puestos.

La Mistress estaba sentada directamente a su lado, la cabeza baja, el cabello cubriéndole el rostro. Como si supiera que estaba consciente, poso su mirada en la de el.

– Seré comprometida.

Ah, dulce Virgen en el Fade, las palabras que había anhelado escuchar. Sería libre ahora, ya que ella no necesitaría a ningún esclavo de sangre si tenía un hellren. Podría volver a sus deberes en la cocina… el esclavo se obligó a dirigirse a ella con respeto, aunque para él fuera una hembra indigna.

– Mistress, ¿me dejará ir?

Sólo hubo silencio.

– Por favor déjeme ir -dijo él toscamente. Considerando todo por lo que había pasado, dejar su orgullo de lado por la posibilidad de ser libre era un sacrificio fácil.

– Se lo ruego, Mistress. Libéreme de este confinamiento. -Cuando ella lo miró, había lágrimas en sus ojos. -Encuentro que no puedo… tengo que mantenerte. Debo mantenerte.

Él comenzó a luchar, y cuanto más fuerte luchaba contra las ataduras mas crecía la mirada de amor sobre su cara.

– Eres tan magnífico -dijo, bajando las manos para tocarlo entre las piernas. Su cara era… melancólica, casi de adoración-. Nunca he visto un macho como tu. Si no fuera porque estas tan por debajo de mi… mostraría tu cara en mi corte como consorte.

Vio su brazo moverse despacio arriba y abajo y supo que debía estar trabajando esa cuerda de carne que tanto la interesaba. Afortunadamente, no podía sentirlo.

– Déjeme ir…

– Nunca te endureces sin el bálsamo -murmuró con voz triste-. Y nunca encuentras la liberación. ¿Por qué?

Le acarició con más fuerza hasta que sintió que le quemaba abajo donde ella lo tocaba. Había frustración en sus ojos, oscureciéndolos.

– ¿Por qué? ¿Por qué no me quieres? -Cuando se quedó silencioso, ella dio un tirón en su parte masculina-. Soy hermosa.

– Sólo para otros -dijo antes de poder detener las palabras.

Su aliento se detuvo, como si la hubiera ahogado con sus propias manos. Entonces sus ojos se deslizaron sobre su estómago y del pecho a la cara. Todavía estaban brillantes con lágrimas, pero la rabia también los llenaba.

La Mistress se levantó de la cama y lo miro. Entonces le pegó con la mano tan fuerte que debió hacerse daño en la palma. Mientras escupía sangre, se preguntó si uno de sus dientes no iría en ella.

Mientras sus ojos le taladraban, estuvo seguro de que haría que lo mataran, y la calma se apodero de él. Al menos el sufrimiento terminaría entonces. La muerte… la muerte sería gloriosa.

Bruscamente le sonrió, como si conociera sus pensamientos, como si hubiera estirado la mano y los hubiera tomado de él, como si los hubiera robado tal como había robado su cuerpo.

– No, no te enviaré al Fade.

Se inclinó y besó uno de sus pezones, luego lo aspiró en su boca. Su mano fue a la deriva sobre sus costillas, luego a su vientre.

Su lengua revoloteo sobre su carne.

– Estas demacrado. Tiene que alimentarte, ¿verdad?

Bajó por su cuerpo, besando y chupando. Y luego, rápidamente, ocurrió. El bálsamo. Ella colocándose sobre él. Aquella horrible unión de sus cuerpos.

Cuando cerró los ojos y giró la cabeza, ella lo golpeó con la mano una vez… dos veces… muchas veces más. Pero rechazó mirarla, y ella no era lo bastante fuerte para girar su cara, incluso cuando le agarró por una de las orejas.

Mientras se negaba a mirarla, el llanto creció, tan ruidoso como el sonido de su carne contra sus caderas. Cuando termino, se fue en un remolino de seda, y no mucho tiempo después de eso fue liberado de las cadenas.

El esclavo se alzó sobre el antebrazo y limpió su boca. Mirando la sangre en su mano, le sorprendió que siguiese siendo roja. Se sentía tan sucio, que no le hubiera extrañado que fuese alguna clase de marrón herrumbroso.

Se bajó de la cama, aún mareado por los dardos, y encontró la esquina a la cual siempre iba. Se sentó con la espalda hacia la juntura de las paredes y encogió las piernas hacia arriba contra el pecho de modo que los talones estuvieran apretados a sus partes masculinas.

Algo más tarde escucho una lucha fuera de su celda, y luego los guardias empujaron a una hembra pequeña dentro. Ella cayó en un montón, pero se lanzó a la puerta cuando esta se cerró.

– ¿Por qué? -gritó ella-. ¿Por qué me castigan?

El esclavo se levantó, sin saber qué hacer. No había visto a una hembra con excepción de la Mistress desde que había despertado en cautiverio. Ésta era una criada o algo así. La recordó de antes…

El hambre de sangre se despertó en él cuando captó su olor. Después de todo lo que la Mistress le había hecho, no podía verla como alguien de quien beber, pero esta hembra diminuta era diferente. De repente estaba muerto de la sed, las necesidades de su cuerpo emergiendo como un coro de gritos y demandas. Dio unos pocos pasos tambaleantes hacia la criada, sintiendo sólo el instinto.

La hembra golpeó la puerta, pero entonces pareció notar que no estaba sola. Cuando se giro y vio con quién la habían encerrado, gritó.

El esclavo casi fue superado por su impulso de beber, pero se forzó lejos de ella y volvió de nuevo a donde había estado. Se agachó, envolviendo los brazos alrededor de su tembloroso cuerpo desnudo para mantenerlo en el lugar. Volviendo la cara hacia la pared, intentó respirar… y se encontró al borde del llanto por el animal al que lo habían reducido.

Un poco después la mujer dejó de gritar, y después de más tiempo aún dijo:

– ¿Eres tú, verdad? El muchacho de la cocina. El que llevaba la cerveza.

Asintió con la cabeza sin mirarla.

– Había oído rumores de que te habían traído aquí, pero yo… creí a los que dijeron que habías muerto durante tu transición. -Hubo una pausa-. Eres muy grande. Como un guerrero. ¿Por qué?

Él no tenía ni idea. Ni siquiera sabia que aspecto tenia, pues no había espejo en la celda.

La hembra se acercó cautelosamente. Cuando la miró, ella estaba mirando sus bandas tatuadas.

– En verdad, ¿qué te hacen aquí? -susurró ella-. Dicen que… cosas terribles son hechas al varón que mora en este lugar.

Cuando no dijo nada, ella se sentó a su lado y le tocó suavemente el brazo. Él se estremeció con el contacto y entonces se dio cuenta que lo calmaba.

– Estoy aquí para alimentarte, ¿no es así? Ésa es la razón por la que me trajeron. -Después de un momento ella le despego la mano alrededor de su pierna y le puso su muñeca en la palma.

– Debes beber. -Entonces él lloró, lloró por su generosidad, por su amabilidad, por la sensación de su mano tierna mientras frotaba su hombro… el único roce al que había dado la bienvenida en… siempre. Finalmente ella le apretó la muñeca contra su boca.

Aunque sus colmillos salieron y él la anheló, no hizo nada, sólo besar su tierna piel y rechazarla. ¿Cómo podría tomar de ella lo que era tomado regularmente de él? Ella lo ofrecía, pero la estaban forzando a hacerlo, prisionera de la Mistress justo como lo era él.

Los guardias entraron más tarde. Cuando la encontraron acunándolo, se sorprendieron, pero no fueron duros con ella. Mientras se iba, miro al esclavo, con preocupación en su cara

Momentos más tarde los dardos vinieron a él, tantos por la puerta que era como si lo hubieran cubierto con cemento. Mientras se deslizaba hacia la inconsciencia, pensó vagamente que la naturaleza frenética del ataque no era de buen agüero.

Cuando se despertó, la Mistress estaba de pie sobre él, furiosa. Había algo en su mano, pero no podía ver que era.

– ¿Piensas que eres demasiado bueno para los regalos que te doy?

La puerta se abrió y el cuerpo blando de la joven hembra fue traído. Mientras los guardias se iban, cayo pesadamente al suelo como un trapo. Muerta.

El esclavo gritó en su furia, el rugido rebotando en las paredes de piedra de la celda, como un trueno amplificado. Tiró contra las bandas de acero hasta que el corte le llego al hueso, hasta que uno de los postes se rajó con un chillido… y todavía bramaba.

Los guardias se alejaron. Incluso la Mistress pareció insegura de la furia que había desatado. Pero como siempre, no paso mucho tiempo antes de que tomara el mando.

– Dejadnos -gritó a los guardias.

Esperó hasta que el esclavo se agotó. Entonces se inclinó hacia él, sólo para ponerse pálida.

– Tus ojos -susurró mirándolo-. Tus ojos…

Por un momento, pareció asustada de él, pero entonces se cubrió con una capa de majestuoso autodominio.

– ¿Las hembras que te ofrezco? Beberás de ellas. -Echó un vistazo al cuerpo sin vida de la criada-. Y es mejor que no dejes que te consuelen, o haré esto otra vez. Eres mío y de nadie más.

– No beberé -gritó-. ¡Nunca!

Dio un paso atrás.

– No seas ridículo esclavo.

Él mostró sus colmillos y siseo.

– Mírame Mistress. ¡Observa como me marchito!

Gritó la última palabra, su retumbante voz llenando el cuarto. Mientras ella estaba rígida de la furia, la puerta voló abierta y los guardias entraron con las espadas afuera.

– Dejadnos -gruñó, la cara roja, el cuerpo tembloroso.

Levantó la mano y había una fusta en ella. Con una sacudida brusca del brazo, golpeó con el arma y cruzó el pecho del esclavo. Su carne se rasgó y sangró, y él se rió de ella.

– Otra vez -gritó-. Hazlo otra vez. ¡No lo sentí, eres tan débil!

Alguna presa se había reventado en su interior, y las palabras no paraban… La insulto mientras lo azotaba hasta que la plataforma del lecho fluía con lo que había estado en sus venas. Cuando finalmente no pudo levantar más el brazo, jadeaba y estaba salpicada de sangre y sudor. Él estaba concentrado, helado, tranquilo a pesar del dolor. Aunque fue él quien había sido golpeado, ella era la que se había roto primero.

Su cabeza cayó hacia abajo como en sumisión mientras arrastraba el aliento por sus labios blancos.

– Guardia -llamo con voz ronca-. ¡Guardia!

La puerta se abrió. El macho uniformado que entró vaciló cuando vio lo que había sido hecho, el soldado palideció y osciló en sus botas.

– Sostén su cabeza. -La voz de la Mistress era aguda mientras dejaba caer la fusta-. He dicho sostén su cabeza. Ahora.

El guardia tropezó, apresurándose sobre el suelo resbaladizo. Entonces el esclavo sintió una palmada carnosa en su frente.

La Mistress se inclinó sobre el cuerpo del esclavo, todavía respirando con fuerza.

– No tienes… permitido… morir.

Su mano encontró su carne masculina y luego pasó a los pesos gemelos debajo. Apretó y retorció, haciendo que su cuerpo entero tuviera espasmos. Mientras él gritaba, ella se mordió la muñeca y la sostuvo sobre su boca abierta, y sangró.


Z se alejo de la cama. No quería pensar en la Mistress en presencia de Bella… como si todo aquel mal pudiese escapar de su mente y ponerla en peligro mientras dormía y se curaba.

Se acercó a la plataforma y comprendió que estaba curiosamente cansado. Agotado, en realidad.

Mientras se estiraba en el suelo, su pierna palpitó como una maldita.

Dios, había olvidado que le habían pegado un tiro. Se quitó las botas de combate y los pantalones y encendió una vela al lado para alumbrar. Levantando y girando la pierna, inspeccionó la herida sobre su pantorrilla. Había agujero de entrada y de salida, así que sabía que la bala le había atravesado. Viviría.

Apago la vela con un soplo, se cubrió las caderas con los pantalones, y se recostó. Abriéndose al dolor de su cuerpo, se convirtió en un recipiente para la agonía, recogiendo todos los matices de sus dolores y escozores.

Oyó un ruido extraño, como un pequeño grito. El sonido se repitió, y luego Bella comenzó a luchar sobre la cama, las sábanas crujiendo como si estuviera sacudiéndose.

Se levanto del suelo y se acercó, justo cuando ella ladeó la cabeza hacia él y abrió los ojos.

Parpadeó, lo miró… y gritó.

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