CAPÍTULO 24

John miró sobre el escritorio que había en el estudio. Sarelle tenía la cabeza inclinada hacia abajo mientras hojeaba uno de los antiguos libros, su rubio cabello corto colgaba sobre su cara por lo que lo único que podía distinguir era su barbilla. Ambos habían pasado horas haciendo una lista de encantamientos para realizar en el festival del solsticio. Mientras tanto, Wellsie estaba en la cocina, ordenando provisiones para la ceremonia.

Mientras Sarelle daba vuelta a otra página, se dio cuenta de que realmente tenía lindas manos.

– Okay -dijo ella-. Creo que éste es el último.

Levantó su mirada hasta su ojos y fue como si lo golpeara un relámpago: un choque de calor y luego una transportadora desorientación. Aún más, hasta podía creer que brillaba en la oscuridad, también.

Ella sonrió y cerró el libro. Luego hubo un largo silencio.

– Entonces… um, supongo que mi amigo Lash está en tu clase de entrenamiento.

¿Lash era su amigo? Ah, sensacional.

– Sí… Y dice que tienes la marca de la Hermandad en el pecho. -Como John no le respondió, dijo-. ¿La tienes?

John se encogió y garabateó en el borde de la lista que había hecho.

– ¿Puedo verla?

Cerró los ojos fuertemente. ¿Como podía querer que ella se fijara en su huesudo pecho? ¿O en la marca de nacimiento que había probado ser una patada en el culo?

– No creo que te la hicieras tú mismo, como piensan ellos -dijo rápidamente-. Y, quiero decir, no es como si quiera inspeccionarte o algo así. Ni siquiera sé como se supone que se vea una. Sólo tengo curiosidad.

Acercó la silla y él pudo aspirar una bocanada del perfume que usaba… o tal vez no era perfume. Tal vez era sólo… ella.

– ¿De qué lado está?

Como si la mano le perteneciera a ella, él se palmeó el pectoral izquierdo.

– Desabróchate un poco la camisa. – Se inclinó hacia un lado, con la cabeza en ángulo para poder mirarle el pecho-. ¿John? ¿Por favor puedo verla?

Miró hacia la entrada. Wellsie todavía estaba hablando por teléfono en la cocina, así que probablemente no fuera a entrometerse ni nada. Pero el estudio todavía parecía demasiado público.

Oh… Dios. ¿Realmente haría esto?

– ¿John? Sólo quiero… ver.

Okay, lo iba a hacer.

Se paró y señaló la puerta con la cabeza. Sin mediar palabra Sarelle lo siguió, justo detrás de él, todo el camino, del vestíbulo hacia su dormitorio.

Después de que entraran, cerró la puerta casi por completo y tomó el primer botón de la camisa. Se obligó a mantener firmes las manos, prometiéndose solemnemente cortárselas si lo avergonzaban. La amenaza pareció funcionar, porque se desabrochó la camisa hasta el estómago sin demasiado trabajo. Apartó el lado izquierdo y miró hacia otro lado.

Cuando sintió un ligero toque en la piel, pegó un salto.

– Lo siento, mis manos están frías. -Sarelle se sopló la punta de los dedos, luego volvió a su pecho.

Buen Dios. Algo estaba pasando con su cuerpo, alguna clase de salvaje cambio dentro de la piel. La respiración se la aceleró, se asfixiaba. Abrió la boca para poder llevar más aire a su interior.

– Es tan increíblemente genial.

Se sintió desilusionado cuando ella dejo caer la mano. Pero luego ella le sonrió.

– ¿Entonces te parece que tal vez quieras salir alguna vez? Ya sabes, podríamos ir a jugar al Quazar *. Eso sería genial. O tal vez al cine.

John asintió como el tonto que era.

– Bien.

Sus ojos se encontraron. Era tan hermosa que lo hacía sentirse mareado.

– ¿Quieres besarme? -le susurró.

Los ojos de John se abrieron de golpe. Como si un globo hubiera explotado detrás de su cabeza.

– Porque me gustaría que lo hicieras. -Se lamió un poco los labios-. Realmente me gustaría.

Whoa… La oportunidad de su vida, justo allí, justo ahora, pensó.

No te desmayes. Desmayarse sería un completo suicidio

John rápidamente rememoro cada película que había visto en su vida… y no obtuvo ninguna ayuda. Como un fanático del terror, fue invadido por visiones de Godzilla pisoteando Tokio y de Tiburón masticando el culo de la Orca. Gran ayuda.

Pensó en la teoría. La cabeza ladeada. Inclinarse hacia adelante. Hacer contacto.

Sarelle miró alrededor, ruborizándose.

– Si no quieres, está bien. Sólo pensé…

– ¿John? -La voz de Wellsie llegó desde el vestíbulo. Y se acercaba mientras seguía hablando-. ¿Sarelle? ¿Dónde están chicos?

Parpadeó. Antes de acobardarse, tomó la mano de Sarelle, tiró de ella, y le plantó uno bueno justo en la boca, los labios apretados contra los de ella. Sin lengua, pero no había tiempo, y de cualquier forma probablemente tuviera que llamar al 911 después de algo como eso. Como estaban las cosas, ya estaba prácticamente hiperventilando.

Luego la apartó. Y comenzó a preocuparse acerca de cómo lo había hecho.

Arriesgó una mirada. Oh… su sonrisa era radiante.

Pensó que el pecho le explotaría de felicidad.

Justo estaba soltándole la mano cuando Wellsie asomó la cabeza en la habitación. -Tengo que ir a… ah… Lo siento. No sabía que ustedes dos…

John trató de adoptar una sonrisa “nada especial está ocurriendo” y notó que los ojos de Wellsie estaban fijos en su pecho. Miró hacia abajo. Tenía la camisa completamente abierta.

Manotear para abrocharse la maldita cosa sólo empeoró la situación, pero no pudo detenerse a sí mismo.

– Mejor me voy, -dijo Sarelle tranquilamente-. Mi Mahmen quiere que vuelva a casa temprano. John, estaré en la computadora más tarde, ¿okay? Planearemos qué película ir a ver o lo que sea. Buenas noches, Wellsie.

Mientras Sarelle salía de la habitación y se dirigía a la sala, no pudo evitar apartar la mirada de Wellsie. Miró como Sarelle recogía el abrigo del armario del vestíbulo, se lo ponía, y sacaba las llaves del bolsillo. Momentos después el apagado ruido de la puerta principal cerrándose sonó en el vestíbulo.

Hubo un largo silencio. Luego Wellsie se echó a reír y apartó hacia atrás su rojo cabello.

– Yo, ah, yo no tengo idea de cómo lidiar con esto -le dijo-. Salvo decir que ella me agrada mucho y que tiene buen gusto en machos.

John se frotó la cara, consciente de que estaba del color de un tomate.

– Voy a ir a pasear -habló por señas.

– Bueno, acaba de llamar Tohr. Iba a pasarse por la casa a recogerte. Pensó que tal vez quisieras ir con él al centro de entrenamiento, ya que tiene trabajo administrativo que hacer. De cualquier forma, es tu elección quedarte o no. Y yo me voy a una reunión del Consejo Princeps.

Asintió cuando Wellsie había empezado a darse la vuelta.

– Ah, ¿John? -Hizo una pausa y miro sobre su hombro-. Tu camisa… um, esta mal abotonada.

Miró hacia abajo. Y empezó a reírse. Aunque no podía emitir sonido necesitaba dejar salir su alegría, y Wellsie sonrió, obviamente feliz por él. Mientras se abrochaba los botones correctamente, pensó que nunca había querido tanto a esa mujer.


Después de regresar a la mansión Bella pasó las siguientes horas sentada en la cama de Zsadist con su diario en la falda. Al principio no hizo nada con el diario demasiado atrapada con lo que había pasado en su casa.

Jesús… No podía decir que estaba sorprendida por que Zsadist resultara ser exactamente la amenaza que pensó que era. Y la había salvado, ¿verdad? Si ese Lesser que había matado hubiera puesto las manos sobre ella, hubiera terminado otra vez en un agujero en la tierra.

El problema era, que no podía decidir si lo que había hecho era evidencia de su fuerza o de su brutalidad.

Mientras decidía que probablemente fueran ambas, se preocupó sobre si estaría bien. Había sido herido y aun así aún estaba allí afuera, probablemente tratando de encontrar más asesinos. Dios… ¿Y si él…?

Y si. Y si… Si seguía así iba a volverse loca.

Desesperada por encontrar otra cosa en la que concentrarse, recorrió las páginas de lo que había escrito en su diario el año pasado, el nombre de Zsadist jugaba un rol preponderante en las entradas que estaban justo antes de ser secuestrada. Había estado tan obsesionada con él, y no podía decir que eso hubiera cambiado. De hecho sus sentimientos por él eran tan fuertes, incluso después de lo que había hecho esa noche, que se preguntaba si no…

Lo amaba. OhSeñor.

De repente no soportaba estar sola, no con esa revelación proyectándose en su cabeza. Se cepilló los dientes y el cabello y fue al primer piso, esperando encontrarse con alguien. Pero a mitad de camino bajando las escaleras, escuchó voces que provenían del comedor e hizo un alto. Estaba teniendo lugar la última comida de la noche, pero la idea de reunirse con todos los Hermanos, Mary y Beth le parecía abrumadora. Además, ¿No estaría Zsadist allí? ¿Y cómo podría enfrentarlo sin quedar en evidencia? No había forma que ese macho aceptara bien que ella lo amara. De ninguna manera.

Ah, demonios. Tarde o temprano tendría que verlo. Y esconderse no era lo suyo.

Pero cuando llegó al final de la escalera y se detuvo sobre el piso de mosaicos del vestíbulo, se dio cuenta que se había olvidado ponerse los zapatos. ¿Cómo podía entrar en el comedor del Rey y la Reina descalza?

Miró hacia atrás hacia el segundo piso y se sintió absolutamente exhausta. Demasiado cansada para subir y volver a bajar, demasiado avergonzada para seguir adelante, se quedó escuchando los sonidos de la comida: las voces de hombres y mujeres charlando y riendo. Una botella de vino fue descorchada emitiendo un pop. Alguien le agradeció a Fritz por haber llevado más cordero.

Miró sus pies descalzos, pensando lo tonta que era. Una tonta trastornada. Estaba perdida por lo que le había hecho el Lesser. Y temblorosa por lo que había visto hacer a Zsadist esa noche. Y tan sola después de darse cuenta de lo que sentía por el macho.

Estaba a punto de tirar la toalla y volver a subir cuando algo le rozó la pierna. Saltó y miró hacia abajo, encontrando los ojos verde jade de un gato negro. El felino parpadeó, ronroneo, y frotó la cabeza contra la piel de su tobillo.

Inclinándose, acarició su piel con manos inseguras. El animal era incomparablemente elegante, se deslizaba con escasos y airosos movimientos. Y sin ninguna razón, se le empañaron los ojos. Cuanto más emocional se ponía, tanto más se acercaba al gato, hasta que estuvo sentada en el último peldaño de la escalera y el animal se había encaramado en su falda.

– Su nombre es Boo.

Bella jadeó y miró hacia arriba. Phury estaba de pie enfrente de ella, un macho altísimo que ya no llevaba ropa de combate, sino que estaba vestido con casimir y lana. Tenía una servilleta en la mano, como si acabara de levantarse de la mesa, y olía realmente bien, como si se hubiera duchado y afeitado recientemente. Mirándolo, se dio cuenta de que la conversación y lo sonidos del comedor habían desaparecido, dejando un silencio que le decía que todo el mundo sabía que ella había bajado y se había detenido en los alrededores.

Phury se arrodilló y le presionó la servilleta de lino contra la mano. De esa forma se dio cuenta de que había lágrimas corriendo por sus mejillas.

– ¿No te unirás a nosotros? -le dijo suavemente.

Se secó la cara todavía aferrándose al gato.

– ¿Hay alguna posibilidad de que pueda llevarlo conmigo?

– Absolutamente. Boo siempre es bienvenido en nuestra mesa. Al igual que tú.

– No llevo zapatos.

– No nos importa. -Extendió la mano-. Vamos, Bella. Ven a reunirte con nosotros.


Zsadist entró al vestíbulo, con frío y tan rígido que se arrastraba hacia delante. Quería permanecer en la granja hasta que despuntara el amanecer, pero su cuerpo no lo pasaba bien con el aire helado.

Aunque no iba a comer, se dirigió al comedor, sólo para detenerse en las sombras. Bella estaba en la mesa, sentada al lado de Phury. Había un plato de comida enfrente de ella, pero le estaba prestando más atención al gato que tenía en la falda. Estaba mimando a Boo, y no dejó de acariciarlo ni siquiera cuando alzó la vista para prestar atención a algo que Phury había dicho. Sonrió, y cuando bajo la cabeza nuevamente, los ojos de Phury permanecieron en su perfil como si estuviera bebiendo de ella.

Z caminó rápidamente hacia la escalera, no dispuesto a caer en esa escena. Estaba casi a salvo cuando Tohr salió de la puerta oculta en el primer descanso. El hermano parecía ceñudo, pero bueno, nunca estaba de fiesta.

– Hey, Z, espera.

Zsadist maldijo, y no bajó su respiración. No tenía ningún interés en quedarse a escuchar una mierda acerca de política y procedimiento, y de eso era de lo único que hablaba Tohr últimamente. El hombre estaba enloqueciendo a la Hermandad, organizando turnos, tratando de convertir a cuatro tiros al aire como eran V, Phury, Rhage y Z en soldados. No le extrañaba que siempre se viera como si le doliera la cabeza.

– Zsadist. Dije, espera.

– Ahora no…

– Si, ahora. El hermano de Bella le mandó una petición a Wrath. Solicitando que le sea asignado un estado de Sehclusion con él como su Whard.

Oh, mierda. Si eso ocurría, sería lo mismo que si Bella se hubiera ido. Demonios, era como si fuera una pieza de equipaje. Ni siquiera la Hermandad podía escudarla de su Whard.

– ¿Z? ¿Escuchaste lo que te dije?

Asiente con la cabeza, idiota, se dijo a si mismo.

Apenas se las arregló para hundir la barbilla.

– ¿Pero por qué me estás contando eso?

Tohr apretó la boca.

– ¿Quieres aparentar que ella no significa nada para ti? Bien. Sólo pensé que querrías saberlo.

Tohr se dirigió hacia el comedor.

Z agarró la barandilla y se frotó el pecho, sintiendo como si alguien hubiera reemplazado el oxígeno de sus pulmones por alquitrán. Miró hacia arriba y se preguntó si Bella pasaría por su habitación antes de irse. Tendría que hacerlo, porque su diario estaba allí. Podía dejar la ropa, pero no su diario. A no ser, por supuesto, que ya lo hubiera sacado.

Dios… ¿Cómo le diría adiós?

Amigo, se debían una conversación. No podía imaginarse que le diría, especialmente después de que lo hubiera visto practicar su odiosa magia con ese asesino.

Z entró en la biblioteca, levantó uno de los teléfonos, y disco el número del móvil de Vishous guiándose por el diseño de las teclas. Escuchó como sonaba en el auricular y también a través del vestíbulo. Cuando V contestó, le contó sobre el Explorer, el teléfono móvil y las payasadas que había hecho en el tren delantero.

– Me pongo a ello -dijo V-. Pero ¿Dónde estás? Hay un extraño eco en el teléfono.

– Llámame si ese auto se mueve. Estaré en el gimnasio. -Colgó y se dirigió al túnel subterráneo.

Supuso que podría conseguir alguna ropa del vestuario y llevarse a un estado de absoluto agotamiento. Cuando sus muslos gritaran, sus pantorrillas se hubieran convertido en piedra y su garganta estuviera seca a causa de los resuellos, el dolor le aclararía la mente, lo limpiaría… Ansiaba el dolor más de lo que ansiaba la comida.

Cuando llegó al vestuario, fue al cubículo que le habían asignado y sacó sus zapatillas con colchón de aire y un par de pantaloncillos para correr. De cualquier forma prefería andar sin camisa, especialmente si estaba sólo.

Se había quitado las armas y estaba a punto de desvestirse cuando sintió que algo se movía por el vestuario. Rastreando el sonido en silencio, se interpuso en el camino de… un extraño a medias.

Hubo un sonido de metal cuando el pequeño cuerpo se estrelló contra uno de los bancos del vestíbulo.

Mierda. Era el muchacho. ¿Cual era su nombre? John algo.

Y el muchacho John se veía como si fuera a desmayarse mientras miraba hacia arriba con los ojos vidriosos, saliéndose de las órbitas.

Z miró hacia abajo desde toda su estatura. En ese momento su humor era absolutamente maligno, negro y frío como el espacio, y aun así de alguna forma, no le apetecía rasgarle un nuevo agujero en el culo al muchacho que no había hecho nada malo.

– Vete de aquí, muchacho.

John manoseó algo. Un block y un lapicero. Mientras ponía los dos juntos, Z sacudió la cabeza.

– Si, no sé leer, ¿recuerdas? Mira sólo vete. Tohr está arriba en la casa.

Z se dio la vuelta y se sacó la camisa de un tirón. Cuando escuchó un jadeo, miró sobre su hombro. Los ojos de John estaban fijos en su espalda.

– Cristo, muchacho… Vete a la mierda de aquí.

Cuando Z escuchó el sonido de pasos alejándose, se deshizo de los pantalones, se puso los pantaloncillos de futbol negros, y se sentó en un banco. Levantó los Nikes agarrándolos por los cordones y dejó que colgaran entre las rodillas. Mientras miraba las zapatillas para correr, tuvo un estúpido pensamiento sobre cuantas veces había metido los pies en ellas y castigado su cuerpo en la fatigosa rutina a la que se dirigía. Luego pensó sobre cuantas veces había dejado que lo hirieran deliberadamente en peleas con lessers. Y cuantas veces le había pedido a Phury que lo abatiera.

No, no pedido. Demandado Había habido momentos cuando le había demandado a su mellizo que le pegara una y otra vez hasta que su cara con cicatrices quedaba toda hinchada y el palpitante dolor en los huesos era todo lo que conocía. A decir verdad, no le gustaba involucrar a Phury. Prefería que le doliera en privado y si hubiera podido se hubiera hecho el daño él mismo. Pero era difícil golpearse con fuerza a si mismo a sangre fría.

Lentamente Z bajo las zapatillas al piso y se inclinó hacia atrás apoyándose contra el casillero, pensando acerca de donde estaba su mellizo. Arriba en el comedor. Al lado de Bella.

Sus ojos se desviaron al teléfono que estaba ubicado en la pared del vestíbulo. Tal vez debería llamar a la casa.

Un suave silbido se escuchó cerca de él. Dirigió los ojos hacia la izquierda y frunció el ceño.

El muchacho estaba allí con una botella de agua en la mano, y avanzaba tentativamente, el brazo estirado en frente de él, la cabeza ladeada. Como si quisiera congraciarse con una pantera y tuviera la esperanza de salir de la experiencia con todos los miembros todavía unidos.

John depositó la botella de Poland Spring en el banco como a tres metros de Z. Luego se dio la vuelta y salió corriendo.

Z miró la puerta por donde el muchacho había desaparecido. Cuando se cerró, pensó en otras puertas del Complejo. Específicamente en las puertas principales de la mansión.

Dios. Bella también se iría pronto. Incluso podría estar yéndose en ese preciso momento.

Justo en ese mismo minuto.

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