Rhage levantó la pesa sobre su pecho, mostrando sus dientes, moviendo su cuerpo, el sudor escurriéndole.
– Van diez. – le dijo Butch.
Rhage puso la carga sobre el soporte, escuchando el gemido de la cosa cuando los pesos crujieron y cayeron.
– Pon otros cincuenta.
Butch se inclinó sobre la barra. -Pusiste cinco-veinticinco ahí ya, hombre.
– Y necesito otros cincuenta.
Los ojos color de avellana se estrecharon. -Tranquilo, Hollywood. Quieres un fragmento de tus pectorales, es asunto tuyo. Pero no me quites la cabeza.
– Lo siento. -Él se levantó y sacudió sus ardientes brazos. Eran las nueve de la mañana y llevaba en el cuarto de pesas desde las siete. No había ninguna parte de su cuerpo que no ardiera, pero dejarlo estaba bastante lejos. Aspiraba a la clase de agotamiento físico que le fuera al interior del hueso.
– ¿Aún están todos allí?- Refunfuñó él.
– Déjame que te apriete las sujeciones. De acuerdo, luego te largas.
Rhage se echó, levantó las pesas del soporte y lo dejó descansar sobre su pecho. Ordenó su respiración antes de levantar el peso.
Apartar. Seguir.
Apartar. Seguir.
Apartar. Seguir.
Controló la carga hasta las dos últimas, cuando Butch dio un paso y lo divisó.
– ¿Has terminado? -Butch le preguntó cuando le ayudó a colocar la barra sobre el soporte.
Rhage se sentó jadeando, descansando sus antebrazos sobre sus rodillas. – Una repetición más después de este descanso.
Butch llegó de frente, retorciendo la camisa que había encontrado en una cuerda. Gracias a todos los levantamientos que habían estado haciendo, el pecho y los músculos de los brazos se habían agrandado y él no era muy pequeño para empezar. No podía levantar la clase de hierro que levantaba Rhage, pero para ser un humano, el tipo era como un buldog.
– Estás de alguna manera en forma, poli.
– Aw, vamos, ahora. -Le sonrió Butch. -No permitas que la ducha que tomamos se te suba a la cabeza.
Rhage le tiró una toalla al macho. -Sólo enfoca para que desaparezca tu barriga cervecera.
– Esto es un recipiente escocés. Y no lo evito. -Butch puso una mano sobre sus abdominales. -Ahora, dime algo. ¿Por qué estás golpeando esta mierda sobre ti desde esta mañana?
– ¿Tienes mucho interés en que hablemos sobre Marissa?
La cara del humano se tensó.-No particularmente.
– Entonces entenderás si no tengo mucho que decir.
– Las oscuras cejas de Butch se elevaron.- ¿Tienes una mujer? Algo como ¿una mujer en concreto?
– Pensaba que no íbamos a hablar de mujeres.
El poli cruzó los brazos y frunció el ceño. Era como si valorara una mano de blacjack e intentara decidir si tenía que dar otra mano.
– Habló rápido y fuerte. -Lo tengo mal con Marissa. No quiere verme. He aquí, toda la historia. Ahora háblame sobre tu pesadilla.
Rhage tuvo que reír. -La idea de que no soy el único que patina es un alivio.
– Esto no me dice nada. Quiero detalles.
– La mujer me echó de su casa esta mañana temprano después de trabajarme el ego.
– ¿Qué tipo de hacha usó?
– Una comparación poco grata entre un canino y yo.
– Ouch. -Butch giró la camisa en otra dirección. -Y naturalmente, te mueres por verla otra vez.
– Bastante.
– Eres patético.
– Lo sé.
– Pero casi puedo vencerlo. -El poli sacudió la cabeza. -La noche pasada, yo…ah…conduje hasta la casa del hermano de Marissa. No se como el Escalade llegó allí. Yo creo, que la última cosa que necesito es correr hacia ella, ¿me sigues?
– Déjame adivinar. Esperaste por los alrededores con la esperanza de coger un…
– En los arbustos, Rhage. Me senté en los arbustos. Debajo de la ventana de su habitación.
– Wow. Eso es…
– Sí. En mi antigua vida me podría haber detenido por acechar. Mira, tal vez deberíamos cambiar de tema.
– Gran idea. Termina de ponerme al día sobre el hombre civil que escapó de los lessers.
Butch se apoyó contra la pared, cruzando los brazos sobre su pecho y estirándolos para desperezarse. -Entonces Phury habló con la enfermera que lo cuidó. El tipo parecía algo ido, pero logró decirle que ellos le preguntaban sobre los vosotros los hermanos. Donde vivís. Como os movéis. La víctima no dio una dirección concreta dónde lo habían trabajado, pero tiene que ser algún lugar del centro, por que es donde lo encontraron y Dios sabe que no podía haber ido muy lejos. Ah y el mascullaba las letras. X.O.E.
– Así es como los lessers se denominan así mismos.
– Pegadizo. Muy 007. -Butch trabajó su otro brazo, su hombro crujió. – De todos modos, le quité la cartera un lesser que había sido colgado en aquel árbol y Tohr se acercó al lugar del tipo. Había sido limpiado a fondo, como si supieran que él se había ido.
– ¿Estaba el tarro allí?
– Tohr dijo que no.
– Entonces ellos definitivamente habían ido.
– ¿Qué hay dentro de esas cosas de todos modos?
– El corazón.
– Repugnante. Pero mejor que otras partes de la anatomía, considerando que alguien me dijo que ellos no pueden despertarlo. -Butch dejó caer sus brazos y aspiró entre dientes, un poco de ruido pensador liberado de su boca. -Ya sabes, esto comienza a tener sentido ¿Recuerdas a aquellas prostitutas muertas que estuve investigando en los callejones traseros este verano? ¿Esas con señales de mordeduras en sus cuellos y heroína en su sangre?
– Las novias de Zsadist, hombre. Esta es la manera que él se alimenta. Sólo humanos, aunque cómo él sobrevive con la sangre tan débil, es un misterio.
– Él dijo que no lo había hecho.
Rhage hizo rodar sus ojos. -¿Y tú le crees?
– Pero si nosotros le tomamos la palabra- Hey, solo sígueme la corriente, Hollywood. Si le creemos, entonces tengo otra explicación.
– ¿Cuál es?
– Un cebo. ¿Si quisieras secuestrar a un vampiro, cómo lo harías? Ponle la comida, hombre. Ponla, espera hasta que venga uno, drógalo y llévatelo a dónde quieras. Encontré dardos en las escenas, de la clase con la que tranquilizarías un animal.
– Jesús.
– Y escucha esto. Esta mañana he escuchado el escáner de la policía. Otra prostituta ha sido encontrada muerta en un callejón, cerca de donde murieron las demás. Yo entré sin autorización por V en el servidor de la policía, y el informe ponía que su garganta había sido rebanada.
– ¿Le has dicho a Wrath y a Thor todo esto?
– No.
– Deberías.
– El humano cambió de lugar. -No se cuan implicado puede estar, ¿sabes? He pensado, que no quiero meter mi nariz dónde no debería estar. No soy uno de vosotros.
– Pero estás con nosotros. O al menos es lo que dijo V.
Butch frunció el ceño. -¿Lo dijo?
– Sí. Es por lo que te trajimos aquí con nosotros en vez de…bien, tú sabes.
– ¿Ponerme bajo tierra? El humano hizo media sonrisa.
Rhage se aclaró la garganta. -No cualquiera de nosotros hubiera disfrutado con ello. Bien, excepto Z. En realidad, no, él no disfruta con nada…La verdad es, poli, que tienes la clase cultivada sobre…
La voz de Tohrment lo cortó. – ¡Jesucristo, Hollywood!
El hombre entró en el cuarto de pesas como un toro. Y de toda la Hermandad, él los encabezaba. Entonces alguna cosa estaba encendida.
– ¿Qué pasa, mi hermano? -Preguntó Rhage.
– Tengo un pequeño mensaje para ti en mi buzón general. De aquella humana, Mary. -Thor plantó sus manos sobre sus caderas, echando el tórax hacia delante. -¿Por qué demonios ella te recuerda? ¿Y cómo es que tiene nuestro número?
– No le dije cómo llamarnos.
– Y tampoco le borraste la memoria. ¿En qué maldición estabas pensando?
– Ella no será un problema.
– Ya lo es. Llama a nuestro teléfono.
– Relájate, hombre…
Tohr lo pinchó con un dedo. -Arréglala antes de que tenga que hacerlo yo ¿me entiendes?
Rhage se levantó del banco y su hermano parpadeó -Nadie se acercará a ella, a no ser que quieran tratar conmigo. Esto te incluye.
Los oscuros ojos azules de Thor se estrecharon. Ambos sabían quien ganaría si llegaban al fondo de la cuestión. Nadie podía luchar contra Rhage cuerpo a cuerpo; este era un hecho probado. Y él estaba preparado para golpear a Thor si tuviera que hacerlo. Aquí mismo. Ahora mismo.
Thor le habló en tono severo. -Quiero que respires profundamente y te separes de mi, Hollywood.
Cuando Rhage no se movió, se escucharon pasos a través de las alfombras y el brazo de Butch se colocó alrededor de su cintura.
– Por qué no te calmas un poco, grandote. -Butch habló arrastrando las palabras- Vamos a terminar la fiesta, ¿vale?
Rhage permitió que lo retirase, pero mantuvo los ojos sobre Thor. La tensión crujía en el aire.
– ¿Qué está pasando? -Exigió Thor.
Rhage dio un paso liberándose de Butch y se paseó con inquietud alrededor de la habitación de pesas, serpenteando entre bancos y pesas en el suelo.
– Nada. No pasa nada. Ella no sabe lo que soy y no se cómo consiguió el teléfono. Tal vez aquella mujer civil se lo dio.
– Mírame, mi hermano. Rhage detente y mírame.
Rhage se detuvo y movió sus ojos.
– ¿Por qué no la borraste? Sabes que la una vez que la memoria es de largo plazo, no podrás limpiarla lo suficiente. ¿Por qué no lo hiciste cuando tuviste la oportunidad? – Cuando el silencio se alargó entre ellos, Tohr sacudió la cabeza. -No me digas que te has liado con ella.
– Cualquier cosa, hombre.
– Tomaré eso como un sí. Cristo, mi hermano…¿en qué estás pensando? Sabes que no deberías haberte enredado con una humana, y sobre todo, no con ella debido a su relación con el muchacho. -La mirada de Thor era aguda. -Te doy una orden. Otra vez. Yo quiero que borres la memoria de esa mujer y no quiero que vuelvas a verla.
– Ya te lo dije, ella no sabe lo que soy…
– ¿Estás intentando negociar este conmigo? No puedes ser tan estúpido.
Rhage le echó a su hermano una mirada desagradable. -Y tú no me quieres encima de tu parrilla otra vez. Esta vez no permitiré que el poli me despegue.
– ¿Ya la has besado en la boca? ¿Qué le has dicho sobre tus colmillos, Hollywood? -Cuando Rhage cerró los ojos y maldijo, el tono de Tohr se alivió. -Sé realista. Ella es una complicación que no necesitamos, ella es un problema para ti porque la escogiste por encima de una orden mía. No hago esto para romperte las pelotas, Rhage. Es más seguro para todos. Para ella Lo harás, mi hermano.
Más seguro para ella.
Rhage se sentó y agarró los tobillos. Estiró sus tendones con fuerza, casi colocó su espalda en sus piernas.
Más seguro para Mary.
– Me encargaré de ello. -Dijo él finalmente.
– ¿Sra. Luce? Por favor, venga conmigo.
Mary miró hacia arriba y no reconoció a la enfermera. La mujer parecía realmente joven con su uniforme rosado, probablemente acababa de salir de la escuela. Y aún pareció más joven cuando sonrió debido a sus hoyuelos.
– ¿Sra Luce? -Ella cambió de lugar el voluminoso archivo en sus brazos.
Mary puso el tirante de su bolso sobre su hombro, se levantó y siguió a la mujer por la sala de espera. Bajaron a medias por un largo pasillo, pintado de beige e hicieron una pasusa ante el mostrador de registro.
– Sólo voy a pesarla y a tomarle la temperatura.-La enfermera sonrió otra vez y consiguió más puntos siendo buena con el peso y el termómetro. Ella era rápida. Amistosa.
– Ha perdido algo de peso, Sra Luce. -Dijo ella, anotándolo en el archivo. -¿Cómo está de apetito?
– El mismo.
– Bajaremos aquí hacia la izquierda.
Las habitaciones de reconocimientos eran todas parecidas. Un póster de un Monet enmarcado y una pequeña ventana con persianas dibujadas. Un escritorio con folletos y un ordenador. Una mesa de reconocimiento con un pedazo de papel blanco estirado sobre ella. Un fregadero con varios suministros. Un contenedor rojo para desechos biológicos en la esquina.
Mary tenía ganas de levantarse.
– La Dra. Delia Croce dijo que quería que le tomara los signos vitales. -La enfermera le entregó un cuadrado de tela perfectamente doblado. -Si se pone esto, ella vendrá enseguida.
Las batas eran todas iguales, también. Fino algodón, suave, azul con un pequeño estampado rosado. Había dos juegos de lazos. Ella nunca estaba segura de si se ponían aquellas malditas cosas a la derecha, si la abertura debía ir adelante o atrás. Hoy escogió hacia adelante.
Cuando ya estuvo cambiada, Mary se sentó encima de la camilla y dejó sus pies colgando. Tenía frío sin su ropa y las miró, todas muy bien dobladas sobre la silla al lado del escritorio. Pagaría un buen dinero por volver a tenerlas encima.
Con un repique y un pitido, su teléfono móvil sonó en su bolso. Ella cayó sobre el suelo colchado por sus calcetines.
Ella no reconoció el número cuando comprobó la identificación y contestó esperanzada. -¿Hola?
– Mary.
El rico sonido de la masculina voz hizo que sintiera alivio. Había estado casi segura de Hal no le iba a devolver la llamada.
– Hola. Hola, Hal. Gracias por llamar. -Ella miró a su alrededor buscando un lugar para sentarse que no fuera la mesa de revisión. Colocando la ropa sobre su regazo, ella despejó la mesa. -Mira, siento lo de anoche. Yo solo…
Hubo un golpe y luego la enfermera asomó la cabeza.
– Perdóneme, ¿nos dio su escáner óseo el julio pasado?
– Sí. Deberían estar en mi archivo.- Cuando la enfermera cerró la puerta, Mary, dijo. -Lo siento.
– ¿Dónde estás?
– Yo, ah…-Ella se aclaró la garganta. -No es importante. Sólo quería que supieras lo mal que me sentí sobre lo que te dije.
Hubo un largo silencio.
– Yo sólo me aterroricé. -Dijo ella.
– ¿Por qué?
– Tú me haces…no se, tú solo…-Mary tocó el borde de su vestido. Las palabras se desvanecieron.
– Tengo cáncer, Hal. Creo, lo he tenido y podría volver.
– Lo sé.
– Entonces te lo dijo Bella.-Mary esperó que lo confirmara, cuando él no lo hizo, ella suspiró. -No utilizo la leucemia como excusa por el comportamiento que tuve. Es sólo…Estoy en un lugar extraño ahora mismo. Mis emociones rebotan por todas partes y tenerte en mi casa-sintiéndome totalmente atraída por ti- provocó algo y repartí golpes a diestro y siniestro.
– Entiendo.
De algún modo, ella sintió que lo hacía.
Pero Dios, sus silencios la asesinaban. Ella comenzaba a parecer una idiota por mantenerlo en la línea.
– En cualquier caso, esto es todo lo que quería decirte.
– Te recogeré esta noche a las ocho. En tu casa.
Ella apretó el teléfono. Dios, quería verlo. -Te esperaré.
Desde el otro lado de la puerta del cuarto de reconocimiento, se elevó la voz de la Dra. Delia Croce y disminuyó de común acuerdo con la enfermera.
– ¿Y Mary?
– ¿Si?
– Suéltate el pelo para mí.
Hubo un golpe y entró la doctora.
– De acuerdo. Lo haré. -Dijo Mary antes de colgar. -Hey, Susan.
– Hola, Mary. -Cuando la Doctora Delia Croce cruzó la habitación, sonrió y sus negros ojos se arrugaron en las esquinas. Tenía aproximadamente unos cincuenta años, con el pelo canoso que se cuadraba en su mandíbula.
La doctora se sentó detrás del escritorio y cruzó las piernas. Cuando ella se tomó un momento para colocarse, Mary movió la cabeza.
– Odio cuando tengo razón. -Refunfuñó ella.
– ¿Sobre qué?
– Ha vuelto, ¿verdad?
Hubo una leve pausa. -Lo siento, Mary.