Capítulo 40

Bella lo miraba fijamente y esto tenía que parar. Pero no podía ayudarse a sí misma. Zsadist era la única cosa que podía ver.

No que realmente estuviera implicado en la fiesta. Pero cuando el episodio de Rhage hubo pasado, Zsadist se apartó de todos. No habló con nadie. No bebió nada. Era como una estatua apoyada contra una de las largas ventanas y su calma era fascinante. Incluso parecía que no respiraba. Sólo se movían sus ojos.

Y siempre lejos de ella.

Bella les dio a ambos un descanso yendo a buscar un poco más de vino. El cuarto de billar era un espacio oscuro, lujoso, empapelado de seda verde y adornado con cortinas de satén negras y oro. En la esquina donde estaba la barra, las sombras aún eran más espesas, y se refugió en ellas.

Tal vez podría ser más directa si lo miraba desde aquí.

Durante los pocos días que habían pasado había preguntado y había escuchado historias de Zsadist. Los rumores eran directamente espantosos, sobre todo los que hablaban de él y de las mujeres. La gente decía que mataba a las de su sexo por deporte, pero era difícil no preguntarse cuanto era folklore. Un hombre que miraba tan peligrosamente como lo hacía, la gente estaba obligada a hablar. Su hermano se encontraba en la misma situación. Había oído susurros sobre Rehvenge durante años y Dios sabía que todos ellos eran falsos.

No había modo de que toda la cháchara sobre Zsadist fuese exacta. Por todos los cielos, la gente mantenía que vivía de la sangre de las prostitutas humanas. Esto no era físicamente posible, no a no ser que bebiera cada noche. Y entonces, ¿como era tan fuerte con aquel sustento tan débil?

Bella dio la vuelta a la barra y exploró la habitación. Zsadist se había ido.

Miró en el vestíbulo. Ella no lo había visto irse. Quizás se había desmaterializado…

– ¿Me buscas?

Ella saltó y giró la cabeza. Zsadist estaba detrás de ella, frotando una manzana Granny Smith sobre su camisa. Cuando él la levantó hacia su boca, él miró su garganta.

– Zsadist…

– Sabes, para ser una mujer de la aristocracia, eres malditamente grosera. – Dejó al descubierto sus colmillos y rompió con los dientes la carne verde brillante con un chasquido. -¿Tu madre no te explicó que no es cortés mirar fijamente?

Ella lo miró masticar, su mandíbula trabajaba en círculos. Dios, solo mirar sus labios la dejaba sin respiración. -No quería ofenderte.

– Bien, lo has hecho. Y creo que trastornas a mi gemelo mientras lo haces.

– ¿Qué?

Los ojos de Zsadist se retrasaron sobre su cara, luego fueron a la deriva sobre su pelo. Comió otro trozo de la manzana. – A Phury le gustas. Creo que le atraes, debes ser la primera, al menos desde que yo le conozco. No se distrae con mujeres.

Divertido, ella no tenía esa sensación en absoluto. Entonces, volvió a concentrarse en Zsadist.

– No pienso que Phury.

– Él sigue mirándote. Mientras me miras, él te mira fijamente. Y no es porque esté preocupado por ti. Sus ojos están sobre tu cuerpo, mujer. -Zsadist inclinó la cabeza hacia un lado. -Sabes, tal vez me he equivocado. Tal vez seas la que lo sacará de su celibato. Mierda, tú eres muy hermosa y él no está muerto.

Ella enrojeció. – Zsadist, deberías saber que, ah, yo te encuentro…

– Repugnante ¿verdad? Como un buen coche accidentado. -El mordió la manzana un poco más. -Puedo entender la fascinación, pero tienes que mirar hacia otro lado. Mira a Phury de ahora en adelante, ¿nos explicamos?

– Quiero mirarte. Me gusta mirarte.

Sus ojos se estrecharon. -No, no lo haces.

– Sí. Lo hago.

– A nadie le gusta mirarme. Ni siquiera a mí.

– No eres feo, Zsadist.

Él se rió, deliberadamente colocando una yema del dedo debajo de su cicatriz. – Ahora, suena a aprobación. Así como a una ostensible mentira de mierda.

– Te encuentro hipnotizante. No puedo sacarte de mi mente. Quiero estar contigo.

Zsadist frunció el ceño, descendiendo. – ¿Estar conmigo exactamente como?

– Ya sabes. Estar contigo. – Ella se ruborizó como un brillante diamante rojo, pero calculó que ella no tenía nada que perder. – Quiero…acostarme contigo.

Zsadist se echó hacia atrás tan rápido que golpeó la barra. Y cuando las botellas de licor repiquetearon, supo que las historias sobre él eran falsas. No era ningún asesino de mujeres. Más que nada, parecía petrificado por pensar en que ella se sentía sexualmente atraída por él.

Ella abrió la boca, pero él al cortó.

– Mantente lejos de mi, mujer. -Dijo él, lanzando a la basura la manzana medio comida. -Si no lo haces, no habrá nada que decir para poder defenderme.

– ¿De qué? No soy ninguna amenaza para ti.

– No, pero puedo garantizarte que no arriesgaría tu maldita salud. Hay una muy buena razón por la que la gente se mantiene apartada de mí.

Él caminó saliendo de la habitación.

Bella miró a toda aquella gente alrededor de la mesa del fondo. Todos concentrados en el juego. Era perfecto. No quería a ninguno de ellos para hablar sobre lo que estaba a punto de hacer.

Dejó su copa de vino y salió despacio de la sala de billar. Cuando entró en el vestíbulo, Zsadist iba hacia arriba. Después de darle algún tiempo para que se adelantara, caminó rápidamente, moviéndose silenciosamente hacia el segundo piso. Cuando llegó arriba, vio el talón de su bota desaparecer por una esquina. Corrió rápidamente por la alfombra, manteniendo cierta distancia cuando él escogía el pasillo que llevaba a su habitación y al vestíbulo de abajo.

Zsadist hizo una pausa. Ella se escondió detrás de una escultura de mármol.

Cuando se asomó, él se había ido. Ella caminó hacia donde lo había visto y encontró una puerta ligeramente entornada. Acercó su cabeza. La habitación estaba a oscuras, la luz del pasillo progresaba poco en la oscuridad. Y hacía frío, como si la calefacción estuviera desconectada durante la noche, pero no había sido conectada ya que el calor del verano había desvanecido.

Sus ojos se adaptaron. Había una amplia cama. Suntuosa, con colgaduras de pesado terciopelo carmesí. Otros muebles eran igualmente pródigos, aunque había algo impar en una esquina en el suelo. Una plataforma de mantas. Y un cráneo.

A Bella la hicieron entrar dentro estirándola del brazo.

La puerta se cerró de golpe y la habitación quedó sumergida en la total oscuridad. Con un rápido jadeo, la hizo girar y empujó su cara hacia la pared. Las velas se encendieron.

– ¿Qué joder estás haciendo aquí?

Ella intentó tomar aliento, pero con el antebrazo de Zsadist presionando sobre su espalda, no podía introducir mucho aire en sus pulmones.

– Yo, ah, yo…pensaba que nosotros podíamos hablar.

– De verdad. ¿Eso es lo que quieres hacer aquí? Conversar.

– Sí, pensé…

Su mano sujetaba como una abrazadera el dorso de su cuello. -No hablo con las mujeres que en silencio me siguen. Pero te mostraré lo que estoy dispuesto a hacerles.

Colocó su grueso brazo alrededor de su estómago, retirando sus caderas de la pared y empujando su cabeza hacia abajo. Desequilibrada, ella se esforzó por aguantarse contra una de las molduras.

Su excitación arremetió contra su corazón. Su respiración explotó abriéndose paso a través de sus pulmones.

Mientras el calor crecía entre sus piernas, su pecho le acariciaba la espalda. Sacó la blusa de su falda y resbaló su mano por su vientre, atravesándolo con sus dedos largos y la amplia palma.

– Una mujer como tú debería estar con otro aristócrata. ¿O las cicatrices y la reputación forman parte de mi atractivo? – Cuando ella no le contestó, por que estaba sin aliento, él refunfuñó. -Sí, desde luego que lo son.

Con un rápido movimiento él empujó hacia arriba su sostén y capturó su pecho. Atrapada en un ataque de cruda lujuria, ella siseó y se tensó. Él sonrió un poco.

– ¿Demasiado rápido? – Él tomó su pezón entre sus dedos y lo acarició, combinando el placer y el dolor. Ella gritó. -¿Es demasiado áspero para ti? Intentaré controlarme, pero, ya sabes, soy un salvaje. Es por eso por lo que me quieres ¿no es cierto?

Pero no era demasiado rápido o demasiado áspero. Dios la ayudara, le gustaba. Lo quería con fuerza y ahora y lo quería con él. Quería romper las reglas, quería el peligro y la emoción, quería el calor salvaje y el poder de él. Y ya estaba lista, sobre todo cuando le empujó la falda hacia las caderas. Todo lo que tenía que hacer era apartar su tanga y podría hundirse profundamente.

Pero ella quería verlo cuando la penetrara. Y quería tocar su cuerpo también. Comenzó a levantarse, pero él la contuvo, inclinándose contra su cuello, manteniéndola en el lugar.

– Lo siento, soy un pony con truco. Solo lo hago así.

Ella luchó, muriéndose por besarlo. -Zsadist…

– Llegas tarde para habértelo repensado. -Su voz era un gruñido sensual en su oído. -Por alguna razón, quiero joderte. Mal. Por lo que háganos a ambos un favor y aprieta los dientes. No me costará mucho tiempo.

Su mano abandonó su pecho, se lanzó entre sus piernas y encontró su centro.

Zsadist se congeló.

Instintivamente ella movió sus caderas, frotándose entre sus dedos, sintiendo una maravillosa fricción…

Él saltó hacia atrás. -Sal de aquí.

Desorientada, ferozmente despertada, se balanceó cuando se incorporó. -¿Qué?

Zsadist se acercó a la puerta, la abrió y miró fijamente al suelo. Cuando ella no se movió, él rugió. -Márchate.

– Por qué…

– Dios, me pones enfermo.

Bella sintió que toda la sangre le abandonaba la cara. Se bajó la falda y recompuso su camisa y el sostén. Entonces salió de la habitación.

Zsadist cerró con un golpe la puerta y corrió al cuarto de baño. Levantó la tapa del retrete, se inclinó y vomitó la manzana que se había comido.

Cuando tiró de la cadena, se hundió en el suelo, tembloroso y mareado. Intento respirar profundamente, pero todo lo que podía oler era a Bella. Su adorable, inexplicable excitación estaba en sus dedos. Se quitó el jersey de cuello vuelto y lo colocó alrededor de su mano, necesitando su débil olor.

Dios, el perfecto satén de ella. La magnífica fragancia de su pasión. Todo lluvia exquisita.

Ninguna mujer se había mojado por él durante cien años. No desde su tiempo como esclavo de sangre. Y entonces…él no lo había querido, había aprendido a temer la excitación.

Intentó concentrarse en el actual regalo, intentando mantener la imagen del cuarto de baño, pero el pasado lo succionó hacia atrás…

Estaba en la celda, con los grilletes puestos, su cuerpo no era suyo. Sintió las manos de la Mistress, olió el bálsamo que tenía que ponerle para conseguir la erección que necesitaba. Y luego ella lo montaba, bombeándolo hasta que lo conseguía. Después de esto, lo mordía y agredía mientras bebía y se alimentaba de sus venas.

Todo había vuelto. Las violaciones. Las humillaciones. Las décadas de abusos hasta que perdió la noción del tiempo, hasta que casi no fue nada, casi muerto excepto por el incesante latido de su corazón, atrapado en su memoria y el funcionamiento mecánico de sus pulmones.

Escuchó un extraño sonido. Comprendió que estaba gimiendo.

Oh…Bella

Colocó su frente sobre su bíceps. Bella. Dios, ella hacía que se avergonzara de sus cicatrices y de su fealdad, sus aspecto arruinado y su negra y repugnante naturaleza

En la fiesta ella sin ningún esfuerzo se había dirigido a sus hermanos y a las mujeres, sonriendo, riendo. Tenía un encanto y una facilidad que hablaba de la vida cómoda que había tenido. Probablemente nunca había conocido una palabra o un hecho poco amable. Seguramente nunca había sido cruel o dura con otra persona. Era una mujer que valía, no como la gente mala, hambrientas humanas de las que había estado bebiendo.

No la había creído cuando le había dicho que quería acostarse con él, pero ella había querido. Era lo que toda su sedosa humedad significaba. Las mujeres podrían mentir sobre muchas cosas, pero no en esto. Nunca sobre esto.

Zsadist se estremeció. Cuando la había tenido inclinada y tocaba sus pechos, había planeado detenerse a pesar de lo que le había dicho. Había creído que la asustaría estando a solas, la abrumaría un poco antes de enviarla de nuevo a su camino.

Pero en realidad había querido estar con él.

Recordó de nuevo lo que había sentido cuando se había zambullido entre sus muslos. Había sido tan…suave. Tan increíblemente caliente, lisa y lista. Al principio la había tocado para saber lo que sentía por él. No había tenido ninguna idea de hacerlo, pero entonces turbándolo, la Mistress había regresado. Había visto su cara y había sentido su cuerpo encima suyo.

La Mistress siempre había ido a él muy animada y hacía muchos esfuerzos para asegurarse de que él lo sabía, aunque no la hubiera tocado nunca con las manos. Había sido astuta. Después de cada cosa que le hacía, si hubiera sido capaz de oponerse a ella, la habría desgarrado como un animal rabioso y ambos lo sabían. Peligrosamente enjaulado le representaba una gran emoción a ella.

Pensó en la atracción de Bella hacia él. Estaba basado en lo mismo ¿no? El poder del sexo. El salvaje sujeto con los grilletes usados para el placer.

O en el caso de Bella, el hombre peligroso utilizado para una aventura.

Se estómago se removió otra vez y se balanceó sobre el retrete.

– Pensaba que solo eras cruel. -Dijo Bella detrás de él. – No sabía que en realidad te hice enfermar.

Joder. No había cerrado la puerta.

Nunca se habría imaginado que ella regresaría.

Bella se abrazó a sí misma. De todas las cosas que podía haberse inventado, esta superaba la ficción. Zsadist tumbado y medio desnudo sobre el retrete con su jersey alrededor de su mano, los movimientos ascendentes y descendentes que hacían que se tensara.

Mientras él maldecía, ella miró fijamente su cuerpo. Querido Señor, su espalda. La amplia extensión estaba surcada por cicatrices, evidenciando un pasado de azotes, que de algún modo no se habían curado con suavidad. Aunque como había pasado no lo podía adivinar.

– ¿Por qué estás otra vez en mi habitación? -Le preguntó él, la voz resonando alrededor del borde porcelana.

– Yo, ah, quería gritarte.

– ¿Te importa si primero termino y me levanto? – El agua salió y gorgoteó mientras se lavaba.

– ¿Estás bien?

– Sí, esto solo es parte de la diversión.

Ella entró en el cuarto de baño y tuvo la impresión que era muy limpio, muy blanco y totalmente impersonal.

En un abrir y cerrar de ojos, Zsadist estaba de pie mirando hacia ella.

Ella se tragó un jadeo.

Aunque claramente poderoso, sus músculos destacaban descarnadamente, las estriadas fibras individuales y visibles. Para ser un guerrero, para cualquier hombre, era delgado, demasiado delgado. Sinceramente estaba cerca de cerca de morir de hambre. Tenía cicatrices delante, aunque solo en dos lugares; sobre su pectoral izquierdo y sobre su hombro derecho. Tenía ambos pezones perforados, pequeños aros de plata con pequeñas esferas colgando de ellos captando la luz mientras él respiraba.

Pero nada de eso fue lo que la dejó estupefacta. Las gruesas marcas negras tatuadas en su cuello y muñecas eran horribles.

– ¿Por qué llevas las marcas de un esclavo de sangre? -Susurró ella.

– Haz cuentas.

– Pero que es…

– ¿Supones que no le puede pasar a alguien como yo?

– Bien, sí. Eres un guerrero. Un noble.

– El destino es una perra cruel.

Su corazón se abrió de par en par para él y todo lo que había pensado sobre él cambió. Era más que una emoción, pero un hombre que ella quería aliviar. Reconfortar. Con un impulso, dio una pasó hacia él.

Sus oscuros ojos se estrecharon. -Realmente no quieres acercarte, mujer. Sobre todo no ahora.

Ella no le escuchó. Cuando ya no hubo distancia entre ellos, él echó marcha atrás hasta que quedó atrapado en la esquina entre la ducha de cristal y la pared.

– ¿Qué diablos estás haciendo?

Ella no le contestó, por que no estaba segura.

– Retrocede. -Chasqueó él. Abrió la boca, alargando sus colmillos al tamaño de los de un tigre.

Esto la hizo hacer una pausa. -Pero tal vez puedo…

– ¿Salvarme o alguna mierda? Oh, de acuerdo. Es tu fantasía, esta es la parte dónde, se supone, me atraviesan tus ojos. Entregando a mi bestia a los brazos de una virgen.

– No soy una virgen.

– Bien, mejor para ti.

Ella extendió su mano, queriendo ponerla sobre su pecho. Directamente sobre su corazón.

Él se apartó de ella, apretándose contra el mármol. Cuando el sudor estalló por todo su cuerpo, estiró el cuello distanciándose y su cara tensa se estremeció. Su pecho moviéndose arriba y abajo, haciendo brillar intermitentemente los anillos de los pezones.

Su voz atenuada hasta que no fue apenas un sonido. -No me toques. No puedo…no puedo soportar ser tocado ¿vale? Duele.

Bella se detuvo.

– ¿Por qué? – Dijo ella suavemente. -Por que te…

– Joder sal de aquí, por favor.- Apenas podía pronunciar las palabras. -Estoy a punto de destruir algo. Y no quiero que seas tú.

– No me harás daño.

Él cerró los ojos. -Maldita seas. ¿Qué pasa con los tipos refinados? ¿Has sido criada para torturar a la gente?

– Buen Señor, no. Solo quiero ayudarte.

– Mentirosa.- Le escupió él, se le abrieron de pronto los ojos. -Eres una mentirosa. No quieres ayudarme, quieres empujar una serpiente de cascabel con un palo para ver lo que hace.

– Eso no es verdad. Al menos…no ahora.

Su mirada fue como el hielo, desalmada. Y su voz perdió toda entonación. -¿Me quieres? Bien. Joder, puedes tenerme.

Zsadist se lanzó sobre ella. La echo al suelo, colocándola sobre su estómago y arrastrando sus manos hacia su espalda. El mármol estaba frío contra su cara cuando estando de rodillas le separó las piernas. Escuchó el sonido de algo que se rasgaba. Su tanga.

Ella se entumeció. Sus ideas no podían seguir el paso de sus acciones y menos podían sus emociones. Pero su cuerpo sabía lo que quería. Enfadado o no, ella lo acogería.

El peso de él la abandonó brevemente y ella escuchó el sonido de una cremallera. Entonces él estuvo sobre ella sin que hubiera nada entre su enorme erección y su centro. Pero él no empujó. Solo jadeó mientras se congelaba en el sitio, su aliento ruidosamente rápido en su oído… ¿Sollozaba?

Su cabeza cayó sobre su nuca. Entonces él se apartó, cubriéndola mientras abandonaba su cuerpo. Colocándose sobre su espalda, él puso sus brazos sobre su cara.

– Oh, Dios. -Gimió él. -…Bella.

Ella quiso tenderle la mano, pero estaba tan tenso que no se atrevió. Con dificultad ella se puso de pie y apartó la mirada de él. Los pantalones de Zsadist estaban sobre sus muslos, su sexo ya no estaba erecto.

Jesús, su cuerpo estaba en malas condiciones. Su estómago hueco. Los huesos de su cadera Saliéndosele de la piel. Era verdad que debía beber solo de las humanas, pensó ella. Y no comía nada en absoluto.

Ella se concentró en las bandas de tatuajes que recubrían sus muecas y su cuello. Y en las cicatrices.

Destrozado. No roto.

Aunque ella se avergonzaba de admitir esto ahora, la oscuridad había sido la parte más grande de su encanto. Era tal anomalía, un contraste para lo que conocía de la vida. Esto lo hacía mucho más peligroso. Excitante. Atractivo. Pero eso había sido una fantasía. Esto era la realidad.

Él sufría. Y no había nada de atractivo o emocionante en ello.

Ella cogió una toalla, se acercó a él, poniéndola con cuidado sobre la carne expuesta. Él saltó y la aferró fuertemente contra él. Cuando elevó la vista hacia ella, el blanco de sus ojos estaba inyectado en sangre, pero no lloraba. Tal vez ella había estado confundida sobre los sollozos.

– Por favor…déjame.- Dijo él.

– Deseo…

– Ve. Ahora. No deseos, no esperanzas. No nada. Sólo déjame. Y nunca te acerques a mí otra vez. Júralo. Júralo.

– Yo…yo lo prometo.

Bella se dio prisa en salir de su dormitorio. Cuando ella estuvo en el pasillo lo bastante lejos, se paró y peinándose con los dedos, intentando alisarlo. Podía sentir su tanga alrededor de la cintura y la dejó allí. No tenía ningún lugar donde dejarla si se la quitaba.

Escaleras abajo al fiesta todavía estaba en plena actividad, pero ella se sintió fuera de lugar, agotada. Se acercó a Mary, se dijeron adiós y buscó por los alrededores algún doggen para que la llevara a casa.

Pero entonces Zsadist entró en la habitación. Se había puesto la ropa de entrenamiento de nylon blanca y llevaba una bolsa negra en la mano. Sin mirarla para nada, se acercó por detrás a Phury, quien estaba a un par de pasos de distancia.

Cuando Phury se giró y vio la bolsa, retrocedió.

– No, Z. No quiero…

– Lo harás, hermano o encontraré a alguien que lo haga.

Zsadist le dio la bolsa.

Phury lo miró fijamente. Cuando cogió la bolsa, su mano tembló.

Los dos salieron juntos.

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