La única escena posible es la del tipo que corre por el sendero del bosque. Alguien parpadea un dormitorio azul. Ahora tiene veintisiete años y sube al autobús. Fuma, lleva el pelo corto, bluejeans, camiseta oscura, chaqueta con capucha, botas, lentes de comisario político. Está sentado del lado de la ventana; junto a él un obrero que regresa de Andalucía. Se sube a un tren en la estación de Zaragoza, mira hacia atrás, la neblina cubre hasta las rodillas a un inspector de ferrocarriles. Fuma, tose, pega la frente contra la ventanilla del autobús. Ahora camina por una ciudad desconocida, en la mano carga un bolso azul, tiene levantado el cuello de la chaqueta, hace frío, cada vez que respira expele una bocanada de humo. El obrero duerme con la cabeza apoyada sobre su hombro. Enciende un cigarrillo, mira la llanura, cierra los ojos. La siguiente escena es amarilla y fría y en la banda sonora revolotean algunos pájaros. (Como chiste privado, él dice: soy una jaula; luego compra cigarrillos y se aleja de la cámara.) Está sentado en una estación de trenes al atardecer, llena un crucigrama, lee las noticias internacionales, sigue el vuelo de un avión, se humedece los labios con la lengua. Alguien tose en la oscuridad, una mañana clara y fría desde la ventana de un hotel; él tose. Sale a la calle, levanta el cuello de su chaqueta azul, abotona todos los botones menos el último. Compra una caja de cigarrillos, saca uno, se detiene en la acera junto al escaparate de una joyería, enciende un cigarrillo. Lleva el pelo corto. Camina con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta, el cigarrillo le cuelga de los labios. La escena es un primer plano del tipo con la frente apoyada en la ventanilla. El resto son pasillos minúsculos que en raras ocasiones llevan a alguna parte. El vidrio está empañado. Ahora tiene veintisiete años y baja del autobús. Avanza por una calle solitaria.