47. NO HAY REGLAS

Las grandes estupideces. Muchacha desconocida que retorna a la escena del camping desierto. Bar desierto, recepción desierta, parcelas desiertas. Este es tu pueblo fantasma del Oeste. Dijo: finalmente nos destrozarán a todos. (¿Hasta a las muchachas bonitas?) Me reí de su desamparo. El doble lleno de aprensión hacia sí mismo porque no podía evitar enamorarse una vez al año por lo menos. Después una sucesión de letrinas portátiles, reediciones baratas, muchachos vomitando mientras en la terraza silenciosa baila una niña subnormal. Toda escritura en el límite esconde una máscara blanca. Eso es todo. Siempre hay una jodida máscara. El resto: pobre Bolaño escribiendo en un alto en el camino. «Coches policiales con las radios encendidas: les llueve información inútil de todos los barrios por donde pasan.» «Cartas anónimas, amenazas sutiles, la verdadera espera.» «Querida, ahora vivo en una zona turística, la gente es morena, hace sol todos los días, etc.» No hay reglas. («Díganle al estúpido de Arnold Bennet que todas las reglas de construcción siguen siendo válidas sólo para las novelas que son copias de otras.») Y así, y así. Yo también huyo de Colan Yar. He trabajado con subnormales, en un camping, recogiendo piñas, vendimiando, estibando barcos. Todo me empujó hasta este lugar, el descampado donde ya no queda nada que decir… «Sin embargo estás con muchachas hermosas»… «Creo que lo único hermoso aquí es la lengua»… «Me refiero a su sentido más estricto»… (Aplausos.)

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