Capítulo 9

– ¿Jarrod? -Georgia contempló la expresión torturada de su rostro-. ¿Tía Isabel? ¿Qué…? -tragó saliva-. ¿Jarrod? -se asió al marco de la puerta.

Isabel palideció, pero no tanto como Jarrod.

– Georgia -dijo, en un hilo de voz-. ¿Desde cuándo estás ahí?

– La verdad, Georgia -dijo Isabel-. No deberías escuchar las conversaciones privadas de los demás.

– Necesito un trago -exclamó Jarrod.

Se acercó al bar y, sirviéndose una copa con manos temblorosas, la bebió de un trago. Georgia e Isabel lo observaron en silencio llenar de nuevo el vaso. Pero Jarrod, en lugar de beberlo, lo tiró contra la chimenea.

Georgia se estremeció. El ruido del cristal haciéndose añicos la sacó de su inmovilidad. Jarrod había besado a la tía Isabel, a su madrastra.

– Georgia, será mejor que te vayas a casa -dijo Isabel-. Estamos tratando un asunto familiar.

Georgia ni siquiera la miró. Sus ojos estaban pegados a Jarrod. Vio una multitud de emociones cruzar su rostro, algunas a tal velocidad que le resultó imposible descifrarlas. Pero descubrió la incredulidad, el dolor, la pena… Una pena profunda y desolada que subyacía a su ira. De pronto, la batalla interior que parecía estar lidiando concluyó, y sus ojos quedaron vacíos de emoción.

– ¿Un asunto familiar? -Jarrod miró a Isabel con frialdad-. ¿Y Georgia no es un miembro de la familia?

– Jarrod, no…

– No -dijo él, en tono mate-. Déjanos, Isabel. Como has dicho, Georgia y yo tenemos que hablar.

Isabel se llevó una mano a la garganta.

– ¿No crees que sería mejor dejarlo hasta mañana? -sugirió.

Pero Jarrod sacudió la cabeza.

– No. Déjanos, Isabel.

La mujer madura pareció titubear y a continuación, apretando los labios en un gesto de desaprobación, dejó la habitación. En la última y rápida mirada que dirigió a Georgia, ésta vio que estaba asustada. Pero su atención estaba volcada en Jarrod, al que miró de inmediato con ojos desencajados, al tiempo que contenía la respiración.

Tenía la sensación de que el mundo se tambaleaba, se rompía en añicos a su alrededor. ¿Jarrod y la tía Isabel?

Jarrod caminó hacia ella y se detuvo a poca distancia, mirándola con gesto severo.

– Georgia, tenemos que hablar. Siéntate, por favor.

– No creo que haya nada que decir -dijo ella, cortante.

– ¿Qué has escuchado?

– ¿Escuchar? No me ha hecho falta escuchar. Me ha bastado con mirar. No puedo creer que…

– Georgia, por favor – se pasó una mano por el cabello-. Es más de lo que…

Georgia dejó escapar una carcajada.

– ¿Más? -el dolor le apretaba el corazón que de pronto parecía habérsele convertido en un cubo de hielo. Caminó con lentitud hacia un sillón y se sentó en el borde, manteniendo la espalda erguida y en tensión, con las manos apretadas sobre el regazo-. ¿Qué más puede haber? ¿Cómo has podido besar así a la tía Isabel?

– Georgia, por favor. Estoy intentando explicarte que no es lo que tú crees.

– Me dijiste que me amabas.

– Y es verdad -Jarrod la miró titubeante. De pronto pareció cambiar de actitud-. Tengo que marcharme -añadió, bruscamente.

Georgia se humedeció los labios, pero no pudo articular palabra.

– Me voy a los Estados Unidos -Jarrod la miró a los ojos unos instantes, antes de retirar la mirada-. Tengo que ir a ver a mi padre.

– Creía que estaba en Hong Kong -dijo Georgia, pausadamente.

– Pero luego va a los Estados Unidos. Tengo que hablar con él sobre un asunto.

Georgia se cubrió la boca con las manos. Si no salía de aquella habitación iba a vomitar. ¿Jarrod y su tía Isabel? ¡No!

– ¿Vas a… vas a hablar con él de lo de esta noche?

– No. De todas formas pensaba marcharme -dijo Jarrod-. Iba a decírtelo. Ha surgido un asunto. Un problema.

El corazón latía con tal fuerza en el corazón de Georgia que creyó ensordecer. Jarrod se pasó una mano por el cabello y se volvió bruscamente hacia ella, pero bajó los párpados para ocultar sus ojos.

– Puede que no vuelva -dijo, de un tirón.

Georgia se sobrecogió. Tenía que haber oído mal. Debía estar soñando. Después de todo lo que había habido entre ellos… Lo que habían representado el uno para el otro…

El pánico de adueñó de ella.

– Jarrod, ¿cómo has podido hacerme esto?

– Georgia, lo siento -dijo él, carente de emoción-. Nunca he pretendido hacerte daño.

– ¡No! -Georgia sacudió la cabeza-. ¡Deja de mentir! Jamás hubiera creído que podía odiar a alguien tanto como te odio ahora mismo. No quiero volver a verte nunca más. Ni a ti ni a la tía Isabel.

Jarrod apretó los labios con fuerza. Un nervio le tembló en la mandíbula.

– Georgia, de verdad que siento que tengamos que acabar así. Pero las cosas han cambiado -dijo, con amargura-. Créeme, Georgia, yo te amaba.

– ¿Amarme? No sabes lo que esa palabra significa, Jarrod -Georgia comenzó a llorar, convencida de que el corazón se le había roto en dos.

– Sé muy bien lo que significa -dijo él en un susurro. Y Georgia rió.

– Tú sabes lo que es el sexo. Ahora, gracias a ti, también yo lo sé. Pero también he aprendido lo que no es el amor -Georgia se encaminó hacia la puerta.

– Georgia -Jarrod hizo ademán de posar la mano en su hombro, pero ella lo esquivó.

– ¡No me toques! -gritó-. ¿Cómo has podido hacerme esto, Jarrod? ¿Cómo has podido utilizarme así?

– Te dije desde un principio que debíamos mantener la relación en un plano amistoso. No pensé que las cosas… llegarían tan lejos, pero tú…

– ¡Qué galante! Así que yo te seduje y te obligué a hacerme el amor -Georgia alzó una mano temblorosa-. Perdón, quiero decir que te obligué a mantener relaciones sexuales conmigo.

– Yo no pretendía… Georgia, tú eres muy atractiva y deseable… Estabas disponible y yo, después de todo, soy un hombre.

– No -dijo ella, sintiéndose morir-. No, Jarrod, tú no eres un hombre. Tampoco conoces el significado de esa palabra. Estás muy equivocado. Los hombres de verdad no se comportan así.

Con esas palabras, Georgia se giró sobre sus talones y salió corriendo, adentrándose en la oscuridad sin poder controlar las lágrimas que la cegaban.

Georgia creyó que el mundo se acababa en aquellos espantosos minutos cuatro años atrás. Pero no fue más que el comienzo de una noche que jamás podría olvidar.


Jarrod se incorporó con una torpeza extraña en él y el ruido de la silla devolvió a Georgia de un salto al presente.

¿De qué estaban hablando? De canciones. De canciones sensuales. Y Jarrod la censuraba. Georgia se pasó la mano por los ojos al tiempo que él se alejaba unos pasos de ella, con actitud de reproche. ¿Cómo se atrevía?

– ¿Te hace falta dinero, Georgia? -preguntó.

Georgia parpadeó. La pregunta la tomó por sorpresa.

– No. ¿Por qué lo preguntas?

– Lockie me ha dicho lo de tu coche y he pensado que si le dejabas grabar esas canciones porque necesitabas dinero, yo podía…

– ¡No! -¿cómo podía pensar Jarrod que aceptaría su dinero?-. No, Jarrod, no. No es una cuestión de dinero -dijo, entre dientes, pero antes de que continuara, Lockie se reunió con ellos e incluso él tuvo dificultades para conseguir que los otros dos participaran en algo parecido a una conversación.

Al poco rato, Jarrod se marchó y antes de que Lockie hiciera preguntas, Georgia escapó a su dormitorio, completamente exhausta emocionalmente, como si hubiera superado una ardua prueba y aún le quedara la peor parte.


La clientela del club, como la noche anterior, parecía encantada con la actuación, y Georgia tuvo que admitir que Lockie tenía una habilidad especial para seducir a su público.

Mientras tanto, ella, dominada todavía por los recuerdos, había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para fijar en su rostro una sonrisa artificial.

La causa de su estado de ánimo estaba sentada en la primera fila, igual que la noche anterior. Los focos que iluminaban el escenario ocultaban el resto del local, menos la posición que ocupaba Jarrod, apoyado en el respaldo y escuchando la música atentamente.

No había dicho que fuera a ir al concierto. La noche anterior ya había supuesto bastante sufrimiento para Georgia, pero no iba a ser nada comparado con lo que pasaría esa noche.

Jarrod la observaba sin ninguna señal de tensión, ajeno a la confusión que estaba creando en Georgia cuando estaba a punto de cantar la canción. Su canción.

– Y ahora la joya de la corona, la guinda del concierto -anunció Lockie al micrófono-. Este será el primer single del disco que esperamos grabar pronto, y en cuanto la oigáis entenderéis por qué. Es la bomba -se pasó la mano por dentro del cuello de la camisa y se abanicó exageradamente-. Señoras y señores. Una vez más, la increíble y magnífica Georgia Grayson.

Lockie se echó hacia atrás y el grupo comenzó a tocar la introducción al tema. Las luces se atenuaron y un foco iluminó a Georgia, ataviada con un vestido azul que se ceñía a sus curvas y caía con sensualidad, flotando alrededor de sus piernas. Llevaba unas sandalias de tacón alto y Georgia no había necesitado el silbido que le dedicó su hermano para saber que estaba muy atractiva.

Había llegado el momento de cantar la canción. Georgia no dejaba de repetirse que haciéndolo, lograría exorcizar el pasado. Pero ahora que tenía que hacerlo, no sabía si sería capaz de hacerlo.

Y comenzó a cantar.

Tócame. Toca mi cuerpo…

El público dejó de hacer ruido.

Tócame, acaríciame con tus dedos…

Se podría haber oído una aguja caer al suelo.

¿Puedes sentir el inicio del fuego…?

Georgia cantó desde principio hasta el estribillo con voz desgarrada, dando vida a la letra con una interpretación emocionada, llena de pasión.

En mis sueños lo he sentido…

Y podía volver a sentirlo sólo con saber que Jarrod estaba allí.

Tus dedos encendiéndome…

Lo recordaba tan vivamente que podía volver a sentir el placer.

Descubriendo cada resquicio secreto de mi cuerpo…

Jarrod conocía cada poro, cada parte oculta, y sabía cómo acariciarla hasta hacerle perder el control.

Al tiempo que susurro tu nombre…

Oh, Jarrod.

Tócame. Toca mi cuerpo…

Georgia le cantaba a él. La canción era para él.

Desde el escenario era imposible adivinar la expresión de su rostro, pero Georgia sentía su presencia con tal intensidad que el resto del público se perdía entre las sombras, no tenía entidad. Estaba a solas con Jarrod y el tiempo era una ilusión. Él era su primer amor, su único amante. Su voz lo alcanzaba, acariciándolo como solía hacerlo en el pasado.

Tócame. Nuestros cuerpos fundidos en uno…

Georgia acabó la canción y cuando sonó la última nota, hubo una fracción de segundo de silencio seguida de una ovación ensordecedora.

El ruido atravesó la barrera de dolor que había entumecido a Georgia. Por un instante, no supo qué estaba pasando ni pudo reaccionar. Sintió que Lockie se aproximaba a ella, al tiempo que las luces se hacían más intensas. Lockie cubrió el micrófono con la mano y la habló al oído.

– ¡Georgia, has estado magnífica!

Georgia pestañeó y sus ojos viajaron hacia Jarrod. Estaba inclinado hacia adelante y, entre el humo de los cigarrillos, Georgia pudo ver que estaba extremadamente pálido. Tenía el inequívoco aspecto de un hombre que hubiera recibido un golpe en pleno pecho y no hubiera podido recuperar el aliento.

– Será mejor que des las gracias -la animó Lockie, señalando al entusiasmado público.

Y Georgia hizo un esfuerzo sobrehumano para fingir una sonrisa.

– Tengo que descansar, Lockie -dijo en voz baja, inclinando la cabeza hacia adelante para ocultar los labios.

– De acuerdo. Pero querrán que vuelvas a cantar -dijo Lockie-. Ven después del próximo tema.

Georgia asintió con la cabeza. No le resultó fácil que sus piernas obedecieran la orden de avanzar.

– ¿De acuerdo? -insistió Lockie.

Y Georgia volvió a asentir, logrando, sin saber muy bien cómo, salir del escenario.

– Un gran aplauso para la fantástica Georgia Grayson -dijo Lockie, haciendo una reverencia en su dirección-. Os prometo que volverá.

Georgia estuvo a punto de desmayarse cuando llegó al camerino. Forcejeó para abrir la ventana y se apoyó en la pared, tomando aire frenéticamente. A través de la ranura abierta pudo ver un par de estrellas recortadas contra el oscuro cielo.

Jamás volvería a cantar aquella canción. En lugar de acabar con los fantasmas había logrado despertarlos y abrir todas las heridas. Y delante de un montón de gente. Dejó escapar un gemido. Especialmente, delante de uno de los miembros del público. Acababa de desnudar su alma ante Jarrod Maclean.

Y había sido tan clara. Otro gemido brotó de su garganta. ¿Clara? En todo lo relacionado con Jarrod Maclean siempre había sido así.

Después de tantos años, acababa de demostrarle a él y a sí misma que sus sentimientos no habían cambiado. Lo amaba tanto como en el pasado y su comportamiento de cuatro años atrás parecía no tener importancia.

Georgia se dijo que era una mera cuestión física. Suspiró desesperada. ¿A quién pretendía engañar? Lo cierto era que Jarrod Maclean le había robado el corazón y ella se lo había entregado sin oponer resistencia. ¡Aunque no se lo mereciera!

Georgia tenía ganas de llorar, pero el estrangulamiento que sentía en la garganta amenazaba con ahogarla. Le dolía todo el cuerpo. De un impulso se separó de la pared y miró por la ventana. Le temblaba todo el cuerpo.

Jarrod estaba en lo cierto. No tenía el temperamento para ser una estrella. Le faltaba ese algo que Lockie y los muchachos tenían: el placer de estar sobre el escenario, el ansia de ser aplaudidos. A ella le iba más estar en la sombra. Podía componer canciones pero…

Suspiró abatida. De pronto lo veía todo claro. Llevaba cuatro años sobreviviendo. Se había deslizado por la vida como un río por su cauce. Había perdido la capacidad de luchar y ni siquiera hacía un esfuerzo por recuperarla.

No había vivido, sino meramente existido, dejando pasar un día tras otro, un mes tras el siguiente. Morgan tenía razón.

¿Podía culpar a Jarrod? No, ella era la única culpable. Sólo ella era responsable de haber puesto su felicidad en manos de Jarrod y cuando él había optado por tener una vida propia, ella se había dejado hundir sin ofrecer resistencia. Comía, dormía, respiraba. Pero no vivía.

Eso tampoco significaba que pudiera perdonar a Jarrod lo que hizo. El dolor era demasiado profundo. Suspiró con desesperanza y de pronto contuvo el aliento, consciente de que ya no estaba sola.

Se giró bruscamente.

Jarrod estaba apoyado en el marco de la puerta. Llevaba una camisa color albaricoque que acentuaba el color tostado de su piel y unos pantalones color crema. Tenía las manos metidas en los bolsillos y cruzaba las piernas con aire casual.

Pero Georgia, que lo conocía bien, supo de inmediato que no estaba relajado. Un nervio le latía en la sien y sus ojos brillaban como zafiros. Georgia adivinó que apretaba las manos con fuerza.

– ¿Estás bien? -su voz la sobresaltó.

Georgia intento recuperar el dominio de sí misma.

– ¿Por qué?

– Has dejado el escenario precipitadamente.

Georgia se encogió de hombros.

– Los focos me estaban dando calor y necesitaba tomar un descanso.

Jarrod arqueó una ceja con escepticismo. Georgia añadió:

– Cantar es muy agotador.

– Especialmente cuando se pone tanto sentimiento -dijo él.

Georgia se quedó mirándolo sin saber qué contestar.

– Sea lo que sea lo que te pagan, no es bastante -Jarrod se separó de la puerta y miró en torno.

– La verdad es que me pagan bastante bien -dijo Georgia, rápidamente-. Una buena cantidad para contribuir al pago de mi coche.

Jarrod la observó con ojos turbios.

– ¿Recuerdas lo que te dije sobre un tiovivo y la dificultad de bajarse de él? Así es como se empieza.

– Como tú bien sabes por experiencia -dijo, Georgia, sarcástica.

Jarrod se sacó las manos de los bolsillos y las puso en jarras.

– Se ve que tienes buena memoria -replicó a su vez, en tono irritado.

– No creo que sea asunto tuyo -respondió Georgia, airada.

– Puede que no, pero alguien tiene que decirte que no puedes seguir así.

– ¿Y ésa es tu opinión después de dos actuaciones? -dijo Georgia, sarcástica.

– Sólo me preocupa que Lockie intente convencerte de que continúes con ellos. No vas a poder seguir su ritmo, Georgia. Dos noches a la semana añadidas a tu trabajo en la librería y a tus horas de estudio agotarían a cualquiera -Jarrod alzó las manos y las dejó caer-. ¿Y para qué? Es demasiado.

– No estoy más que ayudando a Jarrod -dijo Georgia, desafiante-. Mandy vuelve la semana que viene.

Jarrod masculló algo incomprensible y dio un paso adelante.

– ¿Y esa Mandy canta tan bien como tú?

– Mejor.

– Me cuesta creerlo. Escucha, Georgia, Lockie… -Jarrod sacudió la cabeza-. Ya hemos hablado de esto. Me preocupa tu salud. Mírate en el espejo.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que tienes ojeras y has adelgazado.

Georgia apretó los labios. Había perdido siete kilos en cuatro años. O mejor, en un mes, cuatro años atrás.

– Pensaba que estaba de moda estar delgada. De todas formas, no puedes decirme nada, tú también has adelgazado.

– No estamos hablando de mí y sabes perfectamente a lo que me refiero, Georgia. No enfermes por culpa del grupo.

¡Enfermar! Georgia hubiera querido gritarle que el problema no era su salud, sino su corazón.

Le dirigió una mirada furibunda pero la preocupación que vio en los ojos de Jarrod la desarmó.

– ¿Enferma? Estoy más sana que un toro.

Jarrod dejó escapar una carcajada.

– Es posible, pero al acabar la canción has estado a punto de desmayarte.

– Eso ha sido por el tipo de canción que era -dijo ella, con picardía.

– Tengo que reconocer que es muy sensual -dijo él, secamente.

Georgia sonrió sin que sus ojos lo hicieran.

– Eso dicen los chicos y Lockie -dijo, con descaro.

– Sin embargo…, no te pega.

– ¿Tú crees? No es eso lo que he oído -dijo Georgia, provocativa-. Puedo pensar en unos cuantos hombres que me consideran sexy -mintió. Para ella sólo había habido un hombre.

– En cualquier caso, comprendo por qué Lockie la ha elegido como la canción estrella del disco -Jarrod hizo una pausa-. Es magnífica.

– Gracias -Georgia levantó la barbilla.

Jarrod seguía mirándola escrutadoramente, y Georgia sintió el impulso de decir algo que lo desconcertara, que le hiciera recordar…

– La escribí hace cuatro años -dijo, en tono seco.

Jarrod se tensó y Georgia sostuvo su mirada, decidida a paladear su venganza.

– De hecho, la escribí la primera noche que hicimos el amor -continuó-. Así que si tiene el éxito que Lockie predice, parte del mérito será tuyo.

El corazón de Georgia latía desbocado y a una parte de ella le espantaron las palabras que se oyó decir. Se volvió para tomar un cepillo de pelo y comenzó a cepillarse aunque no lo necesitaba.

Sus ojos viajaron hacia el espejo y el reflejo de Jarrod la hizo detenerse bruscamente.

– ¿De verdad? -dijo él, en tono casual.

Su indiferencia confirmó a Georgia que había imaginado el punzante dolor que había creído adivinar por un instante en su mirada.

– Lo cierto es que conseguiste que fuera inolvidable -dijo ella, con la misma indiferencia-. Y tengo que darte el mérito que te mereces.

Las mejillas de Jarrod se colorearon, y Georgia, decidida a aprovechar su ventaja, añadió:

– Lo recuerdo perfectamente. ¿No dicen que una mujer nunca olvida a su primer amante? Pero tengo entendido que para un hombre es distinto. Y con la cantidad de mujeres que habrás tenido, supongo que tú lo habrás olvidado -dijo Georgia, asombrándose de la calma que aparentaba.

– Claro que lo recuerdo -dijo él, en un hilo de voz.

– ¿De verdad? Me sorprendes -dijo ella, en tono alegre-. ¿Se supone que debo sentirme halagada?

Jarrod levantó una mano.

– Ya basta, Georgia, ¿no te parece?

– ¿Acaso no somos adultos, Jarrod? Disfrutamos el uno del otro. ¿Hay algo más natural?

– No fue así.

– ¿Así, cómo?

– Como estás insinuando.

– Entonces, ¿cómo fue?

– De acuerdo, Georgia. No necesito que me hagas pasar por esto.

Georgia intentó morderse la lengua, pero no pudo.

– ¿Por qué no? -continuó provocándolo.

– Porque no.

– No te sentirás avergonzado de haber retozado en el heno, ¿verdad?

Jarrod se metió las manos en los bolsillos.

– Haces que suene sórdido y barato -dijo Jarrod, en un tono de voz que Georgia creyó significativo aunque no quiso pararse a analizarlo.

– Puede que sea una mujer fácil, pero te aseguro que no soy barata -se le escapó.

– ¿Por qué no dejamos el tema?

– Veo que sí que sientes vergüenza -Georgia dejó escapar una risa falsa y los latidos de su corazón se aceleraron. Jarrod le dio la espalda, y su ira se intensificó-. ¿O es otra cosa?

Jarrod se detuvo para volverse lentamente.

– ¿No será que te sientes culpable?

Georgia supo de inmediato que había ido demasiado lejos e, instintivamente, dio un paso atrás.

– ¿Estás decidida a vengarte, Georgia, es eso de lo que se trata? -preguntó Jarrod con la mirada turbia.

– O puede que no sea más que la verdad -dijo ella, sin la convicción que hubiera deseado.

– ¡Culpable! -repitió él, y una risa amarga brotó de su garganta al tiempo que alargaba las manos y asía a Georgia con tanta fuerza que la hizo daño-. ¿Así que crees que me siento culpable? No tienes ni idea de la realidad.

– Jarrod, me estás haciendo daño -protestó Georgia, forcejeando para soltarse.

Jarrod la sujetó con fuerza.

– Sé lo que intentas hacer, Georgia. Llevas haciéndolo desde que vine, pero te aseguro que no va a funcionar. Si quieres venganza te aseguro que estás vengada. Ya he pagado por lo que hice y no pienso consentir que me insultes.

Sin darse cuenta, sus manos aflojaron la presión y sus dedos descendieron por el brazo de Georgia en una caricia, despertando en ella sensaciones aletargadas. Un sonido escapó de su garganta y Jarrod clavó la mirada en ella.

– ¡Por Dios, Georgia! Deja de provocarme -dijo, con voz ronca.

Inconscientemente, Georgia entreabrió los labios y se los humedeció.

Jarrod siguió sus movimientos como si no pudiera apartarlos del recuerdo del pasado.

Todo el cuerpo de Georgia volvió a la vida, cada sentido reaccionó al sentir a Jarrod tan cerca, el calor que nunca había olvidado la recorrió por dentro. Sin proponérselo, alzó la mano y dibujó el perfil de los labios de Jarrod.

Él se puso rígido y, por un instante, Georgia creyó que sus labios buscaban la palma de su mano para besársela. Pero al momento siguiente, él la apartó de sí de un empujón.

– Déjalo, Georgia, por el bien de los dos. A no ser que quieras pagar las consecuencias -dijo, con un resoplido.

Ella se asió del respaldo de una silla para no perder el equilibrio.

Las palabras de Jarrod la atravesaron y las heridas de su alma volvieron a sangrar. De pronto volvió a ser la muchacha inocente y confiada de diecinueve años.

– Jarrod, por favor… -brotó desde su corazón.

– Georgia -una sombra cruzó el rostro de Jarrod. Se pasó la mano por el cabello en estado de agitación.

– ¿No me deseas, Jarrod? -Georgia creyó que sólo había imaginado las palabras, pero por la forma en que Jarrod la miró, supo que las había dicho en voz alta.

– ¿Desearte? -sus labios se fruncieron en una mueca de dolor-. Claro que te deseo, Georgia. Ésa es la maldición de mi vida -sus músculos temblaban y sus ojos la contemplaron con expresión agónica-. Te desearé cada segundo del resto de mi vida.

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