Capítulo 6

Los brazos de Jarrod la estrecharon con fuerza y sus labios buscaron los de ella. El beso se prolongó y sus cuerpos se adaptaron el uno al otro, buscándose frenéticamente.

Georgia sintió una punzada en las entrañas que estalló en una ola de deseo. Podía sentir el sexo excitado de Jarrod presionándole el vientre.

Lentamente se sentaron sobre la arena y sus manos se exploraron a ciegas.

Georgia desabrochó los botones de la camisa de Jarrod, la deslizó hacia atrás y con los labios trazó la línea de sus hombros, saboreó su suave piel, recorrió los músculos de su estómago. También lo besaba la luz de la luna, y Georgia lo contempló, conteniendo la respiración.

– ¡Qué hermosos eres! -musitó, con voz ronca.

Riendo, Jarrod le quitó la camiseta, le desabrochó el sujetador y tomó sus senos en sus manos.

– ¡Tú sí que eres hermosa! -susurró, y llevó la boca a los pezones de Georgia, endureciéndolos con sus caricias.

Georgia se echó hacia atrás apoyándose en los brazos y cerró los ojos. Una corriente le recorría todo el cuerpo, una marea turbulenta que intensificaba sus sentidos haciendo que la cabeza le diera vueltas.

Jarrod se deslizó hacia arriba, buscó su boca de nuevo y la besó apasionadamente. Separándose un poco, con la respiración entrecortada, alargó la mano hacia su camisa y, antes de que Georgia le suplicara que no se la pusiera, la extendió sobre la arena y, suavemente, ayudó a Georgia a acostarse.

Lentamente, le desabrochó la falda, describió círculos alrededor de su ombligo y deslizó la mano hacia abajo, hasta alcanzar la parte más sensible de su cuerpo. Georgia se arqueó contra él, respirando entrecortadamente, excitando con sus quedos gemidos a Jarrod. Él se tensó y Georgia supo que intentaba frenarse.

– ¡No! -gritó Georgia, con voz quejumbrosa-. Por favor, Jarrod, no pares.

Cubrió con su mano la de él y luego la levantó para soltar el botón del pantalón de Jarrod. El ruido resonó en el silencio de la noche. Le bajó la cremallera y buscó su sexo, acariciándolo delicadamente, excitándolo hasta arrancar gemidos de la garganta de Jarrod. En unos segundos estaban desnudos y entrelazados.

Una parte de Georgia sabía que habían alcanzado un punto del que no podían retornar, pero le daba lo mismo. Amaba con locura a Jarrod y él también a ella. Le hubiera dado lo mismo que el mundo se desintegrara en ese momento.

Entonces, el cuerpo brillante de sudor de Jarrod se colocó sobre el de ella y su sexo la penetró. En ese instante, la tierra estalló en mil pedazos y Georgia, sacudida por sucesivas olas de placer, hundió el rostro en el hombro de Jarrod para saborear la sal de su piel.

Un gran aplauso resonó en el club y el público se puso en pie. Georgia volvió a la realidad lentamente, sonriendo a su alrededor con timidez para ocultar un repentino arranque de cinismo: ¿Cómo no iba a poder cantar bien una canción con una letra tan dolorosa? El triste lamento podía haber sido escrito para ella.

Se retiró para que Lockie ocupara el centro del escenario. En la siguiente canción sólo tenía que cantar los coros.

En el pasado, hubiera defendido la honradez de Jarrod ante cualquiera. Pero al final, el hombre del que se había enamorado y Jarrod Maclean resultaron ser dos personas distintas. Y el dolor que le había causado descubrir el engaño seguía tan vivo como cuatro años atrás, cuando había pasado largas horas esperando a que Jarrod volviera.

Georgia se retiró el cabello del rostro con un gesto impaciente. Llevaba mucho tiempo recuperarse de un amor tan intenso.

¿Cuatro años?

La única razón de que la asaltaran los recuerdos era la presencia de Jarrod. Había vuelto como el hijo pródigo y estaba poniendo patas arriba su rutinaria y ordenada vida, haciéndole recordar cosas que quería olvidar, demostrándole que el pasado no estaba tan profundamente enterrado como había querido creer.

«Pero nunca vas a ser tan joven ni estar tan llena de vida y amor. Olvídalo», se reprochó Georgia. «Olvida a Jarrod y lo que hizo. Está aquí sólo para visitar a su padre. Y cuando el tío Peter muera, Jarrod se marchará. Limítate a mantenerte alejada de él y a no pensar.»

Además, aparte de unos segundos en el coche, Jarrod no había dado ninguna señal de recordar la intimidad que habían compartido. Lo más seguro era que sólo ella tuviera recuerdos.

Y Jarrod no había dado la impresión de querer retomar la relación donde la dejaron. Claro que Georgia tampoco lo deseaba. Era absurdo pensarlo. Tal vez seguía encontrándolo físicamente atractivo. Pero como hombre lo odiaba y jamás podría perdonarlo.

Aun así, sus ojos lo buscaron sin que ella se lo ordenara. Estaba inclinado hacia Morgan, intentando escuchar lo que ella le decía.

¿Qué estaría diciendo? Fuera lo que fuera, Jarrod sonrió divertido, con la misma sonrisa que solía dedicarle a Georgia en el pasado. Pero Jarrod no podía estar interesado en Morgan. Georgia sintió que la sangre se le congelaba. ¡No! ¡Morgan sólo tenía diecisiete años, no era más que una niña! Jarrod no… Georgia se obligó a apartar la mirada.

Las horas pasaron y el público no quería que el concierto acabara. Aplaudieron canción tras canción y cuando Georgia por fin bajó del escenario, corrió al camerino y se dejó caer sobre una silla, exhausta.

La diminuta habitación se llenó de gente dándole la enhorabuena con ojos brillantes. Lockie y los chicos la besaban, Morgan no dejaba de sonreír. Y entre las caras de los chicos, Georgia vio a Jarrod apoyado en el marco de la puerta.

Georgia lo miró con ojos brillantes y él le dedicó una sonrisa forzada, inclinando la cabeza a modo de saludo.

«¡Qué magnánimo!», pensó Georgia, con amargura. Si creía que necesitaba su aprobación, estaba muy equivocado. Con un movimiento brusco, Georgia apartó la mirada.

Cuando el último cliente salió del club y, tras recoger sus instrumentos, todo el grupo se sentó a tomar un café.

Georgia se había cambiado y retirado el maquillaje, pero se dejó el cabello suelto, inconsciente del aire virginal y etéreo que le proporcionaba.

Jarrod se sentaba en otra mesa y bebía su café lentamente. Tras dedicar una furtiva mirada a Georgia cuando se unió a ellos, mantuvo los ojos fijos en su bebida.

– Aquí viene nuestra estrella -dijo Lockie.

– No seas bobo. Una noche de éxito no me convierte en una estrella -respondió Georgia. La euforia inicial había desaparecido y sólo sentía cansancio.

– Como quieras -dijo su hermano-, pero te alegrará saber que el dueño del club está encantado con la actuación.

Georgia arqueó las cejas.

– Y -continuó Lockie- me ha dicho que esta noche había gente importante de la industria musical entre el público y que están gratamente sorprendidos -se puso en pie y dio unos pasos de baile-. ¡Lo hemos conseguido! Después de tantos años. ¿No te dije siempre que algún día lo lograría, Jarrod? -dijo, volviéndose hacia él.

– Al menos una vez a la semana -dijo Jarrod, sonriendo.

Lockie dio un puñetazo al aire y, sentándose sobre una mesa, elevó la mirada al techo.

– ¡No puedo esperar a hablar con Mandy el domingo! ¿No es este el día con el que todos habíamos soñado?

– ¿Y tú, Georgia? -preguntó Evan Green, el guitarrista, después de reír el comentario de Lockie-. ¿Esta noche ha convertido tus sueños en realidad?

Georgia se tensó. ¿Sueños? ¿Qué significaba esa palabra? En el mejor de los casos, eran algo pasajero, en el peor, se convertían en una pesadilla. Todos sus sueños habían estado relacionados con el amor, con tener hijos, con envejecer…, siempre con Jarrod. Y esos sueños se habían roto en mil añicos. Jarrod los había destrozado y, desde entonces, había dejado de formar parte de su vida: soñar era un lujo que no podía permitirse.

Se encogió de hombros.

– No nos entusiasmemos por el éxito de una noche -dijo, en tono neutral.

– ¡Por Dios, Georgia, qué aburrida eres! -exclamó Morgan, sentándose en la misma mesa que Jarrod-. No intentes hacernos creer que no te lo has pasado bien. He visto cómo te brillaban los ojos. Debía ser por la cara de admiración con la que te contemplaban los hombres.

– ¿Admiración?-Andy pasó el brazo por los hombros de Georgia-. ¿Ahora se le llama así? Ya verás cuando se corra la voz. Mañana vamos a tener que espantarlos como moscas.

Georgia se ruborizó y se separó suavemente de Andy.

– ¿Y quién dice que quiera que los espantéis?

– ¿No es hora de que volvamos a casa? -preguntó Jarrod, interrumpiendo las exclamaciones de los demás.

Georgia se volvió hacia él. Estaba de pie, mirándola fijamente y la imagen la devolvió una vez más al pasado con una nitidez perturbadora.

Georgia había cantado con el grupo de Lockie en la fiesta de final de curso del colegio. Todo había ido magníficamente y al acabar el concierto, todo el mundo la había felicitado. Excepto Jarrod. Hasta que llegaron a casa.

– Lo hemos pasado muy bien, ¿verdad? -dijo Georgia, mirando a Jarrod con gesto inseguro, al tiempo que intentaba encontrar una justificación a su silencio-. ¿No es increíble que el señor y la señora Kruger se matricularan en el colegio hace setenta y cinco años? No parecen tan mayores -Georgia se deslizó en el asiento hasta pegarse a Jarrod-. ¿Crees que también nosotros volveremos después de tantos años.

Jarrod sonrió a medias.

– Seguro que tú sí, Georgia, pero yo no creo que dure tanto. Tú eres más joven que yo.

El rostro de Georgia se ensombreció.

– No mucho más joven. Y quiero envejecer contigo -dijo, con dulzura.

Jarrod entrelazó sus dedos con los de ella y cantó una estrofa de la canción de los Beatles, When I'm sixtyfour, que hizo reír a Georgia.

– Vas a ser la mujer de sesenta y cuatro años más preciosa del mundo -dijo él, llevándose la mano de Georgia a los labios y besándola.

– Oh, Jarrod -Georgia apoyó la cabeza en su hombro-. Me alegro de que estés de buen humor. ¿Por qué has estado tan callado?

– ¿Callado?

– Lo sabes perfectamente. ¿Qué te pasa?

Jarrod suspiró.

– Todo: el día de hoy, el pasado. Me he sentido viejo. Y al verte cantar sobre el escenario y observando cómo te miraba el público, me he dado cuenta de cuánto talento tienes. Supongo que he sentido celos.

– ¿Celos? -dijo Georgia, con una sonrisa.

– No me ha gustado tener que compartirte con el público y mucho menos, con los hombres -dijo él, avergonzado.

– Pero yo he cantado para ti -dijo Georgia, dulcemente, sintiendo una profunda emoción.

Jarrod la estrechó en sus brazos.

– Todas mis canciones son para ti -susurró, alzando el rostro para que Jarrod la besara.

– Y yo soy lo bastante egoísta como para quererte sólo para mí -dijo él, yendo al encuentro de su boca.

Georgia pestañeó para borrar la escena de su mente. Podía haber sido ese mismo día. La situación era muy similar. Ella subida al escenario y Jarrod entre el público. Georgia había cantado canciones de amor para él y el rostro de Jarrod se había ensombrecido por los celos. Igual que se había ensombrecido ahora.

Una vez más, la esperanza irrumpió en su corazón y por unos segundos sintió la aceleración de saber que Jarrod estaba celoso, tal y como lo había estado tantos años atrás. Pero otro recuerdo se interpuso, devolviéndola al abatimiento inicial y a la desasosegante sensación de abandono. Sintió una presión en el pecho y, sin darse cuenta, apretó el brazo de Andy con fuerza.

– ¿Georgia? -preguntó él, mirándola con expresión preocupada-. ¿Te pasa algo?

– No. Perdona -tomó aire para recuperar el dominio de sí misma-. Estoy cansada. He pasado mucha tensión y el cuerpo me está pidiendo un poco de descanso.

Lockie miró a su hermana y a Jarrod alternativamente.

– Será mejor que nos marchemos. Todos necesitamos dormir -le dio una palmada en la espalda a Andy-. Unos más que otros.

– ¡Qué gracioso! -dijo Andy.

– ¿Cómo vas a volver a casa, Lockie? -preguntó Ken-. Creía que no tenías rueda de repuesto.

– Voy a dejar aquí la furgoneta. Tú puedes llevar a Andy y a Evan. Nosotros iremos con Jarrod -dijo Lockie, sonriendo a su amigo-. No te importa, ¿verdad?

Jarrod sacudió la cabeza y Morgan le dio una palmada en el brazo.

– ¡Otra vez! Si sigues así vas a entrar en el sindicato de taxistas, Jarrod -lo miró-. ¿Cómo nos las arreglábamos antes de que volvieras?

«Sin problemas», respondió Georgia, mentalmente. «Y podríamos seguir siendo independientes si llamáramos a un taxi». No necesitaban a Jarrod.

Pero sus ojos lo buscaron y se quedaron fijos en él, admirando su perfil, el cabello recortado por delante y un poco largo por detrás, su ancho torso rematado en la cintura y las estrechas caderas, los vaqueros que se ajustaban a sus muslos, resaltando su músculos…

«¡Por Dios», se reprendió a sí misma. Parecía haber desarrollado una fijación con el cuerpo de Jarrod. Le resultaba imposible no devorarlo con la mirada. ¿Sería el efecto de no poder tocarlo?

«¡Contrólate, Georgia Grayson!», se ordenó, despreciándose así misma. Si seguía así, Jarrod acabaría por darse cuneta. Y se preguntaría…

– Vamos, Georgia, ¿te has quedado dormida? -la llamó Lockie, sacándola de su ensimismamiento, y haciendo una señal para que los siguiera.


Georgia entró en la cocina después de tender la ropa. Con el viento que hacía, se secaría en un par de horas.

Morgan tenía pensado ir al centro a ver a sus amigos, pero Lockie seguían durmiendo cuando las dos chicas desayunaron.

– ¿Lockie sigue en la cama? -preguntó Georgia de nuevo, cuando Morgan le sirvió otro café.

– Lo he llamado hace media hora, pero no ha dado señales de vida.

Georgia sacudió la cabeza.

– Debería ir a recoger la furgoneta lo antes posible.

– Es un desastre, ¿no te parece? -Morgan hizo una mueca-. ¡De no ser por Jarrod, no sé cómo hubiéramos vuelto anoche a casa!

– Habríamos tomado un taxi -dijo Georgia, cortante-. Por cierto Morgan, respecto a Jarrod…

Morgan la miró con una sonrisa resplandeciente.

– ¿Qué? ¿No te parece guapísimo? Podría enamorarme de él.

– Tiene edad como para ser tu padre -las palabras escaparon de la boca de Georgia antes de que pudiera contenerlas.

– ¡No sabes cuánto me alegro de que no lo sea! -rió Morgan.

– Tiene demasiada edad y experiencia para ti.

– ¡Qué va! -dijo Morgan-. Y no me des lecciones, Georgia -puso los brazos en jarras-. Tú tuviste una oportunidad con él y la perdiste, así que no puedes entrometerte.

Georgia se mordió el labio con un espanto que no pudo disimular.

– No pretendía…

– Da lo mismo, Georgia. Déjalo -al ver que Georgia enrojecía, Morgan levantó los brazos-. ¿Quién ha dicho que me interese en serio? Sólo quiero divertirme, y ya soy mayorcita como para que tengas que protegerme del Lobo Feroz.

– No iba a… Lo que quiero decir…

– ¡Ya basta! -dijo Morgan, airada-. No te humilles de esta manera. De todas formas, Jarrod no está interesado en mí. Es todo tuyo, hermana mayor, pero escucha un consejo: no le hagas esperar demasiado tiempo. Hay un montón de mujeres al acecho.

– Morgan, no tengo la menor intención de conquistarlo.

Morgan puso los ojos en blanco.

– Empiezas a preocuparme, Georgia. Cada día eres más aburrida y más crédula.

– No pienso… -Georgia se contuvo y tomó aire. ¿Por qué tenía Morgan la habilidad de sacarla de sus casillas?-. Será mejor que cambiemos de tema. ¿Te ha hablado Jarrod del trabajo en Ipswich?

– Sí.

– ¿Te interesa?

– Supongo que sí -dijo Morgan, encogiéndose de hombros-. Jarrod dice que tendría que hacer un curso de procesador de textos y otro de secretariado.

– Suena bien -comentó Georgia, intentando animar a su hermana.

– Me lo voy a pensar -fue todo lo que dijo Morgan.

– ¡Aaaay! -un quejido las interrumpió, seguido de la aparición de Lockie con aspecto soñoliento-. ¿Quién me ha metido una ametralladora en la cabeza?

Morgan se volvió hacia él.

– No te quejes. Nadie te obligó a beber champán cuando llegamos a casa. Sabes perfectamente cómo te sienta así que no pretendas que te compadezcamos.

– Necesito tomar una piscina de café -dijo, sentándose lentamente-. Tú si te apiadarás de mí, ¿verdad, Georgia?

Georgia le colocó delante una taza de café fuerte.

– ¡Auh! -exclamó Lockie al oír el roce de la taza con la mesa-. ¿Qué ha sido esa explosión? Se me va a caer la cabeza.

– Con lo vacía que la tienes lo más normal sería que se te volara -comentó Morgan.

Georgia rió quedamente y dio una palmadita en la espalda a Lockie.

– Tienes que pagar por tus pecados, Lockie Grayson.

Él dio un sorbo al café.

– Al menos espero alcanzar la salvación.

– Pues ya puedes empezar a redimirte. El garaje va a cerrar en un par de horas -le recordó Georgia.

– Sí, y Jarrod debe estar preguntándose dónde te has metido -añadió Morgan-. Le dijiste que irías a por su coche a primera hora.

Lockie miró el reloj de pared con ojos vidriosos.

– ¿Ya es esa hora? Necesito darme una ducha para poder conducir. ¿Por qué no vas tú a por el coche de Jarrod, Morgan?

– Ni hablar, querido hermano. Estoy a punto de marcharme -tomó el bolso-. Tendrás que ir tú mismo o chantajear a Georgia para que lo haga.

Lockie miró a su otra hermana.

– ¿Qué te parece, Georgia?

– ¡De verdad, Lockie, ya es hora de que te responsabilices de algo! -dijo Georgia, malhumorada.

– Amén -remató Morgan.

– ¿Vais a ensañaros con un hombre enfermo?

– Es tu culpa -dijo Morgan, antes de salir.

Lockie miró a Georgia con expresión suplicante.

– ¿Te importa recoger el coche mientras me ducho y me visto?

– Pero Lockie… -empezó Georgia. No quería ver a Jarrod tan pronto. Su rostro la había perseguido durante horas la noche anterior, impidiéndola dormir.

– Seguro que ni siquiera está, Georgia -dijo Lockie, dulcemente, como si adivinara sus pensamientos-. Me dijo que tenía que ir a la oficina.

Georgia fue hasta el fregadero y se puso a fregar para disimular su inquietud. En el fondo no sabía que era peor, si ver a Jarrod o no verlo.

Lockie suspiró a su espalda.

– Está bien, Georgia. Ya voy yo -dijo, poniéndose en pie.

– No, dúchate -Georgia fue hacia la puerta-. Voy yo. El paseo me sentará bien. No tardaré.

– ¡Eres una verdadera amiga, Georgia! -dijo Lockie, con una sonrisa resplandeciente a la que ella respondió haciendo una mueca.

Georgia cruzó la verja principal. Podía haber tomado el atajo de la parte de atrás, pero hacía años que no lo usaba.

Caminó con paso decidido, entornando los ojos para protegerse del viento. Llevaba unos vaqueros gastados, una camiseta y zapatillas deportivas. Ni siquiera se había recogido el cabello, así que llegaría a casa de los Maclean completamente desaliñada.

La tía Isabel, que siempre tenía un aspecto inmaculado, la miraría con desaprobación. Morgan tenía razón: costaba imaginar que Isabel y su madre fueran hermanas. La risa de su madre siempre había resonado en el hogar de los Grayson, mientras que la tía Isabel apenas sonreía.

¿Tendría razón Morgan cuando la comparaba con su tía? No era posible. Y sin embargo, era inevitable que lo que le había ocurrido la hubiera marcado. Cualquier otra persona habría perdido también la alegría de vivir.

Georgia desaceleró el paso. Quizá todo había comenzado siete años atrás, con la muerte de su madre. Su padre no pudo superar el dolor y comenzó a beber para olvidar la tristeza y protegerse de la soledad. Georgia había temido que llegara a convertirse en un alcohólico. Quizá fue ese temor lo que la lanzó a la seguridad que representaban los brazos de Jarrod.

Durante tres años, Georgia había observado a su padre beberse la vida. Geoff Grayson estaba bebido aquella aciaga noche, cuatro años atrás, pero lo que Georgia le contó le hizo recuperar la sobriedad bruscamente y, que Georgia supiera, desde ese día no había probado una gota de alcohol.

En el horizonte apareció la casa de los Maclean y Georgia titubeó. Era un edificio colonial, construido a finales del siglo diecinueve, mantenido en un magnífico estado.

Decidida a mantener la frialdad y la calma como sólo sabía hacer la tía Isabel, Georgia avanzó con mayor decisión. Tal y como le había dicho Lockie, Jarrod estaría en la oficina. Podía acusársele de muchas cosas, pero nunca de pereza. Al menos, no en el pasado.


– ¿Y si Lockie estropea el coche? -preguntó Isabel Maclean.

– Lo repararemos -dijo Jarrod, indiferente.

Georgia le había contado a Isabel el acuerdo con Jarrod al que había llegado, pero su tía había insistido en avisarlo.

– Georgia -Jarrod se volvió hacia ella-, ¿tienes mucha prisa?

– Lockie está esperando el coche -dijo ella, irritada consigo misma por la manera en que la sola presencia de Jarrod aceleraba su corazón.

– Cuanto antes reparen la furgoneta, antes devolverán el coche -intervino Isabel-. Jarrod, no entretengas a Georgia.

– Diez minutos -dijo Jarrod, ignorando a su madrastra.

Georgia vaciló al darse cuenta de que el rostro de su tía reflejaba un sentimiento más complejo que su acostumbrada irritación, pero que no supo interpretar.

– Peter… -Jarrod se interrumpió-. Mi padre está un poco mejor. ¿Quieres pasar a verlo? Sé que le encantaría.

– No me parece una buena idea, Jarrod -intervino Isabel-. No le conviene hablar.

– Ya lo sé, Isabel -Jarrod frunció el ceño-. Hablaremos nosotros.

– Aún así, se cansará demasiado -insistió Isabel.

– Le gusta ver a gente; estaremos poco rato -Jarrod miró a Georgia-. ¿Vienes?

– No te olvides de que tu padre está muy enfermo -Isabel lo miró con el cuerpo en tensión-. Y Jarrod -sus ojos buscaron los de Jarrod con frialdad-, no le des ningún disgusto.

Cruzaron en silencio un mensaje cifrado que alteró a Jarrod. Tomó a Georgia del brazo y, sin darse cuenta, hundió los dedos en su piel. Pero en cuanto salieron de la habitación, la soltó y avanzaron hacia el dormitorio de su padre en silencio.

Georgia resistió la tentación de frotarse el brazo dolorido en el que Jarrod había dejado la marca de sus cálidos dedos. El contacto de su mano había puesto todos su sentidos en marcha y una voz interior le exigía que se arrimara a él, le pidiera que volviera a tocarla, la abrazara y la estrechara contra sí.

¡No! ¡Jamás! «Eres estúpida, Georgia Grayson», se dijo. «Él no te desea, te lo dijo hace cuatro años. ¿Es que tu estúpido corazón no es capaz de asimilarlo?».

El dormitorio de Peter estaba en la parte de atrás de la casa. Isabel había hecho las reformas necesarias después de que su marido sufriera su primer ataque. Una enfermera se ocupaba de él todo el día y la cama estaba rodeada del instrumental médico más sofisticado.

Peter descansaba en su inmaculada cama en el centro de la habitación y Georgia se dio cuenta de inmediato de cuánto había desmejorado desde su última visita. Había perdido peso y las venas le sobresalían de la piel. Cuando los oyó entrar, abrió los párpados con dificultad y alzó una mano pesadamente a modo de saludo.

– Georgia -susurró, con una leve sonrisa.

– Hola, tío Peter -Georgia le tomó la mano-. Jarrod dice que te encuentras mejor.

– Seguro que mañana estoy en pie -bromeó él, sin aliento-. Voy a perseguir a la enfermera Neal en cuanto pueda.

Georgia rió quedamente.

– Llevas prometiéndome eso desde hace varias semanas.

– Así se anda con cuidado -Peter apretó la mano de Georgia-. Hace días que no te veo.

– Lo siento, pero pensaba que… -Georgia, dominada por la culpabilidad, hizo una pausa-. Como ha venido Jarrod…

– ¿Has decidido abandonarme?

– Claro que no, pero…

Peter volvió a sonreír.

– Jarrod no está mal pero tú eres mucho más guapa -Peter miró a su hijo-. Tráele algo de beber a Georgia.

– No, gracias, tío Peter -se apresuró a decir ella-. No puedo quedarme mucho tiempo.

Peter volvió a apretarle la mano.

– Quiero hablar… -respiró con dificultad-… contigo.

Jarrod dio un paso hacia adelante y Georgia lo miró, preguntándose si no sería mejor que su padre descansara. Pero la mirada de dolor que vio en los ojos de Jarrod la tomó por sorpresa.

– Será mejor que descanses, Peter -sugirió él, con dulzura.

– Descansaré más tarde -dijo Peter, en tono irritado-. Trae algo de beber a Georgia -dijo, quedándose sin aliento.

Jarrod vaciló antes de asentir y volverse hacia Georgia.

– ¿Té?

– Sí, gracias -Georgia intentó poner en orden sus confusos pensamientos.

¿Qué estaba sucediendo? Tenía la sospecha de que ocurría algo de lo que ella no sabía nada. Jarrod parecía temer dejarla a solas con su padre.

Peter Maclean tardó en hablar después de que Jarrod dejara la habitación.

– Quiero hablar… de Jarrod. Tengo la sensación… -hizo una pausa para tomar aire-. Siempre pensé que tú y mi hijo… Nunca te lo he preguntado… ¿Qué sucedió, Georgia?

El pecho de Peter ascendió y descendió rápidamente por el esfuerzo y Georgia lo miró alarmada.

– No hables, tío Peter -dijo, pero su tío le apretó la mano con una fuerza sorprendente.

– Todavía no me muero, Georgia. Pero…, pero tú debías darme este capricho -respiró entrecortadamente y forzó una tímida sonrisa.

– Tío Peter -Georgia le dio una palmadita en la mano-, no debes hacer tanto esfuerzo.

– No te salgas por la tangente. ¿Qué sucedió…, con mi hijo? -repitió él.

Georgia se encogió de hombros con tanta indiferencia como pudo, bloqueando el dolor que sentía cada vez que se mencionaba ese tema. ¿Cuándo lograría olvidarlo?

¿Quería contarle al padre de Jarrod la verdad: que su adorado hijo había despreciado el amor inocente que ella le había entregado, que aceptó su adoración pero no quería atarse a ella; que no le seducía la idea de casarse con ella cuando tenía a su disposición a mujeres más experimentadas, como, por ejemplo, su propia madrastra?

En su momento, Jarrod negó la evidencia, pero para Georgia era irrefutable. De hecho, la tía Isabel se había limitado a sonreír al ser interrogada por Georgia, y, como siempre que lo recordaba, ésta sintió que se ahogaba. Ella había adorado a Jarrod, mientras que él se había limitado a usar su cuerpo y su alma.

«Tu adorado hijo me rompió el corazón, Peter Maclean», hubiera querido gritar. «Y si supieras la verdad, también rompería el tuyo».

Pero Peter era un anciano frágil y moribundo.

– No funcionó -dijo, en tono mate, obligando a las palabras a salir de su agarrotada garganta.

Peter le dirigió una mirada penetrante.

– Eso mismo dijo Jarrod. ¿Por qué?

– Decidimos que…, que no nos amábamos lo suficiente como para comprometernos -balbuceó Georgia, esquivando la mirada de Peter.

– ¿Fue de mutuo acuerdo?

– Por supuesto -mintió Georgia.

El anciano guardó silencio unos instantes para tomar aire.

– Y…, ¿no has cambiado de idea?

Georgia sacudió la cabeza. Sentía una punzada en el corazón.

– Pues Jarrod sí.

Las palabras de Peter hicieron que Georgia levantara la cabeza bruscamente.

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