– ¿Que si me doy cuenta del daño que le hago? -repitió Georgia, incrédula-. ¿Y qué es exactamente lo que le hago, Lockie?
– Tratarlo como si fuera un leproso.
– ¿Y cómo debo tratarlo? ¿Echándome a sus pies con lágrimas en los ojos y diciendo: «Tómame, soy tuya»?
Lockie se ruborizó.
– Sabes que no me refiero a eso, Georgia. Quiero decir que no le… -Lockie buscó la palabra adecuada.
– ¿He dado la bienvenida con los brazos abiertos? -concluyó Georgia-. Por Dios, Lockie, ¿crees que soy masoquista?
– Podrías ser amable -sugirió él.
¿Amable? ¿No había dicho Jarrod eso mismo?
– Podría ser muchas cosas -dijo Georgia, con amargura.
– Y podrías olvidar el pasado.
Georgia dejó escapar una carcajada.
– Eso es lo que he hecho, al menos hasta que Jarrod ha vuelto para recordármelo.
– Lo cierto es que está aquí y tienes que aceptar que vas a verlo regularmente.
– Eso parece -dijo Georgia-. Te aseguro que cuanto menos nos veamos mejor. Por si no lo sabes, el sentimiento es mutuo.
– ¿Tú crees?
– Desde luego -dijo Georgia con vehemencia.
– No estés tan segura, Georgia. Yo diría que sigue enamorado de ti.
– Eso es ridículo -Georgia negó al tiempo que en su interior crecía una esperanza traidora. ¿Sería verdad? ¿Acaso Jarrod…? ¡No! «No seas estúpida», se reprendió.
– No es ridículo. ¿Por qué le afecta tanto lo que le dices?
– ¿Qué te hace pensar que…?
– Vamos, Georgia -interrumpió Lockie-, tengo ojos. Sé cuando un hombre está pendiente de cada palabra de una mujer. Y también he sido testigo de las indirectas que le lanzas.
– Apenas he hablado con él.
– Lo sé. Y ésa es la mayor crueldad. Georgia, sé sincera contigo misma. Sigues enamorada de él y, sin embargo, quién sabe por qué, tal vez por un sentimiento de culpa, has decidido maltratarlo.
Georgia se puso en pie más enfadada con su hermano de lo que había estado en años.
– Eso es absurdo, Lockie. En primer lugar, no estoy enamorada de él, y, en segundo, te aseguro que no siento ninguna culpabilidad. No tienes ni idea de lo que pasó así que será mejor que te calles.
– Sé más de lo que…
– Eso es lo que tú te crees -Georgia alzó la voz y Lockie suspiró.
– Me da pena que dos personas a las que quiero se hagan daño entre sí.
– Yo sufrí todo lo que tenía que sufrir hace años. Ahora se ha acabado. Punto.
– Pues para Jarrod no.
– Ése es su problema.
– Georgia, dale un respiro.
– No, Lockie, no pienso consentir que ni Jarrod ni ninguna otra persona vuelva a hacerme daño -dijo Georgia, airada.
– ¿Hacerte daño? -exclamó Lockie-. ¡Por Dios, Georgia! Si puede perdonarte…
– ¿Perdonarme? ¿El qué? -Georgia gritó con voz aguda.
– Tú sabes el qué. No necesitas que te lo diga.
– Puede que necesite que me informes, Lockie, porque yo no lo sé. Pero ya que tú crees saberlo todo, por favor, ilumíname -dijo Georgia, sarcástica.
– Por engañarlo.
– ¿Enga…? -Georgia cerró la boca y apretó los labios-. ¿Te ha dicho él eso? -preguntó con una calma amenazadora.
Si era así… ¿Sería capaz Jarrod de tergiversar la verdad tan cruelmente? Georgia creía haber sufrido todo lo que tenía que sufrir, pero tal vez estaba equivocado.
– Claro que no -negó Lockie- No vi a Jarrod antes de que se marchara a Estados Unidos. Fui a decirle que… -hizo una pausa-, que habías tenido un accidente. La tía Isabel me dijo que Jarrod se había marchado y que no volvería. Como no tenía sentido, deduje que debías estar saliendo con otro chico al mismo tiempo, si no, él jamás se habría ido. Especialmente cuando… -dejó la frase en el aire y miró hacia otro lado.
– ¿Qué yo salía con otro? -dijo Georgia, con amargura. Su hermano asintió-. ¿Y no se te ocurrió que era Jarrod el que me engañaba?
Lockie la miró a los ojos y sacudió la cabeza lentamente.
– No, Georgia. Jarrod te adoraba.
El dolor y la ira bulleron en Georgia hasta casi ahogarla. ¿Adorarla? Ésa era la mejor broma del siglo. Si Lockie supiera la verdad… Suspiró y su furia pareció diluirse. Negando con la cabeza, se alejó de su hermano. Temía no poder contener la lágrimas que llevaban años sin brotar de sus ojos.
– Oh, Lockie, no sabes lo equivocado que estás -dijo, apesadumbrada.
– No creo, Georgia. Jarrod te amaba y yo creía que tú a él también.
– Estabas en lo cierto a medias: yo lo amaba, pero él a mí no.
– Vamos, Georgia. Lo vi todo. Sé que fuiste a verlo, o eso creía. Pero no era verdad, ¿no es cierto? Había otro hombre -Lockie se acercó a ella-. ¿Cómo pudiste hacerle eso a Jarrod con lo que él te amaba?
Georgia se giró bruscamente.
– No había nadie más, Lockie. Ésa es la verdad, aunque no tenga por qué darte explicaciones.
Lockie frunció el ceño.
– No creo que mintieras, no es tu estilo. Oí lo que le decías a papá aquella noche. Dijiste que no era de Jarrod.
¡Lockie los había oído! Georgia sintió un ataque de pánico. No podía hablar sobre aquella noche. No quería. Le producía demasiado dolor recordarla.
– No quiero discutirlo, Lockie. Me niego -dijo, temiendo que la histeria la dominara.
– Georgia…
– No, Lockie, por favor -Georgia alzó una mano para hacerlo callar-. Ya basta. Déjame en paz.
Salió y se marchó a su dormitorio. Unos minutos más tarde, oyó dar un portazo a Lockie y se metió en la cama, exhausta.
Georgia salió del depósito de libros jugueteando nerviosamente con la tira de su bolso.
– Hasta el lunes -la saludó su compañera Jodie-. Debes tener muchas ganas de volver a casa. Has estado todo el día muy distraída. ¿Estás segura de que no te pasa nada?
– Más o menos -suspiró Georgia-. El caso es que no le puedo echar la culpa a nadie más que a mí misma.
Jodie arqueó las cejas.
– Deja que adivine -sonrió-. Algún miembro de tu familia te ha convencido para que hagas algo que no te apetece.
– ¿Cómo lo has adivinado? -dijo Georgia, riendo.
– Será que tienes cara de estar preocupada por un asunto familiar.
– No es eso exactamente. Tengo que admitir que estoy preocupada conmigo misma -Georgia miró la hora y tragó saliva para contener el agobio que sentía.
– ¿Vas a contármelo? No puedo soportar el suspense -dijo Jodie, apoyándose en su escritorio y cruzándose de brazos.
– Mandy está fuera y he dejado que Lockie me convenza para que cante con el grupo esta noche. Estoy hecha un flan. No sé como lo consentí, pero ya no puedo echarme atrás. A no ser que me dé un ataque repentino de faringitis -hizo una mueca-. Pero Lockie no me creería.
– ¿Dónde tocáis?
– En el Country Music Club.
Jodie la miró sorprendida.
– ¿En Ipswich?
Georgia asintió y Jodie dio un silbido.
– ¡Caramba! Eso son palabras mayores. He quedado a cenar con mis padres, pero si puedo, cancelaré la cita para ir a verte.
– No, Jodie -suplicó Georgia-. No me pongas más nerviosa de lo que estoy. Tengo la pesadilla de que voy a abrir la boca y no me va a salir ningún sonido. Además, no estaría bien que desilusionaras a tus padres.
– Puede que tengas razón. Pero no te preocupes, lo vas a hacer fenomenal. Si puedo, pasaré a verte después de cenar. ¿A qué hora tocáis?
Georgia frunció el ceño.
– No lo sé exactamente. Tocan otros grupos, pero creo que nosotros somos los principales -miró el reloj con gesto nervioso-. Será mejor que me vaya. Lockie viene a recogerme. Pero no te preocupes por ir hoy. Les han contratado para un mes, así que habrá otras ocasiones.
Y para entonces, Lockie habría dado con Mandy.
– ¿Georgia? -la llamó Jodie cuando ya estaba en la puerta-. ¡Buena suerte!
Georgia intentó sonreír y salió.
Buscó la furgoneta de Lockie con la mirada y, al no verla, decidió ir a la entrada principal.
Cinco interminables minutos más tarde, Lockie seguía sin aparecer. ¿Dónde estaba? ¿Se habría estropeado la furgoneta precisamente ese día? Si no llegaba, tendría que llamar a un taxi.
Recorrió la calle arriba y abajo, mirando el reloj una y otra vez. Necesitaba poder sentarse y relajarse durante unos minutos antes de subir al escenario. Si no, iba a hacer el ridículo.
Los tres ensayos habían salido muy bien, se recordó a sí misma, pero la angustia que sentía hizo fracasar sus esfuerzos por tranquilizarse.
Dejó escapar un quejido. ¡Maldito Lockie! La había metido en líos desde que eran pequeños. Y solía salir perdiendo ella. Siempre los descubrían y Georgia terminaba llevándose la reprimenda. Aunque Lockie era mayor, todos aceptaban que cometiera travesuras, pero en ella, tan razonable y sensata, resultaba inadmisible.
Y después de tantos años, Lockie volvía a meterla en un lío. Las piernas le temblaban sólo de pensarlo. Y si Lockie no llegaba pronto, Georgia estaba segura de que se desmayaría.
Un coche blanco se detuvo junto a ella. La inscripción grabada en el lateral hizo que Georgia perdiera la poca serenidad que le quedaba, y sus ojos se abrieron desorbitadamente al ver al hombre que salía del lado del conductor.