Jarrod apretó los labios y sus mejillas se colorearon.
– No pienso volver a defenderme, Georgia. Tal vez pido demasiado al intentar olvidar el pasado. Pero me hubiera gustado que pudiéramos ser amigos -dijo pausadamente, como si le costara articular las palabras. Suspiró-. Es tarde. Debo marcharme, mañana me levanto temprano. Peter quiere que vaya a visitar la oficina de Gold Coast.
Georgia hubiera querido gritar: «Solías llevarme contigo». Posó los ojos en Jarrod y respiró con dificultad. Los recuerdos seguían acumulándose. ¡No! «Concéntrate en el presente», se ordenó. Pero el presente significaba mirar a Jarrod, perderse en su contemplación.
Su cuerpo se aproximaba más a la perfección que el de ningún otro hombre. Sus piernas largas y fuertes, su trasero firme, la espalda ancha y recta, los brazos sólidos que abrazaban formando un refugio cálido y seguro.
Georgia tragó con dificultad y se retorció las manos. «Olvida el pasado», se dijo en un gemido. «Olvida su cuerpo».
Jarrod no era más que eso, un cuerpo. Parte de un pasado que Georgia no necesitaba recordar.
Estaba ya en la puerta cuando se detuvo y volvió la cabeza hacia ella.
– Despídeme de Lockie. Y por favor, ven a ver a Peter. Te echa de menos.
Y tras esas palabras, se marchó.
Georgia se metió en la cama convencida de que padecería de insomnio, pero el agotamiento la hizo caer en un profundo sueño, librándola de pensar en Jarrod Maclean y en el desconcertante descubrimiento de que seguía afectándola tanto como en el pasado.
– ¡Georgia! ¡Georgia! -gritó Lockie, subiendo la escaleras del porche.
– ¿Por qué haces tanto ruido? -exclamó Morgan, que estaba sentada ojeando una revista de moda.
Hacía una semana que Jarrod había llevado a Georgia a recogerla y las cosas empezaban a adquirir cierta normalidad. Aunque eso no significaba que Morgan les hubiera dado explicaciones. Estaba más apagada que de costumbre y se negaba a dar explicaciones. Ni siquiera quería hablar con Steve, a pesar de que la llamaba todos los días. Lo único que decía era que Steve le había pedido que se casara con él y ella le había contestado que no quería comprometerse con nadie.
No habían visto a Jarrod y Georgia intentó convencerse de que había soñado su retorno y de que el Pacífico seguía separándolos.
– ¿Georgia? -llamó Lockie de nuevo.
– ¿Qué pasa ahora? -dijo Georgia, alzando la vista cuando Lockie irrumpió en el cuarto de estar. Estaba intentando acabar un trabajo para su curso de empresariales.
– ¡De todo! -Lockie se dejó caer sobre una silla…
– No será para tanto -Georgia sonrió.
– Juzga tú misma. ¿Qué quieres primero las buenas o las malas noticias? -suspiró profundamente e, inclinándose hacia adelante apoyó los codos en las rodillas y la cara en las manos-. Debería estar encantado pero…
Georgia arqueó las cejas y miró a Morgan antes de mirar a su hermano.
– ¿Pero? ¿Por qué deberías estar encantado?
– Por el concierto que he conseguido en el Country Blues -dijo Lockie.
– ¿Qué concierto? -Georgia seguía enfrascada en su trabajo y sólo le dedicaba parte de su atención a su hermano.
– El concierto, Georgia. El que llevo intentado conseguir hace tiempo. El que me dijiste que consiguiera.
Georgia alzó la mirada.
– ¿El que te dije que consiguieras? ¿Te refieres al del Country Music Club, en Ipswich?
Lockie asintió con una sonrisa de oreja a oreja.
– ¡Eso es magnífico, Lockie! -dijo Morgan, levantando el pulgar en señal de triunfo.
– ¡Es maravilloso! -corroboró Georgia.
– ¡Ya lo sé! Llevo intentándolo toda la semana pero lo he conseguido por un golpe de suerte: el grupo que iba a tocar ha sufrido un accidente y no va a llegar a tiempo. Ha sido cuestión de estar en el sitio adecuado en el momento preciso.
– Es el destino -dijo Morgan.
– Es nuestra gran oportunidad, Georgia. Hemos trabajado un montón y nos merecemos una oportunidad. Por eso hemos ensayado tanto y hemos tocado en locales pequeños -se frotó las manos-. Este contrato puede llevarnos muy lejos. El Country Music Club es el lugar donde tocan todos los que luego se hacen famosos.
– ¿Y cuáles son las malas noticias? -preguntó Georgia.
– Que tenemos que empezar el viernes y Mandy todavía está en Nueva Zelanda -Lockie se puso en pie y dio varias zancadas-. ¿De dónde demonios voy a sacar una cantante para sustituirla?
– ¿No podéis hacerlo sin ella? -preguntó Georgia, compasiva.
– Probablemente. Pero ya sabes cómo es este negocio. Estamos abriéndonos camino con una cantante y necesitamos una mujer para resultar un grupo más atractivo -se paró en seco con las piernas separadas-. Nuestra música es buena pero el repertorio que llevamos ensayando todo el año necesita una voz de mujer. Los chicos no van a dar crédito cuando se lo cuente.
Morgan cerró la revista y la dejó sobre la mesa.
– Si quieres me ofrezco a ponerme un vestido sexy y a salir al escenario; pero en cuanto abriera la boca lo estropearía todo.
Lockie rió. La tendencia a desafinar de Morgan era una broma común en la familia.
– ¿Por qué no llamas a Mandy para que venga? -preguntó Georgia.
– Lo he intentado pero no doy con ella.
– Seguro que puedes encontrar alguien para sustituirla -dijo ella, sonriendo.
Lockie la miró pensativo.
– ¡Se me ocurre una idea! -dijo, sin aliento-. ¡Estamos salvados! -alzó la vista al cielo en agradecimiento-. No entiendo cómo no lo he pensado antes. Tú puedes sustituir a Mandy el viernes por la noche, Georgia.
Georgia lo miró inexpresiva y sacudió la cabeza.
– No, Lockie, yo no. Ya lo discutimos antes de que Mandy entrara en el grupo. Ya sabes lo que pienso de actuar en público. Y por si no te acuerdas ya tengo trabajo.
Lockie alzó la mano para detenerla.
– No, Lockie -insistió Georgia, decidida-. Me gusta cantar, no voy a negarlo. Pero en privado, no en público.
– Georgia, por favor -Lockie se acercó a ella-. Sólo serían dos noches. Así tendría toda la semana que viene para dar con Mandy y convencerla de que vuelva.
– Intenta llamarla otra vez. Tiene tiempo de sobra para venir el viernes -dijo Georgia. Lockie levantó las manos.
– Ya te he dicho que no está. ¿No comprendes que la he llamado en cuanto lo he sabido? Su madre me ha dicho que ha ido a hacer un viaje y que iba a visitar a unos primos. No pueden dar con ella hasta el domingo, así que no va a poder llegar a tiempo.
– Lo siento, Lockie.
– Georgia, tú sabes todas las canciones. Has cantado con nosotros un montón de veces. Y estoy seguro de que el traje de Mandy te quedaría bien. Sois del mismo tamaño.
– Más o menos -dijo Morgan, burlona.
Lockie le dirigió una mirada amenazadora.
– Pero no quiero cantar ante público -repitió Georgia, con firmeza, poniéndose en pie.
– Escucha, Georgia -Lockie la tomó por los hombros-. Eres una gran cantante, ¿no lo he dicho siempre? Casi tan buena como Mandy, ¿verdad, Morgan?
– Mejor -respondió, y Lockie decidió ignorarla.
– Sé que puedes hacerlo. Eres fantástica.
Georgia alzó los hombros para librarse de sus manos.
– No me adules, Lockie. Y no me presiones.
– ¿Adularte yo? -Lockie masculló algo entre dientes-. De acuerdo, Georgia, te lo explicaré de otra manera. El viernes por la noche representa nuestra gran oportunidad. Y ya sabes lo que me dijo Mandy: se acabaron los conciertos pequeños. He conseguido lo mejor, un concierto en el Country Music Club pero no tengo cantante. Y sin cantante, Country Blues no existe. ¿No lo comprendes? Tú eres la única persona que se conoce nuestro repertorio, no necesitarías practicar más que mañana.
– No puedo, Lockie, lo siento.
– Morgan, convéncela -Lockie acudió a su hermana menor-. Hazle comprender.
– No me metas en esto, Lockie. Ella es quien tiene que ponerse delante de toda esa gente y cantar.
– Muchas gracias -dijo Lockie, desesperado.
Georgia dejó escapar un suspiro de impaciencia.
– No tengo tiempo, Lockie. Y tengo que hacer turnos de tarde en la librería.
– Georgia, no es más que viernes y sábado. Sólo trabajas por la tarde el jueves.
– Seguro que no es legal llevar una cantante suplente y… -Georgia comenzó a argumentar.
– Lo diré en el club. Será oficial -Lockie se precipitó a responder-. Y Mandy estará de vuelta para el concierto del fin de semana siguiente. Sólo son dos noches, Georgia.
– Lockie, por favor -Georgia se pasó la mano por la frente.
– Sí, Lockie, ya la has presionado suficiente -intervino Morgan con un interés extraño en ella-. ¿Por qué no lo consultas con la almohada, Georgia? Y si mañana piensas lo mismo, Lockie tendrá que buscar otra sustituta, ¿de acuerdo?
Georgia accedió con un movimiento de cabeza.
– De acuerdo -dijo Lockie-. Necesito tomar un café y marcharme. Tengo que poner al día a los chicos -tras dirigir una mirada implorante a su hermana, se fue a la a cocina.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó Morgan.
– Siempre he discutido con Lockie sobre este asunto -dijo Georgia, abatida-. Desde que formó su primer grupo, quiso que cantara con ellos. Lo pasé bien durante un tiempo, pero…
Calló. Pero Jarrod había aparecido y estar con él se había convertido en lo más importante en su vida, abrazarse a él, hacer el amor…
– Si actuar ante público te pone tan nerviosa… -Morgan se encogió de hombros-, no tiene sentido que lo pases mal. Pero comprendo el punto de vista de Lockie. Es una lástima que Mandy esté en Nueva Zelanda en el preciso momento en que Lockie tiene un golpe de suerte.
Georgia asintió y fue a la cocina a preparar la cena. Lockie estaba sentado en la mesa, con la mirada fija en el café. Al oír entrar a Georgia, alzó la vista.
– Georgia, necesitamos el dinero de la actuación -dijo, en voz baja.
– Vamos, Lockie, sé que no somos ricos, pero tampoco es para tanto.
Lockie frunció el ceño.
– Yo sí necesito ese dinero, Georgia -hizo una pausa en la que Georgia lo contempló, sorprendida por la gravedad de su tono-. Sabes que tengo que pagar la furgoneta y llevo varios pagos retrasados.
– Pero Lockie -Georgia sacudió la cabeza-. ¿Cómo no me lo has dicho antes? Podría haberte ayudado.
Lockie levantó una mano.
– No, Georgia. Es mi responsabilidad -suspiró-. Y por otro lado está Mandy, ¿crees que me alegra retrasar la boda? No merece que la trate así.
Georgia podía sentir la crispación que iba creciendo en Lockie.
– Este concierto es fundamental, Georgia y se paga muy bien -insistió-. Si sale bien no tendremos que seguir contado cada centavo: ni Mandy y yo, ni los chicos, ni tú. Si actúas, podrás añadir una buena suma al dinero que estás ahorrando para el coche.
– Lockie…
– Y papá. Podríamos invitarlo a unas vacaciones. No ha disfrutado de unas desde la muerte de mamá. Y también tenemos que pensar en Morgan. Podríamos contribuir a su curso de secretariado. ¿No lo comprendes?
– Lo que comprendo es que estás usando el chantaje emocional -dijo Georgia.
– Sólo son dos actuaciones, Georgia. Es lo único que te pido. Por favor, Georgia.
– ¡Oh, Lockie! -Georgia suspirón. De acuerdo -aceptó a regañadientes-. Pero sólo dos actuaciones.
El rostro de Lockie se iluminó con una sonrisa.
– Gracias, Georgia. No sabes cuánto significa para mí -se puso en pie y le dio un gran abrazo-. Voy a hablar con los chicos. Guárdame la cena en el horno. Hasta luego.
Más tarde, después de fregar, Georgia volvió al salón a acabar su trabajo. Era particularmente difícil y decidió aprovechar la calma de la noche y la paz de la casa vacía para terminarlo. Morgan había salido con unos amigos y Lockie todavía no había vuelto.
Estaba concentrada leyendo cuando la sobresaltó una llamada a la puerta. Al comprobar que se trataba de Jarrod, el corazón le dio un vuelco.
– Hola, Georgia -saludó él.
– Lockie no está -dijo ella. Y notó que Jarrod se tensaba al instante.
– No importa. ¿Puedo pasar?
Georgia dejó la puerta abierta y precedió a Jarrod al salón. Sin mirarlo, recogió los papeles y los libros y los dejó sobre la mesa del café.
Jarrod tomó uno de los libros y al leer el título, arqueó las cejas.
– Una lectura muy densa.
– Es parte de mi curso -respondió Georgia, sin dar más explicaciones.
– ¿Estás estudiando empresariales?
Georgia asintió con la cabeza.
– Espero acabar el año que viene. ¿Querías hablar con Lockie sobre algo en particular? No sé cuándo volverá -dijo en alto, pensando para sí que, con su suerte, Lockie elegiría esa noche para llegar tarde.
– Prefiero hablarlo contigo -Jarrod dejó el libro y se sentó frente a Georgia.
Ella se preguntó si podría escuchar los latidos de su corazón golpeándole con fuerza el pecho. ¿Qué querría discutir Jarrod con ella?
– Se trata de Morgan -continuó Jarrod-. ¿Ha encontrado trabajo?
Georgia sacudió la cabeza y Jarrod siguió adelante:
– Puede que quede una plaza libre en las oficinas de Ipswich dentro de unas semanas y he pensado que tal vez le interese. ¿Ha hecho algún curso de secretariado o sabe usar el ordenador?
– Sólo lo que aprendió en el colegio.
– Si está dispuesta a hacer un curso, el trabajo es suyo.
– Gracias -dijo Georgia, con calma-, pero no tenías que haberte…
– Ya lo sé, Georgia -la interrumpió Jarrod-, pero la oferta está abierta. Depende de Morgan. Si le interesa, dile que pase a verme.
– Está bien, se lo diré.
– También he hecho algunas averiguaciones sobre su novio, Steve Gordon.
– Ah -Georgia miró a Jarrod con atención.
– Parece un muchacho equilibrado. Su jefe dice que es uno de los mejores aprendices que ha tenido.
– Me cae bien -Georgia intentó relajarse. Se apoyó en el respaldo y se metió las manos en los bolsillos para dejar de abrirlas y cerrarlas nerviosamente. Pero en cuanto sintió la mirada de Jarrod sobre la curva de sus senos, se puso en pie y removió unos papeles para ocultar su turbación.
– ¿Os ha explicado Morgan qué ocurrió aquella noche? -preguntó Jarrod en cuanto al tensión se disolvió un poco.
– No, y nadie es capaz de encontrar una explicación razonable. Lo hemos intentado tanto Lockie como yo -Georgia suspiró-. Me temo que es una chica difícil.
– ¿Ha hablado Lockie con Steve?
– Claro que sí -replicó, cortante-. Steve mantiene que no pegó a Morgan intencionadamente. Se pelearon. Él se dio la vuelta con el brazo levantado y, sin querer, le dio en la cara. Jura que se siente horriblemente culpable, pero Morgan no está dispuesta a aceptar sus disculpas.
Georgia suspiró de nuevo y se alejó de Jarrod para distanciarse de su poder magnético y del deseo que encendía en ella.
– Si quieren estar juntos, tendrán que resolver sus problemas ellos solos -dijo, en tono mate.
– ¿Quieres que hable con Steve?
– No -Georgia alzó la barbilla y lo miró con arrogancia-. No hace falta que te impliques. Podemos resolverlo nosotros y, en realidad, es Morgan la que tiene que decidir qué quiere hacer.
– Supongo que tienes razón -Jarrod frunció el ceño-. Pero parece tan joven…
Tan joven como era ella, Georgia, al enamorarse de él. Y dos años más tarde, había sido él quien la hirió. Entonces no había mostrado ninguna preocupación por ella, por el caos en que había sumido su vida. ¿Qué derecho tenía a ser tan solícito con Morgan?
El silencio se prolongó durante unos segundos interminables. Unos segundos que eran una tortura para Georgia. Despreciaba a Jarrod, pero al mismo tiempo ansiaba refugiarse en él, dejarse rodear por sus brazos como solía hacer en el pasado.
Y por un instante sintió el impulso de compartir sus penas con él, contarle lo rebelde que era Morgan y los problemas económicos de Lockie, el chantaje al que la había sometido hasta convencerla para tocar con Country Blues. Pero por encima de todo hubiera querido compartir con él el dolor que sentía, la sensación de abandono que padecía.
«¡Jamás!», estuvo a punto de gritarse a sí misma. No podía confiar en él. Jarrod volvería a traicionarla y a decepcionarla.
Un suspiro de Jarrod la volvió a la realidad. Al levantar la vista lo vio contemplando la oscuridad por la ventana.
– Había olvidado la calma que se respira aquí. Después de vivir en una gran ciudad, el silencio resulta ensordecedor.
Georgia estudió su perfil. Era exactamente como lo recordaba. En todo lo relacionado con Jarrod, parecía tener una memoria fotográfica. A pesar de lo que le había hecho.
– Es curioso el tipo de detalles cotidianos que recuerdas cuando estás fuera -Jarrod rió con amargura-. ¿Sabes qué es lo que recuerdo con más nitidez?
Georgia, incapaz de hablar, se limitó a sacudir la cabeza aunque hubiera querido gritar: «No, no sé qué es lo que recuerdas, pero sí lo que olvidas».
– El sonido de los pájaros antes de la tormenta.
¿Ése era su recuerdo más querido? Georgia frunció los labios en una mueca de amargura. Claro que, ¿por qué iba a recordar una relación apasionada con una joven inocente y entregada que lo adoraba?
– Gracias por ir a visitar a Peter anoche -dijo Jarrod cuando Georgia no dio señales de continuar la conversación.
Ella se encogió de hombros al tiempo que se sentaba.
– Lo encontré muy bien. La tía Isabel me dijo que había pasado un buen día. Imagino que no hay ninguna posibilidad de que… -Georgia dejó la pregunta en el aire y Jarrod sacudió la cabeza.
– El médico dice que es cuestión de tiempo. Han pasado veinticinco años desde su terrible accidente y según él, ha sido muy afortunado.
– Lo siento, Jarrod -dijo Georgia, deseando que las palabras no resultaran tan huecas.
– Así es la vida.
Ambos alzaron la cabeza cuando el sonido de un coche irrumpió en sus respectivas preocupaciones. El silencio se prolongó mientras se oyó unas pisadas aproximarse.
– ¡Hola, Jarrod! ¿Has llegado hace mucho tiempo? -Lockie preguntó, animado.
– No demasiado -Jarrod se metió las manos en los bolsillos-. Supongo que has estado ensayando. ¿Qué tal el grupo?
– Fenomenal -los ojos de Lockie se iluminaron-. He conseguido un concierto fantástico en el Country Music Club. ¿Te acuerdas de él? -Jarrod asintió-. Puede significar nuestro lanzamiento. El cielo es el límite -Lockie se frotó las manos-. ¿Qué te parece, Georgia?
– Que Nashville debía echarse a temblar -comentó Georgia, ácida, recibiendo una mueca de Lockie.
– Muy graciosa. No nos respetas nada. Pero no te preocupes, no te guardaré rencor.
– Y seguro que no olvidarás a tus humildes amigos, ¿verdad? -Jarrod sonrió, recordando los viejos tiempos-. ¿Cuándo es el acontecimiento?
– El viernes por la noche -Lockie se sentó en el brazo del sillón-. ¿Por qué no vienes a darnos apoyo moral?
– Claro que iré.
– Estupendo. Así estaremos seguros de que al menos una persona nos aplaudirá, ¿verdad, Georgia?
– ¿Una? -una sonrisa seguía bailando en los labios de Jarrod y Georgia tragó saliva-. Con Morgan y Georgia seremos tres por lo menos. Supongo que irá a verte toda la familia.
– Yo no… -Georgia se detuvo bruscamente al darse cuneta de que Jarrod estaría entre el público. ¿Qué pensaría cuando la viera sobre el escenario?
Jarrod la observó atentamente.
– Sería una pena que te perdieras el concierto de Lockie -insistió.
– Perdérmelo -repitió Georgia, como un autómata. Jarrod iba a llevarse una desagradable sorpresa al conocer la verdad-. Desde luego que sí.
Lockie frunció el ceño y Georgia adivinó que temía que hubiera cambiado de idea.
– Pero Georgia…
Georgia suspiró y le hizo una señal con la mano.
– Claro que iré, Lockie.
Lockie se relajó y Jarrod los miró alternativamente, mientras los pensamientos de Georgia volvían al pasado, a otras ocasiones en que había cantado con el grupo en público y Jarrod le había dicho, enfurruñado, que no quería compartirla con el público. Pero era una broma y tras besarse, habían reído juntos.
Sacudió la cabeza para ahuyentar aquellos recuerdos.
– Los chicos están encantados de que… -comenzó Lockie.
– De que les hayan seleccionado -intervino Georgia, apresuradamente-. Y no me extraña. Ha sido una gran suerte.
– ¿Es el mismo grupo que cuando… -Georgia notó la pausa imperceptible que hacía Jarrod y se tensó- me fui a los Estados Unidos?
– No. Andy Dyne, el batería, lleva conmigo más tiempo que los demás. Es un tipo espectacular, pelirrojo y con una gran barba. Los demás están con nosotros desde hace dos años -dijo Lockie-. Son muy buenos músicos y todos nos llevamos muy bien. Aparte de que hemos trabajado muy duro y nos merecemos esta oportunidad. Puede que nos contraten para el nuevo programa de televisión.
– ¿Televisión? ¿De qué estás hablando, Lockie? -Georgia arqueó las cejas.
– Corre el rumor de que la cadena ABC está preparando una serie sobre música, centrada en las promesas australianas.
Georgia suspiró, aliviada de que Mandy fuera volver la semana siguiente. El concierto empezaba a ser como una bola de nieve. La mirada de complicidad de Lockie la hizo fruncir el ceño. Si su hermano creía que…
Se secó el sudor de las manos en los pantalones. Sentía los nervios en el estómago como si fueran ropa tendida batida por el viento. Ya era bastante desgracia que Lockie hubiera invitado a Jarrod como para que tuviera la intención de prolongar su acuerdo más allá las dos noches en el Country Club.
Tragó de nuevo para resistir la tentación de llevarse la mano a su errático corazón. Debía tratar de olvidarse hasta el viernes. Y esa noche, tendría que ignorar a los desconocidos que estarían observándola. ¿Desconocidos? Jarrod Maclean no lo era, pero también tendría que ignorar su presencia.
– Cuando estuve en Nashville fui a un concierto en el Grand Ole Opry. Fue estupendo -dijo Jarrod.
– ¡Qué suerte! Me encantaría ir a Nashville -Lockie sonrió-. Un día lo conseguiré.
– Te va a encantar. Yo tuve la suerte de ir con unos amigos que la conocían muy bien.
«Qué envidia», pensó Georgia con amargura. ¿Y entre esos conocidos habría una mujer en especial? Las mujeres siempre se sentían atraídas por él. A parte de un cuerpo alto y fuerte, Jarrod era tan masculino que atraía a las mujeres como la luz a las polillas.
¿No había sido ella seducida igual que las demás? Y él no la había rechazado. No. Ella había tenido el dudoso honor de sentir cómo sus caricias la hacían arder. Y la quemadura le había llegado al alma, marcándola para el resto de su vida.
– ¡Qué suerte tener a un cicerone! -dijo, con amargura, ignorando la mirada de sorpresa de Lockie.
– Así es. Me acordé mucho de Lockie y de cuánto habría disfrutado -dijo Jarrod, con una sonrisa que obligó a Georgia a apretar los puños-. ¿Te acuerdas de aquellas viejas botas que compraste porque alguien te dijo que habían pertenecido a Johnny Cash?
Jarrod continuó hablando con confianza, sin aparentar la más mínima tensión, mientras Georgia se erguía en su asiento con la inmovilidad de una estatua.
¿Cómo osaba hablar del pasado? Para ella el ayer y el dolor eran sinónimos. A él, sin embargo, no parecía afectarle.
Su rabia aumentó y luego se mitigó un poco. Lo peor de todo era que hubiera puesto la mano en el fuego por la integridad de Jarrod. Lo amaba hasta la locura. Y él había traicionado su amor.
– Claro que pertenecieron a Johnny Cash -protestó Lockie-. Y todavía las conservo -Jarrod dejó escapar una carcajada-. Es una pena que me queden un poco grandes. ¿Por qué no te las pones tú el viernes, Georgia?
– No pienso ponerme esas botas, Lockie, ni por ti ni por nadie -dijo Georgia, con firmeza.
– Vamos, Georgia, los focos del escenario harán brillar las espuelas.
– ¡Lockie! -Georgia puso cara de espanto.
– ¿El escenario? -Jarrod les dirigió una mirada interrogadora.
– Sí, cuando… -Lockie calló y se dio una dramática palmada en la frente-. Claro. No sabes que Georgia es la cantante del grupo.
Jarrod se puso serio y dirigió a Georgia una mirada de reproche.
– Pero yo creía que… ¿Cantas con el grupo de Lockie?
Georgia inclinó la cabeza. Tal y como había supuesto, Jarrod la censuraba. La forma en que apretaba la mandíbula y fruncía los labios eran la prueba que necesitaba.
– Creía que no te gustaba actuar en público -siguió él, entornando los ojos.
Georgia se dijo que era una mujer libre y que podía hacer lo que le diera la gana sin pedirle permiso. Jarrod no era su guardián y no tenía derecho a amonestarla.
– Eso era hace años -dijo, sosteniéndole la mirada-. He cambiado mucho desde entonces.
– Georgia sólo va a… -comenzó Lockie, pero ella lo interrumpió.
– Estoy ansiosa porque todo vaya bien -dijo rápidamente, esquivando la mirada de Lockie-. Si todo va bien esperamos grabar un disco, ¿verdad, Lockie?
– Sí -su hermano le siguió la corriente-. Y hablando de discos. Ken me ha dicho que D.J. Delaney, de la compañía de discos Skyrocket, suele ir al Country Club, así, ¿quién sabe? Puede que no sea tan improbable como pensamos. Si cantamos los temas adecuados… Algo que le llame la atención.
– Os deseo mucha suerte -dijo Jarrod, poniéndose en pie-. Será mejor que me marche. Os veré el viernes por la noche -miró a Georgia pero se limitó a despedirse con una inclinación de la cabeza antes de marcharse.
– ¿Por qué no me has dejado decirle que estabas sustituyendo a Mandy? -preguntó Lockie en cuanto Georgia cerró la puerta.
– ¿Acaso es de su incumbencia? -preguntó Georgia, cortante.
– No, pero…
– No entiendo por qué le tenemos que contar a Jarrod todo lo que nos pasa -dijo Georgia, y sin esperar respuesta, se encaminó hacia la cocina-. Voy a servirte la cena.
Mientras Lockie cenaba, Georgia volvió al salón para continuar con su trabajo, pero no logró concentrarse. Dándose por vencida, decidió irse a la cama. Cuando empezaba a recoger Lockie apareció en la puerta.
– Me voy a la cama -dijo Georgia animada, para compensar por el mal humor que había mostrado anteriormente.
– Espera un momento, Georgia -Lockie la miró con expresión seria-. Quiero hablar.
Georgia se sentó.
– ¿De qué? Si se trata del concierto, prefiero dejarlo hasta que revisemos el repertorio, si no, puede que me quite el sueño -dijo, con una sonrisa.
– No se trata de eso -Lockie se sentó frente a ella-. Quiero hablar de ti y de Jarrod.
Georgia sintió cómo sus facciones se tensaban e hizo ademán de incorporarse, pero Lockie se lo impidió.
– No hay nada de qué hablar -dijo ella.
– ¿Tú crees?
– Y aunque lo hubiera, no es algo que me apetezca discutir.
– Pues a mí sí -dijo Lockie con determinación.
– Por favor, ahora no.
– Sí, ahora, aprovechando que estamos solos y que me parece un asunto urgente.
– No hace falta decir nada. Déjalo, Lockie, estoy cansada y…
– No, Georgia. Escucha, sé que en su momento no dijiste nada -Lockie se levantó y se alejó unos pasos antes de volverse-, pero ¿no te das cuenta de lo cruel que estás siendo? ¿No te das cuenta del daño que le haces?