Capítulo 5

– Vamos, Georgia, entra -la ordenó con su voz profunda, sacando medio cuerpo fuera del coche.

Georgia estaba paralizada. ¿Qué demonios estaba haciendo él allí?

– Me he parado en un sitio prohibido, Georgia. ¿Quieres que me pongan una multa?

Cómo una marioneta a la que hubieran dado cuerda, Georgia avanzó mecánicamente hacia el coche mientras Jarrod se metía en él y le abría la puerta desde dentro.

– Estoy esperando a Lockie -dijo Georgia, apoyando la mano en la puerta sin decidirse a entrar-. Llegará en cualquier minuto.

– No. Se le ha pinchado una rueda, por eso estoy yo aquí -dijo él, secamente-. Súbete.

Un coche giró la curva y tocó la bocina.

– Vamos, Georgia, voy a causar un atasco.

Georgia entró a regañadientes y Jarrod arrancó.

– He pensado que era más sencillo venir a por ti y que Lockie pudiera ocuparse de la mesa de sonido. No tenía tiempo para cambiar la rueda.

– Lockie nunca tiene tiempo para cosas mundanas -masculló Georgia, y tomó nota mentalmente de la reprimenda que le iba a caer. Se estaba acostumbrando a recurrir a Jarrod cada vez que tenía una emergencia. Tenía que hacerle comprender a su hermano que quería ver a Jarrod lo menos posible. ¿No se lo había dejado suficientemente claro?

– Lockie siempre se ha librado de hacer los deberes -una sonrisa bailaba en los labios de Jarrod y Georgia se vio asaltada por recuerdos agridulces que reprimió al instante.

– Siento que te haya molestado -dijo, crispada.

– De todas formas iba a ir al club. Y me alegro de tener esta oportunidad para hablar contigo.

¿Hablar? ¿No se habían dicho bastante cuatro años antes? Georgia hubiera querido gritarle que la dejara en paz.

– ¿Y de qué quieres que hablemos? -preguntó, cortante.

– De ti.

– ¿De mí? -Georgia estaba demasiado sorprendida como para controlar el tono de voz-. ¿En qué sentido? -preguntó cuando recuperó el aire.

– En relación al grupo de Lockie -dijo Jarrod con calma, al tiempo que aceleraba para unirse a la autopista.

Georgia miró por la ventana con inquietud. ¿Es que no se daba cuenta de que la actuación la ponía nerviosa? Jarrod debía saber mejor que ninguna otra persona lo ansiosa que se ponía antes de subirse al escenario. Debía recordarlo, pero el hecho de que intentara entablar una conversación profunda en ese momento, era una prueba de que lo había olvidado.

– ¿Qué quieres decirme, Jarrod? -preguntó, secamente.

– Que harías mejor manteniendo tu puesto en la librería que intentando ganarte la vida con un negocio tan impredecible como la música. Para Lockie no está mal -continuó-. Es lo único que tiene. Pero no para ti, Georgia. No creo que te gustara ese tipo de vida.

– Ah -la irritación de Georgia crecía por segundos.

– Y, al menos en los viejos tiempos, no te gustaba tanto cantar.

«Ahora no, Jarrod, no menciones el pasado», le suplicó Georgia en silencio. Tenía que poner fin a aquella conversación o se arriesgaban a adentrarse en caminos inesperados.

– ¿Estaría haciéndolo si no me gustara? -preguntó, sin pretender ocultar la irritación que sentía.

– ¿Qué hay de la maqueta que Lockie quiere grabar? ¿Cómo te hace sentir? -insistió Jarrod, ignorando su evidente deseo de no seguir hablando.

– Por ahora no son más que sueños. Ni siquiera puede pagarla.

– A mí no me ha dicho eso. ¿Te interesa grabarla?

Georgia se encogió de hombros como respuesta. Jarrod continuó:

– Entonces, ¿por qué cantas con el grupo si no te interesa grabar un disco?

A Georgia le daba lo mismo cuáles fueran los planes de Lockie. Lo único de lo que estaba segura era de la pelea que iba a tener con él en cuanto estuvieran a solas.

Respecto a su participación en el futuro del grupo, cuanto antes volviera Mandy, mejor. Georgia sabía perfectamente que iba a seguir con su trabajo en la librería y que ése era su deseo. Pero Jarrod seguía hablando sin llegar a darle una oportunidad de explicárselo.

– Uno no puede dedicarse a la música a tiempo parcial. Lockie quiere hacer una gira nacional y me cuesta imaginarte viajando de un lugar para otro, Georgia, viviendo con una maleta, visitando tres ciudades en una semana. Me dijiste que estabas estudiando, ¿qué vas a hacer con tu carrera? ¿Vas a abandonarla ante la remota posibilidad de grabar un disco de éxito?

Georgia comenzó a preguntarse si Lockie no la habría engañado una vez más. De hecho, no había mencionado a Mandy desde el momento en que Georgia aceptó sustituirla. ¿Habría intentado dar con ella o pretendía que Georgia siguiera con el grupo después del fin de semana?

– No creo que Lockie haya dicho que voy a dejar mi trabajo… -comenzó.

– Por lo que cuenta, tu trabajo no forma parte de los planes -Jarrod se revolvió en su asiento-. Sé realista, Georgia. ¿Cuántos grupos australianos se hacen famosos? ¿Qué seguridad representa eso para el futuro?

¿Cómo se atrevía Jarrod a hablarle de seguridad y futuro cuando él se había ocupado de atracárselos tan cruelmente?

– ¿No te parece que te estás pasando? -dijo, mordiendo las palabras-. Ya sabes que Lockie es un soñador. Ese Delaney del que habla todo el tiempo no se acercará al club. No creo que un hombre tan importante vaya a escuchar a grupos desconocidos. Piensa que éste es el primer concierto de cierta categoría para Lockie.

Jarrod se rascó la barbilla.

– No quiero que Lockie te arrastre con su entusiasmo. Antes de que te des cuenta, puedes encontrarte subida a un tiovivo del que no puedas bajarte.

«¿Por qué te preocupas tanto de mí, Jarrod?», gritó la voz interior de Georgia, antes de instalarla a preguntárselo directamente a él. ¿Por qué se preocupaba con tanto retraso? ¿Acaso no sabía que cuatro años antes le había roto el corazón? «Pregúntaselo».

– ¿A qué se debe esta repentina preocupación por mí? -las palabras escaparon de su boca.

– ¿Repentina? -Jarrod arqueó una ceja y detuvo el coche en el arcén-. ¿No crees que me has preocupado siempre? Después de todo, somos como una familia, Georgia.

– ¿Una familia? ¿Tú crees? -Georgia lo miró a los ojos y sostuvo su mirada-. Sí, he dicho «repentina preocupación». No te preocupaste tanto cuando… -titubeó antes de continuar-…, cuando estuviste en el extranjero.

– Isabel me mantenía informado -dijo él, en tono mate.

Georgia soltó una carcajada.

– ¿La tía Isabel? La vemos una vez cada tres meses y para ella ya es un exceso. Ni siquiera coincidimos cuando voy a ver a tu padre. Pasa la mayoría del tiempo en Gold Coast. ¿Qué te ha podido contar sobre nosotros? Nunca le hemos interesado.

«Sólo le interesabas tú, J», hubiera querido gritar. «¿No lo recuerdas?».

Georgia siempre había creído que la relación entre Isabel y Jarrod no era fácil y que con la edad se iba deteriorando. Pero estaba equivocada. Su ingenuidad le había hecho interpretar erróneamente las señales, hasta la noche en que todo se había aclarado con un resultado tan espantoso.

El coche se llenó de electricidad. Hablar con Jarrod de su tía producía un efecto tan doloroso en Georgia que tuvo que cortar la conversación antes de que la angustia la partiera en dos.

– También me he mantenido en contacto con Peter -dijo Jarrod, secamente-. Siempre me comentaba cuánto disfrutaba con tus visitas -continuó, dulcificando el tono pero con el rostro crispado.

– También a mí me gustaba visitarlo -admitió Georgia, preguntándose qué le habría contado Peter a Jarrod en esos cuatro años, en los que habían hablado de todo menos de su hijo.

– Pero estamos alejándonos del tema -Jarrod interrumpió los pensamientos de Georgia.

Georgia miró el reloj.

– Jarrod, no tenemos tiempo para… -comenzó Georgia, pero Jarrod la interrumpió con un ademán de la mano.

– Unos minutos no van a retrasar el espectáculo. Sólo quiero que seas consciente de los peligros de la industria musical, y sé de qué estoy hablando.

Georgia invocó una imagen de Jarrod vestido de roquero, y su antiguo sentido del humor renació, haciendo que sus labios se curvaran en una sonrisa y de su garganta brotara una risa profunda.

Los ojos de Jarrod estaba fijos en la boca de Georgia y los músculos de su garganta se contrajeron como si tuviera dificultades para respirar. Georgia dejó de sonreír.

Jarrod se movió para ajustarse el cinturón de seguridad, llamando la atención de Georgia sobre sus muslos fuertes enfundados en los vaqueros gastados, y fue ella quien sintió que se le cortaba la respiración.

– ¿Qué te hace tanta gracia? -preguntó Jarrod, aparentemente ajeno al efecto que ejercía sobre Georgia, por lo que ésta dedujo que debía haber imaginado la reacción que ella había despertado en él hacía unos instantes.

– Has dicho que hablabas por experiencia. ¿Por qué no nos has dicho que cantabas? -preguntó Georgia, arqueando las cejas-. ¿Te has teñido el pelo de morado y te has maquillado?

Jarrod hizo una mueca.

– No me refería a que tuviera experiencia directa, si no a través de una amiga.

Un dolor punzante atravesó a Georgia, y su sentido del humor se diluyó. ¿Cómo podía ser tan inocente como para pensar que no había habido otras mujeres, sabiendo, por propia experiencia, lo masculino que Jarrod era? Claro que habría tenido a otras mujeres.

– Era la hermana de uno de nuestros ingenieros -Jarrod miró a la distancia-. Su disco tuvo éxito y no pudo soportar la presión. Comenzó a consumir drogas y alcohol.

– ¿Drogas? -dijo Georgia, incrédula-. ¿No crees que exageras? No sé nada de drogas ni de dónde encontrarlas.

– Pero ellas pueden encontrarte a ti, Georgia. Eso fue lo que le pasó a Ginny.

– Está no es la Ciudad del Crimen, Jarrod. Y deberías tener más confianza en mí. Jamás recurriría a las drogas por muy bajo que cayera.

«Y ya he caído tan bajo como puedo caer», continuó Georgia, para sí. «Me perdí cuando tú me empujaste al vacío, Jarrod Maclean, pero me recuperé sin ayuda».

– Estoy seguro de que Ginny pensó lo mismo. Fue increíble ser testigo del proceso.

– Y por lo que dices debiste presenciarlo desde muy cerca -dijo Georgia, con sarcasmo, rechazando la imagen de Jarrod con esa mujer.

Jarrod alzó la cabeza con gesto enfadado.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó en tono mate.

Georgia se encogió de hombros.

– Sólo que debías tener una relación muy íntima con ella.

– Trabajaba con su hermano.

Georgia volvió a encogerse de hombros.

– Era una niña de dieciocho años -dijo Jarrod.

«Y yo sólo tenía diecisiete cuando me enamoré de ti, Jarrod, ¿o acaso lo has olvidado?», le dijo Georgia en silencio, mirándolo a la cara.

– Sólo la conocía por su hermano -dijo él, apretando los labios.

Georgia continuó mirándolo con expresión acusadora, y Jarrod dejó escapar una exclamación al tiempo que se pasaba los dedos por el cabello. Un mechón le cayó sobre la frente y Georgia sintió el impulso de alargar la mano y colocárselo detrás de la oreja para sentir su suave textura.

– ¡Por Dios, Georgia!, ¿por qué me molesto en darte explicaciones? -dijo él, mordiendo las palabras.

– Eso mismo me pregunto yo -Georgia lo estaba provocando, llevándolo al límite, arrastrada por una fuerza que no podía contener.

– Escucha, sólo quería darte un ejemplo de lo que puede pasar en el mundo de la música, y el que me acostara o no con esa chica no tiene nada que ver.

– ¿Y te acostaste con ella?

Jarrod la miró furioso.

– ¿Qué importancia tiene eso?

Georgia agachó la cabeza y bajó la mirada, ocultando el dolor que sus ojos podían mostrar. Tal vez para él no tenía ninguna importancia, pero para ella, toda la del mundo.

Jarrod suspiró y soltó una imprecación.

– Mi relación con Ginny es irrelevante. Y esta conversación está comenzando a cansarme. Lo único que quería decir, Georgia, era que puede que el sueño de Lockie no coincida con lo que tú quieres hacer en la vida.

– ¿No crees que estás asumiendo demasiadas cosas, Jarrod? ¿Cómo sabes lo que quiero y lo que no quiero?

– Porque te conozco, Georgia, y…

– ¿De verdad me conoces? -le cortó Georgia, con una risa forzada-. ¿No será que crees conocerme? ¿O en qué sentido dices que «me conoces»? -añadió, provocativa, experimentando una extraña sensación de triunfo al ver que Jarrod se sonrojaba. Sabía que estaba consiguiendo irritarlo aunque no estuviera segura de por qué lo hacía.

– Antes no eras así, Georgia -dijo él, bajando la voz.

Georgia se dijo que debía acabar la conversación antes de comenzar a decir cosas de las que se arrepentiría. Pero había perdido el control y las palabras brotaban de su boca como un torrente.

– ¿Cómo? -gritó.

– Amarga y hostil.

«Oh, Jarrod», hubiera querido exclamar su corazón destrozado. Claro que actuaba con amargura y hostilidad. Porque todavía sufría, y la culpa la tenía él.

– Será que estoy envejeciendo -dijo en alto, con tono de resignación-. Estaré volviéndome más cínica. La vida nos cambia a todos, así que no te preocupes, Jarrod. No pienso entrar en el camino de la perdición como tu novia de los Estados Unidos.

– Ginny no era mi novia -dijo Jarrod, exasperado y con todo el cuerpo en tensión.

– Eso dices -dijo Georgia, en contra de su voluntad.

– Y nunca fuiste vengativa.

– Tal vez la experiencia me haya enseñado a serlo -dijo Georgia, apretándose lo más posible contra la puerta para dejar de sentir la proximidad asfixiante de Jarrod.

Pero, espantada, vio cómo su mano se movía sin que le diera la orden de hacerlo y se posaba sobre el brazo de Jarrod. El placer de sentir el calor de su piel a través de la camisa fue superior al dolor que le producía. Se quedó sin respiración. Sus pulmones dejaron de funcionar al tiempo que los latidos de su corazón se aceleraban hasta ensordecerla.

Y durante lo que pareció una eternidad ninguno de los dos se movió, hasta que, finalmente, Jarrod alzó la mano y cubrió con ella la de Georgia. Durante unos segundos, sus dedos acariciaron los de Georgia, hasta que ésta retiró la mano como si se hubiera quemado, y la apretó en un puño sobre el regazo.

– Georgia.

Jarrod pronunció su nombre con un timbre doloroso y Georgia, en lugar de alegrarse de haberlo arrastrado al límite, temió estar jugando con fuego, darse cuenta de que sus emociones eran como paja seca que una chispa podría prender con la misma pasión con que habían ardido en el pasado.

Oyó el aire escapar de la garganta de Jarrod y sintió sus ojos clavados en su cabeza. Exclamando algo entre dientes, Jarrod dio al contacto y el ruido del motor rasgó los sensibles oídos de Georgia.

– Será mejor que nos pongamos en marcha -dijo él, secamente-. Tienes que actuar.

Se unieron al tráfico de la carretera y continuaron el camino en silencio. Al llegar al aparcamiento vieron la furgoneta de Lockie con la rueda pinchada y, antes de que se bajaran del coche, Morgan salió a recibirlos.

– Menos mal que habéis llegado. Lockie está como loco creyendo que no vas a venir a tiempo. Cree que Jarrod te ha secuestrado -se volvió hacia Jarrod con una sonrisa coqueta.

– Subimos al escenario en menos de media hora -dijo Georgia, caminando hacia la entrada.

– ¿De verdad? -dijo Morgan, sarcástica-. Date prisa, Georgia, con lo vieja que eres vas a tener que dedicar un buen rato a maquillarte -se volvió hacia Jarrod-. A veces actúa como si fuera una abuela.

Avanzaron por un pasillo hasta que Morgan se detuvo.

– Jarrod, entra por ahí -le instruyó, ajena a la tensión que había entre los otros dos-. Nos han reservado una mesa en la primera fila. Voy a ayudar a Georgia a cambiarse.

Jarrod dirigió una mirada sombría a Georgia y las dejó, mientras Georgia intentaba apartar de su mente la escena del coche.

Aturdida, se quitó el traje de chaqueta y se puso el vestido esmeralda que Mandy solía usar en las actuaciones.

– ¿Qué tal te queda la parte de arriba? -preguntó Morgan mientras Georgia se ataba los botones con dedos temblorosos-. La he sacado lo más posible, tal y como me pediste.

Georgia se estiró la falda y los flecos de las mangas.

– Se nota que no está hecho a medida -dijo Georgia, haciendo una mueca y preguntándose si se atrevería a salir del camerino con aquel vestido.

Morgan suspiró irritada.

– Bueno, tienes más delantera que Mandy, Georgia. Limítate a no hacer ningún movimiento brusco o los chicos del público nos aplastarán para poder subirse al escenario.

– Por favor, Morgan -gimió Georgia, estirándose la parte de arriba del vestido.

La falda se le ajustaba a las caderas y podía haber sido hecha para ella, pero la parte de arriba se ceñía a sus senos, marcándoselos más de lo que Georgia hubiera querido. Se miró en el espejo y se ruborizó, pero ya era demasiado tarde como para introducir algún cambio.

A toda prisa se puso rímel, colorete para disimular su palidez y se pintó los carnosos labios. El rostro que le devolvió el reflejo le recordó a una mujer que no había visto en mucho tiempo, y eso le hizo pensar en lo poco que se ocupaba de sí misma. Siempre iba bien vestida y cuidada, pero la Georgia Grayson que la miraba desde el espejo estaba viva, le brillaban los ojos y el cabello, normalmente recogido, le caía en suaves hondas sobre los hombros.

Tomó aire y el movimiento llamó su atención sobre la curva de sus senos. La ropa suelta que solía llevar a trabajar no marcaba tanto la voluptuosidad de sus formas.

– Morgan, no puedo salir así.

– ¡Tonterías! Estás guapísima, Georgia. Los chicos van a quedarse con la boca abierta. No puedo comprender cómo no hay una fila de hombres llamando a la puerta.

Georgia se estremeció.

– Si es una piropo, gracias. Pero te aseguro que no me interesa lo más mínimo -añadió con tristeza.

– ¡Eres inaguantable, Georgia! -Morgan se apoyó en el marco de la puerta-. A veces me gustaría sacudirte. Parece que tienes cincuenta años. Te portas como si fueras una solterona enterrada en una librería.

Georgia se ruborizó.

– Por favor, Morgan, no hables así. Me estás insultando -dijo, enfadada-. ¿Por qué eres tan desagradable?

– Me limito a decir lo que pienso. Soy muy sincera.

– La frontera entre la sinceridad y la grosería es muy difusa.

– Perdóname, hermana, pero a veces la verdad duele. ¿Sabes a quién me recuerdas? -dijo Morgan, altanera-. A la tía Isabel. Siempre fría y distante. Nunca te lo pasas bien. ¿A qué dedicas el tiempo? A trabajar. A estudiar. Nunca te ríes. Es como si llevaras puesto un corsé. Siempre te metes conmigo pero al menos yo estoy viva y saboreo la vida.

Saborear la vida. Las palabras de Morgan fueron como una bofetada para Georgia. Ella ya había saboreado todo lo que le correspondía. Se había empachado de tal manera que todavía sentía náuseas.

Morgan dejó escapar el aire sonoramente.

– Está bien, perdona, Georgia. A veces consigues irritarme, pero ahora no es el momento. Tenemos que salir.

Georgia reprimió un gemido, mezcla de indignación y abatimiento.

– He sido una idiota dejando que Lockie me convenciera -dijo, frotándose las frías manos.

– No tienes por qué estar nerviosa -dijo Morgan, suavemente-. El ensayo de anoche salió fenomenal. Aunque cantes la mitad de bien, tienes el éxito asegurado.

– Eso espero -murmuró Georgia.

Morgan sonrió y se dio la vuelta. Se detuvo y miró a su hermana.

– Y no te preocupes, Georgia -le señaló el vestido-. A Dolly Parton no le fue mal luciendo sus curvas.

Antes de que Georgia pudiera contestar, Morgan había desaparecido y la música comenzó a sonar. Georgia se mordió el labio y gimió. Los Country Blues estaban tocando un tema instrumental. Después tocarían una selección de temas de John Denver y luego Lockie presentaría a Georgia. Había llegado el momento de acercarse a la parte de atrás del escenario y esperar a que la llamaran.

Fría. Seria. Distante. Una solterona. ¿Había dicho Morgan todo eso? La joven no sabía lo cruel que podía ser. Sólo cuatro años antes, esos adjetivos hubieran sido lo contrario de lo que era Georgia.

El rostro de Jarrod bailó en su mente; sus ojos oscuros la observaban con una sensualidad que igualaba la que ella sentía… Sólo cuatro años atrás…

Los aplausos llenaron la sala, ensordeciendo a Georgia y haciendo que el corazón se le pusiera en la boca. Al público le habían gustado los primeros temas. Ahora Lockie presentaba a los distintos miembros de grupo. En unos segundos, Georgia tendría que subir al escenario. Delante de un mar de rostros. Incluido el de Jarrod.

A él no le gustaba que cantara. Pero no tenía derecho a censurarla. Georgia se irguió, recordó los botones de la blusa y, con dedos nerviosos comprobó que estaban cerrados.

– Por favor, den la bienvenida a la cara más guapa de Country Blues: Georgia Grayson -la voz de Lockie amplificada penetró en el cerebro de Georgia y ésta avanzó con piernas temblorosas hacia el escenario.

El calor de los focos la alcanzó y estuvo a punto de retroceder. El público silbaba y gritaba, mientras el grupo tocaba las primeras notas del tema que Georgia iba a cantar. Lockie había propuesto comenzar con un tema movido para atrapar al público y luego continuar con baladas románticas.

Georgia tomó el micrófono en las manos sin fijarse en las caras que la rodeaban, pero inevitablemente, sus ojos encontraron de inmediato los de Jarrod. Siempre habían tenido un radar natural para localizarse el uno al otro.

Jarrod estaba sentado con los brazos cruzados, serio.

¿Pensaba que Georgia iba a fallar? Pues ella no estaba dispuesta a humillarse delante de los muchachos. Podía cantar e iba a demostrarle a Jarrod el talento que tenía.

Para cuando alcanzó la mitad de la canción, supo que se había ganado al público, y eso le dio una sensación de poder embriagadora. Lanzó una mirada a Lockie y éste le dedicó una sonrisa radiante, como diciéndole: «ya te lo había dicho».

Para cambiar de ritmo, pasó a cantar una canción de letra melancólica y sus ojos se volvieron hacia Jarrod por sí solos. Él la contemplaba inclinado hacia adelante, tenso, y sus ojos la quemaron.

La fragilidad de su voz no era fingida, y el dolor que transmitía tampoco. Todo el público se sintió envuelto por su pesadumbre, pero Georgia sólo veía un rostro de cabello oscuro. Para ella sólo había habido un hombre, el mismo al que había amado en el pasado más que a nadie en el mundo. Hasta que descubrió la verdad.

Podía recordar vivamente el salón de los Maclean. Había pasado la tarde allí, como de costumbre, viendo la televisión con Jarrod. El tío Peter estaba de viaje de negocios y ni siquiera la presencia desaprobadora de la tía Isabel podía empañar la felicidad de los dos jóvenes.

Sobre las nueve y media, la tía Isabel había dicho que era la hora de cenar y recordó a Jarrod que al día siguiente tenía que levantarse temprano para ir a recoger a su padre al aeropuerto.

Georgia podía verlo como lo había visto entonces, sonriendo con displicencia a su madrastra.

– Vamos -le dijo a Georgia-, te acompaño a casa dando un paseo.

– Sería más rápido que la llevaras en coche -señaló Isabel, secamente-. Es demasiado tarde.

– No es tan tarde -intervino Georgia, precipitadamente, ansiosa por estar a solas con Jarrod-. Y hace una noche preciosa -miró a Jarrod implorante.

– Vamos -Jarrod la tomó por el hombro-. No tardaré, Isabel, pero vete a la cama. Tengo la llave.

Caminaron juntos en silencio. Jarrod sujetaba a Georgia por la cintura y ésta sentía la alegría circular por su sangre, emborrachándola de felicidad.

– Mira la luna, Jarrod -el corazón de Georgia se henchía y ella sabía que no tenía nada que ver con la luna.

– Casi se pueden distinguir los colores bajo su luz -dijo él-. No corremos riesgo de caernos en un agujero. Parece que fuera de día.

Georgia tragó saliva ¿Sentiría Jarrod el mismo fuego que ella sentía? Hubiera dado lo que fuera por poder prolongar el camino hasta el infinito.

Llegaron al cruce de caminos y Georgia se detuvo cuando Jarrod hizo ademán de tomar el de la derecha.

– ¿Por qué no cruzamos el riachuelo y vamos por la colina? -para Georgia era un camino mucho más romántico-. Debe estar precioso bajo la luz de la luna.

– Georgia, ya te he dicho que el puente no es seguro. La madera se está pudriendo.

– Lo sé, pero si lo cruzamos con cuidado… Venga Jarrod, por favor.

Jarrod suspiró y sacudió la cabeza.

– Nunca puedo negarte nada ¿verdad? Me miras con esos enormes ojos marrones y me haces perder la cabeza.

– ¿De verdad? -Georgia rió-. Ahora que sé ese secreto, no deseo nada más de la vida.

Jarrod le besó la punta de la nariz y volvió a tomarla por la cintura para seguir adelante. Y Georgia estuvo segura de que lo único que necesitaba para que la vida fuera maravillosa, era el amor de Jarrod.

Cuando alcanzaron el puente, Jarrod pasó primero, asegurándose de que no había ningún tablón roto y, al llegar al otro lado, se volvió para ayudar a Georgia. Ella se abrazó a él y se sitió embriagada por el fresco olor de su camisa y el aroma de su piel.

Aquél era el lugar favorito de los dos. Solían descansar en la orilla, ocultos tras los árboles, charlando y besándose durante horas.

– Vamos a quedarnos un rato -susurró Georgia, sintiendo que su corazón latía con tanta fuerza como el de él.

Jarrod miró hacia arriba.

– Es tarde. Deberíamos volver a casa.

Georgia percibió la indecisión en su voz y supo que Jarrod tampoco quería separarse de ella. Lo tomó de la mano y comenzó a caminar, tirando de él. Y Jarrod no opuso resistencia.

Las hojas secas de los árboles apenas se movieron cuando Jarrod la tomó en sus brazos, besándola delicadamente antes de separarse de ella unos centímetros.

– ¿No te he dicho que no puedo negarte nada? -musitó, acariciándole la base de la garganta.

– Ni yo a ti -dijo ella, con voz aterciopelada-. Jarrod, por favor, tócame.

Загрузка...