– ¿Embarazada? ¿Georgia? -dijo, Andy, con expresión atónita.
– ¿Cómo demonios…? -exclamó Lockie, al unísono.
– Sí, embarazada. ¿Que cómo demonios lo sé? -dijo Morgan-. Como he dicho, no soy estúpida. Aunque era una niña, me enteraba de todo. Tú y papá creíais que dormía aquella noche, pero lo oí todo.
– ¿Georgia? -Andy dio un paso adelante-. ¿Qué…? ¿Es…?-preguntó, incrédulo.
Georgia estaba paralizada. No estaba segura de haber oído bien. Quizá lo había imaginado. ¿Había dicho Morgan lo que creía que había dicho?
Pero era imposible que su hermana pequeña supiera que había estado embarazada de Jarrod.
– Hasta sabía quién era el padre -siguió Morgan-. En cambio tú y papá no, ¿verdad, Lockie? Yo incluso conocía su escondite.
Georgia levantó la cabeza bruscamente.
– Se encontraban en…
Lockie sujetó a Morgan por el brazo.
– Ya has dicho bastante, Morgan. No necesitamos detalles -dijo, amenazador-. No eres más que una estúpida manipuladora -añadió, sacudiéndola.
Georgia se adelantó para detener a su hermano.
– Lockie, tranquilízate -le suplicó. Al mirar a Morgan, ésta vio el dolor que se reflejaba en la mirada de Georgia y perdió parte de su insolencia. Bajó la mirada.
– ¿No es cierto, Georgia? -parecía avergonzada.
– Morgan -dijo Georgia, dulcemente-. Es por eso… Sé lo peligroso que es cometer un error… -tomó aire-. Por eso Lockie y yo te intentamos proteger. Te aconsejamos porque te queremos -concluyó, con voz quebradiza.
– Pues no necesitáis protegerme -masculló Morgan, altanera-. He aceptado el trabajo en la oficina de Jarrod. Empiezo el lunes, así que todo va a ir bien.
Su mirada y la de Georgia se encontraron y ésta pudo ver que su hermana pequeña estaba arrepentida aunque no fuera capaz de expresarlo.
Georgia volvió la mirada hacia Andy para darle una explicación, pero sus ojos lo pasaron de largo y se abrieron en una expresión de horror.
Jarrod estaba en el umbral de la puerta. Debía haber llegado detrás de Lockie y había sido testigo mudo de la escena.
Jarrod parecía haber envejecido varios años. Estaba pálido y ojeroso, como si fuera a desmayarse. Pero no lo hizo. Permaneció donde estaba, contemplando a Georgia con los ojos desencajados.
– ¡Georgia! -exclamó, con voz ronca-. ¡Oh, Georgia!
Georgia se sintió atravesada por el dolor. Antes de que los demás pudieran reaccionar, salió corriendo, bajó las escaleras de dos en dos y, rodeando la casa, tomó el sendero que partía de la parte trasera, después de saltar la verja, y continuó hasta llegar al puente, ahora sólido y firme.
Si alguien la llamó, ella no lo oyó. Sólo oía su corazón y el fluir veloz de su sangre. Se apoyó en la barandilla del puente y tomó aire.
Su respiración fue normalizándose y sólo entonces se dio cuenta de que estaba llorando. Miró hacía abajo, a la cuenca seca del riachuelo. Había permanecido allí hasta la madrugada la noche en que huyó de casa de Jarrod. Había llegado como una exhalación, cegada por el descubrimiento de que Jarrod y su madrastra mantenían un romance. Cruzó el puente, olvidando que era frágil y que su peso, a aquella velocidad, podía hacerlo peligrar. La madera se abrió bajo sus pies, y ella cayó con un grito ahogado.
La caída la había dejado inconsciente, pero al menos había tenido la suerte de que la cabeza le quedara fuera del agua o se habría ahogado. Al recobrar el conocimiento le dolía todo el cuerpo, y no pudo moverse hasta que su padre y Lockie la encontraron. Se había roto una pierna y había perdido al niño.
Georgia dejó escapar un gemido. Le costó tanto recuperarse de aquella doble pérdida… Primero Jarrod y a continuación el niño. Nadie supo cuánto sufría, y ni Lockie ni su padre volvieron a mencionar el tema.
Geoff Grayson le preguntó quién era el padre, pero ella no respondió. Y cuando él sugirió que podía ser Jarrod ella lo negó vehementemente, diciendo que en realidad, era un extraño al que había estado viendo a escondidas.
Su padre sacudió la cabeza desesperanzado, sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo.
Georgia contuvo el aliento al oír un ruido a su espalda y se volvió bruscamente para enfrentarse a la figura alta y corpulenta de un hombre que conocía bien. En la penumbra no podía verlo con claridad, pero vislumbró el brillo metálico de sus ojos.
– Era mi hijo, ¿verdad? -dijo Jarrod, inexpresivo-. Según Lockie le dijiste a tu padre que era de otro, pero yo sé que es mentira. El niño era mío. ¿Por qué no me lo dijiste?
– Lo intenté -dijo Georgia, en un hilo de voz-. Pero tú…
Jarrod guardó silencio unos instantes.
– Aquella noche viniste a contármelo, ¿no es cierto? -dijo, finalmente-. ¡Georgia, no sabes cuánto lo siento! Pero esa noche…
– Forma parte del pasado, Jarrod, como tú mismo has dicho.
– No sé cómo pedirte que me perdones -Jarrod dijo, en tono torturado-. ¿Qué pasó? Lockie me ha dicho que…
– Con la caída perdí el niño -Georgia señaló el río con un ademán-. El puente se partió. Por eso tu padre hizo construir uno nuevo. Él no supo que estaba embarazada.
– Si yo hubiera sabido que estabas embarazada… -dijo Jarrod, sin concluir la frase.
– Te habrías casado conmigo -dijo Georgia, con amargura.
El silencio de Jarrod le dolió más que una negativa.
– No podía casarme contigo, Georgia -dijo él, al fin-. Ni siquiera debía haberte tocado.
Georgia tragó para intentar librarse del nudo que se le había formado en la garganta.
– Los dos fuimos culpables, Jarrod -dijo, en un susurro-. No tuviste que seducirme.
Jarrod dejó escapar un juramento.
– Pero yo era mayor que tú y debía haber tenido cuidado. No eras más que una niña.
– No era tan niña y, además, te amaba, Jarrod -dijo Georgia, con expresión inocente.
Jarrod se volvió hacia ella.
– ¿Crees que no lo sé? -dijo, en lo que pareció casi un quejido-. Pero ésa no es una excusa válida.
– Yo pensaba que tú también me amabas.
– Y así era -Jarrod habló tan bajo que Georgia tuvo que esforzarse para oírlo-. Que Dios me perdone, Georgia, pero te amaba y te sigo amando. Pero no puede ser.
Georgia dio un paso hacia él. Jarrod la estrechó en sus brazos y ella apretó el rostro contra su pecho. Podía oír el latir de su corazón bajo la camisa. Pero antes de que pudiera rodearlo con sus brazos, él la apartó de sí violentamente.
– Georgia, por favor… No podemos…
– ¿Por qué no, Jarrod?
– No puedo decírtelo -dijo él, pasándose una mano por los ojos.
– ¿Por qué no, Jarrod? -Georgia fue a eliminar la distancia que Jarrod había marcado entre ellos, pero las palabras que le oyó decir hicieron que se le congelara la sangre en las venas.
– Eres mi hermana, Georgia.