CAPÍTULO 09

– ¿Hay algún problema?

Cullen volvió la atención de regreso a la barra y miró con el ceño fruncido a Z. ¿Cuándo había llegado?

– No. Ningún problema.

Z se volvió para mirar por encima de su hombro y, bastardo astuto, divisó lo que, o más bien, a quién Cullen había estado observando.

La pequeña amazona. En el último par de semanas, ella definitivamente se había compenetrado con el espíritu de la vestimenta de una sumisa.

– ¿Tú le diste algunas de esas prendas para jugar? -preguntó Cullen.

– De hecho. Dudo que su presupuesto se extienda para adquirir muchos nuevos trajes, así que le dije que tomara prestado de los armarios del piso de arriba y descubriera qué estilo la sentaba mejor. -Z sonrió-. Tiene buen gusto.

La ondulante falda color crema le llegaba hasta los tobillos y era lo suficientemente transparente como para vislumbrar sus piernas bronceadas, como para tentar a un hombre con vistazos de su coño. Su camiseta con la espalda descubierta era del mismo material mostrando sus rosados pezones parduscos que presionaban en contra de la delgada tela. Seductora como el infierno. Frunciendo el ceño, Cullen sirvió un Glenlivet [17] para Z y se paró frente a él.

Z bebió un sorbo.

– ¿Cómo se está desempeñando?

– Bien.

Z levantó una ceja ante esa respuesta concisa, obviamente esperando más de una conversación. A la mierda con eso. Cullen bajó la mirada a la barra. Olivia necesitaba un recambio. Así que tal vez ella realmente no había terminado su bebida. Prepárate, ¿sí?

Al alejarse, sintió la mirada de Z en su espalda y supo que había hecho una sabia elección permaneciendo al menos a una cierta distancia del sitio en la barra donde estaba el condenado psicólogo adivino.

Para cuando Cullen había servido a todos los que estaban en la barra, Z se había ido, y Raoul había llegado para reemplazarlo en el bar.

– Todo tuyo, -dijo Cullen.

– Lo tengo, 'mano*. Vete.

Cuando Raoul entró detrás de la barra, Cullen salió.

Liberó a Austin del cuarto temático, se encontró con Jonathon y lo ayudó con una técnica de flagelación, entonces le dijo a Vanessa que su turno había terminado, y finalmente fue en busca de Andrea.

Cullen se quedó parado por un minuto, observándola reírse de los chistes de Gerald. Ninguna cautela allí, no con el hombre anciano y su mujer. La piel dorada de Andrea brillaba bajo las parpadeantes luces de los candelabros, y las manos de Cullen se flexionaron al recordar la sensación de esa sedosa piel debajo de sus palmas. Cómo el sudor había humedecido los diminutos vellos de su nuca. El olor de su excitación en los dedos.

Sacudió la cabeza. Aprendiz, tío. Ella es una aprendiz.

Y había dejado muy claro que ella no albergaba interés en nada más. No es que él se hubiera permitido dejarse arrastrar dentro de esa trampa. Maldición, no iba a quedar atrapado.

Ella miró alrededor, y sus ojos se agrandaron cuando lo divisó. Él notó la bocanada de aire, y el control que se impuso a sí misma antes de volverse para alejarse sin sonreír.

Cullen frunció el ceño. Cuando se había despedido después de su azotaina, había estado suave y sonrojada y, obviamente, queriendo más. Más abrazos, más caricias… la podría haber tomado en ese momento, y ella le habría dado la bienvenida.

Pero después de esa noche, se mostraba como si fuera capaz de cortarle la polla desde la raíz si la tocaba. Y aún así…

– Ey, Cullen. -Wade se acercó, sus pantalones de cuero negros todavía no gastados por el uso.

– ¿Cómo te va? -Cullen apoyó una cadera en contra de una mesa, manteniendo a Andrea en su campo de visión-. ¿Ya conectaste con alguna sub?

– Bueno, hice una escena ayer, pero no salió del todo bien. Z sugirió que utilice a alguna aprendiz para que tú me observes y me aconsejes. -Asintió con la cabeza hacia Andrea-. Dijo que Andrea era lo suficientemente nueva como para que no fuera tan… crítica… como las otras.

Cullen se pasó la mano por el pelo. ¿Qué carajo estaba pensando Z? Que la era del hielo comenzara en Florida tenía muchas más posibilidades de que ocurriera al hecho de que Andrea se sometiera a este Dom inseguro. Pero una sugerencia del dueño se traducía como una orden, y Cullen necesitaría una maldita buena razón para ignorarla.

Realmente no tenía una razón… aparte del hecho de que quería romperle el cuello a este tipo simplemente por pensar en tocarla.

Pero ese era su problema, no el de Andrea. Ella había dejado claro que no quería ninguna intimidad entre ellos, y él tenía que respetar sus elecciones. Por lo que dirigía sus esfuerzos en encontrarle un Dom propio.

– Muy bien. Ve a buscar a tu sub. Dile que di mi permiso. Te seguiré. -Wade se iluminó. Dios, ¿fui yo alguna vez tan joven? El jovencito Dom comenzó a apresurarse hacia Andrea, entonces se frenó, y aminoró a un paso digno.

Cullen observó el rostro de Andrea. El ceño fruncido, la confusión. Lo miró, y él asintió con la cabeza. Sus labios se apretaron antes de inclinarse ante Wade.

Cuando ambos se dirigieron hacia la mesa de bondage cercana, Cullen se acercó a Gerald y Martha. El anciano levantó las cejas.

– Odio decir esto, Cullen, pero permitiste que ese niño se metiera en un asunto más grande del que puede manejar. Esa no es una sub que vaya a claudicar ante cualquier Dom.

– Estoy de acuerdo. Pero fue una sugerencia de Z.

– Extraño. Me pregunto por qué. -Mientras Gerald acariciaba el cabello de Martha, la mujer mayor apoyaba la cabeza en contra de su hombro. Toda una pareja. Cuando sus rodillas se habían vuelto artríticas, Gerald se negó a permitirle que volviera a arrodillarse. Él dijo que si ella no sabía cuál era su lugar después de más de veinte años, entonces arrodillarse tampoco ayudaría.

Envejecer junto a alguien… era extraño cómo Cullen podía realmente ver eso agradable ahora. Tal vez se estaba volviendo viejo.

– Con Z, ¿quién puede saber por qué? -Cullen le sonrió a Martha y asintió con la cabeza a Gerald-. Mejor voy para allá. Se supone que observe y ofrezca algunas sugerencias.

Mientras se alejaba, oyó a Martha susurrar,

– Ha pasado mucho tiempo desde que el hombre encontró a una sub. -Ella había dicho eso a menudo. Cullen esperó oír la respuesta habitual de Gerald, “Cullen lo hará a su propio ritmo”, y casi se detuvo cuando en lugar de eso, el hombre mayor dijo,

– Sip.


Wade parecía una persona bastante agradable, pensó Andrea, mientras le abrochaba los brazos por encima de su cabeza, y luego sus piernas abiertas en el extremo de la mesa. Pero si él creía que sus acciones y órdenes la habían hecho someterse o la habían excitado, estaba muy equivocado. Ella podía verlo intentando ser todo un dominante, pero todo lo que le hacía sentir era fastidio.

Aparentemente la dominación venía en tamaños diferentes dado que ella seguro que se había vuelto sumisa alrededor de algunos de los Doms de aquí, especialmente de los Maestros. Tipos aterradores. Especialmente el Maestro Cullen, cuya naturaleza engañosamente agradable cubría una fuente de enorme poder.

Wade comprobó la severidad de sus restricciones… le habían enseñado bien… entonces desató las correas de su camiseta y expuso sus pechos.

Al menos ya había pasado de sentirse avergonzada acerca de su desnudez. “Esa modestia es algo con lo que trabajaremos, también”, había dicho el Maestro Cullen la primera noche. ¿Y por qué él seguía apareciendo de pronto en su mente?

Este Dom… no debería pensar en él como un niño, probablemente debían tener la misma edad… ponía empeño. Realmente lo hacía, jugando con sus pechos y luego con su coño. Muy agradable y aburridísimo.

Finalmente el muchacho se puso de pie y habló con alguien que estaba del otro lado de las cuerdas.

– ¿Qué estoy haciendo mal?

– Ante todo, ésta es una sub resistente. -Era la profunda y carrasposa voz del Señor. Su corazón realmente se saltó un latido antes de que comenzara a martillear dentro de su pecho-. Pocas personas logran conectar con ella. Ten eso en mente, -dijo el Señor-. Aparte de eso, Wade, no es lo que estás haciendo mal; es lo que no estás haciendo.

El maestro Cullen entró en su campo de visión, y todo su cuerpo pareció despertarse como si alguna alarma interna se hubiera apagado. No, no, no, cuerpo traidor. Ella no se involucraría con este… jugador… como lo había llamado Antonio. Así que tal vez su respiración se había acelerado, pero no era su culpa si el Dom gigante absorbía todo el aire del lugar, sin dejar nada para ella.

– ¿No estoy haciendo? ¿Cómo…? -Wade lo apremió.

Una gran mano tocó su coño… la mano del Maestro Cullen… y sus caderas se retorcieron incontrolablemente.

– Ella está seca. Esto te dice algo por sí mismo: que no has capturado su mente. La dominación no se trata de algo físico, y tampoco lo es el sexo. -El Señor presionó la mano de Wade en contra de su coño, entonces movió hacia arriba la mesa para pararse al lado de ella.

Sus dedos duros capturaron su barbilla.

– Mírame, Andrea. -La orden expresada con su autoritaria voz le provocó un estremecimiento, y cuando levantó la vista, sus ojos la estaban mirando tan fijamente que no pudo apartar la mirada-. Quiero tus ojos sobre mí, sub.

Otra vez esa sensación fundente. No. Ella no quería tener esa sensación. No lo quería a él. Intentó apartar la barbilla de su agarre, moverse de alguna manera, pero desafortunadamente el muchacho había hecho un buen trabajo con las restricciones. Nada se movió.

– No puedes moverte, pequeña sub. -Su pulgar le acariciaba los labios-. Tu cuerpo está atado, y cada parte de él está abierta y disponible para mi uso.

El solo pensamiento del Señor usándola, tomándola, tocándola, envió un pequeño temblor por ella.

– Infierno, está húmeda. -Wade sonó conmocionado-. Trabajé con ella muchísimo y no llegué a ninguna parte. Tú la miras, y ella se moja.

La enfocada mirada del Maestro Cullen permaneció sobre ella cuando se sonrojó. Entonces su mejilla se frunció. Pero no era una sonrisa real, no era la sonrisa del Maestro Cullen, y la falta de ella la lastimó.

Él desató las restricciones de los brazos, sus manos seguras y eficientes, y la hizo sentarse como una muñeca con sus piernas todavía atadas.

– Y ésta es la lección que Z quería que tuvieras, Wade. La dominación empieza en la cabeza.

Sólo la sensación del toque del Señor la dejó necesitada, como si su piel hubiera sido lijada por todas partes y cada contacto con sus dedos se volviera más agudo que el siguiente.

Wade liberó las restricciones de sus tobillos, y estando excesivamente consciente de su humedad, ella comenzó a cerrar las piernas.

– ¿Te di permiso para moverte? -El maestro Cullen le preguntó, el frío tono en su voz congelándola en el lugar.

– No, Señor.

Él regresó a su conversación con el muchacho.

– Piensa en el motivo por el que estás haciendo esto. Lo que obtienes de esto y en cómo te sientes cuándo una mujer voluntariamente se somete a ti. Mantén eso en mente y encuentra a una de las sub más jóvenes… una que no te mire a los ojos durante más de un segundo. Llévala a un área para escenas y domínala. Hazla arrodillarse, hazle preguntas, y no le permitas evadirte. Indaga profundamente. Haz que te mire y observa sus ojos. Lee su lenguaje corporal. Nada de sexo, Wade. Simplemente disfruta de la sensación de dominar a alguien.

Wade asintió con la cabeza y se alejó, dejando a Andrea sola con el Maestro Cullen. Justo lo que ella no quería. Si se mantuviera apartada, lejos de él, podría hacerle frente. Si él no la tocara o…

Él se acercó, y ella bajó la mirada a sus propias manos.

– ¿Vas a decirme qué está pasando contigo? -le preguntó, su tono engañosamente suave.

No mientas.

– No, Señor. Preferiría… -pausa-. Sólo necesito un poco de tiempo para pensar. -Tiempo para recuperar mi control. Mi control, no el tuyo.

Las manos masculinas envolvieron las suyas, calientes en contra de su piel fría. Le frotó los dedos suavemente.

– Bien, Andrea. Tómate el tiempo para pensar. Discutiremos todos esos pensamientos la próxima semana. -Hizo un silencio-. ¿Eso queda claro?

– Sí, Señor.

– Estás libre de servicio. Avísame si encuentras a alguien con quien quieras jugar. -Les dio a sus manos un apretón y se alejó.

Quiero jugar contigo. Tú, tú, tú.


– Mira, terminé antes de que el bebé naciera esta vez. -Andrea sacó la diminuta manta, y el sol destelló sobre los hilos rosados y blancos.

– Muy bonito. -La abuela de Andrea palpó el borde con flecos-. Y muy suave. Hiciste un excelente trabajo, mija*.

– Estoy mejorando. -Bonita e incluso, ninguna esquina dispareja, ningún agujero abierto. Con un suspiro satisfecho, se reclinó en la silla del patio y miró a través del pequeño patio trasero de Tía Rosa. No había cambiado mucho desde que ella había vivido aquí en sus dos últimos años de la escuela secundaria. La desordenada línea de arbustos que lo dividía con los patios de los vecinos había crecido sólo unos treinta centímetros de alto. Un limonero había reemplazado a uno de los naranjeros que delimitaba las esquinas. Afuera en uno de los lados estaban ubicados los enormes neumáticos del camión que Julio había convertido en barbacoa. En el otro lado, el pasto todavía se negaba a crecer debajo del viejo columpio.

Y Andrea todavía venía a la casa de Tía Rosa cada domingo para sentir la sensación de pertenencia.

Al menos ahora que su negocio de limpieza estaba saliendo gradualmente de la ruina, ella podría devolverles algo. Más temprano, Andrea había puesto una excusa para pasar al baño y había acomodado la bolsa con todos los artículos que había comprado. Las sábanas nuevas fueron puestas en la cama, la loción sobre la mesita de noche, las golosinas y algunos batidos con altas calorías ubicados en el diminuto armario del rincón. Cuando terminó, sólo la caja de galletas había quedado dentro de la bolsa. Su abuela no vería las cosas nuevas hasta que Andrea se hubiera ido, esa era una parte del juego que jugaban. El orgullo corría fuerte en ambos lados de la familia.

Después de sacar la caja, Andrea plegó el acolchado y lo metió dentro de su bolsa para envolver más tarde.

– Mira, Abuelita, hice algunas galletas.

Mientras masticaban ruidosamente y disfrutaban del clima atípicamente cálido, Andrea oyó todos los chismes del barrio. Quien había quedado embarazada, quien se había divorciado, qué matrimonios habían fracasado, qué marido golpeaba a su mujer. De quiénes eran los niños que habían caído en prisión o que iban a la universidad o que habían encontrado a un nuevo amante.

– Pero no hemos hablado de ti, mija*. -Los ojos ancianos estudiaron a Andrea-. Te ves diferente. Más sensible.

En las pasadas pocas semanas, ella había descubierto que le gustaba verse femenina. Ahora dejaba a su cabello suelto, usaba pantalones cortos más ceñidos y camisetas que remarcaban su figura.

– ¿Has encontrado a un hombre?

¡Abuelita*! -Andrea se quedó con la boca abierta.

– Puedo ser vieja, pero no estoy ciega. Te ves como una mujer enamorada.

– Ojalá. -El deseo de estar con el Maestro Cullen era peor cada vez que lo veía-. Conocí a alguien, pero él no está interesado en comprometerse.

Su abuela mordisqueó una punta de la galleta como un ratón.

– ¿Pero tú lo quieres? -El solo pensamiento le agitó el corazón.

– Oh, sí. Pero él no se comprometería con alguien como yo.

– ¿Cómo tú? Eres bonita y lista.

– Lo conocí en un lugar frecuentado por personas ricas. -Aunque un barman probablemente no ganara tanto, ¿verdad?- Eventualmente él se daría cuenta de que vengo de aquí. -Agitó la mano abarcando el vecindario de casitas viejas y apartamentos ruinosos. A dos calles de allí, las prostitutas trabajaban en las esquinas, las ventas de droga se efectuaban en los callejones, y las puñaladas eran cosa de cada fin de semana.

– ¿Él es tan superficial como para juzgar a una mujer por su procedencia?

– La gente hace eso. -El marido de Rosa había sido un conocido vendedor de drogas; sus primos habían pasado un tiempo en un reformatorio. Las oportunidades de trabajo se disipaban una vez que los potenciales empleadores comprobaban la procedencia de Andrea.

Los bancos no le otorgaban créditos después de descubrir de dónde venía. Los novios desaparecían después de que los padres averiguaban sobre su familia. Ella había aprendido la irrelevancia del carácter de una persona en comparación con sus antecedentes.

Los ojos de la abuelita se estrecharon.

– ¿Es un buen hombre?

Los labios de Andrea se curvaron al pensar en el sentido del humor del Señor, en su insistencia sobre la honradez. En cómo observaba a los aprendices tan cuidadosamente y en cómo todos, desde los miembros del club a los Amos, acudían a él por su ayuda y consejo… cómo la había envuelto en sus brazos y la había alimentado con chocolate.

– Oh, sí.

– Entonces ve tras él. Tu pasado puede tener importancia, mija*, o puede no tenerla. No lo sabrás hasta que le des una oportunidad. -La abuelita chasqueó sus artríticos dedos juntos-. Las personas, especialmente los hombres, no siempre saben lo que quieren. Inténtalo, y si no funciona, entonces puedes renunciar.

Con un corazón roto.

Como si le hubiera leído la mente, la abuelita frunció el ceño y la reprendió,

– Los corazones se reponen, pero las oportunidades perdidas se van para siempre.

– Pero…

– Mi nieta no es una cobarde.

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