CAPÍTULO 17

La noche ya había caído cuando Cullen subió por el camino de tierra a su casa y miró adustamente la furgoneta blanca estacionada enfrente. Infierno. Se había olvidado completamente de pedirle la cena a su pequeña sub.

Después de entrar al garaje, bajó de la camioneta. Tomándose un minuto, apoyó las manos sobre el capó. No era un buen día. Su piel estaba cubierta de cenizas, al igual que su boca, oscureciendo su mente. Saber… ver… lo que las personas podían hacerle a otros lo cabreaba hasta la médula de sus huesos.

Ella no debería tener que verlo de esta manera, tenía que enviarla a su casa.

Con un suspiro, se enderezó y miró alrededor.

No le había dado una llave, así que debía haberse ido a caminar por la playa. Atravesó la casa y salió a la cubierta. Cerca del agua, Hector hacía volteretas sobre la arena. Con bermudas y una musculosa azul brillante, Andrea se veía completamente en casa mientras admiraba los trucos del perro. Cullen apoyó una cadera en la barandilla y se quedó observado.

La fría y salada brisa del Golfo le ondeaba la camisa, disipando el olor del humo.

El sonido del chapoteo de las olas se mezclaba con la risa de Andrea y el clamor de las gaviotas en busca de comida. Sonidos habituales. Felices.

Después de unos minutos, Hector lo divisó y subió corriendo para un entusiasta saludo que lo cubrió de arena. Descalza, Andrea lo siguió más lentamente. Cuando llegó a la cubierta, se detuvo.

– ¿Es una mala noche para haber venido?

– No. Se me hizo tarde. Quedé atrapado dentro de… -una pesadilla-…una investigación y no podía irme.

Cuando ella se acercó, él dio un paso atrás. Estaba sucio, apestando a humo.

Un dejo de dolor se percibió en sus ojos, y entonces lo miró fijamente.

– Te ves horrible.

Él suspiró.

– Fue un… fuego… serio. Sabes, cariño, realmente necesito un abrazo. -Maloliente o no, de verdad lo necesitaba.

Ella no vaciló, inmediatamente envolvió los brazos con fuerza a su alrededor y lo abrazó. Su cuerpo se apretó en su contra, suave y caliente, pero fuerte… lo suficientemente fuerte como para ofrecer comodidad y también recibirla. Lentamente la oscuridad se replegó de su alma.

Cuando él se echó hacia atrás, ella subió una mano a su mejilla.

– ¿Quieres hablar de eso?

Nunca. Pero ella merecía una explicación.

– Alguien arrojó un cóctel Molotov [28] en una casa de empeños. El dueño sobrevivió, pero dos personas que alquilaban habitaciones en el piso de arriba quedaron atrapadas. Un bombero murió también, intentando sacarlos. -Su boca se apretó. Él había llegado justo para oír los gritos en el momento en que el techo se caía.

– Oh, Señor, lo siento. -Lo abrazó otra vez, más fuerte, como si la fuerza de sus brazos pudiera eliminar la tristeza y el horror de su alma.

Cullen enterró la cara dentro de suaves rizos con aroma a flores y sintió a su mundo comenzar a estabilizarse.

– Gracias, dulzura. -Se enderezó-. Debería darme una ducha. -La necesidad de deshacerse del polvo de la ceniza casi lo estremecía.

– Ve. Hector y yo estaremos aquí.

Cuando regresó, se encontró con que ella le había preparado caldo de gallina con fideos. Se sentó a la mesa de la cocina, su estómago todavía revuelto, pero todo siguió desarrollándose tranquilamente y eso terminó con el trabajo de restaurar su equilibrio.

Normalmente luego de un día así, él y Hector saldrían hacia la playa, caminarían durante horas y kilómetros, hasta que las imágenes de la pesadilla perdieran intensidad. Cuando había escogido ser un defensor de la ley, sus hermanos y primos le habían advertido sobre los peligros de terminar malos días con alcohol y prostitutas. Pero a él no le gustaba supeditar sus citas a sus oscuros estados de ánimo después de un fuego infernal.

Las pocas veces que lo había hecho, su frío interior sólo había empeorado.

No esta noche. Cullen se recostó contra la parte trasera de su silla para observar a Andrea limpiar la encimera. Su cabello crespo rebotaba en contra de sus hombros, y sus pies todavía estaban descalzos de la playa. Ella miró por encima de su hombro y le sonrió. Aparte de tener la misma altura que su propia madre, el parecido terminaba allí, pero el calor de sus sonrisas era exactamente el mismo.

– ¿Listo? ¿Quieres algo más? -Andrea comenzó a recoger su tazón, y él la empujó sobre su regazo, sujetándola firmemente hasta que dejó de retorcerse y se acomodó. Su pequeña sub.

– Gracias, cariño. No me había dado cuenta de cuánto te necesitaba. -El placer en sus ojos le estrujó el corazón. Agachó la cabeza y besó sus suaves labios. Al pasar los dedos sobre sus pechos llenos, su cuerpo cambió a una nueva necesidad-. Quizá ahora podrías proveerme con alguna otra cosa.

– ¿Oh? -Un brillo travieso iluminó sus ojos-. ¿Y si no estoy de humor para proveer nada más que comida?

Interesante respuesta, considerando que, incluso a través de su ropa, él podía sentir a su pezón endurecerse.

– Dado que yo soy el Amo y tú la sub, parece como que debes proveerlo de todas formas.

– Pfft. ¿Quién murió y te dejó a cargo? -Ella saltó de su regazo y corrió a través del cuarto antes de que Cullen pudiera recobrarse de la sorpresa.

Sacudiendo la cabeza, se puso de pie, completamente divertido. ¿Tenía a una pequeña diablilla en sus manos, verdad? La anticipación de la batalla avivó su estado de ánimo.

Cuando Andrea se refugió en la cubierta, él se ubicó entre ella y las escaleras que bajaban a la playa, impidiéndole escapar.

Sus ojos se estrecharon.

– Creo que tenemos un problema aquí. -Se movía más cerca, arrinconándola poco a poco-. Las pequeñas sub necesitan ser respetuosas y obedientes.

Ella se metió los dedos en sus oídos, añadiendo con una voz cantarina,

Ja-ja. No puedo oírte.

Bien, maldición. Tomó el control. Ignorando los puñetazos que rebotaban sobre su pecho y sus brazos, ubicó el hombro en su estómago y la levantó. Puños adorablemente duros golpeaban en su espalda, y sus alaridos lo hacían reírse.

Su polla se había puesto dura como una roca. Entonces. Playa o dormitorio o… Sus ojos divisaron la caseta de Hector con forma de iglú. Estabilizando a su escurridiza sub sobre el hombro, empujó la caseta del perro hacia la barandilla.

Perfecto.


Bueno, seguramente se había ganado su mal humor. Andrea golpeaba la amplia espalda de Cullen, pero sus puños lo sentían como si estuviera golpeando a un tanque. Desafiarlo había sido tan estúpido como estimular con una vara a un oso irritable; definitivamente se había excitado más de lo que había anticipado.

¿Y por qué diablos había movido esa perrera?

Rudas manos se cerraron alrededor de su cintura, y la bajó apoyando su trasero contra la barandilla.

– Dame tu muñeca.

Ella le dio una patada en lugar de eso.

Su risa, intensa, profunda y contagiosa, la hizo sonreírse. Repitió la patada de cualquier manera. Podía estar mojada y excitada ya, sabiendo cuán duro él indudablemente pensaba tomarla, pero esa no era una razón para hacerlo fácil para él.

Cullen gruñó cuando su pie cayó sobre su muslo, y ella vaciló. Arruinaría la diversión completamente si lastimara sus cosas esenciales. Su siguiente patada aterrizó en su espinilla y lo hizo respingar.

– Pequeño demonio. -Le agarró los tobillos y la empujó con fuerza, haciéndola caer sobre su espalda. Antes de que pudiera moverse, colocó la rodilla sobre su estómago y presionó el aire, combatiendo completamente su lucha, si bien conservaba la mayor parte de su peso sobre su otra pierna.

Le empujó la camiseta por encima de su cabeza y a continuación su sostén. Para cuando ella recobró el aliento, le había encadenado las muñecas a la barandilla. Ignorando sus luchas, le desabrochó las bermudas.

Dios, era hábil haciendo esto. Ella pateó inútilmente cuando él agarró el ruedo de sus bermudas y las arrastró hacia abajo. Su tanga a continuación. Frunció el ceño. Afuera. Desnuda. ¿Había visto una inspiración formándose aquí?

Cuando levantó la mirada sobre él, el calor en sus ojos la hizo derretirse. Dios, la forma en que la hacía sentirse…

– Si te arrodillas e imploras mi perdón, voy a ser suave contigo, pequeña tigresa, -le dijo.

La autoritaria mirada en su cara y la severidad de su barbilla, la estremeció por dentro, pero no, algo en ella simplemente no quería ceder. Había empezado esto como una broma, pero ahora… ahora había ido demasiado lejos como para achicarse. Demasiado obstinada para su propio bien, diría su abuela.

– Sigue soñando, estúpido baboso*.

La sonrisa despiadada que le dirigió la hizo retroceder algunos centímetros. Oh, Dios. ¿Quizás no debería haberlo llamado estúpido baboso? Cuando se volvió sobre sus talones y se alejó, la ansiedad la abrumó.

Regresó con su bolsa de juguetes sobre el hombro, y Andrea miró la enorme bolsa con nerviosismo.

Sólo Dios podía saber lo que tenía allí adentro. Coraje. Nunca demuestres tu miedo. Sacudió la cabeza y le puso un buen toque de sarcasmo a su voz.

– Los chicos y sus juguetes.

– Esos somos nosotros. Y tengo muchísimos de ellos. ¿No es eso fantástico? -Con un pie, empujó la perrera en forma de cúpula de Hector más cerca y dejó caer la bolsa de juguetes detrás de ésta.

Ella intentó patearlo otra vez cuando él se acercó, pero con sus muñecas enganchadas en la barandilla, su puntería era malísima.

La agarró por la cintura y muslos, la volteó, y la acostó boca abajo, sobre la maldita caseta. El plástico que la recubría estaba frío, y la posición era humillante. Andrea se contoneó furiosamente, intentando deslizarse hacia abajo.

– Quédate quieta. -Le abofeteó el trasero, y el estímulo corrió rápidamente a través de ella, directamente a su coño.

Una fuerte mano le agarró el pie. Abrochó un puño alrededor de su tobillo y lo encadenó a la parte trasera de la caseta. Sus dedos descansaban sobre el borde plástico en el extremo del iglú.

Con un agarre implacable, le separó las piernas, entonces encadenó el otro tobillo.

La excitación y la ansiedad luchaban dentro de ella. Un segundo después, sintió a sus dedos tocándola íntimamente.

– Para alguien haciéndose rogar, estás condenadamente mojada, cariño, -murmuró.

¿Haciéndose rogar? ¡La había extendido abierta sobre un iglú! Intentó mirar hacia atrás, pero su cabeza y hombros estaban inclinados hacia abajo del lado curvo.

La toqueteó con sus dedos y empujó algo largo y frío dentro de su vagina. Su cuerpo se sacudió por la sorpresa inicial, entonces por un placer maravilloso. Oh, ella había querido esto.

El lubricante correó entre sus nalgas. Oh, no, no eso otra vez. Luchó, sacudiéndose en contra de las restricciones, sabiendo que no había nada que pudiera hacer.

– Hijo de puta. ¡Jódete*!

– No, tengo la intención de joderte a ti, pequeña sub. -Con una risa suave, metió uno de sus malditos tapones dentro de su trasero.

Patinó, estiró, quemó. Ella apretó los dientes. Obviamente había escogido un tamaño más grande esta vez.

– Me pateaste, me insultaste, y me maldijiste. Diría que te ganaste una reprimenda, ¿no? -Lo oyó hurgando dentro de su bolsa-. Iremos por diez.

Idiota asqueroso *, no lo haremos. -Oh, ella era la idiota, permitiéndole a su boca…

Algo le abofeteó el trasero, y apretó las manos con fuerza. No duro, no la había golpeado duro. Su mano acariciada suavemente sobre el lugar, alejando la pequeña picadura.

Otra bofetada. Estaba usando algo plano, no tan sólido como una pala o una vara. Estiró el cuello, intentando ver.

Él se dio cuenta y sostuvo en alto la larga tira de cuero, del doble de ancho de un cinturón. Paf. Saltó por la dureza del golpe, sus brazos sacudiéndose en contra de las cadenas que los mantenían sujetos. Ese dolió más.

– Debes contar los golpes, mascota. No pierdas el hilo o comenzaré de nuevo.

Que… cabrón*. Ya le había pegado tres veces. Pendejo*.

– Creo que no. Con mis manos atadas, no puedo verme los dedos para llevar la cuenta. -Oh, mala, mala boca. Acababa de condenarse a sí misma.

Un resoplido de risa, luego un sonido como rebuscando dentro de la bolsa.

– Insolente pequeña sub, te ganaste esto esta noche. Y la paliza que estás a punto de obtener. -Podía sentir a sus músculos tensarse del mismo modo que sus a pezones ponerse tan duros que raspaban en contra de la aspereza del plástico.

Se arrodilló al lado de ella, sosteniendo algo en la mano.

– Abre bien la boca. -¡Madre de Dios, no! Apretó con fuerza la mandíbula e intentó alejar la cabeza.

El pulgar y los dedos de Cullen le apretaron las articulaciones de su mandíbula, forzándola a abrirse, hasta que pudo empujar dentro una dura pelota de goma. Sujetó las correas detrás de su cabeza mientras ella lo miraba.

¿Una mordaza? ¿La había amordazado?

– Aúlla tres veces seguidas o… -instantáneamente sonrió-…grita tres veces seguidas. Esa es tu palabra de seguridad. -La caricia sobre su mejilla era desconcertantemente tierna considerando que tenía planeado azotarla. Cuando él se volvió caminando, ella tiró con fuerza de sus brazos. De sus piernas. Nada se movía.

Pasó rozando los dedos, subiendo por la parte interior de su muslo, calientes y firmes, directo a su coño.

Repentinamente el consolador cobró vida, zumbando suavemente, disparando corrientes de excitación a través de su cuerpo. Cuando tocó su clítoris, ella estaba excesivamente mojada y sabía que se había excitado incluso antes de que él la tocara.

Duras manos le amasaron el trasero. Y entonces él dio un paso atrás.

– Ya que no quieres contar, sólo continuaré hasta que se me canse el brazo.

Madre de Dios*. Colocó la mejilla sobre el plástico frío, impidiendo que el gemido saliera.

El cuero golpeó en contra de su trasero. Suave, entonces más duro, el aguijón nunca abrumadoramente doloroso. Las vibraciones del consolador mantenían a su cuerpo distraído mientras el placer lo surcaba, encontrándose con las picaduras de dolor hasta que ambos se fusionaron. Hasta que la presión comenzó a apretarle las entrañas.

Se detuvo y pasó las manos sobre su trasero, sus manos se sentían frías en contra del ardor. Su toque dolía, y aún así más excitación se remontó a través de ella. Deslizó los dedos entre sus piernas, y acarició sobre su resbaladizo clítoris. Sus caderas se levantaron involuntariamente. Más, más, más.

Pellizcó el nudo ligeramente, y ella se sacudió y gimió.

– Sí, creo que puedes tomar un poco más, -dijo. Y entonces el tapón de su trasero se encendió también.

Sus piernas se volvieron rígidas cuando los nervios de su trasero se despertaron a la vida. Comenzó a gemir, incapaz de moverse, de hacer nada. Ni siquiera de hablar. Su cerebro se fundió, dejándola consciente de nada más que del toque de sus manos y de las sensaciones que la atravesaban.

Los dedos rodearon su vagina, entonces subieron y bajaron por su clítoris, extendiendo la humedad. La opresión se enroscó por dentro, la presión de la necesidad creciendo con cada movimiento circular. Jadeó alrededor de la pelota en su boca, la mandíbula apretándose sobre ésta cuando el zumbido aumentó y las vibraciones se aceleraron en su interior. Los dedos de Cullen apretaron su clítoris entre ellos, y Andrea lloriqueó.

Por favor, por favor, por favor.

¡Paf! El cuero le abofeteó el culo. Sus dientes mordieron la pelota por la quemadura del aguijón, y la sacudida de su cuerpo apretó a su clítoris aún más entre los dedos del Señor. La punzada de placer la levantó en puntitas de pie.

Le pegó otra vez, el dolor aturdiéndole el cerebro por las sensaciones y empujándola en contra de su mano. Los dedos frotaron su clítoris. Sus piernas se tensaron cuando el vibrador pareció sacudirle todo el cuerpo.

Otro golpe, más duro, mordiente, mientras continuaba acariciándole el clítoris, y las abrumadoras sensaciones se encontraron con las vibraciones de su interior… cada nervio explotó cuando su vagina convulsionó, machacando el duro tapón y el vibrador con olas de exquisita satisfacción que la devastaron. Tironeó en contra de las restricciones cuando su cuerpo se estremeció.

Él pellizcó su clítoris otra vez, provocándole otro espasmo, mientras con la mano le acariciaba la inflamación de su trasero, combinando el dolor con el placer. Un pequeño temblor la sacudió. Y otro.

Cuando su cuerpo finalmente dejó de estremecerse, podía sentir a su corazón latiendo alocadamente. Se permitió quedarse flácida, extendida a través del iglú como un exhausto sacrificio.


Ella se parecía a un sacrificio virginal… bueno, tal vez no virginal…, extendida sobre la cúpula gris, la luz de la luna iluminando sobre su piel bronceada. Cullen sonrió y quitó los vibradores. Ella dejó escapar un gemido cuando el movimiento de sus dedos provocaron algunos temblores secundarios más, y el aroma de su excitación fluyó alrededor de él. Lanzó los juguetes dentro de un receptáculo, y el simple ruido la hizo estremecerse.

Él sonrió. La última pizca de su mal humor había desaparecido con su ruidoso orgasmo. Dios, verla atada, haciéndola correrse… nada igualaba esa sensación. Maldición si no necesitaba que se corriera otra vez, sólo para rematar la noche. Pasó una mano sobre la oscura piel enrojecida de su trasero. Ella lloriqueó, su cuerpo ya no procesaba la sensación como placer.

Cullen no disfrutaba impartiendo dolor por el dolor en sí, sino que adoraba usarlo para aumentar el placer de una sub hasta hacerle perder la cabeza. Pasó la mano bajando una caricia por sus piernas, separándolas incluso más abiertas.

Los labios de su coño brillaban, pidiendo por su polla. Quería enterrarse profundamente en su interior, que ella lo ordeñase hasta secarlo, oír esos agudos gritos otra vez mientras la hacía correrse.

Pero quería que gritase más fuerte la próxima vez. Se arrodilló al lado de sus hombros y le acarició la mejilla.

Ella se movió y lo miró con ojos aturdidos.

Sonriendo, le desabrochó la mordaza y usó la camisa que tenía a sus pies para limpiarle la cara.

Las mejillas ruborizadas por su orgasmo disminuyeron la firmeza de la furia de su mirada.

– ¡Me amordazaste!

Él lanzó la pelota roja entre sus manos un par de veces.

– ¿Hablaste? -Esos suaves y atractivos labios se cerraron de inmediato. Las curvas de sus cejas se juntaron. Cullen pasó un dedo sobre una-. La actitud es importante también, cariño. Odiaría tener que usar una vara. Tu culo ya está lo suficientemente rosado como para satisfacerme.

Oh, esto requeriría de más trabajo, pero la mirada desapareció. Apenas logró contener su risa. Maldición si ella no era incluso más obstinada que Kari y Jessica. Dios, cómo lo complacía.

Andrea se humedeció los labios.

– Libérame. Por favor, mi Señor*.

– Todavía no, amor. ¿Sabes que la perrera tiene justo la altura correcta para mí?

Ella frunció el ceño, no comprendiendo al principio, no hasta que él se levantó y abrió la cremallera de sus pantalones, permitiendo que su polla quedara libre.

Las piernas de Andrea se pusieron rígidas cuando él se alejó.

Su clítoris estaba todavía sensible, fruto del orgasmo, pero no importaba, él tenía exactamente la cosa necesaria para excitarla otra vez. Después de enfundarse en un condón, Cullen sacó otro juguete de su bolsa y un paquete de lubricante y los apoyó encima de su espalda. Sus músculos se sobresaltaron.

Pasó las manos sobre su suave piel, trazando los pequeños salientes de su columna vertebral, masajeándole su caliente culo curvilíneo hasta que sus músculos se relajaron. Suave pequeña sub. Formando círculos con la polla en contra de su coño, esparció sus resbaladizos jugos alrededor de la cabeza. Ella lo había tomado suficientes veces últimamente como para que su cuerpo pudiera aceptar su tamaño ahora, y su momento de tomárselo con calma había terminado. Agarrándole las caderas, se condujo dentro de ella con un duro empuje.

Un húmedo calor lo envolvió en el momento en que Andrea dejó escapar un grito de sorpresa, y su culo se sacudió, llevándolo incluso más profundo.

Inclinándose hacia adelante, ahuecó un pecho en cada mano para anclarse a sí mismo, y comenzó un ritmo implacable, su cuerpo estaba demasiado ansioso como para ir lento esta noche. La pendiente del iglú inclinaba las caderas femeninas hacia abajo justo lo necesario como para que él pudiera empujar ligeramente hacia arriba, aumentando la fuerza de sus piernas. Sentía al culo de Andrea redondo y ardiente en contra de su ingle, a los pechos suaves y cálidos en sus manos. Cuando sintió a sus pezones arrugarse y apretarse en duras puntas, sonrió.

Ella se enardecía tan fantásticamente y de tantas formas diferentes. Ahora podría experimentar otro clímax.

Salió de ella, abrió sus nalgas, y vertió lubricante dentro de ese bonito culo.

Su espalda se arqueó.

– ¿Qué estás haciendo?

– Me parece que lo sabes, amor. Disfrutaste de los tapones anales, ya es hora de ver si también disfrutas de esto. -Presionó la cabeza de su polla en contra del estrecho frunce del orificio. Resistencia-. Empuja hacia atrás en mi contra, dulzura, va a ser más fácil.

Él empujó lenta pero firmemente más allá de la entrada, y entonces con un plop que le apretó la polla, estuvo dentro. El culo de Andrea se retorció debajo de sus manos, los músculos apretándose. Él se mantuvo allí, sólo adentro, esperando que su conmoción pasara, y disfrutando como el infierno de la estrechez.


Su trasero entero se sentía empalado, sujeto al plástico, quemando como un fuego.

– Oh, Dios*. Amarillo… por favor, amarillo.

– Muy bien, dulzura, dime cuando estés lista. -Ella realmente había usado una palabra de seguridad. El mundo no se había terminado, y él no la había llamado cagona ni había soltado un bufido de desprecio. No siguió empujando en su interior. Trató de recuperar el aliento, sus dedos raspando el plástico del iglú en busca de algo donde aferrarse. No había nada.

Andrea comenzó a moverse, pero eso justamente lo empeoraba, y las manos masculinas se apretaron en sus caderas, manteniéndola quieta.

– No, amor, dale un minuto. -Pero él no empujaba hacia adentro.

– O-okay. -Cerró los ojos. Esto no era divertido, ni agradable, ni nada de eso, pero si a él le gustaba… ella lo intentaría. Por él-. Adelante.

– Valiente pequeña tigresa. -Su mano le acariciaba la espalda, reconfortándola-. Estoy muy orgulloso de ti por haber usado tu palabra de seguridad. Vuelve a hacerlo si lo necesitas, mascota. -Se retiró ligeramente, no saliendo del todo, y entonces empujó hacia dentro un poco más, una y otra vez, un poquito más cada vez hasta que sus caderas chocaron en contra de su trasero.

– Allá vamos, -él murmuró.

– No me gusta esto, -susurró Andrea.

– A algunas les gusta, a otras no. -Las manos masajeaban sus irritadas nalgas, provocando temblores en sus nervios, confundiéndola cuando el dolor interno y externo lentamente se volvió… erótico.

A mí no.

– Me gusta hacer esto como un placer ocasional, y como tu amo, quiero que lo pruebes al menos dos veces, y entonces si todavía sigue sin gustarte, estará bien. -El frío lubricante chorreó bajando entre sus nalgas otra vez, haciendo patinar a su polla lentamente al deslizarse hacia adentro y hacia afuera. El ardor menguó ligeramente. Pero esto todavía era tan incómodo.

– Algunas mujeres pueden correrse sólo teniendo sexo anal, otras necesitan algo más. -Incrementó el ritmo, y una extraña y excitante sensación se unió a la incomodidad-. En cualquier caso, agrega un montón de nervios para estimular. -Lo sintió tomar algo que estaba apoyado sobre su espalda y entonces estirándose alrededor de su pierna.

Pequeños y pegajosos bultos presionaron a un lado de su clítoris, haciéndola sacudirse y provocando que su polla se deslizase aún más en su interior. No te muevas, estúpida. Pero las cosas gelatinosas no habían añadido nada para hacerla correrse… éstas ni siquiera se movían.

Se oyó un zumbido, y entonces cada diminuto bultito de gelatina cobró vida. Un millón de ligeros golpes diminutos a un lado de su clítoris. Oh, Dios*, un vibrador. La sensación la sacó bruscamente de la indiferencia, arrojándola directamente dentro de la excitación y de la necesidad.

Él se rió.

– ¿Te gusta eso, verdad? -Movió el vibrador y lo colocó en el otro lado.

Andrea realmente sentía a su clítoris tan duro como la polla de un hombre. Oh, carajo, la sensación. Sus caderas se contoneaban, y gritó cuando él movió la polla en su interior.

– Parece como que estás lista, amor. -Con el vibrador presionado en contra de su clítoris, él movió hacia atrás a su polla y empujó dentro de ella. Una fogosa incomodidad todavía, sólo que ahora cada nervio de su mitad inferior había comenzado a arder. Su retirada dejó fuego a su paso, y el siguiente impulso hizo apretarse a su vagina, empujándola hacia abajo en contra del vibrador. Un brutal placer se disparó por ella.

Cuando él se echó hacia atrás otra vez, ella tomó aire, esperando la siguiente ráfaga impactante de sensación.

Sus caderas se contoneaban incontrolablemente, intentando conseguir más… más de algo… más presión en contra de su clítoris, más deslizamiento. La mano de Cullen se apretó en su cadera, sujetándola mientras empujaba.

Todo en ella se apretó, esperando por… sencillamente un poquitito más. Él se deslizaba adentro y afuera, y los nervios que rodeaban a su polla parecían haberse fusionado con su clítoris, empujándola inexorablemente hacia ese momento.

Él movió el vibrador hasta que quedó ubicado justo encima de su clítoris. Un segundo después empujó duro dentro de ella, levantándola en puntas del pie, empujándola hacia el vibrador.

Su cuerpo se agarrotó, ahogándolo todo a excepción de lo que le estaba haciendo él, apretándose, tensándose… y entonces todo ello estalló en estremecedoras y aterradoras olas de placer. Sus caderas golpearon debajo de las manos de Cullen, cuando la tormenta de sensaciones se exteriorizó hasta el punto que incluso su pelo parecía hormiguear.

Andrea logró tomar un aliento y otro, y entonces las manos masculinas aferraron sus caderas, y él martilló en su interior. Gruñó al correrse, un sonido conmovedor, y los furiosos chorros llegando tan profundamente dentro ella ocasionaron más espasmos.

Su cabeza cayó sobre el plástico mientras ella jadeaba por aire.

Dios*, nunca se había venido tan duro en su vida. ¿Cuánta gente moría de esta manera? ¿Cómo incluso él le explicaría a los médicos de la ambulancia que había encadenado a su novia en la cubierta y la había matado por provocarle demasiados orgasmos?

Sus grandes manos le masajearon el trasero, y el dolor de la irritación de su piel la llevó inmediatamente dentro de otra réplica de estremecimientos. Gimió y se arqueó hacia arriba cuando él lentamente salió de ella, dejándola vacía y dolorida, temblando por dentro.

Un minuto después, le quitó todos los puños y la levantó en contra de su duro cuerpo, sosteniéndola cuando sus rodillas se sacudieron. Andrea apoyó las manos en sus hombros, sintiendo la flexión dura como el hierro de sus músculos, y apoyó la frente en su pecho.

Nunca se había sentido tan pequeña y desvalida en su vida. No sólo indefensa, sino… diferente.

Había comenzado a desafiarlo como una forma divertida de hacerlo olvidar su día, pero entonces no había podido retractarse, y él sencillamente no sólo la había dominado, sino que le había robado más de lo que ella había soñado dar alguna vez.

La manera en que la había tomado y usado de una forma tan íntima… de tantas formas diferentes… mostrándole que cada parte de ella le pertenecía para usar. Y la manera en que la había obligado a responder… Cuando había estado dentro de ella de esa manera, Andrea no había tenido absolutamente ninguna oportunidad para controlar nada, para decir nada, para hacer nada, salvo tomar lo que él le daba. Se había movido donde sus manos grandes la habían puesto, aceptando a su polla y a sus dedos, corriéndose cuando él así lo quiso.

Se estremeció al notar qué diferente sentía a sus manos mientras acariciaban su cuerpo ahora.

Diferente, pero la diferencia estaba en ella.


Envuelta en una de esas enormes batas de toalla, Andrea se curvó en una silla de la cubierta. El almohadón era suave y la silla enorme para acomodar el gran cuerpo de Cullen. La luna colgaba baja en el cielo, iluminando a través del agua oscura, tornando a la arena de un tono plateado. Mientras las olas golpeaban tranquilamente en contra de la costa, podía oír la suave respiración de Hector desde dónde el perro estaba tumbado desgarbadamente al lado de su silla.

Los juguetes habían sido recogidos y limpiados… había sido su trabajo, según le había informado el Señor con una sonrisa… y la casa del perro había sido colocada nuevamente en el rincón de la cubierta. Andrea la miró frunciendo el ceño y resopló una risa.

La había tomado sobre una perrera. Desde atrás. ¿Eso la convertía en una perra? La había tomado condenadamente duro además. Sus vísceras se sentían estrujadas, y el resto de ella se sentía lánguido, como una tortilla sin la suficiente cocción.

La luz del interior se apagó, y el Maestro Cullen salió a la cubierta, una botella de agua en cada mano. Le entregó una a ella.

Después de colocar su botella de agua sobre la punta de una mesita, la levantó y se sentó con un gruñido de satisfacción.

Encontrando que sus piernas eran más duras incluso que el cemento, Andrea se retorció. Le dolía el trasero, por dentro y por fuera. Además, todavía se sentía extraño sentarse en el regazo de un hombre. Pero agradable. En cierta forma haciéndola sentir tan segura como sexy.

Definitivamente sexy, pensó cuando sus dedos, fríos por las botellas de agua, se deslizaron debajo de su bata para acariciar un pecho. Sintió al pezón apretarse. La hizo moverse ligeramente para que pudiera apoyar la cabeza en contra de su hombro. El sonido de la música fluía a través de las puertas abiertas, suave y relajante, y la sensación de su pecho moviéndose con cada aliento era tan reconfortante como el murmullo de las olas.

– ¿No tienes que trabajar por la mañana? -preguntó ella.

– Sí. Pero como hoy trabajé horas extras, voy a ir más tarde. Después de unas buenas horas de sueño. -Rozó los nudillos sobre su barbilla con una sonrisa-. Gracias a ti, voy a poder dormir.

La calidez la colmó al saber que lo había ayudado. Pero, con cumplidos o no, él no debería salir airoso de esto tan fácilmente. Levantó la vista frunciendo el ceño.

– Pero me golpeaste. Muchas gracias. -Un dedo debajo de su barbilla le empujó el rostro hacia arriba, y la besó, tomándose su tiempo. Sus labios eran firmes pero suavemente aterciopelados, su lengua demandante. Se retiró sólo para mordisquear sus labios, chupando suavemente el inferior, antes de zambullirse profundamente otra vez. El brazo alrededor de su cintura se apretó mientras jugaba con su pecho a la vez que tomaba posesión de su boca, y la sensación de ser sostenida para su placer la hizo marearse.

Cullen se echó hacia atrás, relajando su agarre, todavía ahuecándole un pecho.

– Pequeña tigresa, disfruté absolutamente de golpear tu precioso y redondo trasero, y tengo la intención de hacerlo tan a menudo como la ocasión lo requiera. -El estremecimiento comenzó en su estómago e irradió hacia afuera. ¿Hacer eso otra vez? Experimentar el dolor entremezclándose con el placer, que él hiciera lo que deseara con su cuerpo, no dejándole a ella nada que opinar, como lo había hecho.

– Bueno, -su voz salió ahogada, y se aclaró la garganta-, tal vez he aprendido mi lección.

– Lo dudo. Eres una sub descarada. -La empujó hacia atrás para que recostara la cabeza en contra de su brazo en lugar de hacerlo en contra de su pecho. Estudió su rostro por un momento antes de sonreír-. Lograste usar tu palabra de seguridad. Estoy muy contento, dulzura.

El recuerdo de su pánico y de su súplica la hizo quedarse con la boca cerrada. Se había acobardado completamente.

Los ojos de Cullen se estrecharon.

– Pero también vi lo mareada que te sentiste cuando atravesaste la cubierta. Y no pediste ayuda. Tenías frío antes de que te trajera la bata, y tampoco pediste ayuda. Eso no me gusta.

Andrea apoyó la cabeza contra él.

– Sí, mi Señor*.

Le gustaba la forma en que él quería protegerla, pero no necesitaba esa protección. Podía pararse sobre sus propios pies, mareada o no.

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