CAPÍTULO 04

La mañana siguiente Cullen caminaba con pesadez por la acera hacia el restaurante a orillas del río, respirando la fresca brisa que soplaba en Hillsborough [7] y esperando a Antonio. Sentía los ojos como si les hubiera entrado arena mientras los entrecerraba en contra de la brillante luz matutina del sol.

Maldición, pero su culo estaba rezagado. Anoche, una pesadilla había conducido a otra y a otra, hasta que había abandonado las esperanzas de dormir para caminar por la playa hasta que llegó la mañana. Las malas noches eran simplemente un riesgo laboral para un investigador de incendios provocados, pero no podía manipular el poder soñar con Siobhan [8] o con su madre.

Se encogió de hombros, intentando aflojar la tensión. Había adorado a dos mujeres en su vida, y ambas lo habían dejado.

La muerte de su novia a causa de un fuego lo había conducido a dedicarse a la investigación de los delitos de incendios.

La muerte de su madre por un cáncer le había dejado cicatrices y amargura. No debería haber muerto, maldita sea. Pero por no haber querido molestar a nadie, no había buscado un tratamiento a tiempo. Y a medida que se consumía convirtiéndose en una cáscara frágil, también su padre se veía arrastrado dentro de la pena y la culpa inmerecida.

Divisó a Antonio esperando en la ribera afuera del restaurante. El delgado hombre estaba apoyado contra un árbol, observando correr el agua oscura.

Antonio levantó la vista.

– No tenías que intimidarla, bastardo, -le dijo sin demasiada calidez.

Cullen bufó.

– Soy un Dom. Es lo que hago. -Le frunció el ceño al reportero-. Podrías haber mencionado que someterse es un poquito problemático para ella.

– Ah, sí, no estaba seguro de si hubieras estado de acuerdo si lo hubieras sabido. – La expresión del hombre esbelto se suavizó. Sacó un cigarrillo y lo hizo rodar entre sus dedos-. Pero no has debido ser un completo idiota, ya que dijo que estaría de regreso esta noche. -Una sonrisa se amplió en su cara-. Aparentemente no la aterrorizaste demasiado mal. No pudiste.

– ¿Te preocupas por ella, verdad?

Antonio asintió con la cabeza.

– Somos amigos desde la escuela primaria. -Dudoso que un rostro bonito pudiera comprometer al reportero homosexual. No todo el mundo inspiraba lealtad de esa manera, y dos puntos más para él por la pequeña sub. Cullen volvió a enfocarse en sus asuntos.

– ¿Conseguiste alguna cosa sobre el fuego en Seminole Heights [9]?

– Le pedí a mis fuentes que averiguaran sobre eso. Si encuentro cualquier cosa sucia, te mantendré informado.

– Aprecio eso. Dios sabe que tienes mejores fuentes que yo, como sea que lo consigas. -Cullen sacudió la cabeza-. Debes tener cada prostituta y delincuente de la ciudad a la expectativa de noticias.

– Les pago mejor, y hablo su lenguaje. Procedo de los barrios bajos, ya sabes.

– No debes haber estado en los barrios bajos el tiempo suficiente como para conseguir una historia.

– ¿Me investigaste?

– Uno de los beneficios adicionales del trabajo. Me gusta saber con quién estoy negociando.

– Eres un bastardo paranoico, pero desayunaré contigo de todas formas, -dijo Antonio ligeramente. -Vaciló-. ¿Serás bueno con Andrea, verdad?

– Las subs que se toman como aprendices en Shadowlands tienen experiencia en el estilo de vida y han pasado mucho tiempo en el club. Conocen dónde están metiéndose. Tu pequeña inocente no lo sabe. -Cullen recordó el azote de la pala en contra de su bonito culo y casi sonrió-. Pero sobrevivió su primera noche.

Antonio levantó sus cejas.

– ¿Puedo pensar que ya no estás más enojado, que ella llegó a ti?

Mucho más de lo que él encontraba cómodo. Hermosa. Desafiante.

Sumisa.

Recordó a la última mujer fuera del estilo de vida con la que había salido. Cuando le había preguntado sobre atarla, ella había actuado como si él se hubiera convertido en Hannibal Lector. Quizás debería haberle dicho cuánto le gustaba cocinar…

No obstante, el entrenador, sintiéndose tentado o no, no se involucraba con las sumisas. No era bueno para nadie.


Justo a tiempo. Seguramente eso indicaba el comienzo de una noche maravillosa. Sujetando el candado y el papel con la combinación del cerrojo que el guardia le había dado, Andrea abrió de un empujón la puerta de un vestidor muy lujoso. Piso de mármol. Cabinas con duchas con puertas de vidrio a la derecha. A la izquierda, una pared cubierta con espejos, con fregaderos y mostradores. Todo muy limpio con un suave aroma a cítricos.

La profesional en ella notó un punto con moho en una puerta de la ducha y una telaraña en una ventana.

Sus empleados habrían hecho un trabajo mejor.

En el rincón más alejado había casilleros de madera empotrados para las aprendices. Cuatro mujeres estaban reunidas allí, y Andrea se detuvo cuando todas se volvieron para mirarla. Momento de afrontarlo.

– Ey, entra, -dijo una bonita morena-. No mordemos. -Su cabeza se ladeó mientras arrastraba la mitad de su pelo en una coleta-. Te vi ayer, pero no tuvimos tiempo para hablar.

– Hola, -dijo Andrea-. Soy la nueva aprendiz. -Con un poco de suerte, no tendrían interés en añadir a una completa desconocida a su grupo en lugar de a un miembro regular del club.

– ¿Eres una aprendiz? -La pregunta la formuló una mujer de cabello oscuro con un precioso corte clásico hasta los hombros, impecablemente maquillada, y fríos ojos azules. Su sujetador de cuero color turquesa y su falda exhibían su bronceado parejo y gritaba prácticamente “dinero”. Ella obviamente podría permitirse las cuotas de socios de aquí.

– Así es, -dijo Andrea firmemente-. Empecé ayer.

– Nunca te había visto en el club antes. -Los labios de la mujer se afinaron.

Eso es porque me entrometí.

– Soy Heather, -dijo rápidamente una mujer con grandes ojos castaños y cabello largo. Le dirigió a Andrea una dulce sonrisa-. Estamos contentas de que te unas a nosotras. Quedamos pocas desde que Cody encontró a un Dom.

– Soy Andrea.

– Bien, ella es Vanessa. -Heather señaló a la perra, entonces señaló a una mujer de cabello rubio cortado en picos y pesado maquillaje-. Ella es Dara. -Asintió con la cabeza hacia la bonita morena que había saludado primero a Andrea-. Sally es la que más tiempo lleva aquí. Parece que no puede encontrar a alguien que la ponga en vereda.

Sally se rió.

– Tenía los ojos puestos en el Maestro Dan, pero Kari me ganó la mano.

– ¿No son preciosos juntos? Sencillamente adoré su boda. -Heather exhaló un feliz suspiro mientras abría su casillero-. Pero podrías echarle un vistazo al nuevo Dom, el Maestro Marcus. Cuando él dijo, “Desnúdate”, con ese acento del sur, casi morí.

– Siempre podrías intentar con el Maestro Cullen. -Dara sacó un pendiente de plata con forma de calavera de su casillero.

– Oh, seguro, -Vanessa se burló mientras se inclinaba más cerca del espejo para retocarse su lápiz labial rojo oscuro-. El maestro Cullen no se compromete con nadie, mucho menos con una aprendiz. Él nos pertenece a todas.

Después de colocar el candado y el papel sobre el banco, Andrea abrió un casillero. Vacío, con sólo el suave vaho de la madera. Mucho más agradable que un casillero del gimnasio. Se encogió de hombros para quitarse la chaqueta.

– Uh, ¿hay alguna regla acerca de que él no se comprometa?

Vanessa le dirigió una arrogante mirada como si no pudiera creer lo que había dicho.

Andrea la ignoró.

– No, ninguna regla, -dijo Heather precipitadamente y le disparó a Vanessa un reprobador ceño fruncido-. El maestro Cullen simplemente no es del tipo de querer compromisos. Además, si él tuviera favoritas, habría problemas.

– Yo estuve con él dos veces. -Sally sonrió burlonamente-. Con él y con Nolan al mismo tiempo antes de que Nolan fuera atrapado por Beth.

– Tal vez la primera vez fue tan trivial que él ni la recuerda. -Vanessa sujetó un puño alrededor de su muñeca-. Estoy segura de que no olvidará su escena conmigo. -La burlona sonrisa de Sally desapareció, y se alejó para contonearse dentro de una pequeña falda a cuadros.

– Como sea, -Heather terminó-, él nos usará para demostraciones y esas cosas, pero sólo juega… uh, folla… una vez. Y sólo en el cuarto principal del club. -Andrea sofocó un suspiro. Bien, tenía que descartar cualquier esperanza lejana de que el Maestro Cullen pudiera estar interesado en ella. Oh, bien. Guardó su cartera, zapatos, y chaqueta dentro del casillero y, mirando la combinación en la hojita de papel, abrió el candado. Lo puso en el casillero y lo cerró. Listo. Tenía un lugar oficial. Sintiéndose complacida, se volvió ante cuatro pares de ojos alarmados.

– ¿Qué?

– ¿Vas a ir vestida así? -Sally preguntó, mirando los pantalones de látex de Andrea.

– Seguro. -Por supuesto. Al menos el Maestro Cullen no podría quejarse de su vestuario esta noche. Se había dejado el pelo suelto y quitado los zapatos. En lugar de una chaqueta de motorista, se puso un top de cuero color chocolate que había comprado más temprano. Y mira, Maestro Entrenador, no tiene tirantes para que puedas meterme en un apuro esta vez.

– Oh, bien, que tengas suerte. -La voz de Sally contenía todo el optimismo que Frodo [10] había tenido cuando había llegado por primera vez a Mordor [11] y se había dado cuenta de que iba a morir. Un hormigueo de ansiedad provocó carne de gallina en los brazos de Andrea cuando siguió a las otras a través de la puerta.

Se tropezó inesperadamente con alguien a un par de metros más allá de la puerta. Dara. Sobre sus rodillas.

– Ponte en la fila, -la rubia de pelo de punta masculló.

¿En la fila? Todas se habían arrodillado formando una fila junto a un joven ubicado en el final. Uy. Andrea corrió hacia el extremo izquierdo y se dejó caer sobre sus rodillas. Miró hacia arriba y se quedó helada.

Apoyando una cadera sobre el gran escritorio del guarda, el Maestro Cullen cruzó los brazos sobre su pecho, obviamente esperando que Andrea tomara su lugar. Cuando su mirada se deslizó sobre ella, la diversión iluminó sus ojos.

¿Diversión?

Como un sargento de instrucción, recorrió la fila de aprendices, pasando junto a Andrea en primer lugar. Ella captó un dejo de su perfume… cuero, jabón y hombre… y le trajo el recuerdo de sus brazos alrededor de ella. Las duras manos sobre sus piernas. La voz retumbando en su pecho.

Se detuvo delante del hombre delgado en el extremo más alejado.

– Austin. Muy interesante. -El joven de castaño cabello rizado actuaba como un perro al que le dijeron que permaneciera quieto, temblando de avidez por comenzar-. Estás en las habitaciones temáticas esta noche, -dijo el Maestro Cullen-. Lawson te solicitó para una demostración de tortura genital si estás de acuerdo. -Andrea apenas reprimió una mueca de desagrado, o quizás no lo hizo, ya que los ojos de Cullen parpadearon sobre ella.

Austin saltó sobre sus pies.

– ¡Oh, sí, Señor!

– Entonces sería bueno que fueras.

El sub dio algunos pasos antes de que el Maestro Cullen dijera,

– Austin. -Él se volvió-. Tienes una palabra segura. Si veo que estás pasando tu límite y no la usas, tendremos una conversación. -Definitivamente era una amenaza lo que se dejó ver en la profunda voz del Maestro Cullen.

El sub palideció.

– Sí, Señor. Lo recordaré.

El maestro Cullen asintió con la cabeza, despidiéndolo. Cuando miró a Sally, su risa llenó todo el cuarto.

– Me gusta el traje, dulzura.

Sally llevaba puesto un ceremonioso uniforme inglés de alumna de primaria con una falda a cuadros cortísima, con medias tres cuarto, una camisa blanca atada justo por debajo de sus pechos, y su pelo atado en coletas. Ella le sonrió.

– Empiezas tarde hoy, y entonces tú y Vanessa cubrirán el buffet lateral. -Tiró de una de sus coletas-. Antes de eso, encuentra al Maestro Sam si está por ahí y complácelo jugando a la alumna traviesa.

Sonriendo, Sally se puso de pie con una gracia apabullante. Después de sacarle la lengua a Cullen, se alejó haciendo rebotar las trenzas.

Cullen continuó a través de la fila, inspeccionando y dándoles a Heather, Dara, y Vanessa sus asignaciones. El lugar quedó vacío a excepción del guarda en su escritorio, leyendo una revista del NASCAR [12], Andrea, y el entrenador. Con las manos detrás de su espalda, el Maestro Cullen dio una vuelta a su alrededor, y sus músculos se apretaron cuando un desconcertante calor la atravesó de lado a lado. Su grueso cabello, de un oscuro color nuez, estaba revuelto, y los dedos de ella se curvaron, deseando tocarlo, sentirlo en contra de su piel.

– De pie.

Ella tambaleó poniéndose de pie, sin absolutamente ninguna gracia, sintiéndose tan torpe como cuando estaba en la escuela primaria.

– Me gusta el top, -dijo con voz profunda, acercándose para pararse delante de ella. Manteniendo la mirada fija sobre su cara, él pasó un dedo a lo largo del escote, rozando sus pechos elevados-. Muy sexy. Pero los pantalones tienen que irse.

Ella mantuvo la boca cerrada a presión antes de dejar escapar su exasperada respuesta. Y suavizó su expresión.

Los oscuros ojos verdes de él se estrecharon.

– Muy buena contención, cariño. -Recogió algo del escritorio y lo colocó en sus manos-. Usarás esto esta noche. -Esto equivalía a una brillante falda rosada de vinilo, o tal vez un diminuto tubo sería una mejor descripción. Ella lo sostuvo en alto.

– Esto es demasiado pequeño.

Su boca se afinó en una línea.

– ¿Disculpa?

La mirada en sus ojos hizo que sus piernas se debilitaran, y no estaba segura de si era debido a la excitación o a la absoluta intimidación. Imitando a las subs que había visto en los clubes, dijo apresuradamente,

– Lo siento, Señor. Por favor, discúlpeme, Señor.

Él resopló una risa.

– No lo sientes. -Se detuvo al escuchar voces del exterior atravesando la puerta principal, y su mejilla se arrugó cuando bajó la mirada sonriéndole-. Puedes cambiarte aquí… justo donde estás. Sin ropa interior, por favor. Guarda esos pantalones en tu casillero y encuéntrame en el bar. Estate allí en cinco minutos.

Y dio media vuelta y se marchó, dejándola parada en la recepción, sosteniendo una diminuta falda. Un top haciendo juego yacía sobre el escritorio. Él obviamente había llevado ropa por si acaso. Frunció el ceño.

Ben le dirigió una mirada de simpatía antes de empezar a saludar a la pareja que acababa de entrar.

Llegaron más detrás de ellos.

Maldito Maestro Cullen en todo caso. Le gustaría golpear la cabeza del cabrón* con su más grande y más mojado trapeador. Tomó un profundo aliento e intentó fingir que estaba parada en el vestuario de las mujeres mientras se quitaba sus extremadamente apretados pantalones. Lograr quitárselos tomó un serio y sudoroso trabajo y creó realmente un espectáculo. Quitarse las bragas fue todavía más duro, mentalmente al menos, dado que nadie de su público se había ido de la entrada, y provocó más hacinamiento. Por el calor que sentía en su cara, se había puesto roja. Colorada.

– ¿No tenemos un vestuario para cambiarnos? -preguntó una mujer.

– Es una nueva aprendiz. Y supongo que hizo enojar a Cullen, -un hombre respondió, la risa evidente en su voz.

Andrea mantuvo los ojos bajos y se puso la falda, retorciéndose como un gusano para lograr que pasara a través de sus caderas llenas y su trasero. Finalmente. Pero… Bajó la mirada perpleja. La condenada cosa parecía incluso más pequeña sobre ella que antes. Estirándola como Papel Film por encima de su trasero, llegó a cubrirla desde la parte superior del hueso de sus caderas a sólo un escaso centímetro por debajo de las mejillas de su culo. Él tenía que estar bromeando.

Un estallido de risa captó su atención, y se dio cuenta de que había hablado en voz alta.

– Hermoso culo, -dijo un Dom con cabello canoso.

Ella se puso rígida y lo miró antes de correr al vestuario para guardar sus pantalones.


***

Cullen sacudió la cabeza cuando Sam terminó su relato.

– Fue un lindo espectáculo, -dijo el otro Dom -, pero sin embargo…

– Sin embargo, -Cullen acordó riéndose-. Seguiremos trabajando en ese pequeño problema. -Empujó una Coors [13] para Sam y observó a la nueva aprendiz entrar al bar. Casi podía ver el humo saliendo de sus orejas todavía coloradas. Ella tenía que cambiar ese condenado rojo a un sonrojo para que resaltara en contra de su bronceada piel oscura. También notó cómo sus bronceadas piernas parecían interminables, o al menos hasta la diminuta excusa de falda. El caliente sonrojo resplandecía en la tenue luz del cuarto, y estuvo seguro de que no iba a ser el único en deleitarse con la manera en que se extendía a lo largo de su redondo culo.

Después de asegurarse de que todos los miembros que rodeaban la barra tuvieran sus bebidas, Cullen salió un momento de la barra, deliberadamente usurpando el espacio personal de Andrea. Maldita sea, le gustaba su altura. La parte superior de su cabeza le llegaba justo debajo de la barbilla, y si envolviera los brazos a su alrededor, podría frotar el rostro en contra de su encrespado cabello.

En este momento, probablemente me tumbe de un golpe. Por lo que colocó un dedo debajo de su barbilla y le inclinó la cabeza hacia arriba.

– Pareces como si quisieras decirme algo. Adelante.

– Eso no fue justo, -ella escupió-. Podrías haber dejado que me cambiara en el cuarto de baño en lugar de delante de todas esas personas. Eso pareció como si me estuvieras castigando.

– Lo hice.

– Pero… ¿por qué? Me puse esto. -Palmeó su top-. Vine con menos ropa.

Ah, ahora llegamos al centro de la cuestión.

– ¿Qué te di para que te pusieras la última vez? ¿Y por qué?

– Un vestido, porque dijiste que una sub no debería llevar puesta tanta ropa como un Dom.

– ¿Te entregué un vestido largo para que te cubriera las piernas?

– No.

– Entonces, según mi punto de vista, hiciste el menor esfuerzo posible, y lo hiciste sólo para romper mis reglas, en lugar de intentar complacerme. -Bajó un dedo por su mejilla, sonriendo ligeramente ante la desconcertada mirada en sus grandes ojos. Cuando ella realmente se sometiera a alguien, comprendería su punto.

Él más bien envidiaba al Dom que le impusiera la entrega completa a esta sub.

– Hablaremos de eso más tarde.

– Sí, Señor.

Extendió la mano.

– Dame una muñeca.

El Maestro Cullen abrochó los puños de cuero dorados en las muñecas de Andrea, y la sensación de sus fuertes manos le provocó escalofríos.

Los puños calzaban ceñidamente, y él los revisó para asegurarse de que no le cortaran la circulación antes de sonreírle.

– Te ves preciosa con los puños, Andrea. -El pulgar le acarició la palma de la mano-. Y te gusta llevarlos puestos.

Ella abrió la boca para negar semejante mentira y se dio cuenta de que le gustaba. Disfrutaba de esa sensación. Y asintió con la cabeza.

– Muy bien. -Le dio a su mano un apretón de advertencia-. Nunca mientas, mascota. Preferentemente a nadie, pero nunca a un Dom.

Bien, eso al menos era bastante fácil.

– No miento, Señor.

– Muy bien. El castigo es bastante singular y no muy agradable. -Sacó un listón amarillo de su bolsillo y lo ensartó a través de los diminutos anillos de su puño, entonces agregó uno azul.

Dolor moderado. Bondage.

Tragó saliva.

– Tienes una noche para acostumbrarte al lugar, para llevar menos ropa… -su sonrisa destelló cuando recorrió con la mirada su falda-… y para recibir órdenes, usando los puños, y teniendo tus movimiento restringidos. Esta noche experimentarás el bondage real.

Oh, Dios*. La ansiedad guerreaba con la euforia en la boca de su estómago.

– ¿Cómo te hace sentir eso, cariño? ¿Saber que alguien te restringirá, tal vez en una cruz, tal vez en un banco? -Sus absortos ojos tenían el color de los altos bosques montañosos.

Ella tragó otra vez. La suavidad de la mano en su pelo le facilitó la respuesta.

– Asustada. Excitada. Las dos cosas.

– Bien. -Su mejilla formó pliegues-. Nada es demasiado drástico al principio. No esta noche. -Pasó un dedo sobre sus labios, y su mirada se intensificó-. Algún día, sin embargo, restringiré tus manos, tal vez con cadenas para poder gozar del sonido tintineante que harás cuando estés cerca de correrte. -Ella se quedó con la boca abierta, y él deslizó su dedo adentro, regresando para rozar la humedad sobre su labio inferior-. Cuando te ate las piernas separadas, no podrás moverte. Estarás abierta y expuesta para mi placer. -Apretó la mano que descansaba sobre la parte superior de su brazo, y ella pudo sentir la repentina humedad entre sus piernas-. Espero con anticipación poder tocar, saborear y tomar cada parte de tu cuerpo, pequeña sub.

Ella se estremeció, y la sonrisa de Cullen se ensanchó.

Enredó la mano dentro de su pelo y le inclinó la cabeza hacia atrás. Los labios que cayeron sobre los suyos se sintieron tan firmes como el cuerpo que la inmovilizaba en contra de la barra. La sostuvo en el lugar mientras ahondaba el beso, mientras su lengua tomaba posesión, entonces la coartó para que respondiera.

Una rígida erección presionó en contra de su bajo vientre, y el calor se reunió en su pelvis. Cuando sus piernas se tambalearon, curvó los brazos alrededor de su cuello. El mero tamaño de él la hacía sentirse tan suave y femenina… y controlada. Él tomaba lo que quería, y oh, pero ella quería que tomara más.

Cullen se echó hacia atrás y murmuró en su oído,

– Pero por esta noche, sólo conseguirás bondage. Di, “Sí, Señor”.

– Sí, Señor. -Su voz ronca sonó como si recién se hubiera levantado de la cama, y pensar en una cama… y en él… convirtió sus piernas en jalea.

Su risa estalló, haciéndole curvar los labios hacia arriba. Dios*, a ella le gustaba su risa.

– Vete. Estás con Heather en el sector de la pista de baile. Encuéntrala y dile que tiene las primeras dos horas libres. -Sonrió-. Tu turno de camarera termina a las once, que es cuando Raoul se hace cargo de la barra. Vuelve conmigo entonces.

Cuando lo observó volver detrás de la barra, sintió los hombros fríos y vacíos donde habían estado sus manos. La manera en que la afectaba era absolutamente espeluznante… y maravillosa. Esto era justo lo que ella quería, alguien que pudiera hacerla sentirse así.

Pero tenía que recordar la advertencia de las otras aprendices: él no se involucraba.

Detrás de la barra, el Maestro Cullen se rió de algo que dijo una Domme, entonces miró a Andrea y levantó una ceja.

Se dio cuenta de que no se había movido. Ruborizándose, se dirigió hacia la pista de baile en la mitad del bar.

Con un poco de suerte no se había mostrado demasiado parecida a un acobardado ratón escabulléndose.

Mientras serpenteaba entre las pequeñas áreas de asientos, asentía con la cabeza y le sonreía a los miembros. Algunos incluso la recordaron y la saludaron en voz alta. Qué absolutamente increíble. A medio camino a través del cuarto, divisó a Heather sirviéndole a un grupo de Dommes y a los subs hombres y mujeres que estaban a sus pies.

Andrea se acercó.

– Ey, el Maestro Cullen dijo que tienes dos horas libres.

– Bien. -Heather la recorrió con la mirada y se rió-. Bonita falda, Andrea. Ya sabes, no pensé que esos pantalones durarían mucho. A los amos les gusta tocar piel.

– Desearía haberlo sabido antes, -dijo Andrea con una sonrisa pesarosa-. Me hizo cambiar allí afuera delante de Ben y de todos los demás que entraron.

– Fue una perversa actitud la del Señor dado que eres tan nueva. -Heather frunció el ceño en dirección a la barra, entonces se encogió de hombros-. Pero bien podrías ir acostumbrándote. Recibimos muchas órdenes de desnudarnos.

– Oh, estupendo.

Heather sonrió.

– Ey, cuando la orden viene de un Dom que te interesa… bueno, puede ser realmente caliente, ¿sabes? -Miró por encima de su hombro a un Dom con pelo castaño oscuro que estaba sentado cerca. Con las piernas extendidas y los brazos descansando sobre la parte trasera del sofá, él estaba escuchando lo que decía otro Dom, pero sus ojos estaban posados sobre la sub de pelo castaño. Abiertamente observando y obviamente disfrutando de ella. Cuando su mirada se encontró con la de Heather, sus ojos parecieron crepitar.

Andrea reprimió un ataque de envidia.

– No, no lo sé. Algún día quizás llegue a saberlo. -Pero si encontrara a alguien que le gustara y quisiera citarse fuera de este selecto lugar, ¿él podría pasar por alto sus orígenes?

– Lo harás. Y mientras tanto, aprenderás mucho. Todos los Maestros nos dedican parte de su tiempo.

Mientras Heather se dirigía hacia la barra para devolver su bandeja, Andrea frunció el ceño. ¿Exactamente cuántos Maestros había aquí? ¿Y cómo hacía alguien para identificarlos?

Más tarde esa noche, mientras Andrea estaba parada en medio de dos taburetes de la barra, esperando a que el Maestro Cullen tomara las órdenes de las bebidas, no podía dejar de sonreír. Le debía un gran momento a Antonio por meterla aquí adentro como aprendiz. Si hubiese estado aquí como uno de los miembros, se habría sentado en un taburete de la barra, esperando que alguien se acercara a ella, todavía aterrorizada de que lo hicieran, y tendría que sacar de entre manos algo para decir. En lugar de eso, tenía cosas para hacer, cosas para mantener las manos ocupadas, y todos los que veían sus puños de aprendiz la trataban como si perteneciera aquí.

Cuando el metal de mala muerte de Agonize empezó a retumbar en la pista de baile, sus caderas se balancearon al ritmo de la música dura. El Dom que estaba azotando a una sub amarrada a un banco de azotes cercano siguió el mismo ritmo… como lo hicieron los gemidos de la sub un segundo después.

En la escena de al lado, una Domme mayor vestida con un trajecito de calle a medida y perversos tacones aguja usaba una delgada vara, pero sin ningún ritmo que Andrea pudiera detectar. Paf. Pausa. Paf. Una pausa más larga. Entonces la Domme caminó hacia el otro lado del sub, esperó, y golpeó otra vez. El sub de cabello canoso en la cruz había inclinado la cabeza y apretado las mandíbulas. Sus músculos se tensaban cada vez más mientras esperaba cada golpe.

Andrea inclinó la cabeza. Aparentemente el suspenso resultaba tan efectivo como un verdadero golpe. La Domme se detuvo para pasar la mano a través de las delgadas líneas paralelas que la vara había causado. Cuando el hombre gimió, ella se inclinó para acariciarle la mejilla y susurrar algo en su oído, con un obvio afecto.

– Hace más de veinte años que están casados. -La profunda voz de Cullen sonó detrás de Andrea-. Él le obsequió esa vara como regalo de aniversario.

– Ahhh, eso es dulce. Nada expresa un “te amo” como una herramienta de calidad para suministrar dolor. -Su estallido de risa provocó satisfacción desde lo más profundo de ella, y le sonrió al darse vuelta.

Él apoyó un brazo sobre la barra… su jodido antebrazo era más grande que sus bíceps… y bajó la mirada sobre ella.

– ¿Cómo lo estás llevando, cariño?

– Estoy bien, Señor. -Cada célula de su cuerpo parecía sentir deseos por él. Tócame otra vez, otra vez, otra vez. Dio un paso atrás y le entregó el diminuto pedazo de papel que usaba para tomar las órdenes de las bebidas. A falta de un delantal, había introducido el bolígrafo en su escote y había doblado un bloc de papeles debajo de la excesivamente apretada cintura de la falda. Dado que las cuotas de socios incluían las bebidas, no tenía que preocuparse por llevar dinero.

– Te ves bien. He estado admirando tu falda.

La que él le había obligado a ponerse, el cabrón*. Ella sonrió, incapaz de seguir disgustada frente al buen humor de él. Era difícil imaginarse que ella realmente se había preguntado si él alguna vez sonreía. El hombre era un barman natural; la gente se dirigía a la barra sólo para hablar con él. Bromeaba con los hombres y provocaba a las mujeres. También flirteaba con las otras aprendices, y Andrea trataba de no dejar que eso la molestase. Además, todas las aprendices probablemente sentían alguna inclinación por él, como con síndrome de Estocolmo o algo por el estilo.

O quizás como una mujer y su ginecólogo. Cuando su comentario acerca de atarle las piernas abiertas atravesó su mente, se puso colorada, y apartó la mirada.

Inesperadamente su gran mano le ahuecó la mejilla, inclinándole la cara hasta que estuvo mirando directamente a sus ojos incisivos.

– Entonces, ¿cuál fue ese pensamiento?

¿Cómo hacía él para cambiar de esa relajada naturaleza y meterse dentro de este… Dom? Intentó apartarse, pero el hombre sentando a su lado tenía el pie apoyado en el taburete a su izquierda y la encerraba en contra de la barra. Incapaz de escapar, le frunció el ceño al desconocido.

– Las subs responden las preguntas que se les hace. -La voz baja del hombre tenía casi el mismo dejo de poder que la del Maestro Cullen… que la del Señor*.

Atrapada. Miró al Maestro Cullen, sintió la dureza de la mano en contra de su rostro, y sus entrañas se derritieron.

– Pensé en… bueno, en que me gustas y le eché la culpa al síndrome de Estocolmo.

La diversión irradió a través de su cara, pero no la soltó.

– Considerando lo colorada que estás, me parece que hay algo más.

Una chica podría realmente llegar a odiar a los Doms.

– Y en cómo las mujeres caen con sus ginecólogos.

– Ese es un gran paso, -el hombre a su lado masculló, bajando la pierna.

– Oh, no realmente, -el Señor murmuró, su mirada todavía sujetando la de ella, y podía ver que él sabía exactamente cómo había hecho ella para dar ese paso-. Pero dado que eres tan cariñosa con los ginecólogos, puedo adaptar mis planes.

Él se echó hacia atrás, y cuando quitó la mano de su cara, ella tuvo que aferrarse a la barra, como si hubiera estado tomando toda la fuerza de él.

Sus ojos brillaban de diversión.

– ¿Creo que no te he mostrado las habitaciones temáticas donde está trabajando Austin?

Ella negó con la cabeza. Él sabía muy bien que no lo había hecho.

– Una de las habitaciones está equipada completamente como un consultorio médico con una mesa de examen. Con estribos. -Jesús, María, y José*. El pensamiento de yacer desnuda sobre una mesa… con el Señor colocando sus pies descalzos sobre los fríos estribos de metal. O viéndola allí. El calor crepitó a través de sí tan fuerte y rápido que estuvo a punto de caerse.

El hombre de al lado la agarró del brazo.

– Con cuidado, chiquita* -murmuró.

– Gracias, -susurró ella.

Cuando miró al Señor, tenía los ojos absortos sobre su cara, y el pliegue en su mejilla se profundizó cuando dijo,

– Definitivamente es un plan.

Recogió la lista de bebidas y se movió a través de la barra. Como un hombre grande. El apretado cuero hacía alarde de los duros músculos de sus piernas. Todo músculo sin una mota de grasa en ninguna parte de él.

Y un hombre a su lado todavía la sujetaba del brazo mientras ella se babeaba por el Maestro Cullen. Uy. Se volvió.

– Um. Gracias, señor.

Cerca de un metro noventa de estatura. Su pecho y brazos estaban repletos de músculos como si fuera un fisicoculturista. Oscuros ojos marrones, cabello negro, y tenía la misma coloración que ella.

– Soy Raoul. ¿Y tú eres Andrea, nuestra nueva aprendiz? -Nuestra.

– ¿Tú…? -¿Tenía ella permitido preguntarle algo? Ahogó la pregunta, entonces se quedó allí con cara de tonta-. Sí. Lo soy.

Sus cejas se juntaron, y no le soltó el brazo.

– ¿Qué querías preguntar? -Otro Dom excesivamente perceptivo. En los clubes del centro de la ciudad, los hombres no siempre comprendían lo que las chicas querían decir incluso aunque se lo deletreen; aquí ni siquiera necesitaba hablar. ¿Por qué eso parecía un poco espeluznante?

Tomó aire y contestó,

– El Señor dijo que tengo que obedecer a los Maestros de Shadowlands, pero no he conocido a ninguno. ¿Cómo puedo saber quiénes son?

– Muy buena pregunta, -dijo él y le liberó el brazo. No parecía ofendido en lo más mínimo, y ella se relajó-. Y tú no eres la primera aprendiz que se topó con problemas por no saber. De hecho, el otoño pasado, tuvimos a un impertinente Dom que se hizo pasar por un Maestro de Shadowlands. Ahora a menudo amablemente nos referimos a alguien como Maestro Lo Que Sea, y un Dom puede ordenar a su propia sub que lo llame maestro, rey, semental, o cualquier otra cosa que quiera. Pero técnicamente, en Shadowlands, Maestro es un título honorario y tiene que ser ganado y recibido por votación.

– Ya veo. Gracias, Maestro.

Él parpadeó, y entonces se rió.

– No, gatita*. Si me llamas “Maestro” sin mi nombre, suena como si fueras de mi posesión. Usa Maestro Raoul o Señor.

– Oh. Um, gracias, Señor.

– De nada. -Sus oscuros ojos se pusieron serios-. Espero con ansias el día en que llames a alguien tu “Maestro”.

El pensamiento la hizo estremecerse… con inquietud… Maestro.

Cambia de tema.

– ¿Y entonces qué le ocurrió al Dom que se hizo pasar por un Maestro?

– Oh, le revocaron la membrecía. Pero a Z no le gusta que las sub se confundan, así que nos hace usar esto. -Palmeó un brazalete elástico con anillos dorados que rodeaba sus bíceps.

– Los custodios de la mazmorra usan chalecos de cuero con ribetes dorados, las aprendices llevan puestos puños de cuero dorados, y ahora los Maestros visten brazaletes dorados. ¿Ves la tendencia aquí? -Ella se rió ante su pregunta compungida.

– Yo, ante nada, lo aprecio. Gracias por la información. -Y ella no dejaría de mantener un ojo cauteloso sobre los brazaletes dorados.

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