CAPÍTULO 03

Cullen relajó sus hombros. Casi medianoche. Al menos los viernes eran menos ajetreados que los sábados, probablemente porque Z hacía poco tiempo que había añadido el BDSM a las noches de los viernes en Shadowlands.

El cansancio le pasaba factura y enlentecía sus movimientos, poniéndolo irritable. Y distraído.

A esa nueva aprendiz le estaba pasando algo, más de lo que podía verse en la superficie, y él no había ido detrás de eso.

Una parte suya todavía quería que ella se fuera, pero había aceptado todo lo que él había hecho y había trabajado duro esta noche sin quejarse. Y bien, tenía el deber de Dom para con ella.

La multitud alrededor del bar había disminuido, dejando sólo a tres Maestros de Shadowlands discutiendo diversas escenas y a otros pocos relajándose después de sus juegos. Vistiendo un traje negro de motorista, Cat apareció, seguida por su curvilínea sub. Cullen deslizó una Guinness [6] hacia la Domme junto con una botella de agua mineral para su sub, quién tenía su cabello rojo enredado por el sudor.

Cat hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza y esperó a que su sub bebiera antes de sorber su propia cerveza.

Cullen miró alrededor y comprobó que todo el mundo estuviera atendido. Bastante bueno. Necesitaba tomarse algún tiempo para sus otros deberes ahora. Listando los límites de Andrea en su memoria, consideró sus opciones. Un par de los más leves podrían funcionar.

Después de colocar el resto de la orden de Andrea sobre la superficie de la barra, interrumpió a los Maestros.

– Raoul, tu turno en el bar. Tengo una nueva aprendiz para acosar.

El moreno Dom sonrió.

– ¿La amazona? Es una belleza.

– Lo es, ¿verdad? -Cullen miró a través del cuarto donde Andrea estaba sirviendo la primera mitad de su orden de bebidas a un grupo de jóvenes Doms y a sus subs. Luego de finalizar sus juegos, ellos se estaban relajando para disfrutar de su segunda bebida de la noche… y de la vista.

Definitivamente valía la pena disfrutarla, pensó Cullen. El vestido que había escogido se ajustaba a su maravilloso cuerpo como una segunda piel. Por supuesto, si su cerebro funcionara del mismo modo que el de sus hermanas, ella probablemente se consideraría excedida de peso y odiaría cada uno de sus meneos. Pero ocurría que un suave culo meneándose lo excitaba, y esos exuberantes pechos se veían simplemente del tamaño correcto para llenar sus grandes manos.

Ella era definitivamente una mujer grande, otro punto a su favor. Con ella, no tendría que doblarse como una rosquilla para encontrar sus labios. Sonrió. Al abrazarla, su polla se presionaría en contra de la parte más mullida de su estómago. Agradable.

Pero sus planes personales no incluían quedar involucrado. Ni era apropiado para un entrenador.

Las aprendices venían aquí a experimentar los diversos aspectos del BDSM y la sumisión, pero también para conocer a potenciales Doms. No les haría ningún favor permitiéndoles apegarse a él. Así que a pesar de la cierta intimidad que venía junto con ser su Maestro, él establecía firmes límites en cuánto hasta adónde llegar.

Observó cuando uno de los Doms pasó una mano bajando por el muslo de Andrea. Ella se puso rígida, frunció el ceño, y entonces forzó a sus labios a esbozar una sonrisa. Cullen sonrió. Eso parecía un buen lugar por donde empezar.

Debajo de la barra, sacó un par de cadenas, una corta y otra más larga.

Cuando llegó hasta los Doms, asintió con la cabeza y volvió su atención sobre Andrea.

Ella le sonrió, entonces pareció indecisa.

– ¿Maestro Cullen? Yo… -Obviamente contuvo el resto: “¿hice algo malo?

Quitándole la bandeja, la colocó sobre la mesita de café y respondió a lo que ella no había preguntado.

– Te he estado observando esta noche, Andrea. Estás haciendo un trabajo maravilloso. -Sus ojos se iluminaron. Él restregó los nudillos sobre su suave mejilla. La necesidad de una sub por agradar; ¿Cómo podría resistirse un Dom?-. Ahora voy a hacer tu trabajo más difícil y a darles a los miembros del club un poco de diversión.

– Oh, Dios, -dijo ella por lo bajo, probablemente no dándose cuenta de que él tenía una excelente audición. Se frotó las manos en contra de sus muslos, y se alejó un poco.

Él se rió. Una sub debería verse ligeramente cautelosa en un club BDSM.

– Levanta las manos. -Después de envolver la cadena larga cómodamente alrededor de su cintura, enganchó la más corta entre la cadena-cinturón y los puños para asegurarse que no pudiera levantar las manos más allá de su cintura. Definitivamente no a sus pechos.

Dio un paso atrás y la dejó experimentar sus movimientos con las restricciones. Intentó recoger un vaso y se dio cuenta de que tenía que inclinarse para conseguirlo. Consiguió un agradable vistazo de sus curvilíneas nalgas.

Cuando ella se volvió, lo hizo sonriendo, obviamente complacida de poder sortear los límites y todavía servir las bebidas.

¿No se ponía nerviosa fácilmente, verdad? Todavía. Dando un paso más cerca, Cullen usó un dedo para deslizar las delgadas correas del vestido afuera de sus hombros.

Aunque el vestido todavía le cubría los pechos por el momento, ella obviamente se dio cuenta de que el ceñido material no permanecería arriba por mucho tiempo. Intentó levantar las manos y descubrió que las cadenas le evitaban detener lo inevitable. Su sonrisa se desvaneció, y las chispas iluminaban sus ojos ámbar cuando lo miró.

– No me gusta esa expresión, -le dijo él suavemente. Ella tragó. Cuando su ceño desapareció, ella se vio atractivamente vulnerable. Cullen le ahuecó la mejilla y sintió los diminutos temblores debajo de sus dedos-. Bonita pequeña sub, -murmuró.

Ella levantó la vista hacia él como un ratón atrapado entre las garras de un gato.

Él se obligó a reprimir el deseo de empujar más allá de sus defensas y ver qué más estaría dispuesta a darle.

En lugar de eso, se apartó.

– Dejé las bebidas sobre la barra para el resto de los Doms y las subs de aquí. Puedes traerlas en la mano en lugar de usar una bandeja. Por supuesto, eso podría requerir más viajes. -Lo que le daría al vestido más posibilidades de caerse.

Y ella se dio cuenta de eso también. La sumisión desapareció, y su lucha para no echar chispas por los ojos era obvia. Luego de un momento, ella dijo,

– Sí, Señor. -Y se puso en camino.

– ¿Es bastante nueva en la escena, no? -le preguntó Quentin. Un sub se arrodilló a sus pies, y el Dom acarició el pelo del joven distraídamente.

– Sí. Necesitamos tratarla con mano suave por un tiempo. -Después de conversar un momento, Cullen se alejó para sentarse al lado del área acordonada. Miró la escena y respingó. Una de las Dommes más antiguas había amarrado a su sub a la telaraña y lentamente rozaba una pluma sobre las áreas más sensibles… y cosquillosas… del hombre. Carajo. Cullen sacudió la cabeza. Él preferiría ser azotado que someterse a las cosquillas. Después de un minuto, volvió el rostro hacia el otro lado.

Andrea había logrado regresar con dos bebidas sin que se cayera su parte superior, pero sólo sus pezones manifiestamente erectos mantenían la tela adherida. Cullen sonrió. Ella podría sentirse avergonzada, pero estaba excitada también. Su cara se sonrojó cuando Quentin la provocó, pero le sonrió mientras repartía las bebidas.

En el siguiente viaje, su corpiño se había caído, y ella estaba agarrando los vasos con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. El último Dom, Wade, tomó su bebida con una sonrisa. Dijo algo, probablemente acerca de sus pechos por la forma en que su rostro se enrojeció. No la tocó, sin embargo. A pesar de que cualquier Dom podría solicitarle a una aprendiz un servicio básico como el de camarera o limpieza, y podría tocar áreas poco privadas, sólo los Maestros de Shadowlands podrían ir más allá.

Cullen no se había molestado en decirle a Andrea eso; un poco de anticipación nunca lastimaba a una sub.

Él se relajó y la observó trotar de ida y vuelta con bebidas para las subs. Bajo la luz oscilante, parecía una estatua dorada cobrando vida… una de las griegas donde las mujeres no eran monigotes. Por sus murmuradas maldiciones y su piel ruborizada, él habría pensado que era hispana, pero su altura y ese encrespado cabello color whisky venía de alguna otra parte. Pensó en los datos personales de su afiliación. Andrea… Eriksson. ¿Nórdico e Hispano? Extraña combinación.

Hermosa combinación.

– Te ves cansado, Cullen. -Con sus habituales cueros negros, Dan se dejó caer sobre el sofá opuesto-. ¿Problemas?

– Sólo trabajo. Juro que la primavera desentierra a los pirómanos junto con los narcisos. Hay días en que se siente como si toda Tampa estuviera ardiendo. ¿Dónde está tu bonita sub?

– Jessica se la apoderó. Alguna cosa sobre una fiesta o algo por el estilo. -El policía asintió con la cabeza hacia Andrea-. ¿Cómo llegamos a tener a una aprendiz que nunca he visto antes?

Buena pregunta. A la mierda con Antonio de cualquier manera. La suave risa de Andrea flotó a través del cuarto y quitó la irritación de Cullen.

– Un caso especial. Déjame presentarte. -Esperó a que ella terminara de servir, entonces la llamó por su nombre. Cuando lo vio, el rojo tiñó sus mejillas. Más que cuando había servido al grupo de Doms. Interesante.

Cuando caminó, sus pechos se bambolearon agradablemente, y los pezones pardusco-rosados se apretaron en picos duros. También interesante. Le sonrió mientras él y Dan se levantaban.

– Mascota, éste es el Maestro Dan. -Cuando contempló la ruda cara de Dan, pareció intimidada durante un segundo antes de levantar la barbilla.

– ¿Cómo estás?, -dijo ella, la helada actitud de una reina. O de una Domme.

Dan pestañeó, y entonces sus ojos se estrecharon.

– Creo que me gustaría verte sobre tus rodillas cuando te diriges a mí. -Dijo señalando el piso.

Cullen sofocó una sonrisa. Bienvenida a Shadowlands, pequeña sub.

Ella presionó sus labios, y dio un paso atrás.

Cullen casi podía sentir el choque de voluntades mientras Dan le sostenía la mirada. Y entonces ella se dejó caer sobre sus rodillas con un ruido sordo y bajó la cabeza.

– Muy bien. Quédate allí hasta que regrese, -gruñó Dan. Se alejó junto con Cullen una corta distancia-. ¿Qué diablos de tipo de aprendiz es esa?

– Te explicaré en otro momento. -Cullen sacudió la cabeza-. Aunque recién la conocí esta noche, ya puedo ver que será una interesante adición para el grupo.

– Si me desafía a mí, ¿qué le hará a los Doms novatos?

– Parece como que necesita una rápida educación en sumisión. Pero por ahora, la mantendremos limitada a los Maestros. -Abofeteó el hombro de Dan-. Envíamela cuando hayas terminado de presentarte tú mismo.

Cullen tomó asiento en una silla de cuero en un área vacía y se reclinó para observar.

Dan caminó lentamente alrededor de Andrea. Una vez. Dos veces. Sin decir ni una sola palabra. Un estremecimiento la traspasó, haciendo a sus pechos bambolearse. Dan se inclinó, asiéndole la barbilla, y levantándole el rostro.

Cualquier cosa que él haya dicho hizo que sus mejillas se mancharan de rojo. Dando un paso atrás, él señaló a Cullen.

La ruborizada sub trastabilló con sus pies y se apresuró sin parecerse en nada a la arrogante de cinco minutos atrás.

Cullen se palmeó las rodillas.

– Ven y siéntate aquí. -Ella vaciló, y él casi podía oír cómo se ordenaba a sí misma acceder.

Comenzó a volverse para sentarse de lado, y él negó con la cabeza.

– A ahorcajadas sobre mis rodillas. -Las manos de Andrea formaron puños.

Él arqueó una ceja.

– Esa es una orden, aprendiz. -La suavidad de su voz no disfrazaba la dureza.

La demanda envió calor crepitando por su cuerpo, pero todavía algo… ese maldito miedo a ser vulnerable… la hacía intentar resistirse. Pero cuando se encontró con el controlador poder de los ojos de él, nada pudo evitar que se moviera hacia adelante. Descendió encima de sus piernas. Con sus muslos abiertos de esta manera, el corto vestido no cubría… nada.

Y la mirada de él cayó allí. Entonces sonrió y la deslizó hacia adelante hasta que ella pudo ver las negras motas en sus profundos ojos verdes. Su mandíbula estaba áspera por la barba oscura de un día y tenía profundas líneas esculpidas alrededor de su boca y ojos. Se veía duro. Frío.

Su cuerpo se tensó, preparándose para pelear.

La mirada de Cullen se volvió más intensa.

– Relájate, mascota. -Pasó sus duras manos hacia arriba y hacia abajo de sus muslos, la suavidad desconcertante-. ¿Soy el único que te asusta, pequeña sub? ¿O todos los hombres lo hacen? -La perceptiva pregunta la tomó con la guardia baja, y ella vaciló. Pero no podía mentirle al entrenador-. Yo… me pasa… cuándo los hombres… -especialmente los hombres grandes-…se acercan demasiado, demasiado rápido, me pongo tensa. Muy tensa.

– ¿Y te defiendes?

Ella respingó.

– Uh… crecí en un barrio duro. Una chica o se defiende bien o termina… herida. -El sonido de tela desgarrándose, la sensación de manos apretando…

– Ya veo, -dijo él suavemente-. ¿Y tú, Andrea? ¿Terminaste herida?

Contuvo el aliento.

– No… completamente. Logré conseguir escapar dos veces antes de… -Los ojos de él se volvieron fríos, verde-helado, pero sus calientes manos se curvaron suavemente alrededor de sus dedos húmedos.

– Pobre bebé. Pasaste un mal rato, ¿verdad?

– Estás enojado.

– No contigo, Andrea. Disfrutaría de conocer a los hombres que te atacaron, sin embargo. -Él no terminó, pero sus facciones marcadas y ojos helados se veían tan peligrosos como cualquier cosa que ella alguna vez hubiera visto en las calles.

Ella tembló.

Él le apretó los dedos, y su mirada se suavizó.

– Ese pasado es algo que discutiremos más tarde. Por ahora, háblame de tu arrogante respuesta al Maestro Dan.

Dios, hablar de secretos sonaba bien en los libros, ¿pero en la realidad? No era fácil. Intentó moverse pero no pudo. Bajó la mirada a las callosas manos que aferraban las suyas tan firmemente. Restringiendo. Controlando. Se estremeció. Quiso quitarlas y no pudo.

– Quiero tus ojos sobre mí, Andrea.

Levantó la vista para encontrarse con la de él. Penetrante. Enfocada. Primero le había ordenado desnudarse físicamente, ¿ahora quería que se desnudara emocionalmente? Se había sentido menos expuesta cuando se había quitado la ropa, pero tomó una profunda respiración e intentó complacerlo.

– Cuando me asusto, actúo con rudeza. Y es peor aquí porque no estoy vestida, y ser una aprendiz me asusta. Un poco. -Sus dedos le masajearon las manos.

– ¿Te has sometido alguna vez completamente a alguien? -El profundo timbre de su voz hizo todo para debilitarla. Esto era lo que deseaba y lo que la aterraba al mismo tiempo.

– N-no estoy segura.

– Entonces no lo has hecho. -La estudió hasta que ella se retorció-. ¿Cuándo estuviste en los clubes, conectaste con algún Dom e hiciste algunas escenas?

Ella asintió con la cabeza.

– ¿Hiciste lo que te ordenó?

Ella se puso rígida. Si admitiera que era la incompetente sumisa que realmente era, entonces la descartaría.

– Contéstame, mascota.

Mascota. Las muñecas atadas. Restringida por sus manos. Bajo sus órdenes. Todo en su cuerpo se derritió, no por el calor sino por algo mucho más profundo, y el edificio pareció venirse abajo, dejándola sin seguridad. Cayendo.

– Lo hice. Al principio. Pero ellos eran… no tenía que obedecerles, así que no lo hice.

– Ya veo. -Las puntas de sus dedos le acariciaron la mejilla suavemente, y ella no pudo dejar de inclinar la cara hacia su palma.

– ¿Y conmigo y el Maestro Dan?

Dios, con ellos había caído rendida como un perro, especialmente con el Maestro Cullen. Se puso rígida.

– No, no, mascota. Sacar la actitud de la reina de hielo no funcionará. -Sus ojos la mantuvieron en el lugar tan completamente como la gran mano en su cara-. ¿Quisiste obedecernos? -La confusión que barrió a través de ella surgió a la superficie manifestándose como duros temblores.

– Sabes que sí, -ella susurró-. En la mayoría de los casos.

– Tu honradez me complace. -El pulgar debajo de su barbilla le inclinó el rostro hacia arriba sólo un centímetro más alto, aumentando su sensación de impotencia. De exposición-. Andrea, ¿confías en mí?

– No. -Pero una parte de ella lo hacía. Nunca había dejado a nadie hacerle esto antes. Sujetarla en el lugar. Darle órdenes. Ni siquiera al novio que había intentado el bondage con ella-. Un poco.

Las marcadas líneas de alrededor de su boca desaparecieron cuando una risa retumbó a través de él.

Un poco es algo. La confianza lleva su tiempo.

Cuando él restregó el áspero pulgar sobre sus labios, su musculoso antebrazo raspó las puntas de sus pechos, enviando chispas zigzagueando a través de cada nervio. Una sorprendente oleada de calor atravesó todo su cuerpo.

Sus ojos se estrecharon.

– Muy bien, ahora. Puede que la siguiente parte de esta discusión no sea tan difícil como pensé.

– ¿Qué quieres decir? -No, éste era un poli. Sabía lo que él había dado a entender, a pesar del hecho de que la había estado observando lo suficientemente atento como para ver su repentina excitación desestabilizándola. Cerró los ojos por un segundo, y entonces asintió con la cabeza hacia él-. Continúa.

– Chica valiente.

¿Por qué esas dos palabras de halago la complacieron tanto?

– Tuviste una muestra de lo que implica ser una aprendiz esta noche. Recuerda, podrías estar vestida una noche, y aparte de tus puños, completamente desnuda la siguiente.

Ella se mordió los labios, entonces asintió con la cabeza.

– Entiendo. -Si pude superar esta noche, puedo superar el resto. Especialmente porque la mirada de los hombres de aquí no me hacen sentir sucia, solamente nerviosa.

– En cierto modo, los aprendices le pertenecen a todos los Doms. Por lo que los Doms habituales tienen permiso para pedirles que los atiendan. También pueden tocar, hasta cierto punto… como descubriste esta noche.

– Eso no es un problema. -En su mayor parte. A menos que se muevan demasiado rápido.

– Lo manejaste muy bien, Andrea. Sin embargo, los Maestros de Shadowlands tienen completa autoridad sobre los aprendices, y no tienen límites.

– ¿No todos los Amos aquí son Maestros de Shadowlands?

– No, mascota. Sólo unos pocos de nosotros tenemos ese título. -Pero unos pocos eran más que uno. Ella tragó, su boca repentinamente quedó seca.

– ¿Qué… qué pueden pedirme ellos?

– Cualquier cosa que deseen, mascota, dependiendo de los listones que cuelguen de tus puños.

– Si no llevo puesto el verde, ¿hasta dónde puedes… pueden… llegar?

– En Shadowlands, no tener un listón verde deja a pollas y coños fuera del alcance. Por lo tanto, el cuerpo de cualquier aprendiz está disponible para cualquier Maestro. -Su mano le ahuecó un pecho, su palma se sentía caliente en contra de su piel fría-. Podemos tocarte en cualquier parte salvo allí. Posiblemente poner tenazas de pezones. -Le pellizcó suavemente el pezón, y ella jadeó ante el caliente chispazo de placer-. Aunque no pueden pedirte mamadas o pajas, un Maestro podría exhibirte inclinada o extendida como un águila, tu coño expuesto para que todos lo miren pero sin tocar. Podrían besarte y chuparte los pechos.

Ella posó la mirada sobre su boca, y el pensamiento de sus labios sobre sus pechos la hizo apretarse por adentro.

Su pulgar le frotó un pezón a modo de ilustración, y ella pudo sentir la dolorosa estrechez.

Entonces él se reclinó hacia atrás… y todavía, sus manos siguieron subiendo por sus muslos hasta que sus pulgares descansaron en el pliegue entre sus caderas y su entrepierna. Tan cerca de su mojado coño que sentía el calor de su piel mientras él le demostraba exactamente lo que quería decir.

Un escalofrío la recorrió ante el calor controlado en sus ojos. Ella intentó ignorar cómo la proximidad de sus duras manos hacía a su coño volverse cada vez más sensitivo.

Sacudió las manos con fuerza dentro de sus cadenas, y apartó la vista de su perceptiva mirada.

En el área de escenas más cercana, un Dom usaba una delgada vara sobre su sub, golpeándola sobre sus pechos hasta que la mujer se elevó en puntitas de pie por el dolor… y la excitación. Con el rostro sonrojado, la voz a la altura de un quejido, la sumisa se aferraba a las argollas en lo alto de la cruz. Físicamente libre y aún así completamente bajo control.

¿Es esto lo que quiero? Se preguntó Andrea. Había perdido su virginidad ya hacía tiempo y había tenido amantes ocasionales. Había pasado tiempo en algunos de los clubes del centro de la ciudad. Por lo que el hecho de que desconocidos la tocasen no debería molestarla tanto.

Y ella en realidad quería que el Maestro Cullen la tocara. La tocara más, y todavía… ¿Cómo podía un hombre tanto atraerla como aterrarla al mismo tiempo? Dios, estaba nadando ahora tan lejos de la profundidad que podría ahogarse.

– ¿Es eso lo que quieres, Andrea? -El Señor hizo eco de su propia pregunta. Su intensa mirada nunca se alejó de su rostro-. ¿Tener a alguien más para que tome las decisiones, que te empuje más allá de tus inhibiciones, que pueda disfrutar de ti sin pedirte permiso?

Cuando la empujó más hacia adelante, la fricción de sus pantalones vaqueros en contra de sus sensibles e hinchados pliegues casi la hace gemir. Oh, sí, sí, sí.

– Recuerda que si algo se vuelve insoportable, ya sea emotiva o físicamente, puedes usar la palabra de seguridad del club, “rojo”. Y todo se detiene. O para bajar la velocidad, puede usar “amarillo”, y lo discutiremos.

Aunque asintió con la cabeza, las reglas de su padre atravesaron rápidamente su mente. Nunca admitas una debilidad.

Había vivido de acuerdo con eso durante tanto tiempo… ¿podría incluso usar una palabra de seguridad si la necesitara?

Cullen inclinó la cabeza, sus ojos atentos.

– Puedo empujarte a ese punto sólo para asegurarme de que sabes cuándo usar una palabra de seguridad.

– Grandioso, -dijo ella por lo bajo. Su risa de respuesta fue franca y llena, y tan contagiosa que la hizo sonreír.

– Eso está mejor, -dijo él-. Ahora ven aquí, encanto, y déjame abrazarte un rato antes de que te vayas a casa.

La llamó encanto. El placer de eso la hizo sentirse caliente por dentro. Cuando la acurrucó en contra de su ancho pecho, se permitió hundirse en él, sintiéndose más segura que cuando había sido una niña, inconsciente de los horrores del mundo. El aroma a cuero y a jabón flotó hacia arriba.

– ¿No quieres conocer mi respuesta? -ella murmuró. Los dedos raspando sobre su suave chaleco y tocando el encrespado vello castaño que le cubría el pecho.

– Conozco tu respuesta, pequeña sub. -Bajó la mano por su pelo-. De hecho, después de un par de noches más, discutiremos agregar un listón verde.

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