CAPÍTULO 16

– Tu boca está sonriendo, pero tus ojos están tristes, mija*. -La abuela de Andrea dejó el tejido sobre su regazo.

Andrea suspiró. Su abuela podía leer a las personas incluso mejor que un Dom. La visión de su diminuta y encorvada abuelita vestida de látex y sosteniendo un flogger suavizó sus pensamientos, al menos hasta que el Maestro Cullen dio un paso adelante y tomó el flogger. El pendejo*.

– Tuve una decepción, Abuelita*. El hombre que me gustaba resultó… no estar disponible. -Le hubiera gustado quedarse enterrada dentro del bosque por algunos días más, hasta que sus emociones se tranquilizaran, pero hoy era el cumpleaños de su abuela y toda la familia siempre lo celebraba todos juntos.

– ¿No disponible? Ah, es el mismo del que hablamos. ¿Resultó ser un cobarde? -Su abuela, en cierta época, había sido una potencia social en el barrio, a pesar de tener una hija lo suficientemente tonta como para casarse con un vendedor de drogas. Y ella no había llegado tan alto por tener miedo de hacer preguntas.

¿Cobarde? ¿Cullen?

– No, no es cobarde. -Andrea bajó la mirada al montón de lana en su regazo. Cuando se transformara en una bonita manta, ¿cuántas personas la mirarían y pensarían en las hebras de lana que la habían confeccionado?

Desafortunadamente para ella, las personas simplemente no podían mirar más allá de las hebras que habían constituido su vida.

Había esperado durante dos días que él la llamara, y no lo había hecho. ¿Cuántas veces había tomado el teléfono queriendo contactarlo? Finalmente había dejado a Selena a cargo del negocio, dejó su teléfono celular en casa, y se fue de mochilera a Ocala.

– Pero es un policía. Y yo tengo antecedentes. -Y ahora todos pensaban que ella había robado el dinero de Vanessa.

Los labios de su abuela se apretaron.

– Entonces tu policía es un estúpido. No se merece a mi preciosa nieta.

Las lágrimas quemaron los ojos de Andrea.

– Vengan a cenar, ustedes dos, -llamó Rosa desde la puerta trasera-. Ya están todos los demás sentados.

Haciendo a un lado su debilidad, Andrea ayudó a su abuela a levantarse, entonces siguió a su pequeño cuerpecito dentro del comedor abarrotado.


No el mejor de los barrios bajos, pensaba Cullen, mientras conducía por las calles. Hormigón con baches, pequeños jardines llenos de malezas, casas con ventanas rotas. No era un lugar seguro para crecer, tampoco. La idea de una joven Andrea caminando hacia la escuela en este lugar le apretó el intestino. El barrio rojo estaba a sólo algunas calles más allá.

Exploró los números… al menos algunas casas los tenían… y frunció el ceño. Los autos estaban estacionados uno al lado del otro a lo largo de toda la calle. Antonio había mencionado una fiesta, ¿no?

Después de estacionar en la calle siguiente, regresó caminando bajo el crepúsculo creciente. La casa de la tía tenía un césped bien cuidado de Césped St. Augustine, y las macetas con pensamientos rosados o petunias… maldición si pudiera notar la diferencia… decoraban los lados de los escalones. Una vid trepaba en forma de enredadera por un lado de la casa. Una vista considerablemente bonita para ser la casa de Enrique Marchado.

Cullen vagamente recordaba la muerte del notorio traficante algunos años atrás… un disparo cuando una venta salió mal. Nadie en la estación lo había lamentado.

No divisó un timbre en la puerta, así que golpeó la puerta principal y volvió a hacerlo más fuerte cuando el murmullo de voces le dijo que nadie había escuchado. Definitivamente se estaba celebrando una fiesta en esta casa, maldita fuera su suerte. Pero su paciencia tenía límites. Si la pequeña sub no contestaba su teléfono ni respondía sus mensajes, entonces tendría a su Dom en su puerta, en vivo y en directo.

Una pequeña mujer hispana le frunció el ceño a través de la mirilla.

– ¿Sí?

– Quiero ver a Andrea.

– Pero… Bien, entre.

La siguió a través de una sala de estar, inmaculada a excepción del desparramo de juguetes infantiles. Una foto de Jesús reinaba por encima de una mesa llena de estatuillas de santos. En el área del comedor, las personas se amontonaban dentro del pequeño cuarto llenándolo a tal extremo que un inspector de incendios se habría puesto a gritar sobre salidas y máxima capacidad.

Cullen sonrió. La fiesta se parecía mucho a una reunión O'Keefe. Cuando su anfitriona se inclinó para susurrar algo en el oído de una diminuta mujer anciana sentada en la punta de la mesa, él divisó a Andrea desapareciendo dentro de la cocina con una jarra de leche vacía. La satisfacción atravesó sus venas. Te has estado escapando, pequeña tigresa.

Dio un paso en esa dirección, pero la señora que lo había dejado entrar lo agarró del brazo.

– Mi madre quiere hablarle.

La anciana sentada en el lugar de honor era tan pequeña que cuando se arrodilló a su lado, su cabeza quedó al mismo nivel que la de ella. Lo estudió sin hablar durante un minuto.

– ¿Eres el hombre que lastimó a mi nena?

Él respingó. El pensamiento de que su sub, alguien a quien defendería con su vida, estuviera herida, lo destrozó. No lo había hecho él, pero tampoco había estado allí para salvarla. Y ese hecho seguramente lo cabreaba mucho.

– Fueron otros los que la lastimaron, señora. Y su nena debería haberme llamado para que la defendiera.

Ella frunció la boca.

– ¿Entonces por qué estás aquí?

– Para pedirle disculpas de parte de ellos y aclarar las cosas con ella acerca de no llamarme.

Él no era de evadir preguntas, y esta mujer probablemente prefería las respuestas directas. Asintió con la cabeza hacia la cocina.

– ¿Puedo…?

– Puedes sentarte a mi lado y disfrutar de mi cena de cumpleaños. Después, podría permitirte verla. -Los frágiles hombros se enderezaron, y ella levantó la barbilla.

Cullen sonrió, reconociendo el vivo retrato de su sub.

– Será un honor, señora. Mi nombre es Cullen O'Keefe.

La hija que estaba parada cerca envió a uno de los jovencitos a buscar otra silla.

Un minuto más tarde, Cullen estaba sentado al lado de la matriarca de la familia. Le recordaba muchísimo a su abuela cuando apuntaba con un tenedor nombrando a sus hijos y nietos.

Los bisnietos gateaban alrededor con el entusiasmo de perritos moviéndose demasiado rápido como para que ella los nombrase.

Cullen observaba a Andrea cargando comida, charlando con todos, riéndose de las bromas, jugando con rudeza con los más pequeños. Llevaba puestas unas bermudas de jeans y una camisa colorada que marcaba su figura, y maldición, estaba preciosa. Se sentó casualmente en el otro extremo de la larga mesa cubierta con un mantel blanco, y miró hacia arriba, diciendo,

Abuelita*, tenemos…

Su voz se apagó, y Cullen se encontró con su mirada de ojos muy abiertos, captó el destello de alegría, y entonces de dolor. Su rostro perdió toda expresión, y comenzó a levantarse. Para echarlo a patadas, sin duda.

La anciana apuntó con su tenedor a Andrea.

Siéntate. -Levantó la voz-. Él es Cullen, vino para ver a Andrea. Tuvieron una pelea, así que los estoy manteniendo separados hasta que el postre endulce sus temperamentos. -Las risas recorrieron toda la mesa.

La mirada furiosa que Andrea le envió debería haber tenido una astilla inflamable adherida. Él definitivamente tenía un trabajo duro por hacer.


¿Qué estaba haciendo él aquí? Sentándose entre su primo y la tía Rosa, Andrea intentó no mirarlo, pero no pudo evitarlo, especialmente cuando se rió, ese sonido tan peculiar y contagioso. Ya había embelesado a su abuela, el maldito barman que no era un barman, y tenía a la mitad de la mesa inclinada hacia adelante mientras describía una investigación sobre un incendio premeditado. Indudablemente no estaba escondiendo su ocupación ahora, ¿verdad?

Levantó la vista entonces y atrapó su mirada, sosteniéndosela con sus intensos ojos verdes hasta que la hizo sonrojarse. Hasta que deliberadamente la dejó ir.

– Es caliente, -Jasmine, una de sus primas adolescentes, susurró, abanicándose-. Y mira como si realmente pudiera patear culos, incluso el tuyo. ¿Dónde lo conociste?

– En un club. Pensé que era un barman. -No un maldito policía. Ella se encontró deliberadamente con su mirada esta vez, manteniendo su expresión dura. No ayudó. Él le sonrió, las líneas alrededor de sus ojos se arrugaron, y ella tuvo que apartar la mirada. Demasiados recuerdos la abrumaron con esa sonrisa, los de cómo la había mirado después de que habían hecho el amor.

Madre de Dios*, la forma como te mira, como si sólo estuviera esperando llevarte a la cama, -susurró Rosa.

– ¡Tía Rosa!

Rosa le dirigió una risueña sonrisa y le palmeó la mano.

– Tengo cuatro niños, y no llegaron con la cigüeña. He visto esa mirada en la cara de un hombre antes.

La cena fue eterna, y entonces los postres salieron de la cocina. Incluso el concentrado brownie de chocolate parecía insípido, aunque Cullen comió bastante e hizo suficientes cumplidos para complacer a cada mujer del lugar.

Cuando todos terminaron de comer y comenzaron a levantar la mesa, la Abuelita susurró algo en el oído de Cullen.

Él se levantó, caminó directamente hacia Andrea, y le tendió su mano.

– Fuimos autorizados a irnos para hacer las paces. Vamos.

Cuando lo ignoró, él apenas sonrió y la empujó hacia arriba. Colocó una mano en la parte baja de su espalda, empujándola suavemente cada vez que sus pies se detenían. El cabrón* sabía que ella no haría una escena en la fiesta de su abuela.

El calor de su mano y la intimidad de su toque allí, justo arriba de su trasero, la hizo encresparse de necesidad. La ignoró. En Shadowlands la habían llamado ladrona y la habían sacado a patadas. Su furia brotó otra vez.

– ¿Dónde podemos hablar? -preguntó él mientras salían del comedor.

– No quiero hablar contigo. -¿Por qué él había venido aquí? Todo en ella quería acurrucarse a su lado, sentirlo abrazarla más cerca, y al mismo tiempo, quería golpearlo con todas sus fuerzas.

– Eso es una lástima, dado que vamos a hablar ahora. -Miró alrededor y la dirigió hacia afuera de la puerta principal.

En los escalones, ella se plantó sobre sus pies y levantó la mirada.

– Te pondré sobre mi hombro, pequeña sub, -le dijo en voz baja.

– Soy una ladrona. No deberías estar hablando conmigo.

– No eres una ladrona. Nunca lo fuiste. Y Dan admite haber actuado como un imbécil. -Envolvió el brazo alrededor de su cintura, obligándola a bajar las escaleras, sujetándola tan cerca que su cadera se frotaba en contra de su pierna con cada paso-. Pero yo no lo hice. Deberías haberme llamado.

Andrea levantó la vista hacia él, su mente había quedado en blanco, y los ojos de Cullen se fruncieron. Su dedo le tocó el labio inferior.

– No me mires así. Tenemos una conversación que tener antes de que te bese.

Su aliento se cortó y se reanudó otra vez mientras él seguía caminando. El farol de la esquina proveía una tenue iluminación cuando alcanzaron la siguiente calle, y se detuvo al lado de su camioneta. Después de levantar la puerta trasera, subió a Andrea y la sentó allí. Colocó una bota al lado de ella sobre el metal y apoyó ambos brazos sobre su rodilla, bajando la mirada sobre su sub.

¿Cómo iba a luchar con él en esta posición? Comenzó a deslizarse fuera de la puerta trasera, y él ordenó,

– Quédate allí.

– Bien, -ella resopló, intentando ignorar la sensación fundente en su interior. Bajó la mirada a sus manos y vio que sus dedos temblaban, por lo que cruzó los brazos sobre su pecho. Dios, él estaba aquí. ¿Cómo podía odiarlo y quererlo tanto al mismo tiempo?

Una gran mano le ahuecó la mejilla. Su pulgar le presionó la barbilla hacia arriba obligándola a encontrarse con sus ojos.

– ¿Por qué no me llamaste? -le preguntó.

¿Qué? ¿Cómo se atrevía a intentar echarle la culpa?

– ¿Por qué no me llamaste ? Esperé… -Se atragantó de cuánto había deseado escucharlo.

– No sabía nada, dulzura. Volé a Miami la noche del sábado y regresé recién ayer, y entonces me enteré lo sucedido entre tú y Vanessa. -Su boca se apretó-.Y estuve tratando de encontrarte desde entonces.

Oh.

– Me fui de mochilera. -Destellos de felicidad burbujearon a través de ella. La había llamado-. Ni siquiera he pasado por casa todavía.

– Andrea, ¿por qué no me llamaste?

Ella cerró los ojos. El maldito Dom iba directamente al punto. No estaba preparada para responder a esa pregunta.

– ¿Entonces quién fue el que robó en Shadowlands?

– Vanessa mintió, y tú lo sabes. No juegues conmigo, mascota.

Pillada. Se contuvo de inclinarse hacia él y se echó hacia atrás.

– ¿Pero cómo metió el dinero en mi casillero?

– Tú, cariño, dejaste tu combinación en el banco aquel primer día.

– No puede ser-. El primer día. Entró al vestidor. Dejó el candado y el papel con la combinación sobre el banco. Escogió un casillero y puso el candado. Estaba guardando sus cosas… y fue distraída por la sorpresa de los otros aprendices al ver sus pantalones. Y nunca recogió el papel-. Idiota. Se lo hice tan fácil.

Sintió ganas de golpearse la cabeza en contra de una pared. Un poco tarde para eso.

– ¿Qué va a pasar con ella?

– Después de haberla interrogado, la dejé con Z para que se ocupe. Ella es su problema ahora. -Cullen se acercó y ella pudo sentir el calor irradiando de su cuerpo-. Z tiene pensado hacer un anuncio y disculparse las noches del viernes y del sábado, para que los integrantes sepan lo que sucedió. -Fuertes manos le separaron las rodillas, y él dio un paso entre sus piernas-. Así que estamos de regreso al problema entre tú y yo.

– ¿Por qué simplemente no dejamos todo como está? No vivimos en los mismos mundos. -La parte de ella que había permanecido fríamente enojada escupió esas palabras, y la otra parte se lamentaba porque no quería renunciar a él.

– Esa no es una opción. Inténtalo otra vez.

Sus ojos ardieron por la oleada de alivio.

– Mírate. No quieres terminar esto mucho más que lo quiero hacer yo. -Antes de que pudiera contestar, su mano la aferró de la nuca, y su boca cubrió la suya, separándole los labios, y tomando posesión. Profunda y furiosamente. Él se echó hacia atrás el tiempo suficiente para poner las manos debajo de sus muslos, levantarla, e intercambiar sus posiciones de manera que él quedó sentado sobre la puerta trasera. La hizo envolver las piernas alrededor de su cintura, empujándola más cerca hasta que su coño presionó en contra de una enorme erección.

Esta vez, cuando la besó, ella envolvió los brazos alrededor de su cuello. Dios, lo había extrañado.

– Aparentemente se reconciliaron. ¿Qué piensas, Julio? -Andrea se puso rígida ante el sonido de la voz de Rafael. Sus primos indudablemente habían salido a la calle simplemente para comprobar que estuviera bien.

Cullen apenas se rió entre dientes y miró a los dos hombres, parados con sus manos en sus bolsillos, sonriendo como tontos.

– Voy a llevarla conmigo antes de que tenga tiempo para cambiar de idea. -El brazo de Cullen se apretó, dominando su esfuerzo por apartarse-. Por favor agradézcanles a las señoras por la maravillosa comida y por permitirme participar de la cena de cumpleaños.

Sus primos se rieron y retomaron el camino de regreso a la casa.

¿Cómo se atrevía a decirles a sus primos qué hacer? Y a decidir por ella.

– No, yo no… -empezó.

– Pequeña sub… -la ronquera de su voz le congeló la lengua-… ya no estás autorizada para hablar.

Cuando todo dentro de ella se derritió, él la alzó en sus brazos, la puso en el asiento del lado del pasajero de su camioneta, abrochó su cinturón de seguridad, y cerró la puerta.


¿Qué había hecho? Andrea jugueteaba con el cinturón de sus bermudas y miraba ceñuda cómo la camioneta transitaba por la desolada carretera rural dirigiéndose al oeste. El húmedo perfume del pantano, las palmeras, y los naranjales flotaban a través de las ventanillas semi-abiertas. Había dicho que no. ¿Por qué no se había puesto firme? ¿Por qué él la había empujado?

Porque era un condenado Dom y podía saber que ella quería irse con él. Y oh, realmente quería. Esto era sencillamente tan confuso. ¿Él realmente la quería?

Y además, todos decían que no llevaba a nadie a su casa. O tal vez lo hacía y nadie lo sabía.

– Cuánta reflexión. -La mano de Cullen se cerró sobre sus dedos fríos-. ¿Llegaste a algunas respuestas?

– No. -dijo suspirando. Únicamente que quería irse con él más que nada que había querido en mucho, mucho tiempo. Curvó las manos alrededor de sus grandes dedos. Callosos y calientes.

El coche desaceleró, y los focos delanteros iluminaron el final del camino y una solitaria casa de una planta, blanca con molduras verde oscuro. Cullen entró el coche en el garaje.

Andrea abrió su puerta y se bajó mientras las luces se encendían. La frialdad del garaje la envolvió, oliendo a los gases del escape y a aceite, a serrín y pintura. La pared del fondo contenía herramientas colgadas sobre una vieja y estropeada mesa de trabajo. La estudió por un segundo. Sí, podía ver a sus hábiles manos haciendo trabajos de carpintería.

La condujo a una cocina de apariencia rústica con armarios del roble, mostradores con azulejos verde oscuro, y una mesa grande. Acogedor. Agradable.

– ¿Qué te gustaría beber? ¿Zumo, alcohol, agua?

– Nada, gracias. -Parada en el centro de su cocina y con los brazos envueltos a su alrededor, se sentía tan incómoda e inadecuada como en alguna entrevista de trabajo. La excitación que había sentido al verlo otra vez había desaparecido durante el viaje. ¿Qué ocurriría ahora? ¿Pensaba arrastrarla dentro de un dormitorio para tener sexo?

Cullen estudió su rostro durante un minuto.

– Ven, mascota. -La empujó hacia él-. Te presentaré a Hector.

Al otro lado de una oscura sala de estar, abrió unas puertas francesas y salió a una amplia cubierta con piso de madera.

Un enorme perro apareció de la nada, saltó, y golpeó a Cullen hacia atrás en contra de la barandilla.

Oh, Dios. Andrea se congeló, entonces oyó el profundo estrépito de la risa de Cullen.

– Abajo, idiota. Muestra un poco de modales. Tenemos una invitada.

Andrea se llevó la mano al pecho, sintiendo los furiosos latidos de su corazón. El cabrón* casi le provoca un ataque al corazón.

El perro se sentó, su lengua colgando. Desaliñado pelo grisáceo. Una muy larga nariz. Las puntas de sus paradas orejas se doblaban hacia abajo.

– ¿Qué raza de perro es?

Cullen se rió, y acarició el pelaje del perro.

– Una mezcla, pero principalmente Airedale terrier. Salió de un criadero.

El perro inclinó la cabeza, obviamente explorándola.

– Andrea, éste es Hector. Hector, sé educado y saluda a Andrea. -Cuando el perro levantó una pata, Andrea sonrió y se sentó en cuclillas para quedar a su mismo nivel.

Algún día ella tendría una casa y un perro también. Sacudió la pata del perro, y como si manejara las formalidades, Hector empujó la cabeza en contra de su estómago, haciéndola caer encima de su trasero.

– Maldición. -Cullen agarró el collar de Hector y lo arrastró hacia atrás-. Lo siento, Andrea.

Ella soltó una risita y le tendió una mano al perro. Su corta cola empezó a menearse y el perro empujó hacia adelante hasta que pudo acariciarlo. Cuando Cullen lo dejó ir, ella terminó con el perro entre sus brazos.

– Le gustas, parece.

Obviamente pensando que tenía el tamaño de un caniche, Hector se tumbó torpemente sobre su regazo, su cola colgando a un lado. Andrea sonrió levantando la vista hacia Cullen.

– Es adorable. Apuesto a que le gusta todo el mundo.

– Casi nadie. Es muy remilgado acerca de sus amigos.

Ella abrazó al perro, se ganó algunos resuellos y se rió cuando él le empujó la mano con el hocico para conseguir más mimos. Sus andrajosos bigotes y pelos le recordaron a su profesor de historia.

– Hector, es hora de jugar.

El perro rebotó contra su regazo, corrió al otro lado del patio, y regresó con un palo pelado de treinta centímetros de largo.

Cullen le tendió una mano a Andrea y la ayudó a ponerse de pie, entonces le hizo señas al perro.

– Vete, amigo.

Andrea comenzó a seguirlo, pero Cullen metió un dedo debajo de su cinturón para detenerla.

– ¿Qué?

– Desnúdate, -le dijo.

– ¿Perdón?

– Hace mucho calor. -Después de apartarle las manos, él tiró de su camiseta por encima de su cabeza, desabrochó su cinturón, y dejó caer sus bermudas. El sostén y la tanga fueron lo siguiente. Ella se quedó parada, aturdida-. Me gusta verte sin ropa.

La empujó hacia los escalones.

Ella miró por encima de la barandilla, esperando ver un patio trasero. En lugar de eso un camino conducía al alto banco de arena de una playa, la arena era blanca bajo la luz de la media luna. ¿Una playa? Se volvió.

– No voy a ir allí afuera desnuda.

Él le dirigió una mirada nivelada que le derritió los huesos.

– Sí. Irás.

– Pero…

Sus manos le ahuecaron los pechos, y sus pulgares hicieron círculos sobre sus pezones. El calor se disparó como un relámpago por ella, y contuvo el aliento.

– Éste es mi cuerpo, Andrea. Mío para dirigir. -Pellizcó un pico, y sus rodillas se bambolearon-. ¿Es así?

Dios, esto era diferente al club. Solos él y ella, y sin embargo hacía que la reacción a su control fuera más apasionada. Apretándole la espalda en contra de la barandilla, le inclinó la barbilla hacia arriba.

– Contéstame, sub. ¿Es así?

– Sí, -susurró ella, desamparada en contra de la demanda en sus ojos-. Sí, Señor.

– Muy bien. -La besó, dura, posesiva y concienzudamente, hasta que sus pezones estaban doloridos y su coño humedecido-. Algunos Doms sólo ejercen el control en el dormitorio o en los clubes, otros lo hacen todo el tiempo. Yo estoy a mitad de camino entre los dos.

Él esperaba tener el control… más que únicamente en el sexo. La excitación competía con la inquietud dentro de ella, y curvó las manos alrededor de sus antebrazos. Ella quería esto, pero era una mujer profesional, una…

– No necesito a una esclava, Andrea. Puedo cuidar de mí mismo. Pero quiero a una sub desnuda en mi regazo mientras observo las noticias de la noche. -Los ojos de Cullen se entrecerraron. La imagen de sentarse en su regazo, teniendo a sus manos vagando sobre ella sin ropa que limitaran el acceso la calentó a pesar de la brisa de la playa.

La empujó hacia los escalones otra vez.

– Ahora vamos.

Recorrieron un pequeño camino a través de algas marinas y juncos, cruzando dunas de la playa, y atravesando un banco de arena blanca. Hector trotaba de un lado a otro por la arena, sosteniendo su palo bien alto.

– Tráelo aquí, -dijo Cullen. El perro saltó más cerca y dejó caer el juguete. El Maestro Cullen lo arrojó directamente adentro del océano. Hector salió como una flecha detrás de él. El perro se arrojó a través de las olas, y un minuto más tarde, regresó con el premio.

Después de varios lanzamientos, Cullen lanzó volando la vara atrás hacia la casa. Aterrizó en lo que se parecía a un pasamanos confeccionado con barrotes, troncos y pequeñas tarimas. Un patio de juegos gigante.

Postes de metal con una barra muy alta los atravesaba. Anillos como los que usaría un gimnasta.

– ¿Qué es todo eso? -preguntó Andrea.

La caliente mano del Señor le cubrió un pecho, y la otra mano sobre su trasero la mantenía quieta mientras le pellizcaba el pezón suavemente.

– Lo uso para hacer ejercicios… y para colgar sumisas insubordinadas.

– Oh, bueno. -Sus palabras salieron asquerosamente ahogadas-. Es bueno que yo sea tan obediente.

La sonrisa de Cullen brilló bajo la luz de la luna, su salvaje rostro oscurecido por las sombras.

– No es así.

Finalmente Hector regresó, con la cabeza bien alta como si llevara las joyas de la corona. Dejó caer el palo a los pies de Cullen y se tumbó en el suelo, agitado.

La arena enfrió los pies descalzos de Andrea cuando se movió más cerca del agua. Las olas lavaban sobre la costa, siseando al retroceder otra vez. La luz de la luna brillaba sobre el agua tornando a la espuma de un blanco iridiscente.

– Esto es realmente hermoso. Y tan tranquilo. -De hecho, apenas podía percibir las luces de la casa más cercana. Una playa privada. ¿Cómo hacía un policía para permitirse una casa junto a la playa? Frunció el ceño.

Él debió haber registrado la mirada sospechosa, y se rió por lo bajo.

– No estoy sobornando a nadie. Mis bisabuelos compraron este lugar, y lo preferí en lugar del dinero o de la propiedad en Chicago. Todos saben que odio el frío. -Sonrió-. Veo a mi familia todos los inviernos después de las primeras nevadas.

La forma cariñosa con la que hablaba de su familia la hizo sonreír. Tal vez tenían más cosas en común que lo que había pensado. Él había parecido sentirse verdaderamente como en casa con su horda de parientes.

Una vez que regresaron a la cubierta, Cullen se apoyó sobre la barandilla para observar el agua. Ella permaneció parada a su lado, disfrutando de la paz de la noche. Pero cuando la brisa húmeda la enfrió, tembló y envolvió los brazos alrededor de sí misma. ¿Le gritaría él si se volviera a vestir? Levantó la vista y se encontró con su mirada.

Cullen frunció el ceño.

– Andrea, esto funciona de esta manera: “Tengo frío, Señor…” No, “tengo frío, Señor* [26]. ¿Puedo vestirme?” Di exactamente eso. -Su voz era suave como el murmullo de las olas.

Ella apretó las manos, y lo miró. ¿Por qué insistía en hacerle hacer esto?

– Tengo frío, Señor. ¿P-puedo vestirme? -¿Por qué le resultaba tan difícil admitir una debilidad? ¿Que necesitaba ayuda?

– Buena chica. -Su sonrisa de aprobación instaló un fulgor en su interior que la ayudó a calmar las emociones que la perturbaban. Él desapareció dentro de la casa y regresó con una larga y mullida bata, y con dos bebidas.

Después de ayudarla a ponerse la bata, la levantó y se acomodó en una enorme reposera de madera.

Su cuerpo irradiaba calor como una acera de Tampa bajo el sol del verano, y ella suspiró y se acurrucó más cerca.

– Increíble que puedas tener frío en Florida. -Le ofreció un vaso-. ¿Alguna vez fuiste a la nieve, muchachita bronceada?

Ella le aporreó el hombro por el término ofensivo [27], entonces curvó un brazo alrededor de su amplio pecho.

Esperando que fuera agua, tomó un largo trago de la bebida y tosió. Un muy, muy fuerte whisky con 7up. El alcohol le quemó todo el camino hacia abajo y se difundió hacia afuera.

– Voy a esquiar a Colorado todos los inviernos.

– ¿En serio? Esquiar es bueno. ¿Qué más?

– Bueno, viajo de mochilera de vez en cuando: Yosemite, Banff, las Montañas Rocosas. Buceo a veces.

Él resopló una risa.

– Eres un machote pequeña sub, ¿verdad? -Ella podría haberse sentido ofendida a no ser por el complacido tono de su voz.

– ¿Y qué haces tú en tus vacaciones?

– Exactamente las mismas cosas y visito a mis parientes en Chicago. -Le dio un tirón en su pelo- Siento que tus padres hayan muerto, aunque Antonio no sonaba como si le gustara tu padre.

– Él no lo conoció a mi padre antes… -Levantó su vaso por un trago. Vacío. ¿Ella ya se había bebido todo eso?

– ¿Antes de qué? -Le sacó el vaso de sus dedos y lo colocó sobre la mesa.

– Antes de que una bomba artesanal explotara cerca de él.

– Cierto, un militar. ¿Cuánto se lastimó?

Andrea observó a una nube pasando delante de la luna.

– El brazo y la pierna. Le amputaron la pierna por encima de la rodilla. Tenía una prótesis para poder caminar con un bastón. No muy bien, dado que tenía un gancho en lugar de una mano de ese lado. Bromeaba sobre ser El Capitán Garfio. -Pero en cierta forma eso ponía en evidencia que a él no le hacía ninguna gracia, aunque esperaba que las personas se rieran. Cada vez que su papá se burlaba de sí mismo con esa voz tan amarga, su estómago se retorcía.

Cullen la estudió, y entonces preguntó,

– ¿Qué le ocurrió a tu mamá?

– Murió de un aneurisma cuando yo tenía nueve años. -Tan repentino. Se había quejado de un dolor de cabeza, y luego se había ido.

– Lo siento, cariño. -La empujó más cerca, besó su sien, y la inesperada comprensión le hizo arder los ojos.

– ¿Cómo se las arregló tu padre? ¿No necesitó muchísima ayuda?

– Oh, aprendí a hacer todo lo que él no podía. Y él era bastante competente con sólo una mano. -Hasta que comenzó a vivir dentro de una botella. Entonces su mano buena se agitaba tanto, que él no podía sujetar los broches de su pierna artificial ni los botones de su ropa. Su temperamento estallaba y… ella había aprendido sus primeras lecciones de cómo evadirse para cuando había alcanzado los diez años.

– Shhh, -el Señor murmuró y se llevó su mano encerrada en un puño a la boca, abriendo y besando cada dedo. Su aliento sopló calor sobre su piel fría-. ¿Eras sólo una mocosa, no? Jessica dijo que aprendiste a luchar a los diez años. ¿Él te enseñó?

– Después que mamá murió, nos mudamos a un… asqueroso barrio de mala muerte. Cuando fui agredida, él realmente se cabreó por no poder hacer nada. -“No puedo trabajar, no puedo proteger lo que es mío. Soy un inútil. Debería haber muerto allí mismo.”

Una tarde, él se había quitado la furia en la cocina hasta que todos los platos de boda de mamá quedaron hechos trizas.

– Por lo tanto, -Andrea continuó-, él decidió que yo tendría que defenderme. No fue un maestro fácil. Juro que me dejaba más magulladuras y narices sangrando que… -¿Qué estaba diciendo? Puso la mano sobre su boca.

– ¿Hacía eso? -Las palabras entrecortadas no sonaron como las del Maestro Cullen en absoluto-. ¿No había nadie para ayudarte allí?

Ella se puso rígida.

– Estábamos bien.

– Ya veo. Solos tú y él, apañándoselas. Y por lo que dijiste en el club, tu padre no habría aceptado ayuda de cualquier manera, ¿correcto?

– Por supuesto que no. Y no era tan malo. Nos divertíamos juntos. -A veces. Especialmente antes de que él estuviera borracho todo el tiempo. Veían televisión, como El Viaje Increíble, y él le contaba del perro que había tenido de niño. Un día se les había agotado casi todo, por lo que ella hizo emparedados de mantequilla de cacahuete y jalea para desayunar, y él se había reído. Una vez le había comprado un cono de helado para celebrar las buenas notas de su libreta.

– Le amabas, ¿eh?

– Ajá. -Lo amaba y odiaba y maldecía por ser tan débil para dejar de beber, por ser un borracho egoísta, por nunca, jamás hacer lo que había prometido. Ni siquiera seguir viviendo. Ella pestañeó cuando Cullen pasó el dedo sobre su mejilla mojada.

– Oh, nena, -murmuró Cullen, su voz casi ronca-. No fue fácil para ti, ¿verdad? -Un padre alcohólico, y esas sesiones de entrenamiento suyas sonaban como una mierda.

Sí, el hombre definitivamente había tenido mala suerte, pero, en lugar de sobrellevarlo juntos, había convertido a su niñita en su enfermera y en su saco de arena. Jodido hijo de puta.

– Pero tienes familia para ayudarte ahora, ¿no? -preguntó Cullen.

– No necesito ayuda, -le respondió, tan automáticamente que él supo que ésta era su respuesta habitual. Sus ojos se estrecharon.

– Todos necesitamos ayuda a veces.

– Es mejor sólo contar con uno mismo. Los demás… -“Te decepcionarán”, terminó él en su cabeza. Como su padre siempre lo hizo. Buena cosa que el tipo estuviera muerto, o él y Cullen habrían tenido una pequeña discusión.

– ¿Crees que tu abuela te decepcionaría?

Ella pestañeó.

– Bueno, no. Pero me gusta poder hacer las cosas por mí misma. No quiero molestar a nadie.

“No quiero molestar a nadie”, Cullen repitió lentamente, las palabras crispándole los nervios como un trozo de cristal.

– Mi madre decía muy seguido eso.

Él supo que había gruñido por la forma en que la expresión de Andrea se volvió cautelosa.

– ¿Por qué eso hace que te enojes? -ella le preguntó.

– Mamá había estado teniendo dolores de estómago. Sus ojos no estaban en condiciones para conducir, pero no quiso molestar a nadie para que la llevara al médico. No por algo que probablemente no fuera nada.

Los dedos de Andrea se envolvieron alrededor de su mano.

– ¿Qué pasó?

– Lo que probablemente no era nada terminó siendo un cáncer de ovarios. Para cuando el dolor llegó a ser tan excesivo como para no ignorarlo, ya era demasiado tarde. -Toda esa energía y fuego lentamente se esfumaron, dejando atrás sólo una cáscara desgarradora. Él abrió su mano antes de aplastar los dedos de Andrea.

– Lo siento, Señor.

– Todos lo hicimos. Mi padre todavía se siente culpable. -Pasó un dedo acariciando la suavidad de su mejilla-. No debería culparse. Él se habría desvivido por ella, pero ella nunca aceptó que lo hiciera. Le gustaba dar, pero no aceptaba la retribución.

– Bueno…

– Una relación necesita dar y recibir. Yo necesito de ambos, dulzura. -Él bajó la vista a sus ojos ámbar-. Cuando no me pides ayuda… eso me molesta como Dom y como tu amante.

Ella se puso rígida en sus brazos.

– Me gusta ser independiente.

– No tienes que estar siempre de pie, a veces está bien inclinarse un poco. -Le inclinó la cara hacia arriba-. Quiero saber que te apoyarás en mí cuando necesites ayuda. ¿Puedes hacer eso?

– Lo intentaré.

– Bien. -Se puso de pie, sosteniéndola en su contra-. Acabo de darme cuenta de que nunca hemos disfrutado de una cama juntos. Creo que es una deficiencia que necesitamos enmendar.


Más tarde esa noche, Cullen regresó luego de deshacerse de un condón. La luz de las velas titilaba con la brisa de las ventanas abiertas e iluminaba sobre la pequeña amazona enredada en su cobertor. Sus suaves labios se habían sentido tan bien alrededor de su polla como él había imaginado, y luego finalmente había tenido la posibilidad de atarla y tomarla en su propia cama. Y se veía absolutamente perfecta, pensó, sonriéndole.

Su rostro y sus pechos estaban ligeramente irritados por la barba, sus labios hinchados, sus brazos todavía sujetados por encima de su cabeza. Levantó la vista hacia él con ojos pesados cuando le desabrochó los puños de los tobillos y liberó sus piernas.

– ¿Es hora de dormir? -le preguntó con la voz ronca.

– Casi, mascota, casi.

Bajó la mirada a su ingle, y parpadeó.

– ¿Otra vez?

– Sí. -La volteó, empujó a su culo alto en el aire, y se deslizó en su interior. La sensación que lo estremeció lo hizo sentirse curiosamente como si hubiese regresado a casa.

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