CAPÍTULO 14

Cuando entró en el vestidor, Andrea vaciló ante el sonido de la voz de Heather y el tema sobre el que estaban hablando.

– Todavía la estaba abrazando cuando me fui. Y Jessica dijo que Z estaba organizando una fiesta después de cerrar con algunos de los Maestros.

– Estás equivocada. El Maestro Cullen no estaría interesado en ella, -dijo Vanessa-. Sería demente. Es una criada, por el amor de Dios.

– ¿Sí? -Sally divisó a Andrea y puso los ojos en blanco con regocijo-. ¿Y qué?

– Y que no encaja aquí con nosotras. Ella es…

– Andrea, va a ser mejor que te cambies rápido, o llegarás tarde, -la instó Heather.

Vanessa miró por encima de su hombro e hizo una mueca.

– Oh, miren lo que arrastró la marea… -Andrea levantó la barbilla. Se había topado con esa actitud antes e indudablemente lo haría otra vez.

Estaría maldita si iba a dejarse manipular. Especialmente ahora.

Abrió su casillero, los dedos temblándole un poco. Vería a Cullen en un minuto. ¿La trataría de manera diferente después de lo de anoche? Le había dicho que su procedencia no le importaba, pero había tenido tiempo para pensar. ¿Habría cambiado de idea?

Y ella también había pensado en eso y había llegado a una incómoda decisión. Si él de verdad quisiera continuar con ella, entonces necesitaba hablarle sobre su pasado. Sobre Enrique Marchado y sobre sus primos. Sobre ella. Se le revolvió el estómago. Quizás a él no le importaría. Tal vez había querido decir exactamente lo que dijo. Sus esperanzas se mezclaban con sus ansiedades hasta que parecía como si con cada latido del corazón intercambiaba sus emociones encendiéndolas y apagándolas como un interruptor.

Lo sabría lo suficientemente pronto. Después de colgar su americana en el casillero, revisó su vestuario. El Señor lo había sugerido anoche durante la discusión sobre el vestuario de las sumisas, y entre los trabajos, ella se había confeccionado este traje.

– Ey, eso es lindo, -dijo Dara. La chica de rudo aspecto gótico se rió sorprendentemente alto-. Me gustan las orejas de gato.

Andrea sonrió abiertamente. La mayoría de los trajes de gato en venta, o se veían tontos o como el traje de una criada con orejas. Había encontrado un par confeccionados con un estilo catsuit. Pero el Señor no apreciaba que sus subs vistieran demasiadas ropas, y quería complacerlo. Ella realmente no había comprendido cuándo él había hablado sobre la diferencia entre seguir las reglas y complacerlo. Ahora lo sabía.

Mientras se vestía esta noche, se había imaginado cómo se iluminarían sus ojos y cómo conseguiría esa caliente mirada en ellos, la mirada que la hacía desear sentir sus manos sobre ella. Oh Dios, deseaba muchísimo eso.

Vanessa la miró por arriba y sorbió.

– De mala fama.

– No lo creo. -Sally enganchó su media de red a un liguero-. Es increíblemente sexy. ¿Te importa si te lo copio la próxima semana?

Andrea se rió.

– Siéntete libre. De hecho, tal vez deberíamos tener una noche de gatos en alguna ocasión.

– Una noche de sexo [23]. -Dara se miró las uñas-. Apuesto a que puedo encontrar un guante con garras.

– ¿No debería tu traje tener una cola? -preguntó Heather.

– El Maestro Cullen dijo que él tenía una para mí.

– ¿En serio? Oh, hombre. -Sally le dirigió a Andrea una mirada conocedora que hizo estallar cada ansioso nervio de su cuerpo.


Cullen encontró a los aprendices ya arrodillados. Caminó alrededor de la fila, manteniendo su mente estrictamente en el asunto. Austin recibió un asentimiento de aprobación. Apretó el corsé de Heather, disfrutando de su pequeño temblor cuando la estrechez se incrementó. Sally, como siempre, se veía adorable. Tenía la gracia de una niña para vestirse.

Vanessa. La boca de Cullen se afinó. Anoche, se había comportado insolentemente con un Dom nuevo que no se ajustaba a sus altos estándares.

– Cuando llegue Gary, le pedirás disculpas por tu rudeza y le pedirás que te discipline.

La morena lo miró furiosa por un segundo antes de contenerse y suavizarse.

– Por favor, Maestro Cullen, ¿no puedes castigarme tú?

Esta sub no estaba actuando bien. Demasiado egocéntrica. Demasiado competitiva. Él dio un paso atrás y cruzó los brazos sobre su pecho.

– Si Gary no queda satisfecho con tu sumisión, te ataré en el banco de azotes y dejaré que cada Dom del lugar tenga su turno con una vara. ¿Fui claro, Vanessa?

Sus ojos bajaron.

– Sí, Señor.

– Ve.

Sólo quedaba Andrea. La levantó sobre sus pies y sonrió. Llevaba puesto un sostén haciendo juego con una tanga con rayas atigradas y un ribete negro de piel. Pasó un dedo a través de la parte superior de la tanga… el pelaje muy suave… y observó a los músculos de su estómago contraerse. Había confeccionado el traje hasta con los puños de piel negra y polainas. Las negras orejas de gato asomaban por debajo de su mata de cabello rizado.

– Ahora, ese es un muy bonito atuendo, dulzura, -le dijo suavemente.

Sus ojos dorados se iluminaron como el sol.

Su pequeña tigresa. Pasó una mano bajando por su brazo, deseando nada más que llevarla al piso de arriba y tomarla una y otra vez hasta que ella gimiera con su liberación como una gata en una noche oscura, arañando su espalda mientras se corría. Más tarde, amigo; tendrá que ser más tarde.

Aún así… Con las aprendices ausentes y sólo Ben en el cuarto, Cullen podría al menos tomarse un aperitivo. Apoyó una mano en su delgada nuca. Poniendo una pierna entre las de ella y una mano debajo de su culo, la deslizó hacia arriba por su muslo hasta que sus labios encontraron los de él. Devastó su boca, apenas controlando el deseo de empujarla en contra de una pared y devastar todo lo demás. Cuando se echó hacia atrás, los brazos de Andrea se aflojaron de alrededor de su cuello lentamente, sus ojos deslumbrados, su labios hinchados y húmedos.

La dejó deslizarse bajando por su pierna, sabiendo el efecto que la fricción tendría sobre su pequeño y sensible clítoris.

– Eres un hombre malvado. -Su susurro fue casi un quejido.

Metió los dedos debajo de su tanga. Muy, muy mojada. Dios, amaba eso.

– ¿Cómo me llamaste?

– Eres un hombre malvado, Señor*.

– ¿Estás libre de planes para esta noche? -Deslizó un dedo sobre su clítoris.

Andrea se quedó sin aliento mientras él frotaba de un lado para el otro, y sólo se las arregló para asentir con la cabeza. Él empujó un dedo en su interior, disfrutando de la manera en que apretó las manos sobre sus brazos, clavándole las uñas como pequeñas garras. Receptiva pequeña tigresa.

– Bien. -Le sonrió y se inclinó para besarla otra vez cuando un ruido desde el otro lado del cuarto atrajo su atención.

Vanessa se encontraba justo dentro de la puerta de la recepción del club, sus nudillos presionados en contra de su boca. Lentamente dio un paso atrás y desapareció dentro del bar sin decir una palabra.

Andrea levantó la vista, sus ojos preocupados.

– Te oyó. ¿Estarás en problemas? Digo, como el entrenador…

– No, pequeña tigresa. -Reluctantemente, Cullen se alejó-. Son mis propias reglas, no las de Z. -Y según esas reglas que él había establecido, no podría continuar como un entrenador si se comprometiera. Él y Z necesitaban hablar-. Entra. Y ve al bar en cinco minutos. Tengo un regalo para ti que podría o no gustarte.

Ella tragó.


Vanessa se había puesto furiosa de verla con el Maestro Cullen, Andrea lo sabía. ¿A las otras aprendices les importaría? El pensamiento de la furia de ellas le revolvió el estómago. Le gustaba pertenecer a un grupo. Hacer amigas. No había tenido amigas antes. De niña, durante los breves períodos cuando su padre no la había necesitado, pasaba tiempo con Antonio. Luego, cuando vivió en Drew Park, nadie quería una amiga relacionada con el traficante Enrique Marchado. Después de eso, había estado muy ocupada ganándose la vida e iniciando su negocio.

Ahora tenía tiempo para los amigos, pero había descubierto que eran difíciles de encontrar. Pero en Shadowlands, tal vez eso era diferente.

Caminó a través del bar e intentó ignorar la humedad de su tanga. Maldito sea el hombre, sabía exactamente lo que le había hecho. No obstante, ella había sentido su impresionante erección en contra de su estómago. No sufriría sólo ella esta noche.

Pero ¿y si el Maestro Z la asignaba a otro Dom? Se mordió los labios cuando una súbita preocupación la atravesó. ¿Su Señor se opondría?

La música comenzó en la pista de baile. Sonaba como a Adán y el Antz [24]. En las mesas del bufet, Heather estaba acomodando los bocadillos. Austin salió por el pasillo de atrás, y las luces se encendieron en las habitaciones temáticas. Los arreglos usuales para comenzar la noche. Andrea se dirigió hacia la barra.

Oh. Con los brazos cruzados sobre su pecho, el Maestro Cullen estaba observándola, su expresión ilegible. Nuevamente en modo entrenador. Lo miró sintiéndose nerviosa. ¿Por qué Sally la había mirado con tanta compasión?

Los miembros ya habían comenzado a dispersarse adentro. Los Maestros Nolan, Dan, y Marcus estaban sentados en la barra junta a la Ama Olivia.

– Creo que mi pequeña tigresa necesita una cola, -dijo el Señor, su voz haciendo eco en el cuarto despoblado. Buscó algo debajo de la barra, entonces desapareció y apareció delante de ella con una cola, larga y peluda, en la mano. Andrea frunció el ceño, buscando alfileres o correas. ¿Cómo la mantendría en el lugar?

Él sonrió lentamente, la levantó, y la colocó boca abajo sobre la barra.

– ¡Ey! -Ella comenzó a intentar zafarse y se ganó una dura palmada en el trasero y una fuerte mano empujándola hacia abajo.

– Quédate quieta. -Su voz se profundizó, y ella dejó de luchar.

La cola. Relájate. Sujetará la cola a algo y…

Sintió que la tanga entre sus nalgas era movida, y entonces a su gran mano separándole las mejillas. Sus ojos se ampliaron, y empezó a patalear, pero el duro cuerpo masculino se apoyó en contra de sus piernas.

– No puedes ser una tigresa sin una cola, cariño, -dijo el Maestro Cullen, su voz divertida-. Sencillamente le faltaría el toque final.

Algo presionó en contra de su ano, frío y resbaladizo. Ella se contoneó, tratando de escaparse, con sus manos aferrándose a la superficie de la barra, pero la presión continuó, y entonces, con un plop, entró en ella y se acomodó adentro. Sus músculos se cerraron alrededor de la parte más pequeña. Dios, le había hecho eso otra vez.

– Allá vamos, todo listo, -Cullen murmuró, palmeándole el trasero. Movió la cola ligeramente hacia un lado para que su tanga presionara apretadamente en contra del tapón.

Ella apretó los dientes, intentando no lloriquear, y entonces no pudo evitarlo cuando sus dedos se deslizaron más hacia adelante y sobre su coño. Se retorció cuando le acarició el clítoris, convirtiéndolo en un doloroso nudo. Lentamente empujó un dedo dentro de su vagina, y ella pudo sentir cada centímetro entrando. Su dedo en un lugar, el tapón en el otro… Las sensaciones eran demasiado.

Él se inclinó hacia adelante, su dedo todavía dentro de ella, su duro pecho en contra de su espalda, mientras le susurraba,

– Más tarde esta noche, seré yo el que esté dentro de ti, tomando a mi pequeña tigresa desde atrás de esta manera. -El dedo se deslizaba adentro y afuera de ella, y cada hueso de su cuerpo se derritió-. Y entonces, algún día… pronto… mi polla estará en el lugar de ese tapón.

Lo movió, y ella inhaló profundamente ante la sensación. Se sentía… diferente ahora con su clítoris palpitando. Erótico. Excitante.

¿Pero tenerlo a él dentro de ella? ¿Poner a esa enorme polla… allí? Madre de Dios*.

Él se incorporó y la colocó sobre sus pies. Su trasero se cerró sobre el tapón anal, y la hizo respingar. El dedo de Cullen le levantó la barbilla.

– Ese es un tapón muy, muy pequeño, -le dijo-, así que puedes llevarlo puesto mucho tiempo sin problemas. Pero si comienza a doler, espero que me lo digas, ¿fui claro?

– Sí, Señor.

– Bien. -Apresuró un duro beso sobre sus labios, la volvió alrededor, y le abofeteó el trasero, haciendo que la cosa en su interior se moviera. Ella lo fulminó con la mirada y se alejó con el rugido de su risa.

La cola golpeaba en contra de sus piernas con cada paso que daba.


Cullen se lavó y regresó al trabajo de la barra. De vez en cuando, chequeaba el cuarto en busca de Andrea.

Ella no había regresado a la barra durante un buen rato, y no la veía en el cuarto. Para ser honesto, disfrutaba de observarla; le alegraba completamente la noche. Sacudió la cabeza y terminó de hacer un mojito de frambuesa para Maxie, y lo entregó.

¿Cuándo tiempo hacía que no se sentía así?

No desde que Siobhan había estado viva. Sí, recordaba esos primeros días apasionados de enamoramiento. Su mano se detuvo ante esa frase, y su intestino se apretó. ¿Amor?

Tal vez. Pero no había prisa. Disfrutaba demasiado de la libertad de su vida como para meterse dentro de otra relación.

– ¿Maestro Cullen?

Sus ojos se enfocaron, y se dio cuenta de que acababa de derramar tequila por todo el mostrador.

– ¡Carajo! -Apoyando de un golpe la botella, oyó la risa gutural de Andrea.

Su pecho se oprimió con ese sonido. Sacudió la cabeza. Patético, Cullen. Tendió la mano hacia su orden de bebidas.

Cuando ella se la entregó, él miró ceñudamente a sus muñecas.

– Aunque lleves puestos los puños de piel, igualmente necesitas los de aprendiz, cariño.

– Oh. Bueno.

El deseo de abrochar sus propios puños en ella lo atravesó. No.

– ¿Dónde has estado de cualquier manera? Los miembros en tu sección han estado viniendo a la barra a buscar sus bebidas.

– L-lo siento. -Se sonrojó, entonces palideció-. Yo… Una sub quedó perturbada después de una escena, y el Dom que había estado con ella simplemente se marchó. Cuando comenzó a llorar, me quedé con ella.

Examinándola, él dijo,

– Usualmente azotamos a los aprendices que abandonan sus deberes. -Ella se sobresaltó, pero a juzgar por la postura de sus hombros y barbilla, haría lo mismo otra vez y tomaría el castigo. La pequeña sub tenía un corazón blando, ¿verdad? Y el suyo estaba en un condenado problema. Salió desde atrás de la barra.

Las manos de Andrea se apretaron a sus lados. Maldición. Estaba completamente segura de que la arrastraría a una cruz y la azotaría.

Sacudió la cabeza, la agarró por la parte superior de sus brazos, y la levantó de puntillas para conseguir el beso que había estado esperando desde justo después del último. Luego de un segundo, sus labios se suavizaron debajo de los suyos; luego de dos, había tomado completa posesión de su boca. Y allí él se quedó, saboreando el toma-y-daca, el calor y la humedad. Cuando la dejó echarse hacia atrás, sus pechos se bamboleaban por la intensidad de su respiración, y sus pezones asomaban por debajo de las rayas atigradas.

Todavía sosteniéndola por el brazo, le ahuecó un pecho para acariciar con el pulgar un pico, y vio a su rubor oscurecerse. Inclinándose hacia abajo, le murmuró en el oído,

– Pequeña y compasiva sub, si te atara en la cruz ahora mismo, no sería una paliza lo que recibirías.

Con los dedos sobre su pecho, él podía sentir el incremento de su ritmo cardíaco. Un dejo de diversión apareció en los ojos de Andrea, y sus labios se curvaron.

– A tus órdenes, Amo. -Amo. Dios, le gustó como sonó eso en sus labios. Inhalando profundamente, hizo a un lado la tentación.

– Es cierto. Así que ve a ponerte tus puños. Y llevaste puesta esa cola el tiempo suficiente, así que quítatela, y trae tu culo de regreso aquí. -Vio a Vanessa esperando en el sitio para las camareras, un profundo ceño fruncido en su cara mientras golpeaba ligeramente los dedos sobre la barra-. Tu compañera tiene demasiado trabajo.

Andrea exhaló un decepcionado suspiro.

– Sí, Señor.

Mientras la observaba alejarse, con sus caderas bamboleándose suavemente, su bíper sonó.


Más tarde esa noche, Andrea esperaba en la barra con una orden de bebidas y de muy mal humor.

En algún momento de la última hora, el Maestro Cullen había desaparecido, dejando al Maestro Raoul en su lugar.

¿Su Señor se había ido a casa enfermo? Se mordió los labios, preguntándose si Raoul se lo diría. Comparado con algunos de los otros Maestros, él era bastante más accesible.

O tal vez ella debería llamar al Señor. Le había dado su número de celular la última anoche cuando la acompañó a su coche. El pensamiento de llamarlo, de oír su voz…

– Andrea.

Se volvió y vio al Maestro Dan. Hablando de accesibilidad. No. A diferencia de la fiesta, su cara estaba absolutamente inexpresiva, y se estremeció por la mirada en sus ojos.

– ¿Sí, Señor?

– Por favor, ven conmigo. -Cerró los dedos alrededor de su brazo. Apretando firmemente. Demasiado similar al agarre de un policía. El recuerdo de ser tratada de esa forma la hizo ponerse rígida.

La condujo más allá de la pista de baile hacia unas pesadas puertas de roble que hacían juego con las de la entrada y la escoltó hasta una enorme oficina con una lujosa alfombra marrón y cremosas paredes blancas. Un antiguo escritorio estaba ubicado delante del amplio ventanal.

Cerca del escritorio, Vanessa estaba parada al lado del Maestro Marcus. Andrea percibió una pequeña sonrisa aparecer en la cara de la aprendiz antes de cambiar a una actitud preocupada.

¿Qué estaba pasando? Tropezó, y la mano de Dan se apretó en su brazo. Levantó la vista. Él tenía una expresión que usaría con una cucaracha arrastrándose por su cocina, justo antes de pisarla. Sus costillas se sentían como si alguien las estuviera apretado con un puño de hierro.

– ¿Qué…? -Su voz se quebró, y ella tragó-. ¿Qué pasa? ¿Por qué me están mirando así?

Dan dijo,

– Lo que pasa es que Vanessa dejó abierto su casillero más temprano, y le robaron su dinero.

Y él había arrastrado a Andrea aquí como a una criminal. El hielo le enfrió las piernas, serpenteando hacia arriba.

– No sé nada de eso. Estuve en el salón del club toda la noche.

– En realidad, -dijo Marcus suavemente-, fuiste al vestidor para ponerte los puños. Vanessa descubrió el robo justo después de eso.

El frío llegó a su estómago y se expandió como zarcillos dentro de su pecho.

– Yo no tomé su dinero. No soy una ladrona.

– Aparentemente lo hiciste, -dijo Dan-. Encontramos el dinero en tu casillero.

No. Eso era imposible.

Dan tomó un papel del escritorio.

– ¿No es la primera vez tampoco, verdad? ¿Haber irrumpido en una tienda de licores te suela familiar?

Reconoció la mirada ahora. La misma que tenían los maestros, o los padres de los amigos que había intentado hacer, o los chicos con los que se había citado. El hielo en su pecho pesaba tanto que tuvo que esforzarse por conseguir aire.

– ¿Cómo conseguiste eso? Esos registros fueron sellados.

– No para los policías.

No robé nada. Créeme. Por favor. Su garganta se cerró sobre las palabras. Inútil. Decirle algo a este hombre inflexible… a este policía… sería en vano. Sólo Antonio y su familia alguna vez le habían creído, seguramente no las personas adineradas que la miraban como si fuese la escoria de la tierra.

No soy escoria. Su furia explotó, sacándola del entumecimiento. Lo intentaría una vez más.

– Nunca robé absolutamente nada en mi vida.

La incredulidad en los rostros de los hombres saltaba a la vista, tan evidente como la oculta sensación de satisfacción de Vanessa.

Vanessa había planeado esto. El labio de Andrea se curvó, y miró a la sub.

– Puta mentirosa. Sólo porque el Maestro Cullen pasó tiempo conmigo. -Su mirada se volvió a los dos hombres-. Desgraciados*, se la merecen a ella.

Marcus vaciló.

– ¿Quieres llamar a Cullen y…?

Vete al diablo*. No quiero tener nada que ver con nadie como ustedes. -El Maestro Cullen no le creería más de lo que lo hacía el Maestro Dan. Era un policía también. Sus manos se apretaron con fuerza. Ver una mirada de desprecio en los ojos verdes de su Señor la lastimaría peor que cualquier otra cosa en la que pudiera pensar.

Suficiente de este lugar. Mantuvo su espalda erguida y mantuvo la furia alta y caliente en contra de la desesperación que rezumaba en su interior.

El Maestro Dan miró a Vanessa.

– Shadowlands te debe una disculpa. Fue un error de juicio permitir que una ladrona entrara en nuestro ambiente.

– Oh, bien, todo el mundo comete errores, -dijo Vanessa ligeramente, luciendo oh-tan-comprensiva.

La necesidad de quitar a golpes la satisfacción de la cara de la aprendiz casi dominó a Andrea, y el puño de su mano se levantó. Pero entonces el policía la arrestaría. No valía la pena. En lugar de eso desabrochó sus puños de aprendiz y los dejó caer al piso. Paf. Paf. El aire rozó en contra de la húmeda piel de sus muñecas recientemente desnudas. Ayer había esperado reemplazar los puños dorados por unos reales; en lugar de eso se había quedado sin nada. Miró los puños sobre el piso y parpadeó para contener las lágrimas.

El Maestro Dan recogió una pila de ropa del escritorio, y Andrea reconoció el contenido de su casillero. La habían juzgado y condenado incluso antes de que entrara a la oficina.

Él sacudió la barbilla hacia la puerta.

– Te seguiré hasta fuera.


Regresó a su apartamento. A duras penas. La escena de la oficina se había reproducido dentro de su cabeza una y otra vez durante el espantoso viaje. “¿Haber irrumpido en una tienda de licores te suena familiar?” Se había agarrado del volante con tanta fuerza que sus dedos ahora estaban acalambrados cuando quiso abrir la puerta del apartamento. No pienses. Respira. Toma las llaves y abre. Entra al apartamento. Cierra con llave.

Su cartera se cayó, seguida por las llaves. Había dejado todo lo demás en la furgoneta. “En caso de que no hayas comprendido el punto, Andrea. No eres bienvenida aquí.” El Maestro Dan le había arrojado su ropa dentro del coche como si fuese una basura de la que deshacerse… al igual que ella.

La lámpara de mesa que siempre dejaba encendida iluminó su vacilante camino hacia el dormitorio. Su casa, su comodidad. Todo suyo. Alquilado con su dinero. Dinero que había ganado, no había robado. “No regreses nunca”, había dicho el Maestro Dan.

Gateó encima de su cama, sintiéndose como si tuviera noventa años, crujiendo como la Abuelita *. Se curvó en una bola, empujando su mullido acolchado encima de ella, respirando el perfume a limpio. Ni siquiera cuando acampaba en las nevadas Montañas Rocosas, nunca había sentido este frío. No sabía si alguna vez iba a ser capaz de calentarse otra vez.

Un primer sollozo. Más un quejido. Sólo los cagones lloran. El segundo pasó a través de su apretada garganta. Anoche, había apoyado la cabeza sobre el hombro de su Señor, lo besó, hizo el amor con él. La necesidad de ser abrazada ahora mismo la sacudió. Arrojó la almohada encima y envolvió los brazos a su alrededor. La sensación de vacío no desapareció.

No es mi Señor. Ya no. El siguiente sollozo se desgarró a través de ella con tanta fuerza que le cortó la respiración.

¿Ya se lo habrían contado a él?

Podría llamarlo ella misma. ¿Y decirle qué? ¿Vanessa mintió? Sí, el dinero estaba en mi casillero, y sí, tengo un antecedente, pero Vanessa mintió. De verdad. Seguro, se creería eso. Era un policía, exactamente igual al Maestro Dan. Tal vez, tal vez, él podría haber pasado por alto su procedencia pero no una acusación de robo.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasarme esto? ¿Por qué ahora cuando había comenzado a pensar que podría funcionar?

Y entonces lloró.

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