Maja Söderberg está sentada a la mesa de la cocina en mitad de la noche. Bueno, decir sentada quizás es decir demasiado. Tiene el culo apoyado en la silla, pero el tronco descansa sobre la mesa y las piernas las tiene metidas debajo de la silla. Con una mano se sostiene la cabeza y tiene la mirada fija en el dibujo del hule, que crece y se encoge, desaparece y vuelve a aparecer. Delante de ella hay una botella de vodka. No ha resultado fácil para una bebedora ocasional como ella tomar tanto alcohol. Pero lo ha hecho. Primero lloraba y moqueaba. Pero ahora, ahora está mucho mejor. Ahora un alma benévola le ha puesto una inyección directamente en el cerebro.
De pronto oye los pasos de Thomas subiendo por la escalera. Los encuentros durante la Conferencia de los Milagros llevan su tiempo. Primero, los encuentros en sí acaban tarde. Después, la gente se sienta a charlar en la cafetería. Y siempre hay algunas almas entregadas que se quedan más rato para rezar de madrugada. Es importante que Thomas esté presente. Ella lo entiende. Ella lo entiende todo.
Oye cómo pisa los escalones con cuidado para no molestar a los vecinos en mitad de la noche. Es tan asquerosamente atento. Con los vecinos.
Sus pasos despiertan la ira de ella.
«Fuera», dice. Pero la ira no se vuelve a dormir. Se ha despertado y está tirando de la cadena que la mantiene atada. «Suéltame -balbucea-. Suéltame y acabaré con él.»
Y de pronto está allí de pie, junto a la mesa. Los ojos y la boca se le bloquean, horrorizados por la imagen. Tiene una cara de lo más ridícula. Tres agujeros boquiabiertos bajo la gorra de piel. Maja esboza una mueca de media sonrisa. Tiene que palparse la boca con la mano. Sí, tiene la boca torcida. ¿Cómo ha llegado hasta allí?
– ¿Qué haces? -pregunta él.
¿Que qué hace? ¿Acaso no lo ve? Emborracharse, está claro. Se ha ido hasta el Systembolaget a comprar bebida y se ha gastado la semanada en alcohol.
Thomas empieza a acusarla y a hacerle preguntas. ¿Dónde están las niñas? ¿No entiende lo pequeña que es esta ciudad? ¿Cómo va a explicar que su mujer compre alcohol en el Systembolaget?
Y en ese momento a Maja se le abre la boca y empieza a dar berridos. El letargo que le invadía la boca y el cerebro desaparece de golpe.
– ¡Cierra la boca, cabrón! -grita-. Rebecka ha estado aquí. ¿Te enteras? Me van a meter en la cárcel.
Thomas le dice que se calme. Que piense en los vecinos. Que son un equipo, una familia. Que lo superarán juntos. Pero ahora ella ya no puede dejar de gritar. Empiezan a brotar de su boca maldiciones y juramentos que nunca antes había podido pronunciar. Puto cabrón. Hipócrita de mierda. Hijo de la gran puta.
Mucho después, cuando se ha asegurado de que Maja duerme como una marmota, coge el teléfono y hace una llamada.
– Es Rebecka -dice pegado al auricular-. No puedo permitir que siga haciendo lo que le dé la gana.