UN APUNTE HISTÓRICO

En la primera década del siglo XXI, un grupo de pensadores notables cambió las bases de la física. Alrededor del 2015, se hizo evidente la posibilidad de un motor para lograr una travesía más rápida que la luz (FTL, fast than light); alrededor del 2030, la travesía era un hecho. La humanidad, que se había creído atrapada en la Tierra y destinada a cocerse en los venenos por ella misma creados, salió repentinamente a la galaxia.

Mejor dicho, algunos seres humanos salieron. La mayoría (alrededor del 2070 había nueve mil millones de personas) se quedaron en el planeta madre e intentaron hacer frente a las terribles consecuencias del desastre ambiental: el efecto invernadero, la reducción del ozono, la lluvia ácida y la aparentemente interminable serie de plagas que azotó el planeta, todo ello provocado en mayor o menor grado por la contaminación.

Los exploradores descubrieron una multitud de planetas, muchos de ellos habitables, aunque ninguno habitado por vida inteligente. El problema era que la vida ya existente en ellos no era compatible con la de la Tierra. En algunos casos, la vida nativa resultaba tóxica; en otros, simplemente, no era nutritiva. En casi todos los casos, en estos entornos extraños, la vida de la Tierra no prosperó. Hubo diversos viajes de exploración y muchas estaciones de investigación, pero sólo unas cuantas colonias planetarias.

A pesar de ello, las naves siguieron partiendo, recorriendo distancias cercanas a lo incomprensible, a menudo compitiendo. (Las naciones no dejaron de existir hasta finales de siglo). Buscaban dos cosas: planetas habitables para los seres humanos, y otra forma de vida inteligente.

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