TERCERA PARTE EL REGRESO

I

Durante varios días no ocurrió nada, al menos que Anna supiera. Observó las negociaciones de los hombres, que continuaban igual que antes, y pasó el tiempo con sus colegas humanos. Ninguno de los hwarhath la llamó. No oyó mencionar a Nick, y éste tampoco apareció durante las negociaciones.

Mantén la calma, se dijo.

Sus escoltas eran Vaihar, o un joven nuevo, un Chaichik de encantador pelaje gris humo. Hablaba inglés con marcado acento y con la habitual cortesía de los alienígenas. Sus ojos, que rara vez veía porque él los mantenía adecuadamente apartados, eran de color gris claro, casi transparentes.

—¿Qué le ha ocurrido a Matsehar? —preguntó a Vaihar.

—¿No le gusta Chaichik An?

—Parece encantador, pero echo de menos la descripción minuciosa que Matsehar me haría de la última escena de su obra.

Vaihar soltó una breve carcajada.

—Casi había terminado la obra, y al final ha tropezado con dificultades. Pidió que le dieran algún tiempo libre para dedicarse a escribir.

—¿Y eso es correcto? ¿Le permiten no cumplir con su deber por eso?

—Su deber es la obra, Anna. Recuerde que pertenece al Cuerpo de Arte. Su misión aquí sólo es transitoria.

Un par de días más tarde, Vaihar se reunió con ella en la entrada de los aposentos de los humanos.

—Tenemos que hacer un… ¿cuál es la palabra? Un desvío en el camino de regreso a sus aposentos.

—¿Por qué?

—El Primer Defensor ha dicho que quiere verla.

No era necesario preguntar de qué defensor se trataba. Cuando Vaihar hablaba, siempre se refería a Ettin Gwarha.

—¿Por qué? —volvió a preguntar Anna.

—Yo soy un oficial joven y no tengo parentesco con él. El Primer Defensor no me dice lo que piensa.

La condujo hasta el despacho de Ettin Gwarha; parecía igual que cuando ella lo había visto por última vez, salvo que ahora sólo había una silla vacía delante de la mesa. Ettin Gwarha estaba sentado detrás, vestido como un cadete espacial.

—No es necesario que te quedes, Portador. Yo me ocuparé de que la miembro Pérez regrese a sus aposentos.

Vaihar se marchó. La puerta se cerró y Ettin Gwarha señaló la silla vacía con la cabeza.

—Por favor, siéntese.

Anna se acomodó.

Él cruzó las manos y la observó. La habitación estaba brillantemente iluminada y sus pupilas se habían contraído hasta convertirse en estrechas tiras negras rodeadas de azul. Los ojos eran lo que más le molestaba de los hwarhath, tal vez con la única excepción de las manos.

—La he tenido abandonada, miembro. Le ruego que me disculpe. Han sucedido muchas cosas.

Ella aguardó.

—Ha llegado una nave que llevará a mis parientas a casa; Lugala Minti ha decidido ir con ellas. Tsai Ama Ul y su traductora se quedarán aquí; ninguna mujer debería estar sola en el perímetro. —Hizo una breve pausa, sin dejar de observarla—. Nicky se irá con mis tías. Usted y yo nos quedaremos aquí para… ¿cuál es la palabra? Para vigilar. —Separó las manos y cogió algo que parecía un lápiz de metal—. Esta es una situación que me hace sentir muy incómodo. Una mujer no debería estar involucrada en las luchas que se producen en el perímetro.

—Pero yo lo estoy.

—Sí, y por lo tanto tenemos que discutir qué pasos debemos dar. Su papel y el mío. Creo que ya hemos tratado la mayor parte de estos temas en nuestra conversación anterior, la que mantuvimos con mis parientas; pero quiero estar absolutamente seguro de que los dos comprendemos y estamos de acuerdo.

Hablaba con más cuidado que habitualmente, más despacio y con pedante precisión. Mientras, hacía girar una y otra vez el estilete de metal entre sus manos, delgadas y peludas.

—Mis tías se asegurarán de que envían aquí a otras mujeres para hablar con usted. Lo más probable es que el Tejido envíe a algunas personas para hacerle preguntas sobre la humanidad. Si el Tejido va a decidir qué son los humanos, tendrá que reunir información. Estas mujeres le proporcionarán un motivo para permanecer en el espacio hwarhath. Hábleles con toda la honestidad posible. Si cree que hay algo que no puede decir por una cuestión de honor, hágaselo saber. El Pueblo sabe lo que es el honor.

»Pero por favor sea cuidadosa. No estoy seguro de poder explicarle lo peligrosa que es esta situación para Nicky, para mí y para mis tías. Si tiene algún problema o alguna duda, llámeme. Hai Atala Vaihar es absolutamente de fiar, y Eh Matsehar es un buen amigo de Nicky; nadie ha puesto en duda jamás la integridad de la mujer de Tsai Ama. Pero no quiero que ninguna de ellas sepa lo que ha sucedido.

»Eso es todo lo que tengo planeado, miembro Pérez. Usted hablará con las mujeres que vengan aquí. Yo continuaré con las negociaciones. Esperemos que todo salga bien en el centro, y que nadie descubra lo ocurrido. —Dejó el estilete y volvió a cruzar las manos y a mirarla a los ojos. No bromeaba. Era un hwarhath sumamente incómodo.

»Me siento como si me hubieran probado como héroe de una de las obras antiguas y hubiera fracasado. No pude permitir que Nicky fuese destruido.

—¿Qué tendría que haber hecho? —preguntó Anna.

—Decirle que se suicidara o entregarlo. Cualquiera de las dos cosas habría sido aceptable, aunque la primera habría perjudicado menos mi carrera, por supuesto siempre y cuando nadie hubiera descubierto el motivo de su suicidio.

Ella sacudió la cabeza.

—No. Yo también soy un problema. Jamás habría llegado a un acuerdo con usted si no hubiera sido para salvar a Nicky. La complejidad del lío en el que se ha metido es bastante increíble, Primer Defensor. No veo ninguna salida que deje intacto el honor.

—Parece que eso le divierte. ¿Es así? ¿O lo que percibo es ira?

—No suelo utilizar conceptos como el honor personal. Creo que cuando la gente empieza a hablar de su integridad personal lo que intenta hacer es desviar la atención de su falta de compasión o de decencia humana. —Hizo una breve pausa y reflexionó—. Y de su falta de fe en cualquier clase de sistema moral o político que diga que la comunidad es importante y que los demás cuentan. Esto es sólo mi opinión, y está limitada por lo que sé. En el lugar de donde vengo, los que hablan de honor suelen ser imbéciles de derechas.

—Eso es interesante —dijo Gwarha al cabo de un instante—. Tal vez eso explica algo acerca de la humanidad.

—Tenemos muchos imbéciles de derechas —añadió Anna—. Y al menos algunos que comprenderían su preocupación por el honor. No crea que todos son como yo.

Él guardó silencio y observó el tapiz que colgaba de la pared opuesta: la hoguera y el círculo de espadas.

—Hay algo más que me preocupa —dijo ella finalmente.

—¿Sí?

—No me gusta la idea de que la humanidad sea juzgada en su ausencia.

—No comprendo.

—El Tejido va a decidir si somos o no somos personas. Pero nosotros no lo sabemos. No tendremos ocasión de defendernos. Eso no está bien.

—¡Ah! Ahora habla de lo que está bien, después de decirme que no cree en el honor.

—Creo en la justicia, al menos a veces; y sin duda creo en las personas que tienen voz y voto.

—Usted quiere que el Tejido comunique a su gobierno lo que está ocurriendo. Quiere que la Confederación pueda presentar un alegato a favor de la humanidad.

Sí.

Ettin Gwarha suspiró.

—Se lo preguntaré a mis tías. No estoy seguro de que sea posible, miembro. Para explicar a su gente cuál es el problema, tendríamos que explicarle lo que intentamos mantener en secreto. Recuerde que Nick estará en el planeta nativo, y el Tejido enviará gente aquí para que hable con usted, y tenemos algunos humanos prisioneros. La humanidad no carecerá completamente de representación.

—No estoy segura de querer asumir esa clase de responsabilidad —advirtió Anna.

—¿Le parece que un grupo de políticos humanos puede hacer un trabajo mejor que el que harían usted y Nicky?

—No he dicho eso. Digo que no quiero asumir esa responsabilidad.

—Tal vez tenga que aceptarla. —Se irguió y empezó a ponerse de pie. Levantó la mano en un ademán que significaba claramente «basta»—. Por favor, espere aquí. —Se acercó a la puerta; ésta se abrió y él se marchó.

Enseguida entró Nicholas. La puerta se cerró. Nick se acercó a la mesa del general y se apoyó en ella. Llevaba su habitual vestimenta de paisano y tenía las manos en los bolsillos de una chaqueta nueva idéntica a la que había cortado en tiras. Estaba más pálido que de costumbre y su expresión era distante y seria. Un momento después sacó las manos de los bolsillos. Miró hacia atrás para asegurarse de que no había nadie, se subió a la mesa y se sentó con las manos apoyadas en el borde y los pies colgando.

—¿Alguna vez piensas crecer? —le preguntó Anna.

Él sonrió y su expresión distante desapareció.

—¿Para convertirme en qué? ¿En un pilar de la sociedad? ¿Y de qué sociedad? Creo que no. Ettin Gwarha decidió que debíamos tener una oportunidad de hablar antes de mi partida.

—¿Porqué?

—No se lo pregunté. No voy a cuestionar el pedigrí de un sul que recibo como regalo.

—¿Un qué?

—Es un animal doméstico que se utiliza para cazar, más o menos del tamaño de un poney shetland. No se pueden montar.

Se los envía a buscar lo que uno caza. Tienen unos dientes así. —Levantó las manos y las sostuvo separadas por una distancia de quince centímetros—. Son afilados. Y hay un proverbio que habla de la grosería que supone hacer demasiadas preguntas sobre la pureza de un sul que se recibe como regalo.

—Ah —dijo Anna.

Él volvió a apoyar las manos en la mesa.

—Debería darte las gracias. Si no hubieras aceptado ayudar a los Ettin, a Gwarha no le habría quedado otra alternativa que arrojarme a los lobos. He vuelto a utilizar una metáfora con animales. ¿Por qué será? Tal vez porque no estoy absolutamente seguro de mi condición.

—¿Has aclarado las cosas con el general?

Nicky sonrió brevemente.

—Hemos pactado una tregua y empezado las negociaciones. Hay mucho que perdonar. Estoy realmente furioso de que haya ocultado micrófonos en mis habitaciones, y no puedo decir que él esté especialmente contento de que yo lo defraudara. La maldita palabra que empieza por «t». No deja de atormentarme.

Anna esperó a que él continuara, pero no lo hizo.

—Mi madre era psicóloga. ¿Te lo había dicho?

—Está en tu ficha —repuso Nick.

—Ella me explicó que en toda relación, si se prolonga lo suficiente, ocurren cosas… se hacen cosas, que son imperdonables. El problema consiste entonces en cómo perdonar lo que no se puede perdonar, cómo superar la traición y el dolor. Hay que encontrar la forma de hacerlo, me decía mi madre, o uno acaba quedándose solo.

—Ah. —Nick contempló el tapiz que había fascinado a Ettin Gwarha—. ¿Por qué nunca te has casado? Ya sé que no es asunto mío.

Anna se encogió de hombros.

—No he tenido suerte; o tal vez soy solitaria por naturaleza; o quizá nunca he aceptado que la gente es imperfecta.

Un instante después, Nick dijo:

—Creo que el general y yo lograremos encontrar una solución. Las tías son de una gran ayuda. No dejan de machacar a Gwarha y de decirle cómo puede pedirle a un hombre, aunque sea un humano, que le dé la espalda a una mujer de su familia. Eso es lo que ven cuando analizan la situación: un hombre que protege a una parienta; y en lo que a ellas respecta, esa conducta es la correcta. Tendrías que haber oído a Ettin Per. «La Diosa nos libre de que un hijo de Ettin haga lo que esperabas que Sanders Nicholas hiciera», dijo.

Anna se echó a reír.

—¿Qué me dices de Matsehar? ¿Has hablado con él?

Nick asintió.

—Le dije que ocurría algo, y que debía mantenerse lo más apartado posible del asunto. Debía hacerlo por su arte. El muy tonto empezó a hablar de lealtad y honor, como si no los hubiera estado atacando en sus obras durante los diez últimos años. «Tú eres mi amigo, Nicky. No puedo dejar que te enfrentes solo a esto, sea lo que sea», me dijo. De modo que discutimos, y ahora está de mal humor. Cuando empiece a recuperar el buen humor, dile… demonios, dile que lo amo, que debe seguir haciendo lo que hace tan bien y dejar que yo me ocupe de mis problemas.

—¿De verdad quieres que le diga eso?

—A ti te cae bien, Anna. Y a Gwarha, no. No puedo usarlo como mensajero. Cualquier mensaje que le diera se lo transmitiría con absoluto cuidado y con evidente desaprobación —Nick bajó de la mesa—. Creo que deberíamos terminar esta conversación. Gwarha está esperando para escoltarte.

Ella se puso de pie. Él le dio un rápido abrazo y un beso y retrocedió.

Courage, ma brave. Creo, espero, que todo saldrá bien.

A ella no se le ocurrió qué decir. Cogió una de las manos de Nick y la apretó con fuerza, luego la soltó y caminó hacia la puerta. Ésta se abrió. Ettin Gwarha estaba en la antesala, con expresión atenta y relajada, como si no le hubiera importado esperar incluso todo un día.

—¿Miembro?

Regresó con él a los aposentos de las mujeres. La escoltó hasta la puerta de la habitación. Anna abrió la puerta y vaciló; luego preguntó:

—¿Puede entrar?

—Sí.

Así lo hizo. El holograma estaba conectado y mostraba la colina que se alzaba sobre la estación de investigación humana de Reed 1935-C. Esta vez empezaba a anochecer. La lluvia caía oblicuamente. Entre los edificios brillaban algunas luces. La bahía de los apareamientos estaba a oscuras: en el agua de color gris acero no brillaba ningún mensaje.

Anna esperó hasta que la puerta se cerró; luego dijo:

—Nick piensa que las cosas se solucionarán.

Ettin Gwarha emitió el sonido semejante a la tos que equivalía a la carcajada de los hwarhath.

—No hay forma de hacer retroceder a Nicky. Da un paso a un lado y poco después está preparado para seguir adelante. Siempre piensa que se le abre un nuevo camino. —Guardó unos minutos de silencio y observó la lluvia que caía sobre Reed 1935-C—. No sé, miembro Pérez. Si somos cautelosos y tenemos suerte, si mis tías son hábiles, si mi abuela ve satisfechos los compromisos que se hicieron con ella hace sesenta años o más, si la Diosa decide no ceder a su amor por las bromas maliciosas… tal vez entonces todo se solucione. Lo único que podemos hacer ahora es seguir adelante.

Hizo una pausa y añadió:

—Debería regresar a mi despacho. Si quiere hablar, si tiene algún problema, dígale a Hai Atala Vaihar que se ponga en contacto conmigo. Responderé.

Anna le dio las gracias.

Se acercó a la puerta y se volvió.

—Y será mejor que le consiga algunos hologramas nuevos. No creo que quiera pasarse todo el año próximo mirando esa escena.

II

La nave partió y Matsehar volvió a aparecer varias mañanas más tarde. La obra estaba concluida, dijo mientras recorrían los pasillos de la estación.

—Y no gracias a Nicky. No me resultó fácil concentrarme en la escritura después de la discusión que mantuvimos.

Anna le transmitió el mensaje de Nick. Típico, comentó Mats. Nicky siempre se ponía cariñoso después de mostrarse obstinado.

—Te rechaza y después habla de amor y amistad, como si eso compensara lo que ha hecho.

Anna guardó silencio.

—Y ahora se ha ido, precisamente cuando yo necesitaba su opinión sobre la nueva obra. —La miró de reojo—. ¿Tú estarías dispuesta a leerla?

—No conozco tu idioma.

—La verdad es que deberías aprenderlo, Anna. ¡No es fácil, pero es tan maravilloso! Mientras tanto, yo puedo hacerte una traducción. Realmente me gustaría conocer tu opinión.

¿Cómo habría podido resistirse a la mirada que él le dedicó? Parecía un hombre lobo melancólico. ¡Pobrecillo! ¡Deseaba tanto mostrar su obra a un humano! Anna asintió.

—No será tan buena como la versión en el idioma original —le advirtió Mats—. Pero domino bastante bien el inglés. No se me resistirá tan fácilmente.

—Aja —dijo Anna.

Le llevó un par de semanas traducir la obra: muy poco, teniendo en cuenta que no era un traductor profesional. Su título era La puerta del castigo. Anna pasó una tarde leyéndola.

Él había recreado la obra de manera tal que se centraba en torno a la puerta del castillo de Macbeth, que era también la puerta del infierno. Había un guardián que a veces aparecía como un ser humano corriente, un borracho cómico, y a veces como un monstruo o un demonio. Todos los personajes de la obra se movían alrededor de la puerta y la atravesaban en una especie de danza: brujas y guerreros, fantasmas, la terrible madre y el hombre asesinado. A veces hablaban con el guardián de la puerta; a veces él describía lo que ocurría mientras ellos danzaban.

¡Santo cielo! ¡Sería algo digno de verse! Imaginó a las brujas con túnicas negras, danzando alrededor de un Macbeth ataviado con su armadura de color rojo sangre, y el monólogo en el que el guardián (ahora un demonio) describía el banquete. Por supuesto, eso se desarrollaría fuera del escenario. A los hwarhath les aburría la comida. ¿O les disgustaba?

No dejó de leer hasta que llegó al final. Macbeth yacía muerto en medio del escenario. El guardián, vestido en ese momento con el espléndido atuendo de un ser sobrenatural, se quitaba la túnica y la dejaba caer. Debajo llevaba la monótona vestimenta de un portero humano. Su tarea había concluido, decía al público. La puerta se había convertido otra vez en un portal corriente, que no conducía a ninguna parte salvo al interior del castillo. Recordad las reglas de la hospitalidad, decía, y las nefastas consecuencias del exceso de ambición. Recogía su jarra de halin y salía arrastrando los pies. Finito.

—¡Caray! —exclamó Anna y desconectó la obra. Miró la pared que tenía enfrente y no vio la madera gris. En lugar de eso visualizó la puerta y el guardián, un humano con ropas oscuras que se convertía en un demonio de brillante atuendo dorado y plateado, y otra vez en humano. Las acotaciones de la obra indicaban que el actor debía aumentar de estatura cuando se convertía en demonio. ¿Cómo se hacía eso? ¿Con un relleno en la túnica del demonio? ¿O con zapatos especiales? Tendría que preguntárselo a Matsehar.

El lenguaje era torpe en algunos fragmentos, y le resultó raro leer el famoso monólogo, las palabras finales de Macbeth: «El día de mañana, y de mañana, y de mañana.» La traducción al idioma hwarhath lo había cambiado. Era como ver un objeto conocido a través del agua, o de un espejo deformante.

¡Sorprendente! Se fue a dormir.

Al día siguiente, Matsehar le sirvió de escolta.

—¿Lo has leído? ¿Qué te ha parecido?

—¿Por qué me acompañas de un lado a otro? ¿Qué haces en esta estación? Eres una especie de genio.

Él se detuvo en medio del pasillo y la observó. Se miraron a los ojos.

—¿Eso significa que te ha gustado?

—Es maravillosa. Espléndida.

Seguramente él recordó que entre ambos no existía parentesco alguno, porque bajó la vista enseguida.

—Estoy aquí para estudiar a los humanos, y te sirvo de escolta porque Nicky me lo pidió. Creo que él quería que tu escolta fuera alguien de su confianza, alguien que no se dedicara a la política, alguien que no sintiera rechazo por los conocidos hábitos de la humanidad.

Otra vez la heterosexualidad alzaba su espantosa cabeza.

Siguieron caminando.

—Tuve que resumirla —aclaró Matsehar—. ¡Vuestras obras son tan largas! He intentado simplificarla. La sencillez tiene un gran poder, y la obra trata del poder. ¡Ah! ¡Corre como un torrente de sangre!

Empezó a pronunciar un discurso sobre la obra. Sin duda, era un hombre que apreciaba su propio trabajo.

—Lo que debe permanecer, además de la violencia, es el sentimiento de horror y extrañeza; y la moraleja debe conservarse y ser clara. Hasta la persona más estúpida del público debe comprender que la obra trata de la avaricia y los malos modales.

—¿De los malos modales? —preguntó Anna.

—¿Conoces a un anfitrión peor que Macbeth?

Anna se echó a reír.

—Supongo que no. ¿Entonces ésa sería tu descripción de Macbeth? ¿Es una obra que habla de un hombre que es un anfitrión espantoso?

—Sí, y es una obra que habla de una violencia que no ha sido contenida dentro de un marco moral.

Llegaron a la entrada de los aposentos de los humanos. Matsehar se detuvo y arrugó el entrecejo.

—No estoy conforme con la traducción del título. «Castigo» es una palabra fuerte y dura. Me gusta cómo suena. Pero su significado no es el más apropiado. La puerta de la reprensión sería más exacto, aunque no suena tan bien. O tal vez La puerta de las consecuencias. —Inclinó la cabeza en actitud reflexiva—. No. Me quedo con «castigo». Es el nombre adecuado para una puerta que se abre al infierno. Un concepto interesante. Nosotros no tenemos nada parecido. Tal vez deberíamos tenerlo. Nuestros fantasmas y espíritus malignos se pasean libremente y nos hacen la vida difícil. Podríamos utilizar un depósito.

—¿Crees en los fantasmas? —preguntó Anna.

—Sí y no —repuso Matsehar—. Pero, reales o no, sería bueno tener un lugar donde guardarlos.

¡Al demonio con aquella gente! ¿Es que no habían oído hablar del término medio? ¿Cómo podía responder «sí y no»?

Al cabo de pocos días llegó a la estación la primera delegación del Tejido: cinco mujeres corpulentas de edad mediana, vestidas con ricas túnicas. Llevaban una nueva traductora: una mujer alta y demacrada, de pelaje color gris acero y un aire de absoluta seriedad. Se llamaba Eh Leshali y era prima hermana de Eh Matsehar.

Según Leshali, Matsehar había dicho a sus parientes que aprendieran inglés.

—Cuantos más, mejor, dijo. Es el único consejo que nos ha dado Matsehar en la vida. Dijo que seguramente nos sería útil. Así que lo aprendimos. Mats es raro, pero a nadie se le ocurriría decir que es estúpido.

Eso era verdad, aunque Anna no lo consideraba especialmente raro. En muchos sentidos, le parecía el alienígena más normal que había conocido, tal vez porque carecía de la certeza que tenían los demás. Mats consideraba que el universo estaba lleno de ambigüedad. Vaihar no lo veía así; diferenciaba lo bueno de lo malo. En cuanto a Ettin Gwarha, ella tenía la impresión de que quizá veía el universo tal como lo veía Mats, pero que se negaba a hacerlo, como quien aparta la mirada de algo enorme y terrible.

Pero tal vez estaba equivocada. ¿Qué sabía realmente de los alienígenas? Más de lo que sabía al llegar a la estación, pero mucho menos de lo que las mujeres hwarhath sabían de la humanidad. A Anna le sorprendía la cantidad de información que poseían. Después de pensarlo, se dio cuenta de que su sorpresa no era fundada. Durante más de veinte años Nicholas Sanders había estado haciendo todo lo posible por descubrir el pastel.

Los alienígenas disponían de muchos datos. Ahora querían una explicación. ¿Cómo podía ser así la humanidad? ¿Cómo era ser un humano? ¿Cómo era ser una mujer en la Tierra?

Ella respondió lo mejor que pudo. Al menos no tenía que preocuparse por la posibilidad de revelar información estratégica. Descubrió que explicaba cosas como el cuidado de los niños, o la filosofía ética humana, o su propio trabajo con la conducta animal.

Inofensivo, dijo Cyprian Mclntosh.

Llegaron otras mujeres a la estación y el primer grupo se marchó. Tsai Ama Ul se fue con éste.

La necesitaban en casa, según dijo Ettin Gwarha a Anna. La discusión sobre la humanidad avanzaba, aunque nadie podía afirmar cómo iba a terminar, y las mujeres de Ettin decidieron presentar a todos sus posibles aliados.

Las dos traductoras se mantuvieron en un segundo plano. A sus alturas, Anna había trabado amistad con Ama Tsai Indil. Pero Eh Leshali, que parecía carecer totalmente de sentido del humor, no le caía demasiado bien.

Seguían llegando mujeres. Algunas se quedaban unos días, la observaban como si fuera algo realmente raro —un pájaro exótico, un objeto encontrado debajo de una roca—, le hacían un par de preguntas breves y se marchaban. En general, eran políticas, le señaló Indil. Las científicas y filósofas y teólogas se quedaban un poco más. Anna mantenía con ellas conversaciones interesantes.

De vez en cuando hablaba con Ettin Gwarha en sus aposentos o en el despacho de él, lugares donde podían hacerlo con tranquilidad.

Las tías de Gwarha habían planteado la cuestión de si la humanidad debía ser invitada a defenderse ante el Tejido; el gobierno hwarhath decidió que no. Se mostraban reacios a llevar a los humanos al mundo nativo, y en realidad no querían explicar qué les resultaba tan atemorizante de la conducta humana.

Anna fue invitada, junto con Nicholas y diversos prisioneros humanos: una variopinta colección de espías y militares de carrera y personas como ella, científicos que por una u otra razón habían sido sorprendidos por la guerra.

La discusión con el Tejido fue feroz, le comunicó el general. Sus tías aún no estaban dispuestas a predecir el resultado de las votaciones.

—Ellas no me lo cuentan todo, miembro, y aún menos cuándo envían mensajes. No hay ninguna vía de comunicación absolutamente segura, menos todavía si llega al perímetro.

Era espeluznante que el Pueblo dijera cosas como ésa, que le recordaban lo competitivos que eran, cuan violentos e irrespetuosos con la libertad y la intimidad personal. Sin embargo, a ella le caían bien. ¿Por qué? ¿Por el pelaje? ¿O por sus orejas grandes? ¿Por su honestidad? ¿O por su resistencia a lastimar a las mujeres y a los niños, un rasgo que le parecía absolutamente encantador?

Los hwarhath aún se cuidaban de lo que le decían, aunque las mujeres eran menos cautelosas que los hombres. Sin embargo, estaba aprendiendo cosas de su cultura. Las preguntas que las mujeres le hacían eran reveladoras, lo mismo que las respuestas a sus preguntas.

Era posible que no comprendieran realmente a lo que ella se había dedicado profesionalmente antes de los acontecimientos que habían tenido lugar en Reed 1935-C. Estaba entrenada para observar sociedades animales carentes de lenguaje. Existía más de una forma de comunicarse, aunque los animales verbales tenían tendencia a olvidarlo: el movimiento, la postura, la entonación, la mirada. Los hwarhath eran muy expresivos físicamente. Las mujeres no tenían que usar la palabra para darle información. Anna notó la excitación que experimentaba cada vez que lograba dar sentido a sus observaciones.

Los otros miembros del equipo humano se estaban impacientando. Nadie había previsto que las negociaciones se prolongaran tanto; la primera ronda había terminado relativamente rápido. Charlie dijo que no podía pedir al gobierno de la Confederación que los mandara a casa. Se habían hecho muchos progresos.

Los negociadores habían concretado todos los detalles del intercambio de prisioneros y ahora discutían la forma de que las dos especies vigilaran sus fronteras en caso de que se llegara a un acuerdo. No era fácil, dijo Charlie. Las fronteras tenían demasiadas dimensiones y su continuidad no resultaba comprensible para la gente corriente.

¿Cómo se vigila algo que no se puede visualizar ni imaginar?, preguntó.

Anna no conocía la respuesta.

A mitad de año, Charlie pidió autorización para enviar parte de su equipo al espacio humano y traer gente nueva. Necesitaba físicos.

Los dos principales parecían incómodos y dijeron que tenían que discutir el problema. Cuando regresaron, un día después, Lugala Tsu dijo:

—Si os permitimos enviar vuestra nave a casa, la posición de esta estación será conocida. Se construyó para celebrar estas reuniones y podemos permitirnos el lujo de perderla. Los hombres que están en ella pueden ser reemplazados, incluso Ettin Gwarha y yo. —Miró de reojo al general—. ¿No es así?

—El lugar de los principales es el frente —respondió Ettin Gwarha. Su tono de voz indicaba que estaba de acuerdo.

—Pero aquí hay mujeres —añadió Lugala Tsu—. Y no podemos ponerlas en peligro.

Muy bien, dijo Charlie. Se pondría fin a las discusiones entre Anna y las mujeres. Los humanos enviarían a Anna de regreso al espacio humano. Los hwarhath podrían enviar a sus mujeres a un lugar seguro.

Oh, mierda, pensó Anna, que escuchaba desde la sala de observación.

Los dos principales se miraron. Ettin Gwarha inclinó la cabeza. Lugala Tsu se echó hacia delante y habló con su voz áspera y profunda.

Anna esperó a oír la traducción.

—Hay cosas que no comprendéis, Khamvongsa Charlie. Nosotros no decimos a las mujeres lo que deben hacer. Podemos transmitirles tu sugerencia, pero no creo que le presten demasiada atención. Lo que están haciendo es importante. Lo que decidan con respecto a la humanidad influirá y tal vez resulte decisivo para lo que ocurra en esta habitación. Si ellas se detienen, no veo la forma de que nosotros sigamos adelante.

Charlie lo miró con desconcierto y Ana tuvo la impresión de que en realidad no entendía lo que Lugala Tsu le estaba diciendo. Finalmente dijo:

—Si el problema es nuestra nave, estamos dispuestos a viajar en una de las vuestras.

Ettin Gwarha se inclinó ligeramente hacia delante. Eso era algo a tener en cuenta, dijo a los humanos. El principal Lugala y él tendrían que conversar.

Anna pensó que ahora los dos hombres se llevaban mejor. Tal vez se debía a la ausencia de la madre de Lugala. Sin ella, el principal parecía más maleable, menos seguro.

La reunión concluyó y los humanos almorzaron: tallarines y vegetales en vinagre. Empezaban a quedarse sin provisiones.

—Si no logramos irnos de aquí enseguida, tendremos dificultades —advirtió Sten—. La unión insistirá.

—Y con razón —añadió Dy Singh.

—No os preocupéis por eso —dijo Charlie—. Lo que sí me desconcierta es esto: si hubiéramos querido comunicar la posición de esta estación a nuestro planeta, podríamos haberlo hecho por valija diplomática. Eso es evidente. Ellos deberían haberlo pensado.

Cyprian Mclntosh asintió.

—Creo que no quieren que veamos lo que han estado haciendo en los diversos puntos de transbordo a lo largo de nuestra ruta. Supongo que han trasladado allí material, sin duda al primer punto de transbordo, por si nuestra gente decide seguirnos.

Charlie reflexionó un instante.

—Insistiremos en regresar a casa en una de sus naves. Yo no iré, por supuesto. Éste es el trabajo más importante de mi vida. Pero los demás… —miró a Anna—. No te sientas obligada a quedarte. Si las conversaciones con las mujeres son tan importantes, podemos traer gente nueva.

Anna sacudió la cabeza.

—No voy a renunciar a esta oportunidad.

—¿No echas de menos la Tierra? —preguntó Etienne.

—No.

—No te comprendo —dijo Etienne.

—No has pasado el tiempo suficiente en el límite de la Confederación —comentó Mclntosh—. Hay infinidad de humanos que serían felices si nunca tuvieran que volver a la Tierra, ni siquiera a su sistema. Tengo razón, ¿verdad, Anna?

—Sí.

—Aunque en su mayoría todavía gustan de estar entre los humanos —había un matiz áspero en la voz de Cyprian. Se había insinuado a Anna repetidas veces. ¡Qué antigua expresión tan maravillosa! A Anna le recordaba la conducta de muchos de los animales que había observado, que hacían verdaderos avances y retrocesos en las primeras etapas del cortejo amoroso. Un par de hombres más del equipo diplomático habían demostrado un interés similar en ella. Apenas resultaba sorprendente, dada la cantidad de tiempo que llevaban en la estación hwarhath.

Charlie había desalentado las visitas a la nave espacial humana. Los hwarhath podían sentirse incómodos si había demasiados viajes de ida y vuelta. En cualquier caso, las mujeres de la nave habían establecido relaciones con otros miembros de la tripulación. A todos los efectos Anna era prácticamente la única mujer humana en centenares de años luz. Lo cual resultaba incómodo, pero se había encontrado en situaciones similares mientras hacía sus trabajos de campo. Su respuesta siempre había sido negativa. Cyprian le caía bien, pero le recordaba demasiado a la gente del servicio de información militar; los otros hombres no le interesaban; y las habitaciones de los humanos estaban llenas de micrófonos ocultos. Se le erizaba la piel de sólo pensar que alguien como Ettin Gwarha pudiera escuchar —y ver, por lo que ella sabía— una grabación en la que ella apareciera haciendo el amor con un hombre.

No. En la vida había algo más aparte del deseo y su satisfacción. No pensaba arruinar su credibilidad ante los alienígenas.

Dos días más tarde, los principales dieron una respuesta. Si los humanos estaban dispuestos a viajar en la nave hwarhath y a quedar muy limitados durante la travesía, podían irse y luego traer a otros humanos. Pero no había otra alternativa. La estación y las mujeres debían quedar protegidas.

El equipo de humanos estuvo de acuerdo y la mayoría de ellos se marcharon. Charlie se quedó y Cyprian también.

—Voy a ocuparme de esto hasta el final, y si tengo suerte estaré en casa a tiempo para ver los Partidos Internacionales del año próximo. Pero tengo que deciros algo… —El ritmo isleño de su voz se acentuó—. Las cosas más encantadoras del universo son la hierba verde y los pantalones de franela y las mujeres del Caribe. —Hizo una breve pausa—. Y la música, la música isleña. He estado soñando con el criquet y el carnaval.

Anna se echó a reír.

Se quedaron solos durante una temporada: Anna, Charlie, Cyprian y Haxu, la pequeña traductora. Luego la nave hwarhath regresó con un contingente de físicos y nuevos diplomáticos. Anna se sentía muy alejada de aquellos humanos desconocidos. Las noticias que traían no le interesaban especialmente. ¿Qué le importaba a ella de las últimas series de éxito en las cadenas dramáticas? Su interés por la política, sobre todo la política de la Tierra, nunca había sido grande, y siempre había una nueva crisis ambiental. Al cabo de un tiempo, resultaba difícil preocuparse o enfadarse. La humanidad sobrevivía lo mejor que podía, con inteligencia y coraje, maldiciendo a los antepasados que habían provocado aquel lío y habían dejado que las generaciones posteriores se ocuparan de resolverlo.

Poco después de la llegada de los humanos, un grupo de mujeres hwarhath se marchó. Eh Matsehar se fue con ellas; debía volver a casa por un asunto que no podía comentar. Eh Leshali se quedó; parecía satisfecha, aunque no dijo por qué.

Anna fue a ver a Ettin Gwarha.

—¿Qué está ocurriendo? Mats se marcha sin decirme nada, y Eh Leshali parece el gato que se comió el canario.

El general arrugó el entrecejo y pidió una explicación. Sabía que existían los gatos, unos pequeños animales domésticos que mataban ratones, ¿pero qué era un canario? ¿Una especie de ratón? ¿En qué sentido se podía decir que Eh Leshali parecía un comedor de ratones que acababa de hacer su trabajo?

Anna le explicó lo de los gatos y los canarios.

—Ah —exclamó el general y le explicó lo que ocurría con Mats.

El Tejido había decidido que necesitaba información sobre la moralidad humana tal como aparecía descrita en el arte de los humanos. Querían ver todas las obras de Shakespeare William que habían sido traducidas a la lengua principal hwarhath; Eh Matsehar regresaba a su hogar para trabajar en un festival de obras de Shakespeare.

Nick iba a moderar el debate con el público después de cada obra. Anna tuvo la súbita y maravillosa visión de un teatro lleno de matronas peludas con Nick en el escenario respondiendo preguntas, paseando de un lado a otro, con las manos en los bolsillos o repantigado en un sillón.

—¿Qué sucederá si el Tejido decide que los humanos no somos personas?

—Ésa es una pregunta difícil —repuso Ettin Gwarha.

—¿Qué ocurrirá con Nick y con usted?

Estaban en el despacho del general. El tapiz había sido reemplazado por el holograma de un desierto amarillo bajo un ceniciento cielo verde. De éste colgaban dos lunas que despedían un brillo pálido bajo la luz del sol. Una era una luna creciente. La otra era una media luna. Ettin Gwarha observó el holograma y luego la miró a los ojos.

—Creo que lograré salvarle la vida. Aunque es una perversión practicar el acto sexual con animales… no es, por supuesto, tan malo como hacerlo con mujeres o niños; y no tenemos mascotas en el perímetro; y, por supuesto, no se permite que los animales peligrosos anden sueltos en las zonas habitadas por la gente.

A ella se le empezó a erizar la piel.

—Por su expresión me doy cuenta de que lo que digo le resulta desagradable. Eso es lo que ocurre cuando se hacen preguntas, miembro Pérez. Uno descubre cosas a menudo desagradables. Deje a los hombres las actividades de los hombres.

Llegaron y se marcharon más mujeres. Pero los grupos ahora eran más pequeños y no incluían políticas. El Tejido tenía la información que necesitaba, dijo Ettin Gwarha. Ahora comenzarían las discusiones y verían las obras de Shakespeare. Eso había quedado para el final, con el fin de que el Cuerpo de Arte tuviera tiempo de ensayar.

Anna empezaba a ponerse nerviosa. Le disgustaba esperar los resultados de cualquier tipo de examen, y éste era realmente importante. Toda la especie podía obtener un suspenso. Necesitaba distraerse con algo. Sacó sus notas de Reed 1935-C. Durante los dos —no, casi tres— últimos años las había llevado consigo, pensando que tenía que ponerse a trabajar en serio en ellas. Al principio había estado tratando con los humanos del servicio de información militar; concluida esa etapa, había estado ocupada intentando encontrar una forma de ganarse la vida y volver al espacio; y luego había estado ocupada aquí. Y quizá creía que no valía la pena. Le había parecido que su carrera estaba arruinada. Pero la situación había cambiado. Ya sabía sobre las mujeres hwarhath más que cualquier humano, salvo Nicholas Sanders, tal vez, y si lograba llegar al planeta nativo de los hwarhath, se convertiría en alguien insuperable. Ningún erudito humano estaría a su altura.

Pero tenía que escribir y publicar.

Primero algunos artículos sobre los seudosifonóforos, luego el material importante: la cultura de las mujeres hwarhath.

Anna puso manos a la obra.

III

Una tarde regresó a sus habitaciones. Cuando la puerta se abrió sintió olor a café.

Nick estaba de pie en la sala de estar, con su tazón en la mano; cuando ella entró, lo levantó.

—Hola, Anna. —Tenía la cara bronceada y su largo pelo rizado se había vuelto casi totalmente gris. Un bigote sorprendentemente oscuro le cubría el labio superior.

Anna sintió un raro regocijo que no pudo expresar y dijo:

—¿Por qué te has dejado crecer el bigote?

—Por hacer algo. Necesitaba hacer algo. ¿Qué quieres? ¿Café ovino?

—Vino. —Se sentó y levantó los pies. Había estado en la piscina reservada a las mujeres y había nadado hasta quedar agotada.

El entró en la cocina y volvió con un vaso que le entregó. Ella bebió un trago: un buen tinto.

Nick se acercó a la pared que se alzaba frente al sofá y se apoyó en ella; se tocó el bigote con un dedo.

—A Gwarha no le gusta. Creo que no está en condiciones de quejarse por unos pelos de más.

—¿Has vuelto definitivamente, o estás de visita?

—Todos los puestos que Gwarha tiene son transitorios. De modo que mi estancia aquí no será permanente. Pero no tengo que regresar al planeta nativo, y no tengo que preocuparme por la posibilidad de terminar en un zoológico. —La miró y sonrió—. El Tejido ha tomado una decisión. Somos personas.

Anna lanzó un suspiro de alivio. Sintió que la tensión se aflojaba.

—Es una noticia excelente.

Él asintió.

—Es una decisión interesante. Los humanos somos personas, pero no la misma clase de personas que los hwarhath. Nosotros tenemos nuestro propio código moral que, según dice el Tejido, es casi incomprensible. No podemos ser juzgados según los criterios que los miembros del Pueblo se aplican entre sí. El Tejido ha aconsejado a los principales que intenten alcanzar la paz, ya que resultaría difícil librar una guerra contra la humanidad.

»Pero no han descartado la posibilidad de violencia. Han pedido a sus filósofos y teólogos que consideren los diversos problemas morales y religiosos que provocaría una guerra con la humanidad y que busquen una solución. Formas morales de combatir con nosotros. ¿O debería decir con ellos? A los miembros del Pueblo les gusta estar preparados para cualquier eventualidad, y el Tejido piensa que éste es un problema que puede surgir más de una vez. Si los humanos existen, quién sabe qué otra sorpresa desagradable aguarda al Pueblo entre las estrellas. Tal vez el próximo grupo de alienígenas sea aún más desagradable. El Pueblo debe encontrar nuevas formas de plantearse la moral y la guerra.

—¿Qué representa esto para los Lugala?

Nick se echó a reír.

—Han salido perdiendo. Era una cuestión de prestigio, y ahora les queda muy poco. Lugala Minti no debería haber adoptado una postura tan rígida. Intentó dar la impresión de que los humanos vivían en lugares húmedos bajo las rocas. Acabó pareciendo una estúpida y una fanática. Voy a servirme otra taza.

Fue hasta la cocina y regresó con un tazón humeante. Se acomodó en un sillón y puso los pies en la misma mesa que ella.

—Estoy cansado. He llegado esta mañana. —Tomó un sorbo de café y dejó la taza—. No ha sido un año fácil. No sé si cuando eras niña soñabas con ser alguien importante. Ya sabes, salvar el universo, salvar a la especie humana. —Sonrió—. Un sueño estúpido. Pensaba que lo había superado, pero las mujeres seguían haciéndome preguntas y yo no dejaba de pensar: ¿Y si digo algo inadecuado?

—El Hombre al que No le Gusta Responder Preguntas —dijo Anna.

Nick se echó a reír.

—Hay un verso de un poema. No recuerdo quién lo escribió. «Otros esperan nuestras preguntas, tú eres libre.» Bien, sin duda no se refería a mí. Me parece como si me hubiera pasado todo el año esperando a que alguien más me hiciera otra pregunta. Y tenía que responder rápida, honesta y cortésmente. Sin mentiras. Sin trampas. Nada de silencios. No sé por qué ha sido tan difícil, pero lo ha sido.

»Gwarha me ha contado algo de lo que ha estado ocurriendo por aquí. No me molestaría saber algo más.

Ella le habló de las mujeres hwarhaeh, sobre todo de las dos traductoras, a las que conocía mejor que a nadie. Eh Leshali era interesante, pero demasiado seria y ambiciosa. Tsai Ama Indil le caía muy bien.

Nick sonrió.

—He oído algunos rumores al respecto.

—¿A qué te refieres?

—Los hwarhath saben que es posible que su gente y los humanos se relacionen sentimentalmente, y les encantan los chismorreos.

—Indil me gusta. La considero una amiga, pero no está ocurriendo nada de eso.

Tal vez habló con demasiado énfasis. Él le dedicó una mirada curiosa, pero no dijo nada.

Anna se apresuró a sacar otro tema: la nueva obra de Matsehar.

—Es absolutamente increíble —opinó Nick—. No tuvimos tiempo de montar una producción completa para el Tejido, de modo que hicimos una lectura que, en el caso de esta obra, supone un serio problema. En realidad necesita música y danza. Pero aun así fue un éxito. Me enseñó su traducción, la que hizo para ti. No está mal, aunque yo podría hacerla mejor. Vamos. Dime algo más.

Le habló de los informes que había escrito detallando su trabajo sobre Reed 1935-C.

—Ettin Gwarha lo leyó todo para asegurarse de que no estaba enviando al espacio humano ningún tipo de información protegida. —Anna sonrió—. Dijo que los informes parecían absolutamente inofensivos, y que si mis animales eran inteligentes, se comería uno, como un gato se come un canario.

Nick pareció sorprendido.

—¿Qué está intentando hacer, convertirse en un maestro de las metáforas humanas?

Anna se encogió de hombros.

—Tal vez.

Charlie había enviado los informes por correo diplomático. El Boletín de la Conducta Extraterrestre había aceptado uno de ellos. El otro había sido rechazado por el Boletín de la Inteligencia Teórica.

—Imbéciles ignorantes —protestó Anna—. ¿Qué sabrán de inteligencia? Ninguno de ellos ha conocido a alienígenas inteligentes. Yo, sí. Estoy empezando a escribir mi primer informe sobre el Pueblo.

—¿Tanto has aprendido? —preguntó Nick.

—Creo que sí. —Se reclinó en su silla. El vino empezaba a surtir efecto—. A fin de cuentas, ésta ha sido una experiencia provechosa, salvo que no veo la forma de que regresemos a casa… ni tú ni yo. Pensé en eso, Nick, cuando Charlie me comunicó que planificarían un intercambio de prisioneros. No hay forma de incluirte, ¿verdad?

—Yo estoy en casa, cariño. Pero tú no; y ése es el siguiente proyecto.

—El servicio de información militar me cogerá en cuanto entre en el espacio humano, y no ha cambiado nada respecto a todo lo que sé. Aún puedo perjudicar al Pueblo.

—No tanto al Pueblo como a Ettin y a mí. Comprendes eso, ¿verdad, Anna?

—No.

—Te lo he explicado casi todo. Creo haberlo hecho; ha pasado un año. Los humanos descifrarán las reglas de la guerra. El Tejido lo sabe, y también lo sabe el Conjunto. Lo máximo que pueden esperar es un poco de tiempo. Si lo consiguen, le darán gracias a la Diosa. Si no lo consiguen, se las arreglarán.

»E1 verdadero problema, el secreto peligroso, es éste: sabes que no soy digno de confianza, y sabes que Ettin Gwarha protegió a un hombre que debería ser asesinado. Si en el servicio de información militar de los humanos consiguen esta información, intentarán hacer alguna estupidez; si no enseguida, la harán en algún momento. Gwar no va vivir sabiendo que sus enemigos tienen un arma como ésa. Él dice que es rahaka, lo que significa que irá a ver a los otros principales y les dirá lo que ha ocurrido, y ellos se encargarán del problema.

—Mierda —dijo Anna.

Nick asintió.

—Las tías consultaron a diversos científicos para averiguar si existe alguna manera de eliminar la información de una mente humana. En ese momento pensé que me encontraba en un aprieto. Imaginé que primero probarían el procedimiento conmigo; tal vez Gwarha los convenció de que no lo hicieran. Pero no hay nada. Su tecnología médica no es tan buena como la nuestra, menos aún en el campo de la psicología y la neurología. No están interesados en meterse en la mente de los demás; y suelen creer que la mayoría de los problemas mentales son morales o espirituales más que fisiológicos. No han intentado encontrar tratamientos médicos para la tristeza o la maldad.

»Pero si pudieran eliminar la información que posees sobre Gwarha y sobre mí, todos seríamos más felices. Nunca me perdonaré el haberme dejado dominar por el pánico. Ojalá hubiera mantenido la boca cerrada.

—Me dijiste que no crees en el arrepentimiento.

—Es verdad. No creo en él. —Se puso de pie—. Me voy a la cama. Te veré dentro de uno o dos días. Cuando me levante. —Se detuvo al llegar a la puerta—. ¿Tendrás en cuenta la posibilidad de cambiarte de bando, Anna? Si así fuera, podríamos utilizar la inmunidad diplomática para protegerte.

—No.

—Sólo era una idea. —La miró, sonrió y se marchó.

Anna vació su copa de vino, volvió a llenarla y conectó el último holograma que le había conseguido Ettin Gwarha: un planeta visto desde el espacio. Tenía anillos más espectaculares que los de Saturno, trenzados y quebrados, y al menos una docena de lunas. Fuertes tormentas serpenteaban y destellaban en la atmósfera del planeta. Los anillos brillaban a la luz de un sol invisible. Anna se bebió el vino.

A la mañana siguiente, su escolta fue Matsehar.

—Me gustaría abrazarte —dijo Anna.

—Eso no es posible, deberías saberlo. Pero interpretaré tu deseo como una expresión de afecto decente.

Recorrieron juntos los pasillos fríos y brillantes. Anna le comentó que había visto a Nick y que a éste le gustaba Macbeth.

—Hasta ahora es mi mejor trabajo. Creo que finalmente lo he logrado, he dado un paso adelante. ¿Cuál es la palabra adecuada?

—Depende de lo que estés intentado decir.

—Me siento como si hubiera estado en un mismo sitio durante demasiado tiempo, y éste se hubiera convertido en una de esas habitaciones de los viejos relatos, que se encogen, se oscurecen y se convierten en una trampa. Pero ahora… ¡Ah! He salido de la habitación y parece que estoy de pie al borde de una llanura.

—Progreso —dijo Anna—. Ésa es la palabra que buscas.

Él la repitió y adoptó una expresión pensativa.

Anna le preguntó por el festival de Shakespeare. Él la miró de reojo.

—¿Nick te habló de eso? Fue muy rápido; y no tuvimos tiempo de ensayar lo suficiente. El público era difícil; y la música, «aspirada». Estoy utilizando la palabra tal como la utilizaría un humano. Es interesante lo que se puede aprender de una cultura a partir de sus metáforas.

—Nick dijo que el festival salió bien. Que fue como se suponía que debía ser.

Él volvió a mirarla de reojo.

—Sí, pero no salió tal como yo lo imaginaba. De haber tenido más tiempo, de no ser el músico principal un idiota, y si hubiéramos podido hacer trajes nuevos…

Se detuvo en la entrada de los aposentos de los humanos.

Ella se metió en la sala de observación y presenció una reunión tan aburrida como siempre.

Más tarde almorzó con los otros humanos. Les contó que Nick había vuelto.

—¿Te contó dónde había estado? —le preguntó Cyprian Mclntosh.

—En el planeta nativo —Anna revolvió el plato de tofu y brécol descongelado en salsa de pimientos, buscando un trozo realmente crujiente de brécol.

—¿Por qué? —preguntó Cyprian.

—Estaban celebrando un festival de Shakespeare y querían que Nick moderara el debate posterior a las obras. —Levantó la vista.

—¿Apartan a su mejor traductor de las negociaciones de paz para que asista a un festival de Shakespeare? —preguntó Cyprian. Daba la impresión de que no podía creerlo.

Anna volvió a mirar el brécol.

—Se toman muy en serio el arte.

Mats la escoltó hasta los aposentos de los humanos y se detuvo al llegar a la puerta.

—¿No vas a entrar? —preguntó Anna.

—¿Para ver a mi primo? Hoy no.

Anna entró en sus habitaciones. Volvió a percibir olor a café en cuanto abrió la puerta. En una de las mesas había dos tazones grandes de cerámica blanca. Nick estaba en la puerta de la cocina, con una cafetera en la mano. Esta vez llevaba un uniforme de cadete espacial, con tres distintivos sujetos al cinturón; que ella recordara Nick no llevaba distintivos con aquel atuendo, y nunca le había visto usar tres.

—¿Qué ocurre? —preguntó Anna.

Él llenó los tazones y después miró la mesa.

—No puedo dejar aquí la cafetera, ¿verdad? Espera un momento.

Anna se acomodó en una silla. La salsa de pimientos del mediodía le había dejado mal sabor de boca, y se preguntó si tendría mal aliento. Tal vez el café la ayudara. Cogió uno de los tazones.

Él regresó y se sentó. Anna le preguntó por los distintivos.

—Ésa es una pregunta que me encanta responder —dijo Nick con una sonrisa—. El Tejido decidió que era necesario regularizar mi situación. Ahora soy oficialmente una persona; todas las dudas han quedado disipadas. Y he estado trabajando para el Pueblo durante veinte años. Es injusto que me traten como a un proscrito o a un pordiosero, como a un miembro de un linaje destruido. Así que crearon un linaje para mí. Sucede al menos una vez cada generación, por lo general cuando un linaje grande se divide, o cuando dos linajes pequeños deciden que les conviene unirse. Pero ésta… —tocó uno de los discos de metal—, es la primera vez que se hace para un humano o un grupo de humanos.

—Pareces feliz.

—Por primera vez en años, tal vez en toda mi vida, siento que pertenezco a un lugar. —Hizo una pausa y enseguida añadió—: Las tías opinan que debería ser ascendido. He sido portador durante mucho tiempo. Para mí es molesto quedar inmovilizado en un rango inferior, sobre todo ahora que soy una verdadera persona y tengo un linaje. El Pueblo creería que Gwarha no me tiene confianza, y eso arrojaría una sombra de duda sobre todos los argumentos que las mujeres de Ettin presentaron ante el Tejido.

«Ninguna mujer le dirá jamás a un hombre lo que debe hacer en el perímetro… al menos no directamente. Pero han hecho una sugerencia y él suele escuchar a las mujeres de su familia; aunque no estoy totalmente seguro de que esta vez lo haga.

Anna preguntó por qué no.

—Gwarha hará un montón de cosas por mí y casi cualquier cosa por sus tías, pero no pondrá al Pueblo en peligro. Yo he demostrado que no soy digno de confianza.

—¿Por ese motivo no te ascendió antes?

Nick cogió su tazón y lo sostuvo con ambas manos, como si intentara calentarse los dedos largos y delgados.

—No. Hablamos de este tema. Era demasiado probable que enfureciera a los otros oficiales superiores. Yo soy… era un enemigo extraño. Siempre hubo gente dispuesta a afirmar que yo no era de fiar y que tal vez ni siquiera era realmente una persona. Habría ocurrido lo mismo que con el caballo de Calígula.

¿Recuerdas? Calígula lo nombró cónsul. Eso no sentó bien a la aristocracia de Roma.

»Y estaba la cuestión de mi rango de seguridad. No es especialmente elevado. Habría resultado molesto tener a un oficial de alto rango sin permiso de acceso a la información protegida.

»Ahora el problema consiste en que Gwarha no está seguro de hasta qué punto puede confiar en mí. Me ha dicho que si sólo pudiera traicionarlo a él, correría el riesgo. Pero no me colocará en una posición desde la que pueda causar un daño serio al Pueblo. De modo que… veremos qué ocurre.

—Santo cielo, qué vida tan rara has tenido.

Él inclinó la cabeza y reflexionó.

—Es posible. Sin duda, el servicio de información de los humanos me ha parecido bastante peculiar y en el Medio Oeste norteamericano existen misterios que jamás logré desentrañar, como por qué la gente se queda allí.

Anna se echó a reír.

Hablaron un rato más, principalmente sobre el año que ella había pasado allí. Luego Nicholas se puso de pie.

—Debo regresar al despacho. Mientras he estado ausente, el general ha dejado que se me amontonara el trabajo. No puedo culparlo. No hay nadie que me iguale como analista de la conducta humana. —Se acercó a la puerta; se detuvo y se volvió para mirarla—. ¿Estás segura de que no quieres cambiar de bando, Anna? Podríamos contar con otro experto en humanidad.

—No —respondió ella.

—Lo más probable es que tengas razón. Del otro lado necesitamos gente que simpatice con nosotros.

Se marchó.

Anna llevó los dos tazones a la cocina. Él había lavado los platos del desayuno y los había dejado cuidadosamente amontonados, limpios y secos, pero no guardados, como en un mudo reproche.

Al mirar los platos sintió pena por Ettin Gwarha. Imaginó lo que sería pasar la vida con alguien a quien le resulta imposible dejar de limpiar.

Un nuevo grupo de mujeres había llegado en la misma nave que Nicholas y Matsehar. Anna no tenía idea del motivo de su visita. Habían ido a hablar con ella, sí. ¿Pero por qué? La gran discusión había terminado. La decisión estaba tomada; y el equipo de diplomáticos humanos aún no sabía que la humanidad había sido juzgada y considerada más o menos pasable. Ahora eso le parecía divertido.

Quedó muy impresionada por una política de Harag, una mujer de la estatura de Lugala Minti, de grueso pelaje, más pardo que gris, que la hacía parecer aún más grande de lo que era. El pelaje era listado, y las arrugas de su rostro formaban una especie de máscara diabólica donde se destacaban los ojos de color amarillo pálido. La voz de la mujer era profunda, baja, áspera y metálica. Parecía un motor al que le faltara lubricante.

Era la representante de una región vasta y escasamente poblada del continente más austral, le comentó Indil. En la región había una serie de linajes, todos ellos pequeños y ninguno claramente enfrentado a otro. La mujer ostentaba aquel cargo gracias a su capacidad para inducirlos a una cierta cooperación.

—Ten cuidado con ella —le aconsejó Indil—. Hay personas que avanzan por su cuenta, arrastrando detrás de sí a su linaje. Ésta es una de ellas.

Tal como ocurrieron las cosas, se llevaron muy bien. La mujer sentía genuina curiosidad por la humanidad y estaba dispuesta a creer que en el universo había algo más que su ventosa llanura. Detrás de su rostro aterrador se escondían una mente aguda y un auténtico, aunque apagado, sentido del humor.

Anna se acomodó para oír hablar de Harag y de la Región Cooperativa del Noroeste. Harag am Hwil no vio motivo alguno para mostrarse tímida ni reservada.

—Nada de lo que sé puede convertirse en un arma utilizada en mi contra. Qué inquietante debe resultar tener esa clase de información.

Era la única mujer que Anna había conocido hasta el momento que no llevaba túnica ceremonial. Su atuendo preferido se parecía mucho a un mono cortado a la altura de las rodillas. La tela era de diferentes colores, pero siempre lisa y tosca. Los cierres de las trabillas parecían de oro.

—Es por el pelaje —dijo la mujer, hablando por intermedio de Ama Tsai Indil—. El lugar del que provengo es frío y estoy muy bien aislada. Si llevara el mismo tipo de ropa que las otras mujeres me pasaría el tiempo jadeando.

Miró a Anna y sus ojos amarillos brillaron en la máscara.

—La vida es corta. Hay mucho que hacer. La mejor forma de ahorrar tiempo es hacer las cosas simple y llanamente, y no preocuparse por el aspecto, o por lo que puedan pensar los demás.

—¿Cómo te llevas con las otras mujeres de Ettin? —preguntó Anna.

Intentaba imaginar a aquella dama del mono recortado junto a las Tres Parcas.

—Bastante bien, aunque por supuesto no son ni la mitad de lo que era su madre. ¡Con ella sí que se podía llegar a un arreglo!

Pasaron una tarde en las habitaciones de Anna, con la compañía de Ama Tsai Indil. La mujer de Harag había llegado con una tetera de cerámica llena de algo parecido al té. Anna tomó vino. Indil bebió un poco de agua; parecía nerviosa. Debía de suponer un verdadero esfuerzo traducir para alguien tan categórico como Hwil. Anna habló de las diferentes estaciones de investigación en las que había pasado gran parte de su vida adulta. Hwil escuchó con interés y se bebió el té, que debía de ser ligeramente narcótico. Su postura se relajó un poco. Parecía que en cualquier momento iba a empezar a ronronear. Finalmente dijo:

—No sé si habría estado dispuesta a hacer un viaje tan largo como el que has hecho tú, Pérez Anna, sobre todo a mi edad. El corto viaje hasta esta estación me ha sentado mal. Mi digestión no es como debería ser. Creo que los giros de la estación hacen que los líquidos de mi interior se agiten. ¡Pero tú! Una viajera como tú debería estar dispuesta a llegar un poco más lejos. ¡Ven a Harag!

—No puedo —respondió Anna.

—¿Te refieres a la guerra? —Hizo un ademán, como restando importancia a las palabras de Anna—. Se va a terminar. ¿No puedes decir a tus hombres que se pongan a trabajar y terminen lo que están haciendo aquí?

Anna miró a Indil. Su rostro oscuro y aterciopelado mostraba una expresión de sorpresa.

—¿Puedes decir eso a Ettin Gwarha? —preguntó Anna—. ¿O a Lugala Tsu?

—Sí, aunque en el caso de Lugala Tsu no serviría de mucho. Él escucha a su madre y a nadie más. Ahora que, si tienes que escuchar a una sola persona, Lugala Minti es una buena elección. Es enérgica e inteligente, aunque en los últimos tiempos su conducta no me ha causado muy buena impresión. Tiene miedo porque el universo está cambiando de una forma notable para ella… ¡como si el universo no cambiara constantemente! ¡Como si a la Diosa no le encantara el cambio! Ettin Gwarha me ha dicho que está haciendo todo lo que puede.

—¿Cómo puedes hablar con él? ¿Eres parienta suya? —Uno de mis hermanos es el padre de dos de sus primos, y no me molestaría tener parte de su material genético para Harag. Pero… —Hwil miró a Indil—. Es posible que otro linaje se nos haya adelantado. ¿Sí?

La mujer de Harag volvió a hablar, e Indil tradujo. Su voz era serena y melodiosa como siempre, un sorprendente contraste con la ronca voz de barítono de Harag am Hwil.

—Me estoy desviando del tema que nos ocupa. Has viajado mucho, Pérez Anna. Piensa en viajar un poco más. Si vamos a compartir el universo, será mejor que lleguemos a un entendimiento.

—Me gustaría —respondió Anna, y quedó sorprendida por la vehemencia de su propia voz.

Para entonces ya se había enterado de muchas cosas relacionadas con la Región Noroeste: una llanura seca con montañas al este y al sur, donde nunca llovía. Sus picos blancos brillaban como nubes en el cielo azul oscuro, y las viejas historias decían que allí vivían fantasmas y espíritus. Ahora los acueductos transportaban el agua hasta ciudades construidas con adobe. Algunos de sus habitantes seguían viviendo del ganado. Otros pescaban. El océano polar era muy rico.

Una tierra desolada, pero tentadora, como Samarcanda o Tombuctú. La mujer de Harag hablaba de maravillosos bordados, de delicados trabajos en metal, de minas de las que se obtenían piedras verdes y azules, de las rejillas para secar el pescado que se usaban en las poblaciones costeras, con el pescado que se agitaba y brillaba como… ¿cuál era la figura retórica que había utilizado Hwil? «Un bosque de hojas plateadas.»

También habló de la Autoridad de Regulación del Recurso Hídrico (siempre un centro de conflicto en la región) y del Proyecto Que Hace Brillar y Despeja Todos los Ojos, la Autoridad de Pesca, las cooperativas de compra y venta. (Anna tuvo que inventar algunos de estos nombres después de que Hwil describiera lo que hacía la organización en cuestión. Indil tenía problemas cuando se trataba de traducir términos burocráticos.) La mujer de Harag tenía tanto interés en aquello —y tal vez más— como en la tierra y las ciudades, aunque era evidente que las amaba.

Al final de su relato, Anna sintió deseos de viajar hasta allí. Se imaginó vagando por mercados, o dando un paseo por una planta desalinizadora. (Esto no era optativo, por lo que pudo deducir de las palabras de Hwil.) O viajando por una polvorienta autopista, junto a animales que no reconocía.

Finalmente la conversación concluyó, y la mujer de Harag se marchó. Ama Tsai Indil se quedó un rato más. Anna gruñó y apoyó los pies en una mesa.

—¡Santo cielo, qué mujer!

—Te lo advertí —dijo Indil.

—¿A qué se refería cuando habló de material genético?

Indil guardó silencio unos instantes. Finalmente dijo:

—Tenía intención de hablar contigo, Anna, ya que no es costumbre nuestra tener a los niños en el espacio, lo que significa que tendré que alejarme de aquí y regresar a mi casa.

Anna la miró.

—¿Quiere eso decir que estás embarazada?

—¡Claro que no! ¿Cómo podría estarlo? Hace un año que no estoy en casa. —Indil parecía escandalizada—. Y jamás habría viajado al espacio después de una inseminación.

El Pueblo utilizaba la inseminación artificial. Anna lo recordó en ese momento. En el planeta nativo debía de haber bancos de semen. ¿O los donantes tenían que hacer un viaje especial al hogar? Tendría que preguntárselo a Nick. Sin duda, no se lo preguntaría a Indil. Ella ya parecía incómoda.

Al cabo de un instante, Indil dijo:

—Mi linaje y el de Tsai Ama han llegado a un acuerdo con los Ettin. Ocurrió antes de que Tsai Ama Ul se marchara de aquí, pero se decidió que yo debía quedarme y hacerte compañía. —Hizo una pausa—. No había ninguna prisa, y si ocurría algo realmente desagradable, si los Lugala lograban molestar seriamente a los Ettin, siempre podíamos retroceder. Aunque Tsai Ama Ul no pensaba que fuera a ocurrir algo así. Ella siente un gran respeto por los Ettin, y Ettin Gwarha es, sin duda, el mejor nombre de su generación.

—Volverás a casa y quedarás embarazada, y Ettin Gwarha será el padre.

—Sí —dijo Indil—. Una niña. Es parte del acuerdo. Me gustaría ponerle dos nombres. Eso es algo que se hace en mi linaje. Quisiera tener tu permiso para que uno de los nombres fuera Anna.

Ella se sintió halagada y también asustada.

—No tienes que decir nada ahora —añadió Indil—. Hay mucho tiempo. Pero Tsai Ama Ul está de acuerdo con la mujer de Harag. Si vamos a compartir el universo con los de tu especie, debemos encontrar la forma de llevarnos bien.

Entonces se marchó. ¡Estas increíbles mujeres! Estaban recibiendo a Anna con los brazos abiertos. Ella imaginó a un bebé de pelaje gris, la hija de Indil, la criatura de Ettin Gwarha… con su nombre. Probablemente cambiaran la pronunciación de la primera «a» de Anna para que sonara como «ah». Ama Tsai Ana. Sintió que se le erizaba la piel.

Al cabo de un par de días se encontró con Nick en la entrada de los aposentos de los humanos. Vaihar era su escolta.

—Yo te escoltaré —le dijo Nick y la acompañó hasta la sala de observación. Allí había dos sillas; Nick se sentó en una de ellas—. Se me ocurrió que podía ver cómo se desarrolla todo.

—No has vuelto para traducir.

—No bromeaba cuando dije que el general dejó que mi trabajo se amontonara. No tengo tiempo para estas tonterías. De todas formas, ya está casi terminado. ¿O no lo has notado?

—He estado tratando —dijo Anna— con una gris marea de matronas. Aquí hay una dama de Harag que podría competir con las tías y ganar.

Nick se echó a reír.

—Tal vez no. Pero es formidable. Ha estado diciéndole a Gwarha que deje de perder el tiempo y haga las paces, para que la gente se ocupe de sus asuntos sin tener que pensar en esta guerra absolutamente tediosa. ¡Hay mucho que hacer!

—Lo sé —coincidió Anna—. Enfermedades de los ojos por erradicar. Mares por desalinizar. Me ha invitado a Harag para que vea las rejillas de secar el pescado.

Nick pareció sorprendido.

—Y para que visite la nueva planta desalinizadora.

Ahora pareció reflexionar.

—No creo que eso sea posible en este momento… quiero decir que puedas viajar al planeta nativo. Pero es una invitación interesante.

—¿Hasta qué punto es segura esta habitación?

—Ven —Nick se puso de pie.

La guió por una serie de pasillos desconocidos, más allá de varios puestos de guardia. Los guardias reconocieron a Nick e hicieron el ademán de la presentación. Él asintió a modo de respuesta. Se acercaron a una puerta. Él la tocó con la palma para abrirla e hizo una seña a Anna para que entrara.

Anna se encontró en una sala de estar: alfombra gris, muebles grises y castaños; un sofá y dos sillones, un par de mesas bajas de metal. Mucho más espartano que sus aposentos; ni un toque de color o lujo en ninguna parte. Todo de aspecto absolutamente impersonal. No había nada que indicara que la habitación estaba ocupada.

La puerta se cerró.

—Siéntate —dijo Nick—. Ettin Gwarha ha decidido confiar otra vez en mí. En estas habitaciones no hay micrófonos ocultos, ni siquiera para él.

—Son las tuyas.

Nick asintió.

—¿Qué eres, un monje?

Él se echó a reír.

—Casi. —Miró a su alrededor, aún de pie y con las manos en los bolsillos—. No me gustan las cositas.

—¿Qué?

—Ya sabes, los chismes, las figuritas, el amontonamiento de objetos. Las porquerías que tienes que guardar cuando llega el momento de mudarte. Una vez leí un proverbio en un libro. «El que equipa su mente vivirá como un rey. El que equipa su casa, tendrá problemas para moverse.» Un proverbio a tener en cuenta, y yo lo hago. De modo que la mujer de Harag quiere que vayas de visita. ¿Te apetece algo? ¿Café, té, vino? Incluso tengo un nuevo tipo de alimento humano, algo muy divertido.

—No —respondió Anna—. Ama Tsai Indil me pidió permiso para poner mi nombre a su hija.

Nick se volvió y la miró fijamente.

—Cielos, esta gente se mueve muy rápidamente cuando decide que ha llegado el momento de hacerlo —se acercó a una de las mesas, la tocó y dijo algo en la lengua de los alienígenas.

La mesa respondió en el mismo idioma. Nick añadió algo más y obtuvo una respuesta; después se incorporó y se volvió hacia Anna.

—¿Qué le respondiste a Ama Tsai Indil?

—Todavía nada.

—Haré algunas comprobaciones, pero no creo que eso represente asumir ninguna responsabilidad. Se considerará de buena educación que le prestes cierta atención a la criatura. Que la mires con amabilidad, que de vez en cuando le des un consejo. Pero más que nada es un cumplido hacia ti y un intento de crear un vínculo entre tú y su familia… No un vínculo fuerte, nada que te ate. Pero sí algo concreto. Ésta es una noticia muy interesante. Si no te importa, tengo ganas de pasearme.

—Adelante —respondió Anna y se acomodó en una silla.

Nick se paseó por la habitación.

—Debo decirte que uno de los problemas de no tener casi nada es que cuando intento pensar no tengo en qué ocupar las manos. Por otra parte, hacer las maletas me lleva medio ikun. Cada vez que Gwarha se muda es como montar una escenografía —se apoyó contra una pared y se cruzó de brazos. Guardó uno o dos minutos de silencio con la vista fija en la distancia.

Finalmente volvió a mirarla.

—Los Tsai Ama y los Ama Tsai y los Harag han decidido que es una buena idea empezar a acercarse a los humanos, y sobre todo, al parecer, a la única mujer disponible. Realmente no me lo esperaba. Deben de haber empezado a pensar así desde que el Tejido decidió que somos personas. Yo estoy atado a Ettin, como todo el mundo sabe. No hay manera de que pueda actuar por mi cuenta. Pero tu caso es diferente. Por lo que ellos saben, tú eres independiente y evidentemente importante: la única mujer del equipo negociador de los humanos. Si analizamos la situación desde el punto de vista de una mujer hwarhath… entonces, Anna, tú deberías ser la reina de la Tierra. —Parecía realmente contento.

Anna empezaba a ponerse nerviosa.

—¿Harag es amiga de Tsai Ama?

—No especialmente. Ambas son… ¿cómo podría decirlo? Son linajes de importancia menor que buscan una forma de ser más importantes. Podrían trabajar juntos si encontraran un buen motivo para hacerlo.

—Indil me previno acerca de la mujer de Harag.

—Aja. —Nick volvió a fijar la vista en la distancia. Enseguida sonrió—. Están compitiendo por ti. Creo que debería ser posible llegar a un acuerdo con ambas. Estoy tratando de ver cómo podríamos servirnos de esto para resolver tu problema.

—¿Con el servicio de información militar? —preguntó Anna.

Nick asintió.

—Gwarha y yo hemos estado hablando de eso. Pensamos que la solución es la inmunidad diplomática.

—No voy a cambiar de bando —insistió Anna.

Él sacudió la cabeza.

—No estoy sugiriendo eso. ¿Qué te parecería ser embajadora?

—¿Qué?

Nick levantó una mano.

—Estoy exagerando. No creo que podamos convencer a la Confederación de que te nombre embajadora. Tal vez, enviada especial. Dijiste que querías ser el segundo ser humano que visitara el planeta nativo. Ahora tienes una invitación. Y lo más probable es que tengas dos. Se celebrará una ceremonia para darle nombre a la criatura. Supongo que te invitarán.

—¿Y cuándo volveré a casa?

—Cuando seas tan importante que nadie pueda tocarte. Ni siquiera esos idiotas del servicio de información van a utilizar drogas para descontextualizar a una diplomática de alto nivel. —Sonrió irónicamente—. Descontextualizar. ¡Qué palabra tan espantosa! ¿Cómo pude trabajar para una gente que usaba un lenguaje como éste?

Ella frunció el ceño; sentía que estaban sucediendo demasiadas cosas a demasiada velocidad.

—Anna, lo que te estoy ofreciendo… lo que el Pueblo te está ofreciendo… es una oportunidad de investigar por la que muchos harían cualquier cosa; y, además, dinero. La Confederación tendrá que soltar un salario decente. Si no lo hacen, el Tejido tendrá que encargarse de ello. Te sorprendería saber lo rica que puede ser una sociedad si se administra adecuadamente. No tendrás que preocuparte por las subvenciones. No tendrás que preocuparte de que tus artículos sean rechazados por estúpidos periódicos eruditos —le dedicó una sonrisa—. Lo único que tendrás que hacer es transmitir los tediosos mensajes que la Confederación quiera comunicar al Tejido.

—Nunca he querido ser diplomática.

La puerta que daba al pasillo se abrió y entró Ettin Gwarha, vestido de guerrero espacial.

—Miembro —dijo mientras cerraba la puerta; luego miró a Nick, que habló rápidamente en la lengua hwarhath. El general escuchó con la notable y atenta actitud paciente de los hwarhath. Finalmente Nick guardó silencio.

—Anna es un buen nombre —dijo Ettin Gwarha—. Ha llegado a gustarme, aunque tiene un final inadecuado para nombre de mujer en los idiomas que conozco; y la mujer de Harag es una amiga valiosa; y además, miembro Pérez, creo que usted será una buena enviada.

»E1 problema al que nos enfrentábamos Nick y yo era el siguiente: ¿cómo convencer al Tejido de que solicitara que la nombraran enviada? No queríamos que mi linaje planteara la cuestión. Ya estamos demasiado estrechamente relacionados con la humanidad. Pero si Harag sugiere que debería ser invitada al mundo nativo… ¡ah! —Inclinó la cabeza en actitud reflexiva. Nick lo observó y esbozó una débil sonrisa. Anna se dio cuenta de que a aquellos dos individuos les encantaba conspirar. Tal vez eso era lo que los mantenía unidos.

—Creo que necesito tiempo para pensar —respondió Anna.

El general la miró.

—Sí. Por supuesto, miembro Pérez.

Nick se irguió.

—Yo te acompañaré.

Abandonaron a Ettin Gwarha y atravesaron la estación. Ella estaba tan acostumbrada a hacerlo que ya no encontraba nada raro en el lugar. Los soldados peludos le parecían normales. El aire frío que olía a hwarhath se parecía al aire de… ¿cuántas otras estaciones en las que había pasado algún tiempo?

Pero estaba cansada de estaciones, siempre estaciones. Quería estar en la superficie de un planeta.

Cuando llegaron a sus aposentos, dijo:

—Lo haré. No puedo dejar pasar esta oportunidad de investigar. Sin embargo, desearía no tener que guardar secretos.

Él asintió.

—Te comprendo. Es una pesada carga. Pero la alternativa es un final como el de alguna de las obras de héroes que tanto gustan a Gwarha. Ya sabes, el problema surge y es insoluble; y no hay nada que hacer salvo morir. He pasado mucho tiempo pensando en todo este lío. Me gusta la pulcritud. Tal vez lo hayas notado.

—Aja.

—El problema es insoluble, al menos a corto plazo. Tú, Gwarha y yo estamos atrapados entre las lealtades en juego —sonrió—. A Matsehar le encantaría esta situación. Me pregunto qué haría con todo esto. Nada corriente.

»Pero no quiero involucrarlo, y tampoco tengo una imaginación como la suya. No se me ocurre qué hacer, salvo cavar un foso y enterrar el problema, y abrigar la esperanza de que ningún sul de olfato fino se acerque a husmear.

»La otra solución, la más limpia, es que yo muera, porque no puedo elegir entre Gwarha y la humanidad, y que Gwarha muera porque no puede elegir entre el Pueblo y yo, y que tú te quedes para ordenar todo el lío como Fortinbras, el príncipe de Noruega.

—No, gracias —dijo Anna.

—Bueno, quedaría bien en una obra. Pero no puedo decir que alguna vez haya querido formar parte de una tragedia. ¿Recuerdas la anécdota sobre el actor que estaba muriendo? Alguien le preguntó si morir era difícil y él dijo: «Morir es fácil. Lo difícil es la comedia.»

Anna sonrió con expresión amable.

—La comedia es difícil, la vida es un desorden, y Gwarha y yo somos rahaka. ¿Qué nos queda entonces?

—Un lío —respondió Anna—. Puede ser o no divertido, y tener infinidad de secretos que nos cojan desprevenidos.

Nick se acercó a la puerta de salida de las habitaciones de Anna.

—Tiene razón, Anna. El planeta nativo de los hwarhath te va a encantar. Tal vez incluso te guste la miserable y fría llanura donde viven los Harag.

»¿Qué más puedo decirte? Están pensando en volver a celebrar el festival de Matsehar, con todos los detalles, en la capital, representando Macbeth como corresponde, con trajes y música. Incluso están pensando en utilizar actores masculinos para un público femenino. Eso es muy poco habitual; según la opinión general, las mujeres no comprenden esas obras lo suficiente para actuar en ellas. Tal vez podamos llevarte a tiempo de ver el festival. Te aseguro que será algo espléndido.

La puerta se abrió. Nick miró a Anna, sonrió y se marchó.

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