Epílogo

Una noche estrellada iluminaba el jardincito trasero de la casa de Keely y Rafe. Sean miró desde una habitación de la segunda planta al pequeño grupo que se había reunido ya. Conor y Dylan estaban esperando con sus mujeres, Olivia y Meggie, y Olivia sostenía en brazos a Riley, el primer nieto Quinn. Cerca, Brendan miraba una mesa llena de comida mientras Amy se ocupaba de un centro de flores. El resto de la familia estaba por la casa, preparándose para la boda, que debía empezar en diez minutos.

Sean se giró hacia el espejo y, por una vez, consiguió hacerse bien el nudo de la corbata.

– ¿Estás listo? -le preguntó Rafe tras asomar la cabeza por la puerta.

– Sí -Sean se mesó el pelo-. ¿Has visto a Laurel?

– Está abajo esperándote.

Sean terminó de ajustarse la corbata y siguió a su cuñado escaleras abajo, hacia la parte trasera de la casa. Encontró a Laurel en la cocina, esperando con Brian y Lily. Nada más verlo, sonrió.

– Estás guapísimo -dijo y se acercó a darle un beso en los labios-. Hasta la corbata está perfecta.

Aunque habían anunciado la boda como un acto formal, no habían enviado las invitaciones hasta unos pocos días antes. Sean había tenido que alquilar un esmoquin a toda prisa. La familia había creído que se trataba de una reunión para celebrar la inauguración de la casa de Rafe y Keely, pero todos se habían quedado encantados con la sorpresa.

– ¿Cómo está papá? -preguntó Brian mirando hacia el jardín.

– Parece un poco nervioso -dijo Laurel-. Creo que habría estado más tranquilo si la boda se hubiese celebrado en el pub.

– Nunca pensé que esto pusiera pasar. Papá y mamá se casan otra vez.

– A mí me parece muy dulce. Y romántico.

– Técnicamente están casados. Nunca llegaron a divorciarse.

– Después de tanto tiempo sin verse y seguían enamorados -Laurel retiró un mechón de pelo que caía sobre la frente de Sean asombroso.

– No tanto. Yo pienso amarte toda la vida sin separarme de ti ni un día.

– Va a ser cuestión de ir preparando nuestra boda -comentó ella entonces.

– No pienso ir de esmoquin -se apresuró a avisar Sean-. Bueno, salvo que tú me lo pidas.

– ¿Sabes? Deberíamos estar agradecidos a Eddie -dijo sonriente Laurel-. Si no es por él, no nos habríamos conocido.

– Bueno, pues esto va por Eddie -contestó Sean justo antes de besarla.

– Mamá está a punto de bajar -dijo de pronto Keely-. Todos los hermanos tienen que estar detrás de Seamus. Formad en fila para las lotos. Y no olvidéis sonreír.

– Venga -Sean tomó la mano de Laurel-. Te acompaño al altar.

La condujo hasta el jardín y la dejó junto a Lily, la prometida de Brian. Luego, mientras se ponía entre sus hermanos, abarcó con la mirada a toda la familia. Después de tantos años temiendo la maldición de los Quinn, había descubierto que no era una maldición, sino una bendición. Sean miró a la mujer con la que iba a casarse y pensó que quizá, algún día, se hablara de otra leyenda. La leyenda de cómo el amor había robado el corazón a los seis hermanos y, uno a uno, les había mostrado lo que siempre había brillado en su interior.

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