15

Sonriendo, Michael amenaza con salir de su iluminado campo, donde fluye más allá de los ventanales panorámicos. Su mundo está bien emsamblado, él dispone de suficiente habilidad a la hora de conducir, y se alicata, joven y salvado para por lo menos tres años, con sus brillantes instalaciones sanitarias vitales. Ahora, por nada del mundo abrirá su puerta. Con estrépito, dos personas se hunden en su umbral, donde por lo común se detienen los trenes esplendentes de los amigos. Michael no está en casa. La mujer patea la puerta, la golpea con los puños. Lo que era, parece no haber sido nada. ¡Las cosas que le ha dicho, que le ha hecho, y todo en vano! Pero el lenguaje nunca les falta a los hombres, y tampoco hay más que él dentro de ellos. Empieza a nevar suavemente. Encima. Tras su hermoso enlucido de ropa, el estudiante está junto a la ventana y mira. La noche ya ha perdido parte de su magia a sus manos. Este joven tiene varios telesillas, y lo llevan a lo alto o a lo lejos. Con un ligero crujir, y forrado de marcas sobre las que incluso se sienta, recorre la espina dorsal del país. Nunca está solo y nunca está callado, y pronto el Sol volverá a brillar sobre él. Empiezan a oírse unos leves gritos. Nubes de animales salvajes salen de los bosques al claro, y este miembro mediano de la joven carnada está callado ahí, sin comprensión en medio de su claridad, que parece atraer también a otros bichos. Michael está ahí, cargado de amabilidad, bajo la corriente. Está en su casa, y se guarda. La mujer llora delante de su puerta, su corazón trabaja como enloquecido. Sus sentidos están desafinados, porque han tenido que hacer muchas horas extras y, además, no suenan tan bien al aire libre, con estas temperaturas. Casi al mismo tiempo el circuito de la mujer, sobrecargado de alcohol, se interrumpe, y se hunde en un montón de carne junto a la puerta. Estiércol sobre un parterre congelado. Durante el día, en filas, los telesillas avanzan para garantizar el acceso al paisaje, sin amor, se acierta y se cae sobre otras personas. Esta mujer no podrá sentirse de verdad en casa en ningún lugar del mundo. Un poco de corriente y de ambiente humano llegan al matorral. Un escándalo.

Las y los deportistas han caminado como patos por los desniveles durante todo el día, pero ahora que se les necesitaría no se ve a ninguno que saque a la mujer de su asalto contra sí misma, le toque el corazón y la detenga. Usualmente, el director se encarga en su empresa de la regulación del flujo económico, hacia cuyo lecho encauzado se dirige, junto con su miembro, y produce él mismo un buen arroyuelo. Se encarga de que el agua vuelva a correr en su sentido y por sus sentidos. El matrimonio está ahora rodeado por las sombras de las casas, los árboles, la noche. Gerti golpea la puerta inmisericorde y cae ya resbalando por ella. La golpea con los pies. El estudiante, antes de poder hacer algo, evalúa el valor de cada esfuerzo. Sonríe y se queda en su sitio, al fin y al cabo Hermann, su marido, está ahí, él no pretende equiparársele en ningún momento. Y este hombre dirige la vista hacia arriba, donde no está acostumbrado a ver a nadie. Las miradas de los hombres se encuentran a medio camino, ambos están motorizados. Casi simultáneamente, durante un segundo, sienten cómo sus cuerpos se resisten a la Muerte. Michael se inclina unos grados, en una diminuta reverencia. Ambos han oído ya susurrar la Conchita de Gerti junto a sus oídos, ¡muchas gracias! Ni siquiera bracear, para desequilibrar unos centímetros el propulsor de los placeres, que levanta viento, con ruido y crujir de cristales, a la altura de la cabeza. Por lo menos uno de ellos no está a favor de quitarse la cara vestimenta por la voluntad de esta mujer. El joven se enciende un cigarrillo, ya que le han puesto la cerilla en la mano, encadenado como está a su pista de descenso, oyendo a su alrededor las aves de rapiña de la montaña, que quieren arrebatarle la última llamita de su mechero de gas para dársela a hombres que están por debajo de él, y se sienten más unidos a Dios que él. En el pueblo el fuego le da igual, no tiene por qué llevarlo. Gerti se ha escapado del remolino de su rebaño, donde el fuego crepita agradablemente. Pero ahora ya está bien, ¡debe dejarse engarzar, esa piedra preciosa en el hogar del director! Mirándola con ojos escrutadores, el director la coge por el talle y comienza a arrastrarla por el suelo nocturno recubierto de escarcha. Ella piafa y patalea con los cascos, ¡es capaz de romperle el cuello de la camisa! Sigue llevando el vestido de seda de esta mañana, en el que habían anidado las esperanzas, y por delante y por detrás tiene buen aspecto, digno de la figura de Gerti, aunque parece como si el día, cubierto de nieve, ya se hubiera puesto un poco. El estudiante no es generoso, ni lo será. Mira al exterior, haciendo sombra a sus ojos, la luz basta para bañar a la pareja a la perfección. Él no siempre rechaza lo que conoce. Al fin y al cabo, ha probado a ir con descaro campo a través, molestar a los animales, respirar el aire y después, usado, volver a la pista. En cualquier caso, no se aventura a ir mucho más lejos, pero sí puede hacer un marco para esta sagrada familia y la visión que tiene de ellos, como en una postal. Se protege los ojos para acostumbrarlos a la oscuridad. La Naturaleza no es dulce, la Naturaleza es salvaje, y los hombres escapan de su vacío precisamente dentro de los otros, donde siempre hay ya alguien. Quizá Michael se vaya a beber un trago con el director, porque le gustaría terminar con su propio y tonto pincel el cuadro que Michael ha empezado como un duendecillo. Entre los pinos ya no se necesita el lenguaje. ¡Echémoslo pues a un lado!

El silencio barre las calles, y Dios transfigura a los vecinos de esta región, de los que algunos siguen trabajando, unos cuantos tallando sus muebles y casas, el resto buscando su pareja del momento, de residencia no permanente. Hay que hacerlas siempre de nuevo (y enseguida bajan río abajo) para hacer realidad la eterna promesa de la naturaleza de trabajo y vivienda. ¡Al final se harán sedentarios! Así se atendrán al lapso de la Naturaleza: sus dulces pasos en falso se han convertido en personas; y también los errores humanos han destruido el bosque del que viven. Y una cosa más que la Naturaleza ha prometido: el derecho al trabajo, según el cual todo habitante que haya concluido una alianza con su empresario podrá ser redimido de ella por Dios a través de la Muerte (la apestosa solución de Dios). Ahora me he confundido. Y tampoco los gobernantes saben la solución al dilema. El trabajo disminuye, la gente aumenta y hace todo lo posible para que todo siga igual y ellos mismos puedan seguir también. Como ahora, cuando cuelgan del muro, cansados, pero orgullosos, los símbolos de su vida, y sueltan el cepillo de carpintero. Alrededor los cuerpos empiezan a desplegarse, surgen figuras de la más rara especie. Si el arquitecto de estos usuarios de autopistas pudiera ver resucitar de sus revueltas camas conyugales a estos abortos enrojecidos por la esperanza (¡y todo lo demás que han resucitado!), volvería a montarlos de nuevo en otra forma, pues él mismo había resucitado, de forma mucho más excitante, de su estrecha cámara, para servirnos a todos de modelo que puede ser estudiado en museos e iglesias. Qué malas notas damos al creador, porque sencillamente estamos aquí y no podemos hacer nada al respecto: ahora todos se mueven, susurran, se mueven hacia el trabajo de sus abdómenes al ritmo de la música pop de Radio 3 o de un disco aún más simple. ¡Con cuánta sangre fría reaccionó Marx a nosotros! Todas las deudas malgastadas que ahora, muy juntos, van a cobrar, ¡quién les diera algo en esta hora! Ni siquiera el del bar del puente, en su oscura pulsión por cobrar más de lo que ha servido en bebidas que él mismo golosea con la cena que ha preparado, mientras Josefa, la pinche de cocina de 86 años, lame los platos, engulle los restos. Siempre queda algo del trabajo, del que dependen como no lo hacen de lo que más quieren. Las mujeres están recién hechas o en conserva. Sí, también ellas desean algo, pero no gimen ya bajo el látigo del tiempo, que les dicta incluso la ropa que han de llevar. Así refunfuñan sus cuerpos gruesos y panzudos, la vida continúa, el marido desaparece de forma permanente en la Muerte, las horas caen al suelo, pero las mujeres se mueven ágilmente por la casa, jamás a salvo de todos los golpes del destino. ¡Cómo se parecen a sus costumbres! Todos los días es lo mismo. Así será mañana. ¡Basta! ¡Basta! Pero el día siguiente aún no ha llegado, el ama de casa todavía no puede entrar a él para ser rematada por aún más trabajo. Ahora descansan sin sentir los unos en los otros, los émbolos descienden, las intrincadas costas de los cuerpos son enfiladas y erradas, sí, caemos, pero no caemos muy hondo, somos tan superficiales como superficial es lo que nos rodea. Si se tratara de lo que ganamos, nos llegaría para comprar zapatos con los que revestir nuestros cansados pies de caminante, pero no más, y nuestros tobillos ya están rodeados por nuestras parejas, que quieren jugar y se consideran triunfos de la baraja, oh espanto, ¡nos vencen realmente! Y la distancia al cielo sigue siendo igual de grande. El pie rápido al estribo del coche, que hemos conseguido con esfuerzo para nuestros cuerpos en forma de trabajo, en una actividad de muchas horas para la fábrica. Nos hemos presentado en la figura del hijo de Dios, y después de muchos años no nos queda más que este subir al más pequeño de los coches medianos, y se nos niega la entrada a la fábrica, cuyo acceso entretanto ha sido levemente modificado por un artista del control, recién llegado a los mandos. ¡Sí, han amortizado nuestro puestecillo, entretanto la fábrica trabaja casi por sí sola, lo ha aprendido de nosotros! Pero antes de que llegue la pobreza y haya que vender el coche queremos volver un par de veces del extranjero. Queremos despilfarrarnos un par de veces dentro de los otros, de esta mesa no nos expulsará ningún pensamiento que se le haya deslizado en la mente a nuestro propietario, ningún traje que nos llame desde una revista, ningún abuso con el que acortemos rápidamente nuestra vida, porque, pobres percherones, teníamos que haber llevado a nuestro prado unos cuantos caballos más de potencia. Y por fin el director ¡ya no es el único que manda! El consorcio, ese busardo, ni siquiera él puede disparar a lo alto como quiere, ¡quién sabe a qué otra bestia daría!

Así que todos tenemos nuestras preocupaciones: a quién amamos y qué podríamos comer.

No se les tendría por falsos en sus sentimientos, sino por verdaderas joyas con las que otros se adornan: Los rebaños de quebrados cuerpos corno los que allí vagan, mejorados (zapatos nuevos), por los caminos de sus pequeños enamoramientos, y se deslizan inquietos en sus habitaciones. Un coro de hombres que con su eco de mil voces envía al padre al aire con el telesilla. Él ha establecido las zonas erógenas con las que la mujer se adorna por la noche, y su trabajo desaparece rápido bajo ellas, antes de que alguien pueda pagarlo como es debido. Confusos, los hombres miran en los agujeros de sus mujeres, abiertos por la vida, sí, miran como si ya supieran que la cajetilla que les esparce el grano desde hace años lleva mucho tiempo vacía, Pero el amor depende de uno. Y mañana temprano habrá que coger el primer autobús, y si tienen que parecerse a su mujer, que depende de ellos y de su corta cartera: ¡Adelante! El trabajo no está esperando en la calle.

También los otros recorren este camino hacia la Muerte. Se acompañan un rato mutuamente, respiran hondo ante la puerta para que les abran. Y allí vienen aún más personas, caídas mutuamente en las ramas más débiles, para enlazar sus miembros. Para estar juntos si tienen que enfrentarse con el capataz. ¡Se tiene que poder hacer algo! Crecer y multiplicarse sería un buen comienzo si uno se pudiera hundir en el surco que la fábrica hace cada día. Y de entre el botín los propietarios eligen lo mejor que han visto cada año en las playas de Rímini y Carola, donde usted, floreciendo exuberante, se ha hundido bajo los cascotes de sus breves amigos.

El director de esta fábrica arrastra a su mujer de vuelta al coche, para reducir la corta pausa laboral con más actividad aún. Provenientes de su emisora, en los oídos de ella resuenan palabras de amor, y ella las recibe pataleando y balbuceando, como las parejas de enamorados sin equipo estéreo que escuchan su música de baile pasada la medianoche. La ventana, en cuya sección vemos uno de esos abigarrados trajes de jogging -igual que los que van a llenarse a los locales, sólo que más pequeño y mínimo-, se mantiene tercamente iluminada. El joven se estira las mangas, cerradas por un puño trenzado, y mira fijamente a esas personas insípidas, completas no obstante en su género, si se tienen en cuenta sus ingresos procedentes de la fábrica humana y su influencia sobre la política del Parlamento regional. ¡Qué estupendo es cantar con los ricos y no tener que pertenecer al coro de su fábrica! ¡Aprender sus costumbres, pero no tener que estar de pie en sus campos y cortarse el pelo en la época de la cosecha! Como pesados toros, los dos coches pacen juntos delante de la casa, y ahora a uno de los animales se le saca parte de las vísceras. La puerta se abre, la lucecita se enciende. Se envían palabras cariñosas a la patria de Gerti. Este padre de familia no ha venido para castigar, sino para consolar y tomar nuevamente posesión, resplandece como una ciudad detrás de sus puertas. No tiene más deseo que su mujer, que le basta, al contrario que a otros, que no pueden dejar de ser sobrios, de cantar y decir qué foto prefieren en los establecimientos pertinentes. ¡Qué activos son en sus explotaciones sexuales, una vez que termina el trabajo! Y fíjese lo que han pescado, estos rodaballos en un estanque de carpas: me parece que a veces la Naturaleza no tiene compasión. El director depende de su mujer, sus amplios callejones le son familiares. Y mientras el silencioso vecino de detrás de la ventana sigue colgando en el aire con su querido catálogo de motocicletas, el director arroja a Gerti sobre los asientos delanteros (antes ha tenido que pulsar un botón, no diré cuál), le sube el vestido a la cabeza y abre violentamente sus nalgas, para poder entrar enseguida en su interior, saltando ese burdo e incompetente dique. Delicadas, las manos amasan los pechos, la lengua silba cordial en oído. Esto ya se ha hecho a menudo, porque una casa gusta de construirse junto a la otra, no para apoyar al vecino, sino para atormentarlo. Sin duda es un poco incómodo, el verano está lejos, la calle apartada, los animales están sabrosos, y todo va a parar a los locales previstos, o por menos no lejos de la diana en la huchita. Como en sueños, este oleaje puede romper y tomar asiento en su apostadero en mitad de la Naturaleza. Por debajo, a la luz del brillo de los prismáticos, los miembros enlazados van de acá para allá entre el trabajo, el dinero y los poderosos, que no gustan de estar solos. Constantemente tienen que acostarse los unos sobre los otros e invertir los unos en los otros. La actividad de los hombres comienza con nuevos objetivos, el clima es frío, y cada vez que el director saca un poco su fornido rabo lanza una vigorosa mirada a su silencioso admirador de la ventana. Para hacerlo, no tiene que torcerse mucho. ¡Quizá ahora el joven también se eche mano! Me parece que lo hará realmente. De cintura para abajo, todos los hombres somos iguales. Es decir, que somos de nuestras mujeres y nos dejamos coger la mano en la calle, sin resistirnos, sin destino. ¡Cojamos sitio! Michael tiene la mano en la parte delantera de sus pantalones de jogging, creo yo, y llena por completo su ropa. El vestido de Gerti ya ha sido totalmente desabotonado y las tetas han saltado fuera, ¡con perdón! Da igual que también salgan los aires del director, en lo más íntimo él tiene en cuenta la solemnidad y la calidad, le perdonamos. Boca abajo, la mujer es presionada contra la tapicería del coche, como si un ligero sueño se ocultara en las sombras del cuero. Sus piernas cuelgan, a derecha e izquierda, por la puerta abierta. ¡Y su marido, ese rugiente nativo al que hemos entregado nuestra patria para que haga papel con ella (de todas formas, los árboles estaban condenados a una fuerte tonsura), se encuentra más en casa aquí de lo que nosotros podríamos estar nunca! Escucho cómo este pájaro grita al cantar. Hace sitio a Gerti y le introduce brutalmente algunos de sus cariñosos dedos. Le habla amablemente, le describe los futuros encuentros que puede ganar. Después, vuelve a caer con estrépito en su agujero. Se retira brevemente y palpa su cetro: ya lo vemos, sus pasos son ilimitados y desmesurados. La mujer es ahora examinada por un perito que prueba sus fuerzas bajo el capó del motor y vuelve a enviar a su pequeño vendedor, más aún, le acompaña personalmente, vamos a columpiar al niño y después cerrar bien detrás de él.

Hace mucho que los secretos de Gerti han sido aireados, sus puertas más cerradas están abiertas, ahora se le golpea en el trasero y en las caderas, así se saluda entre amigos, y así no nos equivocamos. También con el camión de la lengua entra el director, ¿quién nos lo indica? Algunos jóvenes del pueblo han instalado su puesto ante los posters de mujeres desnudas, y esperan ser tenidos en cuenta cuando se repartan los puestos. Quieren cobrar, pero no pagar. Sus mujeres les ayudan con su inmortalidad y con la alta tasa de mortalidad de su trabajo. Pero el director recorre solo su ardiente camino. Todo el mundo conoce su chorro aún joven. Ahora la mujer tiene que soportarlo, mezclada sin orden con él, en su culo, seguro que hay otros senderos, y mejor construidos. Mientras los otros hombres están a merced de la enfermedad, este Señor se sirve con serenidad de su propio mostrador, del que también, de la vecindad, procede su niño. No hay nada que temer, aquí su miembro descansa seguro. Ahora el animal excitado aún trota dentro de la mujer, a la que ha sido llevado para crecer. El ternerillo se deja coger fácilmente en la cadena que ha roto. Y allí se queda, hasta que termina de disparar. La mujer ya está duramente marcada por la persistencia de los familiares pasos. No importa, para todo hay una buena crema y un buen regalo en metálico. Quien lubrica viaja mejor.

Y pronto crecerá la hierba fresca para que el hombre pueda arrancarla.

Vaya un grupo divino, que pronto tendrá que irse a descansar. Ambos se amenazan cuerpo a cuerpo. Lamentándose por ciertos deslices, el director cae flojamente sobre su mujer, que estaba tan bien preparada. Ha explotado a fondo su valiosísima y recomendable región, en la que tardará en crecer la hierba. Su río sale furioso de él, y entretanto sus dioses y jefes de personal toman con violencia lo suyo de los siervos que les son presentados en bandeja de oro. Escoja usted también de entre muchas la mejor, y vea: ¡ya la tiene en casa, llámela su preciosa media naranja y póngala a fregar y limpiar y sudar!

Por esta vez, el director ha sido válido y ha hecho feliz a su mujer. Pero mañana podrá volver a desbordarse, a disparar desde las caderas y comprarse cualquier billete, quién sabe hacia donde. Sea como sea, la mujer sigue estando guardada y codiciada, los senderos pueden ir en todas direcciones, hay tantos caminos que recorrer: al teatro, al concierto, al abono de la ópera, allí se pueden degustar las cosas que el director le alcanza a una lloriqueando, y volverlas a empaquetar. Ahora la ha vuelto de espaldas, y se inclina ante su rostro. Un hilillo de baba cae, y así a la mujer, como a un suave y cansado lactante, se le sirve en los labios el panecillo de carne con salsa. Mmmmm, muy bien. El marido desea que recoja lo que ha traído de la cocina para emerger y descongelar. Primero la orilla, después el mástil, así se instala el orden hasta en los menores pliegues, al fin y al cabo habrá que conducir, y cuidar la tapicería, con su espuma activa. Y después Gerti aún tiene que cubrir de besos el saco peludo, que no salga mal. Como una serpiente, el director destroza el vestido a su mujer, de un solo golpe, pero al mismo tiempo le susurra que mañana tendrá dos nuevos a cambio. El vestido es arrancado con fuerza por delante. El cuerpo de Gerti es cubierto de besos, desde una favorable altura, y vuelto a sujetar con el cinturón a su asiento, donde permanece quieto y no devuelve ninguna de las miradas que recibe. El director despedaza también la ropa interior de Gerti, y desnuda toda su ruinosa fachada; pronto, aunque sea fuera, fuera del gastado maletín, aparecerá un amable verdor, ¡sólo uno o dos meses más de invierno! El viento de la marcha y los pocos hombres que vuelven a casa deben contemplar tranquilamente el edificio a cuya cálida sombra el director se ha revolcado. La mujer no se parece a ninguna actriz de cine, por lo menos ninguna que yo conozca. Silencio. Michael espía por la ventana y se esfuerza en crecer nuevamente para sacar de sí lo mejor, lo máximo. No todos los hombres tienen un hermoso sexo que ofrecer para poderse entretener con él. Para el director la fidelidad es innata, una cuestión de decoro. Somos el rebaño de la casa, y calentamos al señor cuando es necesaria

El joven, pensando en los innumerables amigos a los que va a contar su aventura, se mete bajo el chorro de la ducha, demasiado fuerte. Sus sentidos están con él, y se tienden en el suelo como perros a dormir en sus felpudos. Quizá luego pase por allí su chica, mientras fuera los esclavos cogen violentamente lo que les corresponde. Ha tenido la condescendencia de mirar a una mujer madura, y ahora va a descansar, este muchacho de mundo. Creo que seguirá durmiendo cuando mañana temprano los pobres suban al autobús hacia la Muerte y, con sus propiedades, se salgan de madre y se rompan la cabeza.

Como si hubieran dado la vida a cambio de sus coches, el director y su mujer van juntas a casa, la una protegida del otro, pasando de una situación a otra. Esta gente puede follar sin temor en cualquier parte, sus actos son reparados una y otra vez por el amor y por sus queridas señoras de la limpieza. Los empleados descansan, el sonido de sus despertadores pronto los hará levantar. Silencioso, el coche despeja la llanura. Las montañas guardarán reposo hasta que, mañana, el sol vuelva a ser repartido por el jefe de turismo, para alegría de los deportistas. Así, la pareja de directores vuelve a casa en su gran balsa, por la carretera general, como Dios manda, y a velocidad moderada. Hace poco que ambos han asido sus cuerpos para bombear combustible, las fuentes salpicaban en torno a ellos, sí, los ricos se refrescan cuando quieren. En las casitas no se oye ruido alguno, porque en ellas hay que pagar a cuenta el dinero de la gasolina. Como máximo reina la violencia, antes de que mañana en la fábrica estos hijos de pobre sean nuevamente administrados, y sus mujeres chapotean todo el día en los barnices del sexo fuerte. El amor es fresco como una fruta cuando está en el frasco, pero ¿en qué se convierte dentro de nosotros?

El trabajo de los sexos, llevado a cabo hoy por director y directora -¡gracias por el doble Axel y la gran cabalgada! -, bajo el que florecieron entre espasmos para después limpiarse la boca como tras una comida suculenta, ha terminado quizá por hoy, aunque no es seguro. Hasta que volvamos a encontrarnos mañana, a la luz de los faros del coche de Correos, tan temprano, aún en la oscuridad, y los próximos años! Nada más que esas luces acarician los pobres cuerpos, que se nos muestran sin vergüenza en su mal olor matinal, en sus gases de escape, ¡sólo los billetes de lotería, en los que siempre tienen que pensar! Hay que poder también ingresar, no sólo repartir.

El director balbucea palabras de amor y de mando, se anuncia a sí mismo y a su programa, este hombre privado. Ya vuelve a vivir en su elemento, el dinero. Qué sería él sin su mujer, como la llama tercamente. Feliz, se aferra con la mano libre, la que no conduce, a su cuerpo, y conduce por lo menos allí. La montaña cuelga sobre él como un cálido y manso animal, ya la ha esquilmado por completo. El otro coche lo han dejado parado, aturdido y bloqueado, como a su hijo. Sólo pensaban en su animoso sexo. La mujer puede irse a comprar las cosas que van bien a una mujer. Ahora se especula sobre el día siguiente y sus posibilidades de desarrollo. El director habla de con cuánta variedad de ideas frecuentará a su mujer después y los próximos días. Necesita agitación arriba, en su oficina, para que abajo su rabo se satisfaga y pueda dejarse atrapar por la mujer. ¿Quizá a la mujer le gusta algo especial que mañana perseguirá ciegamente al ir de compras? Este hombre: La segura estrella de su mujer brillará sobre él hasta mañana temprano, pace suavemente en su garganta, ¡pero mire a la carretera, no aparte la vista! Las gotas siguen cayendo del hombre, sudor y esperma, eso no le hace menor, más escaso, más pequeño. Sonriendo, adora a su mujer, a la que ha mantenido bajo su chorro. Sus carnosos testículos se asientan silenciosos en su nervudo tallo. Qué alivio entregarse al conjuro de la noche, cuando no se tiene que salir corriendo mañana a la oscuridad, uno entre muchos, deslumbrado por la lámpara de la cocina. Cuando el fuego arde en un motor y en otro más, uno mayor, en nuestro motor. Pulido, renovado, el director quiere volver a subir a la cama con su Gerti y eternizarse en su boscaje, nadie como él levanta tan rápido la pierna y se deja ir en un diluvio ardiente. Quizá vuelvan a ser inundados por el suave griterío de sus cuerpos, que quieren algo de comer, ¿quién sabe? La mujer quiere abrocharse el vestido delante del pecho, el frío clava sus garras en ella. Pero el hombre exige que ofrezca un poco de entretenimiento a él y a los habitantes del distrito, en sus pequeñas antesalas del infierno, por favor, Brigitte, oh no, Gerti. Vuelve a abrirle el vestido que había juntado; aún no se ha extinguido, Gerti, quiero decir que todavía hay algo que brilla en la ceniza. La calefacción aún no ha entrado en calor, pero el hombre sí. Con él las cosas van bastante rápido, tiene en la barbilla una herida causada por una uña de Gerti. No les sale al encuentro ni un solo paseante que quiera florecer un momento con un conocido delante de la casa. Nadie más que pueda ver el sello del poder sobre la frente del director de la fábrica. Y por eso tiene que estampar ese sello por lo menos a su mujer, como señal de que ha pagado la entrada y también ha salido de verdad, valientemente, del calor de su sexo al aire libre. En la cocina de los pobres, sólo se mantiene encendido el fogón.

El hombre llama su amor a su mujer, sí, también el niño lo es. En el dorado centro viven, en el cuadradillo del pueblo. Y astutamente, el Gobierno reparte a la gente las ofertas especiales con el cucharón de servir. Para que los propietarios de las empresas tomen sus decisiones y puedan inventar sus disculpas acerca de cómo han desperdiciado las subvenciones y los cuerpos humanos. Pueden ser felices siempre en medio de sus bienes, y los demás hablan de penas en su pedazo de tierra, pequeño como un pañuelo, en el que plantan cercas en cuanto su semilla llega para más de dos. ¡Ya tienen que pensar en uno más!

Hemos llegado, el niño duerme en su cuarto.

Pacientemente, el niño duerme de la mano de Químicas Linz S.A. Ahora nosotros también nos vamos a dormir, para tener un anticipo de lo que precede a la Muerte. Para ello hay que empezar por tumbarse, los pobres lo saben hace mucho, mueren antes, y el tiempo hasta entonces se les hace muy largo. El hombre se vuelve una vez más a las partes de la piel de su mujer sobrecargadas de cosméticos, enseguida la seguirá a la cama disparando como un fusil. En el baño ya, un agitado ruido de agua y convulsiones. Sin compasión, un pesado cuerpo es echado al agua para hacerlo disfrutable. Sobre su pecho reposan jabones y cepillos. Los espejos se empañan. La señora directora debe frotar vigorosamente la espalda de su marido, sumergir humildemente la mano en la espuma y seguir masajeando su poderoso sexo, que ha quedado por entero en sus manos. Tras las ventanas, la Luna se desvanece. Él ya la está llamando, el hombre y el medio kilo de carne (o siquiera menos) que es su maestro. Ya vuelve a hincharse en el agua caliente, y se alza como señor del abundante buffet frío de su cuerpo. Después él bañará a la mujer, tras los esfuerzos del día, no hay de qué, lo hace con gusto. Alrededor, los mortales viven de su salario y su trabajo, no viven eternamente y no viven bien. Pero ahora ya han cambiado del esfuerzo al descanso, en su pecho duerme una espina, porque no tienen un cuarto de baile propio. El director diluye su cuerpo en agua, pero siguen quedando suficientes metros cúbicos. Una vez más llama a su mujer, más alto ahora, es una orden. No viene. Tendrá que dejar que el agua lo ablande por sí sola. Pacífico, se desliza al otro lado de la bañera; ¿va a tener que rugir para que venga? Qué agradable es que el agua no lo cambie a uno, y no tener que aprender a caminar sobre ella. Qué placer, y tan barato. Todo el mundo puede permitírselo. ¡Que la mujer se quede donde está, oh nube de vaho, llévame contigo! Abre el grifo del agua caliente, lo acaricia y se siente pacífico, sereno. El agua susurra alrededor del pesado cuerpo, en el que los duros músculos masticadores muelen la vida y tragan empresas. Los pobres han caído también como agua de las rocas, pero por lo menos se quedan donde están, en sus camitas, y no están todo el tiempo suplicándole a uno, esos hombres lamentables a los que hay que pagar suplementos. ¡Cómo van a parar ciegamente a las máquinas, de una hora para otra, con las sagradas cuerdas que sus mujeres han tensado trabajosamente en el bastidor de su cuerpo! ¡Tanta sangre! Y todo en vano, en última instancia también los violentos latigazos de su corazón, porque ya no hay en él sangre para impulsar. Y a veces los niños arman ruido a las cuatro de la mañana, creo. Por lo menos uno o dos siempre vuelven a casa borrachos de la discoteca.

Pero el hijo, tantos años sin ser querido, yace ahora en su cama, y la pacífica Luna se pone. El niño respira pesadamente, recubierto por un sudor frío; con esas pastillas en el zumo se descansa de un modo totalmente distinto. El niño yace inquieto bajo la mirada de la madre, que da a la cama con el pie para enderezarla. Mustio está el niño, y sin embargo es todo su mundo: guarda silencio, como éste. Sin duda se alegra de crecer, igual que el miembro de su padre. La madre besa con ternura su pequeño bote, que el mundo lleva. Entonces coge una bolsa de plástico, la pone en la cabeza del niño y la sujeta fuerte, para que su aliento pueda quebrarse en paz. Bajo la bolsa, en la que está impresa la dirección de una boutique, se despliegan generosas una vez más las fuerzas vitales del niño, al que no hace mucho se ha prometido que crecería y tendría aparatos de deporte. ¡Así ocurre cuando se quiere mejorar la Naturaleza con aparatos! Pero no, ya no quiere vivir. El niño tiende ahora al agua libre, donde estará del todo en su elemento (¡mamá!) y se servirá de las gafas de bucear por las que sus compañeros aprenden a ver el mundo desde el principio como a través de un sucio cristal: a tal punto ha sido su superior, un pequeño Dios de la guerra, ágil en el trabajo, el deporte y el juego. Lo ven todo, pero no ven mucho. La madre sale de la casa. Lleva al hijo en sus brazos, como un ramo de flores por despuntar que hay que plantar. Desde las cumbres por las que el niño ha bajado hoy, y quería volver a bajar mañana (¡en realidad, el nuevo día ya ha roto, impaciente!), el suelo saluda en despedida. Huellas irritantes en la capa de nieve. ¡Ahora vagad, girad en torno al fuego, habéis tenido una experiencia! ¿no?

La madre lleva en brazos al niño; después, cuando se cansa, lo arrastra tras ella. Bajo el delicado vestido de la Luna. Ahora la mujer está junto al arroyo y, contenta, un instante después hunde al niño en él. Un hermoso silencio hace señas, y también los deportistas se hacen señas en cualquier ocasión, si es que hay público para verlas. Ahora, en contra de lo esperado, las cosas han salido de tal modo que precisamente el más joven de la familia será el primero en ver el estúpido rostro de la eternidad, detrás de todo el dinero que, para comprar, corre libremente por la Tierra cuando no lleva a alguien de la mano. Gritando, los hombres compiten y piden buen tiempo. Y los esquiadores suben a la montaña, da igual quién viva allí y quiera ganar.

El agua ha acogido al niño y se lo lleva, mucho tiempo después quedará mucho de él, con este frío. La madre vive, y su tiempo, en cuyas cadenas se envuelve, ha culminado. Las mujeres envejecen pronto, y su error es que no saben dónde esconder todo el tiempo que hay detrás de ellas para que nadie lo vea. ¿Deben tragárselo, como los cordones umbilicales de sus hijos? ¡Muerte y crimen!

¡Ahora descansad un rato!

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