Prólogo

– Es una situación imposible -anunció el rey Mujtar de El Deharia.

La princesa Lina miró a su hermano, que caminaba de un lado a otro, y pensó que por mucho que caminara no conseguiría recorrer toda la longitud de la habitación. Era tan grande que se perderían de vista. Ventajas de ser rey.

Mujtar se giró de repente y caminó hacia ella.

– Veo que sonríes. ¿Es que te parece divertido? -preguntó-. Tengo tres hijos en edad de casarse. ¡Tres! ¿Y alguno de ellos ha mostrado interés por buscar novia y darme herederos? No. Están demasiado ocupados con sus trabajos. ¿Cómo es posible que me hayan salido tan laboriosos? ¿Por qué no andan por ahí persiguiendo mujeres y dejándolas embarazadas? Aunque bien pensado, podríamos obligarlos a casarse.

Lina se rió.

– ¿Te estás quejando de que tus hijos sean muy trabajadores y no te hayan salido unos ligones? ¿Qué te pasa, hermano? ¿Es que tienes demasiado dinero en el tesoro? ¿Es que la gente te adora demasiado? ¿O es que la Corona real te pesa en exceso?

– Te burlas de mí -protestó.

– Como hermana tuya que soy, burlarme de ti no es sólo mi privilegio sino también mi obligación. Alguien tiene que tomarte el pelo.

– Es un asunto serio -dijo él con severidad-. ¿Qué voy a hacer? Necesito herederos. A estas alturas ya debería tener docenas de nietos y no tengo ni uno. Qadir se pasa la vida de viaje por el mundo, representando a nuestro país; Asad se encarga de los asuntos nacionales para que el pueblo disfrute de una economía boyante; y Kateb vive en el desierto a la antigua usanza… La antigua usanza. Dios mío, ¿en qué estará pensando?

– Bueno, ya sabes que Kateb siempre ha sido algo así como la oveja negra de la familia -le recordó Lina.

– Ningún hijo mío es una oveja, ni blanca ni negra. Kateb es poderoso y astuto como el león del desierto o por lo menos como un chacal.

– Entonces, es el chacal negro de la familia.

– Deja de comportarte de ese modo, mujer -exclamó Mujtar con una imitación bastante decente del rugido de un león.

Lina siguió tan tranquila como antes.

– ¿Tú ves que me acobarde, hermano? ¿Me has visto acobardada alguna vez?

– No, y eso te hace peor.

Lina se tapó la boca con una mano y fingió que bostezaba.

El rey la miró con los ojos entrecerrados.

– Es evidente que sólo quieres divertirte a mi costa -dijo-. ¿Es que no piensas darme ningún consejo?

– Tengo un consejo que darte, pero no estoy segura de que te guste.

El se cruzó de brazos.

– Te escucho.

– Me he puesto en comunicación con el rey Hassan de Bahania -declaró ella.

– ¿Por qué?

Lina suspiró.

– Iremos más deprisa si no me interrumpes cada treinta segundos.

Mujtar arqueó las cejas, pero no dijo nada.

Lina reconoció inmediatamente su expresión. A Mujtar le gustaba pensar que era un hermano protector y preocupado por su bienestar, que la mantenía a salvo de la maldad del mundo. Pero era bastante dudoso que el más que atractivo rey de Bahania tuviera intención de tirar al suelo y violar a una mujer, que además tenía cuarenta y tres años.

A pesar de ello, Lina pensó que no le importaría nada que ese hombre la sedujera. Llevaba sola varios años, desde la muerte de su marido; y aunque quería casarse otra vez y tener una familia, no había surgido la ocasión. Nunca tenía tiempo para nada y mucho menos para hombres. Pero entonces apareció Hassan. Era viudo y algo mayor que ella, pero tan encantador y lleno de energía que le gustó de inmediato. Sólo faltaba por saber si el sentimiento era recíproco.

– ¿De qué conoces a Hassan, Lina? -preguntó él con impaciencia.

– Coincidimos hace un par de años en un simposio sobre educación -explicó-. También tiene hijos, y ha conseguido que todos se casen.

En realidad, Lina había visto al rey de Bahania varias docenas de veces; pero siempre en actos oficiales y durante poco más de cinco minutos. Aquélla había sido la primera vez que habían tenido ocasión de charlar un rato.

– ¿Y cuál es su truco? -preguntó, interesado.

– Entrometerse.

– ¿Estás insinuando que…?

– Se inmiscuyó en sus vidas y creó las circunstancias adecuadas para que sus hijos conocieran a las mujeres que él había elegido previamente. A veces fingía oponerse y a veces facilitaba la relación… pero todo salió bien.

Mujtar bajó los brazos.

– Soy el rey de El Deharia, Lina.

– Lo sé.

– Sería altamente inapropiado que me comportara de esa forma.

– Desde luego que sí, hermano.

– Sin embargo, tú no estás sometida a las restricciones de mi cargo y poder…

– Muy cierto. Qué feliz circunstancia, ¿verdad? -ironizó.

– Podrías entrometerte tú. Conoces perfectamente a mis hijos -afirmó, mirándola con intensidad-. Pero seguro que lo tenías planeado desde hace tiempo…

– Bueno, tengo ideas sobre un par de mujeres que podrían interesar a mis sobrinos.

Mujtar sonrió lentamente.

– Adelante. Cuéntamelo todo.

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