NOTAS HISTÓRICAS

NOTAS HISTÓRICAS SOBRE


EL CUENTO DE LA CRIADA


Transcripción parcial de las actas del Duodécimo Simposio de Estudios Gileadianos, celebrado como parte del Congreso de la Asociación Histórica Internacional que tuvo lugar en la Uni versidad de Denay, Nunavit, el 25 de junio de 2191.


Presidente: Profesora Maryann Crescent Moon (Maryann Luna Creciente) del Departamento de Antropología Caucasiana de la Universidad de Denay, Nunav it.


Orador inaugural: Profesor James Darcy Pieixoto, Director de los Archivos- del Siglo Veinte y Veintiuno, de la Universidad de Cambridge, Inglaterra.


CRESCENT MOON:


Estoy encantada de darles la bienvenida a todos, y satisfecha al comprobar que muchos de ustedes asisten al discurso sin duda fascinante y provechoso del Profesor Pieixoto. Los miembros de la Asociación Gileadiana de Investigación consideramos que este período merece un estudio más exhaustivo, en la medida en que fue responsable de la modificación del mapa del mundo, sobre todo en este hemisferio.

Pero antes de pasar a ello, quisiera hacer algunos anuncios. La expedición de pesca saldrá mañana, como estaba programado, y para aquellos que no hayan traído un adecuado equipo para la lluvia y repelente de insectos, les informo que pueden conseguirlos con cargo a su cuenta en la recepción. La Marcha de la Naturaleza y el Desfile al Aire Libre de Trajes de época han sido postergados para pasado mañana ya que nuestro infalible Profesor Johnny Running Dog (Johnny Perro Corredor) nos ha anunciado que para entonces se producirá un cambio del tiempo.

Permítanme recordarles el resto de las actividades patrocinadas por la Asociación Gileadiana de Investigación y que ustedes pueden realizar durante este congreso como parte de la programación de este Duodécimo Simposio. Mañana por la tarde, el Profesor Gopal Chatterjee, del Departamento de Filosofía Occidental de la Universidad de Baroda de la India, disertará sobre «Los elementos Krishna y Kali en la Religión Estatal del Período Primitivo de Gilead», y el jueves por la mañana intervendrá la Profesora Sieglinda Van Buren, del Departamento de Historia Militar de la Universidad de San Antonio, República de Texas. La Profesora Van Buren ofrecerá lo que, sin duda, será una fascinante conferencia ilustrada sobre «La Táctica de Varsovia: la Política de Cerco del Núcleo Urbano en las Guerras Civiles Gileadianas». Estoy segura de que todos querremos asistir.

También debo recordarle a nuestro orador inaugural, aunque estoy segura de que no es necesario, que se ciña al tiempo que le ha sido asignado, porque queremos dedicar una parte a las preguntas, y supongo que nadie querrá perderse el almuerzo, como ocurrió ayer. (Risas.)

El Profesor Pieixoto prácticamente no necesita presentación ya que es bien conocido por todos nosotros, si no personalmente, al menos a través de sus numerosas publicaciones. Entre ellas se incluyen «Las leyes suntuarias a través de las épocas: un análisis de documentos», y el ya conocido estudio «Irán y Gilead: dos monoteocracjas de finales del siglo veinte vistas a través de los diarios». Como todos ustedes saben, es co-director, junto con el Profesor Knotly Wade (Ánade Nudoso), también de Cambridge, del manuscrito que hoy nos ocupa y colaboró en la transcripción, en los comentarios y en la publicación del mismo. El título de esta charla es «Problemas de autenticación con relación a El cuento de la criada».

Profesor Piejxoto.

(Aplausos.)


PIEIXOTO:


Gracias. Estoy seguro de que todos disfrutamos del té helado de la cena de anoche y que ahora estamos disfrutando en igual medida de nuestra ardiente presidenta. Utilizo la palabra «disfrutar» en dos sentidos excluyendo, naturalmente, el tercero, ya obsoleto. (Risas.)

Pero seamos serios. Desearía, tal como indica el titulo de esta pequeña charla, considerar algunos de los problemas vinculados con el su puesto manuscrito que ya es bien conocido de todos ustedes y que lleva el titulo de El cuento de la criada. Digo supuesto porque lo que tenemos ante nosotros no es el artículo en su forma original. En términos estrictos, cuando lo descubrimos no era en absoluto un manuscrito, y no llevaba titulo. La inscripción «El cuento de la criada» le fue añadida por el Profesor Wade, en parte como homenaje al grau Geoffrey Chaucer; pero aquellos de ustedes que como yo conocen al Profesor Wade más de cerca, me comprenderán cuando digo que estoy seguro de que todos los juegos de palabras fueron intencionados, sobre todo el que tiene que ver con el significado vulgar de la palabra cuento siendo hasta cierto punto la base de sustentación de esa fase de la sociedad gileadiana de la que trata nuestra saga. (Risas, aplausos.)

Este artículo, no me atrevo a utilizar la palabra documento, fue descubierto en el emplazamiento de lo que otrora fue la ciudad de Bangor, en lo que, en la época anterior al comienzo del régimen gileadiano, habla sido el estado de Maine. Sabemos que esta ciudad fue un importante apeadero de lo que nuestra autora denomina «el Tren Metropolitano de las Mujeres», ya que algunos de nuestros bromistas historiadores le dieron el apodo de «el Tren Metropolitano de las Gachís». (Risas y silbidos.) Por esta razón, nuestra Asociación se ha interesado especialmente en él.

El artículo en su estado original se componía de una caja de zapatos de las de metal, para uso del Ejército de Estados Unidos, quizá hacia mil novecientos cincuenta y cinco. Este hecho en sí mismo no tiene por qué ser significativo, pues es sabido que estas cajas de zapatos se vendían frecuentemente como «desechos del ejército», y por lo tanto pueden haber quedado dispersadas. Dentro de esta caja de zapatos, precintada con cinta adhesiva como la que se usaba antiguamente para los paquetes postales, había aproximadamente treinta casetes, del tipo de las que se volvieron obsoletas alrededor de los ochenta o los noventa, con la llegada de los discos compactos.

Les recuerdo que éste no es el primer descubrimiento de este tipo. Sin duda les resulta familiar el artículo conocido como «Las memorias de A. B.», hallado en un garaje de un suburbio de Seattle, y «El diario de P.», desenterrado accidentalmente durante la construcción de un nuevo templo en las proximidades de lo que una vez fuera Syracuse, en Nueva York.

El Profesor Wade y yo estábamos muy entusiasmados con este nuevo hallazgo. Afortunadamente, varios años antes, con la ayuda de nuestro técnico anticuario residente, habíamos reconstruido un aparato capaz de reproducir semejantes casetes, y de inmediato emprendimos la cuidadosa tarea de la transcripción.

En la colección había en total unas treinta casetes, con proporciones variables de música y palabras. En general, cada casete comienza con dos o tres canciones, sin duda utilizadas como camuflaje: luego la música se interrumpe y a continuación se oye una voz. Es la voz de una mujer y, según nuestros expertos en fonética, es la misma desde el principio al fin. Las etiquetas de las casetes eran etiquetas auténticas que databan, por supuesto, de una época anterior al comienzo de la primera era gileadiana ya que, bajo este régimen, toda esa música profana quedó prohibida. Por ejemplo, había cuatro casetes tituladas «Los años dorados de Elvis Presley», tres de «Canciones populares de Lituania», tres de «Muchacho George se lo quita» y dos de «Los violines melodiosos de Mantovani», así como algunos títulos de los que sólo había una casete: «Las hermanas gemelas en el Carnegie Hall», es una de mis predilectas.

Si bien las etiquetas son auténticas, no siempre fueron colocadas en la casete con las canciones correspondientes. Además, las casetes no guardaban ningún orden especial, sino que estaban tiradas en el fondo de la caja, y tampoco estaban numeradas. Así que le correspondió al Profesor Wade, y a mí mismo, ordenar los bloques de diálogo en el orden en que parecían sucederse; pero, como he dicho alguna vez, el resultado se basa en conjeturas y debe ser considerado como algo aproximado y sujeto a una investigación más profunda.

Una vez que tuvimos hecha la transcripción, y que tuvimos que revisar varias veces, debido a las dificultades que planteaba el acento, las alusiones a cosas desconocidas y los arcaísmos, nos vimos obligados a tomar algunas decisiones con respecto al material que tan laboriosamente habíamos conseguido. Se nos presentaban varias posibilidades. En primer lugar, las casetes podían ser una falsificación. Como ustedes saben, se han dado varios casos de falsificaciones de este tipo por las que los editores han pagado sumas elevadas, deseando sin duda aprovecharse del sensacionalismo de esos relatos. Parece que ciertos períodos de la historia se convierten rápidamente tanto para otras sociedades como para aquellas que los viven, en tema de leyendas no especialmente edificantes y en motivo de autocomplacencia hipócrita. Si se me permite un comentario al margen, diré que en mi opinión debemos ser prudentes en nuestros juicios morales sobre los gileadianos. Seguramente ya hemos aprendido que tales juicios son forzosamente específicos de la cultura. Además, la sociedad gileadiana se encontraba bajo una fuerte presión, demográfica y de otro tipo, y estaba sujeta a factores de los que nosotros mismos estamos libres. Nuestra misión no consiste en censurar sino en comprender. (Aplausos.)

Dejando de lado mi digresión: de todos modos resulta bastante difícil falsificar una casete como ésta de un modo convincente, y los expertos que las analizaron nos aseguraron que los objetos físicos en sí mismos eran genuinos. Por cierto, la grabación misma, o sea la superposición de la voz sobre la música, no podría haberse hecho en los cien ni en los cincuenta últimos años.

Suponiendo, entonces, que las casetes son auténticas, ¿qué decir de la naturaleza del relato? Obviamente no pudo haber sido grabado en cl mismo período de tiempo del que habla puesto que, si la autora dice la verdad, no habría tenido a su alcance ni magnetófono ni casete, y tampoco habría tenido dónde esconderlos. Además hay en su narración cierta calidad reflexiva que, en mi opinión, descartaría la simultaneidad. Posee un cúmulo de emociones almacenadas, si no en la tranquilidad, al menos post facto.

Pensamos que si podíamos establecer la identidad de la narradora, podríamos encontrar una manera de explicar cómo este documento, permitidme llamarle así en nombre de la brevedad, salió a la luz. Para ello utilizamos dos líneas de investigación.

Primero intentamos, utilizando planos urbanos de Bangor y de otra documentación que quedaba, identificar a los habitantes de la casa que debía encontrarse en aquel entonces en el sitio del descubrimiento. Probablemente, razonamos, ésta había sido una «casa segura» del Tren Metropolitano de las Mujeres de aquel tiempo, y la autora podría haberlo ocultado en el ático o en la bodega, por ejemplo, durante semanas o meses, tiempo durante el cual habría tenido la oportunidad de realizar las grabaciones. Por supuesto, no había ningún indicio que nos permitiera descartar la posibilidad de que las casetes hubieran sido trasladadas al emplazamiento en cuestión una vez grabadas. Abrigamos la esperanza de poder rastrear y localizar a los descendientes de los hipotéticos ocupantes que, esperábamos, nos conducirían a otro material: diarios, quizá, o incluso anécdotas familiares transmitidas de generación en generación.

Lamentablemente, esto no nos condujo a nada. Tal vez estas personas, si realmente representaban un enlace en la cadena clandestina, habían sido descubiertas y arrestadas, en cuyo caso cualquier documentación referente a ellos habría quedado destruida. Así que continuamos con la segunda línea de ataque. Registramos los archivos de la época, intentando relacionar los personajes históricos con los individuos que aparecían en el relato de nuestra autora. Los archivos que han quedado de aquella época están en muy malas condiciones, pues el régimen gileadiano tenía la costumbre de arrasar con sus propias computadoras y destruir el material escrito después de las diversas purgas y de los disturbios internos; pero algún material escrito ha sobrevivido. Por cierto, parte de este material pasó clandestinamente a Inglaterra para uso propagandístico de las diversas sociedades de Protección de la Mujer, que en aquella época proliferaban en las Islas Británicas.

No abrigamos ninguna esperanza con respecto a localizar directamente a la narradora. Algunas pruebas internas nos demostraron que ella formaba parte de la primera tanda de mujeres reclutadas con fines reproductores y asignadas a aquellos que solicitaban tales servicios y que podían reclamarlos, dada su pertenencia a una minoría selecta. El régimen creó de inmediato una reserva de mujeres mediante la simple táctica de declarar adúlteros todos los segundos matrimonios y las uniones no maritales y de arrestar a las mujeres y, sobre la base de que ellas eran moralmente incapaces, confiscaban a los niños, que eran adoptados por parejas sin hijos, pertenecientes a las clases superiores, y que estaban ansiosas por tener descendencia a toda costa. (Durante el período medio, esta política se extendió hasta abarcar a todos los matrimonios no contraídos por la iglesia estatal.) Los hombres que ocupaban altos cargos en el régimen podían elegir y escoger entre las mujeres que habían demostrado sus aptitudes reproductoras por el hecho de haber tenido uno o más niños saludables, característica deseable en una era de caída en picado del índice de natalidad caucasiano, un fenómeno observable no sólo en Gilead, sino en la mayoría de las sociedades caucasianas del norte de aquella época.

Las causas de esta disminución no nos quedan del todo claras. Parte del fracaso con respecto a la reproducción puede deberse indudablemente a la amplia disponibilidad de diversos tipos de métodos de control de la natalidad, incluido el aborto, durante el período pre-gileadiano. La infertilidad era en parte deseada, cosa que puede explicarse por las diferentes estadísticas entre caucasianos y no caucasianos, pero no en toda su magnitud. ¿Acaso necesito recordarles que ésta fue la era de la cepa R de la sífilis y también de la infame epidemia de SIDA que, una vez que se extendió por toda la población, eliminó a una gran parte de la población joven y sexualmente activa de la reserva reproductora? Nacimientos de niños muertos, abortos espontáneos y malformaciones genéticas se extendieron y aumentaron y esta tendencia se ha relacionado con los diversos accidentes en centrales nucleares, cierres e incidentes de sabotaje que caracterizaron el período, así como fugas de productos químicos y de sustancias para la guerra biológica y lugares destinados a la evacuación de desechos tóxicos, de los que existían varios miles tanto legales como ilegales, en algunos casos, estos materiales simplemente se vertían en el alcantarillado, y al uso incontrolado de insecticidas, herbicidas y otros pulverizadores.

Pero fueran cuales fuesen las causas, los efectos fueron notables y en aquel momento el régimen de Gilead no fue el único en reaccionar ante ellos. En la década de los ochenta, por ejemplo, Rumania se había anticipado a Gilead mediante la prohibición de todos los métodos de control de la natalidad, imponiendo a la población femenina la realización obligatoria de pruebas de embarazo y supeditando los ascensos y los aumentos de salario a la fertilidad.

La necesidad de lo que yo llamarla servicios de nacimiento ya fue reconocida en el período pre-gileadiano, donde se realizaban inadecuadamente mediante «inseminación artificial», «clínicas de fertilidad» y mediante el uso de «madres de alquiler», que eran contratadas con este propósito. El régimen de Gilead proscribió las dos primeras por considerarlas irreligiosas, pero legitimó y estimuló la tercera por entender que tenía precedentes bíblicos; así, reemplazaron la poligamia común consecutiva del período pre-gileadiano por la forma más antigua de poligamia simultánea practicada tanto en los primeros tiempos del Antiguo Testamento como en el antiguo estado de Utah durante el siglo diecinueve. Como sabemos por el estudio de la historia, ningún sistema nuevo puede imponerse al anterior si no incorpora muchos de los elementos de éste, tal como demuestra la existencia de elementos paganos en la cristiandad medieval, y la evolución hasta llegar a la «K.G.B.» rusa a partir del anterior servicio secreto del Zar; y Gilead no fue una excepción a la regla. Sus principios racistas, por ejemplo, estaban firmemente arraigados en el período pre-gileadiano. y los temores racistas proporcionaron parte del aliciente emocional que permitió que la toma del poder en Gilead fuera un éxito.

Nuestra autora fue una entre tantas y debe ser considerada dentro de las líneas generales de la época histórica de la que formó parte. ¿Pero qué más sabemos de ella, aparte de su edad, de algunas características que podrían atribuirse a cualquiera, y de su lugar de residencia? No mucho. Parece haber sido una mujer culta, en la medida en que podría llamarse culta a una graduada de cualquier universidad de Estados Unidos. (Risas, algunos silbidos.) Pero, como ustedes dirían, los bosques estaban plagados de ejemplares de este tipo, así que no nos sirvió de mucho. Ella no nos proporciona su nombre original y, en efecto, todos las archivos oficiales posteriores a su ingreso en el Centro de Reeducación Raquel y Leah han quedado destruidos. El nombre «Defred» no nos proporciona ninguna pista ya que, al igual que «Deglen» y «Dewarren», es un patronímico compuesto por la preposición posesiva y cl primer nombre del caballero en cuestión. Tales nombres eran adoptados por estas mujeres una vez que entraban en contacto con la familia de un Comandante determinado, y se despojaban de ellos una vez que abandonaban a esa familia.

Los otros nombres que figuran en el documento resultan igualmente inútiles al efecto de una identificación y autenticación. «Luke» y «Nick» no significan nada, lo mismo que «Moira» y «Janine». Lo más probable, de cualquier modo, es que fueran seudónimos adoptados para proteger a estos individuos en el caso de que las casetes resultaran descubiertas. Si así fuera, esto justificaría nuestro punto de vista de que las casetes se grabaron dentro de los límites de Gilead con el objeto de que fueran pasadas de contrabando por la red clandestina de Mayday.

Luego de eliminar las posibilidades anteriores, sólo nos quedaba una. Pensamos que el hecho de poder identificar al escurridizo «Comandante» supondría al menos algún progreso. Consideramos que un individuo tan altamente situado probablemente habría participado en un principio en la organización secreta Hijos de Jacob Pro-Tanques, sobre la cual se fundó la filosofía y la estructura social de Gilead. Esta organización se formó poco después de que se aceptara la paralización de las armas por parte de las superpotencias y de la firma del llamado Acuerdo de las Esferas de Influencia, que dejaba a las superpotencias libertad de acción, sin interferencias, con respecto a las crecientes rebeliones que tenían lugar dentro de sus propios límites. Los archivos oficiales de las reuniones de los Hijos de Jacob fueron destruidos después de la Gran Purga del período medio, que deshonró y liquidó a algunos de los primeros artífices de Gilead; pero disponemos de alguna información a través del diario cifrado realizado por Wilfred Limpkin, uno de los sociobiólogos de la época. (Como es sabido, la teoría sociobiológica de la poligamia natural fue utilizada como una justificación científica de algunas de las prácticas menos corrientes del régimen, así como cl darwinismo fue utilizado por ideologías anteriores.)

Gracias al material de Limpkin sabemos que existen dos candidatos posibles, o sea los dos que incorporan a sus nombres el elemento «Fred»: Frederick R. Waterford y B. Fredcrick Judd. No ha quedado ninguna fotografía de ellos, aunque Limpkin describe al último como una persona envarada y, cito: «alguien para quien el trabajo es lo que se hace en el campo de golf». (Risas.) El propio Limpkin no sobrevivió mucho tiempo al régimen de Gilead y, si tenemos su diario, sólo es porque él intuyó su propio fin y se lo entregó a su cuñada de Calgary.

Tanto Waterford como Judd tienen características que los convierten en dignos de análisis. Waterford poseía conocimientos de investigación de mercado y, según Limpkin, fue el responsable del diseño de los trajes femeninos y de la idea de que las Criadas vistieran de rojo, idea que parece haber tomado de los uniformes de los prisioneros de guerra alemanes que se encontraban en los campos de prisioneros de Canadá durante la época de la Segunda Guerra Mundial. Parece haber sido el creador del término «Particicución», para lo cual se inspiró en un programa de ejercicios muy popular durante el último tercio del siglo; de todos modos, la ceremonia colectiva de la cuerda fue sugerida por una costumbre de un pueblo inglés del siglo diecisiete. El término «Salvamento» también debió de ser suyo, aunque en los tiempos de la instauración de Gilead, dicho término, originario de Filipinas, se había convertido en un término general para referirse a la eliminación de los enemigos políticos. Como he dicho en alguna otra ocasión, existieron muy pocas cosas originales o nativas de Gilead: su genialidad consistió en la síntesis.

Por otro lado, Judd parece haberse interesado menos en los envases y más en las tácticas. Fue él quien sugirió el uso de un panfleto desconocido de la «C.IA.» sobre la desestabilización de los pocos gobiernos extranjeros como manual de estrategias de los Hijos de Jacob, y también él quien elaboró las primeras listas de «americanos» prominentes de la época. También se sospecha que él organizó el Día del Asesinato del Presidente, que debió de requerir una gran infiltración de los sistemas de seguridad del Congreso y sin el cual la Constitu ción jamás podría haber quedado suspendida. La Patria Na cional y el proyecto de embarque de los judíos también fueron creación suya, al igual que la idea de privatizar el programa de repatriación de los judíos, con el resultado de que más de un barco cargado de judíos fue hundido en el Atlántico con el objeto de aumentar los beneficios. Por lo que sabemos de Judd, esto no debió de preocuparle mucho. Pertenecía a la línea dura, y Limpkin hace la siguiente observación con respecto a él: «Nuestro gran error fue enseñarle a leer. No volveremos a cometerlo».

Es a Judd a quien se le atribuye el haber ideado la forma, en oposición al nombre, de la ceremonia de Particicución, argumentando que no sólo era una manera horripilante y eficaz de deshacerse de los elementos subversivos, sino que también actuaba como válvula para los miembros femeninos de Gilead. Las víctimas propiciatorias han sido notablemente útiles a lo largo de la historia y para estas Criadas, tan rígidamente controladas en otros tiempos, debía de ser muy gratificante poder destrozar a un hombre de vez en cuando con sus propias manos. Esta práctica llegó a ser tan popular y eficaz que fue regularizada durante el período medio, cuando tenía lugar cuatro veces al año, durante los solsticios y los equinoccios. Aquí hay reminiscencias de los ritos de fertilidad que se practicaban en los primeros cultos a las diosas terrenales. Tal como olmos decir en el debate del jurado de ayer por la tarde, Gilead, aunque indudablemente patriarcal en la forma, también fue en ocasiones matriarcal en el contenido, al igual que algunos sectores de la estructura social que la originó. Como bien sabían los artífices de Gilead, para imponer un sistema totalitario eficaz, o cualquier otro sistema, se deben ofrecer algunos beneficios y libertades, al menos a unos pocos privilegiados, a cambio de los que se suprimen.

A este respecto, creo pertinente hacer algunos comentarios sobre la curiosa agencia de control femenino conocida como las «Tías». Según el material proporcionado por Limpkin, Judd desde el principio fue de la opinión de que el modo mejor y más eficaz de controlar a las mujeres en la reproducción y en otros aspectos era mediante las mujeres mismas. Existen varios precedentes históricos de ello; de hecho, ningún imperio impuesto por la fuerza o por otros medios ha carecido de esta característica: el control de los nativos mediante miembros de su mismo grupo. En el caso de Gilead, había muchas mujeres deseosas de servir como Tías, ya fuera por auténtica creencia en lo que llamaban «valores tradicionales», o por los beneficios que de ello podían obtener. Cuando el poder es escaso, resulta tentador. También tenía un aliciente negativo: las mujeres mayores, sin hijos o estériles que no estaban casadas podían prestar servicio como Tías y librarse así del desempleo y del consecuente traslado a las infames Colonias, que estaban compuestas por poblaciones flotantes utilizadas principalmente como equipos prescindibles de eliminación de sustancias tóxicas, aunque la que tenía suerte podía ser asignada a tareas menos peligrosas, como la recolección del algodón o la cosecha de la fruta.

La idea, pues, partió de Judd, pero la ejecución llevaba el sello de Waterford. ¿A qué otro miembro de los Hijos de Jacob Pro-tanques se le habría ocurrido la idea de que las Tías llevaran nombres derivados de productos comerciales utilizados por las mujeres en el periodo pre-gileadiano, y por lo tanto familiares y tranquilizadores para ellas, como los nombres de productos cosméticos, de mezclas para pasteles, de postres helados e incluso de medicinas? Fue un golpe brillante y nos confirma en nuestra opinión de que, en sus mejores tiempos, Waterford fue un hombre de un ingenio considerable. Como lo fue Judd, en su estilo.

Se sabía que ninguno de los dos hombres había tenido hijos y por lo tanto podían disfrutar del derecho a la descendencia de las Criadas. En el artículo que escribimos juntos, «La noción de “simiente” en los primeros tiempos de Gilead», el Profesor Wade y yo llegamos a la conclusión de que ambos hombres, al igual que muchos Comandantes, habían entrado en contacto con un virus causante de la esterilidad, desarrollado mediante experimentos secretos acopladores de genes durante el período pre-gileadiano, y que se pretendió insertar en el sucedáneo de caviar que consumían los altos funcionarios de Moscú. (El experimento fue abandonado después del Acuerdo de las Esferas de Influencia, porque se consideró que el virus era absolutamente incontrolable y también muy peligroso para muchos, aunque algunos querían diseminarlo por el territorio de la India.)

De cualquier manera, ni Judd ni Waterford estuvieron casados jamás con ninguna mujer que se llamara «Pam» ni «Serena Joy». Este último nombre parece haber sido una maliciosa invención de nuestra autora. El nombre de la esposa de Judd era Bambi Mae, y el de la esposa de Waterford era Thelma. Sin embargo, esta última había sido una figura de la televisión, del tipo que describe la narración. Nos enteramos de ello a través del material de Limpkin, que hace varias observaciones sarcásticas al respecto. El propio régimen se esmeró en cubrir las desviaciones de la ortodoxia por parte de las esposas de las clases privilegiadas.

Las pruebas inclinan la balanza a favor de Waterford. Sabemos, por ejemplo, que murió probablemente poco después de los acontecimientos que nuestra autora describe, en una de las primeras purgas; fue acusado de tener tendencias liberales y de estar en posesión de una importante colección no autorizada de material pictórico y literario de tipo herético, y de encubrir a una persona subversiva. Esto ocurrió antes de que el régimen empezara a celebrar los juicios en secreto, y por lo tanto aún los televisaban, de manera que ese juicio fue grabado en Inglaterra por vía satélite y se encuentra en los depósitos de grabaciones de nuestros archivos. Las tomas de Waterford no son muy buenas, pero sí lo suficientemente claras para asegurar que su pelo era en efecto gris.

En cuanto a la persona subversiva que Waterford fue acusado de encubrir, podría haber sido la propia «Defred», ya que su huida puede haberla colocado en esa categoría. Como demuestra la existencia misma de las casetes, lo más probable es que fuera «Nick» quien ayudara a «Defred» a escapar. El modo en que lo hizo lo señala como un miembro de la organización clandestina Mayday, que no era la misma que el Tren Metropolitano de las Mujeres, pero que tenía relaciones con éste. Lo último fue una simple operación de rescate cuasi militar. Se sabe que una serie de componentes de Mayday se habían infiltrado en los más altos niveles de las estructuras del poder gileadiano y que la colocación de uno de sus miembros como chófer de Waterford habría sido ciertamente un golpe; un golpe doble, ya que «Nick» debió de ser al mismo tiempo un miembro de los Ojos, como solía ocurrir en el caso de los chóferes y los sirvientes personales. Waterford, por supuesto, debía de saberlo; pero, como todos los Comandantes de alto nivel, automáticamente era director de los Ojos y no debió de haber prestado mucha atención ni debió de dejar que ello interfiriera en su infracción de lo que él consideraba reglas menores. Como la gran mayoría de los primeros Comandantes de Gilead que posteriormente fueron purgados, él consideraba que su posición estaba por encima de cualquier ataque. El estilo del periodo medio de Gilead fue más cauteloso.

Éstas son nuestras conjeturas. Suponiendo que sean correctas, es decir, suponiendo que Waterford fuera efectivamente el «Comandante», aún quedan muchas incógnitas. Algunas de ellas podrían haber sido despejadas por nuestra autora anónima, si hubiera tenido una manera diferente de ver las cosas. Si hubiera tenido instinto de periodista, o de espía, podría habernos explicado muchas cosas acerca del funcionamiento del imperio gileadiano. ¡Qué no daríamos ahora por veinte páginas escritas del ordenador privado de Waterford! De cualquier manera, debemos estar agradecidos por las migajas que la Diosa de la Historia se ha dignado concedernos.

En cuanto al destino final de nuestra narradora, permanece en las tinieblas. ¿Fue pasada clandestinamente por la frontera de Gilead hasta lo que entonces era Canadá, y se las arregló para ir de allí a Inglaterra? Ésta habría sido una decisión inteligente ya que el Canadá de aquella época no deseaba enemistarse con su poderoso vecino y organizaba redadas y extraditaba a los refugiados. En ese caso, ¿por qué no se llevó consigo la narración grabada? Tal vez su viaje se decidió en el último momento; tal vez temía que la detuvieran en el camino. Por otro lado, puede que la hubieran vuelto a capturar. Si realmente llegó a Inglaterra, ¿por qué no dio a conocer su historia, como hicieron muchos una vez que llegaron al mundo exterior? Puede que temiera que tomaran represalias contra «Luke», suponiendo que él aún estuviera vivo, lo cual es improbable, o incluso contra su hija; porque el régimen gileadiano no era incapaz de tales medidas, y las tomaba con el fin de desalentar la publicidad adversa en los países extranjeros. Se sabe que más de un refugiado incauto recibió una mano, una oreja o un pie envasado al vacío y oculto, por ejemplo, en un bote de café. O tal vez se contaba entre las Criadas que huyeron y que tuvieron dificultades para adaptarse al mundo exterior, después de la vida protegida que habían llevado. Como ellas, puede haberse convertido en una solitaria. No lo sabemos.

Sólo podemos hacer deducciones también con respecto a las motivaciones de «Nick» para organizar la fuga. Podemos suponer que una vez descubierta Deglen, su compañera de asociación con Mayday, él mismo corría peligro porque, como muy bien sabía en tanto miembro de los Ojos, la misma Defred sería interrogada. La pena por actividad sexual no autorizada con una Criada era severa, y su categoría de Ojo tampoco lo protegía. La sociedad gileadiana era en extremo bizantina y cualquier transgresión podía ser utilizada en contra de uno por los enemigos no declarados pertenecientes al régimen. Por supuesto, él podría haberla asesinado, lo que habría sido el camino más inteligente, pero el corazón humano sigue siendo un factor decisivo y, como sabemos, ambos pensaban que ella podía estar esperando un hijo de él. ¿Qué varón del período gileadiano podía resistirse a la posibilidad de ser padre, algo tan impregnado de categoría y tan preciado? En cambio, llamó a un equipo de rescate de los Ojos, que pueden haber sido auténticos o no, pero en cualquier caso trabajaban bajo sus órdenes. Con esto también puede haber provocado su propia caída. Jamás lo sabremos.

¿Nuestra narradora llegó sana y salva al mundo exterior y construyó una nueva vida? ¿O fue descubierta en su escondite del ático, arrestada, enviada a las Colonias o a Jezebel’s, o incluso ejecutada? Nuestro documento, aunque a su modo elocuente, no da respuesta a estas cuestiones. Podríamos convocar a Eurídice desde el mundo de los muertos, pero no podríamos lograr que respondiera; y cuando nos giramos para mirarla, la divisamos sólo un momento, antes de que se nos deslice de las manos y se desvanezca. Como todos los historiadores sabemos, el pasado es una gran tiniebla llena de resonancias. Desde ella pueden llegarnos algunas voces; pero lo que nos dicen está imbuido de la oscuridad de la matriz de la cual salen. Y, por mucho que lo intentemos, no siempre podemos descifrarlas e iluminarlas con la luz prístina de nuestro propio tiempo.


Aplausos.


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