Mientras las lunas gemelas proyectaban su espectral luz sobre el interminable erial, Lyra, sola en lo alto del Diente del Dragón, aguardaba el amanecer. Una vez al año, durante los últimos mil años, había realizado aquel peregrinaje a la cima del pico más alto de Athas para reafirmar sus solemnes promesas y soñar el sueño que jamás vería realizado en vida. «Mil años», pensó, estremeciéndose bajo la capa. «Me hago vieja.»
Empezaba a alborear. El oscuro sol no tardaría en alzarse para brillar como una un ascua moribunda en el polvoriento cielo naranja, y sus rayos caerían sobre el desierto como un martillo sobre el yunque. Sólo de noche se conseguía un momento de respiro del abrasador calor; la arena del desierto se enfriaba, la temperatura caía en picado, y las mortíferas criaturas de la noche abandonaban sus nidos y madrigueras para merodear en busca de comida. El día traía consigo otros peligros, no menos letales. Athas no era un mundo acogedor.
Lyra Al´Kali soñaba con el mundo que había existido en una ocasión, mucho antes de que ella naciera. Justo antes del amanecer, imaginaría que el sol se alzaría por el horizonte para mostrar verdes llanuras extendiéndose a sus pies en lugar de las yermas mesetas desérticas. Las estribaciones de las Montañas Resonantes aparecerían pobladas de árboles en lugar de salpicadas de pedruscos, y el canto de las aves sustituiría el lúgubre gemido del viento sobre el desolado paisaje. Hubo un tiempo en que el mundo era verde. El sol era luminoso y las llanuras de Athas florecían; pero eso fue antes de que el equilibrio de la naturaleza fuera destruido por aquellos que quisieron «manipularlo», antes del cambio en el color del sol, antes de que el mundo se viera saqueado por la magia profanadora.
Los pyreens eran la raza más antigua de Athas, aunque con el paso de los siglos su número había ido menguando sin cesar. Ellos rememoraban la Era Verde en sus leyendas, relatos que se transmitían de generación en generación a medida que los pyreens maduraban y hacían sus juramentos. «Ya no quedamos demasiados», pensó Lyra, que cada año se encontraba con menos miembros de su raza durante sus vagabundeos; ella misma era una venerable ahora, uno de los pyreens más viejos que quedaban. «Nuestro tiempo ha pasado», se dijo. «Incluso aunque nuestras vidas duren siglos, no habrá suficiente tiempo para devolver la vida a este planeta moribundo. Somos muy pocos, y no podemos hacerlo todo solos.»
Cada año, en el aniversario de su promesa solemne, Lyra viajaba al Diente del Dragón y escalaba la imponente montaña. Para cualquiera de las razas humanoides de Athas -aun para los incansables elfos de pies veloces y los ágiles y salvajes halflings- la tortuosa ascensión a la cima habría resultado casi imposible, pero Lyra no la realizaba en su forma humanoide. Tan sólo en una ocasión, la primera vez que hizo su juramento, había efectuado la escalada sin la ayuda de sus poderes para cambiar de forma, y aquello casi la había matado. Ahora ya no era joven, e incluso bajo la apariencia de un tágster o un rasclinn la ascensión resultaba ardua. No obstante, seguía realizándola cada año, y lo seguiría haciendo mientras le quedara un hálito de vida; y, cuando ya no pudiera efectuar la ascensión, al menos moriría en el intento.
Los primeros humeantes rayos anaranjados de luz solar empezaron a teñir el cielo por la línea del horizonte. Lyra se irguió sobre la cima barrida por el viento, la larga melena blanca ondeando a su alrededor, y contempló cómo el oscuro sol se alzaba despacio y lleno de malevolencia para abrasar las desérticas mesetas que se extendían a sus pies. Tal y como había hecho mil veces antes, desde que había alcanzado la etapa en que comenzó a contar los años, Lyra empezó a recitar sus votos en voz alta al viento matinal.
– Yo, Lyra Al´Kali, hija de Tyra Al´Kali de las Montañas Resonantes, por este acto pronuncio mis votos y acepto el designio de mi vida, tal y como cada hijo e hija de los pyreens ha hecho antes que yo, y seguirá haciendo cuando yo ya no exista, hasta que Athas vuelva a reverdecer. Juro seguir la Senda del Protector, utilizando mis poderes para proteger y devolver la vida a la tierra, y salir al paso y eliminar a los profanadores que le roben la vida en su propio y perverso beneficio. Juro lealtad a los mayores, y al Más Anciano de los Venerables, Alar Ch´Aranol, Pacificador, Maestro, Protector, Ejecutor de Dragones. A partir de este momento dedicaré mi vida a seguir su noble ejemplo, y ofrezco mi espíritu al servicio de la Disciplina del Druida y a la resurrección de la tierra. Así lo juro y así será.
El viento se llevó sus palabras mientras la luz del oscuro sol inundaba el desierto a sus pies. «Igual que el viento se lleva nuestros sueños», pensó. A lo mejor jamás llegaría el día en que Athas recuperara su verdor, no en tanto que los reyes-hechiceros siguieran viviendo y arrebatando al planeta su esencia vital para alimentar sus conjuros, no mientras los dragones se pasearan por la tierra, dejando una estela de destrucción y muerte a su paso. El Más Anciano de los Venerables había jurado matar los dragones de Athas, pero él solo no podía competir con la magia de aquellas criaturas. Ni siquiera todos los pyreens juntos podían oponerse a ellos. Desde que Lyra vivía, Ch´Aranol había intentado vencer a los dragones que en una ocasión habían sido hombres, pero la magia preservadora jamás había sido tan poderosa como la de los profanadores, y no existía profanador más poderoso que un dragón totalmente metamorfoseado.
Muchos aventureros habían muerto al intentar combatir al dragón, y muchos más morirían si los reyes-hechiceros seguían aumentando su poder. Todos ellos se habían embarcado ya en el sendero de la metamorfosis que los transformaría en dragones, pero era un proceso lento y doloroso, que requería hechizos poderosos, conjuros que arrebataban la esencia vital a la tierra y consumían el espíritu de los desgraciados que caían bajo el dominio de los reyes-hechiceros.
La Senda del Protector exigía comedimiento y pureza en el uso de la magia, por lo que el hechicero extraía la energía de sí mismo o simplemente la «tomaba prestada» de las plantas y la tierra, extrayendo tan sólo cantidades pequeñas de modo que las plantas pudieran recuperarse y el suelo no quedara permanentemente yermo allí por donde él hubiera pasado. Los profanadores, en cambio, no mostraban ningún respeto por los seres vivos y no tenían otra motivación que la codicia y el ansia de poder; lanzaban conjuros que eliminaban toda la vegetación de la zona, dejaban un rastro de animales caídos y agonizantes, y chupaban todo el alimento de la tierra, de modo que ya – nada volvía a crecer allí. Pero ni siquiera aquí se detenían los profanadores. Aquellos que poseían una magia lo bastante poderosa no vacilaban en extraer energía de las formas de vida conscientes, fueran elfos o halflings, enanos o thri- – kreens, o cualquiera de las razas humanoides de Athas… incluso de los pyreens.
Para Lyra la magia de los profanadores era demente, en especial en los hechizos devastadores que los reyes-hechiceros lanzaban en su ansia por metamorfosearse en dragones. Aunque viviera otros mil años, jamás lo entendería. ¿De qué les servía obtener un poder tan incalculable si todo lo que podrían gobernar sería un mundo estéril, sin vida? ¿Adónde recurrirían entonces para buscar la enorme cantidad de energía que necesitaban los dragones adultos para sobrevivir? Matarían todo lo que tuviera vida, y luego, como las bestias enloquecidas que eran, se matarían entre ellos hasta quedar sólo uno, y ese superviviente sería el amo de un planeta muerto. Mientras contemplara el arrasado mundo de Athas, ese último dragón tendría la breve satisfacción de saber que su poder era supremo y sin rival… antes de morir lentamente de hambre.
¿Cómo era posible, se decía Lyra, mientras observaba con tristeza el reseco paisaje, que no se dieran cuenta? ¿Cómo era posible que los profanadores no vieran a lo que conducía todo aquello? La única explicación posible era que los reyes-hechiceros estaban locos, enloquecidos por su ansia de poder, y que vivían únicamente para alimentar ese anhelo. A medida que aumentaba su poder, aumentaba su apetito. Tenía que existir una forma de detenerlos, pero el único modo de hacerlo era destruyéndolos, y los profanadores podrían acumular poder más deprisa que cualquier preservador. Ningún mago corriente podía enfrentarse a ellos; no existía más que una posibilidad, un ser con un poder semejante al suyo: el avangion.
Jamás había habido un avangion en Athas. Los reyes-hechiceros y sus esbirros se habían ocupado de ello, persiguiendo y exterminando implacables a cualquier rival, tanto profanadores como preservadores, y el nacimiento de un avangion requería mucho más tiempo que la creación de un dragón, ya que sólo podía utilizarse magia preservadora. El sendero de la metamorfosis era largo y doloroso;, requería dedicación desinteresada y paciencia extrema. Sin embargo, tras un millar de años, existía al menos un atisbo de esperanza: se había iniciado el proceso de nacimiento de un avangion. Habrían de pasar aún muchos, muchos años, y los reyes-hechiceros harían todo lo posible por destruirlo antes de que se completara el ciclo; pero, si sus esfuerzos fracasaban y el avangion alzaba el vuelo, los dragones empezarían a temblar en sus guaridas.
No obstante, ¿qué posibilidades tenían? Era más que probable que, antes de que pudiera completarse el proceso de creación de la criatura, todos los reyes-hechiceros se hubieran convertido ya en dragones, y en ese caso serían demasiados contra uno solo. Los pyreens que aún quedaban dedicarían de buen grado el resto de sus vidas a proteger al avangion hasta que se completara el ciclo, pero nadie sabía dónde podía hallarse el solitario hechicero que realizaba la complicada metamorfosis. «Quizá», pensó Lyra, «es mejor así. Si nosotros no podemos encontrarlo, entonces tampoco pueden hacerlo los reyes-hechiceros; aunque eso no les impedirá intentarlo.»
Lyra se vio bruscamente arrancada de su ensoñación por un angustiado grito de desesperación. El grito de un niño, se dijo, parpadeando sorprendida mientras miraba a su alrededor rápidamente. Desde luego era imposible; un niño no podía haber escalado el Diente del Dragón, Tal vez algún extraño truco del viento la había engañado… Y entonces se dio cuenta de que en realidad no había oído el grito: éste había resonado en su mente. Se trataba de un grito paranormal en demanda de ayuda, un atormentado alarido inarticulado, casi como los gemidos agonizantes de un animal. No obstante se trataba de un niño, Lyra estaba segura. Toda una vida dedicada a la disciplina de las artes paranormales significaba que no podía equivocarse. En alguna parte, había un niño que tenía graves problemas; pero el hecho de que el grito paranormal hubiera sido proyectado hasta un lugar tan lejano como el Diente del Dragón indicaba que se trataba de un niño dotado de increíbles poderes para – normales innatos. Jamás había conocido algo ni remotamente parecido, y desde luego no podía hacer caso omiso de ello.
Extendió totalmente los brazos y empezó a girar sobre sí misma, cogiendo velocidad a medida que su figura se tornaba borrosa hasta que, en cuestión de segundos, hubo tomado la forma de un espíritu aéreo, un veloz remolino que se alzó del suelo y descendió a toda velocidad por la ladera, en dirección a las estribaciones. Lyra se concentró en el grito para intentar dilucidar de dónde provenía, y entonces volvió a oírlo, mucho más débil ahora, como si fuera un sollozo resignado. Se aferró n a él y giró un poco al oeste para dirigirse directamente hacia el origen del grito paranormal; mientras reducía a toda prisa la distancia, se maravilló ante su potencia, incluso ahora que era más débil. Pasó a toda prisa sobre las rocosas estribaciones y se encaminó al desierto. ¿Era posible? ¿Qué estaría haciendo un niño en el desierto y de noche? A lo mejor estaba con una caravana que había tenido problemas. En el desierto los desastres surgían siempre a cada paso…
Y entonces lo vio. En su vuelo rasante sobre el desierto, había estado a punto de pasar de largo por culpa de la ansiedad. No había ninguna caravana; ni siquiera una carreta solitaria o un grupo a pie. No había más que un niño, tendido inconsciente sobre la arena, con lo que parecía ser un cachorro de tigone salvaje listo para atacar. Lo había encontrado justo a tiempo.
Sin dejar de girar en redondo, Lyra se posó sobre el suelo y avanzó hacia el cachorro para intentar interponerse entre él y la criatura; pero el animal, a pesar de echarse hacia atrás y entrecerrar ligeramente los ojos para protegerse de la potente ráfaga de arena que ella levantaba, se negó a apartarse de la caída figura. Los tigones eran felinos con poderes paranormales, que utilizaban para acechar a su presa como en este caso, pero su hábitat natural eran las estribaciones montañosas y las elevadas laderas de las Montañas Resonantes. Era la primera vez que Lyra había visto a uno de ellos aventurarse en el desierto. Imaginó que el hambriento cachorro habría captado el grito del niño como había sucedido con ella, y respondido de forma instintiva. Volvió a cambiar de aspecto, tomando ahora el de un tigone adulto, y proyectó un pensamiento básico a nivel animal hacia el cachorro.
Mío. Aparta.
Percibió una repentina aprensión en el pequeño tigone, y el pensamiento que llegó hasta ella era a la vez desafiante e inaudito.
No. No es presa. Amigo. a Proteger. El cachorro le mostró los colmillos a modo de advertencia.
La respuesta cogió a Lyra totalmente por sorpresa. El animal no sólo no estaba interesado en el niño como alimento, sino que estaba dispuesto a enfrentarse a un tigone adulto para protegerlo. La mujer recuperó la forma humanoide.
– Tranquilo, ahora -dijo en voz alta, reforzando el tono con pensamientos tranquilizadores-. He venido a ayudar a tu amigo.
Lleno de desconfianza, el cachorro dejó que se acercara, pero se mantuvo listo para atacar si ella realizaba el menor movimiento hostil hacia la criatura inmóvil. También esto sorprendió a la mujer. Por lo general, no tenía dificultad en utilizar sus habilidades paranormales para controlar a los animales; sin embargo, pese a ejercer su dominio sobre la cría, ésta se negaba a aceptar por completo su voluntad, decidida por encima de todo a proteger al niño.
Despacio, sin dejar de observar al cachorro, Lyra se agachó junto al pequeño cuerpo y lo hizo girar con cuidado sobre su espalda. Recibió una nueva sorpresa.
– ¿ -¿Qué tenemos aquí? -exclamó.
La criatura, a primera vista, parecía humano. Era un varón de unos cinco o seis años pero, al darle la vuelta, observó las puntiagudas orejas y las facciones bien definidas: pómulos altos, mandíbula angulosa que se estrechaba hasta finalizar en una barbilla ligeramente puntiaguda, boca de labios finos. Todo ello indicaba que el niño era un elfo, si bien no poseía el largo y extremadamente delgado cuerpo de un elfo. Las extremidades tenían proporciones humanas, no elfas; piernas y brazos eran demasiado cortos, y las orejas, aunque delicadamente puntiagudas, eran demasiado pequeñas. Tenían el mismo tamaño que las orejas humanas, pero acababan en punta.
El niño tenía también algunos de los rasgos de un halfling: los ojos muy hundidos, la cabellera espesa, casi una melena, cayendo hasta los hombros, las cejas exquisitamente arqueadas. También los halflings tenían las orejas puntiagudas, pero la criatura era demasiado grande para ser un halfling. Y sin embargo mostraba las características físicas tanto de halflings como de elfos.
Un mestizo, se dijo Lyra asombrada. Pero elfos y halflings eran enemigos naturales. Y resultaba inaudito que un elfo se emparejara con un halfling, aunque en realidad no existía ningún motivo para que no pudiera ser posible. Desde luego, había sido posible; ya que contemplaba el resultado de tal unión, y ello explicaba lo que hacía el pequeño solo en el desierto. Sintió un nudo en el estómago. Lo habían expulsado. Como resultado de una unión prohibida, sin duda su madre lo había ocultado y protegido hasta este momento; pero, al crecer, había quedado claro lo que era, y a la pobre criatura la habían conducido al desierto y abandonado allí para que muriera.
No obstante, el niño poseía una gran fuerza de voluntad, puesto que, sin ayuda y sin comida ni bebida, casi había conseguido alcanzar las estribaciones de las Montañas Resonantes y, no sólo eso, sino que estaba dotado de un increíble talento paranormal. Joven e ignorante como era, había conseguido sin embargo proyectar su angustiado grito mental de rabia y desesperación hasta donde ella se encontraba en la cima misma del Diente del Dragón. Muy pocos de los adultos con poderes que ella conocía, incluso aquellos que habían estudiado la disciplina durante años, habrían podido conseguir tal hazaña.
Tenía que salvarlo. Aún no estaba muerto, pero sí inconsciente y muy, muy débil. Aquel último grito mental había sido su mente, empujada a su último extremo, aullando de furia y desesperación al haber conseguido avistar su meta y no poder llegar hasta ella.
– No temas, pequeñín -musitó-. No morirás.
Cavó un hueco en la arena del desierto y, cerrando los ojos, se concentró en sí misma a fin de extraer la energía necesaria para un hechizo que produjera agua. A medida que se concentraba, el agua empezó a borbotear en el agujero que había excavado. Mojó los dedos en ella y echó unas pocas gotas en los labios del chiquillo. La boca se crispó, y una lengua reseca surgió muy despacio para saborear las preciosas gotas. La mujer sondeó o con cuidado su mente… y retrocedió casi al instante ante lo que vio en ella. Cuando los ojos del niño se abrieron con un parpadeo y se fijaron en ella, Lyra sacudió la cabeza tristemente y dijo:
– ¡ -¡Mi pobre elfling! ¿Qué te han hecho?
La joven sacerdotisa se acercó indecisa a la gran señora sentada ante el telar y esperó a que se le concediera la palabra. Percibiendo su presencia, la mujer de más edad se dirigió a ella sin volverse ni apartar la mirada de lo que tejía.
– Sí, Neela, ¿qué sucede?
– Señora, tenemos una visita que desea una audiencia con vos. Aguarda fuera de vuestros aposentos.
La gran señora frunció el entrecejo y se volvió para mirarla.
– ¿ -¿Fuera de mis aposentos? ¿Me estás diciendo que se la ha dejado entrar? Sabes que no permitimos la presencia de extraños en los terrenos del templo, Neela. ¿Quién ha sido el responsable?
– Pero, señora…, es una pyreen.
– ¡ -¡Ah! Eso es diferente. Los druidas pacificadores son siempre bien recibidos aquí. ¿Dio su nombre?
– Se llama Lyra Al´Kali, señora.
– ¿ -¿Y la las hecho esperar? -inquirió la gran señora, abriendo mucho los ojos-. ¡Chica estúpida! ¡Es una de los venerables pyreens! ¡Hazla entrar de inmediato!
La joven sacerdotisa vaciló.
– Señora…, hay otra cosa más…
– ¿ -¿Y bien, de qué se trata? ¡No pierdas el tiempo!
– Trae una criatura con ella. Un niño.
– ¿ -¿Un varón? ¿En un templo villichi? -La gran señora recapacitó-. ¿Es pyreen el niño?
– No, señora. -La sacerdotisa se humedeció los labios, nerviosa-. No…, no sé lo que es. Jamás había visto una criatura así; y además hay un tigone…
– ¡Un tigone!
– Un simple cachorro, señora, pero la pyreen dice que no quiere abandonar al niño, y que está ligado a él.
– Qué curioso -respondió la gran señora-. Haz entrar a la venerable Al´ ' Kali, Neela. Ya la hemos hecho esperar demasiado.
La joven salió y regresó poco después con Lyra y un niño pequeño al que la pyreen tenía cogido de la mano. Un cachorro de tigone trotó al interior tras ellos, casi pegado al chiquillo. Cuando se detuvieron, el animal se tumbó a los pies del niño. Lo primero que observó la gran señora fue el aspecto demacrado de la criatura y su mirada vagamente perdida, pero no tardó en comprender lo que Neela había querido decir al mencionar que nunca antes había visto un niño así. Por su recluida vida en el templo, Neela no conocía demasiado el mundo exterior, pero la gran señora comprendió al momento que el chiquillo era un mestizo, lo que en sí mismo no era raro en Athas. Sin embargo, parecía ser el fruto de una unión entre un halfling y un elfo, y eso sí que era algo inaudito.
– La paz sea contigo, señora Varanna -saludó Lyra.
– Y también contigo, venerable Al´Kali -respondió la gran señora-. Honras este templo con tu presencia.
Lyra inclinó levemente la cabeza agradeciendo el cumplido.
– Sin duda te haces preguntas sobre este niño que he traído conmigo -dijo Lyra-. Sé que no se admiten varones en el templo villichi, a menos que sean pyreens, pero lo cierto es que este niño no es un niño corriente, como muy bien puedes apreciar. No obstante, en lugar de dar más explicaciones en este momento, te invito a que lo compruebes por ti misma, utilizando tus poderes.
– Muy bien -asintió la gran señora, con una expresión ligeramente perpleja, y proyectó una sutil sonda mística hacia la criatura. Casi al momento lanzó una exclamación ahogada y sus ojos se abrieron de par en par. El chiquillo no había mostrado ninguna reacción visible a la sonda; de hecho no parecía reaccionar a nada. Pero, cuando ella había tocado su mente con la suya, se había visto rechazada con tal violencia que se le cortó la respiración. De todos modos, en ese brevísimo instante, había descubierto el motivo de que la pyreen le hubiera llevado al niño.
– ¿Una tribu de uno? -inquirió atónita en voz baja.
Lyra asintió.
– Sin duda has experimentado su poder latente, igual que hice yo.
– Pero… ¡es tan fuerte! Jamás me había tropezado con algo parecido en alguien tan joven!
– Ni yo, en todos mis largos años de vida. Ahora comprenderás por qué te lo he traído.
– ¿Dónde lo encontraste?
– En el desierto, esforzándose por alcanzar las colinas -respondió la pyreen-. Su tribu lo había echado y estaba a punto de morir cuando tropecé con él. Su llamada me llegó a lo alto del Diente del Dragón.
– ¿Tan lejos? -replicó la gran señora, sorprendida. Meneó la cabeza y añadió-: ¿Y no ha recibido educación?
– ¿Cómo? -repuso Lyra-. No debe de tener más de cinco o seis años, como mucho. Hasta hace poco, su madre lo habrá tenido oculto, sabiendo cuál sería su destino si se descubría su origen. Y en una tribu elfa o halfling, la que sea que lo ha expulsado, no habría recibido educación en artes paranormales.
– No, desde luego que no. Pensar que un potencial tan increíble ha estado a punto de ser destruido… sin mencionar la salvaje crueldad de arrojar a un niño a tan horrible destino. Esta prueba debe de haber sido la responsable de la fragmentación de su mente y de que despertaran sus poderes latentes. Es muy raro encontrar una tribu de uno. Sólo he conocido dos casos, y en ambos eran muchachas que habían nacido villichis y que fueron violentamente ultrajadas antes de ser expulsadas. Ésta es la primera vez que lo veo en un varón. Pobre criatura. Imagino el terrible tormento que habrá padecido…
– Sabía que nadie más podría comprenderlo -dijo Lyra-. Esperaba que, a pesar de ser un varón, aceptarías ofrecerle cobijo en el templo.
– Desde luego -contestó la gran señora, asintiendo con energía-. Jamás ha habido un varón viviendo en el templo villichi, pero esta vez hay que hacer una excepción. ¿Quién aparte de las villichis podría aceptar y comprender una tribu de uno? ¿Y quién aparte de las villichis podría desarrollar adecuadamente su potencial? Puedes dejarlo con nosotras, y yo personalmente me ocuparé de su cuidado. Sin embargo… ¿qué hacemos con el tigone?
– Está unido a él místicamente -respondió Lyra-. Es su protector. Alguna parte del niño se comunica con él. Un vínculo así es muy raro y no debe romperse.
– Pero, a medida que el niño crezca, también lo hará el cachorro -objetó la gran señora-. Incluso como animal joven, un tigone es peligroso; cuando sea adulto, ni siquiera yo podré controlarlo.
– Mientras nadie amenace o maltrate al chiquillo, no hay que temer al tigone -explicó Lyra-. No obstante, te recomendaría que no intentéis alimentarlo. Dejad que vague libre fuera de los terrenos del templo por la noche y se procure su propia comida, como se supone que debe hacer. Siempre regresará junto al niño, y aceptará a los habitantes del templo como miembros de su «jauría», y los protegerá como hace con el chico.
– Me remitiré a tu sabiduría en tales cuestiones, venerable Al´Kali -decidió la gran señora-. ¿Cómo se llama el niño?
– No lo sé -dijo Lyra, sacudiendo la cabeza-. Ni siquiera sé si él lo sabe. No ha dicho una palabra desde que lo encontré.
– Tendremos que darle un nombre -repuso la gran señora. Meditó unos instantes y luego anunció-: Lo llamaremos Sorak.
– El nombre elfo para el nómada que siempre viaja solo -comentó Lyra con una sonrisa-. Parece apropiado. Pero ahora ya no está solo.
La otra meneó la cabeza.
– Es una tribu de uno, venerable Al´Kali. Alguien que a la vez es mucha gente; y, por ese motivo, me temo que siempre estará solo.