Prados del Bosque era como un hotel de otros tiempos, anticuado y distinguido. Paredes recubiertas de papel floreado, chuchearías de porcelana en vitrinas encristaladas y alguna que otra mesa de patas zanquivanas. Saturaba su atmósfera una mezcla de olores, pero ninguno de desinfectante, y el personal se dirigía a la madre de Jeannie llamándola «señora Ferrami», y no «María» o «querida».
La madre disponía de una pequeña suite, con un saloncito para recibir visitas en el que podía sentarse y tomar el té.
– Éste es mi marido, mamá -presentó Jeannie.
Steve dedicó a la señora Ferrami su sonrisa más encantadora y le estrechó la mano.
– ¡Qué chico más guapo! -alabó la madre-. ¿En qué trabajas, Steve?
– Estudio Derecho.
– Derecho. Esa es una buena carrera.
Intercalados en sus largos periodos de confusión mental, la señora Ferrami tenía destellos de racionalidad.
– Papá asistió a nuestra boda -dijo Jeannie.
– ¿Cómo está tu padre?
– Muy bien. Ya es demasiado viejo para robar a la gente, así que ahora la protege. Ha montado su propia empresa de seguridad. Se las arregla bastante bien.
– Hace veinte años que no le veo.
– No, le has visto hace poco, mamá. Viene a verte. Pero te olvidas. -Jeannie cambió de tema-. Tienes buen aspecto. -La madre llevaba una blusa de algodón rayada. Le habían hecho la permanente y le acababan de hacer la manicura-. ¿Te encuentras aquí a gusto? Es mejor que Bella Vista, ¿no crees?
La madre puso cara de preocupación.
– ¿Cómo vas a pagarlo, Jeannie? Yo no tengo dinero.
– He conseguido un nuevo empleo, mamá. Puedo permitírmelo.
– ¿De qué empleo se trata?
Jeannie sabía que no iba a entenderlo, pero de todas formas, pacientemente, se lo contó:
– Soy directora de investigación genética en una importante compañía que se llama Landsmann.
Michael Madigan le ofreció el cargo después de que alguien le explicara el programa de búsqueda creado por Jeannie. El salario era tres veces superior al que cobraba en la Jones Falls. E incluso el trabajo resultaba todavía más estimulante, en la vanguardia de la investigación genética.
– Eso es estupendo -dijo la madre-. ¡Ah! Antes de que se me olvide… Vi una foto tuya en el periódico. La guardé.
Rebuscó en el interior de su bolso de mano y sacó un recorte de prensa doblado. Lo desplegó y se lo dio a Jeannie.
Jeannie ya lo había visto, pero lo examinó como si fuera algo nuevo para ella. Aparecía en la foto durante la investigación del congreso relativa a los experimentos de la Clínica Aventina. La comisión investigadora aún no había terminado su informe, pero no existían muchas dudas acerca de sus conclusiones.
El interrogatorio de Jim Proust, televisado a todo el país, constituyó para el hombre una humillación pública como jamás se había visto. Proust bramó, fanfarroneó y mintió, pero a cada palabra que pronunciaba su culpabilidad era más evidente. Al término del interrogatorio, presentó su dimisión como senador.
A Berrington no se le permitió dimitir, sino que la comisión de disciplina de la Jones Falls lo despidió sin más. Jeannie se enteró de que se había trasladado a California, donde vivía de una pequeña asignación que le pasaba su ex esposa.
Preston dimitió del cargo de presidente de la Genético, empresa que se liquidó para pagar las compensaciones que se concedieron a las ocho madres de los clones. Se apartó una pequeña cantidad para destinarla a pagar el asesoramiento que se prestaría a cada uno de los clones a fin de ayudarles a sobrellevar su trastornada historia.
A Harvey Jones lo sentenciaron a cinco años de cárcel por violación e incendio premeditado.
– El periódico dice que tuviste que declarar -observó la madre- No estarás metida en algún lío, ¿eh?
Jeannie intercambió una sonrisa con Steve.
– Durante una semana, allá por el mes de septiembre, si que estuve en dificultades, mamá. Pero al final todo acabó bien.
– Eso es bueno.
Jeannie se levantó.
– Tenemos que irnos ya. Estamos en nuestra luna de miel. Hemos de coger un avión.
– ¿Adónde vais?
– A un pequeño centro turístico del Caribe. Dicen que es el sitio más bonito de todo el mundo.
Steve estrechó la mano de la madre de Jeannie y ésta le dio un beso de despedida.
– Que lo pases muy bien, cariño -deseó la madre cuando abandonaban la estancia-. Te lo mereces.