– ¡Liv! -exclamó Miranda, en medio del patio de Traphagen Hall.
Miranda abrazó con fuerza a su amiga, Olivia St. Martin, aunque no fue un abrazo largo. A Olivia no le agradaban los abrazos ni el contacto físico amistoso, algo que Miranda nunca había entendido pero que respetaba. Olivia siempre había sido una mujer muy particular.
– Tienes buen aspecto -dijo Olivia, y se recogió un mechón de su pelo corto detrás de la oreja-. Teniendo en cuenta que no has dormido demasiado -añadió, preocupada.
Miranda lanzó una mirada a Quinn y frunció el ceño.
– No creas todo lo que te digan.
– Quinn no me ha dicho nada. Yo te conozco -dijo, y le tocó suavemente el brazo -. ¿Te encuentras bien? Sé que estás pasando por un mal momento.
Miranda respiró hondo y asintió.
– Estoy bien. De verdad. -Volvió a mirar discretamente a Quinn, pero Olivia se dio cuenta.
– ¿Tú y Quinn habéis arreglado vuestros asuntos?
– En realidad, no -dijo Miranda, encogiéndose de hombros-. Pero las cosas van un poco mejor. Quinn ha sido un gran apoyo. -Quinn era siempre sólido como una roca. Ahora se sentía confundida al caer en la cuenta de que comenzaba nuevamente a contar con él. No era que él se hubiera convertido en su muleta, pero Miranda notaba que se encontraba más a gusto que irritada en su presencia.
¿Cuándo había ocurrido eso?
– ¿Cómo te va a ti? -preguntó Miranda, a su vez.
– Estoy bien.
– ¿Cuándo se celebra la próxima vista sobre la libertad condicional?
Fue como si una nube cruzara por la mirada de Olivia.
– Dentro de tres semanas.
– ¿Tan pronto? Han pasado menos de tres años desde la última sesión.
Olivia había declarado en varias ocasiones en contra de la libertad condicional para el asesino de su hermana. Afortunadamente, el jurado había actuado con la sensatez suficiente para no dejar en libertad a ese malnacido. Sin embargo, cada vez que regresaba a California para enfrentarse a ese maldito cabrón y contar su historia, se quedaba como vacía. Miranda la admiraba por su perseverancia y tenía a su amiga como modelo.
Si Olivia era capaz de estar sentada en la misma habitación con el hombre que había violado y matado a su hermana, sin duda Miranda podía enfrentarse al Carnicero cuando lo detuviera la policía. Sin embargo, la idea de ver a su agresor en persona, aunque fuera entre rejas, la aterrorizaba.
Quinn estaba conversando con el director del laboratorio estatal y ahora se acercó con él.
– Miranda, te presento al doctor Eric Fields, del laboratorio estatal.
– Mucho gusto, señorita Moore. He oído hablar mucho de usted. -El doctor Fields era un hombre pequeño y fibroso y llevaba gafas de marco plateado. Apenas parecía tener edad suficiente para afeitarse.
Miranda dio medio paso atrás y bajó la mirada. No le agradaba ser una celebridad, y menos aún por las razones que la habían hecho famosa a ella.
Olivia rompió el incómodo silencio.
– El doctor Fields ha sido muy amable al facilitarme pleno acceso y, desde luego, tiene un laboratorio que funciona a la perfección. Todavía estamos analizando las pruebas. Aún no conocemos su posible validez ante un tribunal, pero estamos trabajando en una posible huella dactilar.
– Tenemos huellas parciales encontradas en un medallón de una de las anteriores víctimas -dijo Quinn.
– Sí, también tengo que revisar ese informe -dijo Olivia-. Me puedo quedar todo el tiempo que sea necesario. Pero creo que esta tierra os dará la mejor pista.
– Hablemos con el profesor -sugirió Miranda, y se dirigieron a su despacho.
Después de las presentaciones, el profesor Austin examinó la tierra y leyó las conclusiones del informe. Miranda esperaba conteniendo la respiración. Seguro que llegaban a algo. Él les diría exactamente de dónde provenía esa tierra o arcilla.
– Está claro que no es de Montana -dijo el profesor, con total seguridad-. Tampoco es de Nuevo México ni de Arizona. Me atrevería a decir, por mi experiencia, que es de Utah. O, posiblemente, del oeste de Colorado.
Miranda hervía de emoción.
– Estupendo. Ahora sólo tenemos que comprobar si uno de los hombres de la lista ha viajado recientemente a Utah o a Colorado. Vamos.
Miranda se sentía a la vez entusiasmada y aprensiva. ¡Había llegado el momento! Ahora contaban con una pista de verdad. Algo tangible de su búsqueda en la barraca del bosque donde había estado Rebecca. ¿Por qué estaba tan nerviosa?
– Antes de que te vayas -dijo Olivia-, el doctor Fields y yo hemos analizado las muestras de las pruebas del asesinato de las hermanas Croft. Se encontró la misma arcilla roja en el colchón. Una pequeña cantidad, aunque las pruebas arrojan una coincidencia del ochenta y siete por ciento. La he enviado a Quantico para que vuelvan a analizarla, pero al menos es algo concreto que se puede relacionar con el homicidio de Rebecca Douglas.
– ¿De modo que buscamos a alguien que ha estado en Utah o en Colorado recientemente y también hace tres años? -inquirió Miranda.
– Exactamente -dijo Quinn-. Tenemos que volver al despacho. Si conseguimos definir mejor la lista de nombres, podremos empezar hoy mismo con los interrogatorios.
El profesor Austin buscó entre los papeles de su mesa y sacó un mapa de Estados Unidos. Miranda se quedó asombrada ante la cantidad de documentos que tenía al alcance de la mano y que no perdiera ni uno en medio de tanto desorden.
– Permítame que delimite la región. -Con un bolígrafo rojo, marcó un territorio que incluía la mayor parte de Utah y la región del noroeste de Colorado.
– Gracias, profesor -dijo Quinn, cogiendo el mapa.
– Glen. Me llamo Glen.
– Gracias, Glen. Esto nos ayudará enormemente. -Plegó el mapa y se lo guardó en el bolsillo, justo cuando sonaba su móvil.
– Perdón -dijo, y se apartó unos metros.
Miranda escuchaba a medias a Olivia y al doctor Fields mientras observaba que la expresión de Quinn se endurecía. Éste apagó el móvil con un gesto seco y cruzó una mirada con ella.
– Han encontrado la camioneta de Nick -dijo, intentando contener la emoción.
– Y ¿Nick? -preguntó Miranda, que ya conocía la respuesta.
– A él todavía no.