Capítulo 2

Cuando vio a Miranda, Quinn se paró en seco. Sintió que le faltaba el aliento y dio un paso al lado para ocultarse tras un tupido grupo de árboles.

Habían pasado diez años desde la última vez que la viera, pero el impacto era el mismo. Primero, una mezcla de asombro y respeto. Todavía no había conocido a ninguna mujer que fuera más osada y decidida que Miranda. También experimentaba un sentimiento de amor y orgullo, seguido rápidamente de rabia y frustración, fenómenos muy entrelazados. No podía cerrar el flujo de sus emociones como si manejara un grifo. ¿Cómo había podido Miranda desprenderse de él tan fácilmente? ¿Cómo había abandonado la relación con él sin siquiera darle una oportunidad de explicarse?

Quinn todavía albergaba la esperanza de que ella dejaría de lado su ciega obsesión por el Carnicero y que volvería. Sin embargo, esa esperanza iba menguando con el paso del tiempo. Ahora temía que Miranda acabara matándose por no haberse ocupado de sus propias necesidades.

Miranda estaba de espaldas a Nick. Sólo Quinn veía el dolor reflejado en sus facciones.

Mientras la miraba, ella cerró los ojos y sacudió la cabeza, como queriendo alejar una pesadilla. O un recuerdo. Se incorporó, se secó los ojos con el antebrazo y se acercó a los pies de la chica muerta. Se quedó mirando el cuerpo cubierto de Rebecca un largo rato antes de agacharse y levantar el borde de la lona.

No hacía falta que Quinn estuviera a su lado para saber qué miraba. Los pies y las piernas de Rebecca salpicados de barro a causa de la carrera. La pierna rota. Las señales de su huida.

– ¿Hace cuánto?

Incluso desde su punto de observación a quince metros, Quinn percibió la rabia y el dolor en su voz. Miranda se giró y miró a Nick con rabia. Se le acentuó la rigidez de la mandíbula mientras hacía lo posible por controlar su dolor.

Como siempre, tenía que controlarse. Era un milagro que no hubiese sufrido un ataque de nervios, tal era el peso que llevaba sobre los hombros.

– ¿Unas ocho o diez horas?

Quinn no oyó la respuesta de Nick, pero el cálculo de Miranda le pareció correcto.

– ¡Joder, Nick! La tuvo ocho días en su poder. Casi logró escapar. Estamos a unos pocos kilómetros de la carretera. A seis kilómetros, y se rompió la pierna. Y él, él… -balbuceó, y volvió a girarse.

Viendo el esfuerzo que hacía por controlarse, Quinn se sintió incómodo, como un mirón. Ansiaba acercarse a ella, cogerla en sus brazos como había hecho en el pasado, sólo estrecharla. Él no le había dicho que todo iría bien. Nunca le dijo que el dolor sería soportable. Quinn simplemente estuvo a su lado. Y, durante dos años, el sólo hecho de estar a su lado le ayudó a Miranda a recuperar su vitalidad y su fuerza. Él lo sabía como una certeza.

Pero no había sido suficiente.

– El doctor Abrams viene en camino -dijo Nick-. Él podrá decirnos algo más.

– Me lo habías prometido, Nick. -Miranda se quitó los guantes de látex y se los metió en un bolsillo. Se apretó la punta de la nariz y se acercó al sheriff.

Quinn no podía no saludar a Miranda, pero el encuentro le provocaba cierto desasosiego.

– No intentes protegerme, Nick -dijo Miranda, mientras Quinn se acercaba por detrás.

– No culpes a Nick, Miranda. Fui yo quien le dije que no te llamara.

Miranda oyó aquella voz familiar: grave, cálida y suave como la mantequilla derretida.

El ritmo del corazón se le aceleró el doble, y el triple. Por un momento, un momento que fue demasiado largo, fue incapaz de decir palabra. Había soñado con esa voz y con su dueño. Se giró bruscamente.

Quinn Peterson.

Por un instante, apenas un segundo, Miranda olvidó todo lo que había sucedido entre ellos diez años antes, y sintió sus brazos que la estrechaban, las palabras serenas que le susurraba al oído.

La única vez que se había sentido de verdad segura desde la pesadilla de la persecución fue en sus brazos.

Quinn había cambiado y, aún así, seguía siendo el mismo. Algunas mechas grises asomaban en su pelo rubio. Le caía un poco demasiado largo por delante, lo justo para cubrir un parche que llevaba por encima del ojo. Sus ojos oscuros lo seguían viendo todo, pero ahora de sus bordes nacían unas arrugas finas. Físicamente todavía estaba en forma, aunque iba vestido con un traje demasiado elegante para los bosques de Montana. Miranda todavía recordaba el sabor de sus labios, aunque habían pasado diez años desde la última vez.

No soportaba todos esos recuerdos que se le vinieron encima y, todavía detestaba más que Quinn Peterson le recordara sus peores flaquezas, justo cuando más necesitaba su fuerza y su coraje.

– ¡Cómo te has atrevido! -exclamó, irritada consigo misma por el temblor en su voz.

– Ya sé que te diviertes torturándote a ti misma, Miranda, pero no quería que lo vieras. – Quinn se acercó a unos pocos centímetros. Ella se resistió al impulso de retroceder. Esta vez no se echaría atrás.

A Quinn le tembló un nervio en la mandíbula. Miranda recordaba bien esa señal de su irritación. O preocupación.

– ¿Qué haces tú aquí? -Ahora su voz era más fuerte, pero no confiaba en sí misma para seguir.

– Yo lo llamé -dijo Nick.

Ella se giró para mirar a su mejor amigo.

– ¿Tú?

Nick se enderezó como para mostrar su incomodidad.

– He mantenido a Quinn informado desde que fui nombrado sheriff -dijo Nick-. Lo necesito a él y a sus recursos.

– ¿Has trabajado con él durante…? -Miranda pensó en el tiempo que había pasado desde que Nick fuera elegido sheriff y lanzó las manos al aire-. ¡Tres años! Y ¿nunca me has dicho nada? ¿Cómo has podido? Creía que si alguien me entendía, eras tú.

– Miranda, yo quiero encontrar a ese cabrón tanto como tú.

Quinn los interrumpió.

– He venido a buscar a un asesino. No tengo por qué decirte que el FBI cuenta con más recursos que el departamento de Nick. Y si tienes algún problema con eso, ya te puedes marchar.

Aquella mirada oscura e intensa de Quinn abrió una brecha en sus defensas con la precisión de un láser. Ella se sintió incómoda, escudriñada. Como si hicieran inventario de su miedo, de sus inseguridades. Esperando que se derrumbara, que se viniera abajo. Pero ella no lo dejaría ver sus puntos débiles. Ni que la viera cómo se derrumbaba. Había acudido a él demasiadas veces en el pasado, buscando fuerzas y apoyo. Había llorado en sus brazos y le había contado todo lo que pensaba, sentía y creía.

El había usado todo eso contra ella cuando la habían rechazado en la Academia.

Ya tendría tiempo para derrumbarse más adelante. Cuando estuviera a solas.

– Conozco esta zona mejor que cualquier ayudante del departamento -dijo Miranda, y volvió a temblarle la voz, a pesar de sus esfuerzos por controlar su carácter y sus emociones. Con una mirada profunda como una sonda, Quinn la había dejado reducida a un estado de nervios.

Volvió su atención hacia Nick y recuperó la compostura.

– Tendrás que empezar a buscar pruebas y a pedir voluntarios. Me necesitas, y para mí es una necesidad estar aquí. Tengo que mirar. Me fijaré en cosas que los demás no ven. Podré…

– Basta. -Quinn cerró la escasa distancia entre los dos y le puso una mano en el hombro. Ella la miró, sin saber si apartarla de un manotazo o perderse en sus brazos.

Lo miró con rabia y él dejó caer la mano.

– Tienes que dormir -siguió, con voz más tranquila-. Te has pasado la semana buscando a Rebecca. ¿Cuántas horas te has dado a ti misma? Estás viviendo a base de café y comida basura. Vete a casa.

– ¡No! ¡No! -Miranda se apartó para que él no la viera, temiendo que las lágrimas que había reprimido durante toda la mañana ahora brotarían sin remedio.

Ahora, no. Delante de Quinn, no.

– Miranda, voy a llamar a un equipo -dijo Nick-. No habremos acabado hasta dentro de dos horas. El doctor Abrams tiene que certificar la muerte. Vuelve más tarde.

– Nick, no creo que… -empezó a decir Quinn, pero Miranda lo interrumpió.

– Se lo diré a los voluntarios. Dos horas, y volveré. -No quiso mirar a Quinn, no en ese momento, porque sus sentimientos eran demasiado transparentes.

Pasó junto a Nick y le tocó el brazo.

– Estoy bien. -No sabía si lo decía para tranquilizarlo a él, a sí misma o a Quinn, pero pronunciar esa frase le permitió ocultar el miedo que había aflorado. La presencia de Quinn la había perturbado casi tanto como el último crimen del Carnicero.

Quinn la vio alejarse en su jeep. La había manejado mal. Antes no era así. Antes de que ella decidiera convertirse en agente del FBI creyendo que eso le ayudaría a solucionar sus problemas, Quinn sabía exactamente qué decirle, cuándo tocarla, cuándo darle espacio.

Sin embargo, en cuanto llegó a Quantico, su obsesión por el Carnicero se apoderó de su vida. O quizá siempre había estado ahí y Quinn simplemente no se había dado cuenta.

¿Por qué no se daba cuenta ella?

– ¿Por qué has hecho eso? -le preguntó Quinn a Nick-. No está en condiciones de participar en la búsqueda de pruebas. ¿Te has fijado cuando miraba el cuerpo? Estaba a punto de perder los nervios.

Se le revolvían las tripas de ver el dolor en el rostro bello y demacrado de Miranda. Como si estuviera viviendo en carne propia los momentos finales de Rebecca Douglas.

– Ahí es donde te equivocas, Quinn. Miranda es más fuerte de lo que crees.

– Se está castigando por haber sobrevivido.

– De eso no estoy tan seguro… -empezó a decir Nick.

– Yo sí. Miranda es el típico caso del superviviente con sentimiento de culpabilidad, y se ha agravado con el tiempo. Cada vez que secuestran a otra chica, ella se toma su muerte como si fuera culpa suya.

– Sé que se lo ha tomado como algo personal, pero es una ayuda para el equipo.

– Miranda no conoce el significado de la palabra «equipo».

– Tú no te has pasado los últimos diez años trabajando con ella. No se vendrá abajo. Es una mujer fuerte.

– ¿No dejarás que tu relación personal con ella te quite el sentido común? -dijo Quinn. Hablaba como si estuviera celoso. Joder, la verdad es que estaba celoso. Enterarse de la relación entre Nick y Miranda, le dolió más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Después de tantos años separados, Quinn tendría que haberlo superado. Sin embargo, desde su ruptura con Miranda, las pocas relaciones que había entablado eran aventuras superficiales y breves. En el corazón de Quinn, Miranda siempre sería la única mujer.

Nick lo miró de reojo.

– No sabes de qué estás hablando. -El sheriff se dirigió hacia su camioneta.

– No te hagas el esquivo conmigo, Nick. Has estado demasiado tiempo con Miranda como para no darte cuenta. Está jugando contigo. Es algo que hace muy bien.

Nick se volvió para mirar a Quinn.

– Miranda y yo lo dejamos ya hace dos años.

Por la cara de Nick, Quinn se dio cuenta de que no estaba nada contento con el asunto, y le pareció que su voz sonaba casi acusatoria. Quinn estaba a la vez sorprendido y complacido de saber que Nick y Miranda ya no eran pareja. Y luego se enfadó consigo mismo por preocuparse. Bien mirado, Miranda jamás entablaría una relación con él.

– No me lo habías contado.

– ¿Por qué habría de hacerlo? Volvería con ella sin dudarlo un instante. Tampoco es que en este momento exista esa posibilidad -dijo, y se quedó mirando el camino por donde se había marchado Miranda-. Estando tú en la ciudad, no creo.

– Miranda me odia. -Odio quizá fuera una palabra demasiado suave. Aborrecer o despreciar serían palabras más adecuadas.

– Debería odiarte -dijo Nick, mirándolo de reojo-. Si a mí me hubieras expulsado de la Academia del FBI el día antes de graduarme, también te odiaría. Pero ella no te odia.

Quinn no estaba seguro de eso, pero guardó silencio.

– Si te odiara -agregó Nick-, ya se habría casado conmigo.


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