Capítulo 29

Quinn llamó a Miranda mientras conducía de Bozeman al rancho de Parker. Tamborileaba sobre el volante, ansioso de llegar cuanto antes, con la inquietante sensación de que el camino se le estaba haciendo eterno. Había mucho terreno que cubrir bajo el «Big Sky». Le informó sobre las conexiones familiares de David Larsen. Ella no dijo palabra durante un rato largo.

– ¿Estás seguro? -preguntó finalmente.

– Sí.

– Y ¿ellos no lo sabían? -inquirió ella, con voz temblorosa.

– Él no vive con ellos. Es muy probable que no sepan nada de sus andanzas. Pero… -¿Cuánto más debía contarle?

– Pero ¿qué?

Tenía que confiar en ella y contarle la verdad. Tarde o temprano, todo se acabaría sabiendo.

– Larsen fue detenido por violación a los dieciocho años. Se levantaron los cargos en su contra porque la víctima se negó a declarar. La hermana de Larsen, Delilah, fue su coartada.

– Y ¿tú crees que era culpable?

Él respondió con un suspiro largo.

– Sí, lo creo. -Le dijo por qué-. La chica tenía los pechos cortados.

– Y ¿su hermana mintió por él?

– No sabemos qué ocurrió en ese momento. Puede que él la haya amenazado, o manipulado. Quizá su hermana mintió porque lo creía inocente y él no tenía una buena coartada. No podremos saberlo hasta que haya hablado con ella. Y es lo que voy a hacer ahora mismo.

– No puedo creer que una mujer acceda a proteger a un violador. Tendría que estar enferma, igual que él.

– ¿Todavía estás en la universidad?

– No. Booker me ha traído a la hostería hace una hora. Me estaba volviendo loca de impaciencia. Hemos salido a investigar una zona que queda al sur de aquí. Tengo que hacer algo.

– Puedes comunicarte con todos los equipos de rescate, ¿no?

– Tenemos una frecuencia para nosotros.

– Vale. Si logro averiguar algo con los Parker acerca del lugar dónde Larsen podría tener oculta a Ashley, cambiaremos de dirección y reuniremos a todo el mundo. Quédate en la hostería un rato más, ¿vale?

Ella guardó silencio.

– ¿No quieres que salga?

– No es porque crea que no puedes hacer el trabajo, Miranda, sino porque tengo que ponerme en contacto contigo.

– Tienes razón. Lo siento.

– No digas nada sobre la conexión con los Parker todavía. Es probable que Sam Harris ya lo haya contado todo, pero lo intentaré de todas formas.

– ¡Harris! ¿Qué ha hecho?

Quinn le contó lo del fax.

– No contesta a las llamadas del buzón de voz y he dado órdenes de detenerlo a todos los policías o perderán la placa. Harris está obstruyendo la justicia y no lo dejaré salirse con la suya.

A Miranda no le extrañaba que Harris intentara actuar en solitario. Siempre había sido una bala perdida. Ojalá Nick tuviera un ayudante mejor.

Puso a Booker al corriente de los detalles mientras caminaban del restaurante de la hostería a su cabaña. Estaba demasiado nerviosa para quedarse quieta, y esperaba que Quinn la llamara pronto.

Oyó el galope de un caballo en el camino que venía recto hacia ella. Se giró y vio a un chico en una montura exhausta.

Ryan Parker.

– ¡Anda! -dijo Booker.

Ryan se detuvo y desmontó. Jadeaba casi tanto como el pobre animal.

– ¿Qué pasa? -preguntó Miranda. La enorme propiedad de los Parker casi rodeaba la totalidad de las tierras de los Moore, pero el rancho mismo quedaba a varios kilómetros hacia el sur-. ¿Has venido hasta aquí desde tu casa?

– Mi… mi tío.

El tío de Ryan era David Larsen.

– ¿Qué pasa con tu tío? -Miranda se sorprendió al ver que su voz sonaba normal.

– Lo supe…, lo supe -repetía Ryan-, en cuanto vi la hebilla de su cinturón.

– Espera un momento. -Miranda hurgó en su mochila y sacó una botella de agua, que le tendió al muchacho-. Echa un trago de agua.

Él obedeció, tosió y bebió otro poco. Se sentó en una pequeña roca al lado del camino y se vació el resto de la botella sobre la cabeza. Miranda se sentó a su lado.

– ¿Qué ha pasado, Ryan?

– Lo he oído todo. Sam Harris les ha contado a mis padres que el tío Davy es el Carnicero. Pero yo no le creía. Quiero decir, él es mi amigo.

Miranda se compadeció del pobre chico. El mundo se le venía abajo, como le había sucedido a ella.

– Anoche vi al tío Davy. Está acampando en el prado del sur. A veces hace eso. O usa la cabaña.

– ¿La cabaña?

– Tenemos una cabaña, justo al lado del lago Big Sky. Salimos a pescar y cosas así. El tío Davy se aloja allí.

– ¿Sabes dónde queda?

– Claro -dijo él, y les dio las coordenadas del lugar.

– Quizás esté ahí -le dijo Miranda a Booker-. Tenemos que llamar a Quinn.

Ryan negó enérgicamente con un gesto de la cabeza.

– No, no está ahí. Yo lo he visto. Y la hebilla.

– ¿Qué hebilla?

– Me pareció que la había visto antes. El pájaro. Pero no recordaba dónde. Y entonces lo vi a él, que venía de la quebrada y, no sé cómo, pero enseguida lo supe. Le miré el cinturón y ya no la tenía. Llevaba un caballo o algo así, no el pájaro de siempre. -Ryan sacó una hebilla de cinturón rota de su bolsillo -. Como éste.

Miranda estaba confundida.

– ¿Tú le has cogido esto a tu tío? ¿Por qué?

Ryan se miró las manos e hizo girar el trozo de metal una y otra vez.

– No se lo cogí. Lo encontré cerca del cadáver de esa chica que mataron. Al día siguiente volví y estuve mirando como buscabais.

Su voz se volvía más ronca con las lágrimas, que ahora se secó con el dorso de la mano.

– Lo siento. No lo sabía. Yo no quería cogerla. Pero me la encontré. Quería contárselo a mi padre, pero pensé que se enfadaría conmigo si le decía que había vuelto a ese lugar. Así que la escondí en mi habitación. Pero hoy vi a mi tío y ahora sé que la hebilla era suya. Fui a casa a buscarla -dijo, y sorbió sus lágrimas-. Estaba muy raro. No estaba contento de verme. Llevaba su rifle. Y su cuchillo. Creo que él la mató.

Miranda sintió que el vientre se le apretaba.

– ¿Dónde está ahora? -preguntó.

– No lo sé. Le dije que pasaba por ahí y que vi su equipo de camping y que tenía que volver a casa. Mi madre y mi padre estaban peleando, así que he venido hasta aquí, que era lo más cerca.

– Has hecho bien, Ryan -dijo ella, y se incorporó-. ¿Puedes llevarnos hasta donde viste a tu tío?

Ryan asintió con un gesto.

– Se puede conducir casi hasta arriba del todo.

– Bien. -Miranda sacó su móvil y marcó el número de Quinn.

Quinn contestó pero la comunicación se cortó.

– ¡Maldita sea! -Volvió a intentarlo, y esta vez le contestó el buzón de voz-. Quinn, llámame. Estoy con Ryan Parker, y sabe dónde está Larsen. -Le lanzó una mirada a Ryan-. ¿Dónde?

– En el prado del sur, a un kilómetro y medio, por la parte de atrás de la casa. Hay un sendero.

– El prado del sur, detrás de la casa de los Parker. Yo voy hacia allá ahora. Encuéntrate conmigo allí, Quinn -dijo, y cerró el móvil-. Ryan, sé dónde queda eso. No quiero que vengas. Es demasiado peligroso.

– Pero…

– No. Quédate aquí. Te llevaré adonde está Gray y podrás ocuparte de tu caballo. -Miranda lo observó detenidamente-. ¿Hay algo más que quieras decirme?

El chico asintió con un gesto.

– El tío Davy venía de la quebrada, desde el otro lado del prado. Al final, hay muchas piedras y un arroyo.

– He estado ahí.

– No sé por qué iría allá abajo -dijo el chico.

Miranda sí lo sabía.

Sentado en el salón de los Parker, Quinn Peterson le explicaba al juez Parker su teoría sobre David Larsen.

– Pero ¿por qué tenéis que hablar con Delilah? Vemos a Davy durante las vacaciones y, a veces, cuando salimos a pescar, pero Delilah nunca habla de su hermano. Tuvieron una infancia difícil y no tienen una relación muy estrecha.

– ¿Delilah le ha contado alguna vez que su hermano fue detenido por violación?

Richard lo miró como si acabaran de darle un mazazo.

– No.

– Hace dieciséis años, en Oregón. Se retiró la acusación por que la víctima se negó a declarar y Larsen tenía una coartada. Su hermana.

– Entonces seguro que Davy no habrá tenido nada que ver.

– A la mujer le cortaron los pechos.

Quinn se dio cuenta de que Parker comenzaba a entender.

– Pero… ¿Delilah? ¿Lo protegió? Es que… no lo entiendo. Mi mujer no es una persona muy afectuosa, señor Peterson. Cuesta acercarse a ella. No me la imagino mintiendo por alguien, ni siquiera por su hermano.

– Y ¿si trata de protegerse a sí misma?

– ¿Perdón? -El tono de Parker era una mezcla de irritación y confusión.

Mientras se dirigía al rancho de Parker, Quinn había hablado con Hans Vigo, el especialista en perfiles del FBI. Vigo tenía la corazonada de que Delilah no sólo había protegido a su hermano cuando lo acusaron de violación en Oregón, sino que también estaba al corriente de sus crímenes en Montana.

– Él viene a cazar al pueblo de su hermana, aunque viva a horas de Bozeman -le dijo Quinn a Parker, repitiendo lo que le había dicho Vigo -. O lo hace para atormentarla, como amenaza para que no hable, o porque ésta es su casa. Si su mujer no está al corriente, es evidente que habrá sospechado algo desde el principio.

Parker ocultó la cara entre las manos.

– Mi hijo… Dejé que mi hijo fuera a pescar con ese cabrón. ¡Lo he dejado comer en mi mesa y dormir en mi casa! Le presté una cabaña donde pudiera quedarse, pagué su educación, cuidé de él como de un hermano. -Dio un puñetazo en la mesa del café con tanta fuerza que hizo saltar los objetos que había encima.

Quinn se centró en un detalle importante.

– Juez, ¿dice que le facilitó una cabaña?

– A treinta minutos de aquí, hacia el sur. Casi al llegar a Yellowstone.

– Tengo que verla. ¿Me puede llevar?

– Desde luego. Cualquier cosa con tal de ayudar.

En ese momento, sonó el móvil de Quinn.

– Peterson.

– Él… anda.

– ¿Miranda? Hay mala cobertura -alcanzó a decir, y la comunicación se cortó.

– Es la casa -dijo Parker-. Afuera tendrá cobertura.

– ¿Dónde está su mujer ahora?

– Salió después de que se fuera Sam Harris. Estaba muy turbada con este asunto de Davy.

– ¿Sam Harris ha venido a verlo?

Y Quinn se enteró de lo que Sam Harris le había contado a Parker.

– Lo siento, juez, pero tengo que detenerla. O tiene información que necesitamos acerca del paradero de su hermano, o tenemos que protegerla. No puedo dejar que ande sola por ahí. Hasta que detengamos a su hermano.

Quinn salió de la casa y llamó al despacho para ordenar la busca y captura de Delilah Parker, y para preguntar si Sam Harris se había presentado. No se había presentado. Maldita sea. Pidió al agente al teléfono que informara a todos los policías relacionados con el caso que Harris estaba oficialmente destituido de la investigación y que se le buscaba por obstrucción a la justicia. Quinn no podía permitir que Harris siguiera perjudicando la búsqueda de Larsen.

El juez Parker salió con él.

– ¿Vamos? -le preguntó Quinn al juez.

– Venga, lo llevaré. -Subieron al todoterreno de la policía. El agente Jorgensen iba al volante. Parker le dio las instrucciones para llegar.

– Dígame exactamente dónde. Voy a llamar a un equipo para que se reúna con nosotros. -Quinn necesitaba a todos los hombres disponibles.

Diez minutos más tarde, acabó todas las llamadas, incluyendo una a su jefe para informarle de lo ocurrido. Cuando cerró el móvil de un golpe, sonó su buzón de voz. Llamó y escuchó.

– Demos media vuelta -le dijo a Parker, con la voz tensa.

– ¿Qué? ¿Por qué?

– Volvemos a su casa. Acelera, Jorgensen -ordenó Quinn, y se volvió hacia Parker-. Su hijo ha visto a David Larsen ahí, hace menos de una hora.

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