Quinn ayudó a Charlie a sacar los equipos de montañismo de las camionetas en lo alto de la montaña. Bajarían directamente haciendo rappel, con lo cual se ahorrarían mucho tiempo en llegar al fondo. Sólo tenían dos cuerdas lo bastante largas, así que Quinn y Charlie bajarían primero, seguidos por otros agentes.
– Diez minutos, como máximo -dijo Charlie.
Estaban a punto de empezar a bajar cuando sonó la radio de Charlie.
– Aquí Charlie.
– Soy el agente Booker. Larsen acaba de pasar por la barraca y ha seguido en la misma dirección que Miranda. Ya le he avisado. Ahora tiene la radio apagada.
Mierda. Quinn quería hablar con ella, saber exactamente dónde se encontraba. Enterarse de cómo estaba aguantando. Decirle que se cubriera las espaldas. Comunicarle confianza en su fuerza y perseverancia.
Sobre todo quería oír su voz.
– El sheriff Thomas está mal -dijo Booker-. Necesita un médico.
– Mandaremos al paramédico enseguida después de nosotros -dijo Charlie-. Veinte minutos.
– Recibido.
Charlie se volvió a Quinn.
– Vamos.
Quinn estaba en buena forma física, pero bajar por una pared haciendo rappel requería el uso de unos músculos que él ignoraba tener preparados. Cuando llegaron abajo, estaba sin aliento.
Pero no podían detenerse. Echó un vistazo al paisaje de la quebrada. ¿Dónde estaba Miranda?
¿Dónde estaba Larsen?
Charlie llamó a Booker, y supo que él y Nick se encontraban a unos trescientos metros hacia el oeste.
– Vale, Booker. Aguanta. El equipo médico está a punto de llegar.
Charlie se giró hacia Quinn y señaló el suelo.
– Mira.
La lluvia caía cada vez con más fuerza, y Quinn apenas podía ver sus pies. Y entonces vio lo mismo que Charlie.
Unas huellas profundas entre las hojas que se dirigían al lecho rocoso.
– Por aquí -dijo Quinn.
Miranda intuyó la presencia del cazador antes de verlo.
No sabía exactamente cómo se había dado cuenta de que no estaban solas en esa parte del bosque, pero de pronto el aire húmedo se volvió eléctrico, la cortina gris de la lluvia se hizo más tupida y sus oídos captaron todos los ruidos. El de la lluvia que golpeteaba sobre las rocas en el arroyo más abajo, cuyo caudal seguía creciendo; y los gemidos suaves de los árboles meciéndose en la tormenta.
Su propio aliento entrecortado.
Había intentado cubrir sus huellas, pero era casi imposible con el limitado tiempo del que disponía para llevar su plan a la práctica. Esperaba que Ashley guardara silencio. Era lo único que tenía que hacer. Esconderse y estarse callada.
Doce años antes, Miranda se había enfadado con Sharon mientras huían del Carnicero. Cada vez que Sharon gritaba, ella se encogía de terror, temiendo que su amiga atraería al Carnicero directo hacia ellas. Que él las alcanzaría y las mataría.
Era lo que Sharon había hecho.
Los tiempos habían cambiado. A pesar de que Miranda hacía una mueca cada vez que Ashley gemía, ahora lo entendía. ¿Cómo podía juzgarla con tanta dureza por su miedo?
Era el mismo miedo que se apoderaba de ella, que le reptaba por la espalda, paso a paso, minando su determinación.
Tendría que haber seguido. A la larga, Larsen las habría alcanzado. Pero quizá no. Ella tendría que haberse quedado con Nick. Si hubiera mirado más detenidamente, quizás habría encontrado un lugar mejor donde ocultarse. O se habría quedado en la barraca, esperando a que él entrara.
Tenía que dejar de dudar de sí misma. Su miedo aumentaba porque él se acercaba.
Maldita sea, ¿dónde estaba? Ya tendría que haber aparecido.
Seguro que no cometería el error de pasearse por el centro de la quebrada. No, seguiría sus huellas, se mantendría cerca de los árboles para contar siempre con el elemento sorpresa. Miranda había sembrado de huellas falsas en el lado norte de la quebrada, en la ribera opuesta a donde se escondía ahora.
Suponía que, gracias a su camuflaje, Larsen se confundiría con la vegetación. Con todos los músculos endurecidos por la tensión, esperó, sin dejar de escudriñar.
Allí.
Un movimiento a su izquierda. Leve. Justo frente al escondrijo de Ashley. Miró y no vio nada. Quizás era la lluvia la que distorsionaba su visión periférica.
La luz estaba a punto de desvanecerse del todo bajo los cielos grises. La visibilidad era mínima. La trampa era una mala idea. No lograría distinguirlo.
Pero quizá funcionaría. Él pasaría de largo, y ella y Ashley se quedarían quietas hasta que llegara Quinn.
Sí. Eso sería lo mejor.
Lejos, a su izquierda, percibió un movimiento. Joder. ¡Ashley! Baja la cabeza. Quédate quieta. ¿Acaso no había escuchado sus instrucciones? No te muevas. Quédate agachada. Ni siquiera mires.
Justo delante de ella, a unos doce metros, lo vio. Estaba totalmente quieto. Ella había dejado una huella que seguía unos sesenta metros más allá de su escondrijo, antes de volver atrás. ¿Por qué se había detenido ahí? ¿Había oído algo? ¿Olido algo?
¿Había visto a Ashley en el interior del árbol podrido donde Miranda la había escondido?
Mierda. ¿Qué lo había alertado?
Empezó a entrarle el pánico. Era imposible que supiera dónde estaban escondidas. Ni ella ni Ashley.
Por favor, Ashley, no te levantes. No hagas ruido, por favor. Larsen escuchaba. Estaba tan quieto que si Miranda no hubiera sabido que se encontraba ahí, se habría preguntado si no se lo había imaginado. Pero lo había visto por un instante y, si enfocaba, distinguía su silueta.
¡Corred! ¡Corred!
No, esta vez no echaría a correr. Se quedaría ahí mismo, detrás de las rocas más bajas. Estaba tendida sobre el vientre, mirando desde arriba. Observando, con la mira puesta en el Carnicero. Estaba demasiado lejos para tenerlo como blanco seguro. Y no podía permitirse errar. Un solo disparo perdido y él daría media vuelta y vendría a por ellas. Sabiendo dónde estaban.
Sigue adelante, Larsen. Sigue.
Su plan era volver sobre sus pasos una vez que Larsen pasara. En los diez minutos que había tenido para planearlo, decidió que la mejor trampa consistía en no dejarse atrapar. Que él pasara y entonces ellas volverían lo más rápido posible adonde estaba Nick. En algún momento, antes de llegar a él, se encontrarían con Quinn y los demás.
Su primera responsabilidad era proteger a Ashley, no capturar al Carnicero. Sin embargo, a pesar de ese miedo, quería detenerlo. Ahora. No darle ninguna oportunidad más de hacerle daño a una mujer.
Pero su trabajo le exigía que sacara a Ashley del monte y la pusiera a salvo, y ella se lo tomaba muy en serio.
Sigue adelante. ¡Venga, venga! ¡A qué esperas!
Él se quedó quieto, sin mover ni un músculo. ¿Por qué?
Aunque no veía a Ashley, Miranda percibía su pánico.
Todo ocurrió como a cámara lenta. Ashley asomó la cabeza fuera del tronco. Y volvió a ocultarse.
Larsen se giró completamente y se quedó mirando el tronco. Levantó el rifle.
Ashley gritó y salió arrastrándose del árbol muerto. Miranda apuntó con su pistola a Larsen. Éste puso una rodilla en tierra y giró su rifle hacia Ashley.
Miranda disparó una, dos, tres veces.
Larsen cayó al suelo. ¿Le había dado?
Ashley volvió a gritar y Larsen se arrastró por el suelo apoyándose en los antebrazos. Hizo girar el rifle y le disparó a Ashley.
– ¡Ashley, agáchate! -gritó Miranda, al tiempo que disparaba tres veces más contra Larsen. Pero él ya se había echado a rodar, lejos de su alcance y desapareció detrás de una roca.
¡Mierda! ¿Dónde se había metido?
Ashley llegó dando tropezones al punto donde se escondía Miranda.
– Lo siento, lo siento. Creí que me había visto. Y que tenía que correr. Lo siento.
– Shh. Calla.
– Lo siento.
– Cállate -ordenó Miranda. Tenía que pensar. Se quedó mirando la roca, a unos doce metros. La visibilidad era tan escasa que no podía ver más allá. ¿Se había parapetado al otro lado? ¿Intentaría cogerlas por la derecha? ¿Por la izquierda? ¿Por atrás?
Él tenía que saber dónde estaban. Pero Miranda no se atrevía a moverse.
Lo esperaría. No tenía otra alternativa