CAPITULO 9

Isabella tuvo la decencia de ruborizarse.

– Nicolai es muy guapo. -observó casualmente. No le salió casualmente. Apenas reconoció su propia voz. Era suave, sensual y totalmente impropia de ella.

Las cejas de Sarina se dispararon.

– Es bueno que encuentres al don atractivo, Isabella, pero es un hombre. Los hombres ciertamente desean cosas de las mujeres. Nicolai no es diferente. ¿Te explico tu madre lo que se espera de una mujer cuando se casa?

Isabella se sentó, sujetando la colcha con una mano y aceptando la taza de té con la otra. Sarina comenzó a cepillar el largo cabello de Isabella. La acción fue tranquilizadora.

– La mia madre murió cuando yo era bastante joven, Sarina. Pregunté a Luca, pero él me dijo que era deber de mi esposo enseñarme esas cosas. -El color subió por su cuello hasta la cara. Tenía el presentimiento de que el don ya le había estado enseñando, antes de lo que debería.

– Hay cosas que pasan en el dormitorio entre un hombre y su esposa, cosas perfectamente naturales. Como él te dirá, Isabella, y aprenderás a disfrutarlas. Mi Betto ha hecho mi vida maravillosa, y creo que Nicolai hará lo mismo por ti. Pero esas cosas se hacen después de casados, no antes.

Isabella sorbió su té, agradeciendo no tener que contestar. Deseaba a Nicolai con cada fibra de su ser. Ni importaba que las cosas no hubieran ido perfectamente bien; su cuerpo todavía ardía por el de él. Ni se atrevió a contarle a Sarina lo que había pasado en su dormitorio.

isabella yació despierta largo rato después de que Sarina se marchara, esperando que Francesca fuera a visitarla. Estaba intranquila y deseaba compañía. La lengua afilada de Sarina habría ido mucho más lejos de saber cuanto se había anticipado Nicolai y agradecía que Sarina la hubiera tratado como a una hija o una amiga. Pero no podía hablar con Sarina de Nicolai.

Suspiró y puso los ojos en blanco, las colchas se enredaron alrededor de su cuerpo. Debería haberse puesto su camisón, pero una vez se marchó Sarina, Isabella yació desnuda, su cuerpo ardiendo, el recuerdo de la boca de Nicolai empujando con fuera hacia sus pechos y la sensación del pelo sedoso deslizándose sobre su piel, en primer plano en su mente. Anhelaba, ardía, estaba intranquila y con los nervios de punta. Deseaba todas las cosas que Sarina había sugerido. Deseaba la lengua de Nicolai acariciando su piel, sus dedos enterrados profundamente dentro de ella.

Era inútil yacer allí, incapaz de dormir. Se sentó, dejando que los cobertores cayeran hasta su cintura de forma que el aire refrescó su piel. Tiró de su larga y gruesa trenza hacia adelante y se soltó el pelo, sacudiendo la cabeza para que le acariciara la piel como había hecho el de él, cayendo en cascada más allá de su cintura para acumularse sobre la cama. Su cuerpo se tens´cuando las sedosas hebras acariciaron su cuerpo. Gimió suavemente de puro frustración.

Si no hubiera estado tan excitada, habría preguntado a Sarina por qué los sirvientes trataban a su don tan abominablemente, pero solo podía pensar en él. Nicolai DeMarco. Isabella apartó las colchas de un tirón decididamente y se levantó de la cama. Paseando desnuda por la habitación, estiró las manos hacia el fuego del hogar, la única luz que quedaba en la habitación. Nunca había estado desnuda delante de un fuego y lo había encontrado tan sensual.

¿La había cambiado él de alguna forma? Nunca antes se había sentido así, caliente, pesada y tan conscente de su propio cuerpo. Había sido naturalmente curiosa sobre lo que pasaba entre un hombre y una muer, pero ningún hombre la había afectado nunca como Nicolai. Le gustaba tocarle, lo duro y sólido que era su cuerpo. Isabella suspiró y palmeó al guardia del hogar detrás de su despeinada melena.

No se oyó ningún ruido, ningún sonido, nada la advirtió, pero giró la cabeza, y Nicolai estaba allí de pie, en el extremo más alejado de la habitación, parte de la pared estaba abierta. Sus ojos brillaban en la oscuridad, llameando con las llamas saltarinas del hogar. El corazón de Isabella empezó a palpitar. Parecía en cada centímetro un depredador, tan aterrador como uno de sus leones. Se sentía vulnerable sin su ropa y bastante rara. Agachó la cabeza haciendo que su largo pelo se balanceara a su alrededor como una capa.

– No deberías estar aquí -se las arregló para decir.

La ardiente mirada de él vagó posesivamente sobre su cuerpo. Un pecho asomó hacia él através de la caída de sedoso pelo, pero ella no lo notó.

– Tienes razón. No deberí. -Su voz fue ronca, y su cuerpo se endureció con un dolor salvaje.

– Sarina dijo que no debíamos estar juntos hasta que estemos casados -barbotó, la única cosa que se le ocurrió decir.

– No parezcas tan asustada, cara. Tengo intención de ser la decencia personificada. Ayudaría que pudieras envolverte en una bata. Eres bastante tentadora allí de piel con la luz del fuego tocándote en lugares intrigantes. -Recogió la bata caída sobre una silla y cruzó la habitación para quedarse cerca de ella.

Isabella podía sentir el calor irradiando de la piel de él. De su piel. Su cuerpo se tensó y convirtió en líquido ante la visión de él. Él parecía estar en el mismo aire que respiraba, su fragancia en los pulmones, en su mente.

– No pretendía tentarte. -No sabía si eso era verdad. Si tuviera algún sentido común en absoluto, huiría. Como mínimo debería gritar pidiendo a Sarina. En vez de eso, se quedó muy quieta, esperando. Deseando. Exaltada. Él inclinó la cabeza lentamente hacia ella. Observó la larga caída de su pelo extrañamente coloreado, muy parecido a la melena de un león. Quiso enterrar las manos en ella y sentirla, pero se quedó de pie, hipnotizada, observando la cabeza acercarse. Su lengua lamió el pezón que asomaba a través del pelo del pelo. Su mano le acunó el trasero desnudo, atrayéndosa hacia él, para así poder tomar el pecho en su boca. Caliente y húmeda, su boca se cerró alrededor de ella, succionando con fuerza, codiciosamente. Sus dedos le amasaron las nalgas, un lento y sensual masaje que la dejó débil y dolorida de deseo. Sus manos subieron y le acunaron la cabeza, sus dedos ahondaron an la espesa masa del pelo de él.

– ¿Qué me estás haciendo? -susurró, cerrando los ojos cuando las manos de él se deslizaron por su cuerpo posesivamente y le acunaron los pechos.

La palma de deslizó alrededro de su nuca.

– Algo que no debería. Ponte la bata antes de que olvide todas mis buenas intenciones. -Enredó la bata alrededor de ella, atándosela firmemente-. Tengo una sorpresa para ti. Sabía que no estarías durmiendo. -Recogió el pelo de ella en su mano, tiró de su cabeza hacia atrás, y tomó su boca. Su beso hizo que el mundo se tambaleara para ella, enviando una tormenta de fuego a través de su cuerpo. Cuando separó su boca de la de ella, solo pudieron mirarse impotentemente el uno al otro a los ojos.

Isabella le tocó la cara, las yemas de sus dedos acariciaron las profundas cicatrices.

– ¿Vamos a alguna parte?

Él le sonrió, una sonrisa juvenil y maliciosa.

– Necesitarás zapatos. Sabía que ni siquiera me harías preguntas… que simplemente vendrías conmigo. Te encantan las aventuras, ¿verdad?

Isabella rió suavemente.

– No puedo evitarlo. Debería haber nacido chico.

Las cejas de él se alzaron, y extendió el brazo para deslizar una mano por dentro de la bata de ellaña, su palma acunó el peso de un pecho, su pulgar acarició el pezón.

– Yo me alegro mucho de que hayas nacido mujer. -Había un rapto en su voz, una pequeña nota que traicionó las urgentes demandas de su cuerpo.

Isabella se quedó muy quieta, intentando no derretirse bajo su toque, intentando no lanzarse a sus brazos.

– Supongo que yo estoy muy contenta también -admitió mientras su sangre se caldeaba y acumulaba hasta una dolencia palpitante.

– ¿No te dijo Sarina que me detuvieras cuando te tocara así? -él inclinó la cabeza para rozar un beso por su temblorosa boca mientras reluctantemente retirba la mano de la calidez de su cuerpo-. Porque si no lo hizo, debería.

– Ahora mism no puedo recordarlo -admitió Isabella, sintiéndose aturdida. Miró alrededor en busca de una distración-. Sabia que había un pasadizo secreto. Había uno en nuestro palazzo. Solía jugar en él de niña.

– No estoy aquí para seducirte, Isabella, sino para giarte en un gran aventura.

– Bien, porque ahora recuerdo que Sarina me dejó muy claro que no debía haber seducción antes de que nos casemos -estaba excitada ante la perspectiva de ir con él y cogió apresuradamente sus zapatos-. ¿Debería ponerme un vestido?

Los ojos ámbar brillaron hacia ella, moviéndose sobre su cuerpo, dejándola débil.

– No, me gusta saber que no llevas nada bajo la bata. Nadie nos verás -la tomó de la mano-. Estarás a salvo conmigo -Se llevó la punta de sus dedos a los lbios, su aliento era cálido sobre la piel-. No sé si estaré a salvo contigo.

Su corazón palpitaba ruidosamente, pero ella fue sin dudar.

– Yo cuidaré de usted, Signor DeMarco, no tenga miedo.

– Yo tenía buenas y nobles intenciones, -le dijo él mientras avanzaban por el estrecho y oculto corredor-. No es culpa mía haberte encontrado sin ropa-. Sus dientes blancos centellearon hacia ella, esa sonrisa juvenil que le robaba el corazón-. Creía que eso solo ocurría en mis sueños.

– ¿Sueñas con frecuencia con mujeres sin ropa? -Había el más pequeño de los filos en su voz, a pesar de su obvia diversión.

Nicolai bajó la mirada hacia ella, su sonrisa se amplió.

– Solo desde que te conocí. Agarra con fuerza mi mano; de otro modo, no me hago responsable de ninguna exploración que pudiera emprender por su cuenta.

Isabella rió, y el sonido liguero y despreocupado viajó a través del laberinto de ocultos corredores, despertando cosas que era mejor dejar en paz.

– Tu mano no hace nada a menos que tú la dejes -señaló ella.

Él contoneó los dedos haciendo que se rozaran incitadoramente contra su cadera.

– No, tienen enteramente voluntad propien esta cuestión. Me declaro inocente -se llevó la mano de ella a la calidez de su boca-. Adoro tu piel -sus dientes mordisquearon gentilmente los nudillos, su lengua arremolinó una caricia sobre el pulso de la muñeca.

Los ojos de ella se abrieron de par en par y se oscurecieron mientras le miraba, medio con amor, medio con miedo.

Don DeMarco le sonrió.

– Te encantará esto, Isabellla.

Ella parpadeó hacia él, sorprendida por la forma en que su cuerpo parecía pertenecerle. Cada gesto, cada movimiento de él, la tentaba y seducía.

– Ciertamente si.

Le siguió a través de los largos túneles, escaleras y pasadizos, su mano firmemente en la de él. Era agudamente consciente del poder que él exudaba, la suprema confianza, la amplitud de sus hombros y la fuerza de su cuerpo. Fue consciente de que no hacía ningún ruido mientras caminaba. Ninguno. Oía solo el suave pisar de sus propios zapatos sobre el suelo.

Nicolai empujó un sección de la pared, y esta se abrió lentamente. Él retrocedió para que Isabela pudiera ver. El frío la golpeó primero, una explosión helada que atravesó su bata y fue directamente hasta su piel, pero entonces se encontró mirando con respeto reverencial el paisaje. Era de un prístino y refulgente blanco. La nieve colgabde los árboles y cubría las cuestas. Carámbans helados colgaban de los aleros del palazzo. La luna llena se reflejaba en la nieve, convirtiendo la noche en día. Las montañas brillaban como joyas, una escena impresionando que nunca olvidaría.

– Estás temblando -dijó él suavemente-. Ponte bajo las pieles -la acercó al calor de su cuerpo para que este la inundace.

isabella se relajó entre sus brazos como si perteneciera allí. Él la llevó en brazos a donde dos caballos estaban esperando, aparejados a lo que parecía un carruaje sobre patines. Colocó a Isabella en el asiento acolchado, estableciéndose cerca de ella, y acomodando las gruesas pieles a su alrededor.

– ¿Qué es esto? -Nunca había visto nada igual antes.

– Betto me hizo uno cuando yo era muy pequeño. Talló los patines de madera y los aseguró a un viejo carruaje que mis padres ya no utilizaban. Era más pequeño que este, pero iba sobre la nieve muy rápido. Hice que construyeran este recientemente y pensé que debíamos probarlo.

Isabella se acurrucó bajo las pieles, cerrando los dedos en un esfuerzo por mantener el calor. Nicolai sacó un par de guantes de piel del bolsillo de su chaqueta y se los puso en las manos. Eran demasiado grandes pero muy cálidos, y ese gesto simple y considerado envió mariposas a revolotear en su estómago.

– ¿Estás suficientemente caliente? -preguntó él-. Puedo conseguir otra piel si hace falta.

Isabella sacudió la cabeza.

– Estoy muy caliente, grazie. ¿Qué estabamos haciendo exactamente?

– Se siente como se sentirí volar -sacudió ls riendas, y los caballos empezaron un paso lento, arrastrando el carruaje tras ellos.

Cuando los animales cogieron velocidad, el carruaje empezó a correr sobre la nieve, deslizándose fácilmente a través de los cristales blancos. Isabella se aferró al brazo de Nicola y alzó la cara hacia el viento. Era hermoso. Perfecto. Los dos encerrados en un mundo blco, deslizándose sobre la nieve con suficiente rapidez como para hacer que su corazón remontase.

El paisaje era hermoso, el aire crispado y fresco. isabella se encontró riendo mientras corrían, la luz de la luna lanzando un brillo plateado sobre las ramas en lo alto. Nicolai detuvo el carruaje en lo alto de una cuesta, sus brazos la acercaron. Bajo ellos un pequeño estanque, ya se congelaba haciendo que el helo brillara.

– Es realmente hermoso -dijo Isabella, levantando lmirad hacia él-. Grazie, Nicoali, por compartir esto conmigo.

La mano de él se enterró entre su pelo.

– ¿Con quién más podría compartirlo? -Apartó la mirada de ella, hacia el centelleante hielo. Sus rasgos estaban inmóviles y duros-. Ningún otro se atrevería a venir conmigo.

– ¿Por qué? -Isabella presionó una mano enguantada sobre las cicatrices y le acarició la piel para calentarse-. ¿Por qué son todos tan tontos? Eran tan bueno con ellos. ¿Por qué te temen, Nicolai?

– Tienen mucha razón en temerme, igual que temían todos al mio padre -giró la cabeza para mirarla, sus ojos ámbar pensativos-. Si tuvieras algún sentido común, también tú me temerías.

Ella la lanzó una suave y confiada sonrisa. Sus yemas cubiertas de piel le trazaron el ceño.

– ¿Quieres que te tema, Nicolai? Si es lo que quieres, debes darme una razón.

Él se quedó mirando fijamente la cándida inocencia de sus oscuros ojos durante un largo momento.

– Isabella -Su nombre fue un suave susurro en la noche. Gentil. Tierno. Se inclinó para encontrar su boca con la de él, tomando posesión, su lengua probando, insistente.

Bajo las gruesas pieles Nicolai deslizó su mano bajo la bata de ella para encontrar sus pechos.

– Soñé con tomarte aquí en la nieve, a la luz de la luna -Le besó la comisura de la boca, la barbilla-. ¿Si te lo pidiera, Isabella, me entregarías tu cuerpo? -Su boca vagó más abajo, bajo la línea de la garganta, apartando a un lado la bata para abrirla ante él. Sus manos encajaban en el torso, sus pulgares descansaron sobre los tensos pezones.

– ¿Por qué, Nicolai? -Había algo triste, algo desesperado, controlándole-. ¿De qué tienes miedo? Dime.

Él descsó la cabeza contra sus pechos desnudos.

– Me duele día y noche. No puedo pensar en nada más que en ti. Nada más, cara. Pero no sé si aliviar el dolor de mi cuerpo va a hacer mucho por salvar mi alma. -Deslizó los brazos alrededor de ella y apretó firmemente, como si ella fuera su ancla-. No quiero amarte, Isabella. Hay más peligro en ello del que posiblemente puedas imaginar. -Cerró los ojos-. Quiero darte el mundo, pero en realidad, estoy tomando tu vida.

Ella le abrazó, acariciándole el pelo.

– No puedo ayudarte, Nicolai, si no me cuentas que va mal. -Le besó la coronilla y la abrazó firmemente-. Aquí afuera, donde estamos solos y el mundo está hecho de hielo y gemas, ¿no puedes decírmelo? ¿No me conoces lo bastante bien como para saber que lucho por aquellos a que me pertenecen? Arriesgué todo por salvar a Lucca. ¿Por qué haría menos por ti?

– Huirías gritando de este lugar, de mí, si supieras la verdad. -Había amargura en su voz, en su corazón-. Los leones no lo permitirían, y tendrí que mantenerte prisonera. Al final te destruiría como el mio padre destruyó a la mia madre. -Alzó la cabeza y la miró a los ojos-. Como casi hizo conmigo.

Vio tormento en sus ojos ámbar. Furia. Miedo. Determinación. Emociones surgiendo en remolino desde su alma para arder en sus ojos como una llama.

El estremecimiento que sintió Isabella no tuvo nada que ver con el frío. Le tiró del pelo.

– Cuéntame entonces, Nicolai, y veamo si soy una bambina asustada que huye gritando del hombre al que está unida.

Las manos de él le cogieron los esbeltos hombros, los dedos se enterraron en su carne. Le dio una pequeña sacudida, como si la intensidad de sus sentimientos fuera más de lo que pudiera soportar. Mientras así lo hacía, ella sentía la aguda puñalada de agujas pinchando sus hombres. El aliento se le quedó atascada en la garganta, pero contuvo el suave grito de molestia antes de que pudiera escapar. Bajó la mirada a su hombro izquierdo, a la mano de él.

Claramente vio una enorme zarpa de león, con garras retractables. las garras eran curvadas, gruesas y afilades, las puntas se le hundían en la piel. No era ilusión sino una realidad que no podia ignorar. Una parte de su mente estaba tan sorprendida, tan horrorizada y asustada, que todo lo que pudo hacer fue gritar. Silenciosamente. Encerrada en su cabeza, profundente en su mente donde solo Isabella vivía, gritaba silenciosamente. Y lloró. Por sí misma, por Nicolai DeMarco. Con pena por ambos. Exteriormente era una Vernaducci, y, hombre o mujer, un Vernaducci no se entregaba a la hsteria. Luchó por controlarse y se sentó muy quieta.

Nicolai no había pronunciado un falsedad. Había peligro aquí, un peligro mortal. Vibraba en el aire alrededor de ellos. Los caballos empezaron a inquietarse, tirando de sus cabezas y corcoveando. Isabella podía ver sus ojos girando salvajemente mientras olían a un depredador.

Tomó un profundo aliento y lo dejó escapar.

– Nicolai -Pronunció su nombre suavemente y alzó la mirada para encontrar sus ojos.

Estos llameaban hacia ella. Salvajes. Turbulentos. Mortalmente. Llameando con pasión, con fuego. Se negó a apartar la mirda de él, a verle como le veían los demás.

– ¿Qué hizo tu madre cuando tu padre le contó la verdad? -El frío había embotado su dolor, pero ante su pregunto, las patas se flexionron, y las garras se enterraron más profundamente. Finas cintas de sangre gotearon hacia abajo por su hombro.

– ¿Qué crees que hizo? Huyó de él. Intentó escapar. Ni siquiera pudo volver a mirarme una vez supo en qué me convertiría. -Su voz fue un gruñido áspero, como si su garganta misma se hubiera visto alterada y le fuera difícil hablar.

– Te miro y veo a un hombre maravilloso, Nicolai. No sé que está ocurriendo aquí, pero no eres una bestia sin razón o conciencia. Tienes un tremendo control y la habilidad de pensar, de razonar. No tengo intención de huir de ti. -Sintió las garras retraerse. Sintió el salvajismo en él apaciguarse.

Los caballos lo sintieron también. Se tranquilizaron y quedaron quietos, resoplando suavemente, con vapor blanco surgiendo de sus fosas nasales.

Nicolai bajó la mirada a su suave piel, y se le escapó un gruñido. Maldijo viciosamente, brutalmente, palmeando con la piel sobre las heridas.

– Isabella. Dio. No puedo arriesgarme, ni por mí mismo, ni por los otros. Creía que si no te amaba, si no sentía nada por ti, estarías a salvo, pero nunca he sentido algo tan profundo por nada. -Parecía afligido, pálido bajo su piel oscura-. ¿Qué te he hecho?

– Tú no me estás poniendo en peligro, Nicolai. ¿No lo comprendes aún? -Se presionó contra él, sus labios encontrado los de él. Estaba tieso por su miedo por ella-. Es mi riesgo para tomarlo. Solo mío. No puedes obligar a otro a estar contigo. El amor tiene que se entregado libremente. -Le besó de nuevo, pequeños besos a lo largo de la línea de su mandíbula, las comisuras de su boca, tentando, persuadiendo hasta que él se rindió porque no podía contenerse a sí mismo.

Nicolai la abrazó y se fundieron untos, su boca dominó la de ella, besándola hast que el fuego corrió entre ellos, ardiendo fuera de control, una tormenta igul de intensa que sus turbulentas emociones. Sus manos le enmarcaron la cara, y bajó la mirada a sus ojos.

– Tengo tanto miedo de creer en ti, Isabella. Si algo va mal y no pudo controlarlo…

– ¿Qué elección tienes? -Isabella trató de impedir su diminuto estremecimiento, pero él no se perdía nada, ni el más liguero detalle sobre ella, y tiró de las pieles más cerca, colocándolas a su alrededor-. Tienes que controlarlo. ¿Sabes cómo ocurre? ¿Por qué? ¿Eres consciente de que ocurre?

Él se pasó la mano por el pelo con agitación.

– Siempre he aceptado que había nacido con ello. Un don, una maldición… no sé. La gente cree las viejas leyendas, y esperan un milagro. Creen que tú eres ese milagro. Yo solo sé que siempre he sido capaz de hablar con los leones. Son parte de mí. No tenía miedo de ello ni me avergonzaba. Sabía que eso me hacía diferente, y sabía que la mia madre no quería tener nada que ver conmigo, pero no puedo recordar cuando si quería, sí que no era tan mala cosa. Sarina y Betto estaban siempre ahí. Y jugaba como cualquier chico con mis amigos Sergio y Rolando.

Se apoyó en él, porque parecía tan necesitado de más consuelo que ella. Sus hombre se encorvaron, el simple recuerdo de lo que había ocurrido. Él era tan carismático, sin esas pequeñas heridas, nunca lo habría creído. De algún modo se las había arreglado para robarle el corazón hasta anhelarle, lamentándose por el dolor reflejado en sus ojos.

– ¿Y tu padre? -animó.

Nicolai suspiró y cogió las riendas entre sus manos.

– Se retiró de todos, se volvió cada vez más salvaje hasta que ni siquiera yo pude ver al hombre del que la mia madre planeaba escapar. Él se enteró antes de que ella pudiera abandonar el palazzo. La persiguió a trvés de los salones, subiendo y bajando por las escaleras. Huyó hacia la gran torre, saliento al pequeño patio. Yo sabía lo que podía ocurrir, así que le seguí, para detenerle, pero ya había llegado demasiado lejos. Entonces se volvión contra mí -Se tocó las cicatrices de la cara con dedos temblorosos, un hombre recordando la pesadill de un niño. Se quedó en silencio, mirando hacia la centelleante charca.

– Los leones te salvaron, ¿verdad, Nicolai? -dijo suavemente.

Él asintió, su cara se endureció perceptibemente.

– Si, lo hicieron. Le mataron para salvar mi vida.

– ¿Cuando eras niña, la bestia en tu interior salía?

Nicolai sacudió las riendas, y los caballos empezaron a avanzar.

– No, nunca. Pero ese día, en el castello, mi vida cambió para siempre. Ni siquiera Sarina podía verme ya. Cuando me miraban… mis amgos, mi gente… veían algo más. Todos ellos -Bajó la vsta a sus manos sobre las riendas-. Yo veo mis manos, pero ellos no. Es una existencia solitari, cara, y tenía la esperanza de no pasar nunca semejante cosa a mi hijo.

– Yo veo tus manos, Nicolai. -Isabella descansó una mano enguantada sobre la de él-. Veo tu cara y tu sonrisa. Te veo como un hombre. -Frotó la cabeza contra el hombro de él en una pequeña caricia-. Ya no estás solo. Me tienes a mí. No estoy huyendo de ti. Me quedo contigo porque quiero quedarme. -Y, que Dios la ayudara, quedía quedarse. Quería estrecharle entre sus brazos y consolarle con su cuerpo. Quería eliminar las sombras de sus ojos y desvanecer la pesadilla que había terminado con su niñez.

Él puso las riendas en una palma y envolvió su mano con la otra, tirando de ella bao las pesadas pieles para mantenerla caliente. Montaron en silencio, en el blanco y frío mundo, con la luz de la lun brillando sobre ellos y la nieve refulgiendo como un campo de gemas.

Isabella descansó la cabeza contra su hmbre y contempló el cielo. El viento soplaba suavemente, enviando pequeños copos de nieve a volar desde las ramas de los árboles. Sintió el tiró en su pelo, en su cara. Parecía que estuvieran volando, y rio suavemente, aferrando las pieles a su alrededor.

– Me encanta esto, Nicolai. De veras. -Su risa flotó lejos en el viento, llamando. Llamando.

Un buho salió volando de ninguna parte, directamente hacia uno de los caballos, con las garras extendidas como si pudiera arañar los vulnerables ojos. Los caballos se encabritaron, chillaron, un grito de terror que resonó a través del silencioso mundo. Ambos caballos se desbocaron, tirando de las riendas y corcoveando, atravesando la nieve, corriendo cuesta a bao y a través de una pequeña arboleda.

El carruaje se volcó, tirándolos al suelo helado. De algún modo Nicolai se las arregló para envolver sus brazos alrededor de Isabella. Ella aferró la gruesa piel, y cuando rodaron, se enredó alrededor de ambos, ayudando a protegerlos de la colisión. Rodaron colina abajo, un enredo de brazos, piernas y pelo. La nieve estaba por todas partes, aferrándose a la piel, a sus ropas, entre sus temblorosos cuerpos, incluso en sus pestañas. Cuando se detuvieron, el viento los golpeó, Isabella estaba tendida sobre Nicolai, sus brazos le envolvían la cabeza para protegerla.

– ¡Isabella! -La voz de Nicolai temblaba de preocupación- ¿Estás herida? -Sus mos se movían sobre el cuerpo, buscando heridas.

Ella podía sentir la risa burbujeando salida de ninguna parte y se preguntó si era la primera Vernaducci en la historia que se podría histérica después de todo.

– No, de veras, Nicolai, solo un poco sacudida. ¿Qué hay de ti?

Él ya estaba mirando alrededor buscando los caballos. Le sintió tensarse justo cuando la risa decaía en su interior, siendo reemplazada por un miedo serpenteante. Sus manos se apretaron sobre el pelaje, y miró cautelosamente alrededor. Vislumbró movimiento entre los árboles, sombras disimuladas, ojos brillantes.

Nicolai alzó gentilmente a Isabella alejándola de él.

– Quiero que vayas hacia el árbol más cercano. Trepa a él y quédate allí. -Su voz era tranquila, baja, pero contenía inconfundible autoridad. El don daba una orden.

Isabella miró alrededor desesperadamente en busca de un arma, cualquier cosa, pero no encontró nada. Estaba temblando violentamente a causa del frío. O de miedo. No estaba segura. Los caballos estaban solo a corta distancia de allí, temblando, sus cuerpo húmedos con el sudor de miedo.

– Nicolai. -Había lágrimas en su voz, una dolorosa necesidad de quedarse con él.

– Haz lo que digo, piccola. Busca un árbol ya. -Se alzó sobre sus pies, levantándola mientras lo hacía, sus ojos exploraban intranquilos las gruesas filas de pinos. Alzó la cabeza y olisqueó el viento.

Isabella no podía oler al su enemigo, pero captaba vistazos de cuerpos peludos y delgados mientras se movían furtivamente a través del bosque. Más que eso, sentía la mancha de algo, algo maligno, algo innombrable y mucho más mortal que una manada de lobos.

– ¡Isabella, muévete! -No había forma de confundir la orden o la amenaza en la voz de Nicolai, aunque no se molestó en mirarla.

Ella dejó caer la piel y corrió hacia el árbol más cercano. Habían pasado años desde que había trepado, pero cogió las ramas bajas y se izó a sí misma. Sin la protección de la piel, el viento mordió su piel, atravesando directamente a través de su delgada bata. Apesar de los guantes, sentía los dedos entumecidos mientras aferraba las ramas. Se agarró allí, con los dientes castañeando, y observando con horror la escena desplegada bajo ella.

Los lobos llegaron desde los árboles, con los ojos fijos en su presa. Ni en Nicolai… la manada le evitaba y en vez de ello se movió hacia el árbol al que Isabella se encaramaba. Uno, mucho más atrevido que los demás, saltó, gruñendo, sus mandíbulas cerrándose hacia su pierna. Se le escapó un grito mientas tiraba de su pierna hacia arriba, arañándose la piel en la corteza del árbol.

El rugido de un león sacudió el valle. Furioso. Feroz. Un desafio. Unas buenas seiscientas libras de sólido músculo, la bestia saltó en medio de la manada de lobos, golpeando al animal más agresivo con una garra mortal. En su desesperación, la manada saltó sobre él, gruñendo, rasgando y desgarrando su espalda, sus patas, su cuelo,hasta que la nieve estuvo salpicada de rojo. Los lobos eran numerosos, Isabella estaba segura de que el león caería bajo se embate. La visión era terrorífica, los sonidos peores.

– Nicolai -susurró su nombre en la noche, su voz dolorida y llena de lágrimas. No tenía ni idea de cómo ayudarle.

El león sacudió su cuerpo macizo, y los lobos salieron volando en todas direcciones, chillando y aullando. La bestia saltó tras ellos, matando de un manotazo a los animales más lentos mientras estos aullaban de terror y cojeaban, huyendo del más grande y más poderoso depredador.

El león se quedó inmóvil durante un mmento, observándoles marchar; entonces sacudió su peluda melena y se estremeció. Isabella podía ver ese rojo que oscurecía el pelaje en varios lugares. La enorme melena, espesa alrededor del cuello, que bajaba por la espalda, y bajo la barriga, le había protegido de los peores mordiscos, pero estaba herido. Giró la cabeza y la miró. Ojos ámbar llamearon hacia ella, enfocados e inteligentes.

– ¡Nicolai! -Había alegría en su voz. Saltó del árbol y aterrizó de espaldas en la nieve.

La maciza cabeza bajó, y la bestia se agachó como preparada para correr. Isabella sintió el creciente triunfo en el aire, oscuro y venenoso, satisfecho con su poder. Se respiración se detuvo, y su corazón palpitó. Saboreó el miedo. Los ojos del león nunca la abandonaron, la intensidad de su concentrasión era aterradora.

Isabella se sentó en silencio, esperando la muerte. Miró directamente a los ojos ámbar.

– Sé que esto no es cosa tuya, Nicolai. Sé que solo querías protegerme -dijo suavemente, amorosamente, en serio-. No eres mi enemigo, y nunca lo serás. -Lo que fuera que acechaba en el valle con odio y astucia, no era Nicolai DeMarco. Utilizaba los instintos asesinos de las bestias, cualquier emoción intensa, furia, odio y miedo, humana o cualquier otra. Retorcía tales cosas a su voluntd. isabella se negó a permitirle utilizar sus sentimientos por el don. Miró directamente a esos llameantes ojos ámbos y vio la muerte mientras saltaba hacia ella-. Te quiero -dijo suavemente, diciéndolo de corazón. Después, por primera vez en su vida, se desmayó.


Una voz la llamaba, urgiéndola a abrir los ojos. Isabella yacía tranquilamente en un capullo de calidez. Tenía la extraña sensación de que estaba volando. Si estaba muerta, eso no estaba nada mal. Se acurrucó más profundamente en la calidez.

– Cara, abre los ojos para mí -La voz penetró su consciencia de nuevo. Ruda por la preocupación, ansiosa, sensul. Algo en el tono derritió sus entrañas-. Isabella, mírame.

Con un gran esfuerzo, se las arregló para alzar las pestañas. Nicolai estaba mirando su car, sujetándola entre sus brazos mientras guiaba los caballos. El carruaje se deslizaba sobre la nieve a buen paso, diriéndose hacia el palazzo. Nicolai dejó escapar el aliento en una ráfaga de vapor-. No vuelvas a hacerme esto nunca.

Isabella se encontró sonriendo, alznado un guante peludo para trazarle el ceño.

– Esta fue una muy excitante aventura, Nicolai. Grazie.

– Me dijiste que te desmayaas, pero no te creí. -La acusación estaba en algunparte entre la burla y el alivio-. Dio, Isabella, creí que estabas perdida para mí. Estabas tan fría. Fui egoísta trayéndote aquí con semejantes ropas. Te llevo de vuelta al castello, y estamos empacando tus cosas. Yo personalmente te escoltaré fuera del valle.

Para su sorpresa, ella estalló en carcajadas.

– No lo creo, Signor DeMarco. -Se alzó entre sus brazos y levantó la mirada a sus cara seria-. Me enviaste lejos una vez y prometiste no hacerlo de nuevo. ¿No sabes que ocurrió? ¿No lo entiendes? -Le cogió la cara entre las manos-. juntos podemos derrotarlo. Sé que podemos.

Él utilizó una mano para volver a colocarla bajo las pieles.

– Quédate ahí. Estás tan fría, creí que estabas muerta. -Guió a los caballos a lo largo de una pared pronunciada e hizo señas a un guardia. El carruaje se acercó al palazzo, a lo que parecía ser un muro exterior sin aberturas.

Pero la pared se abrió ante el toque del don. Nicolai la empujó hasta el pasadizo y fuera de la vista y esperó para dar al guardia enérgicas órdenes de ocuparse de los caballos inmediatamente. Después llevó a Isabella a través de un laberinto de corredores, sujetándola cerca, con pieles y todo.

– Los lobos te hirieron -dijo ella-. Los vi. Quiero ayudar. Sino, podemos llmar a Sarina. Quiero que un sanador se ocupe de ti. Tengo algún conocimiento de mezclas de plantas, pero no lo suficiente. Quiero que Sarina o el sanador de tu castello te eche un vistazo.

La habitación en la que entró estaba caliento, casi sofocante. El vapor se elevaba de una charca de agua saltando hacia los azulejos. Isabella dejo de hablar para mirar. Había oído hablar de tales cosas, pero el palazzo de su famiglia no tenía semejantes maravillas.

– Te meterás inmediatamente. Convocaré a Sarina para que te atienda -dijo Nicolai, su voz era áspera con emoción mientras permitía que sus pies tocaran los azulejo.

Isabella le rodeó el cuello con los brzos, inclinando la cabeza hacia atrás para mirarle a los ojos meintras se apoyaba en él.

– Nicolai, no hagas esto. No me alejes de ti. Si yo tengo el valor de quedarme contigo y pasar por esto, tú debes tener el coraje de creer que pueder ser así.

Sus manos le cogieron las muñecas con toda la intención de bajarle los brazos, pero en vez de eso apretó su garra, casi aplastándole los huesos. Su cuerpo temblaba con la oscura intensidad de sus emociones.

– Podría matarte fácilmente, Isabella. ¿Crees que el mio padre no amaba a la mia madre? La amaba más que a nada. Ellos empezaron justo así. Todo empezó con amor y risa, pero al final se retorció hasta algo feo y equivocado. Este valle está maldito y todo dentro de él está maldito. ¿Crees que la gente se queda por lealtad y amor a mí? Se quedan solo porque se se alejan demasiado tiempo del valle, mueren.

Se relajó contra él.

– Tu padre no le contó a tu madre a qué se estaba enfrentando. No le dio elección. Tú me dijiste que ni siquiera lo supo o sospechó hasta bastante después de que tú nacieras. Tú me diste a elegir. Me contaste los riesgos. Yo los he aceptado. No sé nada de mldiciones, pero conozco a la gente. He estdo en muchas fincas, y ninguna de ellas era como esta. Tu gente te ama. Pienses lo que pienses, cree eso. Si es verdad que están bajo una maldición y sea como sea les afecta, entonces les debes el tener el valor de seguir con esto.

Él cogió su bata y la arrastró hasta sus hombros.

– Mira lo que te he hecho, Isabella. Mira la evidencia del amor mal encaminado. Yo te he hech esto.

Ella se cogió a la camisa ensangrentada y alzó su mano empapada.

– Esto es lo que yo veo, Nicolai. Veo la prueba de un hombre que ha arriesgado su vida para salvar la mía.

Se alejó de él, dejándo caer la bata al suelo, y caminó los pocos pasos hasta el agua caliente hasta que esta la cubrió hasta el cuello. El agua escaldaba sobre su piel fría, pero solo le quedaba su bravata, y deseaba mucho el consuelo de Sarina. Un sermón parecía un pequeño precio a soportar a cambio.

Загрузка...