CAPITULO 13

Isabella pasó lo que quedaba de mañana leyendo en la biblioteca. Sabía que debería haber estado aprendiendo la distribución del palazzo, familiarizándose con la finca; pero necesitaba pasar un tiempo a solas, lejos de ojos curiosos.

Betto asomó la cabeza en el interior de la habitación y la saludó.

Don DeMarco dice que debe acudir a él inmediatamente.

Colocó su libro cuidadosamente a un lado y se alzó con gracia para seguir a Betto a través de los largos salones y subiendo las amplias escaleras. Se movía sin prisa, obligándole a esperar por ella varias veces. Fue Betto quien se vio obligado a llamar a la puerta del santuario interno del don, cuando Isabella se negó a hacerlo.

Nicolai la llamó.

Ella se quedó de pie justo dentro del umbral, con la barbilla alzada.

– Creo que me ha convocado. -dijo con su voz más arrogante. Mantuvo los ojos fijos en el halcón erguido en su percha en una de las habitaciones adyacentes. No se atrevía a mirar a Nicolai, no quería sentir esa curiosa sensación en la región del corazón, el roce de alas de mariposa en sus entrañas.

– Siéntate, Isabella. Tenemos mucho que discutir.

Inclinó la barbilla hacia él.

– Preferiría quedarme de pie, Don DeMarco, ya que estoy segura de que tenemos poco que decirnos el uno al otro.

Él suspiró pesadamente, sus ojos ámbar destelleando hacia ella.

– Estás siendo particularmente difícil, cuando todo lo que estoy pidiendo es que te sientes en una silla mientras yo te doy noticias del tuo fratello.

La hizo sentir infantil y tonta y un tanto avergonzada de sí misma. No era culpa de él que ella ardiera cada vez que la miraba. Tras su posesión, su cuerpo ya no parecía suyo, sino de él. El anhelo por él era algo terrible, aunque la mirara con esos extraños ojos suyos y su máscara de indiferencia.

Él deseaba una amante, no una esposa. Su padre le había advertido que nunca se entregara a un hombre sin matrimonio, pero una vez más ella había escogido su propio camino, y había ocurrido el desastre. Isabella agachó la cabeza para evitar qué leyera sus humillantes pensamientos y con gran dignidad se sentó en la silla de respaldo alto más alejada del fuego.

– Scusi, Signor DeMarco. Por favor deme noticias del mio fratello, ya que estoy bastante ansiosa por su llegada.

Isabella sonaba tan sumisa, eso casi rompió el corazón de Nicolai. Parecía sola y vulnerable sentada en su gran silla. Deseó desesperadamente ofrecerle consuelo pero no se atrevía a confiar en sí mismo teniéndola cerca.

– Temo que las noticias no son buenas, cara mia. Lucca está bastante enfermo, y se han visto forzados a detenerse con la esperanza de ayudarle. La escolta del don envió aviso prontamente de que le permitirían descansar antes de continuar el viaje.

Los ojos oscuros de Isabella se abrieron con sorpresa, con temor. La compasión en la voz de Nicolai casi fue su perdición.

– ¿Los hombres del don le escoltan?

– Rivellio insistió. Desea ayudarme en cualquier modo posible. -dijo Nicolai secamente-. Sospecho que en realidad desea echar una mirada a este valle con la esperanza de adquirirlo algún día a través de alguna traición o batalla.

– Probablemente están matando a Lucca. Don Rivellio detesta al mio fratello. No le quiere vivo. Debo ir con él al momento, Signor DeMarco. Por favor haz que preparen mi caballo, y yo empacaré unas pocas cosas.

Nicolai ya estaba sacudiendo la cabeza.

– Sabes que eso no es posible, Isabella. He enviado a varios de mis hombres de más confianza, y ellos verán si Lucca está lo bastante bien para viajar y le escoltarán al castello tan pronto como su salud lo permita. Los hombres de Rivellio no se atreverían a traerme un hombre muerto.

Ella saltó de la silla y paseó inquietamente por el brillante suelo. El halcón agitó las alas como advertencia, pero le lanzó una sola mirada feroz, y el pájaro de presa se aposentó dócilmente.

Nicolai la observó, admirando la pasión en ella… tanta pasión que su cuerpo bien proporcionado a penas podía contanerla. Su propio cuerpo se endureció con el implacable dolor del deseo. Del hambre. Poseerla podría no ser suficiente. Devorarla no sería suficiente. Ella era fuego y coraje, el epítome de las características que deseaba en sí mismo. Era una llama viviente, y hacerle el amor era un viaje interminable al éxtasis erótico. Deseó arrastrarla hacia él, aplastar su boca bajo la de él.

Se detuvo directamente ante él, inclinando la cabeza hacia atrás para poder mirarle. La acción expuso la línea vulnerable de su garganta. Sus grandes ojos resplandecían de genio, y sus dedos se cerraban en puños.

– Quizás me ha malinterpretado, signore. No estaba pidiendo una escolta. Soy consciente de que necesita a su gente aquí. Soy perfectamente capaz de encontrar mi camino hasta el mio fratello. -Estaba haciendo todo lo que podía para hablar cortésmente, pero su respiración se estaba acelerando, e incluso su boca sensual daba prueba de su agitación-. No me arriesgaré con la vida de Lucca. Prefiero asegurarme de que los hombres del don no hacen daño al mio fratello de ningún modo.

Era tan hermosa, Nicolai deseó arrastrarla a él, aplastar su perfecta y temblorosa boca contra la suya. Aplastar su cuerpo bajo el peso del suyo propio y enterrarse profundamente dentro de ella, donde habría un calor blanco y ardiente. Le volvía loco, algo que un DeMarco mal podría permitirse. Podía sentir su primitiva naturaleza alzarse, llamarle, exigir que la abrazara, exigir que tomara lo que era suyo y la retuviera contra todo enemigo. Como precaución, se deslizó más aún entre las sombras. ¿Tan animal era que no podía controlar sus pasiones cuando ella estaba cerca? Su cuerpo sufría una dolorosa dureza, su erección era gruesa y pesada de deseo por ella. Incluso ahora, cuando estaba entregando noticias que la contrariaban, estaba sediendo de los lujuriosos placeres de su cuerpo. Era una idea aterradora el que la bestia estuviera ganando control más rápido de lo que esperaba.

– No te he malinterpretado, Isabella -Su voz fue brusca, suave, un gruñido de advertencia escapó de las profundidades de su garganta-. Tengo muchos enemigos a los que les encantaría poner las manos sobre ti, Rivellio es uno de ellos. Estás protegida en este valle, y no saldrás.

Las cejas de ella se alzaron.

– ¡Eso es ridículo! Ya no soy tu prometida. Solo tienes que anunciarlo al mundo, y la amenaza habrá desaparecido. En cualquier caso, evidentemente estoy más en peligro aquí de lo que estaré en ningún otro sitio… me lo dijiste tú mismo. Nicolai, no estoy huyendo de ti. Volveré inmediatamente. Sabes que debo ir con Lucca.

– Y tú sabes que no puedo permitirlo -Su voz fue tranquila, ronroneando una amenaza.

Para cualquier otro que no fuera Isabella, esa nota peligrosa en su voz habría sido advertencia suficiente. Pero sus ojos mantenían los principios de una turbulenta tormenta.

– ¿No puedes permitirlo, Nicolai, o no lo permitirás?

– Si lo prefieres, enviaré al Capitán Bartolmei junto con los que dan escolta a nuestro sanador. Él personalmente verá que tu hermano esté listo para viajar y le escoltará de vuelta tan rápidamente como sea posible -Se encontró a sí mismo intentando apaciguarla.

– Entonces estaré perfectamente a salvo viajando con el capitán -desafió ella.

Él gruñó. Realmente gruñó. Pero ni siquiera eso fue suficiente para expresar la intensidad de sus emociones. Otro sonido retumbó en las profundidades de su garganta, subiendo de volumen. Un rugido llenó la habitación, una explosión de rabia que sacudió el ala entera del palazzo, haciendo que las alas del halcón se agitaran salvajemente con alarma y los leones de las proximidades respondieran rugido con rugido, como si el don fuera uno de ellos. En las profundidades de las sombras sus ojos ámbar resplandecieron con extrañas llamas. Su pelo estaba despeinado por pasarse constantemente los dedos por él. Caía alrededor de su cara, largo y peludo, bajando por su espalda. Temiendo poder parecer más bestia que nunca, Nicolai se deslizó más profundamente en el interior del hueco.

Su estómago se tensó ante la idea misma de ella viajando durante días y noches en compañía de Rolando Bartolmei. Amigo de la niñez o no, Nicolai no quería a Isabella buscando solaz en los brazos de otro hombre. Ni siquiera inocentemente. Si su hermano no sobrevivía, y ella estaba apesadumbrada, sería perfectamente natural para Bartolmei consolarla.

Isabella se dio la vuelta, toda inquieta energía, sus ojos lanzando tormentosamente llamas hacia él. Le asechó adentrándose en las sombras mientrás el retrocedía aún más.

– A mí no me gruñas, Nicolai DeMarco, y no te atrevas a rugir. Tengo todo el derecho a estar molesta contigo y tu dictadura. No tienes razón para estar enfadado conmigo en absoluto. Tengo intención de ir con el mio fratello y asegurarme de que su salud mejora. Tengo mi propio caballo y no necesito a tu capitán ni tu permiso.

– No me amenaces, Isabella -Su voz fue baja, controlada. Cuidó de dejar sus manos para sí mismo, aunque la fragancia de ella llenaba sus pulmones y hacía cosas malvadas a su cuerpo-. El sanador te traerá vivo a tu hermano y tan rápidamente como sea posible. Deja que eso sea suficiente. -Los celos, una emoción inoportuna y poco atractiva, le estaban carcomiendo. ¿Si Rolando le traía a su amado hermano de vuelta feliz y a salvo, ella estaría agradecida a Bartolmei, mirándole con afecto? Nicolai estaba avergonzado de sus pensamientos, avergonzado de su incapacidad para controlar sus emociones. Siempre había sido tan disciplinado.

El aliento de Isabella quedó atascado en su garganta de puro ultraje. Cerró la distancia entre ellos con tres zancadas furiosas, sin prestar atención a lo imprudente de lo que estaba haciendo. La furia era una energía que crujía en la habitación, feroz y apasionada.

– No puedo creer que me estés ordenando quedarme. -La idea era tan espantosa, que apretó los puños y le golpeó con fuerza directo al estómago. La enfadó incluso más que él ni siquiera fingiera hacer una mueca, mientras sus nudillos escocían. Tiró de su mano hacia atrás, mirándole.

Una pequeña sonrisa suavizó la dura línea de la boca de Nicolai cuando gentilmente le sujetó la cintura y le atrajo la mano palpitante a su corazón. Porque no pudo contenerse a sí mismo, se llevó su mano a la boca, su lengua se arremolinó sobre los nudillos magullados con un calor consolador.

Ella era ciertamente coraje y fuego; cualquier otra mujer se habría desmayado alejándose de los terrores de su posición. No Isabella, con sus ojos tormentosos y apasionada boca.

– ¿No tienes el buen sentido de temerme, verdad? -observó. Él temía suficiente por los dos. Había visto la evidencia de la maldición con sus propios ojos. Había sentido el fluir de la salvaje excitación, conocido el ardiente sabor floreciendo en su boca.

– Tengo miedo, Nicolai -admitió ella-. Solo que no de ti. Por ti. Por mí. No soy una muñeca. Soy consciente de que esto podría terminar muy mal. Pero en realidad ya estamos en ello. Estoy aquí en este valle. Ya te he conocido, el patrón de nuestras vidas ya se está desplegando a nuestro alrededor. ¿Se detendría si escondo la cabeza bajo la cama como haría una niña? ¿En qué ayudaría eso, Nicolai? Quiero vivir mi vida, por poca que pueda tener, no esconderme temblando bajo una colcha.- Su palma le acarició las cicatrices de la cara, su corazón se suavizó, derritiéndose, ante su expresión.

– Isabella -susurró él suavemente, doloridamente, su garganta atascada por tal emoción que no podía respirar apropiadamente.- No hay otra como tú -Sacrificarla por su gente, por su valle, era un horrendo intercambio. Sabía como debía haberse sentido su padre. El vacio. El autodesprecio. La desesperación. Nicolai había rezado, y había encendido muchas velas a la buena Madonna. Aún así, el peligro rodeaba cada movimiento que hacía Isabella.

– Te deseo, Isabella -dijo, su voz dolorida de deseo-. Que Dios me ayude, te deseo una y otra vez, cuando debería estar encerrándote en algún lugar lejos de mí.

Levanto la mirada hacia él, y ese simple acto fue su perdición. El deseo relampagueaba en los ojos de él. Posesividad. Hambre. Amor. Era puro, sin diluir. Ardía brillantemente. Gimiendo, inclinó la cabeza y tomó posesión de su boca. Dominante. Masculino. Exigiendo respuesta. Devorándola. No podía conseguir suficiente de ella, no podía acercarse lo suficiente.

Apesar de todo, ella le estaba besando en respuesta, alimentándose de él. Un fuego rabiaba en ella, ardiendo fuera de control, una tormenta de tal intensidad que se vio barrida por ella, ya no era capaz de pensar, solo sentir. Sus brazos, por propia voluntad, se arrastraron hasta el cuello de él, sus dedos se enredaron en el pelo. Se sentía débil de desearle, anhelando su boca, su cuerpo poseyéndola.

Sus labios abandonaron los de ella para trazar un camino por la barbilla, bajando por la columna de la garganta, dejando llamas donde su lengua se arremolinaba y acariciaba. No había ningún cordel en el cuello del vestido que le diera acceso a su cuerpo. Por pura frustración encontró sus pechos a través de la tela del vestido. Su boca era ardiente y húmeda, empujando con fuerza haciendo que la tela frotara sus pezones, excitándolos hasta duros picos de deseo. El cuerpo de ella se derritió de deseo. La recostó sobre su brazo, dirigiendo los pechos hacia arriba para poder sacar primero uno, después el otro, por el escote del vestido. La tela acunaba los pechos como manos, sujetándolos altos para su inspección.

– Eres tan hermosa -Su aliento era cálido contra la carne dolorida.

El cuerpo de ella se tensó, una charca caliente se aposentó bajo dentro de ella, exigiendo alivio. Sus manos se movieron sobre ella, los pulgares jugueteando y volviéndola loca, su boca era fuerte, caliente y persistente hasta que ella le tiró del pelo, deseando más. Isabella intentó su propia exploración, tirando de su camisa, de sus calzones, pero las piernas amenazaron con fallarle cuando él le levantó el bajo de la falda.

– Tienes demasiada ropa encima -masculló él espesamente.

– También tú -respondió ella sin aliento.

Él estaba abriéndose paso a tirones, desgarrando su ropa interior para exponer la piel desnuda. Después la estaba besando otra vez, eliminando su capacidad de pensar, elevando la tormenta al siguiente nivel, su mano deslizándose bajo la falda hasta el muslo, frotando entre sus piernas para sentir la húmeda invitación.

– Adoro como te siento -Nicolai la bajó al suelo, hacia la gruesa alfombra ante de la chimenea maciza. -Estás lista para mi. Te veo cruzar una habitación y me pregunto si tu cuerpo ya estará listo para mí. Si solo una mirada sería suficiente para hacer esto. -Su dedo penetró profundamente, rozando, danzando y acariciando-. Yo solo tengo que mirarte, pensar en ti, y mi cuerpo se pone así. -Se colocó entre sus muslos, cogiéndole las caderas, y la empujó hacia él haciendo que su gruesa erección estuviera presionada contra la entrada-. Estoy tan duro que es doloroso, cara. Necesito enterrarme en ti.

Jadeó cuando él empujó hacia adelante, atravesándola, estirando su apretada vaina alrededor de él. Él dejó escapar un sonido, en algún lugar entre un gruñido y un gemino de extremo placer. Se detuvo, aprentando los dientes, deseando que el cuerpo de ella se acomodara a su tamaño, permitiéndola acostumbrarse a su invasión para poder enterrar un centímetro más de sí mismo en ella. Estaba tan caliente y apretada que temió no tener el control necesario para satisfacerla también.

– Más, Nicolai -suplicó ella-. Todo. Te quiero todo.

Le cogió las caderas más firmemente y comenzó a moverse, empujando hacia adelante, largas y duras estocadas, rápido y profundo. Quería arrastrarse dentro del refugio que ella ofrecía, el paraíso que nunca había conocido tan completamente. Zambulló su cuerpo en el de ella, observándolos unirse en un ritmo perfecto, deseando quedarse allí para siempre. El suelo no cedía, y fue capaz de llenarla, cada estocada sacudiendo su cuerpo tanto que sus pechos se estremecían apetitosamente y sus ojos se volvían apasionados.

No experimentó pensamientos oscuros, solo el éxtacis del cuerpo de ella, el placer que le proporcionaba. Se deslizó dentro y fuera de ella, empujando profundamente, sintiendo su respuesta cuando los músculos se tensaban a su alrededor, las ondas giraban en espiral hasta que también él se vio catapultado a ellas. Hasta que el cuerpo de ella le aferró y ordeñó su semilla. Se vertió de él, una corriente ardiente de deso, de compromiso, de amor.

Se inclinó hacia adelante y tomó un pecho en la ardiente caverna de su boca. Estremeciéndose de placer, la sostuvo, enterrado profundamente dentro de ella, su boca en el pecho, mientras los estremecimientos la tomaban, gritaba su nombre, y los dedos se cerraban en puños entre su pelo.

Al instante, a través de su palpitante corazón y el fuego que barría su cuerpo, sintió el salvajismo alzándose en él, sintió a la bestia deseando montarla una y otra vez, asegurándose de que ningún otro la tocaba, ni le daba un hijo. Sus pensamientos eran confusos y primarios, una feroz veta posesiva sacudió los cimientos mismo de su alma. Casi saltó lejos de ella de miedo, deseando retirarse a las sombras como el animal que era.

En un momento su cuerpo cubría el de ella en un salvaje y apasionado intercambio, y al siguiente se apartaba como si no pudiera soportar su visión.

Isabella no le miró, no quería ver si el león estaba centelleando en sus ojos. No quería saber si estaba cerca de perder el control. Deseaba más. Mucho, mucho más. Deseaba que la abrazara, la acunara entre sus brazos y susurrara lo mucho que la amaba.

Cerró los ojos contra las estúpidas lágrimas que ardían en ellos. No podía culpar a Nicolai; ella había sido su socia dispuesta en todo. Y lo sería otra vez. Dificilmente podía negarlo cuando su cuerpo todavía latía, se tensaba, y anhelaba el de él. Tiró hacia abajo de su vestido cubriendo los pechos, su cuerpo respondió a la sensación de la tela contra su piel sensible. Muy cuidadosamente se sentó, mirando a la esquina donde podía oir la pesada respiración de él mientras luchaba por recuperar el control.

Al instante sintió un filo de peligro en la habitación. No tenía nada que ver con la extraña entidad y todo con la maldición. El pelo de su piel se erizó, un estremecimiento bajó por su espina dorsal. Él la estaba observando desde las sombras, y no sabía si la estaba observando como un hombre o una bestia, y por primerísima vez temió averiguarlo. Isabella rodó y se puso de rodillas, deseando levantarse.

Al instante sintió movimiento, un susurro, un aliento cálido en su cuello. Nicolai estaba de pie sobre ella; sintió el roce de su pelo largo en el brazo y la espalda.

– No te muevas -advirtió él. Su voz era espesa, extraña.

– Nicolai -Sabía que su miedo estaba entre ellos, que él podía olerlo. Oirlo.

– Shh, no te muevas -Sus manos le dibujaron el trasero desnudo-. No hemos terminado.

Isabella casi saltó fuera de su propia piel. Su corazón saltó de terror, después se aposentó en un fuerte, rápido y palpitante ritmo. Manos, no garras, tocaban su cuerpo. Era completamente Nicolai. Podía estar luchando, pero estaba con ella.

Las manos amasaron la carne firme de sus nalgas, después se deslizaron más abajo para encontrar su pulsante y húmedo núcleo. Empujó dentro de ella con los dedos, llevándola inmediamente de vuelta a un punto febril y haciendo que gimiera y clamara por él.

Dio, cara, esto es peligroso -susurró él- Tan peligroso. -Pero no se detuvo, empujando más profundamente hasta que se movió contra él con un pequeño sollozo.

En seguida la cogió por las caderas y empujó de nuevo dentro de ella, más profundo y más fuerte, llenándola con su grosor, estirando su apretada vaina, la fricción casi más de lo que ninguno podía tolerar. Habiéndose vaciado a sí mismo en ella una vez, tenía más aguante, pero podía sentir el salvajismo alzándose con cada estocada. Su sangre corría como fuego; su estómago ardía con ella. Se extendió en busca de vacío en su mente, puro placer, sin pensamientos, ni miedo, solo placer erotico.

Isabella podía sentirle rodeándola, sus brazos fuertes, cada músculo tenso, su cuerpo empujando dentro y fuera de ella. Estaba profundamente dentro de ella, el placer aumentó y aumentó hasta que la abrumó, hasta que cada célula de su cuerpo se estiró más allá de lo soportable y se estremeció de placer. Hasta que su cuerpo ya no fue suyo sino de él, para enseñar y tocar como un instrumento hasta que se fragmentó, explotó, se disolvió. Hasta que no hubo parte de ella que no estuviera ardiento y girando fuera de control.

Sintió el cuerpo de él hinchándose, endureciéndose incluso más, la fricción tan intensa que era más de lo que podía soportar. Los envió a ambos rodando por un acantilado y cayendo a través del espacio. Estallaron colores en su mente, látigos de relámpago danzaron en su sangre. Esta vez él se colapsó sobre ella, conduciéndola al suelo, donde yacieron en un enmarañado montón, demasiado exhaustos para moverse. Yacieron todavía por algún tiempo, con los corazones palpitantes, el calor tan intenso que se formaron gotas de sudor entre sus cuerpos, pero ninguno podía encontrar la energía para apartarse del fuego.

El pelo salvaje de Nicolai estaba por todas partes, sus ropas estaban desarregaldas, y sus brazos y piernas estaba enredados. Isabella giró la cabeza.

– ¿Qué me has hecho? No puedo moverme.

– Yo tampoco -dijo él, la satisfacción ronroneaba en su voz-. Ni siquiera si la bestia deseara salir, no podría -Se estiró lo suficiente como para presionar un beso contra su nuca.- Supongo que tendrás que pasar tus noches y días haciendo el amor conmigo.

– Moriremos.

– Es la mejor forma de hacerlo -señaló él. Su mano le acarició las nalgas desnudas, enviando un nuevo relámpago chispeando a través de su cuerpo.

La risa en respuesta de Isabella quedó amortiguada contra la alfombra. Cerró los ojos y descansó, escuchando el firme ritmo del corazón de él. No se había sentido tan en paz, tanta sensación de pertenencia, desde que había estado en su propia casa. Era tan correcto con Nicolai.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó él bruscamente.

– En que mi sitio está aquí contigo. Esto es correcto, como tiene que ser. Soy feliz contigo. -Suspiró suavemente- Hecho de menos a Lucca y mi finca, pero quiero estar aquí contigo. Mi casa era un lugar feliz la mayor parte del tiempo… si podía mantenerme fuera del camino del mio padre -dijo desamparadamente-. Yo le quería, pero él era distante y me desaprovaba. Nunca le parecí valiosa.

La tristeza en su voz se retorció en las entrañas de Nicolai como un cuchillo. Rodó, llevándola con él para poder sentarse contra la pared, acunándola en su regazo, sus brazos protectores.

– Yo creo que eres más valiosa de lo que es posible que él supiera jamás. Tuviste el valor de acudir a mí cuando la mayor parte de los hombres rehusan entrar a este valle -Le besó la coronilla-. Salvaste la vida de tu hermano, Isabella.

– Eso espero. Espero que llegue aquí y se recobre completamente -sus ojos ocultaban sombras-. Pero después tendrá que afrontar lo que nosotros no queremos afrontar. Que hay un león que a cada paso busca derrotarnos.

– No un león -protestó él -La maldición. Un león es simplemente una bestia inteligente, no es necesariamente malvado sino que actua institivamente.

Sus palabras le dijeron a Isabella que se veía a sí mismo en parte bestia. La esperanza que estaba floreciendo en ella uorió calladamente. Un estremecimiento la atravesó.

– Como tu instinto te dirá que me mates.

Él la sostuvo entre sus brazos, acunándola protectoramente, apartándole mechones de pelo de la cara.

– Encontraremos un modo, Isabella. No pierdas la esperanza conmigo. Encontraremos un modo. Te lo prometo. La bestia estuvo cerca esta vez, pero no ganará.

Pensó que estaba equivocado, pero no digo nada. La bestia ya había ganado. Nicolai la aceptaba en su vida, como parte de quién y qué era. Siempre había aceptado su legado, siempre había sabido que tomaría una esposa que le proporcionaría un heredero. Que le proporcionaría a otro guardían para los leones y el valle. Y algo dispararía que el león la matara. Él no creía que sus fuerzas combinadas y el amor pudieran superar a la bestia, la maldición.

Cerró los ojos por un momento y se apoyó contra su calidez. Contra su fuerza. Era la primera vez que se sentía tan cerca de la derrota. Era la primera vez que crecía que marido podría realmente asesinarla.

Al momento deseó alejarse de él, del palazzo donde todas las cosas la conducían de vuelta a él. Necesitaba a su hermano. Necesitaba normalidad. No podía permitir que la desesperación la atrapara.

– Tienes obligaciones, Nicolai, y yo necesito aire fresco. No he visto a mi yegua, y creo que la llevaré a dar un paseo corto.

Él se movió, un hombre poderoso con demasiado conocimiento en sus ojos ámbar.

– Móntarla antes de que se acostumbre al olor de los leones sería peligroso, cara, y necesitarás una escolta cuando desees viajar por estas montañas y valles. Sin embargo, estoy seguro de que tu caballo agradecerá una visita en los establos. Están dentro de los muros exteriores del castello, y deberías estar perfectamente a salvo.

Perfectamente a salvo. Nunca volvería a estar a salvo. Pero estaba cansada de discutir, demasiado cansada para hacer nada más que ponerse cansadamente en pie intentando enderezar sus ropas. No pudo mirarle mientras se ponía en de pie junto al fuego reparando el daño ocasionado a su pelo. Le oyó vestirse, peinando su propio pelo a una semblanza de orden. Cuando sintió que podría dejarse ver sin invitar a la especulación o el comentario, se giró para salir.

Nicolai la cogió en la puerta, temiendo por un instante dejarla abandonar su lado, temiendo perderla. Le enmarcó la cara con las manos y la besó ruidosamente, la besó hasta que ella le devolvió el beso y se combó derrotada contra él. Cuando ella se hubo marchado, se apoyó contra la puerta largo tiempo, con el corazón palpitando de miedo y el aliento estrangulado en la garganta.

Isabella se apresuró a su dormitorio para cambiarse de ropa. Su apariencia todavía revelaba demasiado evidencia de la posesión de Nicolai, aunque temía mostrar más en sus ojos que en su ropa. Cuando estuvo satisfecha de que el atuendo escogido no levantaba sospecha… su traje de equitación… se abrió paso hacia el piso bajo para localizar a Betto. Inmediamente él le dio instrucciones sobre como encontrar los establos. Le ofreció una escolta, que ella cortésmente declinó, deseando algo de tiempo para aclararse la cabeza y las ideas. La tristeza de su sentencia estaba empezando a pesar demasiado sobre sus hombros, y necesitaba espacio para respirar.

Isabella inhaló el fresco y límpido aire, agradeciendo estar al aire libre. Los establos estaban dentro de los muros exteriores pero a alguna distancia del palazzo. Se colocó su capa y se adentró en el camino, pisoteado por numerosos sirvientes y soldados, que conducía hacia la ciudad. Siguió el sendero hasta que este viró alejándose de la dirección deseada. La idea de la ciudad tiraba de ella, pero giró hacia los establos. Había pasado mucho tiempo desde que había visto a su yegua. El camino hacia los establos había sido pisado por muchos pies, pero no era tan amplio o bien trazado como el que conducía a la ciudad, y la nieve parecía caer en sus zapatos sin importar lo cuidadosamente que caminara.

Antes de poder entrar en el largo edificio que alojaba a los caballos, captó un viztazo de hombres guiando a sus corceles de acá para allá a través de los campos. Cada uno de los animales tenía una tela atada alrededor de los ojos y pezuñas. Algunos se apartaban nerviosamente, y otros tiraban de sus cabezas de forma díscola. Los hombres los tranquilizaban, hablándoles quedamente, palmeándoles mientras paseaban de acá para allá y rodeando el campo continuamente.

Intrigada, Isabella se acercó, cuidando de mantenerse bien apartada de la acción. Alguien gritó, ondeando una mano, y señaló hacia un caballo joven que estaba relinchando y resoplando, su cuidador claramente estaba teniendo problemas haciendo frente a sus miedos. Ante las instrucciones gritadas, el soldado tomó un agarre más firme de la brida, tranquilizando al animal, hablándole consoladoramente. Isabella reconoció a Sergio Drannacia dirigiendo las actividades.

Esperó al borde del campo hasta que él la advirtió.

Al momento su cara se iluminó. Dijo algo al hombre que estaba a su lado y comenzó a avanzar a zancadas hacia ella.

Mientras se acercaba, ella sonrió y saludó.

– ¡Sergio! ¿Que estáis haciendo con los caballos? ¿Por qué les envolvéis los pies, y por qué les cubrís así los ojos?

Él se apresuró hacia ella. Su hermoso uniforme acentuaba su buena apariencia juvenil.

– Isabella, que maravillosa sorpresa -Sonriendo hacia ella, le tomó la mano y se la llevó galantemente a los labios – ¿Qué haces vagando por aquí afuera?

Ella retiró la mano y le rodeó para observar los caballos que estaba siendo paseados arriba y abajo por el campo.

– Quería visitar a mi yegua en el establo. Betto me aseguró que estaba bien cuidada, pero la echo de menos. El mio fratello, Luca, me la regaló, y ahora mismo ella es todo lo que me queda de la mia famiglia. -Su voz era triste mientras miraba hacia los campos.

– Ven a ver -invitó Sergio, tomándola del codo para escoltarla-. Estamos entrenando a los caballos para la batalla. No podemos tener a una hermosa mujer alicaida en un día como este.

– ¿Los caballos no están ya entrenados? Estaban preparados cuando intentamos salir del valle, ¿verdad?

Él se encogió de hombros.

– Fue una mala experiencia para ellos. Intentamos criarlos con el olor y los sonidos de los leones para darnos más de una ventaja si fueramos atacados. Requiere gran paciencia por nuestra parte y gran valor por parte de los caballos; los leones son sus enemigos naturales, normalmente los ven como una presa. El incidente cerca del paso fue una recaída para los caballos, cuando uno de los leones se rebeló. Por si no lo notaste, nuestras monturas estaban nerviosas mientras montábamos hacia el paso, pero aguantaron firmemente. Los leones estaban paseando a nuestro lado justo fuera de la vista.

– Pero los caballos se asustaron.

– Solo cuando los leones comenzaron a tomar posiciones de ataque. Los caballos tienen la bastante experiencia como para saber que los leones nos estaban advirtiendo que nos alejaramos del paso. Ahora, sin embargo, es imperativo reentrenarlos y acostumbrarlos a viajar con los leones cerca.

– ¿Y las envolturas de los cascos?

– Para el silencio. Encurtimos y estiramos pieles. Los tiempos son inciertos, y nuestro valles es rico en comida y tesoros. Aunque los acantilados y el estrecho paso nos protegen, demasiados miran nuestro valle con envidia. Así que entrenamos duro y con frecuencia. Hemos luchado con éxito contra cada enemigo, pero continuarán intentando tomar nuestras tierras.

– ¿Estáis preocupados por algo en particular? -Sintió una súbita tensión en el pecho, un súbito conocimiento. Veía demasiados caballos para que esto fuera un simple ejercicio de entrenamiento-. ¿Esto es porque Don Rivellio ha enviado a sus hombres junto con el mio fratello a el valle? ¿La finca está en peligro a causa de nosotros?

Él le sonrió gentilmente, una sonrisa masculina de superioridad para tranquilizarla.

– Ningún enemigo conseguirá atravesar el paso hasta el valle y vivirá para contarlo. Serán enterrados aquí, y nadie volverá y contará la historia. Así nos sumamos a la legenda del valle.

Isabella podía ver la sabudiría de sus palabras. Ella había crecido escuchando las misteriosas historias del valle DeMarco. Nadie sabía si creer los cuentos, pero el poder del desconocimiendo daba al don y sus soldados una tremenda ventaja. La mayor parte de los ejércitos ya temían intentar tomar la finca.

– ¿Retarda a los caballos el cubrirles los cascos?

Él sacudió la cabeza.

– Cuidamos de entrenarlos utilizando las envolturas, y se acostumbran a ellas.- Le dio la vuelta, conduciéndola hacia el extremo más alejado del campo.- Estos son los caballos más jóvenes e inexpertos. Puedes ver que estaban pasando un mal rato. Alguno tropieza. Las vendas impiden que vean a los leones.

– Yo no veo ningún león -dijo ella, mirando alrededor. Su corazón latió más rápido antes sus palabras. No creía que se acostumbrara nunca a ver a las bestias de cerca.

– Están lo bastante cerca como para que los caballos capten su olor, pero no los acercaremos hasta que el caballo más joven se tranquilice un poco -explicó él.

– ¿Cómo controláis a los leones? ¿Cómo evitáis que ataquen a hombres y caballos? Seguramente tienen la inclinación de comerse a tus entrenadores. -se estremeció, frotandose las manos arriba y abajo por los brazos, recordando el extremo terror de ver una de tales bestias de cerca, con los ojos fijos en ella.

Don DeMarco controla a los leones. Su comportamiento es responsabilidad de él.

Qué tremenda carga llevaba Nicolai. Y qué terrible vivir con un solo fallo. Una paso en falso y un amigo podía morir de una muerte de puro horror.

Un grito salvaje distrajo sus pensamientos.

– ¡Capitán Drannacia! -Alberita saludaba salvajemente para conseguir su atención. Se alzó la falda y corrió hacia ellos, un relámpago de color, con el pelo flotando salvajemente.

Isabella ojó el suspiro involuntario de exasperación de Sergio Drannacia, y una expresión sufrida de impaciencia cruzó su cara velozmente. Cuando la joven criada se acercó, sin embargo, sonrió, sus dientes blancos brillaron, su mirada corrió rápidamente sobre las curvas de Alberita cuando ella hizo un alto, con los pechos enhalando bajo la fina blusa.

– ¿Qué pasa, joven Alberita? -preguntó bondadosamene.

Aparentemente el simple hecho de que él recordara su nombre y la mirara con reconocimiento y aprovación la dejaba sin aliento y mirándole con absoluta devoción.

De nuevo Isabella vio claramente que estaba en la naturaleza de Sergio responder galantemente a las mujeres sin importar su posición o su propio interés. Lanzaba exactamente la misma sonrisa a cada mujer, aunque su mirada no las seguía como lo hacía con su esposa.

– Betto dijo que le diera esta misiva de Don DeMarco -Alberita hizo una reverencia hacia Isabella y cuadró los hombros, haciéndose la importante-. Lo lamento, signorina, pero es secreto, solo para el capitán -Sacó un pequeño trozo de pergamino de los pliegues de su falda, empezó a ofrecérselo al capitán, lo retiró como si no pudiera dejarlo marchar, y después casi se lo tiró. Abandonó sus dedos antes de que él pudiera cogerlo, y una racha de viento lo hizo subir vertiginosamente lejos de ellos.

Alberita chilló con horror, un sonido agudo que hirió los oidos de Isabella, y corrió, tropezando con Sergio mientras él se giraba en un intento de atrapar la voluntariosa misiva. Cogió los brazos de Alberita para estabilizarla mientras Isabella saltaba sobre el ondeante pergamino cuando este aterrizó en un arbusto cercano.

– ¡Signorina! -Alberita se estrujó las manos, claramente perturbada-. ¡Es secreto! Lleva el sello DeMarco.

– Lo tengo a la espalda, así que no me es posible mirar -la tranquilizó Isabella-. Capitán -continuó sobriamente, sus ojos encontraron los de Sergio con risa compartida-. tendrá que rodearme para recuperar su caprichoso mensaje, ya que puede ser de gran importantcia. Grazie, Alberita. Hablaré a Don DeMarco de tu lealtad hacia él y el servicio que has realizado. Debes ir a Betto al instante y contarle que está hecho. La misiva está a salvo en las manos del Capitán Drannacia, y todo está bien en la finca.

Sergio, atacado por un repentino acceso de tos, les dio cortesmente la espalda, con los hombros temblando. Alberita se inclinó e hizo una reverencia, retrocediendo hasta que tropezó inesperadamente en el terreno accidentado. Después se recogió las faldas y corrió hacia el enorme palazzo.

Isabella esperó hasta que la joven doncella estuvo a una distancia segura, después palmeó a Sergio en la espalda, riendo suavemente.

– Está a salvo, Capitán. Se ha ido y no puede derribarle ni remojarle con agua bendita ni sacudirle con una escoba.

Sergio la cogió por los hombros, riendo tan ruidosamente que ella temió que Alberita pudiera oirlo todo el camino hasta el castello.

– ¿Agua bendita? ¿Una escoba? No sé de qué estás hablando, pero estoy seguro de que esa chica tan aterradora tiene algo que ver con ello.

– Nunca va andando a ninguna parte… siempre está corriendo. Pero es muy entusiasta en su trabajo -se sintió obligada a señalar Isabella. Miró hacia las almenas y captó un vistazo de Nicolai mirando a los campos hacia ellos.- Don DeMarco debe estar complacido con el entrenamiento de hoy. ¿Siempre tiene que estar presente, estén los leones cerca o no? -Saludó hacia Nicolai, pero él o no lo notó o no la reconoció.

El Capitán Drannacia dejó caer las manos de sus hombros en el momento en que ella llamó su atención hacia su don. Se tensó, casi poniéndose firme.

– No está observando el entrenamiento, Isabella. -dijo pensativamente, moviéndose para poner espacio entre ellos. Abrió el pergamino sellado y estudió el contenido, su mandíbula se endureció. Se alejó aún más de Isabella.

– Esa misiva no tiene nada que ver con secretos de estado, ¿verdad, Capitán Drannacia? -preguntó Isabella tranquilamente.

– No, signorina -respondió él.

Levantó la vista de nuevo hacia las almenas. Nicolai parecía una figura solitaria, su largo pelo flotando al viento, un alto y poderoso don separado de su gente.

– ¿Le ve usted como el hombre que es, Capitán Drannacia? -preguntó.

– Le veo como un poderoso depredador en este momento -replicó él gentilmente-. En realidad, signorina, cada vez con más frecuencia últimamente veo al hombre, no a la bestia. Creo que él quiere que le vea como la bestia esta vez. Como una advertencia, quizás.

La boca de ella se tensó.

– Me estoy cansando de la forma de pensar de los hombres. De sus desafortunados e inoportuos celos -Miró hacia las almenas ferozmente, mientras que antes su corazón había lamentado la soledad de Nicolai.

– ¿También se está cansando de los inoportunos celos de las mujeres?

Una cierta nota en su voz la advirtió, e Isabella se giró para ver a Violante en la distancia. Estaba de pie observándolos, con un ligero ceño en la cara, y sospecha en sus ojos. En el momento en que los vio girarse hacia ella, comenzó a aproximarse. Isabella sintió pena por ella. Había una falta de confianza en sus pasos mientras se acercaba a su marido, con una cesta en la mano.

Isabella ondeó un saludo.

– ¡Me alegra tanto tu llegada! He estaba deseando verte de nuevo.

– Violante -Sergio pronunció el nombre de su esposa tiernamente, y sus ojos oscuros se iluminaron a su aproximación-. ¿Qué me has hecho ahora? -Extendió la mano en busca de la cesta y envolvió con su otro brazo su cintura, acercándola a él- Está lejos para que vengas caminando sin escolta- dijo, como si hubieran discutido el tema muchas veces.

– Debes tener tu cena, Sergio -dijo ella inseguramente-. Isabella, no pensé encontrarte aquí.

Isabella se encogió de hombros.

– En realidad, necesitaba aire fresco. Quería pasear hasta la ciudad, pero Nicolai insistió en que esperara por una escolta.

– Me complacerá ir contigo mañana si es conveniente -ofreció Violante.

– Eso me encantaría -Isabella pudo ver, por muy corteses que hubieran sido, que querían que se fuera para estar solos- Me marcharé y esperaré con ilusión tu visita en la mañana -Levantó la mirada hacia Nicolai una vez más antes de caminar hacia los establos.

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