CAPITULO 12

La habitación situada profundamente bajo el palazzo estaba llena de vapor. Isabella agradecía la humedad y el vapor que se alzaba de la superficie del baño caliente. En el último momento, justo antes de entrar en su dormitorio, había bajado la mirada a sus manos y había quedado consternada ante el hollín y la mugre. Pequeños temblores casi la habían puesto de rodillas. Lo más importante del mundo en ese momento era eliminar toda huella del incidente. Sarina no había discutido cuando había suplicado ser conducida al baño hermosamente alicatado.

Isabella dejó su vestido arruinado en un montón sobre el mármol pulido y lentamente bajó los escalones, permitiendo que el agua lamiera su cuerpo. La piel le picaba en ciertos lugares, pero el agua era deliciosamente consoladora. Cediendo al terrible temblor, Isabella se hundió en el baño. Al momento Sarina comenzó a soltar las intrincadas trenzas de su pelo.

La puerta se abrió de repente, y Don DeMarco entró. Parecía poderoso, enfadado, lleno de turbulentas emociones. No dijo nada al principio. En vez de eso, paseó arriba y abajo por la habitación, sus largas zancadas traicionaban su agitación, un bajo y amenazador gruñido emergía de su garganta.

Intimidada por el genio apenas contenido del don, Isabella miró a Sarina en busca de coraje, pero el ama de llaves parecía más asustada que ella. Isabella podía decir por los ojos esquivos de Sarina que era incapaz de ver a Nicolai en su verdadera forma.

Nicolai dejó de pasearse y posó toda la fuerza de sus ojos ámbar sobre Isabella.

– Déjanos, Sarina -Era una orden, y su tono no admitía discusión.

El ama de llaves apretó el hombro de Isabella en silenciosa camaradería y permitió que el pelo de la joven a su cargo cayera suelto, esperando, sin duda, que las largas trenzas actuaran como alguna suerte de cubierta. Se retiró sin una palabra. Nicolai la siguió, cerrando con llave la pesada puerta, sellando a Isabella en la habitación a solas con él.

Isabella contó los latidos de su propio corazón, después, incapaz de soportar el suspense, se deslizó bajo la superficie para limpiar la mugre de su cara y enjuagar el olor a humo de su pelo. Quería escapar, simplemente desaparecer. Cuando subió en busca de aire, Nicolai estaba de pie en lo alto de los escalones, con aspecto salvaje, indómito, y muy poderoso. Le quitaba el aliento.

Se paseó por los azulejos, su cara ensombrecida, oscurecida por sus peligrosos pensamiento y confusión interna. Fue tan silencioso como cualquier león cuando se acercó al borde del agua, hacia su vestido arruinado. La miró una vez, después se agachó junto al vestido y lo levantó con dos dedos, clavando los ojos en las manchas negras y los grandes agujeros. Nicolai se enderezó, un rápido y fluido movimiento, naturalmente grácil. Animal. Tragando visiblemente, dejó caer el vestido ennegrecido sobre los azulejos y posó su brillante mirada ámbar en la cara de ella.

– Ven aquí conmigo.

Ella parpadeó. Esa era la última cosa que esperaba que él dijera. Un estremecimiento bajó por su espina dorsal a pesar del calor del agua. Su corazón se aceleró, y a pesar de todo lo que había ocurrido desde se llegada al palazzo, saboreó el deseo en su boca. Floreció bajo y se acumuló, un dolor caldeado tan intenso que tembló. Isabella envolvió los brazos alrededor de sus pechos y levantó la mirada hacia él.

– No llevo ropa encima, Nicolai -Tenía intención de sonar desafiante. O apacible. O cualquier cosa menos lo que pareció, cansada, con una ronquera que convertía a su voz en suave y seductora tentación.

Un músculo saltó en la mandíbula de él. Sus ojos se hicieron más ardientes, más vivos.

– No fue una petición, Isabella. Quiero ver cada centímetro de ti. Necesito ver cada centímetro de ti. Ven aquí ahora.

Estudió su cara. Estaba infinitamente cansada de tener miedo. De lidiar con situaciones poco familiares.

– ¿Y si no obedezco? -preguntó suavemente, sin preocuparse de lo que él pudiera pensar, sin preocuparse de que fuera uno de los don más poderosos del país, sin preocuparle que pronto fuera a ser su marido- Márchese, Don DeMarco. No puedo con esto ahora mismo. -Sus ojos estaban ardiendo, y no podía, no podía, llorar de nuevo.

– Isabella -él respiró su nombre. Eso fue todo. Solo su nombre. Salió como una dolencia. Terrible. Hambrienta. Afilada de deseo, con miedo por ella.

Su corazón se contrajo, y su cuerpo se tensó. Todo lo femenino en ella se extendió en busca de él.

– No me hagas esto, Nicolai -susurró, una súplica de cordura, de piedad.- Solo quiero irme a casa -No tenía casa. No tenía tierras. Su vida como la había conocido había desaparecido. No tenía nada excepto un amor que todo lo consumía y que tarde o temprano la destruiría.

Su mirada quemó sobre ella. Ardiente. Posesiva. Los ojos despiadados de un depredador. La línea dura de su boca se suavizó, y su expresión cambió a una de preocupación, de consuelo.

Estás en casa, bellezza.

El roce de su mirada fue casi tan potente como el toque de los dedos de ella. Si era posible, su cuerpo se endureció aún más.

– ¿Tienes miedo de venir conmigo? -preguntó suavemente, gentilmente, con un dejo de vulnerabilidad en su tono. ¿Qué importaba la decencia cuando había semejante pena profunda en los ojos de ella? ¿Cuando ella se encorvaba de cansancio? Cuando parecía tan sexy que su cuerpo estaba ardiendo en llamas.

Fue esa ligera interrupción, ese simple indicio de una nota indefensa en su voz, eso lo cambió todo para Isabella. Él parecía alto y enormemente fuerte,con poderes casi ilimitados, pero temía que ella pudiera no desearle con su terrible legado. ¿Que mujer cuerda lo haría? La estaba seduciendo con su voz. Con sus ardientes ojos. Con la oscura intensidad de sus emociones, con su soledad y su increíble valor al encarar sus pesadas responsabilidades. ¿Quién le amaría sino ella? ¿Quién aliviaría el dolor en las profundidades de sus ojos si no ella? La mirada de Isabella vagó deliberadamente sobre su cuerpo, posándose por un momento en la gruesa evidencia de su excitación bajo los calzones. ¿Quién aliviaría el sufrimiento de su cuerpo cuando ninguna otra mujer podría encontrar el valor de mirarle y ver más allá de los estragos de una antigua maldición?

Isabella alzó la barbilla, con los ojos fijos en los de él. Podía pasar toda una vida mirándole a los ojos. Se permitió a sí misma ser hipnotizada, cautivada.

– En absoluto, signore. ¿Por qué tendría miedo de usted? Una Vernaducci es más fuerte que cualquier maldición.

Se enderezó, después inclinó la cabeza a un lado para capturar su largo pelo entre las manos. Le llevó unos momentos escurrir la humedad de la gruesa masa. Mantuvo la mirada fija en él, necesitando su fuerza, necesitando su reacción. Isabella avanzó lentamente hacia los escalones, el agua la acarició a cada centímetro del camino. Se deslizaba sobre su piel, sedosa y húmeda, tocando sus pechos y su estómago hasta que le dolió de deseo. Deliberadamente, provocativamente, arrastró los pies y emergió lentamente, avanzando hacia él a través del vapor y los remolinos de agua.

Nicolai supo que había cometido un terrible error en el momento en que ella dio el primer paso hacia él. Su visión hizo que se le debilitara las rodillas y el corazón le martilleara. Su erección era gruesa, pulsante de dolor. Se sentía pesado por el deseo, pero no importaba. Nada importaría hasta que examinara cada centímetro de su piel para asegurarse de que ningún daño le había sobrevenido.

Su corazón se había detenido cuando le informaron del accidente. Su garganta se había cerrado, y por un terrible momento no pudo respirar. No pudo pensar. La bestia se había alzado inesperadamente haciendo que deseara matar. Mutilar, desgarrar y destruirlo todo. A todo el mundo. La pura intensidad de sus emociones le había aterrorizado.

La empujó hacia él, aplastándola contra su cuerpo, enterrando la cara en la húmeda masa de su pelo. Ella le empapó la ropas, pero no le importó. La sostuvo firmemente, intentando calmar su salvaje corazón, intentando volver a respirar. Cuando el temblor cesó y se sintió más firme, Nicolai la mantuvo a una distancia prudencial y comenzó una lenta inspección de su cuerpo. Muy gentilmente le dio la vuelta y empujó la larga cuerda de su pelo sobre su hombro para exponer su espalda. Las marcas de garras estaban empezando a sanar. Sus manos se movieron sobre ella reverentemente, necesitando sentir su suave piel. La sostuvo por los hombros mientras se inclinaba para saborearla. Su lengua encontró las furiosas y crudas marcas de valor y lamieron las gotas de agua.

Isabella se mordió el labio inferior y cerró los ojos contra las sensaciones que su boca estaba creando mientras perezosamente él seguía el contorno de su espalda hacia sus nalgas. Unas manos le acunaron el trasero, amasaron su carne, después se curvaron sobre sus caderas para deslizarse hacia arriba por su estrecho torso. Empujó su espalda contra él. Ella podía sentir su dura erección presionaron con fuerza contra su piel desnuda, solo sus calzones los separaban.

– Isabella -respiro su nombre suavemente en el hueco de su hombro. Sus dientes le mordisquearon el cuello gentilmente mientras con las manos tomaba el peso de sus pechos, y los pulgares le acariciaban los pezones-. Voy a hacerte mía. No puedo detenerme esta vez-. Le besó el arañazo de la sien. Su lengua se arremolinó sobre las heridas punzantes de los hombros, dejando atrás un dulce dolor-. Tengo que tenerte.

– Ya soy tuya -susurró ella, sabiendo que era cierto. Su lugar estaba con Nicolai DeMarco.

Volvió la cara hacia él, deseando ver su expresión. Las manos masculinas le enmarcaron la cara, e inclinó la cabeza hacia ella. Su boca quedó suave y flexible, abriéndose a él para que pudiera acaricia su lengua, ardiente y rápida, y Nicolai se encontró devastando su boca cuando lo que quería era ir despacio. Se obligó a sí mismo a domar su beso, a evitar devorarla. Cuando alzó la cabeza, ella le contemplaba, aturdida, tan confiada que sintió cayó de rodillas ante un gemidos, sus brazos le envolvieron la cintura, descansando su cara marcada contra el estómago. Allí donde su hijo crecería. La idea le trajo otra oleada de amor, abrumadoramente intensa. Su mente estaba rugiendo de deseo por ella, por la necesidad de enterrar su cuerpo profundamente en el de ella y emerger juntos. La deseaba tanto que temblaba de deseo. Sus manos se deslizaron hacia arriba por la curva de las pantorrillas, las rodillas, encontrando sus muslos.

Se le escapó un sonido. Estaba temblando.

– No creo que pueda hacer esto.

– Tengo que tener más -le susurró él, y deslizó una mano entre los muslos, acariciando y rozando. Su suave gemido le tensó todo el cuerpo. Empujó su palma firmemente contra el ardiente núcleo de ella, sintiéndolo humedecido, y sonrió, complacido con la evidencia de su excitación. Se inclinó hacia ella y la saboreó, su lengua acarició allí donde sus manos habían estado, decidido a que le deseara, le aceptaría, no sentiría nada más que placer.

– ¿Qué estás haciendo? -jadeó, sus manos le amasarone el pelo. Tenía miedo de que las piernas le fallaran, pero no quería que parara. Nunca.

La lengua acarició de nuevo

– Sabes a miel caliente -murmuró él mientras se permitía ser indulgente, sujetándola mientras se alimentaba, adorando la forma en que se aferraba a él y su cuerpo se tensaba y temblaba-. Podría pasarme la vida saboreándote -susurró, frotando su boca sobre el estómago antes de subir-. Te llevará a mis habitaciones.- La cogió en brazos haciendo que sus pechos se rozaron contra su pecho. Isabella le envolvió los brazos alrededor del cuello.

– Mi habitación, por favor, Nicolai. Estaremos a salvo allí. No tendré miedo. -A penas podía respirar de deseo, y cuando él inclinó la cabeza para lamerle el pezón con la lengua, sintió otra ola de calor húmedo rezumando en invitación entre sus piernas.

No estaba seguro de poder aguantar, pero no iba a tomar la inocencia de Isabella sobre los azulejos como un joven caliente y egoísta. Mientras se abría paso a través del pasadizo oculto, dejó de besarla varias veces. Una vez, justo fuera del dormitorio, permitió que sus pies tocaran el suelo mientras la presionaba contra una pared y tomaba su boca, sus manos vagando sobre el cuerpo de ella.

Isabella encontró su boca un maravilloso misterio, un lugar de erótica belleza. Esta la lanzó a otro tiempo y lugar, donde su cuerpo ardía deliciosamente y le anhelaba, anhelaba la sensación y sabor de él. Nunca tendría suficiente de sus besos, nunca conseguiría suficiente de su cuerpo. Atrevidamente deslizó las manos bajo su túnica para encontrar los músculos del pecho. Su piel estaba caliente. No pudo resistirse a frotar la mano sobre el gran bulto de sus calzones.

Nicolai casi explotó. Volvió en si con la boca en sus pechos y sus dedos profundamente dentro del cuerpo de ella. Estaba intentando arrancarse los calzones, y la frustración le trajo de vuelva a la realidad. Tomó aliento, la respiró, y una vez más la acunó. Le estaba ofreciendo a sí misma sin reservas, un regalo que estaba decidido a atesorar.

Nicolai la llevó en brazos al interior de la cámara y la tendió en la cama. Incapaz de apartar los ojos de ella, se sacó la túnica de un tiró y la dejó caer en el suelo. Era hermosa, yaciendo allí completamente desnuda, siguiendo con la mirada cada uno de sus movimientos. Se sentó en el borde de la cama para sacarse las botas y no pudo resistir la tentación de un pecho cerca de él. Se inclinó para succionar, su lengua mordisqueó el pezón, sus dientes rasparon gentilmente hasta que ella se estremeció de placer y sus piernas se movieron inquietamente.

El estómago era suave pero firme, y se sacudió cuando la mano de él se deslizó más abajo.

– Confía en mí, Isabella -suplicó- Solo déjame ocuparme de ti.

– Desvístete entonces -dijo ella, intentando contener la respiración- Quiero verle como tú me ves a mí -Estaban a plena luz del día, y debería haberse sentido avergonzada, pero él llenaba cada uno de sus sentidos hasta que solo existió Nicolai. Todo lo que hacía, en cualquier lugar que tocaba o saboreaba, le provocaba placer y deseo. Su cuerpo ya no se sentía como propio sino pesado, dolorido y desesperado de alivio. Estaba caliente, febril incluso, y necesitaba algo. Necesitaba su cuerpo.

Él tiró las botas despreocupadamente a un lado y se puso de pie para librarse de los calzones. Ella se encontró mirando con aprensión la gruesa y dura erección brincando entre las piernas. Nicolai sonrió cuando ella frunció el ceño.

– Creo que puedes ser demasiado grande para mí -dijo suavemente.

– Eso no es posible. Estás hecha para mí -No podía permitirla temer el hacer el amor con él. Había muchas razones legítimas para que le temiera, pero su tamaño no era una de ellas-. Me aseguraré de que tu cuerpo está listo para el mío. Confía en mí, Isabella.

Ella extendió el brazo para cerrar los dedos alrededor de su grosor. Cuando lo sintió estremecer de placer, deslizó la yema del pulgar sobre la suave punta para observar su reacción. Se estómago se tensó ardientemente en las profundidades de su cuerpo, cada músculo se contrajo de anticipación.

– Después, cara. Lo juro, te mostraré muchas formas de complacernos el uno al otro, pero ahora mismo, te deseo mucho. Necesito asegurarme de que estás preparada para mí.

– Me siento lista para ti -dijo ella mientras él se arrodillaba entre sus piernas, abriéndole más los músculos. Se sentía a punto de explotar.

– Ambos creímos que estabas lista para mí antes, cara mía, pero te apresuré-. Empujó su dedo lentamente en la apretada vaina. Isabella jadeó y casi se cayó de la cama- Así es como es, cara, una vez más, ¿recuerdas? No hay nada que temer. -Se inclinó para besarle el estómago mientras retiraba el dedo-. Ahora voy a estirarte un poco, pero eso debería provocarte placer, no dolor -Empujó dos dedos muy lentamente, observando su cara en busca de signos de incomodidad.

Sus músculos se apretaron y tensaron alrededor del dedo, y él empezó a empujar más profundamente, una estocada más larga que la hizo chillar. Cuando retiró la mano, Isabella protestó-. Nicolai -Una suave reprimenda que le hizo sonreir y sacudir la cabeza.

– Aun no, cara. Una vez más. Quiero asegurarme de que no sientes nada más que placer conmigo esta vez -Deliberadamente insertó tres dedos, más lentamente, más cuidadosamente. De nuevo profundizó la estocada y quedó complacido cuando ella alzó las caderas para encontrar su mano-. Ah, eso es, eso es lo que quiero-. Se inclinó para besarla mientras se colocaba entre sus muslos-. Cuando empiece a moverme dentro de ti, así es como tienes que moverte para profundizar el placer.

Isabella le sintió presionar hacia su entrada y esperó sin aliento mientras empezaba a empujar dentro de ella. Fue lentamente, su mirada ámbar sostuvo la de ella. Nicolai le tomó las manos, estirándoselas sobre la cabeza, y se inclinó para succionarle el pezón. Le besó la garganta.

– Ti amo, Isabella -susurró-. Te amo – Y empujó hacia adelante.

Ella se sobresaltó, y sus dedos se apretaron alrededor de él. Se miraron el uno al otro un largo tiempo, y después ambos sonrieron.

– Está hecho, bellezza -La besó de nuevo-. Tómame todo. Cada pedazo de mí -Empujó más profundamente dentro de ella-. Eso es, toma más -Nicolai empujó aún más profundamente, otro centímetro, e Isabella gritó, el sonido quedó amortiguado contra su cuello. Tenía la impresión de estar gritando. Ella era una vaina feroz que aferraba, jugueteaba y le volvía loco-. Estamos casi allí, solo un poco más, todo yo, donde pertenezco-. persuadió con ruegos. Le soltó las manos y atrapó sus caderas.

Isabella se estremecía de placer mientras el se retiraba y empujaba hacia adelante, deslizándose dentro de ella, fuera de ella, lentamente al principio, después rápido, más rápido aún, profundas y duras estocada que la dejaban sin aliento y dejaban a sus nervios pidiendo a gritos más, siempre más. Ahora podía sentir el ritmo de él y empezó a encontrar su cuerpo con el propio haciendo que él apretara los dientes contra la creciente presión.

Nicolai deseó que durara para siempre, un éxtasis para ambos. Crecía en él, salvaje y primitivo. Su mujer. Su pareja. El rugido de su cabeza se incrementó. La aferró de las caderas más duramente, empujándola hacia él mientras él empujaba hacia adelante con largas y duras estocadas, tan profundamente que deseó encontrar su alma. Ningún otro la conocería, ningún otro la tendría, ningún otro le daría un hijo. Desgarró a través de él, una tormente ardiendo más caliente que nada que hubiera conocido nunca. Su cuerpo se estremeció, tensó, endureción con un solo propósito.

Isabella estaba estudiándole atentamente cuando su cuerpo empezó a golpear el de ella en una especie de frenesí. Al momento las ondas comenzaron, extendiéndose, abarcándola, tomándola y haciendo que gritara de placer. No paraba. El seguía, tomádola una y otra vez haciendo que su alivio pareciera interminable. No había sabido qué esperar, y solo pudo aferrarse a los brazos de él en busca de cordura mientras su cuerpo cobraba vida propia. Él echó la cabeza hacia atrás, la salvaje melena de pelo era un halo alrededor de su cabeza. Cuando su semilla se vertió en ella, caliente y rápida, sus caderas bombearon para enviarla profundamente, el rugido se hizo más hondo en su cabeza y salió desgarrado de su garganta.

Isabella le miró directamente a los ojos. El ámbar era un feroz rojo-anaranjado, como si su cuerpo realmente hubiera empezado a quemar y las llamas estuvieran ardiendo brillantemente en su mirada. Sus manos se apretaron alrededor de las caderas de ella, sus dedos se hundieron en ella.

– Isabella -Fue un suave y ronco gemido de derrota, de miedo-. Corre. Sal de aquí mientras puedas-. Había desesperación en su voz, pero no la dejaba marchar, su cuerpo atrapaba el de ella debajo. Sus caderas estaba todavía empujando hacia adelante mientras los músculos de ella se tensaban y apretaban a su alrededor. Isabella sintió una punzada de dolor en la cadera, una aguja perforante.

Le miró directamente a los ojos, sujetándole.

– Nicolai -dijo suavemente-. Te amo. Por ti mismo. No como el don. No como el poderoso ser que salvó al mio fratello. Te amo por ti. Bésame. Necesito que me beses-. No se atrevía a apartar la mirada de sus ojos, no se atrevía a arriesgarse a que la ilusión tomara el control, ahora no. No mientras hacían el amor.

Se hizo un silencio mientras él la miraba. Isabella permaneció en calma, esperando. Observando. Sus manos le frotaron arriba y abajo los brazos. Podía sentir sus músculos fuertes y duros bajo la piel. Piel, no pelaje. Las llamas se retiraron, y la aguja lentamente se retrajó de su cadera. Su cuerpo todavía aferraba el de él, sus músculos apretaban y soltaban mientras los pequeños temblores la mecían.

Él inclinó la cabeza y encontró su boca, un beso tierno.

– ¿Te hice daño? -Tenía miedo de mirarla, miedo de que ella viera las lágrimas brillando en sus ojos. ¿Cómo podía confiar siquiera en sí mismo con ella de nuevo? Sabía que la desearía una y otra vez, y cada vez que la tomara daría la bienvenida a una dolorosa experiencia de autocontrol. Antes o después perdería la batalla, y sería Isabella quien pagaría el precio.

– Sabes que no. -Frotó con la nariz un camino hacia arriba por su barbilla hacia la cominura de su boca-. ¿Siempre es así? -El pelo de él le rozaba la piel sensible, y profundamente en su interior, sus músculos reaccionaron contrayéndose de nuevo, enviando otra explosión de placer a recorrerla. El alivio la barrio. Estaba segura de poder encontrar una forma de ser más fuertes que la maldición. Por supuesto, era innato en Nicolai creer en la maldición, creer que un día mataría a la mujer que amaba, y ella temía que él fuera derrotado antes de que lo intentaran incluso.

– Lo viste, ¿verdad? -Su mano se movió sobre la cadera de ella y volvió con una pequeña mancha de sangre-. Me viste como el león.

– No, Nicolai, no lo vi. Te vi a ti, solo a ti – Le mantuvo cerca, sus pechos latiendo frenéticamente juntos. Necesitando consuelo, él tendió la cabeza sobre sus pechos mientras los dedos de ella le retorcían el pelo.

– Pero sentiste al león, Isabella -dijo tristemente-. Sé que lo hiciste. Se que lo oiste. -Su pezón era demasiada tentación, y lo tomó en su boca, su lengua jugueteó y acarició. De nuevo se vio recompensado cuando el cuerpo de ella se estremeció de placer, apretando y tensando a su alrededor. La besó en el pecho y se tendió tranquilamente, permitiendo que la paz, la tranquilidad de ella, se vertiera en su mente para poder pensar con claridad.

– Nada de eso importa, solo que estamos juntos -respondió ella suavemente.

Nicolai alzó la cabeza y la miró fijamente a la cara.

– No voy a casarme contigo -sus ojos brillaban hacia ella, y su pelo caía sobre los pechos sensibilizados, jugueteando con sus pezones hasta convertirlos en duros picos.

Se estremeció bajo él. Él yacía sobre su cuerpo desnudo, su cuerpo desnudo cubría el de ella, entrelazado con el de ella, sus brazos la sujetaban. Yacían juntos como marido y mujer, pero él elegía ese momento para anunciar que una vez más había cambiado de opinión. Isabella intentó no pensar que era culpa de su inexperiencia, del hecho de haber entregado su inocencia sin matrimonio.

– Por favor sal de mí -dijo cortésmente cuando lo que quería era abofetear su hermosa cara. Que todavía pudiera encontrarle guapo inflamó su genio aún más.

– Lo siento. ¿Soy demasiado pesado? -Cambió su peso inmediatamente, con un brazo todavía rodeándole la cintura y una pierna cruzada casualmente sobre sus muslos. El aliento de él era cálido contra su pecho-. No sé por qué no pensé en ello antes.

– Pensaste en ello antes -señaló Isabella secamente, y le empujó-. Debo levantarme. Sarina se preguntará donde estoy. Confio en que la inspección de mi cuerpo cuente con tu aprobación.

– Isabella -se sentó-. ¿Qué pasa? -Se frotó el puente de la nariz, confundido por su reacción-. Serás mi amante -la tranquilizó-. Nunca te dejaré. Enviaré a por otra novia si debo, pero tú te quedarás aquí y vivirás conmigo.

Su barbilla se alzó una fracción. Rodó lejos de él, se sentó al otro lado de la cama, e inspeccionó las sábanas manchadas, evidencia de su inocencia perdida, su temperamento se alzó haciendo que tuviera que luchar por controlarse.

– Supongo que me lo merezco, Signor DeMarco, y, por supuesto, sus deseos son órdenes para mí. ¿Tendría la decencia de salir de mí ahora por favor? – Enviará a por otra novia. Se atrevía a decirle eso mientras su cuerpo estaba todavía latiendo a causa de su invasión.

– Isabella, es el único modo de sortear la maldición. ¿No lo ves? -Extendió el brazo hacia ella, pero ella salió de la cama y avanzó lentamente hacia su bata, con sus oscuros ojos tormentosos.

Don DeMarco, le pido que salga de mi habitación. He acordado servirle en cualquier cosa que me requiera a cambio de la vida de Lucca. Si desea que sea su amante, así será. Pero le pido que salga de mi habitación antes de olvidarme de mí misma y tirarle algo bastante grande a la cabeza. -Se sentía orgullosa de haberselas arreglado para mantener la voz tranquila.

– Estás enfadada conmigo.

– ¡Que listo por tu parte suponerlo. ¡Sal! -Pronunció las palabras cuidadosamente por si él fuera minusválido de algún modo. Quizás era eso lo que le ocurría los hombres después de yacer con una mujer. Quizás perdían el sentido y se convertían en perfectos imbéciles.

– Te estoy protegiendo, Isabella. -señaló razonablemente mientras tiraba de sus ropas-. Debes verlo. No tenemos otra elección.

– Le he pedido amablemente que salga de mi dormitorio -Isabella asumió su tono más orgulloso-. A menos que no tenga derechos en nuestra siempre cambiante relación, creo que la privacidad es poca cosa que pedir.

– Tienes que ver que tengo razón en esto -dijo Nicolai, exasperado con ella-. Dio, Isabella, podría haberte matado. Y si te conviertes en mi esposa, un día lo haré.

– Ah, si, de nuevo esa excusa. Un simple pinchazo se parece mucho a la puñalada de una daga. Creo que lo que me han apuñalado es el corazón.

Él tomó un profundo aliento y sacudió la cabeza.

– Tuvimos suerte esta vez. Lo sentí tomarme. Casi no pude controlar a la bestia, con mis emociones tan intensas, no me arriesgaré a casarme contigo y dejar que la bestia te tome, ni siquiera para apaciguar tus sentimientos heridos. La decencia no significa nada frente a la posibilidad de perderte.

– La decencia significa mucho para el mio fratello, signore, y para mi buen nombre. Soy una Vernaducci, y nosotros, al menos, no nos retractamos de nuestra palabra. -Le miró por encima de la nariz, en cada gramo la hija de su padre. Caminó hasta la puerta y la abrió de un tirón, ignorando el hecho de que estaba desnuda.- Salga de mi habitación de inmediato.

– ¡Isabella! -Horrorizado, él cogió su ropa con una mano, sus botas con la otra y se apresuró a la entrada del pasadizo secreto.

Ignorándole, Isabella tiró tranquilamente de la campanilla para convocar a un sirviente. Tercamente se negó a volver la mirada hacia Nicolai mientras él escapaba al interior del pasadizo. Miró resueltamente fuera de la puerta de su dormitorio, esperando a que su llamada fuera respondida.

Alberita llegó, sin aliento. Hizo una reverencia tres veces.

– ¿Signorina?

– Por favor dile a Sarina que la necesito inmediatamente. Y, Alberita, no hay necesidad de más reverencias.

– Si, signorina -dijo la doncella, haciendo repetidas reverencias. Se dio la vuelta y corrió vestíbulo abajo a una velocidad vertiginosa.

Isabella no se movió, de pie junto a la puerta esperando, su pie desnudo golpeaba el suelo a un ritmo impaciente, de genio, de mortificación. Sarina se apresuró hacia ella, e Isabella la cogió de la mano y la arrastró a su dormitorio. Cerró la puerta firmemente y se apoyó contra ella. Los tremblores estaban empezando profundamente en su interior, extendiéndose a través de su cuerpo.

Sarina miró de su cara pálida a la cama desarreglada, las sábanas manchadas. Volvió a mirar a Isabella.

– Debo librarme de la evidencia inmediatamente.

– No hay necesidad -Isabella ondeó una mano y trabajó por mantener su voz incluso, pero esta se tambaleaba alarmantemente-. Ya no soy su prometida. Me ha informado de que soy su amante, y enviará a buscar otra novia -Para su horror, su voz se rompió completamente, y se le escapó un sollozo.

Sarina estaba atónita.

– Eso no puede ser. Tú eres la elegida. Los leones saben. Ellos siempre saben. Isabella… -empezó, su mirada se desvió de vuelta a las sábanas manchadas.

Isabella se cubrió la cara, avergonzada de llorar en presencia de un sirviente, pero nada detendría el flujo de lágrimas. Se consoló con el conocimiento de que la finca DeMarco era difirente, los sirvientes mayores eran tratados como familia.

Sarina fue hacia ella inmediatamente, tragándose cualquier sermón y rodeando a la joven con los brazos, con expresión compasiva. Isabella posó la cabeza en el hombro de Sarina, aferrándose a ella.

Sarina cloqueó, palmeando la espalda de Isabella en un intento de calmar la tormenta de lágrimas.

– Él no puede haberlo dicho en serio. No esta pensando con propiedad.

– Debería haberte escuchado.

– Si Nicolai cree estar protegiéndote, eso no supone ninguna diferencia. ¿No le habrías dicho que no si te hubiera querido como amante antes de ofrecerte matrimonio?

Isabella sacudió la cabeza.

– No -tenía que ser honesta consigo misma y con Sarina. Se habría convertido en su amante si esos hubieran sido los términos de su acuerdo, pero nunca se habría permitido a sí misma sentirse tan atraída por él. Al menos eso esperaba. Una esposa podría tarde o temprano encontrar una forma de disponer de una amante-. Habría hecho cualquier cosa que él me hubiera pedido por salvar a Lucca. Todavía lo haré, pero ahora es diferente, Sarina -sacudió la cabeza de nuevo y abandonó el consuelo de los brazos del ama de llaves para sentarse en el borde de la cama y examinar el recordatorio de su pecado-. Todo ha cambiado.

– Porque le amas -declaró Sarina.

Isabella asintió tristemente.

– Y él rebajará lo que tenemos juntos. No tengo más elección que aceptar lo que decreta, pero me llevará algún tiempo empezar a perdonarle. Y no sé que haré cuando envíe a buscar una esposa.

Su frotó ausentemente las sienes latentes.-¿Por qué no escoge simplemente a alguien de este valle?

– Ningún DeMarco elige esposa de dentro del valle -Sarina sonaba ligeramente sorprendida-. Eso no se hace. ¿Y qué famiglia se arriesgaría a semejante cosa?

– Por supuesto que no, no cuando creen que el novio podría comerse a la novia -era un pequeño intento de humor, pero salió amargo- Mejor traer a una chica de unas tierras donde no conozcan semejante historia, que no pueda escapar y sea vendida por su famiglia por beneficio -cuadró los hombros-. Al menos yo escogí mi propio destino, Sarina. Vine aquí voluntariamente, y él me dijo qué esperar.

Miró tristemente alrededor de la habitación con su plétora de guardianes alados y cruces.

– Se suponía que estaría a salvo aquí. Creí que de algún modo ella me protegería si estaba en esta habitación.

– Estoy segura de que la Madonna está observándote, Isabella -la tranquilizó Sarina.

– Debe ser -estuvo de acuerdo Isabella-. ya que todavía estoy viva a pesar de la maldición. Pero estaba pensando en Sophia. Esta era su habitación. Siento su presencia a veces. Debe ser terrible para ella ver lo que sus palabras han operado. Desearía poder ayudarla de algún modo. Creo que debe haber sufrido enormemente.

– Eres una mujer inusual -dijo Sarina sinceramente- Si Don DeMarco es tan tonto como para permitir que te le escapes entre los dedos, es que no te merece.

Una pequeña sonrisa sin humor tocó la boca de Isabella.

– No creo que tenga en mente dejarme ir a ninguna parte, simplemente no casarse conmigo. Viviré como su amante mientras él escoge otra esposa.

– La maldición está sobre Nicolai como herededo DeMarco, no sobre su esposa. Tú eres la que los leones han aceptado. No importa cuantas esposas escoja, ni con cuanta frecuencia declare no amarte, no puede engañar al destino -dijo Sarina sabiamente.

De repente Isabella se inclinó y rodeó el cuello de Sarina con los brazos, enterrando la cara en el hombro del ama de llaves. Sarina no pudo resistir la súplica silenciosa y la abrazó firmemente.

– Creo que tienes razón -dijo Isabella-. Siento que tienes razón. Nicolai no puede engañar a la maldición con trucos. -suspiró suavemente- Pero aquí no hablamos de él. Él cree protegerme. En realidad, me lo pondrá más difícil. -Isabella se permitió a sí misma unos minutos de consuelo antes de erguirse decididamente-. Apreciaría tu ayuda, Sarina. Mi pelo está hecho un lio. ¿Te importaría ayudarme de nuevo?

Sarina estuvo muy ocupada, eligiendo otro vestido para Isabella, cepillándole cuidadosamente el pelo ante el fuego para secarlo antes de vestirla una vez más. Isabella alzó la barbilla y se dio la vuelta para dejar que Sarina la viera.

– ¿Qué te parece?

– Creo que lo conseguirás -dijo Sarina suavemente.

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