Isabella yacía bajo la colcha, agradeciendo la calidez del fuego. Eso prestaba a la habitación una sensación de seguridad. Observó a Nicolai encender el candelabro sobre el mantel; observó la forma en que sus músculos se movían y flexionaban bajo la camisa. No había comprendido lo fría que estaba hasta que se vistió para dormir. Demasiado consciente de la intención de Nicolai de compartir su dormitorio, había vestido ropa íntima fina y la encontraba menos que satisfactoria para mantenerla caliente. El encaje abrazaba sus pechos y reptaba sobre su cintura y caderas, aferrándose pecaminosamente a cada curva. Estremeciéndose, casi lo cambió por un vestido más cálido, pero era sensualmente demasiado hermoso como para resistirse.
Por primera vez estaba confusa, incluso avergonzada, por su caprichoso comportamiento con Nicolai. Había estado tan asustada, sabiendo que estaba siendo acechada por un león. Después se había sentido tan aliviada de verle, de saber que él no era el depredador. Después… se mordió el labio inferior y giró la cara en la almohada de plumas. Había estado fuera de control, deseándole con cada fibra de su ser, deseando su posesión para alejar todo pensamiento, dejando solo sensaciones. Las cosas que habían hecho juntos… Se preguntaba si eso significaba que era malvada más allá de toda redención. Deseó que su madre estuviera viva para aconsejarla. No tenía a nadie a quién recurrir. Nadie aparte de Nicolai.
Nicolai había encendido el fuego él mismo, arreglando que llevaran té caliente y galletas, y había llamado a sus sirvientes de mayor confianza, Betto y Sarina, instruyéndoles de que alguien tenía que estar vigilando a Isabella todo el tiempo cuando se moviera por el palazzo. Eso debería haberla molestado, pero la hacía sentir apreciada. Él había ido, por supuesto, a sus propias habitaciones, pero había utilizado el pasadizo oculto para volver a su dormitorio en el momento en que el castello se aposentó para la noche.
Nicolai bajó la mirada a la pálida cara de ella, a las sombras que su valle, su gente, incluso él, habían puesto en las profundidades de sus ojos. Incapaz de evitar tocarla, alisó hacia atrás su pelo con dedos gentiles.
– Sé que este ha sido un día difícil para ti. Solo quiero abrazarte, piccola, abrazarte cerca de mí y consolarte.
Ella se giró para yacer sobre la espalda y levantar la mirada a su amada cara, bebiendo cada detalle, cada línea. Adoraba mirarle. Su pelo salvaje y sus inusuales ojos. Sus amplios hombros y largo y musculoso cuerpo. Incluso las cicatrices de su cara parecían encajar, dándole una aura misteriosa y peligrosa.
Era enormemente fuerte, aunque su tacto sobre la piel podía ser increíblemente gentil. Sus ojos podían brillar con feroz posesividad, arder de deseo, o ser tan fríos como el hielo, pero una pura necesidad podía de repente arrastrarse hasta su mirada. Exudaba confianza, un hombre nacido para el poder, pero a veces la vulnerabilidad se tallaba en cada línea de su cara. Podía dejarla débil de deseo con una sola mirada; otra mirada podría dejarla luchando por controlar su genio. Nicolai DeMarco era un hombre que necesitaba una mujer que le amara. Y que Dios la ayudara, esa era ella.
No podía resistirse a él. No podía resistir su necesidad de ella, su hambre elemental de ella. Una parte de ella quería esconderse, huir lejos de todo lo que había ocurrido entre ellos. Otra parte deseaba consuelo, deseaba ser sostenida entre sus brazos, cerca de su cuerpo. No dijo nada en absoluto, solo observó como él se desvestía resueltamente, completamente a gusto con su desnudez. La decencia dictaba que ella apartara la mirada, que no le mirara fijamente con tanta hambre, pero era imposible, y profundamente en su interior revolotearon mariposas y se extendió una calidez.
Nicolai alzó la colcha y se deslizó junto a ella.
– Sé que estás cansada, cara mia. Lo veo en tus ojos, y quiero que duermas. Solo quiero mantenerte cerca. Eres tan suave y cálida, y te siento tan bien entre mis brazos. – Su voz era el susurro de un hechicero en el oído. Su aliento era una cálida invitación. La empujó más cerca y la encajó firmemente en la curva de su cuerpo. Todo se sentía demasiado íntimo allí a la luz de la oscilante vela con el recuerdo de su reciente y caprichosa pasión todavía ardiendo en su mente.
Isabella cerró los ojos para bloquear la visión de él, pero era imposible bloquear la fragancia masculina, la sensación de los duros músculos impresos sobre su cuerpo. Los brazos de él se arrastraron alrededor de su cintura, las manos se cerraron bajo sus pechos. Fue agudamente consciente de la forma en que los dedos de él se movían, buscando su piel bajo el encaje del camisón. Sentía ardiente la piel y sus pechos estaba llenos y doloridos por su tacto.
Yacieron algún tiempo en silencio, con solo el fuego crepitando y saltando y las llamas vacilantes de las velas lanzando figuras danzantes sobre la pared. Sintiéndose protegida y apreciada, Isabella se acurrucó más contra su sólida forma.
Nicolai presionó la boca contra la nuca de ella, después sintió su erección hincharse y endurecerse contra su cuerpo. Él dejó que ocurriera, savoreando su necesidad de ella, decidido a dejarla descansar. Podía tenerla una y otra vez. Compartir su cama. Su cuerpo. Sus pensamientos. Su corazón y alma. Tocarla sería suficiente por ahora. Savorearla. Saber que estaba en la cama junto a él, que el cuerpo de ella anhelaba suyo con la misma hambre que él sentía. Movió una mano hacia arriba hacia el pecho para acunar la calidez. Carne suave llenó su palma. Su pulgar acarició perezosamente el pezón a través del delicado encaje.
Isabella se movió inquietamente.
– ¿Cómo se supone que voy a dormir'? -Su voz sostenía una nota suave y sensual, un dejo de risa, y ninguna reprimenda.
Él alzó la cabeza para frotar la nariz en el valle entre sus pechos, su lengua se deslizó sobre la piel, sus manos empujaron cuidadosamente a un lado el encaje.
– Tú duerme y sueña conmigo. Llévame contigo a donde quiera que vayas, belleza. Lleva contigo la sensación de mis manos y mi boca para que nadie se atreva a entrar a escondidas y perturbar tus sueños-. Su lengua dio un golpecito en un pezón, una vez, dos, su mano amasó con exquisita gentileza. Bajó la cabeza y la introdujo en su ardiente boca.
Una ráfaga de calor la consumió, y sus piernas se movieron inquietamente. Sus brazos le rodearon la cabeza para atraerle hacia ella. Nicolai succionó allí, una mano deslizándose hacia abajo por la espalda para presionarla contra la dolorosa erección, manteniéndola allí. Despues, mientras tiraba con fuerza del pecho, su mano se deslizó más abajo, tirando poco a poco del ruedo del vestido hacia arriba sobre el triángulo de apretados rizos.
El cuerpo de Isabella se tensó firmemente, el dulce dolor se convirtió en urgente y exigente. Movió las caderas, pero la mano de él presionaba contra su húmedo montículo y la mantenía inmóvil.
– Solo deja que ocurra lentamente, piccola. No hay necesidad de apresurarse. Deja que ocurra-. Le rodeó el pezón con la lengua, y volvió a succionar.
Isabella era agudamente consciente de la mano en movimiento, deslizándose sobre ella, en ella, cogiendo el ritmo de su boca. Sus dedos eran hábiles, acariciándola, desapareciendo profundamente en su interior, estirándola, explorando, encontrando de nuevo sus muslos. De repente su cuerpo se estremeció de placer. Fue casi más de lo que podía soportar.
Nicolai levantó bruscamente la cabeza de la tentación de sus pechos. Isabella oyó el gruñido ronco de un león cerca. Le observó girar la cabeza en una dirección, después en otra, como si escuchara. La sedosa caída del largo cabello le rozó la piel, enviando llamas que lamieron a lo largo de sus terminaciones nerviosas. Se estremeció bajo la acometida. Los dedos de él estaban profundamente en su interior, dejando pequeñas caricias haciendo que oleadas de fuego parecieran ondear sobre ella, a través de ella.
Nicolai presionó su frente contra la de ella.
– Lo siento. En serio solo pretendía abrazarte, no hacer que te doliera. Te lo juro, volveré.- A regañadientes retiró sus dedos de ella-. Se aproximan intrusos al paso. Debo ir.
Su cuerpo suplicaba alivio, pero asintió hacia él, consciente de la angustia de sus ojos, consciente de que él quería abrazarla y consolarla, consciente de que había pretendido amarla lenta y concienzudamente. Abrazó el conocimiento y asintió de nuevo.
– Ve a donde necesites ir, Nicolai. -Le necesitaba. Isabella apretó los puños a los costados y mantuvo su expresión cuidadosamente en blanco.
Nicolai la besó de nuevo, después reluctantemente se puso su ropa con facilidad veloz y fluída.
– Volveré, Isabella -Dudó un momento, buscando algo que decir que aliviara el dejarla, pero no le vino nada a la mente. Agradeció a la buena Madonna que ella no llorara o implorara, habría odiado eso. Aunque parecía tan sola y vulnerable, eso le carcomía las entrañas. – Ti amo -Las palabras se escaparon antes de poder detenerlas, directamente de su alma. Se giró y salió de la habitación por medio del pasadizo oculto, cuidando de la reputación de ella incluso con los leones convocándole.
Con un gemido, Isabella enterró la cara en la almohada y solo respiró. Su cuerpo estaba ardiendo, su corazón se sentía magullado, y la confusión reinaba en su mente. Pero él había dicho que la amaba. Se abrigó en esas palabras, en el sonido de su voz, armadura que la escudaba de sus propios miedos.
Un pequeño sonido la alertó, y miró hacia el pasadizo, frunciendo el ceño, ciertamente él no podía haber vuelto tan rápidamente.
Francesca asomó por el umbral del pasadizo, con una ceja alzada, su traviesa sonrisa apostando.
– Creí que nunca se marcharía. He estaba temblando en el pasadizo. Está muy frío ahí dentro. Tuve que ocultarme a la vuelta de una esquina cuando él salió. Estaba esperando para hablar contigo -En el ondeo de la chimenea, parecía una niña joven y fantasiosa. Se puso de puntillas en el centro de la habitación. ¿Así que, adónde fue?
– Creo que oyó algo rondando cerca y fue a inspeccionar. -Improvisó Isabella, segura de que Nicolai no querría que repitiera la verdad. Se sentó, arrastrando la colcha hacia arriba, con una sonrisa en la cara-. Desapareces tan rápido, Francesca, nunca te puedo encontrar.
– Tenías compañía -señaló Francesca-. Y yo tendré que escuchar cuidadosamente de ahora en adelante, o él me atrapará aquí.
– Te he echado de menos. Salí hoy y tuve mi primera pelea de nieve. En la ciudad. Y ayer vi a los caballos siendo entrenados -Tiró de las colchas por un momento-. Y un león me persiguió.
Francesca se dio media vuelta, sus ojos oscuros chispeaban con inesperada furia. Isabella no había visto nunca ni siquiera un destello de temperamente en la joven.
– Eso es imposible. Todos los leones saben que tú eres la elegida.
– Al menos uno de los leones no quiere que sea la elegida -dijo Isabella secamente.
Una expresión de furia cruzó la cara de Francesca, pero después desapareció, la furia se derritió como si hubiera sido una simple ilusión. Francesca sonrió hacia ella.
– Estabas yaciendo con Nicolai, ¿verdad? ¿Cómo es? Yo he pensado en seducir a unos de los visitantes… uno joven y guapo que no se lo contaría a nadie y se marcharía rápidamente… solo para ver como es, pero la idea de que alguien me toque tan íntimamente siempre ha sido demasiado desconcertante. ¿Duele? ¿Te gusta tenerle tocándote? ¿Vale la pena tener un dictador que asuma el control de tu vida entera?
Isabella suposo que debería haberse escandalizado. Francesca hacía preguntas de lo más impropias.
– Nicolai no es un dictador, Francesca. Qué cosas dices.
– Lo será. Todos los maridos mandan a sus esposas. Y una vez sus esposas yacen con ellos, la mujer se vuelve tonta y celosa y sonríe tontamente alrededor de su marido para mantener a todas las otras mujeres lejos. Su marido puede yacer con muchas mujeres, pero si ella hace semejante cosa, él la golpeará o le cortará la cabeza. Así que la mujer se convierte en una tonta. ¿Yacer con un hombre vale semejante destino?
– Tienes una terrible visión del matrimonio, y dudo que la mayoría de las mujeres sean así de celosas.
Francesca se encogió de hombros y sonrió.
– Violante cela de cualquier mujer que mire a Sergio, pero en realidad, ella no es la única. Yo observo a la gente, Isabella. Tú eliges ver lo bueno de la gente, e ignoras lo malo. A la mayoría de las mujeres no les gusta que otras miren a sus hombres. Rolando nunca mira a otra mujer, pero Theresa es muy celosa. Está segura de que él ha encontrado a otra mujer.
Isabella levantó la mirada.
– ¿Cómo sabes eso?
– Sus hermanos estaban hablando de ello. No me vieron. Se detuvieron en las cascadas para comer, y yo permanecí escondida de ellos. Supongo que la encontraron llorando hace unos días, y ella lo admitió ante ellos. Le dijeron que eso no podía ser… están con frecuencia con él… pero ella parecía segura. -Francesca sacudió la cabeza, enviando a volar su largo pelo-. Si yo tuviera un hombre, nunca me preocuparía por semejante tontería. Si desea a otra mujer, entonces puede irse con ella, pero yo nunca volvería a tomarle en mi cama -Estudió sus uñas-. ¿De qué sirve estar con un hombre y nunca disfrutarlo porque estás enfadada o herida todo el tiempo? Creo que es estúpido. Theresa Bartolmei es perfectamente estúpida.
– Tú no crees que Rolando tenga otra mujer.
La expresión de Francesca fue ligeramente arrogante, aristocrática, superior. Isabella se encontró sonriendo, reconociendo los rasgos DeMarco. ¿Era una de las primas de Nicolai, como Theresa? Era tan fantasiosa e imaginativa. Había algo mágico en ella. Isabella se sentía cálida en su presencia.
– Yo veo y oigo toda clase de cosas. Lo sabría. Se preocupa por nada.
– ¿Sergio? -preguntó Isabella, curiosa, sabiendo que no debería persistir en chismorear.
Francesca sacudió la cabeza.
– Lo parece, pero eso es todo. Creo que mataría por Violante. Solo que ella es demasiado tonta para verlo. Te lo digo, las mujeres pienden la cabeza una vez se casan. Yo nunca querría cambiar lo que soy por un hombre.
– No todo el mundo tiene tu confianza -señaló Isabella-. Eres aterradora algunas veces con tu confianza. ¿Por qué nunca te veo durante el día?
Francesca rió alegremente.
– No quiero que me den tareas o vestir apropiadamente. Prefiero ir donde quiera. La gente creo que estoy "tocada", ya sabes -Sus ojos oscuros danzaron-. Semejante reputación me permite libertad.
– ¿Por qué te consideran tocada? -preguntó Isabella.
La risa murió en la cara de Francesca, y saltó sobre sus pies para pasear inquietamente por el suelo.
– Somos amigas, ¿verdad?
– Me gusta pensar que somos muy buenas amigas -estuvo de acuerdo Isabella.
Francesca se detuvo a corta distancia de ella, observándola atentamente.
– Puedo hablar con los otros. Lo hago todo el tiempo.
Isabella podía ver lo nerviosa que estaba Francesca, así que se tomó su tiempo, eligiendo sus palabras cuidadosamente.
– ¿Los "otros"? No estoy segura de entender.
– Ya sabes -Se retorció los dedos-. Los que hacen ruido de noche. Están todos atrapados aquí en el valle y no pueden salir hasta que tú les permitas marchar.
Isabella parpadeó.
– ¿Yo? Ven aquí, piccola. Ven a sentarte conmigo y explícame. -Palmeó la cama-. No quiero que desaparezcas. Lo haces tan rápidamente, y no voy a intentar perseguirte a través del pasadizo secreto.
Francesca rio.
– Nunca me atraparías.
– Lo sé, y he tenido suficientes contratiempos para toda una vida, así que por favor quédate y habla conmigo. ¿Quienes son los otros?
– Espíritus. Están atrapados aquí hasta que tú los liberes. Los que nacen aquí en el valle no puede marchar demasiado tiempo sin marchitarse. Incluso entonces sus espíritus vuelven al valle y deben permanecer hasta que la amada de un DeMarco nos libere a todos de la maldición.
Isabella podía ver que Francesca creía lo que estaba diciendo.
– ¿Tú crees la historia que Sarina me contó, la historia de Sophia y la maldición que lanzó sobre la famiglia DeMarco, sobre el valle?
Francesca la miró firmemente.
– ¿Tú no, Isabella? Tú ves a Nicolai como un hombre, pero sabes que la mayor parte de la gente en este valle le ve como una bestia. ¿Y por qué es capaz de comunicarse con los leones si la legenda no es cierta? Sabes que lo es. Y sabes que tú debes ser la novia DeMarco. Cada hombre, mujer y niño en este valle sabe de la maldición y sabe que tú eres nuestra única salvación. Si tú fallas… -Francesca se estremeció.
Isabella se pasó las manos por el pelo y se frotó las sienes con agitación.
– Me dices que puedes hablar con los "otros". ¿Les "ves" también, Francesca?
– No de la forma en que te veo a ti. Principalmente, hablo con ellos -Francesca sonaba ligeramente desafiante, como si esperara que Isabella tratara de disuadirla de sus caprichosas nociones.
– ¿Alguna vez has hablado con Sophia?
Francesca pareció sobresaltada.
– No puedes estar pensando en conseguir que ella hable contigo, ¿verdad? Nadie se ha atrevido nunca. Ella sabe cosas que los otros no. Isabella, es una mujer poderosa.
– Espíritu, Francesca -señaló Isabella-. Ella ya no pertenece aquí, y debe querer descansar. ¿Nunca has pensado en lo terrible que debe ser para ella observar la historia repetirse a sí misma una y otra vez y saber que eres incapaz de detenerla? Por lo que Sarina me contó, Sophia era una buena mujer que amaba a su marido y su gente. Esto no puede ser fácil para ella.
Francesca retrocedió alejándose de la cama, sacudiendo la cabeza y retorciéndose las manos.
– No puedes estar pensando en hablar con ella. Yo nunca lo he intentado siquiera.
– ¿Ella te asusta de algún modo? -preguntó Isabella amablemente.
Francesca bajó la voz a un susurro.
– Los otros tienen miedo de ella. No se acercan a ella, y no hablan de ella. La odian por lo que hizo.
– Bueno, yo creo que no hace ningún daño preguntar. ¿Lo intentarás? ¿Al menos le pedirás que hable conmigo a través de ti? -Isabella apartó la colcha de un tirón y rápidamente se extendió hacia su bata para cubrir su escandaloso atuendo-. Por mí, Francesca. Podría ser lo único que salve mi vida.
Francesca dudó un largo y tenso momento, después asintió.
– Lo intentaré, Isabella, por ti. Pero podría no responder. Ellos no son como nosotros, y el tiempo parece diferente para ellos. Pero lo intentaré esta noche.
– Ya que estoy pidiendo favores, necesito uno más. El mio fratello lo significa todo para mi, sé que tú sabes cosas que los demás no, cosas que quizás ni siquiera la sanadora sepa. Lucca llegará pronto, y necesitaré alguien que me ayude a cuidar de él. Yo no podré estar con él todo el tiempo, y Sarina tiene demasiadas responsabilidades. En realidad no conozco a muchos más. Por favor di que lo harás. Y si algo me ocurriera, prométeme que te ocuparás de él por mí.
Francesca se mordisqueó pensativamente el labio inferior, haciendo que Isabella se replanteara su opinión de que era salvajemente impetuosa. Francesca no daba su palabra a la ligera.
– Supongo que estar a cargo de un hombre podría ser divertido. Sé hacer unas pocas cosas que le ayudarían… si él me gusta.
Isabella dirigió su mirada fija a la otra chica. Francesca puso los ojos en blanco y se encogió de hombros.
– De acuerdo, te ayudaré a cuidar de él, Isabella. Pero espero que comprendas que Sarina y Nicolai no estarán de acuerdo con tu decisión.
– Es mi decisión, no la de ellos -Isabella alzó la barbilla con un claro aire arrogante.
Francesca rio en voz alta.
– Ellos creen que he sido tocada por la locura, y aún así tú estás dispuesta a poner la vida del tuo fratello en mis manos. Que perfectamente extraordinario.
Isabella extendió las manos hacia el fuego moribundo para detener el súbito escalofrío que se arrastró hacia abajo por su espalda.
– ¿Por qué creen que estás loca? Tú y yo no podemos ser las únicas que oyen los gemidos de noche.
– Todo el mundo los oye gemir. Los "otros" quieren que ellos oigan. Era una broma al principio, algo que hacer cuando estaban aburridos, pero yo creo que quieren que todo el mundo recuerde que todavía están aquí en el valle, atrapados en esto como el resto de nosotros.
Algo indefinido en la cara de Francesca, en sus ojos demasiado inteligentes, algo en su boca y barbilla, fascinó a Isabella. En la creciente oscuridad intentó asir lo que la eludía.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -La demanda fue ruda, acusadora, la voz ronroneaba con amenaza.
Ambas mujeres se dieron la vuelta para enfrentar a Nicolai mientras este emergía a su usual modo silencioso del pasadizo oculto. Recorrió a zancadas la habitación, insertándose protectoramente entre Francesca e Isabella. Había algo aterrador en su postura, en la línea de su boca.
Francesca retrocedió lejos de él, claramente apaciguadora.
– Solo estabamos hablando, Nicolai, eso es todo.
Isabella empezó a rodear a Nicolai, con un deseo repentino de consolar a Francesca fluyendo de ella, pero los largos dedos de Nicolai se envolvieron alrededor de su muñeca, atrapándola junto a él.
– Hablando de tiranos y dictadores, te señalo a mi hermano y así pruebo mi punto de vista.
– No te he despedido, Francesca -Mordió Nicolai entre los dientes apretados-. Vuelve aquí inmediatamente.
Isabella miró de una cara a la otra, sorprendida por, aun habiendo advertido un parecido, no haber supuesto la relación inmediatamente.
Francesca volvió lentamente, con cara malhumorada.
– No estoy para interrogatorios, Nicolai.
– Francesca -dijo Isabella suavemente, con dolor en los ojos- ¿por qué no me dijiste que eras la hermana de Nicolai?
Nicolai tiró de Isabella al abrigo de su amplio hombro, su mano encontrando la de ella.
– ¿A qué juego estás jugando, Francesca? ¿Por qué seguiste a Isabella y la asustaste esta tarde en la ciudad?
Isabella jadeó y habría protestado, pero los dedos de él se apretaron como advertencia alrededor de los de ella.
Francesca pareció aburrida, golpeando el suelo con el pie y dando un exagerado suspiro.
– Por Dios, ¿por qué perdería yo el tiempo en semejante tontería? Tu te las arreglas para asustarla bastante por los dos -Empeñadamente se negaba a mirar hacia Isabella.
– ¿Te atreves a negarlo entonces? -Un gruñido retumbó profundamente en su garganta, una clara amenaza-. ¿Crees que no puedo oler la sangre DeMarco? La perseguiste a través de las calles y la asustaste por tu propia diversión. ¿Creiste poder librarte de tal cosa?
La sangre se drenó de la cara de Isabella mientras miraba a la joven por la que había llegado a sentir afecto, la mujer a la que llamaba amiga. Era una dolorosa traición, inesperada y aterradoramente siniestra.
Francesca finalmente desvió la mirada de su hermano a Isabella.
– Inflexiblemente niego tu estúpido cargo, Nicolai. Mira a otra parte buscando a tus enemigos. Yo solo he buscado proteger a Isabella. Tú pareces demasiado ocupado planeando tus batallas para vigilarla apropiadamente -Había acusación en su voz-. Sophia puede protegerla aquí en esta habitación de la entidad que arruina nuestra valle. Isabella la ha despertado… no me digas que no la has sentido… y debería protegérsela todo el tiempo. Pero tú la dejas sola.
– Nadie mas que tú se atrevería a desafiarme, Francesca.
Francesca entrecerró los ojos y alzó la barbilla.
– Esto es pura arrogancia. No revisas nuestra historia, no reconoces a los ancestros, porque quieres creer que lo controlas todo en este valle, pero tú y yo sabemos que no es así.
– Olí nuestra sangre en la ciudad, Francesca.
Isabella encontró la acusación suavemente pronunciada de Nicolai, la frialdad de su tono, mucho más intimidatoria que su ardiente temperamento.
– ¿Puedes convertirte en la bestia, Francesca? -Isabella estaba luchando por asumirlo, recordando también la voz femenina conduciéndola escaleras arriba por el palazzo hasta el balcón, recordando que casi había muerto.
– Por supuesto. Soy una DeMarco. ¿Por qué no iba a ser capaz de convertirme en el león? Es mi derecho de nacimiento al igual que mi maldición. No le dejes engañarte, Isabella. Él abraza su legado al igual que yo. ¿Qué crees que mantiene nuestro valle y a nuestra gente a salvo de intrusos? -Inclinó la cabeza a un lado y dirigió una fría mirada a la cara pálida de Isabella-. Dime, ¿qué es una vida, la vida de una mujer, una intrusa, en comparación con regir todo esto? -Abrió los brazos ampliamente para abarcar el valle entero.
– Suficiente, Francesca. Ahora déjanos. Espero verte esta tarde en mis habitaciones. -La voz de Nicolai fue un látigo de exigencia.
– ¿Qué? -Desafiante hasta el final, Francesca alzó una ceja-. ¿Nada de torre para tu hermana loca, Nicolai? Qué amable por tu parte -Volvió a mirar hacia Isabella-. Conoce a tus enemigos, Isabella. Ese es mi consejo para ti. Estás rodeada de ellos -Francesca se dio la vuelta y se fue, utilizando el pasadizo para realizar su escapada.
Isabella gimió suavemente y se cubrió la cara con las manos.
– Vete, Nicolai. Vete tú también. No quiero ver a ninguno de los dos.
– No esta vez, cara mia -dijo él tiernamente-. No vas a despacharme. -Tiró del cuerpo de ella que se resistía hasta sus brazos y la sostuvo cerca, acariciándole el pelo, presionandole la cara contra su pecho mientras ella lloraba.
Ni siquiera sabía por qué estaba llorando o por quién. Simplemente lloraba. ¿Cómo podía encontrar solaz en los brazos de Nicolai cuando él era la mayor amenaza de todas para ella? Francesca había dado en el blanco con su flecha envenenada. ¿Qué es una vida, la vida de una mujer, una intrusa, en comparación con regir todo esto? Las palabras resonaban una y otra vez en su mente. Isabella había ofrecido su vida a cambio de la de su hermano… y Nicolai necesitaba un heredero.
Nicolai alzó a Isabella en sus brazos y la acunó contra su pecho. Su ridículo plan de mantenerla lejos de todo daño haciéndola su amante era defectuoso. Los leones sabían que ella era su auténtica novia. Él sabía que ella era su auténtica novia. La maldición ya estaba en funcionamiento. La entidad había despertado a su llegada, igual que había hecho a la llegada de su madre.
Supiró suavemente, se sentó en una silla, y frotó su barbilla sombreada sobre la coronilla de ella.
– No es cierto, sabes. Lo que te dijo Francesca. No planeé aprovecharme de ti, esperando intercambiar tu vida por la de Lucca. Intenté mantenerte lejos del valle. Había oído hablar de ti muchas veces, de tu coraje y tu pasión por la vida. Sabía que serías tú -Su dedos le acariciaban la piel, trazándole la boca-. Francesca no está muy cuerda, Isabella. Corre salvaje, como siempre ha hecho, y ninguno de nosotros ha tenido el corazón para obligarla a comportarse.
– ¿ Por qué no me hablaste de Francesca? -Sonaba desamparada, vulnerable. Enterró la cara contra su cuello, las lágrimas le empaparon la piel, tirando de las fibras de su corazón.
– Francesca es diferente. Nadie habla de ella. No hablan de su don y la forma en que es visto como un león más de lo que hablan de mi hermana y su extraño comportamiento. Debería haberte contado, aunque sea innato en mí no hacerlo. Para ser del todo honesto, sentí que ya tenías suficiente haciendo frente al hecho que tu prometido sea una bestia por el momento. No necesitaba spreocuparte por mi hermana medio-loca.
Ella alzó la cara para examinar los ojos dorados de él, sus largas pestañas cubiertas de lágrimas.
– Usted, signore -dijo arrogantemente- ya no es mi prometido. Y he hablado con Francesca casi cada noche desde mi llegada, pero no he visto señales de locura. Ella es diferente, joven, y obviamente necesitada de guía, ¿pero qué te hace creer que está loca? ¿Su habilidad para hablar con los "otros"? Porque, francamente, Nicolai, no creo que eso sea más dificil de creer que tú aparición como una bestia.
El movimiento de las caderas de ella sobre su regazo le causaba un dolor pulsante, su cuerpo se endureció apesar de su resolución.
– Deja de moverte, belleza. No estás del todo a salvo de mí con nada entre nosotros aparte de ese camisón.
Ella sintió la reacción de su cuerpo, la forma en que crecía grueso y duro, presionando firmemente contra sus nalgas. Su corazón saltó, su aliento se detuvo en los pulmoneses. El deseo comenzó a acumularse, un dulce dolor que provocaba que sus pechos, firmemente presionados contra los pesados músculos de él, hormiguearan de expectación. Decididamente apartó la mirada del hambre que llameaba en los ojos de él.
– Deberías haberme hablado de Francesca, Nicolai.
Las manos de él empezaron a trazar lentos y perezosos círculos sobre su espalda.
– Si, debería, cara, pero nunca se me ocurrió que ella pudiera ser peligrosa para ti -El calor llameó entre ellos, ardiendo a través del encaje del camisón. -Francesca era solo un bebé, cinco veranos, cuando la mia madre fue asesinada -Su mano se hundió más abajo, frotándole las nalgas, sus dedos amasándole la carne.
– Ella también estaba allí, ¿verdad? -supuso Isabella, su corazón fue inmediatamente hacia Francesca- Ella lo vio. Vio a su padre matar a su madre-. Le mantuvo cerca, deseando consolarle, necesitando aliviar el recuerdo de esa terrible noche. Sus brazos le rodearon el cuello, sus dedos se enredaron entre la espesa seda del pelo.
Nicolai asintió.
– Fue Francesca quien llamó a los leones para salvar mi vida. Y ella cambió al igual que yo. -Se tocó las cicatrices dentadas de la cara-. Está marcada por dentro, donde nadie puede verlo. No habló, no lloró o hizo un sonido durante años. No se acercaba a ninguno de nosotros, ni siquiera a mí. Se sentaba en una habitación conmigo, pero no me dejaba tocarla. -El dolor ataba su voz. Su mano se deslizó hacia arriba por la espalda de Isabella hasta la nuca.
– ¿Y crees que es porque tenía miedo de que la mataras, al igual que tu padre mató a tu madre? -Isabella se encontró buscando consolarle-. No entiendes a Francesca en absoluto, Nicolai. Ella te quiere más que a nada o a nadie en el mundo. Está en su voz cuando habla de ti. Si hizo lo que dices y me persiguió no fue porque deseara herirte a ti… o a mí. Hemos hablado de celos. Quizás estaba intentando decirme algo.
Él presionó los labios sobre sus párpados; después la boca vagó sobre su sien y bajó su mejilla hasta la comisura de la boca.
– ¿De qué tendría que estar celosa? Nunca ha querido un lugar en la finca. No llevaría el palazzo o ayudaría a Sarina con los detalles de las tareas diaria más de lo que se convertiría en soldado. Se niega incluso a considerar el matrimonio. Corre salvaje, y yo debería haberle puesto freno hace ya tiempo.
Su boca estaba fragmentando sus pensamientos, mordisqueándole gentilmente la barbilla, endureciendo sus pezones a duros picos y provocando que le dolieran los pechos. Su lengua le dejaba caricias en la barbilla, dejando una llama que corría a lo largo de sus terminaciones nerviosas. Isabella se retorció, incitándole a ser más duro, a empujar firmemente contra ella. La boca de él vagaba desapresuradamente a lo largo de la esbelta columna de su cuello, su garganta.
– No puedes saber lo que es tocarte, Isabella, ser capaz de perderme en tu cuerpo. Saber que puedo darte semejante placer a cambio -Empujó la bata de su hombro, después deslizó los dedos sobre el encaje de su camisón de noche, haciendo que el corpiño se deslizara hacia abajo para acumularse en su cintua.
Sintió su mirada sobre los pechos, e inmediatament su cuerpo respondió con una oleada de calor. Él no la tocó, simplemente miró hacia ella, observando entrar y salir su respiración.
– Eres tan hermosa -Bajó la cabeza y succionó su dolorida carne.
Isabella casi explotó, un líquido humedeció sus muslos, su cuerpo se tensó más y más. Las manos de él le mordieron la cintura mientras la inclinaba hacia atrás para que los pechos empujaran más completamente contra su boca. Ella cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás, y permitió que las sensaciones la bañaran. Podía sentirle, tan duro y caliente ahora contra sus nalgas que pensó que ambos podrían arder en llamas.
Cuando le soltó los pechos para recorrerle con besos el cuello hacia arriba, ella se enderezó valientemente apartándole la camisa de los amplios hombros. Él contuvo el aliento y se inclinó hacia atrás para permitirla desengancharle los calzones. Sus dedos rozaron el endurecido cuerpo, enviando relámpagos a través de él, sacudiéndole hasta el mismo centro de su ser. Alzó las caderas mientras ella enganchaba los pulgares en la cinturilla y tiraba hacia abajo de sus ropas hasta la parte alta de sus botas. Nicolai se inclinó, encontrándolo algo doloroso, y se sacó las botas para poder librarse él mismo de la ropa.
Cuando Isabella se habría vuelto hacia la cama, Nicolai la cogió de la mano y le volvió a dar la vuelta para que quedara delante de él. Se sentó él mismo en la silla y la urgió a acercarse más.
– Separa las piernas, cara -Su mano fue entre los muslos, animándola gentilmente a hacer lo que pedía.
El color bañó su cara, pero Isabella ensanchó obedientemente su postura. Nicolai observó la forma en que el fuego lanzaba adorables sombras sobre el cuerpo de ella. Su erección era una lanza dura, gruesa, la cabeza refulgía, pulsando con expectación. Frotó los dedos por su montículo, encontrándola húmeda y lista para él.
– Te dejo deseándome, ¿verdad? -murmuró él, su mirada sobre la cara de ella mientras sus largos dedos se deslizaban profundamente en su cuerpo.
El placer aumentaba su belleza, ponía un brillo en sus oscuros ojos. Nicolai empujó más profundamente, deseándola ardiendo, deseando noche construir un recuerdo para ambos esa noche. Su otra mano acariciaba la curva de sus nalgas, urgiéndola a moverse, a encontrar un ritmo con él. Entonces ella estaba gritando, su cuerpo apretando los dedos firmemente, apretando y haciendo que su erección latiera y pulsara.
Deliberadamente se llevó los dedos a la boca para savorearla. La mano sobre las nalgas la atrajo hacia adelante, forzándola a montarle a horcajadas.
– Quiero que me montes, cara, igual que montas a ese caballo tuyo, solo que yo estaré profundamente dentro de ti, y cada vez que deslices tu cuerpo sobre el mío… -Su voz se desvaneció maliciosamente, sus manos le mordieron la cintura, colocando el cuerpo de ella directamente sobre el suyo. Muy lentamente empezó a bajar su cuerpo hasta que la gruesa vara de su erección estuvo pujando en su caliente y húmedo centro.
Los ojos de ella se abrieron de par en par con sorpresa estupefacta. Él la estaba estirando, atravesando su cuerpo tan grueso y duro que le quitaba el aliento. Isabella dudó, jadeando mientras él entraba en ella, esperando sin aliento a que su propio cuerpo se ajustara al tamaño de él. Lentamente, centímetro a centímetro, bajó las caderas, tomándole más y más profundamente en su interior.
Isabella era apretada y caliente, rodeándole como una vaina sedosa. Se colocó en su regazó, contoneándose hasta una posición confortable, la acción envió fuego corriendo a través de su riego sanguíneo. Se inclinó para encontrar la boca de ella con la suya, para saborear su placer, para alimentarlo. Cuando ella empezó a moverse, el aliento abandonó sus pulmones hasta que estuvo ardiendo en busca de aire, luchando por mantener el control. Deseaba que estaba vez fuera pausado, tierno, una unión que ella atesoraría, pero no estaba seguro de que su cuerpo pudiera soportar el éxtasis de ella sin explotar en llamas.
Isabella descubrió que podía experimentar. Se tomó su tiempo para aprender lo que sentía mejor, empezando con una lenta y lánguida cabalgada, apretando los músculos y estudiando la cara mientras se deslizaba sobre él, volvía a levantarse, casi rompiendo el contacto, después volvía a bajar hasta que la llenaba completamente. Podía sentir la reacción del cuerpo de él, el temblor de sus músculos, los estremecimientos de placer, sus ojos ardientes de deseo.
Él dejó escapar un solo sonido mientras ella empezaba a coger el paso, moviendo las caderas más rápido, creando una feroz fricción que dejó gotas de sudor en la frente de él y un brillo sobre los saltarines pechos de ella. Sus manos la cogieron de las caderas, y empezó a trabajar con ella, empujando hacia arriba para enterrarse profundamente cuando el cuerpo de ella bajaba para encontrar el suyo, arrancándoles a ambos la respiracón. Él estaba creciendo más grueso y más duro, llenando cada espacio, estirándola incluso mientras el cuerpo de ella se tensaba y apretaba, haciéndoles girar a ambos en un vórtice sin discernimiento de colores en explosión y llamas. Volaron juntos en perfecto ritmo, cuerpos estremeciéndose con un placer tan intenso que Isabella no sabía donde empezaba él y terminaba ella.
Se mantuvieron juntos, incapaces de respirar, incapaces de moverse. Su cabeza sobre el hombro de él, permanecieron unidos mientras la tierra se movía y la habitación daba vueltas alrededor de ellos. Sus corazones estaban palpitando, piel caliente y húmeda, tan sentible que si alguno de los dos se movía, enviaba estremecimientos de placer girando en espiral a través de ambos.
Isabella cerró los ojos y saboreó el estar entre sus brazos, el cuerpo de él profundamente dentro del de ella. Se sentía sin huesos, flotando, oleadas de deleile la bañaban. Cuando él se movió, apretó los brazos a su alrededor.
– No te muevas -murmuró-. No quiero que se acabe aún-. No había miedo en su mente, ni pena. Ninguna sensación de traición. Ni peligro. Cuando estaban juntos a solas, cuando él estaba tocando su cuerpo, todo lo que hacían parecía correcto y perfecto. Simplemente quería quedarse allí donde estaba, unida a él, enterrada limpiamente en el fuego juntos. Sin pensar. En paz absoluta.
– Creo que puedo llegar a la cama contigo -dijo él, sus manos dejaron caricias a lo largo de la línea de su espalda y bajando por la curva de su cadera-. Mantén tus brazos alrededor de mi cuello.
– No quiero levantarme -protestó ella, su voz ronca y saciada.
– No necesitas hacerlo. Cierra tus piernas alrededor de mi cintura -. Con enorme fuerza consiguió salir de la silla y llegó a la cama, con Isabella unida alrededor de él. La acción envió el cuerpo de ella más allá del borde una vez más, así que se apretó alrededor de él, meciéndose con calor y sensación.
Él yacía sobre ella, sus brazos apretados alrededor, besándole la cara, la garganta. Su voz era tierna, amorosa, susurrándole mientras ella iba a la deriva a un lugar, medio despierta, medio dormida. Soñaba con él, moviéndose en ella, su boca y manos explorando cada centímetro de ella, una y otra vez, su boca vagando sobre el cuerpo de ella haciendo de su sueño un mar lleno de imágenes eróticas y oleadas de lujuria y amor.