Epilogo La paciencia del lector


El nombre de Mary Anning salió a la luz por primera vez en un entorno científico en 1825, en Francia, cuando Georges Cuvier lo añadió al pie de una ilustración de un espécimen de plesiosaurio en la tercera edición de su libro Discours sur les révolutíons de la surface du globe. Fue mencionada por primera vez en Gran Bretaña en un artículo escrito por William Buckland sobre los coprolitos, en 1829; para entonces ella y Buckland habían descubierto que los bezoares eran las heces de los ictiosaurios y los plesiosaurios. También descubrió el primer pterodáctilo completo (ahora denominado pterosaurio) en Gran Bretaña, y el Squaloraja, un animal intermedio entre el tiburón y la raya, que se convirtió en un espécimen tipo.

Mary Anning no se casó y vivió con su madre hasta la muerte de Molly en 1842. En 1826 se mudaron de Cockmoile Square a una casa con una tienda de Broad Street. El perro de Mary, Tray, murió a causa de un desprendimiento de tierras en 1833; ella se libró por poco. Mary murió de cáncer de pecho en 1847, a los cuarenta y siete años. Está enterrada en el cementerio de la iglesia de Saint Michael, de la que se había hecho parroquiana. Su ictiosaurio y su plesiosaurio se hallan expuestos en el Museo de Historia Natural de Londres, y el plesiosaurio acéfalo que Cuvier le compró está expuesto en la Galería de Paleontología del Museo Nacional de Historia Natural de París.

En 1834 el científico suizo Louis Agassiz fue a Lyme y estudió la colección de peces fósiles de Elizabeth Philpot. Dio las gracias tanto a Elizabeth como a Mary Anning en su libro Recherches sur les poissons fossils y puso los nombres de ambas a unas especies de peces. Elizabeth sobrevivió a Mary Anning y a sus hermanas, y murió en 1857 a los setenta y ocho años. Su sobrino John heredó sus bienes, y en 1880 la esposa de este donó la colección de fósiles de los Philpot al Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford, donde todavía hay cajones llenos de sus magníficos especímenes. Thomas, sobrino nieto de Elizabeth, fundó con posterioridad el Museo Philpot en Lyme Regis. Muy apropiadamente, el museo se encuentra hoy día en un espléndido edificio construido en el lugar que ocupaba la casa de los Anning en Cockmoile Square, donde entre muchos tesoros relacionados con la historia de la ciudad se expone el martillo para fósiles que le fabricó a Mary su padre.

Joseph Anning se hizo tapicero profesional en 1825, se casó en 1829 y tuvo tres hijos. Al parecer Mary Anning no congeniaba con su mujer. Joseph logró la vida respetable que tanto deseaba, se encargaba de supervisar las ayudas concedidas a la parroquia, de la que llegó a ser coadjutor.

El coronel Thomas James Birch se convirtió en Thomas James Bosvile en 1824, cuando heredó el título y el patrimonio de su familia en Yorkshire. Falleció en 1829.

William Buckland encontró finalmente una mujer con la que casarse en 1825; iba sentada delante de él en un coche leyendo un libro de Cuvier. Siguió comiendo distintas especies del reino animal y trató de conciliar la geología con sus creencias religiosas. Más adelante se convirtió en decano de la Escuela de Westminster, pero hacia el final de sus días padeció una enfermedad mental y tuvo que ser ingresado en un manicomio.

Entre 1830 y 1833 Charles Lyell publicó Elementos de geología, que se convirtió en el texto fundamental de la geología moderna; Charles Darwin llevaba consigo esta obra en sus famosos viajes a bordo del Beagle.

Jane Austen visitó Lyme en septiembre de 1804, y no hay ningún motivo por el que no pudiera coincidir con Margaret Philpot en los salones. De hecho, conoció a Richard Anning, ya que fue a su taller para preguntarle cuánto le cobraría por el arreglo de la tapa rota de un baúl. Según una carta que escribió a su hermana, Anning pedía mucho y encargó el trabajo a otro profesional.

Las huellas de la vida es una obra de ficción, pero muchas de las personas que figuran en ella existieron realmente y ciertos episodios, como la subasta del coronel Birch y la reunión de la Sociedad Geológica en la que Conybeare habló del plesiosaurio, tuvieron lugar de verdad. Y, en efecto, Mary escribió al pie de un artículo que había copiado: «Cuando escriba un artículo solo habrá un prólogo». Por desgracia, no llegó a escribir ninguno.

Las posturas del siglo XXI respecto al tiempo y nuestras expectativas de un relato son muy distintas de la vida de Mary Anning. Ella se pasaba día tras día, año tras año, haciendo lo mismo en la playa. He tomado los hechos de su vida y los he condensado para que encajen en una narración que no agote la paciencia del lector. De ahí que los acontecimientos, pese a estar dispuestos en orden, no siempre coincidan exactamente con las fechas y períodos de tiempo reales. Además, cómo no, he inventado muchas cosas. Por ejemplo, si bien surgieron rumores sobre Mary y Buckland y Mary y Birch, no hay pruebas de que hubiera algo entre ellos. Es ahí donde solo un novelista puede intervenir.

Me gustaría dar las gracias a las siguientes personas y entidades: al personal de las bibliotecas de la Sociedad Geológica y el Museo de Historia Natural de Londres; al personal del Museo Philpot de Lyme Regis, el Museo del Condado de Dorset y el Centro de Historia de Dorset, de Dorchester; al Museo del Dinosaurio de Dorchester, don-de descubrí a Mary Anning; a Philippe Taquet, del Museo Nacional de Historia Natural de París; a Paul Jeffery, del Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford; a Maureen Stollery, por su ayuda con la genealogía de los Philpot; a Alexandria Lawrence, Jonny Geller, Deborah Schneider, Susan Watt, Carole DeSanti y Jonathan Drori.

Pero sobre todo me gustaría dar las gracias a tres personas. Hugh Torrens, que sabe de Mary Anning más que nadie, se mostró muy cordial conmigo. Jo Draper, que lleva su erudición con ligereza y gran sentido del humor, se portó conmigo como una santa abriendo los archivos del Museo Philpot y mandándome información sobre todo. Paddy Howe, extraordinario buscador de fósiles, me dio muchos fósiles, me llevó a la playa entre Lyme y Charmouth a buscar más, y me instruyó con paciencia, inteligencia y amenidad.

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