26

Fjällbacka, 1945

Contó con que Erik estuviese en casa. Creía que era importante hablar con él antes de partir. Confiaba en Erik. Había en él algo auténtico, sincero, tras su árida fachada. Y sabía que era leal. Con eso contaba, sobre todo. Porque Hans no podía obviar la posibilidad de que ocurriese algo. Iba a volver a Noruega y, por mucho que la guerra hubiese terminado, era imposible saber qué podría ocurrirle en su país. El había hecho cosas, cometido acciones imperdonables, y su padre había sido uno de los símbolos más destacados de la maldad de los alemanes en el país. De modo que debía ser realista. Debía comportarse como un hombre y tener en cuenta cualquier eventualidad, ahora que iba a ser padre. No podía dejar a Elsy así, sin red protectora, sin apoyo. Y Erik era el único que, según él, podía cumplir esa función. Llamó a la puerta.

No sólo estaba Erik. Suspiró para sus adentros al ver también a Britta y a Frans en la biblioteca, donde todos escuchaban música en el gramófono del padre de Erik.

– Mis padres estarán fuera hasta mañana -explicó Erik sentándose en su lugar habitual, ante el escritorio. Hans se quedó desconcertado en el umbral.

– En realidad, yo venía a hablar contigo -dijo haciéndole una seña.

– ¿Y qué secretos os traéis entre manos, eh? -preguntó Frans en tono provocador, poniendo una pierna en el brazo del sillón en el que estaba sentado.

– Eso, ¿qué secretos os traéis entre manos? -repitió Britta como un eco sonriéndole a Hans.

– Nada, sólo que querría hablar con Erik -insistió Hans.

Erik se encogió de hombros y se levantó.

– Podemos salir un momento -propuso encaminándose a la escalinata del porche. Hans lo siguió y cerró la puerta cauteloso. Se sentaron en el último peldaño.

– Tengo que ausentarme unos días -comenzó removiendo la gravilla con el talón.

– ¿Adónde? -preguntó Erik mientras se subía las gafas, que se empeñaban en escurrírsele nariz abajo.

– A Noruega. Tengo que ir a casa y… arreglar unas cuantas cosas.

– Ajá -respondió Erik con desinterés.

– Y quisiera pedirte un favor.

– Vale -asintió Erik encogiéndose de hombros otra vez. La música del gramófono se oía fuera. Frans debía de haber subido el volumen.

Hans vaciló un instante. Luego anunció brevemente:

– Elsy está embarazada.

Erik no dijo nada y se subió las gafas, que habían vuelto a resbalársele hasta la punta de la nariz.

– Está embarazada y quiero solicitar una dispensa para que podamos casarnos. Pero antes tengo que ir a casa a resolver un par de asuntos, y si… si algo me ocurriera, ¿me prometes que cuidarás de ella?

Erik seguía sin pronunciar palabra y Hans aguardaba tenso su respuesta. No quería partir sin la promesa de que alguien en quien él confiase estaría ahí apoyando a Elsy.

Finalmente, Erik le contestó:

– Por supuesto que le ayudaré. Aunque me parece muy desafortunado que la hayas metido en semejante lío. Pero ¿qué iba a pasarte a ti? -preguntó frunciendo el entrecejo-. Deberían recibirte como a un héroe en tu país. No creo que nadie pueda reprocharte que huyeses cuando el asunto se puso peligroso, ¿no? -Dirigió la vista a Hans.

Este ignoró la pregunta, se levantó y se sacudió la parte trasera de los pantalones.

– Claro que no me pasará nada. Pero sólo por si acaso, quería decírtelo. Y ahora tengo tu promesa.

– Sí, sí -aseguró Erik poniéndose de pie-. ¿Vas a entrar a despedirte de los demás antes de marcharte? Mi hermano también está en casa. Llegó ayer -dijo Erik radiante.

– ¡Vaya, cómo me alegro! -exclamó Hans dándole un apretón en el hombro-. ¿Y cómo está? Me enteré de que ya volvía a casa, pero que había sido muy duro.

– Sí -el rostro de Erik se ensombreció-. Ha sido muy duro. Y está muy débil. ¡Pero está en casa! -repitió irradiando felicidad-. Venga, entra a saludar, que no os conocéis siquiera.

Hans sonrió y siguió a Erik otra vez al interior de la casa.


* * *

Los primeros minutos el ambiente que reinaba en torno a la mesa de la cocina resultó un poco tenso. Sin embargo, no tardaron en superar el nerviosismo y pudieron hablar con su hermano alegremente y en un tono distendido. Anna aún parecía algo conmocionada por la noticia, pero observaba fascinada a Göran, que estaba sentado justo enfrente de ella.

– ¿No te preguntaste jamás por tus padres biológicos? -quiso saber Erica, que cogió un caramelo Dumle del cuenco que había llenado de golosinas.

– Sí, claro, a veces -respondió Göran-, Pero al mismo tiempo… para mí mis padres, o sea, Wilhelm y Märta, siempre fueron… suficientes. Aunque claro, en alguna ocasión, de vez en cuando, pensaba en ello y me preguntaba por qué me habrían dado en adopción y esas cosas. -Vaciló un instante-. Bueno, ya sé que sus circunstancias eran muy difíciles.

– Pues sí -convino Erica mirando de reojo a Anna. Le había costado decidir cuánto le contaría a su hermana pequeña, a la que siempre sobreprotegía. Pero al final comprendió que Anna había sobrevivido a situaciones mucho más duras que ella, de modo que acabó contándoselo todo, incluido lo de los diarios. Anna lo encajó con serenidad y allí estaban ahora, reunidos en casa de Erica y Patrik. Tres hermanos. Dos hermanas y un hermano. Era una sensación extraña pero, curiosamente, les parecía también natural. Tal vez fuese cierto el dicho según el cual la sangre es más espesa que el agua.

– Bueno, supongo que es tarde para empezar a inmiscuirme en vuestros novios y esas cosas -rio Göran señalando a Patrik y a Dan-, Me temo que es una etapa que, por desgracia, me he perdido.

– Sí, me temo que sí -sonrió Erica cogiendo otro Dumle.

– Por cierto, he oído que han atrapado al asesino, el hermano -dijo Göran, ya con expresión grave.

Patrik asintió.

– Cierto, estaba esperando en el aeropuerto. Curioso, porque habría podido huir, si hubiera querido, y jamás lo habríamos localizado. Pero, según mis colegas, se mostró muy solícito.

– Pero ¿por qué mató a su hermano? -se interesó Dan, rodeando con el brazo los hombros de Anna.

– Aún lo están interrogando, así que no lo sé con certeza -admitió Patrik dándole un trozo de chocolate a Maja, que estaba a su lado, en el suelo, jugando con la muñeca que le había regalado la madre de Göran.

– Me pregunto por qué el hermano, es decir, el asesinado, le dio dinero a mi padre durante tantos años. Por lo que he sabido, él no era mi padre, sino un noruego. ¿O estoy confundido? -preguntó Göran dirigiéndose a Erica.

– No, estás en lo cierto. Según los diarios de mamá, tu padre se llama Hans Olavsen. O, bueno, en realidad, Hans Wolf. Erik y mamá no tuvieron nunca ningún tipo de relación romántica. De modo que no sé… -Erica se mordía el labio inferior, en actitud reflexiva-. Seguro que sale a relucir cuando conozcamos lo que tenga que decir Axel Frankel.

– Sí, seguro -convino Patrik.

En ese momento, Dan emitió un leve carraspeo y todas las miradas se volvieron interrogantes hacia él. Intercambió una mirada cómplice con Anna, que, finalmente, tomó la palabra:

– Bueno, veréis, resulta que tenemos una noticia que daros…

– ¿El qué? -preguntó Erica llena de curiosidad, metiéndose otro Dumle en la boca.

– Pues sí… -Anna no se decidía, pero al final lo soltó rápidamente-: que vamos a tener un niño. Para la primavera.

– ¡Vayaaaa! ¡Qué alegría! -gritó Erica rodeando rápida la mesa para abrazar a su hermana y a Dan. Cuando volvió a sentarse, le brillaban los ojos.

– ¿Y cómo te encuentras? ¿Cómo te sientes? ¿Estás bien? -Erica iba lanzando las preguntas como una salva, y Anna se echó a reír.

– Pues verás, me encuentro fatal, marcadísima. Pero igual que con Adrián. Y además, tengo permanentemente unas ganas horribles de comer bastones de caramelo.

– Jajajaja! Bastones de caramelo, ¿no podía ser otra cosa? -rio Erica-, Bueno, no diré nada, yo no paraba de comer Dumles cuando estaba embarazada de… -Erica se interrumpió en mitad de la frase, con la vista clavada en el montón de envoltorios que había en la mesa. Miró a Patrik, que, a juzgar por su expresión, ya se había dado cuenta. Empezó a pensar febrilmente. ¿Cuándo le tocaba tener la regla? Se había centrado tanto en la investigación del pasado de su madre que no había reparado… ¡Hacía dos semanas! Hacía dos semanas que debería haber tenido la regla. Se quedó mirando la montaña de envoltorios con expresión bobalicona. Hasta que oyó que Anna estallaba en una sonora carcajada.

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