Tonia conducía y Kate iba adelante con ella, hablando acerca de la ruta, y eso dejaba a Susannah en libertad de contemplar la sublime costa que se extendía, azul brillante, hacia el oeste, hasta el horizonte. No había necesidad de hablar de la ruta. Simplemente debían seguir la orilla del océano hacia el sur desde Astoria, durante unos treinta kilómetros más o menos, hasta la casa de playa en la que iban a pasar unos días juntas.
Era la primavera de 1922, y apenas se habían visto en esos pocos años transcurridos desde el fin de la guerra. Por supuesto, Estados Unidos sólo se había involucrado en el conflicto cuando ya casi estaba por terminar, no obstante, la guerra había introducido tremendos cambios en sus vidas. Incluso en el extremo oeste, en la costa de Oregon, se habían sentido las reverberaciones de la conflagración de Europa. La sociedad nunca volvería a ser la misma tras el retorno de la paz.
¿”Paz” sería la palabra precisa? Susannah miró la brillante anchura del Pacífico que se extendía ante ella mientras el auto disminuía la velocidad al trepar la cuesta. Había pinos a su izquierda, bosques que se extendían tierra adentro con una riqueza en madera que había hecho ricas a familias como la suya, y al norte se hallaba el vasto río Columbia con su aparentemente inagotable reserva de salmones, abasteciendo a las fábricas de enlatados que exportaban a todo el mundo. ¿Pero “paz”? La paz era una cualidad interna, y mientras observaba a sus hermanas sentadas en los asientos delanteros -Tonia cortés, orgullosa, todo su dolor reprimido bajo un estricto control; Kate, cuya pena estallaba de tanto en tanto en un mal humor explosivo-, le pareció que no era adecuado usar la palabra paz.
– No podemos esperar que dure este tiempo perfecto -dijo Kate, girando en su asiento para contemplar el mar.
La costa era deslumbrante, puntuada por acantilados y promontorios rocosos, adornada por las olas que rompían incesantes, con su blanca espuma centelleando al sol.
– Por supuesto que no -coincidió Tonia, con un tono que apenas dejaba traslucir su emoción-. Nada dura nunca.
Kate siguió mirando hacia el costado.
– Entonces, será mejor que lo aprovechemos mientras dure. Un poco de lluvia no molesta… sólo me fastidian los interminables días nublados. Ni siquiera me importa si hay una tormenta… las tormentas pueden ser magníficas.
– Claro que no te importaría -replicó Tonia, retirando una mano del volante durante un momento para echarse el cabello hacia atrás. Lo llevaba agresivamente corto, según la nueva moda. Era oscuro y hermoso, y enfatizaba la fuerza de sus facciones.
– ¿Qué se supone que significa eso? -preguntó Kate con suspicacia.
– Que a ti te gustan las tormentas, por supuesto -respondió Tonia con una minúscula sonrisa-. Los truenos, los relámpagos y la proximidad del peligro. ¿No es cierto? ¿La electricidad en el aire?
– Me gusta el viento y me gusta el mar -dijo Kate, como si midiera sus palabras, advirtiendo que debía ser cautelosa.
Tonia sonrió, con una expresión secreta, como si supiera más de lo que estaba diciendo.
– Me pregunto si veremos alguna ballena -intervino Susannah-. Van hacia el norte en esta época del año.
– Si estás dispuesta a quedarte quieta y observar durante el tiempo suficiente, me atrevo a decir que las verás -le respondió Tonia-. Siempre fuiste buena para observar. -Pareció estar a punto de añadir algo más, pero cambió de idea.
Eso hizo que Susannah se sintiera incómoda sin saber por qué. Siempre había sentido admiración por Tonia, y también se había sentido un poco intimidada por ella. Era bella, inteligente, tenía treinta y tres años contra los veintinueve de Kate y los veinticinco de Susannah. Era Tonia quien se había casado con el brillante y encantador Ralph Bessemer. ¡Qué boda había sido aquella! Toda la gente importante de Astoria estaba allí, feliz, exhibiéndose, un poco envidiosa, pero en general ocultando ese sentimiento. Era el dinero casándose con más dinero. ¿Y qué otra cosa podían esperar? Antonia Galway era la esposa perfecta para él: con su belleza, su porte, su herencia, era todo lo que él podía esperar, no sólo para retribuirle su amor sin también para ayudarlo a concretar sus ambiciones.
Pero eso había ocurrido años atrás. Ahora Ralph estaba muerto, y ni Kate ni Susannah se habían casado, al menos no todavía.
Ya casi habían llegado. La casa de la playa había pertenecido a la familia durante años. Antes de la guerra sus padres habían venido aquí con frecuencia. Estaba colmada de recuerdos, casi todos ellos felices. Después de que ambos murieron, las hermanas habían venido con menos frecuencia, pero sólo porque otros aspectos de la vida habían insumido demasiado tiempo.
Tonia desvió el auto del camino para tomar la senda y cinco minutos más tarde se detenían ante la pequeña casa de madera, a menos de cien metros de donde empezaban los guijarros, y después venía la larga pendiente que bajaba a la arena dura. Había pocos árboles alrededor, pinos solitarios e inclinados por el viento, suficientemente valerosos para resistir solos el invierno. Subiendo la cuesta había rododendros en profusión de escarlata y amatista hasta la sombra que proyectaba el follaje del bosque. Ahora eran silvestres, pero alguien los había plantado allí alguna vez.
– ¡No te quedes ahí sentada, Susannah! -dijo Tonia, con brío-. ¡Tenemos que desempacar!
Susannah salió bruscamente de su ensoñación y obedeció. Cada una tenía una maleta llena de ropa, faldas gruesas y chaquetas para protegerse del viento, zapatos resistentes, y abrigada ropa de lana para la noche. Además de eso, por supuesto, habían traído cajas de provisiones, ropa de cama, toallas, elementos de limpieza. Dejarían el lugar tal como lo habían encontrado. Y libros para leer, un rompecabezas y algunos elementos para el trabajo manual: el bordado de Kate, el crochet de Tonia, la costura de Susannah. Tal vez ni siquiera se dedicaran a eso; dependía del clima. Una idea espantosa, pero no era improbable que lloviera durante toda una semana.
Trasladaron las cajas adentro, desempacaron y ordenaron, hicieron las camas y encendieron el fuego en la sala y encendieron la panzona estufa de la cocina, para preparar la comida y calentar agua. El combustible nunca había sido un problema, había madera traída por el mar en abundancia, que podía durar toda una vida. Acarrearla y aserrarla para darle una longitud apropiada era en realidad un trabajo de hombres, pero tal como mucha gente había descubierto durante la guerra, las mujeres podían hacer casi cualquier cosa cuando era necesario.
– Me gustaría ir a la playa antes de comer -dijo Kate, de pie ante el gran ventanal de la sala, mirando hacia la costa más allá de las malezas crecidas. Alcanzaba a ver el promontorio del cabo hacia el sur y la larga curva de la bahía hacia el norte, y las aguas calmas de una laguna interior, donde un pequeño río fluía hasta formar un estanque natural antes de abrirse camino hasta el mar. La laguna estaba inmóvil ahora, y dos garzas azules alzaron vuelo, dibujando una línea elegante y extensa sobre el pálido cielo antes de bajar a tierra en algún sitio, fuera de la vista.
– Buena idea -coincidió Susannah, ansiando sentir la arena bajo sus pies y hacer una caminata antes de los preparativos de la cena y de la noche. Astoria estaba sobre el agua, pero junto a un río, y por poderoso que fuera el Columbia, para ella siempre había carecido del poder absoluto y de la vitalidad ilimitada del océano. En esta parte en particular de la costa las olas rompían de manera incesante, incluso en un día sin viento. Había algo en la formación de la tierra que hacía que el agua se encrespara y rompiera en blanca espuma, se acumulara y volviera a romper una y otra vez, de modo que hasta donde alcanzaba la vista el agua blanca se alzaba a gran altura contra el cielo azul a lo largo de la costa, y se estrellaba en espuma hirviente hasta deslizarse a gran velocidad sobre la playa. Si en alguna parte el océano había estado vivo alguna vez, era ahí.
Tonia recogió su abrigo en silencioso acuerdo, y las tres se pusieron en marcha, caminando lado a lado sobre la hierba, luego descendiendo con cuidado por las piedras, entre la madera depositada por la marea y finalmente por la arena. La marea estaba baja y había mucho espacio para caminar. El viento era suave y las olas rompían con un bramido constante y regular que resultaba consolador.
Kate levantó la cara al viento, el cabello caoba cayendo hacia atrás, revelando las claras líneas de sus pómulos y su frente, y sin embargo extrañamente vulnerables, como si hubiera experimentado demasiado dolor, y aún lo llevara consigo.
Tonia caminaba ahora un poco más adelante, mirando el mar. Susannah se preguntó si vería en Kate algunas de las cosas que veía ella. ¿Percibía su sentimiento de culpa, o sólo su furia? ¿Tenía aunque más no fuera una remota idea de que gran parte de todo eso era dolor? Ralph había muerto hacía más de un año ya, pero, por supuesto, el dolor era más antiguo. Abarcaba los dos años anteriores, que había estado preso. ¡Cómo podía hacerse pedazos el mundo en una breve semana! Al menos así había sido para Kate, y para Tonia.
Para Susannah el mundo se había derrumbado lentamente, como en un sigiloso deterioro, empeorando cada día hasta que se volvió insoportable. Pero ellas no lo sabían. Ahora habían apresurado el paso y se habían adelantado, las faldas abrazando sus cuerpos por el viento, en realidad no más fuerte que una brisa… aunque sin nada que lo detuviera entre ese lugar y Japón.
Se agachó y recogió un erizo de mar redondo como un disco, al que llamaban dólar de la arena. Era perfecto. Qué pocas cosas eran tan perfectas como parecían. En un momento había creído que Ralph era perfecto. También lo había creído Tonia, y Kate. ¿Él se había reído de eso… de las tres hermanas?
Ella solía pensar que Ralph tenía el mejor, el más vigoroso y particular sentido del humor, que su risa curaba todas las magulladuras y heridas de la vida, que lograba quitarles importancia y hacer que se convirtieran en cosas apenas dignas de una broma… y del olvido. Es cierto que ella solía pensar todo tipo de tonterías, antes.
Puso otra vez en el suelo el dólar de la arena, con suavidad, para que no se rompiera. También había otras conchas, cuyos nombres casi no conocía. Sí conocía el caracol navaja, y sabía que debía tocarlos con cuidado: sus bordes afilados podían causar una herida profunda. De hecho, uno podía arreglárselas para cortarle la garganta a alguien con los más grandes, los que se encontraban en las charcas rocosas del cabo cuando bajaba la marea.
Estaban a unos seis metros de la línea en la que las olas se detenían, vacilaban y luego eran succionadas otra vez hacia atrás y hacia abajo, hacia las aguas profundas. La arena estaba húmeda, pero ella no sabía a ciencia cierta si la marea estaba bajando o subiendo. Kate era la que estaba más cerca del mar, Tonia la seguía. La luz se alargaba, el aire era un poco más fresco, las montañas de espuma blanca más luminosas.
De repente, una ola no se detuvo, siguió subiendo, trepando más lejos sobre la arena, rápida y profunda, y Kate quedó metida en ella hasta los tobillos, con las botas y la falda empapadas, y Tonia sólo logró escapar porque la vio a tiempo y corrió, con la falda al viento.
La ola se retiró otra vez, haciendo que Kate casi perdiera el equilibrio, quitándole la arena en la que se apoyaban sus pies, y ella soltó una exclamación por el susto y por el frío. Después se tambaleó tratando de salir de allí, con la falda mojada que se le pegaba a los tobillos.
Tonia la miró con los ojos muy abiertos, con una expresión difícil de descifrar.
– ¿Te olvidaste de las olas sorpresa, eh? -observó.
– ¡Estoy empapada! -dijo Kate, con furia-. ¡Mis botas, mi falda, todo! ¡Por amor del cielo, podrías haberme advertido! ¡O por lo menos, salirte de mi camino!
Tonia arqueó las cejas.
– ¿Advertirte? ¡Querida, conoces la costa de Oregon tan bien como yo! Si no viste que venía una ola sorpresa es porque no estabas prestando atención, tenías la cabeza en otra parte. Y yo no estaba en tu camino. La playa es suficientemente amplia para todas nosotras.
– ¡Tú la viste a tiempo para salir corriendo! -la acusó Kate, con la furia aún claramente impresa en su rostro-. ¡Yo te hubiera advertido!
Algo parecido a una sonrisa cruzó por los labios de Tonia.
– ¿Lo hubieras hecho? -preguntó-. ¿De veras, Kate?
– ¿Qué clase de pregunta es esa? -le gritó Kate-. ¡Por supuesto que lo hubiera hecho!
– Tengo mis dudas -dijo Tonia, y le volvió la espalda.
Susannah esperó que Kate replicara, luego vio que se había quedado inmóvil, con la falda mojada colgando alrededor de sus piernas, helada en medio del viento. Estaba observando a Tonia que se alejaba, y su expresión revelaba un poco de vergüenza y hasta un atisbo de algo parecido al miedo.
Susannah contuvo el aliento y sintió que su corazón latía con fuerza. Con tanta claridad como si hubiera escuchado las palabras, supo lo que ocupaba la mente de Kate, el horror y la vergüenza. Y sin embargo, había seguido haciéndolo, como si no pudiera detenerse. Ralph había sido el esposo de Tonia, encantador, ingenioso, ambicioso, destinado al Senado estatal, y tal vez a la mansión del gobernador algún día no demasiado lejano.
Ahora estaba aterrada de que Tonia supiera, o que por lo menos sospechara. ¿Era así? ¿Cuál era el sentido que se ocultaba tras sus palabras? ¿O era tan sólo la pérdida que Tonia había sufrido, su soledad y su orgullo herido porque Ralph había caído tan bajo? Y en Kate ¿era simplemente la culpa, porque el gusto de su propia traición no se le iba nunca de la boca?
Tonia se agachó y recogió una conchilla. Debía ser una buena, porque se la guardó en el bolsillo, y después se dio vuelta para mirar a Kate. No parecía advertir la presencia de Susannah, como si fuera una gaviota o alguna otra cosa natural en ese lugar, sin ninguna importancia.
Susannah no se sintió ofendida una vez que pasó el primer sentimiento, el de haber sido excluida. Después de todo, era un alivio. Si Tonia verdaderamente sospechaba algo, era en Kate en quien pensaba. Que Kate la hubiera traicionado era algo malo a ojos de cualquiera. Pero era comprensible… ¡tan fácilmente comprensible! El recuerdo de Ralph la inundó y la rodeó como la brisa de aire salado que la envolvía, colmando sus sentidos y ardiendo en su boca, en sus pulmones, hasta en su mente. El aire, en cambio, era limpio y dulce, y era ilimitado, alcanzaba para todos los seres vivientes. Que uno lo tomara no implicaba robarles algo a los demás. Sí, ella podía entender a Kate, cualquier mujer la entendería, por más que la condenaran.
¿Condenarían también a Susannah? ¿Verían su gesto como el acto de una mujer desdeñada, usada y dejada de lado, como un mezquino acto de celos y de venganza?
No había sido así. Sin embargo la heriría profundamente, hasta la médula, si alguien creyera que había sido eso. De poco serviría que los desconocidos supieran que le había resultado tan desesperadamente difícil, un acto de decisión terrible, con el que había luchado y luchado, la elección entre traicionar a otros o a sí misma y a todo lo que consideraba correcto. Necesitaba que todos los que le importaban lo entendieran así.
En el fondo de su corazón sabía que al menos Tonia nunca lo entendería. Había amado a Ralph con una devoción arrolladora. Tal vez en parte había sido por ambición, por haber visto las posibilidades de él, y su ansia de concretarlas, y tal vez en parte había sido por el orgullo de poseerlo. El hombre más encantador, inteligente y refinado de Astoria había sido suyo. De todas las jóvenes elegantes y bien educadas que lo habían perseguido, ella había sido la elegida. También había habido una buena dosis de comunes pasiones humanas, la risa, la calidez, el dolor de amar y ser amada, el acelerado latido del corazón al escuchar sus pasos, la felicidad cuando él sonreía, el sonido de su voz incluso cuando él no estaba allí, el recuerdo perfecto de su sonrisa. No, Tonia no entendería ni perdonaría nada de lo que Susannah había hecho. Gracias a Dios que no lo sabía.
Y ahora que lo pensaba, Kate tampoco la perdonaría. Eso era tan seguro como que caería la noche. Su furia sería absoluta, a pesar de que ella misma había traicionado. No lo consideraría una pasión, y por lo tanto equivocada y absolutamente perdonable. Lo consideraría una venganza despiadada… ¡y no era eso! Al final, había sido la única alternativa que tenía.
Gracias a Dios Kate tampoco lo sabía. Esta era la primera vez que estaban juntas, solas, desde la muerte de Ralph, y las tres iban a pasar cinco días ahí, cada una guardando sus secretos. Sonreirían y hablarían como si no tuvieran que fingir, como si no hubiera mentiras, odio oculto ni dolor. Sería la prueba final.
Estaban recorriendo el camino de regreso hacia la casa, con el viento ahora a sus espaldas, más frío a medida que el sol bajaba sobre el horizonte, derramando un brillante sendero sobre el agua y coronando las grandes cabezas rizadas de las olas con un fuego pálido. El estrépito de la rompiente jamás cesaba, y sin embargo era un sonido extrañamente pacífico, como la respiración de la tierra. Esta vez no caminaron tan cerca de la orilla como para que las atrapara una ola sorpresa.
Susannah no se pudo sacar la historia de la cabeza mientras miraba a Kate luchar contra la tela mojada que la envolvía y la obstaculizaba. Debía sentirla horriblemente fría contra las piernas, pero no volvió a mencionar el asunto.
La mañana siguiente fue cálida y despejada. En esa época del año no se podía suponer que ese tiempo duraría, así que cuando Tonia sugirió que fueran en auto hacia el sur por la ruta de la costa, y que caminaran rodeando el cabo bajo los pinos, tanto Kate como Susannah aceptaron la idea.
Partieron después del desayuno, Tonia conduciendo el auto, como era usual. Era un viaje de media hora. Mantuvieron una conversación trivial acerca de amigos comunes, el estado del camino, incluso sobre temas políticos tales como la situación en Europa y el intento de reconstrucción después de la devastación que había durado más de cuatro años, de esa guerra que había segado las vidas de más de diez millones de hombres, y herido o mutilado a Dios sabía cuántos más. Resultaba sombrío pensar en eso, pero era un tema seguro. No había en ello nada personal, nada que las hiciera escarbar en sus propias heridas, que aún sangraban.
Dejaron el auto y caminaron bajo el sol siguiendo el empinado sendero que ascendía alejándose del mar. Oyeron el canto agudo y claro de un mirlo de alas rojas, y un momento más tarde lo vieron posado en una rama, con los brillantes parches escarlata claramente discernibles. La madreselva silvestre estaba en flor, y el aroma de las gujas de los pinos confería al aire una mordacidad que parecía disipar todos los pensamientos o recuerdos amargos, así como la visión del mar vaciaba la mente.
Observaron desde lejos en busca de indicios de ballenas, el blanco chorro de agua contra el azul que pudiera delatar su posición. A sus pies, las blancas filas de olas rompían interminablemente sobre la arena, deslumbrando los ojos mientras el viento del mar hacía volar la espuma de sus crestas, como si fuera humo.
– Esto es perfecto -dijo Kate, con una sonrisa-. No se me ocurre nada que pueda ser más bello.
– Eso parece -coincidió Tonia-. Especialmente desde aquí arriba. Pero las apariencias engañan, no es cierto, Kate. Tú deberías saberlo.
Kate se sobresaltó.
– ¿Y qué se supone que significa eso? ¡Sólo porque ayer a la tarde una ola sorpresa me pescó desprevenida! A cualquiera de nosotras que estuviera caminando tan cerca del agua le podría haber ocurrido lo mismo. Simplemente me tocó a mí.
– ¿Así es como ves la vida? -La sonrisa de Tonia era fría.- ¿Nada es causa y efecto, no hay responsabilidad? ¿Simplemente te toca a ti?
Una chispa de furia se encendió en los ojos de Kate.
– ¿No estás distorsionando un poco las cosas? ¿Una ola sorpresa me moja los pies, y eso demuestra que toda mi filosofía de vida es irresponsable? De la misma manera, yo podría decir que tú te alejaste a la carrera de la costa, ¡y entonces toda tu vida consiste en huir de las cosas y dejar que otra gente las sufra!
– ¿Cuando dices otra gente te refieres a ti? -preguntó Tonia, con leve matiz de ironía en su voz-. ¿Y estás segura de que te refieres a mí? Susannah tampoco se mojó. Caminó bien lejos del agua todo el tiempo.
– ¡Oh, felicitaciones a Susannah! -dijo Kate con sarcasmo-. ¡Qué sensata! ¡Qué valiente!
¿Estaban hablando de la ola o de otra cosa? Susannah sentía frío al sol. ¿Acaso Tonia sabía, y esa era su manera de decírselo a Kate? ¿Se proponía hacer esos comentarios hirientes toda la semana, hasta que el carácter ardiente y salvaje de Kate reaccionara y se provocara una verdadera lucha entre ellas, de la que Tonia saldría triunfante de alguna manera?
¡De alguna manera! Tonia había sido la esposa de Ralph. Kate había sido su amante. No había para eso justificación moral ni social. Las dos dirían cosas horribles, y la liberación de su furia podría significar un alivio momentáneo, pero no habría perdón, no habría manera de que ambas volvieran al sitio en el que habían estado antes. Tonia le diría ladrona a Kate, puta incluso, una traidora a todo lo que significaba la familia.
Kate señalaría que Ralph se había casado con Tonia, pero se había cansado de ella, y al final había preferido a Kate. Era a Kate a quien él amaba. Nada podía cambiar eso, o curarlo. Tonia no tendría ninguna acusación con la que pudiera replicar a eso. Era la verdad.
Susannah se retorcía en su lástima por la dos. Las dos lo habían amado, a su manera, y habían creído que él las amaba.
¡Por supuesto que estaban equivocadas! Ella lo sabía más allá de toda duda. Tal vez Tonia aún creía sinceramente que el juicio había sido injusto, que no había habido ningún robo, ninguna lenta y cuidadosa corrupción que posibilitaría a Ralph acceder al cargo político que tan intensamente anhelaba. Tal vez ese fuera su único anhelo verdadero. Las mujeres eran un camino placentero para lograr su propósito, como una buena comida para recuperar las fuerzas durante un largo viaje.
¿Alguna vez había amado a Tonia? ¿O sólo significaba para él un matrimonio ventajoso? ¿Había amado a Kate? ¿O simplemente le resultaba entretenida, una diversión bienvenida para engañar a la autoritaria y posesiva Tonia, y reírse un poco a sus espaldas?
Susannah sabía perfectamente por qué la había buscado a ella. Por lo menos ahora ella lo sabía. Al principio había imaginado que él la amaba. Allí de pie en el aire centelleante, por encima del rugido de las olas, en medio del aroma de los pinos y la madreselva, recordó la dulzura de esas pocas semanas embriagadoras en que la sonrisa de él había iluminado sus ensueños, su voz había debilitado su imaginación, el roce de su mano había hecho latir con fuerza su corazón, disparando la sangre que corría por sus venas.
Pero había estado demasiado seguro de sí mismo. Le había pedido ayuda demasiado pronto. Después de haber ganado a dos hermanas, había dado por descontado que también la tercera le pertenecía. Ella le sería útil, sólo eso. Se encontraba en la posición perfecta, porque los funcionarios del banco le tenían confianza, para proporcionarle a él la información que deseaba. En cambio Susannah había usado su posición para atraparlo.
Por supuesto, nadie lo sabía. Tonia no tenía idea de que Susannah había sido quien le había dicho a la policía lo que debía buscar, y les había armado el rompecabezas completo. Tonia creía que había sido ese inteligente detective, Innes. Le había echado la culpa a él, y él había estado más que contento de que se le adjudicara todo el crédito por la caída de una figura tan prominente como Ralph Bessemer… ¡y por corrupción! El Senado estatal había sido salvado de sufrir un profundo daño, y a Innes le habían concedido un ascenso.
Naturalmente, Kate había creído lo mismo. Kate era apasionada, divertida, irascible, bondadosa a veces, con frecuencia desconsiderada. Pero sobre todo era una persona simple. No buscaba nada más allá de lo obvio.
Regresaban caminando lentamente a la sombra de los pinos. A los lados del sendero había zarzamoras silvestres.
– Habrá fruta para recoger en el otoño -observó Tonia-. Eso te gustará, Kate. Sólo que debes tener cuidado de no pincharte con las espinas. Pueden causarte unos feos rasguños, muy profundos. Y hasta puedes tener la mala suerte de que se infecten.
– Tendré cuidado -respondió Kate, un poco tensa.
– Oh… entonces aprendiste, ¿no es cierto? -Tonia se detuvo un momento para volverse y mirarla, con expresión fría, arqueando sus cejas delicadas.
– Siempre he sido cuidadosa para recoger las bayas -replicó Kate.
– Sí, lo has sido -coincidió Tonia-. O para recoger cualquier otra fruta. Has logrado entrar y salir sin un rasguño, y llevarte tu trofeo.
Volvió a mirar hacia adelante para ver por dónde iba.
Kate vaciló en su avance. Para entonces, ya debía estar tan segura como Susannah de que Tonia lo sabía. Tonia estaba jugando su juego, decía y no decía… infligía pequeñas heridas hasta que Kate se saliera de quicio y provocara abiertamente una pelea.
¿Y entonces qué? ¿Gritos, acusaciones, desdicha, culpa? ¿Eso era lo que quería Tonia, que Kate sintiera la amarga y corrosiva vergüenza del desenmascaramiento de una traición? De nada serviría. Eso no cambiaría nada de lo que Ralph había dicho o hecho… y sobre todo no lo haría regresar para volver a amar o engañar a ninguna de las dos.
Sin embargo no podía decirle eso a Tonia sin revelar que ella también sabía.
Llegaron en silencio al auto. El viaje de regreso bajo la luz moteada de sombra debería haber sido maravilloso, pero la belleza exterior del día ya se había encapotado para todas ellas. En el camino de vuelta, y durante el almuerzo en la casa, Tonia hizo constantes comentarios de doble sentido, y Kate se enojó cada vez más. Dos veces devolvió el golpe, aunque sus palabras perdieron mordacidad debido a su conciencia de culpa. Susannah podía verlo todo escrito en el rostro de Kate: el estallido de ira, la respuesta perfecta en sus ojos, después el control al recordar las razones por las que Tonia estaba tan herida, por qué al menos en un aspecto tenía todo el derecho de atacarla.
La vergüenza, sin embargo, no inmovilizaría su lengua para siempre. Susannah lo supo más allá de toda duda. ¿Lo sabría también Tonia?
Después del almuerzo hubo cosas que hacer: lavar los platos, preparar la cena, ir a buscar leña y cortar un poco. En mitad de la tarde Kate anunció que iría a dar un paseo alrededor de la laguna, preferiblemente sola, para ver las garzas azules.
Susannah se dirigió a Tonia.
– Me gustaría ir otra vez a la playa. ¿Quieres venir conmigo? -Tal vez pudiera convencerla de acabar la pelea.
– Por supuesto -aceptó Tonia-. Es una idea excelente.
Susannah se sintió complacida, y sorprendida. Tal vez el asunto no le resultara tan difícil.
Estaba un poco más frío que el día anterior, pero agradable todavía, y la marea estaba aún más baja, ofreciéndoles así mucho lugar para caminar por la arena, debajo de las rocas.
Tonia sonreía. Sus hombros estaban tensos y caminaba con deliberación y no con soltura. De todas maneras la situación había mejorado sustancialmente si se la comparaba con lo que había sido a la mañana. ¿Tal vez ya se había dado por satisfecha, había dicho todo lo quería decir?
Susannah no podía decidir si debía decirle algo o no. Esa podría ser su única oportunidad. Tres días más de esas amargas indirectas serían insoportables. ¿Cómo podía hablar con Tonia sin traicionarse?
– ¿ Tonia?
– ¿Sí?
Se habían detenido y ambas contemplaban las olas que rompían.
– ¿Tienes que seguir insistiendo en ofender a Kate para hacerla caer en la red? ¿Acaso el asunto tiene tanta importancia?
Tonia se mordió un labio reflexivamente, después miró a Susannah de soslayo.
– ¿Quieres decir que debo olvidar el pasado y pensar sólo en este momento, en el futuro? -le preguntó. Había entrecerrado un poco los ojos, concentrada en la respuesta, con expresión absolutamente hermética.
– No me refería a nada tan general -respondió Susannah, e instantáneamente supo que era mentira, y no una mentira muy buena. Eso había sido exactamente lo que ella había querido decirle. Intentó reparar la situación-. No sólo lo de la ola, también… lo de las zarzas. Sonó como…
No supo cómo terminar.
Tonia sonreía, no con afecto sino burlonamente, como si previera exactamente adonde irían a parar, y le pareciera bien.
– ¿Sí?
– Como si hubieras tratado de provocarla deliberadamente -dijo Susannah, terminando la idea sin ninguna convicción.
– ¿Y por qué se te ocurre que yo querría hacer algo así? -le preguntó Tonia.
Su expresión era absolutamente inocente, pero en ese instante supo con helada certeza que Tonia conocía perfectamente la aventura amorosa de Ralph y Kate, y que estaba decidida a vengarse, lentamente, gota a gota si era necesario. Era algo que se podía leer en sus ojos, un filo duro y brillante, y en su sonrisa.
Susannah contuvo el aliento. ¿Se atrevería a decirlo, abiertamente? En Tonia había algo que la hacía vacilar, un poder, un recuerdo de la época en la que ella había sido su hermana mayor, admirada, obedecida, la que podía dispensarle los elogios más importantes.
– Porque estás dolida por lo de Ralph, y quieres lastimarla -dijo en voz alta. Era una concesión, una verdad a medias.
– ¿Y mi dolor por lo de Ralph hace que yo quiera herir a Kate? -preguntó Tonia-. ¿O estás insinuando que su muerte me ha hecho perder el juicio?
– No, claro que no -protestó Susannah.
– Podría haber sido así -respondió Tonia, con los ojos entrecerrados para protegerse del intenso sol de la tarde que se reflejaba sobre el agua blanca-. Después de todo, que tu esposo sea condenado a cinco años de prisión, sometido a la inmunda vida de ese lugar, forzado a convivir con la lacra más grande de nuestro estado, y finalmente arrinconado por ellos y asesinado como un animal… ¿No crees que eso bastaría para sacar de sus cabales a cualquiera?
¡Ella lo sabía! Fue como una horrible certeza que se retorcía como un cuchillo en la boca del estómago de Susannah. Tonia sabía que había sido ella quien le contó a la policía lo que estaba haciendo Ralph. ¿También sabría que Ralph había intentado seducirla, no porque ella le importara un bledo, ni siquiera porque le resultara atractiva, sino tan sólo para usarla en sus corruptas maniobras? No, probablemente no. Abrió la boca para defenderse, y se dio cuenta de que no había defensa posible. A Tonia no le importaban las razones; todo lo que le importaba eran los hechos. No quería razones, sino que quería dolor a cambio del que ella había sufrido.
Susannah tragó saliva, con la boca seca y las piernas trémulas. Tenía miedo, y estaba furiosa consigo misma por tener miedo. Si se hubiera tratado de otra persona, no de Tonia, podría hacerle frente. No había actuado mal. ¿Qué otra cosa podría haber hecho? ¿Acostarse con Ralph, engañar al banco para que él pudiera usar el dinero para conseguir una banca en el Senado? ¿Eso era lo que Tonia hubiera querido?
Sí, probablemente. Pero Ralph no había amado a Susannah. Era tan arrogante como para creer que una sonrisa suya, un poquito de pasión que pasara por amor, conseguirían que ella hiciera lo que él quería. Después la dejaría de lado y ella quedaría mortificada y herida, demasiado avergonzada para contárselo a alguien.
– Sí -dijo en voz alta, devolviéndole la mirada a Tonia-. Supongo que eso puede bastar para enloquecer a alguna gente… pero tú no eres “alguna gente”. Tú no perderías de vista la realidad. Fue una tragedia que Ralph fuera asesinado. No fue culpa suya, ni tampoco culpa de Kate. Atraparon al asesino, y lo condenaron a muerte.
– Oh, sí -concedió Tonia-. Está muerto. -Por su rostro cruzó una momentánea expresión de intensa satisfacción, casi de júbilo.- ¿Insinué que era culpa de Kate? No quise hacerlo. No, Kate jamás le hubiera hecho daño a Ralph, lo sé muy bien. Y tampoco hubiera querido mandarlo a la cárcel. -Su voz estaba cargada de sentido, su rostro se había endurecido, y el viento hacía volar sus cabellos oscuros.
Estaban a unos veinte metros de la línea adonde llegaba el oleaje, y mientras se encontraban allí otra ola sorpresa se deslizó a toda velocidad sobre la arena hasta detenerse apenas a medio metro de los zapatos de Tonia. Ella la ignoró, como si fuera impermeable a esas cosas. Había algo aterrador en su calma, una sensación de completo control en sus ojos, en su rostro, incluso en la manera en que su cuerpo se inclinaba para resistir el viento.
Susannah estaba tan segura como lo estaba del anochecer de que Tonia se proponía vengarse, según su propio concepto de justicia, de la traición de Kate, y de la de Susannah. Lo podía hacer ahí, lejos de Astoria, donde nadie la vería, y lo haría lenta, cuidadosa y completamente. Lo que Susannah no sabía era cómo.
Tonia le estaba sonriendo, dedicándole una sonrisa cruel, a medias llena de excitación, que finalmente no ocultaba nada. Todo su dolor y su furia estaban concentrados en ella, todo su conocimiento de la historia de Kate con Ralph, y la manera en que se habían reído y se habían amado a sus espaldas, y de que Ralph había cometido el error fatal de intentar la misma treta, aunque sin la emoción, también con Susannah… no por deseo sino para sacar provecho de ella. Sin embargo, ni la seducción ni los halagos habían bastado para que Susannah aceptara la corrupción. Ella lo había entregado, en un gesto que a Ralph finalmente le había costado la vida, y así se lo había robado a Tonia, y también a Kate.
¿Cómo lo haría Tonia? ¿Pondría veneno en la comida, en el agua? ¿La asfixiaría con una almohada mientras dormía, y luego le echaría la culpa a Kate? ¿Alguna clase de accidente, un resbalón en la bañera, tal vez, y moriría ahogada en el agua caliente y espumosa? Una caída en alguna parte, incluso desde el acantilado. Con una caída de tres o cuatro metros sobre las rocas sería suficiente.
¿O en el mar? Algo referido a esas magníficas olas que rompían con aterradora y jubilosa belleza, y con el poder de los miles de kilómetros de océano detrás de ellas, que volvían a succionarlas hacia las profundidades, trayendo con la resaca esas hambrientas e impredecibles olas sorpresa que llegaban mucho más lejos sobre la arena, llevándose con ellas a los desprevenidos, incluso arrancándolos de la tierra firme y seca.
– Tienes el aspecto de alguien que ha sido atrapado con la mano metida en el bote de galletas, Susannah -dijo Tonia con un levísimo matiz irónico-. ¿Tienes miedo de que te manden a la cama sin cenar?
Susannah alzó los brazos y le mostró las manos.
– No he tomado ninguna galleta.
– ¡Oh, sí que lo hiciste, querida mía! Simplemente no pudiste comértelas -respondió Tonia-. Y ahora ya no hay galletas para nadie. Pero regresemos a cenar. Te prometo que tendrás una porción de todo.
Emprendió el regreso por la arena, a buena velocidad, los brazos laxos a los costados y con gracioso andar.
Susannah avanzó a los tropezones detrás de ella, hundiendo los pies en la arena, entorpecida por el miedo, tropezando por la furia que le causaba toda esa injusticia, y llena de una impotencia que le quitaba el aliento, la fuerza, incluso la capacidad de ver claramente y elegir un camino entre las piedras.
La cena fue una pesadilla para Susannah. Tonia estaba encantadora. No paraba de sonreírles a sus dos hermanas, contándoles historias divertidas de los acontecimientos de la sociedad de Astoria a los que ella había asistido y las otras dos no. La comida, que había insistido en preparar ella sola, estaba deliciosa: pescado fresco en una salsa delicada, y vegetales cortados y cocinados hasta el punto justo. También sirvió ella sola, y les alcanzó los platos.
– ¿No tienes hambre? -preguntó solícitamente al ver que Susannah jugaba con su tenedor, pinchando una cosa y otra-. Creí que la caminata por la playa te habría abierto el apetito. Eso me ocurrió a mí -añadió, y empezó a comer con gran gusto.
Kate no tenía idea. Susannah lo supo al ver que también ella empezaba a comer con buen apetito. Tal vez fuera consciente de que Tonia estaba al tanto de su relación amorosa con Ralph, tal vez incluso sabía hasta dónde habían llegado ambos, pero sin embargo no tenía miedo. ¿Estaba ciega acaso? ¿De verdad no entendía en absoluto a Tonia, a pesar de que hacía tanto que se conocían, que habían crecido juntas, y habían seguido en contacto después?
– ¿No te sientes bien? -preguntó con preocupación Tonia, al ver que Susannah seguía jugueteando con la comida en vez de comerla-. ¿Quieres que te prepare otra cosa?
Todo quedó congelado. Increíblemente, Kate no la miraba, pero Tonia sí, con una expresión burlona. Sabía que Susannah tenía miedo, y estaba gozando con ello.
– No… no, gracias -dijo Susannah, tomando la decisión por reflejo, no por reflexión-. Esto está bien. Tan sólo estaba pensando. -Masticó lenta y deliberadamente un bocado de comida.
– ¿Algo interesante? -inquirió Tonia.
Susannah improvisó una rápida mentira. Algo que fuera útil, algo defensivo, o al menos, que sirviera de advertencia.
– Sólo sobre lo que podríamos hacer mañana, si es que hay buen tiempo, por supuesto.
– ¡Ah, el futuro! -dijo Tonia, haciendo rodar las palabras sobre la lengua-. Estaba completamente equivocada. Sabes, me imaginé que estabas pensando en el pasado. Es maravilloso estar aquí, libres con el viento, con mañana, y pasado mañana, y el día siguiente, para hacer lo que se nos antoje… ¿no es así, Susannah?
– Para elegir entre varias opciones, mejor dicho -replicó Susannah.
Tonia pareció sorprenderse.
– ¿Te sientes limitada? ¿Qué es lo que te gustaría hacer y no puedes? ¿Quieres algo en particular? ¿Algo que no puedes tener? -Giró un poco la cabeza.- ¿Y tú, Kate? ¿Hay algo que deseas y no puedes tener?
Kate levantó la vista, perpleja.
– No más que cualquier otra persona. ¿Por qué? -miró a Susannah-. ¿Qué es lo que quieres hacer tú? -le preguntó.
“Irme”, pero no podía decir eso, y tampoco podía hacerlo sin Tonia. Ella tenía el auto, y las llaves del auto. Y en todo caso, si huía, parecería la confesión de su conciencia culpable. No tenía nada de qué sentirse culpable. Ralph era un ladrón que había planeado comprar su acceso al cargo estatal con corrupción. El hecho de que hubiera sido su cuñado no era una disculpa.
– En realidad, me da lo mismo -replicó con torpeza.
– Podríamos trepar al promontorio del cabo -sugirió Tonia-. Cuando baja la marea los estanques de las rocas están llenos de toda clase de cosas… anémonas marinas, erizos, caracoles navaja, estrellas de mar -dijo sonriendo-. Es algo muy hermoso.
Y peligroso, pensó Susannah, mientras se le formaba un puño en el estómago. Un resbalón y una se podía romper una pierna, herirse un brazo con un caracol navaja e incluso, cuando subía la marea, caerse desde esa altura al agua suficientemente profunda y ahogarse. Y en el borde que se internaba en el mar, hasta podía ser arrastrada por una ola.
– Prefiero caminar por la playa -respondió-. O allá arriba, en los bosques, para variar un poco.
Tonia sonrió.
– Lo que prefieras -dijo con callada satisfacción-. ¿Quieres un café? ¿O té, tal vez? Eso sería mejor a la noche. ¿O qué te parece un chocolate caliente? ¿Preparo chocolate caliente para todas?
Se incorporó como si todas hubieran aceptado.
Kate dijo “sí” y Susannah “no” en el mismo momento. Tonia eligió escuchar el “sí”. Susannah volvió a decir “no”, y Tonia la ignoró.
– Te hará bien -le dijo por encima del hombro-. Te ayudará a dormir.
– ¿Qué pasa contigo? -le preguntó Kate-. ¡Cualquiera diría que pretende envenenarte!
La velada transcurrió tan lentamente que cobró proporciones de pesadilla. Se sentaron junto al fuego, una frente a otra, a tomar chocolate después de lavar los platos. El aire se había enfriado considerablemente, y se había levantado viento.
– Creo que tal vez habrá tormenta -comentó Kate con una sonrisa en los labios.
– Oh, sí -coincidió Tonia-. Estoy casi segura de que habrá tormenta.
Se produjeron varios momentos de silencio, sólo roto por el gemido del viento afuera y del golpeteo de una rama de tilo desgajada que cayó sobre el alero.
– A Ralph solían gustarle las tormentas -continuó Tonia.
– ¡No, no le gustaban! -dijo Kate al instante, y luego se mordió la lengua-. ¿Le gustaban? -añadió, demasiado tarde.
Tonia la miró con los ojos muy abiertos, como asombrada.
– Querida, ¿me lo preguntas a mí?
Kate se ruborizó.
– Tal vez entendí mal -dijo sin convicción.
– ¿A quién? ¿A mí o a Ralph? -inquirió Tonia.
– En realidad, no recuerdo. ¡No tiene importancia! -le espetó Kate.
Pero Tonia no había dado por terminado el tema.
– ¿Pensabas en alguna tormenta en particular?
– ¡Ya te lo dije! -Kate estaba furiosa ahora, y se sentía culpable. Susannah advirtió sus ojos llameantes, y estuvo absolutamente segura de que Tonia también los había advertido-. ¡No lo recuerdo! Fue un malentendido.
– ¿Sobre gustos y disgustos? -prosiguió Tonia-. ¿O sobre el odio y el amor? ¿Sobre cómo es posible confundir uno con otro…, te parece?
La miró como si estuviera profundamente interesada, sin ninguna emoción, hasta que una veía que tenía la mano apretada en un puño, y la rígida línea de su espalda.
– Tal vez esa sea la diferencia entre el miedo y la excitación -respondió Kate mirándola con fijeza, enfrentando por fin el desafío.
– ¡Oh, sí! -coincidió Tonia con gran satisfacción-. La excitación, el miedo al peligro, el rugido del trueno y la posibilidad de que te parta un rayo. ¿Confundiste el miedo con amor?
El rostro de Kate estaba de color escarlata.
Susannah estaba sentada con los músculos muy tensos, como si en cualquier momento pudiera producirse la explosión. La temía, pero sabía que ya era inevitable. Ocurriría en algún momento, esa noche, mañana, el día siguiente, pero con toda seguridad sería antes de que regresaran a casa.
– ¿O el amor con miedo? -dijo Kate, respondiendo frontalmente al desafío.
Tonia meneó la cabeza.
– Oh, no -dijo, esbozando una pequeña sonrisa tensa-. Una sabe cuándo es amor, querida. Si alguna vez lo encuentras, entenderás. -Y se puso de pie, les dedicó una sonrisa a cada una por turno, y les deseó las buenas noches. Se dirigió hacia la puerta y agregó-: Que duerman bien -y salió de la habitación.
Kate se volvió hacia Susannah. Pareció a punto de preguntarle algo, pero después se dio cuenta de que no podía permitirse hablar del asunto con ella. No tenía idea de cuánto sabía, ni a quién apoyaría. Respiró hondo y exhaló un suspiro, y pasaron juntas otra media hora espantosa, antes de irse también a la cama.
Susannah demoró mucho tiempo en dormirse, a pesar del consolador sonido del viento y la lluvia que llegaba de afuera. Se despertó con un enorme sobresalto, gritando de miedo.
Tonia estaba sentada en el borde de la cama, con una almohada en las manos. Durante un instante congelado la tensión hizo reaccionar a Susannah, que se sentó con brusquedad, arrojando a un lado las enredadas sábanas para liberar sus piernas y poder defenderse.
Tonia la miró atónita.
– ¡Esa sí que debe haber sido una pesadilla espantosa! -le dijo con un asomo de diversión en el rostro.
– ¿Pe… pesadilla? -tartamudeó Susannah.
– Sí. Estabas gritando en sueños. Por eso vine.
Susannah se dio cuenta de que aún era de noche; la lámpara de la habitación estaba encendida pero se veía todo negro más allá de las cortinas. No podía quitarle los ojos de encima a Tonia para mirar el reloj que tenía sobre la mesa de luz. No había estado soñando, de eso estaba absolutamente segura. Siempre recordaba sus sueños.
– ¿Para qué es esa almohada? -preguntó con voz seca y un poco vacilante. ¿Acababa de evitar por un pelo que la asfixiara mientras dormía?
– La arrojaste al suelo -respondió Tonia.
No lo había hecho. Era una almohada extra. Ella tenía dos en su cama. El corazón le latía locamente, martillándole el pecho, y su pulso volaba. ¿Debía desafiar a Tonia ahora, decírselo en la cara y enfrentarla? ¿Se atrevería? Eso haría que todo fuera irrevocable. ¿Y entonces qué pasaría? ¿Qué quedaría de la relación entre ambas después de eso?
– No, no lo hice -dijo sin aliento-. ¡Tengo las dos mías aquí!
Tonia sonrió, como si eso fuera exactamente lo que ella quería que Susannah dijera.
– Tenías tres, querida. Para sentarte en la cama si deseabas leer. -Soltó una risita seca y cascada.- ¿Creíste que la había traído para asfixiarte con ella? ¿Por qué querría hacer algo así? ¿Has hecho algo malo que yo no sé? ¿Es por eso que no comes bien y te despiertas gritando en medio de la noche?
Se puso de pie, sosteniendo aún la almohada en sus brazos.
– ¡No, por supuesto que no! -exclamó Susannah. Después miró de frente a Tonia-. ¡Tú ya sabes todo lo que hay para saber!
– Sí -aceptó Tonia con suavidad-. ¡Sí… lo sé!
Y aún llevando la almohada, salió del cuarto y cerró la puerta silenciosamente, tan silenciosamente como había entrado.
El desayuno fue horrible. Susannah tenía un espantoso dolor de cabeza, Kate se veía tensa y también parecía incapaz de comer. Sólo Tonia se mostraba implacablemente alegre y en apariencia llena de energía. Cocinó y sirvió, preguntándoles a las otras dos, solícitamente, si habían dormido, si estaban bien, si había alguna otra cosa que pudiera hacer por ellas.
– Te ves destruida -le dijo con energía a Susannah-. Una buena caminata por el cabo te haría sentir mucho mejor. Y también a ti, Kate. Deberíamos ir ahora. Está despejado y la marea está justo en el momento adecuado. Y yo también disfrutaré el paseo. Busquen sus abrigos y vamos.
No las esperó sino que descolgó su propio abrigo del perchero que estaba junto a la puerta y, poniéndoselo encima, salió al exterior ventoso y soleado.
Kate no se decidía.
– ¡Vamos! -las llamó Tonia-. ¡Es una hermosa mañana! Está fresco y limpio, y escucho cantar a un mirlo. El viento viene del mar, y huele de maravillas.
De pronto Susannah se decidió. Enfrentaría el asunto, incluso provocaría la situación si era necesario, pero no pensaba pasar el resto de la jornada, por no hablar del resto de su vida, teniéndole miedo a Tonia y permitiéndole que la manipulara, haciéndola sentirse culpable y obligándola a imaginar locuras cada vez que a ella se le antojara. No era culpa suya que Ralph hubiera tenido una aventura con Kate, ni que hubiera intentado usarla a ella misma. No era culpa suya que Ralph fuera corrupto, ni que la corte lo hubiera encontrado culpable y lo condenara a prisión. ¡Ralph tenía la culpa! Y no era culpa de Susannah que los otros presos lo hubieran matado. Tal vez él no había merecido que le pasara eso, podía ser algo tan trágico e injusto como creía Tonia, pero Susannah no iba a hacerse cargo de la responsabilidad.
Aunque prefería no enfrentarla sola.
– ¡Vamos, Kate! -agregó con decisión-. ¡Este viento fuerte limpiará todo, y nos hará mucho bien!
Kate obedeció, con cierta reticencia, y las tres caminaron lado a lado subiendo la pendiente hasta donde acababa el césped, más allá de las grandes piedras, hasta legar por fin a la delgada medialuna de arena dura que bordeaba el mar. Todas ellas estaban atentas a las grandes olas, y corrían a refugiarse en las piedras cuando una azotaba la playa, logrando evitarlas.
Se dirigieron hacia el rocoso promontorio donde se encontraban las charcas que la marea, al retirarse, dejaba llenas de tesoros. Llegaron al pie del afloramiento rocoso y empezaron a trepar con cuidado, controlando cada uno de sus pasos, Tonia avanzando, después Kate, Susannah cerrando la marcha. Siguieron adelante, internándose en el cabo hasta el sitio donde el promontorio aún ofrecía un espacio adecuado para apoyar los pies. Susannah era la que había quedado más abajo y más próxima a la corriente profunda que pasaba a su lado, arrojando espuma blanca sobre los dientes de las rocas, y retirándose nuevamente, arrastrando arena y piedras y conchillas. Más adelante, más allá de la punta del cabo, cinco filas de olas, una detrás de la otra, avanzaban rugiendo hacia la costa, con las crestas agachadas, haciendo volar espuma y agua, hirviendo hasta cubrir de blanco toda la superficie visible del mar.
Era un momento en que las palabras sobraban, pero Tonia habló.
– Es magnífico, ¿verdad? Elemental, como las grandes pasiones de la vida -dijo.
Kate miró hacia otro lado.
– Supongo que sí -dijo. Miraba hacia la costa, contemplando la curva de la playa y los kilómetros de costa que se extendía, con sus rocas y sus irregulares salientes y promontorios, hasta donde alcanzaba la vista.
– Oh, sí -continuó Tonia-. Yo puedo entender la pasión, incluso cuando el deseo es tan grande que supera a la moral, y una desea tanto algo que simplemente lo toma, aunque pertenezca a otra persona. ¿Tú también lo entiendes, Kate?
Kate se dio vuelta con brusquedad y el viento hizo que el cabello le tapara la cara. Ella lo echó atrás con gesto impaciente. Estaba cerca de Tonia, casi medio metro más abajo que ella.
– ¡Por amor de Dios, acábala con eso! -le gritó-. Ya sabías que Ralph y yo estábamos enamorados. ¡Lo siento! Era tu esposo, y me amaba a mí. ¡Y yo también lo amaba a él! Las dos no podíamos tenerlo. Tú perdiste.
– ¿Las dos? -Tonia se rió, y finalmente perdió el control y su voz se alzó, cobrando un tono enloquecido y salvaje-. ¡Está muerto, Kate! ¡Murió en el baño de una prisión estatal! ¡Fue apuñalado en el vientre, y se desangró hasta morir, allí, tirado en el piso! ¡Sin nadie a su lado! ¡Ni tú, ni yo, ni siquiera la querida Susannah!
Kate se tambaleó como si hubiera perdido el equilibrio.
– ¿Qué quieres decir, qué tiene que ver Susannah? ¡Él no estaba enamorado de ella! ¡Ni siquiera le gustaba!
– ¡Por supuesto que no le gustaba! -le respondió Tonia, a los gritos, con los ojos entrecerrados y los labios tensos, mostrando los dientes-. ¡Pero sabía que era inteligente! Trató de usarla, en el banco. Pero nuestra querida pequeña Susannah no quería ser usada. Quería tenerlo a él, y si no podía, prefería destruirlo. ¡No toma muy bien el rechazo, nuestra hermanita menor! Cuando él le pidió ayuda, y ella quiso que el precio fuera que él se convirtiera en su amante, y él la rechazó, Susannah se vengó. ¡Y fue una venganza perfecta! Lo delató a la policía… reunió todas las pruebas, creó aquellas que faltaran… ¡y lo entrampó! Él no tenía manera de escapar. ¡Pobre Ralph! No tenía idea de lo que los celos y el rechazo podían provocar en ella. ¡Ojalá Susannah se hubiera clavado el cuchillo en su propio cuerpo!
Kate giró sobre sí, casi perdiendo el equilibrio, con el rostro blanco, y los ojos centelleando por la ira. Empezó a bajar hacia donde estaba Susannah, cubriendo los pocos metros que las separaban a los saltos, tropezándose, pero increíblemente sin caerse.
– ¡No lo hice! -aulló Susannah, retrocediendo hacia el borde de las rocas bajo las que rugía el mar-. ¡No fragüé nada! ¡Todo lo que le entregué y le dije a la policía era exactamente lo que él estaba haciendo!
– ¡Lo entregaste! -dijo Kate con incrédula furia-. ¡Tú fuiste quien traicionó a Ralph!
No era una pregunta. Kate ya había oído la certeza en la voz de Tonia, y la culpa en la de Susannah. Se arrojó sobre ella e hizo que ambas llegaran al borde de las rocas. La ola siguiente pasó rugiendo sobre ellas, quitándoles el aliento, fría como el hielo, y las dejó luchando por recobrar el equilibrio en la estrecha cornisa rocosa, a partir de cuyo borde el promontorio caía a pique hasta el mar.
– ¡Yo no lo traicioné! -jadeó Susannah, tratando de sacarse de encima a Kate para poder incorporarse-. ¡Iba a robar dinero para financiar su candidatura para el Senado! Yo se lo impedí. ¡Maldición, déjame salir de acá! ¡Ralph las estaba engañando a las dos! ¡Era corrupto como el demonio!
Kate la golpeó con fuerza en la cara, enviándola de nuevo a la cornisa de roca.
– ¡Tú lo mataste! -gritó con un aullido de angustia-. ¡Él me amaba a mí! ¡Yo podría haberle impedido que hiciera eso! ¡Si hubieras acudido a mí, yo lo hubiera salvado! -sollozaba mientras los recuerdos, los sueños destrozados y una insoportable soledad la invadían-. ¡Yo lo amaba! Yo podría…
– ¡Ya sé que lo amabas! -Susannah se llevó una mano a su cara dolorida y gateó de costado hacia el lugar donde la cornisa se ensanchaba-.¡Pero él no amaba a nadie, ni a ti ni a Tonia ni a nadie en absoluto! ¡Kate, el hombre que amabas nunca existió!
– ¡Sí existió! Podría haber…
– Podría… ¡pero no lo hizo! ¡Eligió no hacerlo!
– ¡No eligió nada! -gritó Tonia, bajando hacia donde estaban ellas-. No es cierto, Kate. ¡Ella se aprovechó de él! ¡Lo mató! ¡Sigue adelante!
Kate vaciló. Podía empujar a Susannah del borde, y caería al agua.
– ¡No te detengas! -gritó Tonia-. ¡Ella mató a Ralph! ¡Lo traicionó, lo envió a ese lugar inmundo para que lo mataran! ¡En el baño! ¡A Ralph… al hermoso, feliz, mágico Ralph! ¡Susannah lo destruyó! -Ahora estaba detrás de Kate, a medio metro de distancia apenas.
Susannah podía oír las olas que rompían detrás de ellas, después el sonido que hacían al aplastarse contra las piedras, mientras caían y se retiraban. ¿Cuántas olas habían pasado desde que ella estaba encogida en ese lugar? ¿Tres, cuatro, cinco?
Kate se volvió, dejando de mirar a Tonia para verle la cara a Susannah y luego otra vez a Tonia.
– ¡Hazlo! -volvió a gritarle Tonia-. ¡Si amabas a Ralph, hazlo ahora! ¡Ella te lo arrebató! Él no la quiso, y entonces ella lo destruyó todo.
– ¡Él no quería a ninguna de nosotras! -gritó Susannah con desesperación-. ¡Sólo quería el Senado… el poder y el dinero!
Kate volvió a enfrentar a Susannah y dio otro paso hacia ella, mientras el viento azotaba su piel, con los ojos desorbitados.
Susannah miró a Tonia, que se encontraba justo detrás de Kate, con el odio pintado en la cara.
– ¿No tienes el coraje de hacerlo tú misma? -le gritó-. ¡No es raro que Ralph haya preferido a Kate! ¡Al menos ella tenía sus propias pasiones, no pasiones prestadas! ¡Cobarde!
Estaba en cuclillas ahora, en equilibrio.
Tonia esbozó una mueca de furia y se lazó hacia adelante, empujando a un lado a Kate, quien resbaló y perdió el equilibrio, aferrándose a un arbusto para no caer.
Susannah se movió hacia un lado, doblándose un tobillo y cayendo en el momento en que Tonia aterrizó cerca de ella. Estaban una al lado de la otra, separadas por medio metro de distancia. Susannah empezó a gatear otra vez, ascendiendo la pendiente, sintiendo un dolor agudo en el tobillo.
– ¡Muy bien! -gritó Tonia con hiriente desprecio-. ¡Aléjate en cuatro patas! ¿Crees que no puedo atraparte?
Y la siguió, lentamente, para alargar la situación.
Susannah oyó la ola antes de verla, más grande, más densa que las otras, la ola sorpresa que traía en su interior todo el poder del océano.
– ¡La ola! -gritó como advertencia. No quería prevenirla a Tonia, pero las palabras brotaron de su boca sin darle tiempo a pensar-. ¡Cuidado!
Tonia se rió. No le creía.
– ¡Cuidado! -volvió a gritarle Susannah.
La ola rompió, alta y blanca, azotando las rocas con un rugido ensordecedor. Sólo llegó hasta las rodillas de Tonia, pero tenía tanta fuerza que la arrastró y la zambulló dentro de su hirviente caldero.
Kate estaba empapada, pero seguía aferrada al arbusto, jadeante. Susannah quedó momentáneamente cegada, con las ropas empapadas por las salpicaduras. Se sacó el pelo húmedo de los ojos para ver cómo Tonia se debatía, agitando brazos y piernas, y después fue engullida, convertida tan sólo en una masa oscura en el corazón de la ola que se retiraba una vez más con violencia hacia el océano, replegándose en la profundidad de las aguas.
Kate sollozaba mientras intentaba ponerse de pie, con el rostro ceniciento.
– No puedes hacer nada -dijo Susannah con suavidad-. Será mejor que trepemos hasta un lugar más alto, vendrá otra ola, siempre es así.
– ¿Le dijiste… le dijiste a la policía lo de Ralph? -tartamudeó Kate.
– Sí -dijo ella, mirando a los ojos a su hermana-. Era un ladrón, e iba a ser un senador corrupto. ¿Crees que le ayudaría a lograrlo?
– ¿Pero y qué pasó… entre… él y tú…?
– Un engaño más -le dijo Susannah-. ¿No se te ha ocurrió que si él podía engañarla a Tonia contigo, también te engañaría a ti conmigo… o con cualquier otra que hubiera sido útil a su causa?
Kate quedó apabullada ante esa idea.
Susannah le tendió la mano.
– Vamos. Debemos ir más arriba, por encima de las olas, por si viene otra grande.
Kate se aferró a ella.
– Pero… ¿y Tonia?
– Un accidente -respondió Susannah-. Las olas sorpresa se llevan personas todos los años. Supongo que no basta con salir bien parada la mayoría de las veces, porque es la debilidad en la que no reparaste la que finalmente te destruye.
Kate se cubrió el rostro con las manos.
– ¡Quería que yo te matara a ti!
– Lo sé -dijo Susannah, rodeándola con un brazo-. Vamos.