Capítulo IV



El misterio de Hunter's Lodge

Al fin y al cabo —murmuró Poirot— es posible que no muera esta vez.

Viendo el comentario de un convaleciente, me pareció una muestra de optimismo beneficioso. Yo ya la había pasado, y Poirot la sufrió también. Ahora hallábase sentado en la cama, recostado sobre una serie de almohadas, con la cabeza envuelta en un chal de lana, y sorbiendo lentamente una tisane particularmente nociva que yo había preparado siguiendo sus indicaciones. Su mirada se posó complacida sobre una hilera de botellas cuidadosamente ordenadas que había en la repisa de la chimenea.

—Sí, sí —continuó mi amigo—. Una vez más volveré a ser yo, el gran Hércules Poirot, el terror de los malhechores. Imagínese, mon ami, que me dedican un párrafo en los Comentarios Sociales. Pues sí. Aquí está: «¡Salgan todos los criminales sin temor! Hércules Poirot... y créanme, es un un Hércules el detective favorito de la sociedad que no podrá detenerles. ¿Por qué? Pues porque se halla prisionero de la gripe.»

Me reí.

—Bien, Poirot. Se está convirtiendo en un personaje célebre. Y afortunadamente no ha perdido nada de especial interés durante este tiempo.

—Es cierto. Los pocos casos que he tenido que rechazar no me han causado la menor pena.

Nuestra patrona asomó la cabeza por la puerta.

—Abajo hay un caballero que desea ver a monsieur Poirot, o a usted, capitán. Viendo que está muy apurado... y que es todo un caballero... he subido su tarjeta.

Me la entregó.

—Roger Havering —leí.

Poirot me indicó con la cabeza la librería y obediente fui a coger el libro «¿Quién es quién?». Poirot lo tomó de mis mano y empezó a volver sus páginas a toda prisa.

—Segundo hijo del quinto barón de Windsor. Casó en mil novecientos tres con Zoe, cuarta hija de William Grabb.

—¡Hum! —dije yo—. Me parece que es la muchacha que solía actuar en el Frivolidad.... sólo que se hacía llamar Ze Carrisbrook. Recuerdo que contrajo matrimonio con un joven de la ciudad poco antes de la guerra.

—¿Le gustaría bajar y ver qué es lo que le ocurre a ese caballero, Hastings? Preséntele todas mis excusas.

Roger Havering era un hombre de unos cuarenta años, de buena presencia y elegante. Su rostro expresaba una gran agitación.

—¿Capitán Hastings? Tengo entendido que es usted el compañero de monsieur Poirot. Es del todo preciso que venga hoy mismo a Derbyshire.

—Me temo que eso sea imposible —repliqué—, Poirot está enfermo... tiene gripe.

Su rostro se ensombreció.

—Dios mío, eso es un gran golpe para mí.

—¿Tenía que consultar acerca de algún asunto serio?

—¡Santo Dios, ya lo creo! Mi tío, el mejor amigo que tenía en el mundo, fue encontrado asesinado la noche pasada.

—¿Aquí en Londres?

No, en Derbyshire. Yo me hallaba en la ciudad y esta mañana recibí un telegrama de mi esposa. Inmediatamente decidí venir a ver a monsieur Poirot para rogarle que se ocupe de este caso.

—¿Quiere perdonarme un momento? —le dije iluminado por una idea repentina.

Subí la escalera a toda prisa y en pocas palabras puse a Poirot al corriente de la situación.

—Ya, ya. Quiere ir usted, ¿no es cierto? Bien, ¿por qué no? Ahora ya debiera conocer mis métodos. Sólo le pido que me informe a diario y siga al pie de la letra todas mis instrucciones.

Me avine a ello gustoso.

Una hora más tarde me encontraba sentado frente al señor Hovering en un departamento de primera clase de los veloces ferrocarriles Midland, alejándose de Londres.—Para empezar, capitán Hastings, debe usted comprender que Hunter's Lodge, a donde nos dirigimos y donde tuvo lugar la tragedia, es sólo un pequeño terreno de caza situado en el corazón de los páramos de Derbyshire. Nuestra verdadera casa está cerca de Newmarket, y solemos alquilar un piso en la ciudad durante la temporada de invierno. Hunter's Lodge lo regenta un ama de llaves que prepara todo lo que necesitamos cuando se nos ocurre ir a pasar allí un fin de semana. Claro que durante la temporada de caza nos llevamos algunos criados de Newmarket. Mi tío, el señor Harrington Pace (como tal vez usted ya sepa, mi madre era de los Pace de Nueva York), vivía con nosotros desde hace tres años. Nunca se llevó bien con mi padre ni con mi hermano mayor, y supongo que por ser yo algo así como el hijo pródigo hizo que esto aumentase el afecto hacia mí en vez de disminuirlo. Claro que soy un hombre pobre, y mi tío era muy rico... en otras palabras: ¡él era quien pagaba! Pero, aun siendo exigente en muchos aspectos, no resultaba difícil de tratar, y los tres vivíamos en feliz armonía. Hace un par de días mi tío, bastante disgustado por algunas juerguecitas recientes que nos corrimos en Nueva York, sugirió que viniéramos a Derbyshire a pasar un par de días. Mi esposa telegrafió a la señora Middleton, el ama de llaves, y nos vinimos la misma tarde. Ayer noche me vi obligado a volver a la ciudad, pero mi esposa y mi tío se quedaron. Esta mañana recibí este telegrama. —Me lo entregó.


«Ven en seguida. Tío Harrington ha sido asesinado anoche. Trae un buen detective si puedes, pero ven. — Zoe.»


—Entonces, ¿no conoce usted más detalles?

—No, supongo que vendrán en unos periódicos de la noche. Sin duda alguna se habrá hecho cargo la policía.

Eran casi las tres de la tarde cuando nos apeamos en la pequeña estación de Elmers Dale. Después de recorrer cinco millas en coche llegamos a un edificio de piedra gris muy pequeño, situado en un páramo desolado.

—Un lugar muy solitario —observé con un estremecimiento.

Havering asintió.

—Intentaré deshacerme de él. No podría volver a vivir aquí.

Abrimos la verja y caminamos por el estrecho sendero hacia la puerta de roble, cuando una figura familiar salió a nuestro encuentro.

—¡Japp! —exclamé.

El inspector de Scotland Yard me saludó amistosamente antes de dirigirse al señor Havering.

—¿El señor Havering? Me han enviado de Londres para encargarme de este caso y desearía hablar con usted si me lo permite.

—Mi esposa...

—He visto ya a su esposa... y al ama de llaves. No le entretendré más que un momento, pues deseo regresar al pueblo lo antes posible ahora que he visto todo lo que podía ver aquí.

—Todavía no sé nada que...

—Exactamente —dijo Japp tranquilizándolo—. Pero hay una o dos cosillas sobre las que desearía conocer su opinión. El capitán Hastings me conoce e irá a la casa a decirles que usted ha llegado. A propósito, ¿qué ha hecho usted del hombrecillo, capitán Hastings?

—Aún sigue en cama, con gripe.

—¿Sí? Lo siento. Le debe resultar a usted extraño estar aquí, sin él, ¿verdad? Como un barco sin timón.

Y tras oír aquella broma de mal gusto me fui hacia la casa. Hice sonar el timbre, ya que Japp había cerrado la puerta tras él. Al cabo de algunos instantes me fue abierta por una mujer de mediana edad, vestida de negro.

—El señor Havering llegará dentro de unos momentos —expliqué—. Se ha quedado hablando con el inspector. Yo he venido con él desde Londres para investigar este caso. Tal vez usted pueda contarme brevemente lo ocurrido anoche.

—Pase usted, señor. —Cerró la puerta y me encontré en un recibidor escasamente iluminado—. Fue después de cenar cuando llegó ese hombre. Preguntó por el señor Pace, señor, y al ver que hablaba igual que él pensé que sería un amigo americano del señor, y le hice pasar al cuarto de armas, y luego fui a avisar al señor Pace. No me dijo su nombre, lo cual es bastante extraño ahora que lo pienso. Al decírselo al señor Pace pareció bastante intrigado, pero dijo a la señora: «Perdóname, Zoe, iré a ver lo que quiere ese individuo.» Fue al cuarto de armas y yo volví a la cocina, pero al cabo de un rato oí voces como si discutieran y salí al recibidor, al mismo tiempo que salía la señora. Entonces oímos un disparo y luego un terrible silencio. Corrimos hasta el cuarto de armas, pero la puerta estaba cerrada y tuvimos que dar la vuelta para entrar por la ventana. Estaba abierta y dentro el señor Pace bañado en sangre.

—Y ¿qué fue de aquel hombre?

—Debió de marcharse por la ventana, antes de que nosotras llegáramos.

—¿Y luego?

—La señora Havering me envió a avisar a la policía. Tuve que andar cinco millas. Vinieron conmigo y el comisario se ha quedado aquí toda la noche, y esta mañana ha llegado la policía de Londres.

—¿Qué aspecto tenía el hombre que vino a ver al señor Pace?

El ama de llaves reflexionó.

—Llevaba barba, era moreno, de mediana edad, y usaba abrigo claro. Y aparte de su acento americano no me fijé en otros detalles.

—Ya. ¿Ahora podría ver a la señora Havering?

—Está arriba, señor. ¿Quiere que la avise?

—Si me hace el favor... Dígale que el señor Havering está fuera con el inspector Japp, y que el caballero que ha venido con él desde Londres está deseoso de hablar con ella lo antes posible.

—Muy bien, señor. Me sentía impaciente por conocer todos los hechos. Japp me llevaba dos o tres horas de ventaja, y su prisa por marchar me hizo apresurarme.

La señora Havering no me hizo aguardar mucho. A los pocos minutos oí pasos en la escalera y al alzar los ojos vi a una joven muy hermosa que se dirigía hacia mí. Llevaba un vestido color rojo llama, que realzaba la esbeltez de su figura, y tocaba sus cabellos negros con un sombrerito de cuero del mismo color. Incluso la reciente tragedia no había podido empañar en modo alguno su vigorosa personalidad.

Me presenté y ella inclinó la cabeza en señal de asentimiento.

—Claro que he oído hablar de usted y de su colega monsieur Poirot. Juntos han realizado ustedes cosa maravillosas, ¿no es cierto? Mi esposo ha sido muy inteligente en acudir a usted tan pronto. Ahora, ¿quiere interrogarme? ¿No es el medio más sencillo para saber todo lo que desee con respecto a ese doloroso asunto?

—Gracias, señora Havering. Dígame, ¿a qué hora llegó ese individuo?

—Debió de ser poco antes de las nueve. Habíamos terminado de cenar y estábamos tomando el café.

—¿Su esposo se había marchado ya a Londres?

—Sí, se fue en el tren de las seis quince.

—¿Fue en coche hasta la estación o andando?

—Nuestro coche no está aquí. Vino a recogerle uno del garaje de Elmer's Dale con tiempo para ir al tren.—¿El señor Pace estaba como de costumbre?

—Desde luego. Normal en todos los aspectos.

—¿Ahora podría describirme al visitante?

—Me temo que no. Yo no le vi. La señora Middleton le hizo pasar al cuarto de armas y luego fue a avisar a mi tío.

—¿Qué dijo su tío?

—Pareció bastante contrariado, pero acudió en seguida. Unos cinco minutos más tarde oí voces airadas. Salí corriendo al recibidor y casi tropecé con la señora Middleton. Luego oímos el disparo. La puerta del cuarto de armas estaba cerrada por dentro y tuvimos que ir a dar la vuelta y entrar por el ventanal. Claro que eso nos llevó algún tiempo, y el asesino pudo escapar. Mi pobre tío... —su voz tembló— había recibido un balazo en la cabeza. Vi en el acto que estaba muerto y envié a la señora Middleton a dar parte a la policía. Tuve gran cuidado de no tocar nada de la habitación y dejarlo todo tal como lo encontramos.

Hice un gesto de aprobación.

—¿Y. el arma?

—Pues puedo hacer una sugerencia, capitán Hastings. Mi esposo tenía dos revólveres cargados adornando la pared, y falta uno de ellos. Se lo hice observar a la policía y se llevaron el otro. Cuando le hayan extraído la bala supongo que lo sabrán con certeza.

—¿Puedo ir al cuarto de armas?

—Desde luego. La policía ya lo registró y el cadáver ha sido retirado.

Me acompañó al escenario del crimen. En aquel momento Havering entró en el recibidor, y con una breve disculpa su esposa corrió hacia él. Yo quedé solo para llevar a cabo, por el camino más conveniente, mis investigaciones.

Debo confesar que fueron bastante descorazonadoras. En las novelas policíacas abundan las pistas, pero yo no pude descubrir nada extraordinario, excepto la gran mancha de sangre que había en la alfombra donde debió caer el cadáver. Lo examiné todo con sumo cuidado y saqué un par de fotografías de la habitación con mi pequeña cámara. También examiné el suelo en la parte exterior del ventanal, pero aparecía tan lleno de pisadas que juzgué inútil perder el tiempo queriendo sacar algo en claro... No, había visto todo lo que en Hunter's Lodge tenía que ver. Debía regresar a Elmer's Dale y ponerme en contacto con Japp. De modo que, despidiéndome de los Havering, partí en el automóvil que nos había traído desde la estación.

Encontré a Japp en Marlock Arms y me acompañó a ver el cadáver. Harrington Pace era un hombrecillo menudo, bien rasurado, y de aspecto típicamente americano. Le habían disparado por la parte posterior de la cabeza y a corta distancia.

—Se volvería un momento —observó Japp—, y el criminal cogería el revólver y dispararía. El que nos entregó la señora Havering estaba cargado y supongo que el otro también. Es curiosa la serie de tonterías que comete la gente. ¡Mire que tener un par de revólveres cargados colgados de la pared!

—¿Qué opina usted de este caso? —pregunté cuando Japp hubo terminado.—Pues de momento no pierdo de vista a Havering. ¡Oh... sí! —exclamó al ver mi expresión de asombro—. Havering tuvo un par de incidentes sospechosos en su pasado. Cuando era estudiante en Oxford hubo cierto extraño asunto referente a la firma de uno de los cheques de su padre. Claro que se echó tierra encima. Luego, ahora tiene bastantes deudas, y son de la clase que ni le gustaría presentar ante su tío, y en tanto que es casi seguro que el testamento de éste será a su favor. Sí, no le pierdo de vista, y por eso deseaba hablar con él antes de que él viera a su esposa, mas sus declaraciones han resultado ciertas, y he estado en la estación y no cabe duda de que se marchó en el tren de las seis quince. De modo que llegaría a Londres a las diez treinta. Dice que fue directamente a su club, cosa que también se ha confirmado. Por lo tanto, no pudo haber disparado un tiro a su tío y llevando una barba negra.

—Ah, sí, iba a preguntarle qué opina usted de esa barba...

—Creo que creció muy de prisa... durante las cinco millas que separan Elmer's Dale de Hunter's Dodge. La mayoría de americanos que he conocido van muy bien afeitados. Sí, entre las relaciones americanas del señor Pace hemos de buscar al asesino. Primero interrogué al ama de llaves y luego a la señora, y sus historias coinciden, aunque lamento que la señora Havering no viera a ese individuo. Es una mujer inteligente, y hubiera podido observar alguna cosa de particular que nos pusiera sobre su pista. Tomando asiento escribí una extensa referencia de los acontecimientos a Poirot, y antes de echar la carta al correo pude agregar varios detalles más.

La bala había sido extraída, comprobándose que fue disparada con un revólver idéntico al que obraba en poder de la policía. Todos los movimientos del señor Havering durante la noche en cuestión habían sido comprobados y no cabía la menor duda de que había llegado a Londres en el tren indicado. Y por último había ocurrido un suceso sensacional. Un ciudadano que vivía en Ealing, al cruzar Haven Green para dirigirse aquella mañana a la estación del ferrocarril del distrito, había encontrado entre los raíles un paquete envuelto en papel castaño. Al abrirlo descubrió que contenía un revólver. Hizo entrega de su hallazgo a la policía local, y antes de la noche se comprobó que era el que andaba buscando.... el compañero del que nos había entregado la señora Havering. Había sido disparada una de sus balas.

Todo esto fui agregando a mi informe. A la mañana siguiente, mientras desayunaba, llegó un telegrama de Poirot:


«Claro que el hombre de la barba negra no era Havering, semejante idea sólo pudo habérsele ocurrido a usted o a Japp. Telegrafíeme la descripción del ama de llaves y las ropas que vestía esta mañana, así como las de la señora Havering. No pierda el tiempo tomando fotografías interiores, que no salen bien ni son artísticas.»


Me pareció que el estilo de Poirot era innecesariamente dichoso. También tuve la impresión de que sentía celos de mi posición en aquel caso y de la serie de facilidades que se me ofrecían para solucionarlo. Su petición de que le describiera las ropas de las dos mujeres me pareció sencillamente ridícula, pero lo hice tan bien como supe.

A las once recibí el telegrama de respuesta de Poirot:


«Diga a Japp que detenga al ama de llaves antes de que sea demasiado tarde.»


Confundido, llevé el telegrama a Japp, que lanzó un juramento.

—¡Ese monsieur Poirot es el mismísimo diablo! Cuando él lo dice es porque hay algo. Y yo apenas me fijé en esa mujer. No sé si podré llegar a arrestarla, pero haré que la vigilen. Iremos allí en seguida y le echaremos un vistazo.

Pero fue demasiado tarde. La señora Middleton, aquella mujer reposada, de mediana edad, de aspecto normal y respetable, se había desvanecido en el aire, dejando su maleta, que contenía sólo ropa de uso ordinario. No había la menor pista acerca de su identidad o su paradero.

De la señora Havering conseguimos los datos siguientes:

—La contraté hará cosa de tres semanas, cuando se marchó nuestra anterior ama de llaves, la señora Emery. Me la proporcionó la Agencia Selbourne, de Mount Street. Todos mis criados me los proporcionaron allí. Me enviaron varias mujeres, pero la señora Middleton me pareció la mejor y tenía muy buenos informes. La admití en seguida y se lo notifiqué a la Agencia. No puedo creer nada malo de ella. ¡Es una mujer tan agradable!

Todo aquello era un verdadero misterio. Por un lado resultaba evidente que aquella mujer no pudo cometer el crimen, puesto que en el momento en que sonó el disparo estaba con la señora Havering en el recibidor, y no obstante debía tener alguna relación con aquél. ¿O de otro modo por qué habría de haberse marchado con tantas prisas?

Telegrafié estos últimos acontecimientos a Poirot, sugiriendo al mismo tiempo mi regreso a Londres para hacer las averiguaciones pertinentes en la Agencia Selbourne.

La respuesta de Poirot no se hizo esperar.


«Inútil preguntar a la Agencia. Allí no habrán oído hablar de ella. Averigüe qué vehículo la condujo a Hunter's Lodge la primera vez que fue allí.»


Aunque desconcertado, obedecí. Los medios de transporte de Elmer's Dale eran limitados. El garaje local tenía dos «Ford» desvencijados y dos paradas de coches de caballos. Ninguno de estos vehículos había sido alquilado la fecha en cuestión. Al interrogar a la señora Havering replicó que le había pagado el billete para Derbyshire y entregado el dinero suficiente para alquilar un taxi o un coche de punto hasta Hunter's Lodge. Siempre había uno de los «Ford» en la estación por si alguien requería sus servicios. Considerando que allí nadie había observado la llegada de un extraño, con barba negra o sin ella, la noche fatal, todo parecía señalar que el asesino había llegado en un automóvil que quedó esperando por las cercanías para ayudarle a escapar, y que el mismo automóvil había llevado a la misteriosa ama de llaves hasta su nuevo empleo. Debo hacer constar que las averiguaciones hechas en la Agencia de Londres resultaron según los pronósticos de Poirot. En sus libros no constaba ninguna «señora Middleton». Habían recibido la solicitud de la señora Havering para que le buscasen una ama de llaves, y le enviaron varias aspirantes. Cuando ella les avisó de que ya había admitido una, se olvidó de hacer constar el nombre de la escogida.

Un tanto desanimado, regresé a Londres. Encontré a Poirot instalado en una butaca junto al fuego y con un batín de seda deslumbrador. Me saludó con gran afecto.

mon ami, Hastings! ¡Cuánto celebro verle! La verdad es que siento un gran afecto por usted! ¿Se ha divertido? ¿Ha ido de acá para allá con Japp? ¿Ha interrogado e investigado a su satisfacción?

—Poirot —exclamé—. ¡Este caso es un misterio! Nunca podrá resolverse.

—Es cierto que no vamos a cubrirnos de gloria con él.—No, desde luego. Es un hueso bastante duro de roer.

—¡Oh, hasta ahora no he encontrado ninguno demasiado duro! Soy un buen roedor. No es eso lo que me preocupa. Sé perfectamente quién asesinó a Harrington Pace.

—¿Lo sabe? ¿Cómo lo ha averiguado?

—Sus iluminadas respuestas a mis telegramas me han proporcionado la verdad. Mire, Hastings, examinemos los hechos metódicamente y con orden. El señor Harrington Pace es un hombre de fortuna considerable que a su muerte irá a parar a manos de su sobrino. Punto número uno. Se sabe que su sobrino se encuentra en una situación apurada. Punto número dos. Se sabe también que su sobrino es... digamos un hombre de pocos escrúpulos. Punto número tres.

—Pero se ha probado que Roger Havering estaba en el tren que le llevaba a Londres.

Précisement.... y por lo tanto, puesto que el señor Havering abandonó Elmer's Dale a las seis quince, y en vista de que el señor Pace no había sido asesinado antes de que él se marchase, ya que el médico hubiera dicho que la hora del crimen estaba equivocada, al examinar el cadáver, sacamos la consecuencia de que el señor Havering no mató a su tío. Pero queda la señora Havering, querido Hastings.

—¡Imposible! El ama de llaves estaba con ella cuando se oyó el disparo.

—Ah, sí, el ama de llaves. Pero ha desaparecido.

—Ya la encontraremos.—Creo que no. Hay algo extraño en esa mujer, ¿no le parece así también a usted, Hastings? Me llamó la atención en seguida.

—Supongo que representó su papel y luego se marchó sin pérdida de tiempo.

—Y, ¿cuál es su papel?

—Pues admitir la presencia de su cómplice, el hombre de la barba negra.

—¡Oh, no, eso no era su papel! Sino el proporcionar una coartada a la señora Havering en el momento en que se oyó el disparo. ¡Y nadie logrará encontrarla, mon ami, porque no existe! «No existe tal persona», como dice su gran Shakespeare.

—Fue Dickens —murmuré, incapaz de reprimir una sonrisa—. ¿Qué quiere usted decir, Poirot? No le entiendo.

—Quiero decir que Zoe Havering fue actriz antes de casarse, y que usted y Japp sólo vieron el ama de llaves en el recibidor poco alumbrado.... una figura vestida de negro, de voz apagada, y por último, que ni usted, ni Japp, ni la policía local, a quien fue a buscar la señora Middleton, vieron juntas al ama de llaves y su señora. Fue un juego de niños para esa mujer osada e inteligente. Con el pretexto de avisar a su señora, sube la escalera, se viste un traje llamativo y un sombrero con rizos oscuros que coloca sobre los grises para lograr la transformación. Unos toquecitos más y el maquillaje renovado, y la deslumbrante Zoe Havering baja de nuevo con su voz clara y bien timbrada. Nadie se fija en el ama de llaves. ¿Por qué iban a fijarse? No hay por qué relacionarla con el crimen. Ella también tiene su coartada.

—Pero, ¿y el revólver encontrado en Ealing? La señora Havering no pudo dejarlo allí...

—No, fue cosa de Roger Havering.... pero fue un error por su parte que me puso sobre la verdadera pista. Un hombre que ha cometido un crimen con un revólver encontrado en el lugar del homicidio lo arroja en seguida y no lo lleva consigo a Londres. No, su intención es evidente. El criminal deseaba concentrar el interés de la policía en un punto alejado de Derbyshire. Claro que el revólver encontrado en Ealing no era el que disparó la bala que mató al señor Pace. Roger Havering, después de hacerlo disparar a su vez, lo llevó a Londres. Luego fue directamente a su club para establecer su coartada, y después a Ealing (sólo se tarda veinte minutos), dejó el paquete en el lugar donde fue encontrado y regresó a la ciudad. Esa encantadora criatura, su esposa, dispara tranquilamente contra el señor Pace después de la cena... ¿Recuerda que le dispararon por detrás? ¡Otro detalle significativo...! Vuelve a cargar el revólver, lo coloca de nuevo en su sitio y luego, con la mayor astucia, representa su comedia.

—Es increíble —murmuré fascinado—, y sin embargo...

—Y sin embargo es cierto. Bien sur, amigo mío, es cierto. Pero el entregar esa preciosa pareja a la justicia es otra cosa. Bien, Japp hará todo lo que pueda... le he escrito dándole cuenta detallada de todo.... pero mucho me temo, Hastings, que nos veremos obligados a dejarles en manos del destino, o le bon Dieu, lo que prefiera.

—Todos los pillos tienen suerte —le recordé.

—Sí, pero siempre a un precio, Hastings, croyez-moi!

Las palabras de Poirot se confirmaron. Japp, aunque convencido de la verdad de su teoría, no pudo reunir las pruebas necesarias para hacerlas confesar.

La enorme fortuna del señor Pace pasó a manos de sus asesinos. Sin embargo, la mano de Dios cayó sobre ellos, y cuando leí en los periódicos que los honorables señores Havering se encontraban entre las víctimas de la catástrofe ocurrida al Air Mail que se dirigía a París, supe que la Justicia quedaba satisfecha.

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