CAPÍTULO 8 . SE HA ELEGIDO UN NUEVO GUIADOR

Kizu recibió una llamada de Ikúo, contándole éste que había regresado a Tokio desde la altiplanicie de Nasu, donde -por cierto- ya era pleno invierno en las montañas; y que luego se había quedado a dormir en la oficina…

Tokio pasaba aún por unos días de veranillo remanente en pleno otoño, pero ya desde el día siguiente amagó de pronto el invierno. Durante una semana se sucedieron los días fríos, y una mañana que incluso se presentía la nieve, Tachibana -quien por ciertas circunstancias había adelantado sobre lo previsto su cese en la biblioteca, y trabajaba ahora en la oficina de Patrón- llamó a Kizu para decirle que esa misma tarde Patrón iba a ir a visitar a Guiador y… ¿Sería tan amable de querer acompañarlo?

Kizu ya incluso había oído que Guiador había escapado del peligro inmediato de muerte, pero que las probabilidades de que recobrara el conocimiento eran escasas. Por lo demás, desde los últimos sucesos, éste era el día en que aún Kizu no se había visto con Patrón. También pudo saber por Ikúo -el cual ahora se ocupaba diligentemente de mantener los contactos telefónicos- que Patrón había caído en picado, y se mantenía recluido por lo general en su estudio-dormitorio. Como el rebrote de la hemorragia cerebral le había sobrevenido a Guiador tras un interrogatorio improvisado, al que lo sometieran ciertos miembros de la facción radical, el suceso en sí tenía obviamente sus raíces en el Salto Mortal. Era pues natural que Patrón se sintiera responsable. Con ocasión de estos recientes acontecimientos, los medios de comunicación concentraron de nuevo su atención en los sucesos de diez años antes, donde estaban implicados Patrón y Guiador.

Kizu se encaminó hacia el hospital del distrito de Ogikubo que Tachi-bana le había indicado; y una vez allí, ante la centralita de las enfermeras de la sección de cirugía cerebral, vio a Patrón allí solo, esperándolo. Patrón llevaba un cuello alto abotonado, cual un sirviente en un drama de Chejov. Contra lo esperado, ni siquiera le concedió una pausa a Kizu para saludar, sino que se echó a andar, tomándole la delantera. Visto desde atrás, se le notaba cargado de hombros por sus excesivas carnes: un cuerpo rechoncho y bajo que andaba con paso apresurado, indicando el camino hacia la habitación del enfermo. Patrón le iba contando a Kizu su preocupación ante el hecho de que los trámites de ingreso en ese hospital habían sido más simples que en el anterior hospital de Shinjuku; y que aquí la seguridad era tan precaria como podía verse. Patrón y Kizu entraron por fin en la habitación que Guiador compartía con otros cinco enfermos graves. Una vez allí, Kizu se imaginó vagamente que una habitación de enfermos terminales, que -como él- tenían su final anunciado, debía ser menos ruidosa que ésa, en términos generales.

En el extremo derecho de la habitación yacía Guiador en su cama, la cabeza vendada, y dos enfermeras, atendiéndole afanosamente por ambos lados, procuraban extraerle flema de la incisión que se le había practicado en la garganta, pero -al parecer- sin éxito. La que dirigía la cura de entre ellas dos le hablaba al inconsciente Guiador, mientras se dedicaba a rein-tentar su maniobra, controlando la conexión del tubo de plástico con la máquina succionadora. De nuevo se oyó iniciarse un fuerte ruido de succión, originándole penosas convulsiones al enfermo, a una con su respiración sofocada. Patrón torció el cuello para desviar su mirada afuera a través de la ventana. También Kizu miró hacia las pesadas nubes que ocupaban el cielo. Sin duda la flema habría salido, pues las enfermeras dirigieron unas palabras de reconocimiento a Guiador -que por cierto seguía sin responder-, y estaban ya recogiendo la máquina.

Cuando se quedaron ellos solos, y antes de que Kizu pudiera situarse a la izquierda de la cama para ver al enfermo de cerca, Patrón acercó la cara a la mejilla de Guiador, y le habló así:

– El profesor Kizu ha venido a verte, Guiador, ¡Guiador! ¿No decías que tenías tanto y tanto que decirle, que tendrías que abreviar? Trata de recordarlo, ¿quieres? Aunque ahora no puedas hablar, si te funciona la cabeza, trata de figurarte lo que te diga el profesor. ¡Te servirá de práctica para cuando ya puedas hablar con él! ¡Va a ser un buen entrenamiento para luego intercambiar palabras y frases!

Kizu vio este comportamiento de Patrón como un punto afectado. En medio de todo, cuando éste tomó la mano de Guiador y la acercó a sí, y teniéndola agarrada le habló, se le veía en posesión de un poder que -por supuesto- podía convertirse en el medio de sanación que Guiador necesitaba para recobrar la conciencia. Los brazos de los dos hombres formaron un caprichoso ángulo, y las manos de ambos, inclinadas, medio se agarraban entre sí, Los grandes dedos de Guiador, ennegrecidos y nervudos, mostraban sus nudillos al trabarse con la mano regordeta y blancuzca de Patrón. Kizu, que lo contemplaba, creyó percibir una energía mental transmitiéndose allí.

El pelo entrecano de Guiador y su piel, que asomaban entre el vendaje puesto tras sufrir su segunda operación, destellaban limpiamente. En la frente se le veía la huella de su reciente herida, y su rostro estaba recobrando el buen color; mientras que el ojo derecho lo tenía oprimido por arrugas. El izquierdo, en cambio, lo tenía abierto, aunque con la pupila desenfocada. Aquella majestuosa y oscura imagen, tan llena de agudeza, que él solía dar, estaba ahora perdida; y más bien se asemejaba a un simpático viejo pueblerino.

– ¡Guiador! ¡Guiador! Mientras tu conciencia está dormida, las palabras tienen que estar esperando para poder convertirse en voz. ¡Si pudieras ahora leerme el pensamiento! Por más que tú has puesto en palabras mis visiones, yo a mi vez no puedo hacer nada por ti… De todas formas, entiendes ¿verdad? que el profesor Kizu ha venido a verte. ¡Guiador!

Kizu tuvo la sensación de ver las palabras amontonadas, como blancos naipes cubiertos de sangre, dentro de la cabeza de Guiador, pero esta imagen era borrosa. En breve tiempo una gruesa lágrima empezó a surcar la mejilla derecha de Guiador.

Y a la vez que Kizu se percataba de ello, también Patrón se encontró enseguida mirando la misma lágrima. Y entonces, aquella impresión tan incómoda que a Kizu le causara la vitalidad corporal de Patrón, se deshizo por completo, igual que se derrite una fina capa de hielo. Lo único que ahora se veía claro era el gran rostro de Patrón cargado de agotamiento, con sus ojos que, sin pestañear, quedaban prendidos de aquella lágrima.

– ¡Guiador, Guiador! -decía Patrón en voz baja, apaciguadora, donde parecía no haber ya lugar para preocuparse más por Kizu.

El color de la tez de Patrón se oscureció, como el sol que se oculta de pronto; a Kizu el cambio le provocó extrañeza. Simultáneamente aquella energía corporal tan viva y aquel modo de hablar incesante, quedaron por igual velados.

Guiador movía esporádicamente su cómica cara enrojecida, y con premiosidad se lamía los labios cuarteados. Entretanto se echó a dormir emitiendo ligeros ronquidos, mientras mantenía el ojo izquierdo abierto, su zona blanca bien visible. Patrón dejó caer su gran cabeza, mostrando así a Kizu la coronilla, que le clareaba bastante.

En éstas, Bailarina, que había aparecido por allí de improviso, para ir a situarse detrás de Kizu, alargó su brazo, y con la yema de su dedo pulgar, que había humedecido de saliva, cerró el párpado de Guiador. Inducido por la patética mirada de Patrón hacia atrás, también Kizu se volvió, para ver cómo la chica, mientras mantenía la vista baja sobre Guiador, se llevaba una vez más el dedo pulgar mojado a la boca y lo chupaba.

Acto seguido Bailarina se secó el dedo con el delantal de papel que se suministraba a los visitantes del hospital, y luego se puso a tapar el pecho y las piernas de Guiador, que estaban al aire. Desde un extremo de la yukata usada como pijama, salió rodando una pelota del tamaño de un puño, de color metálico, cuya caída sorprendió a Patrón y a Kizu. Bailarina, en vez de explicar verbalmente la función de aquella pelota, la recogió, y se puso a practicar con ella ejercicios manuales de recuperación.

A continuación se dirigió a Patrón, que mostraba la espalda encorvada por el cansancio:

– Ya por hoy, debemos volvernos a la oficina -dijo en un murmullo; y a continuación dio a Kizu una explicación bastante considerada-: Es muy de agradecer el estrecho seguimiento que le han hecho a Guiador, pero ayer se encontraba bastante bien, y cuando las jóvenes enfermeras lo llamaron, él les hizo el signo de la victoria con los dedos, algo desusado en él, según creo. Patrón daba saltos de contento. Incluso hoy, su fuerza de agarre ha sorprendido al médico. ¿No quieres estrecharle la mano?

Tras estas palabras, Bailarina dirigió una mirada inteligente hacia el atomizador de desinfectante situado junto a la puerta de la habitación. Kizu expuso de entrada el dorso de sus manos a la acción del desinfectante, y luego ofreció las palmas a la rociada. La mano derecha de Guiador, una vez sujetada por Kizu, devolvía ciertamente el apretón con un gesto rudo. Sobre la prominencia que hacían las articulaciones de ambas manos al estrecharse, Patrón extendió la carnosa palma de su mano para sumar un apretón envolvente.

Luego, los tres visitantes se volvieron a la oficina. Cuando Ikúo, que conducía, detuvo el microbús al llegar, Bailarina ayudó a apearse a Patrón, mientras le retocaba el cuello del abrigo y la bufanda, muy en su papel ella de estar tomando bajo su cargo a todos los allí presentes.

– Como desde por la mañana has estado yendo de un lado a otro sin parar, Patrón, échate ahora un rato en tu habitación, por favor. Por lo visto tienes una conversación pendiente con el profesor Kizu, pero no puede ser ahora, recién llegado de la calle. Profesor: no te importará esperar un poco en la sala de estar, ¿verdad? Ikúo, ten en cuenta que debes estar preparado para llevar luego al profesor.

Patrón guardaba silencio, y se mostró sumiso ante las indicaciones de Bailarina. Desde el punto de vista de Kizu, si este encuentro con Patrón después de tanto tiempo no se veía que fuera a conducir a una conversación fructífera, más le habría valido a él tomar un taxi al salir del hospital. Por otra parte, tampoco le suponía ningún problema esperarse ahora un rato. Después del desgraciado suceso que le sobrevino a Guiador, el portón de entrada lo mantenían con el cerrojo echado; y por eso al oír llegar y detenerse el microbús, Ogi salió a recibirlos. Cuando entró Patrón, sostenido a ambos lados por Bailarina y Ogi respectivamente, no le quedaba ya a aquél una pizca del vigor que había mostrado cuando esperaba a Kizu ante la centralita de las enfermeras. Viéndolo por la espalda caminar, descargando su peso sobre las espaldas de ambos jóvenes, Kizu sintió que se le oprimía el pecho.

En el rincón destinado al despacho, Tachibana estaba clasificando todos los mensajes recibidos, procedentes de personas que habían sabido por la prensa de las nuevas actividades de Patrón, con motivo de los últimos acontecimientos. Kizu se dio una vuelta por dicho rincón, y le preguntó a Tachibana cómo le iba en el trabajo; entonces ella se limitó a responderle que como Ogi estaba tan ocupado, ella ahora lo había relevado en ese trabajo. Y mientras le hablaba no apartaba su mirada de la pantalla del ordenador.

El recién mencionado Ogi, después de haber llevado a Patrón hasta su estudio-dormitorio, y dejarle allí la restante tarea a Bailarina, volvió a su mesa de oficina, situada junto a la de Tachibana, pero no parecía tener nada que decirle a Kizu. Ikúo, por su parte, tras meter el coche en el garaje y echar el cerrojo al portón, fue a sentarse junto a Kizu; pero también permaneció en silencio, sus musculosos brazos cruzados llamativamente sobre el pecho.

En éstas, apareció Bailarina por el despacho. Ella acercó su boca al oído de Ogi para hablarle. De ordinario Ogi solía situarse con respecto a ella en el papel de hermano menor, pero ahora daba la impresión de haberse convertido en un consejero importante para Bailarina. Acto seguido, dijo elevando la voz:

– Si es eso lo que desea Patrón, ¿cómo va uno de nosotros, tú o yo, a meterse por medio? ¿Por qué no le cuentas a él directamente lo que te ha dicho Patrón?

Con la expresión de una niña abofeteada en la mejilla, Bailarina avanzó unos pasos hacia Kizu para decirle:

– Patrón desea que aceptes convertirte en el nuevo Guiador.

– ¡Pero bueno! ¡Así de repente…! ¡Actuar como Guiador, nada menos…! -saltó Kizu, más bien como en un cuchicheo no dirigido a nadie en particular, que como respondiéndole directamente a Bailarina.

Las palabras de Kizu semejaban un guijarro arrojado en un hondo pozo, en cuanto que no daban lugar a respuesta alguna. Pero tras una pausa, Bailarina le dio la réplica:

– Ya sea que lo aceptes o que lo rechaces, debes responderle a Patrón. Ya aquí no ganamos para sorpresas, así que yo no tengo ni idea de qué opción es la mejor.

La voz de Bailarina no era el susurro penetrante habitual en ella, sino algo mucho más opaco. Y en ello captó Kizu el acento especial de los hablantes de Hokkaido. Cuando esa niña se las vio y se las deseó para comunicar a la familia su vocación orientada a la danza moderna, ése sería sin duda el acento que usaría al hablar… Pero ahora mismo Kizu sintió que tenía sobre sí los ojos apremiantes de Ikúo, que lo miraban sin despegarse de él.

Aquel hombre que estaba esperando a Kizu, la manta y el edredón cubriéndole hasta el pecho mientras se estaba quieto allí acostado, no era ni el personaje enérgico en sus maneras de la primera parte de la visita al enfermo, ni el que -por el contrario- al final de la visita diera muestras de estar tan agotado. Ahora Patrón transmitía más bien la sensación de encontrarse en calma, atesorando una energía contenida. Con una mirada distante de aquellos ojos negros asomándole tras los párpados, observó al artista de arriba abajo; y moviendo el cuello solemnemente como una señal, instó a Bailarina a que los dejara solos. Luego dijo:

– En mi nueva iglesia, el papel que hasta ahora ha desempeñado Guiador te ruego que lo tomes a tu cargo. Para corresponderte, te ayudaré a superar los malos momentos por los que estás pasando, tanto en tu cuerpo como en tu espíritu.

Kizu le respondió al punto:

– Si dispones de ese poder, antes que nada deberías emplearlo en sanar el cerebro de Guiador.

Patrón no reaccionó repeliendo el veneno de esas palabras; antes bien se lamentó con una voz patética, rayana en la insensatez:

– ¡Ah!, ¡si eso me fuera posible…!

Kizu se quedó de una pieza ante la respuesta tan franca de Patrón. Viendo rebatido su argumento, Kizu perdió la oportunidad de seguir insistiendo. Y mientras tanto Patrón desvió la mirada, mientras se le ensombrecía el entrecejo. A poco se fue rehaciendo, y con un tono prosaico, dia-metralmente opuesto a la vivacidad con que antes había dirigido aquella invitación a Kizu, habló así:

– Como Guiador se encuentra en tan lamentable estado, yo también, como persona que va entrando en la vejez, tal vez haría mejor dejando de pensar en el nuevo movimiento, para dedicarme a cuidarle, y pasar así juntos los dos el resto de nuestros días. ¿No piensas tú también así, profesor? Cuando leíamos a R. S. Thomas, ese tema también lo sacamos en nuestras conversaciones, ¿verdad? Igual me gustaría tratarlo con Guiador, pero en fin… Pues es que no tengo modo de juzgar si él entiende mis palabras o no me entiende… Nosotros, cuando dimos el Salto Mortal, nos imaginamos un futuro como este que he dicho, para nosotros…

"No obstante, profesor, toda vez que Guiador está en la situación en que está, yo no puedo pensar en ponerme a salvo renunciando a mi misión de "patrón" o maestro, y dedicarme a empujar la silla de ruedas de este hombre mientras dure su rehabilitación. Pues Guiador se vio enfrentado a esa gente que lo aprisionó, y lo sometió a un infame interrogatorio, pretendiendo hacerle confesar que el Salto Mortal había sido una equivocación. Y de resultas de eso, quedó tan malherido como sabemos.

"Ya él no va a poder relacionarse mediante la comunicación verbal con el mundo exterior. Con todo, aunque Guiador muriera sin recobrar la conciencia ni el uso de la palabra, creo que puede decirse que ya él ha dado una culminación a su vida. Pues él, como cualquier profeta, ya ha sufrido su pasión…

"Pero, a todo esto, yo tengo que seguir viviendo, con más motivo aún.

Una vez dado el Salto Mortal, si ahora me falta la cooperación de Guiador, aunque me vuelvan mis grandes trances, yo no sabré comunicar esas visiones con palabras. Tendré que lanzarme con todo mi coraje a vivir. Y si al final entro en el declive senil y mi mente flaquea, para acabar viniendo a morir así…, ¿no carecerá acaso mi vida de todo sentido? ¿Qué se dirá luego que era Patrón? Me convertiré en objeto de burla.

"Ni que decir tiene que a mí me gustaría morir después de haber actuado en esta vida como un verdadero "patrono" tutelar de la humanidad. Aquellos canallas que secuestraron a Guiador llegaron a herirlo en lo más sensible, y escaparon tras cometer una acción más abominable aún que un asesinato. Esto supuesto, yo ahora quiero alzarme hasta un nivel en que esos indeseables no tengan más remedio que verme como en su punto de mira. Dicho esto, Patrón dirigió a Ogi sus ojos, penetrantes como los de un pájaro.

– Profesor, te lo ruego: basta con que seas un Guiador que, en silencio, se dedica a pintar -suplicaba Patrón-. De ese modo, profesor, tú puedes expresar las cosas como yo no podría jamás. Tiene que ser posible que tu pintura explique claramente mis visiones. Con que orientes tu mirada en la dirección de mi fe, ya es suficiente. Estando Guiador en la situación en que ha caído, no irás a decirme que no. Como bien sabes, yo ahora vivo rodeado de unos pocos jóvenes. Si busco un adulto maduro que pueda prestarme su apoyo…, ¿con quién voy a contar, sino contigo?

– Yo no sé si serviré como sustituto de Guiador, eso está por ver. Pero hasta que él se restablezca lo pondré todo de mi parte -dijo Kizu, sobreponiéndose a su timidez-. Hasta ahora de vez en cuando me he dado una vuelta por la oficina enredando un poco; así que en adelante vendré más a menudo, y estaré preparado para conversar contigo, Patrón.

– Ikúo te traerá y te llevará -dijo Patrón, con la mirada soñolienta de un pájaro sosegado-. Y ahora, ¿puedes decirle a Bailarina que me traiga la pastilla para dormir?

Kizu se fue a la sala de estar, donde se dirigió a Ogi y a Bailarina, que estaba de pie junto a la mesa, y les refirió su conversación con Patrón. El joven y la chica compartían ambosia-misma expresión, como de hermanos, mientras escuchaban a Kizu; y era algo que este último nunca había advertido antes. Más aún: también en la actitud de Ikúo, que desde su rincón levantó la mirada hacia él, Kizu se dio cuenta de que los tres conjuntamente se solidarizaban con su decisión. Incluso Tachibana, sin querer meterse donde no la llamaban, se mostraba contenta por lo ocurrido.

Kizu salió a la calle, donde empezaba a caer una nieve en polvo, para esperar la maniobra de Ikúo, que tenía que sacar el microbús del garaje, y acercarse a la entrada. Esa nieve le producía una sensación distinta de la que él había experimentado al ver nevar en su universidad de la costa Este de Estados Unidos: allí era como hecha de ligeros granos de sal; aquí era como él la recordaba desde la niñez: blanda y pronta a derretirse. Kizu sintió añoranza de su patria chica. Subió al coche, y se sentó junto al conductor. Desde allí miraba aquel cielo con su danza de nieve, mientras revisaba mentalmente en su acalorada cabeza la conversación que acababa de tener con Patrón.

Lo primero que le vino a la memoria fue aquel ofrecimiento que le había hecho Patrón, en el sentido de que si él aceptaba desempeñar el papel de Guiador, Patrón lo ayudaría a superar cualquier crisis que lo asaltara, tanto en lo espiritual como en lo físico. Ante esto, Kizu no pudo refrenar una sonrisa fría: "Que se preocupe por mi espíritu, todavía… Pero…, ¿se ha-, brá dado cuenta este hombre de mi recaída en el cáncer?" Sintió enseguida una tirantez en sus mejillas. Y es que Kizu se acordaba de la respuesta tan malhumorada que le había dado a Patrón, aquellas palabras dichas con tan poco tino.

– Hace un rato, cuando no habías hecho más que salir de tu conversación con Patrón, parecías otro, profesor -le comentó Ikúo-. Ahora se te ve como distante…, pero creo que nunca te había visto reír como hace un momento. ¿Es que acaso has cambiado de parecer?

– Desde luego, no me río más que de mí mismo -le contestó Kizu. -Yo entiendo que la propuesta de Patrón pueda serte molesta, profesor -dijo Ikúo-. Pero yo habría apostado por que le darías tu conformidad.

"Cuando se lo oíste decir por primera vez a Bailarina no se te veía una reacción muy entusiasta, que digamos, y me preocupé, pensando que íbamos a tener problemas. ¡Mira que si a raíz de esto el profesor se nos vuelve a América!, he llegado a pensar. En cuanto a mí, ahora que he tomado la opción de seguir a Patrón, si me encontrara con que por tu parte se me impone la separación…, Patrón no tendría a quién ofrecerle ser el nuevo Guiador. Y nosotros mismos…, no sé qué haríamos sin ti.

– Con todo, no hay en mí ninguna de las cualidades que se requieren para que Patrón pueda confiar en mí. Y por si fuera poco, no sé casi nada de las doctrinas que Patrón profesaba, aun cuando él de hecho las negara… Y, por otra parte, si pienso en ese hombre excepcional que es Guiador, a quien la cabeza le ha estallado por su propia sangre y ahora está tan postrado, tengo que acabar reconociendo que no lo conozco bien.

– Sin embargo, profesor, en el corto tiempo que llevas conociendo a Patrón, creo que has tenido con él algunas conversaciones profundas. Y además, conociéndote como te conozco, sé que si accedes a ser el nuevo Guiador, con ocasión de eso aprovecharás para estudiar mejor la figura de Patrón. Y, a propósito, desde hace algún tiempo he venido dándole vueltas a la siguiente idea: me gustaría pedirte, profesor, que cuando estés con Patrón le preguntes por qué él empezó a considerarse el "Salvador de la humanidad" -ya fuera metafórica o cabalmente- antes de llamarse "Patrón", tal cual lo conocemos ahora. Pues como el viaje a la altiplanicie de Nasu quedó truncado de pronto, no tuve ocasión de preguntárselo por mí mismo.

– Si eso es importante para ti, así lo haré. También tengo que preguntarle a Patrón por qué Guiador se llamaba a sí mismo "Profeta de la humanidad", ya fuera metafórica o cabalmente, y cómo empezó a considerarse un "Guiador", según lo llamamos ahora.

A la cara angulosa, bien cincelada de Ikúo, afloraba una sonrisa semejante a una máscara sorprendentemente alegre, que se hacía visible a la brumosa luz de aquel cielo de nevada. Kizu no tenía idea de en qué términos Ikúo interpretaría su respuesta, pero se abstuvo de sondearlo al respecto.

Acto seguido se quedó en silencio, mirando cómo la nieve, que caía más espesa por momentos, azotaba el parabrisas; y sintió una sensación de ternura que se le transmitía desde Ikúo, el cual seguía a su lado, conduciendo. Y no es que los sólidos músculos y osamenta de Ikúo, con su aire marcial de siempre, se suavizaran; sino que algo más íntimo se le trasminaba desde dentro. Cuando Kizu se volvió a Ikúo, ya éste había borrado su sonrisa, aunque perduraba en él una expresión relajada, acorde con su juventud.

Ya desde que Kizu empezara a trabar conocimiento con Ikúo en la Sala de Secado del club de atletismo, y luego lo invitara a posar como modelo en su apartamento…, y sobre todo cuando allí llegó a tener relaciones sexuales con él, a menudo aquel joven le daba la impresión de estar espontáneamente liberando la tensión acumulada. Sin embargo, en el fondo de la actitud de Ikúo -y con relación a cualquier otra persona- había algo inamovible y sólido; hasta el punto de que, cuando Kizu se disponía a escribirle aquella carta dirigida a Patrón, llegó a pensar si aquel episodio de la niñez de Ikúo -en que, según éste le contara, la voz de Dios se le hizo audible- no habría marcado una huella indeleble en su vida.

Y no es que Kizu creyera las cosas de Ikúo tal y como éste se las confiaba. Pues Kizu no creía que aquí y ahora pudiese existir ese Dios capaz de comunicar tal experiencia mística a un niño. Para empezar, hablar de "aquí y ahora" refiriéndolo a Dios equivaldría seguramente a no decir nada. No obstante, tenía que ser cierto que el joven, al menos desde que abandonó la universidad, había vivido su vida enraizándola con toda el alma en tal recuerdo. En el Ikúo que él había conocido en el club de atletismo se adivinaba la presencia de un guerrero solitario que lucha en campo abierto, o -mejor dicho- en plena jungla. Su belleza hecha de reciedumbre y su cuerpo musculoso no tenían ni pizca del amaneramiento y blandenguería que Kizu había visto en otros jóvenes de su edad, tras su regreso a Japón. Así y todo, tampoco se daba el caso de que Ikúo tuviera esa sequedad insulsa de los estudiantes regresados de Vietnam a los que Kizu dio clase en América; y eso se debía a que el joven atesoraba en su corazón una ardiente esperanza, la cual no le permitiría quedarse en el nivel de los mediocres.

Desde el principio, Kizu había notado en Ikúo algo que lo hermanaba con un animal feroz. Siendo un solitario nato, no daba lugar a que nadie se le acercara; pero bajo ese exterior refractario, él dejaba asomar una valía interna de gran atractivo. Y aunque hubiera surgido aquella relación sexual, esa recia armadura que formaba parte de la intimidad de Ikúo jamás se había resquebrajado. Pero ya a estas alturas, Ikúo salía con su risita tan reciente, mostrando esa ternura natural que la acompañaba. Y eso provenía de que así manifestaba a las claras su respuesta sobre la aceptación de Kizu a asumir el papel de nuevo Guiador. Y, puestos a recordar cosas, es cierto que también Bailarina al principio se había mostrado quejosa a propósito de la idea de Patrón; pero cuando Kizu salió del estudio-dormitorio de éste y charlaron, lo que resultó de todo eso fue una adhesión inmediata por parte de ella, así como por parte de Ogi, a dicha idea.

Kizu volvió a reflexionar sobre su cometido como nuevo Guiador. Cuando se puso a recordar todavía unas palabras que Patrón por añadidura había dicho, iba ya a reproducírsele aquella ligera sonrisa, de la que Ikúo dijera que jamás había visto antes en él. Las palabras eran: "¡Basta con que pintes tus cuadros sin decir ni una palabra, para que así seas el nuevo Guiador!" Pero ¿cómo casaba eso con lo que el mismo Patrón había dicho otras veces, que Guiador trabajaba con la palabra, y que su misión la desempeñaba hablando? ¿Cómo sería posible transmitir a otros las visiones de Patrón por medio de la pintura? ¿Cómo iba a resultar eso?

Abundando en el tema, Kizu trató de imaginarse a sí mismo en el papel activo del nuevo Guiador. Pero no se veía en absoluto realizando un trabajo positivo. "Supuesto que ha de haber un liderazgo por parte de Patrón, lo mío será seguirle en sus iniciativas, bien que sea en este quehacer de pintar cuadros. Aunque…, se me acaba de ocurrir una cuestión: pintar cuadros, pero… ¿cómo? No se estará él refiriendo a que le pinte historias piadosas, como para ilustrar la narración oral de algún cuento?"

Kizu advirtió que la agitación interior que sentía dialogando con Patrón se le había calmado. Comoquiera que fuese, no le quedaba a Kizu ningún resto de duda sobre el nuevo paso adelante que estaba dando -y que afortunadamente incluía también a Ikúo-.

A la mañana siguiente, cuando se despertó Kizu, la nieve había cesado de caer. Aún no eran las siete, pero él tenía un alboroto interior que no lo dejaba reposar en la cama. Con la situación actual de pleno empleo de Ikúo en la oficina, las tareas de limpieza requerían de nuevo las manos de Kizu, y tuvo que aplicarse para dejar en orden la desastrada sala de estar. No quiso usar la potente aspiradora de fabricación americana que le suministraban con el apartamento, porque como hacía mucho ruido temía molestar con ella a los vecinos de su planta y a los de abajo. En éstas, percibió un rumor amortiguado fuera, y al volverse a mirar descubrió que unos finos flecos de nieve volvían a caer. Kizu pensó que su sensibilidad para captar pequeñas manifestaciones de movimiento dentro de su ámbito de visión era muy reveladora de su estado de ánimo actual; aunque no era capaz de definir el porqué de sus ideas.

Una vez que puso en orden la zona de taller se asomó a la terraza y, al fijar la vista en la pendiente cubierta de césped, descubrió que incluso la superficie del estanque se había blanqueado. Tras formarse allí una fina capa de hielo, la nieve se iba acumulando encima. El harunire, totalmente despojado de hojas, se mostraba desnudo y negro, sus gruesas ramas coronadas de nieve. Un bando de pajariiio amp;_ silvestres, que una llovizna habría espantado fácilmente, se mantenía inalterado bajo la nieve en polvo, moviendo ellos -con todo- de vez en cuando sus cuerpecillos sobre la rama mientras cada uno cuidaba de su sitio respectivo. Kizu intuyó que la nieve había desencadenado de algún modo la agitación que él sintiera en lo más hondo de sí mismo desde por la mañana temprano.

Por la tarde se aclaró el día, y al mirar por la ventana al harunire, la nieve que antes se le había adherido por un costado y sobre algunas porciones casi horizontales de las ramas se había derretido. El estanque, como no formaba ondas sobre su superficie, se veía helado, pero la nieve apilada encima había desaparecido. Tampoco había nieve sobre el césped; sólo quedaban unos puntos blancos por la hierba seca remanente entre los árboles desnudos de hojas.

Durante la mañana, aquella angustiosa excitación que Kizu había sentido tenía tintes sombríos, hasta el punto de hacerle recordar tras mucho tiempo la frase hecha "me hierve la sangre". Pero, por la tarde, la claridad del cielo y las nubes se le había infiltrado hasta el corazón.

Él no podía dejar de pensar en la nueva carga que se había echado encima, como una ardua tarea a la vista. No obstante, se sentía en posesión de la energía almacenada que era necesaria para hacerle frente. Kizu se encontraba en un estado anímico que sus alumnos de Nueva Jersey llamarían "positivo". Las nubes que se extendían más allá de la ventana no daban impresión de traer tormenta; antes bien pintaban a la acuarela aquel cielo claro.

Kizu sostenía verticalmente un bloc de dibujo Wattman F6 para hacer su composición. En el tercio superior de la hoja trazó blancas nubes resplandecientes y un cielo azul celeste lleno de luz. En la cuarta parte inferior del papel, una arboleda de tenue colorido otoñal sin una sola hoja, y las ra-mitas que ya se convertían al subir en tallos finos, entrecruzándose. Sobre el espacio intermedio se abría un extenso vacío no tocado por el pincel. No es que él lo tuviera muy claro, pero como costumbre adquirida de años atrás, Kizu daba por supuesto que allí había un sentido. En resumidas cuentas, que sólo cuando se cubriera de pintura aquella amplia franja horizontal -cinco doceavas partes del papel entero- dejada en blanco, el esbozo de Kizu se convertiría en una obra artística. No se trataba del paisaje visible a través de la ventana, sino de un espacio con cielo en lo alto y arboleda en su parte baja, para pintar allí en medio algo de su imaginación que conjuntara y encajara con lo ya pintado.

A poco, Kizu se había puesto a dibujar con un lápiz blando dos figuras humanas puestas en pie y vistas de espalda, para rellenar así aquel extenso blanco de cinco doceavos del papel. Luego empezó a aplicar acuarela. El espacio alrededor de las dos personas lo coloreó de azul celeste, y añadió formaciones verticales de nubes separadas entre sí.

Lo que Kizu había dibujado eran las figuras de Ikúo y la suya propia. Ambos aparecían cogidos de la mano, en un gesto no tan extraño entre hombres ya adultos. En la acuarela, Kizu figuraba tal como estaba vestido al pintarla: unos descoloridos pantalones negros de algodón, camisa de lana y un suéter encima. Ikúo llevaba pantalones vaqueros, y una camisa azul muy holgada, con mangas también amplias. Los dos calzaban unas altas botas de nieve con cordones para anudarlas al tobillo, como las que usaría en América cada invierno un artista que viviera en la costa nordeste de Estados Unidos, algo realmente innecesario en la ciudad de Tokio.

Las figuras de Kizu e Ikúo tal como aparecían en el cuadro, caminaban hacia un fondo de cielo claro que traslucía una mayor naturalidad que las ideas fantásticas plasmadas por muchos mediocres surrealistas. "Me he imaginado el mundo visionario de Patrón con este enfoque tan optimista -pensó Kizu-, previendo acaso que en compañía de Ikúo voy abriéndome paso hacia un futuro inmediato." El asunto era tan simple que ya en adelante no se podría seguir llamando a Ogi "el inocente muchacho" y todo eso; pues Kizu le ganaba en inocencia, por más que interpretara su idea como el resultado de su intento inconsciente por incorporarse de un salto, cobrando ánimos para aceptar la propuesta de ser un nuevo Guiador para Patrón…

Esa misma tarde, por causa de unas obras que se realizaban ante su edificio, los coches no podían aparcar delante de la puerta. Por eso Ikúo le dio un telefonazo desde un sitio alejado, donde lo aguardaba. Así que Kizu caminó a lo largo de una manzana, hasta donde Ikúo estaba esperando, fuera del coche. Kizu, en lugar de otro saludo, optó por palmearle la recia cerviz al joven; para venir a sentir el frío de haber tocado un objeto por toda respuesta. Kizu se sintió rechazado corporalmente, en su intento de mostrar familiaridad. Aunque todo quedara en que el cuerpo del joven no hacía más que transmitir la temperatura ambiental, lo cierto era que Ikúo estaba más taciturno que el día anterior. Algunos días Kizu había sentido, de un modo intermitente, que en relación con Ikúo marchaba hacia atrás, volviendo al tiempo en que empezaron a tratarse; y ése era uno de tales días. De no ser así, él mismo, una vez en el coche, habría sacado de su envoltorio tubular de cartón la acuarela que acababa de pintar, para enseñársela a Ikúo cuando se pararan ante algún semáforo en rojo, por ejemplo. Sin embargo, todo eran oportunidades perdidas.

– Cuando me has llamado hace un rato, me dijiste que venías de haber llevado a Bailarina al hospital para que se ocupe de la rehabilitación de Guiador, ¿verdad? ¿Se ha recuperado él tanto como para empezar los ejercicios de rehabilitación? O, al menos, ¿es que hay ya perspectivas de que se recupere?

Kizu le hizo esta pregunta a Ikúo, pero el joven no le respondió al punto, sino que siguió en silencio, mirando al frente. Tras esa pausa, se dis puso a responderle, como quien de hecho no tiene más remedio:

– Bailarina está haciendo todo lo posible, con sus idas diarias al hospital. Pero no cree que ese hombre vuelva a poder desempeñar su misión como Guiador. Lo único que Bailarina me comentó en el coche fue que deberíamos poner nuestras expectativas en tu actuación, profesor.

Llegados a la oficina, Ikúo hizo pasar a Kizu al estudio-dormitorio de Patrón, donde éste estaba bien hundido en su butaca. Ante él se le sentó Kizu en una silla, en tanto que Ikúo trajo de la zona de oficina un asiento sin respaldo, donde se sentó; puso sobre sus rodillas el envoltorio tubular de cartón para las acuarelas que Kizu le había entregado al bajarse del coche, y apoyó su robusta mano sobre un extremo del tubo.

– Para cambiar de costumbre, te vamos a escuchar juntos Ikúo y yo. Ogi me ha dado a entender que estás de acuerdo -dijo Kizu.

– A partir de hoy, y en adelante, más justo sería decir que soy yo quien voy a escucharte, profesor -contestó Patrón con cara preocupada, pero con tono resuelto-. La compañía que nos hace Ikúo mientras charlamos es más bien algo que yo estaba deseando.

"Pero además hay hoy otra razón para que nos veamos. Al despertarme, y durante un tiempo en el que estaba mitad dormido y mitad despierto -que es una situación que se me repite mucho-, he visto entonces, esta mañana, una escena ante mí. Yo la he interpretado como señal de que tú, profesor, con Ikúo a tu lado, vas a desempeñar la misión del nuevo Guiador. Como deseaba hablar contigo sobre todo ello, te he mandado llamar de improviso.

"Lo que he visto es que tú, profesor, cogido de la mano de Ikúo, teniendo la seguridad de que si alguno de los dos va a caerse encontrará un firme apoyo en el otro… así avanzabais los dos paso a paso por el espacio hacia donde yo estaba, en tanto que yo velaba por vosotros. Ésta es la escena que he visto.

Kizu no las tenía todas consigo sobre si Patrón no lo estaría conduciendo hacia una elaborada trampa. Al mismo tiempo, se sentía también atraído por aquella tranquila mirada de su interlocutor, llena de confianza. Kizu probó a resistirse interiormente.

– En la escena que has contemplado, Patrón, ese lugar por donde Ikúo y yo caminábamos, y que has llamado "espacio"…, hablando concretamente, ¿se podría decir que era bajo el cielo? Y si era así, ¿cómo era el clima en ese sitio?

– Estaba soleado. En la zona medianera entre vosotros dos y yo, que avanzaba para recibiros, había unas nubes recién formadas, que brillaban en su blancura. Con el aspecto de un ballenato al que el hubieran quitado la cola. La cabeza del cetáceo poseía relieve tridimensional…; se hacía sentir su peso y, como dejándose llevar por el impulso de éste, la figura se movía en diagonal hacia abajo.

Kizu se volvió y echó una mirada a Ikúo. Antes de decirle nada, ya éste había adivinado su intención, por lo que le pasó el envoltorio cilindrico de cartón que tenía sobre las rodillas. Kizu introdujo dos dedos por el extremo abierto del mismo, enrolló hacia dentro el papel de algodón que servía de protección, y liberó la acuarela para sacarla.

Patrón recibió el dibujo de manos de Kizu y lo expuso a la luz del quinqué que reposaba sobre la mesilla de noche. Kizu sabía de antemano que Patrón, en ese estudio-dormitorio solía oír música en CD, clásicos que iban desde los tiempos antiguos hasta la época contemporánea. También le interesaba la pintura… A Kizu le dio un palpito de que se encontraba ante alguien verdaderamente entendido en arte.

Al poco rato Patrón alzó los ojos desde la pintura y se echó a reír "¡Ja, ja, ja…!": una simple e inocente risa. Vuelto hacia Kizu, le hizo un gesto de asentimiento, y luego le pasó la acuarela -que tendía a curvarse, por la inercia del papel, hacia los extremos- a Ikúo, el cual había estado a punto de levantarse, sintiendo cierto apuro, para echar un vistazo. Patrón no se puso a decir nada sobre la coincidencia de su sueño -o más bien de su visión, que acababa de describir- y la escena representada en la acuarela de Kizu. Su sonrisa de tan excelente humor ya era lo bastante elocuente, y él por lo visto había resuelto que no le era necesario extenderse en explicaciones, ni para sí mismo, ni para Kizu, ni tampoco para Ikúo, que había empezado a mirar el dibujo con enorme interés.

Era más bien Kizu quien, esbozando una sonrisa, como inducida por la risa de Patrón, no podía ya quedarse sin añadir una explicación. Kizu se puso a mirar lo que Ikúo tenía en sus manos, y Patrón iba a acercarse para lo mismo. Entonces Ikúo sostúvola acuarela inclinada para que los tres pudieran verla, y él mismo también apuntaba una grata sonrisa.

– Este cielo azul lo he pintado tal como lo he visto esta mañana desde la ventana de mi apartamento. Igual vale decir de la arboleda. Sin embargo, las nubes que flotan por el cielo ya son otra cosa. A mí me ha sorprendido la descripción que acabas de hacer, Patrón, de las nubes como un ballenato sin cola, por lo acertada que es. En realidad son las nubes que siempre he visto formarse en el mismo sitio desde mi despacho en la universidad. Especialmente desde que allí me confiaron un cargo, en las ocasiones en que éste me traía problemas, yo me consolaba mirando esas nubes. Y ahora, con la carga de añoranza que tienen, se han metido en mi esbozo por sí solas, creo.

– Ese cielo de nubes flotantes, como pertenecen al mundo "de allá", adonde tu espíritu, profesor, se va adentrando, creo que definen un lugar que podemos calificar de "añorado" -dijo Patrón.

– Mientras realizaba este dibujo, ¿acaso no estaría yo pensando eso mismo? Decirlo así peca de vaguedad; pero el hecho de que Ikúo y yo caminemos bajo ese cielo luminoso hacia un horizonte, creo -por lo que he visto en sueños- que significa que yo, acompañado por Ikúo, voy entrando en el mundo "de allá" que Patrón ve en sus grandes trances. Mejor que decir que yo entro en mi propio trance.

– Eso, en el buen sentido, profesor, es una y la misma cosa. Cuando tú estás concentrado en tu trabajo, estás abriéndote la entrada al mundo "de allá" que yo estoy visionando en mis trances. Ése es el ideal para las relaciones que debe haber entre Patrón y Guiador. Guiador ha dicho alguna vez que ésa era la meta de sus aspiraciones.

"Otra cosa que para mí es importante es que Ikúo y tú camináis así, cogidos de la mano. Por medio de los trances, podemos experimentar de algún modo ese mundo "de allá". No obstante, hay algo sobre lo que Guiador siempre me ha insistido mucho, y es que uno no debe dejarse arrastrar en el mundo "de allá" por esa corriente de éxtasis que lo invade. Porque esa gran corriente es Dios. Y dejarse arrastrar equivaldría a unificarse con Dios; el éxtasis proviene de una premonición de ese estado. Aun suponiendo eso, cualquiera puede decir que dejarse arrastrar sería más bien el comportamiento natural…

"Aun así, todos nosotros tenemos en nuestro interior partículas de on-das-luz que hemos recibido del Ser Uno -como podríamos llamarle-, o bien del Único, o de Dios, por decirlo de forma más corriente. Para cada individuo, acceder a la fe significa que esas partículas de ondas-luz no se quedan en un ambiguo plano conceptual, sino que se sitúan adecuadamente en el mejor ámbito de su cuerpo y su alma. Esas partículas de ondas-luz están dentro de nosotros, pero no son posesión nuestra. Mucho menos aún pueden ser fabricadas por nosotros. Son algo que el Ser Único nos confía. En menos de lo que se piensa -y esto no quiere decir con el curso natural el tiempo, sino con la aportación de nuestro continuo adiestramiento- todos nosotros debemos restituir esas partículas de ondas-luz a su fuente original, al Ser Ünico. Con ese fin debemos atesorarlas, manteniéndolas continuamente vivas. Son algo que se nos ha confiado para que lo custodiemos en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu; y de ahí se surten de vida esas partículas de ondas-luz, y en ningún momento podemos olvidar que finalmente deberemos reintegrarlas al Ser Uno, al Único.

"Si en el trance quedamos ebrios por el éxtasis, y somos absorbidos a lo más hondo de su vorágine, nos resultará ya imposible volver "acá" desde esa inmensa corriente. Con todo, una de las condiciones fundamentales que se imponen al ser humano es que éste no puede permanecer indefinidamente en el lado "de allá". Es decir que si alguien fuerza el regreso mecánicamente, las partículas de ondas-luz no se podrán encontrar en ningún lugar de su cuerpo ni de su espíritu. Ése será el resultado.

"Sea cual sea el nivel al que llegue el trance, mientras estemos en él tenemos que estar despiertos. Con ojos bien abiertos tenemos que mirar la inmensa corriente. Tenemos que hacer transparentes nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para ver las partículas de ondas-luz que tenemos dentro, reflejadas en el espejo de la inmensa corriente. El estado en que nos encontraremos cuando estemos en un trance no tiene nada que ver con el mayor o menor nivel de olvido de uno mismo que se pueda apreciar desde fuera.

"Como sin duda ya sabes, Guiador había hablado de que yo, cuando estoy en trance, me veo confrontado a una gran estructura que despide unos velados destellos blanquecinos. Ésa es su manera de entender lo que yo acabo de decir: el trance en que uno mira con ojos despiertos la inmensa corriente. Pero son dos maneras de ver lo mismo. Ya de entrada, la experiencia de un gran trance es algo que no cabe en las categorías del lenguaje. Si eso se quiere transmitir en palabras, habrá varias maneras de expresarlo, todas ellas correctas. No hay nada en contra.

"Pues bien, volviendo al tema de este dibujo, te diré que estando inmerso en el trance, no debes dejar que el éxtasis te arrastre y te absorba en su gran corriente, como me has oído decir antes. ¿Qué hacer para impedirlo? Los místicos europeos usan textos sagrados de oraciones como una barandilla o pasamanos que les proteja de precipitarse en el abismo del éxtasis. Se ha llegado al caso de que aten esos textos con una cuerda y se ciñan ésta a la cintura como un salvavidas. El tema admite esta explicación. Lo que he llamado textos sagrados puedes entenderlo como palabras tomadas de oraciones religiosas.

"Profesor, tú en este dibujo te dispones a caminar, tomando a Ikúo de la mano, hacia la profundidad del cielo. La mano de Ikúo que se enlaza con la tuya está desempeñando la función de ser tu pasamanos, tu salvavidas en este caso. Tú has tomado la decisión de internarte en el mundo "de allá", conducido por mí. Pero desde el principio mismo tú te niegas a quedar allí sumergido. No te permites a ti mismo ser absorbido por la gran corriente. Has abrazado la resolución de guardar a todo trance esas partículas de ondas-luz que residen en tu cuerpo y en tu alma. En resumidas cuentas, que en Ikúo tienes tu pasamanos de protección y tu salvavidas; pero al mismo tiempo, si Ikúo bajo mi liderazgo llega a entrar en trance, tú estás ahí para evitar que se hunda en la gran corriente. Y ha sido seguramente pintando ese esbozo de Ikúo contigo, llevándoos de la mano, como has cobrado conciencia de ello. Basta con mirar este dibujo para entender que Ikúo también va a ser capaz de prepararse interiormente, ¿no es así?

Mientras Patrón decía estas últimas palabras, desvió su mirada de Kizu a Ikúo. Kizu no pudo refrenarse de mirar igualmente hacia Ikúo, y así lo hizo, con un giro enérgico de su cuerpo. Ikúo hizo un signo tan decisivo de asentimiento que llenó de felicidad a Kizu.

Kizu no tenía nada clara la naturaleza de lo que se le pedía como Guiador en ciernes, pero estaba fuera de toda duda que Patrón lo consideraba como un consejero importante para los asuntos del nuevo movimiento religioso. Desde ahora Kizu, como también era el caso de Ikúo, estaba bien dispuesto a escuchar cuanto dijera Patrón. Incluso cuando Kizu le daba charlas a éste sobre aquel poeta gales, Patrón no se limitaba a ser un mero alumno. Pero a partir de ahora parecía iniciarse una dinámica contraria, con Patrón tratando de instruir y asesorar a Kizu. Patrón estaba emprendiendo la tarea de hacer revivir la doctrina que el ahora enfermo Guiador y él mismo habían creado -por más que hubieran renegado de ella en bloque para acometer el Salto Mortal-.

– Cuando Guiador y yo éramos jóvenes -le contó a Kizu-, hubo una época en que, con la inquietud propia de nuestra edad, pero con la misma energía de nuestros años jóvenes, orientamos nuestra curiosidad hacia la mística, y nos lanzamos como locos a leer libros de esa materia. Había, por cierto, un gran desfase en capacidad de lectura entre nosotros dos.

Libros que yo nunca cogería para leerlos, él se los leía, y me subrayaba o me rodeaba en rojo aquellos párrafos que él creía de mi interés, y luego me pasaba esos libros. No es que yo no fuera a leer más que aquellos párrafos, pero para mí leer libros enteros me resultaba una lata. Cuando había páginas que Guiador me había marcado como solicitando mi atención, yo leía el capítulo correspondiente; y si no lo entendía bien, leía además el capítulo anterior. Ése era nuestro sistema.

"Guiador, aparte de subrayar, rodeaba a lápiz ciertos textos, y solía también marcarme los capítulos que yo debía consultar como referencia. Cuando le daba por beber (lo cual ocurría sólo a veces) no había forma de que parase. En esas ocasiones adoptaba una actitud engreída, considerándose a sí mismo el instructor encargado de educar al fundador del grupo religioso. Siendo al mismo tiempo persona muy concienzuda en los detalles, solía decir también que la base que existía en mí previa a su instrucción había que respetarla en su lugar, estableciendo así una didáctica distinta de la comúnmente empleada, al superar la dicotomía de "enseñar" frente a "aprender". Igualmente me dijo alguna vez que él se guiaba por lo que originalmente descubría en mí, y entonces orientaba su interés hacia esos libros que me podían ayudar, y con tal estímulo se aplicaba a su lectura.

"Hablando así de mis cosas, seguramente parecerá que me sobreestimo, ¿eh? No obstante, Guiador, en su proceder conmigo, no me investía de especiales privilegios. Él me eligió como "Salvador" debido a las circunstancias (por aquellas fechas los sobrenombres de Patrón y Guiador aún no los usábamos) pero puede decirse que cualquiera hubiese sido bueno para esa misión. Como te decía, en cualquier tipo de personas existen de hecho unos fundamentales elementos básicos, esas partículas de ondas-luz que emanan del Ser Uno, el Único -diríamos-: el que existe desde siempre y siempre existirá, el que comprende en su unicidad todo el universo. Sólo que, según sean los individuos, hay diferencias entre lo que unos y otros albergan en su interior, en cuanto a la claridad de esas partículas de luz, y en cuanto a la energía de esas ondas. En tu caso, tanto esa claridad como esa energía son excepcionales, y Guiador encontraba ahí la mejor garantía sobre tu persona.

"Por aquel entonces, todavía él se encontraba trabajando como profesor de matemáticas y ciencias, en horario nocturno, en un Instituto de Grado Superior; y los estudiantes que se reunían en aquella triste aula, todos mostraban -dentro de su variedad- esas partículas de ondas-luz, según me dijo él. Y en cuanto a la existencia de las partículas de ondas-luz, Guiador me ha contado que la idea le vino de los libros de texto elementales que él solía utilizar en sus clases.

"Nosotros estamos persuadidos de que somos, todos y cada uno, portadores de genes hereditarios en el ADN. Pero desde que nació la humanidad como gran cuerpo viviente, toda la gente, y ahora cada individuo de entre nosotros, es un receptáculo de genes, y es igualmente un vehículo que los transporta. Cada individuo tiene la razón de su existencia en ser portador y transmisor de esos genes hereditarios. Hoy día la mayoría de los investigadores piensa así.

"Para mayor abundamiento, Guiador me ayudó a entender la doctrina fundamental. Él mundo ha nacido por una emanación de luz del Ser Único. Nosotros atesoramos cada uno esas partículas de ondas-luz en el interior de nuestro cuerpo, de nuestro espíritu. Y eso que es posesión nuestra, en un abrir y cerrar de ojos ha de volver al Ser Único. Éso es todo.

"Cada uno de nosotros tiende a pensarse como sujeto protagonista de su vida, pero en realidad no pasa de ser un receptáculo transmisor de ondas-luz emanadas del Ser Único. Todos y cada uno somos receptáculos móviles de esa luz emanada, hasta que toda ella regrese al Ser Único y, más aún, se convierta en el Ser Único. Éste flujo de ida y vuelta se configura de manera distinta de lo que nos resulta más familiar, como la dominante en los acontecimientos temporales que forman nuestra historia. Pero ambas maneras de configurarse se realizan de modo instantáneo, y eterno al mismo tiempo. Continuamente están ocurriendo.

"Esto es lo que me explicó Guiador. En verdad no se puede decir que yo lo entienda bien… Cuando esas partículas de ondas-luz retornen al Ser Único, cada una de ellas se despojará del cuerpo que habitaba; y, es más, se separará también del correspondiente espíritu. Pero eso no implica que nuestra individualidad personal sea desechada como un receptáculo que ha quedado vacío. Él alma individual de cada uno se convertirá a su vez en ondas-luz y regresará al Ser Único. Así me lo explicó Guiador. Aunque no lo entiendo del todo, es un pensamiento que me gusta.

"Pero bueno; yo no he tenido ocasión de rezar en una iglesia cristiana, y mucho menos en una mezquita. Tampoco he practicado la oración en un templo budista, por cierto. El conocimiento que tengo de estas cosas es posible que no pase de ser el superficialmente adquirido a través del cine, la televisión, las novelas… Pero los fieles rezan diciendo "Hágase tu voluntad", ¿no es verdad? En el Corán hay una escena en que Abraham e Isaac unen sus corazones para orar juntos; y se puede encontrar algo semejante en el relato budista El niño de la montaña nevada. "Hágase tu voluntad" es lo más básico y universal de toda oración.

"En nuestra iglesia, también las palabras "Hágase tu voluntad" constituyen el fundamento de todo. Y no es que yo tome la idea de Dios en un sentido antropomórfico, sino como una luz que todo lo penetra: este mundo, el espacio…, todo cuanto hay, desde los cuerpos completos hasta las partículas. Antes he hablado de las ondas-luz que están en mí, y que son unas de entre tantas incontables partículas; esa luz, como el salmón que remonta un río, se une a otros innumerables elementos luminosos para marchar juntos contracorriente, formando una gran muchedumbre, para así volver al Ser Único. Los fieles suelen imaginarse a ese Ser Uno de una manera an-tropomórfica como "el Único", Principio y Fin de todo. Si así nos gusta, lo podemos llamar "Dios".

"Ese Ser es el que hace tiempo te hizo oír su voz, Ikúo; y ahora vienes a decirme que nos orientemos hacia quien está tras esa voz, y que yo actúe de nuevo como mediador, a favor tuyo. Parece ser que hubo un tiempo en que ese Ser Único se solapaba en tu mente con el Dios del Antiguo Testamento; y si me pides que sea tu mediador ante ese Dios, no veo obstáculo en ello. Lo que la voluntad del Ser Único manifiesta a través de mi mediación, al aparecérseme, va dirigido a mí; pero te bastará, Ikúo, con pulsar una tecla conmutadora para convertirlo en la voz de Dios que has venido escuchando desde tu adolescencia. La razón por la que mi Dios y el Dios que te ha hablado son una y la misma realidad, y se puede pasar de una voz a otra, estriba en que ese Dios es el Único, Principio y Fin, y Él penetra con su presencia cuanto existe en el mundo, desde los espacios cósmicos hasta la más pequeña partícula. Pues no puede existir otro Dios.

"Tú jamás olvidas, Ikúo, la voz de Dios que oíste en tu adolescencia. Desde entonces has venido pasando toda tu juventud muy pendiente del día en que esa voz se te haga oír de nuevo. Así las cosas, cuando Guiador te instó a que me pidieras ser tu mediador, tú dudabas si hacerlo o no, según él me dijo. Y tu duda era si, siendo tú nada más que un individuo particular, te sería o no lícito interferirte, pulsando una tecla, en el orden establecido para todo el mundo, el espacio interestelar, y todas las partículas infinitesimales…, en su proceso cósmico del "hágase tu voluntad". Así que Guiador se conmovía, y hablaba de "este muchacho, tan pobre de espíritu…"

"Con respecto a esto, creo que Guiador estaba convencido de la oportunidad de aconsejarte como lo hacía. No hace mucho, él se encontró las siguientes palabras en un libro del siglo XVI escrito por un místico sufí, y le han servido para reafirmar su convicción:

"Todas la cosas creadas, que vienen de Dios, en el proceso de su remodelación hacia su verdadero ser, no están necesitadas simplemente de la fuerza auxiliadora de Dios, sino que dependen también de la fuerza auxiliadora que brota de la actividad religiosa de las criaturas."

"Así decía el libro. Y añadía: "Por eso, la persona que hace oración tiene una enorme fuerza, en este sentido, para influir en el mundo espiritual; y al mismo tiempo tiene una gran responsabilidad en cuanto al cumplimiento efectivo de esta vocación mesiánica." Aquí termina la cita.

"Creo que Guiador quería establecer esta idea como la base de nuestro nuevo movimiento. Según eso, empezó por animarte a ti, Ikúo. ¡Y así estarías de abatido -naturalmente- cuando Guiador se desplomó con el infarto cerebral! Pero ahora que el profesor Kizu le ha tomado el relevo en la misión de ser el nuevo Guiador, esto debe de haber sido para ti como resucitar. ¡E incluso yo he sentido lo mismo cuando he visto esta pintura!


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