La niña que, quince años antes, había recibido un pinchazo propinado por aquella maqueta de plástico de Ikúo, cuando éste la portaba al acto de la deliberación final del premio, y entonces tuvo que mantener penosamente el equilibrio…, era ya una mujer joven, y aceptó gustosamente la invitación que se le hacía. Kizu se había llevado una gran alegría no exenta de cierta sorpresa, al oírle decir a ella, cuando le respondía al teléfono, que recordaba con todo detalle lo acontecido aquel día. No obstante, ella añadió que actualmente trabajaba en la oficina de un movimiento religioso, y que no disponía de mucho tiempo libre. Recogió la invitación, al sugerir si no podían verse aprovechando su descanso para comer, y citándose cerca de la estación de tren Seijoo Gakuenmae, por donde estaba también su oficina.
Kizu notó que el estilo de vida de ella era ya el de la nueva generación joven de su país, pues al invitarla él a una comida para charlar entretanto, respondió al punto que podía ella misma reservar mesa en un restaurante cercano, de cocina francesa. Decidieron fecha y hora, y colgaron el teléfono. Al día siguiente Kizu recibió un fax que incluía un plano con referencias como una vieja iglesia católica, las paradas donde se toman los autobuses que van a Shibuya, y una foto adjunta del restaurante en cuestión: una antigua casa señorial con un gran árbol de zelkova en su recinto ajardinado.
El viernes de esa semana los tres tomaban asiento bajo un techo de plástico transparente que dejaba ver el frondoso ramaje del zelkova sobre ellos. Como aquello era un reencuentro, se intercambiaron saludos. La joven se sentó junto a una ventana lateral, y Kizu frente a ella, acompañado de Ikúo.
– Yo te recordaba según la imagen representada en este dibujo, pero también ahora te das un gran aire de esa imagen -dijo Kizu, en tanto desenvolvía el regalo de su grueso envoltorio de papel para mostrarlo enseguida.
La joven recibió el obsequio, su largo pelo castaño cayéndole en cascada por los hombros, sobre la espalda, y se quedó mirando el cuadro; como también Ikúo la recordaba, mantenía su boca entreabierta. Acto seguido, enderezó su delgado cuello, redondeado como un cilindro, y fijó sus ojos en Ikúo.
– Hoy, nada más verte, he caído en la cuenta de que eres aquel chico terrorífico -dijo-. También yo te recuerdo bien.
Como Ikúo iba camino de sentirse abrumado, Kizu medió entre ellos:
– El aspecto de Ikúo era muy característico, sin duda, desde sus tiempos de la escuela primaria. También yo me lo he encontrado a los quince años de aquello, y no es que me diera cuenta al principio de que era aquel muchacho; pero tengo la sensación de que en algún estrato más profundo de mi conciencia lo reconocía.
Ikúo apartó su voluminosa cara, ahora enrojecida, tanto de la joven como de Kizu. Al pintor le recordaba la cabeza de un toro; y así miraba atentamente el perfil del joven. También ella lo estaba mirando con interés. Al poco rato llegó el camarero para explicarles las opciones relativas al almuerzo. Kizu, que jamás se acostumbraba a los altos precios del vino en Tokio, indagaba en la carta de vinos, y acabó pidiendo uno de California.
– Tú estabas en el grupo de ballet que iba a actuar en la ceremonia de la votación final de los premios; pero incluso ahora sigues con el ballet, ¿verdad? Me lo dijo alguien del periódico.
– Mi profesor está en la India. Pero aunque voy allí para recibir sus enseñanzas, esto puedo hacerlo sólo una vez al año, para una estancia de cinco semanas. Aparte de eso, he dado algunos recitales en Tokio. Es algo que practico porque me lo paso bien.
– Pero, entonces, ¿cómo te das cuenta de que progresas? -le preguntó Ikúo, abriendo su boca perruna.
Kizu se quedó sorprendido ante la inesperada pregunta, pero la joven no se inmutó. Al entrar en el restaurante ya caía una llovizna, y ésta luego dio paso a una lluvia en toda regla que bañaba la copa del zelkova y percutía sobre el techo de plástico. La joven alzó la vista para mirar aquello, mientras decía en respuesta:
– Mi profesor de danza, en un sentido estricto, está lejos, sí: pero es que tengo cerca quien me enseñe sobre temas más amplios y fundamentales, facilitándome amablemente cada día el acceso a su conversación. Aunque ahora uno de los dos está enfermo, habrá usted oído hablar al periodista de Patrón y Guiador, ¿verdad?, esas personas en cuya oficina trabajo ahora.
La última pregunta iba dirigida a Kizu. Éste asintió. El camarero, al pasar, le sirvió en su vaso un vino blanco al que Kizu se había aficionado en América, del valle de Napa. Cuando el camarero oyó que la joven citaba esos dos extraños nombres de persona, no pudo disimular su curiosidad. Ante esto, Ikúo volvió a él su cara enrojecida. La mirada que le echó al camarero estaba llena de intención, y transpiraba violencia y crueldad. Kizu cotejó esa mirada con el trato que había mantenido con el joven los dos últimos meses, y pensó aterrado en lo tumultuosa que podía haber sido su relación. Quien allí mejor se apercibió del peligro fue el camarero, hombre joven de la edad de Ikúo; no bien acabó de servir el vino desapareció de allí a tremenda velocidad, como si se le hubiera adosado una vela de lona a la espalda y le soplara el viento en popa.
Sin embargo, sólo la joven se mantenía serena. Ella tenía que haber captado el salvaje aire de Ikúo, tan diferente de lo que es normal en la vida cotidiana; así como la reacción del camarero, propia de un perro apaleado que se marcha con el rabo entre las piernas. Aún así, ella no se retrajo, ni dio la más mínima muestra de tensión.
– Los nombres de "Patrón" y "Guiador" son ciertamente extraños, y las personas que no conocen el incidente por el que ambos han pasado no quieren tener nada que ver con ellos -dijo la joven con toda calma-. Pero quienes los tratan de hecho, aun ahora salen persuadidos -por lo que se ve- de que son dos seres extraordinarios. Mi profesor indio de danza, aunque ya no baila él mismo, vino una vez a Japón con el grupo de danza cuya coreografía había él compuesto tiempo atrás, y que es ya un conjunto clásico en la India. Cuando yo estaba en el segundo ciclo de Grado Medio iba a Madras para participar en un seminario de danza; pero más tarde, al oír mi profesor que yo no estaba aquí bajo la tutela de ningún especialista en danza, sino que vivía con dos personas religiosas, se preocupó muy amablemente por mí. Pero cuando vino y nos vio a Patrón, a Guiador y a mí en el sitio donde vivimos, se quedó gratamente impresionado.
– ¿Por Patrón? -preguntó Ikúo, cuyo rubor ya se había atenuado.
– Por Patrón y Guiador. Por los dos. Dijo que en el mundo de la mitología hindú hay una pareja semejante a la de ellos.
– ¿Debido a la actuación que protagonizan Patrón y Guiador como personajes? -preguntó Kizu.
– No se trata de una correspondencia tan al detalle -le contestó ella-. Pienso si no sería más bien por su cara, su presencia física, su manera de hablar, el sentido de sus ademanes y andares. Me refiero a ambos: los dos en conjunto.
– ¿Quieres decir que tu profesor, por ser un especialista en danza, tiene la habilidad de captar ese secreto oculto, sólo con la vista?
– Creo que a eso lo podríamos llamar "la expresión corporal" -contestó la joven-. Pues efectivamente él es una persona capaz de leer hasta el interior de los demás a través de todos esos indicios. Y además, y como muestra de su respeto hacia Patrón y Guiador, mi profesor bailó gustosamente para ellos en la sala del edifico anejo, que habían mandado construir para mis prácticas. Sus acompañantes, alumnos suyos que interpretaban la música, se quedaron asombrados, asegurando que no lo habían visto bailar en años.
– Esos alumnos, ¿llevaban el acompañamiento musical? En tal caso, tal vez tuvieron la corazonada de que tu profesor podía lanzarse a bailar -apuntó Kizu.
– Incluso yo, al ver que seguían al profesor trayendo consigo sus instrumentos, pensé: "Hoy puede que baile". Pero también es posible que, como estaba acordado que se vería con Patrón y Guiador, la corazonada tal vez la tuviera él, e hizo que sus músicos vinieran preparados, ¿no?
Se les sirvieron en platitos varias clases de entremeses muy elaborados, como dulces. Ikúo se zampó un plato de un tirón, aunque haciendo gala de un modo muy natural de comer, con lo que pasó al siguiente platito sobre la marcha. La joven también era abiertamente de buen comer, como si fuera una máquina automática que repostaba su combustible.
A continuación hizo su aparición un foie-gras adobado con una salsa del color del vino tinto. El camarero había insistido, al presentar el menú, en que el foie-gras había sido importado directamente de Francia por avión. Kizu pasó su propio foie-gras al plato de Ikúo -que éste había dejado limpio enseguida-, y se sirvió unas verduras al vapor, que fue tomándose aderezadas con salsa. La joven contemplaba la escena con la boca entreabierta, su expresión habitual -al parecer-, mientras guardaba silencio.
– Tampoco yo quiero que Patrón coma cosas de éstas -dijo ella.
En este ambiente, apenas charlaron ya hasta dar cuenta del segundo plato, una carne -bistec de alce- que sin ponerse previamente de acuerdo habían coincidido, los tres en elegir de entre los platos del menú. Kizu por su parte se amoldaba a la tónica seguida por los dos jóvenes. Ikúo en este intervalo estaría sin duda barajando frases en su cabeza; porque cuando llegó el tiempo del café irrumpió de nuevo con una inesperada pregunta:
– A propósito de los apelativos "Patrón" y "Guiador", ¿es algo que viene usándose desde que la iglesia empezó a existir?
– No creo que sea eso. Cuando la iglesia era sólo un grupo religioso… se llamaban de otra manera.
– Y ahora, aunque se hayan separado de la iglesia, parece que les gusta mantenerse fieles al grupo y siguen usando esos nombres. ¿Puede decirse que el juego continúa en marcha?
La joven apartó de sus labios, que mantenía ligeramente entreabiertos, como siempre, su taza de café, y la devolvió a su platito. A continuación clavó la mirada en Ikúo. Kizu notaba que a él mismo se le superponía en la mente lo imaginado con lo recordado, ya que aquello invadía a esto último; el caso es que creía recordar, de quince años atrás, la misma mirada en los ojos de la misma joven.
– No hay ahí tal cosa como un juego en marcha. Si se define la palabra "juego" como diversión, como intercambiar por entretenimiento palabras en las que no se cree, y cosas por el estilo…, te diré que esas dos personas no han pasado estos diez penosos años aguantándolo todo por mera diversión.
"Lo de que se hayan separado de la iglesia es así, desde luego. Pero Patrón ahora está empeñado en relanzar de nuevo el movimiento religioso. Y ha sido un duro golpe que en esa fase precisamente Guiador haya caído fulminado.
"De todos modos, para suscitar un movimiento religioso, ¿no hace falta un núcleo formado por personas? Nosotros ahora nos agrupamos en torno a Patrón, el cual anteriormente dejó la iglesia una vez, y formamos de nuevo ese núcleo inicial indispensable. Con este tan reducido grupo de personas que somos, ¿crees que tenemos tiempo de entretenernos en juegos?
– En este nuevo movimiento, ¿qué tipo de magisterio o patronazgo va a desempeñar Patrón ante la humanidad? Y Guiador, ¿adonde va a guiar a la humanidad?
El mundo marcha hacia su propia ruina. En una época así, la misión que Patrón va a desempeñar es la de ser un maestro de la humanidad; y Guiador, en el supuesto de que se restablezca-claro está-, creo que tiene por delante la tarea concreta de prestar su apoyo a Patrón. Buscando cómo cumplir estos cometidos, han venido sufriendo mucho en los últimos diez años…
"Y ahora soy yo quien quiere preguntar. Se me ha preguntado qué papeles van a corresponder respectivamente a Patrón y a Guiador en el nuevo movimiento. ¿Me preguntas eso por alguna razón? ¿O es una mera diversión para no aburrirnos durante la comida?
Ikúo se ruborizó de nuevo. A pesar de ello encontró la convicción suficiente para responder:
– Yo, si el fin aún por venir del mundo no está lejos, precisamente he estado viviendo hasta ahora con el deseo de estar ahí plantando cara cuando llegue ese momento. ¿Acaso es tan raro que, siendo yo así, muestre interés en conocer qué se proponen hacer por el mundo Patrón y Guiador?
– Creo que es cierto que este chico ha vivido siempre en una actitud de plantearse el fin del mundo -terció Kizu-. Pues él es el niño que hace quince años destruyó por sí mismo una gran ciudad de plástico que él mismo había construido con tanto esmero. Habiendo destrozado aquel modelo, ¿qué de raro tiene que posea una visión del derrumbamiento de Tokio? Si a eso, después de todo, se lo quiere llamar diversión…, un juego sí que es, desde luego.
– No creo que haya sido por diversión. Cualquier acontecimiento, por pequeño que sea, una vez que tiene lugar realmente, deja su huella, y más aún en el caso de los niños -respondió la joven a Kizu; y acto seguido le puso por delante su oreja, como hecha de cera, mientras ella se enfrentaba a Ikúo:
– Dices que has venido pensando en el fin del mundo, pero ¿te has unido a algún grupo que realmente haga de ello el centro de su reflexión…? ¿… como pudiera ser alguna de las Iglesias cristianas, por ejemplo?
– Más de una vez, algún sondeo desde luego he hecho.
– ¿Qué significa eso de "algún sondeo"? -saltó la joven, preguntando a su vez.
– Ahora no pertenezco a ningún grupo religioso, pero lo que quiero decir es que no me he privado de indagar.
Kizu creyó que la chica se sentiría rebatida por esa respuesta, y seguiría argumentando, pero no lo hizo así. Más bien, ella se dejó llevar por su interés de mirar a Ikúo, mientras decía con calma:
– Seguramente el motivo por el que has procurado verme no era la nostalgia por el incidente de hace quince años. ¿No estarás en realidad tanteando el terreno de Patrón y Guiador? También eso es un propósito serio- y como primer paso, algo habrás sacado. ¿Por qué no dar un segundo paso y te llegas un día por la oficina? Con respecto a Guiador, no hay posibilidad alguna de verlo por ahora, pero yo te puedo presentar a Patrón, y una vez que hables con él, ya se verá. Y aunque yo me repita mucho atención: él es una persona con muchas experiencias amargas en su haber, asi que nunca pondré yo bastante atención en protegerlo.
Bajo el alero que cubría la entrada del restaurante, y mientras copiosas gotas de lluvia caían desde lo alto del zelkova, Ikúo y Kizu se despidieron de la joven, que ya tenía abierto su paraguas. Luego ellos dos echaron a correr bajo una imponente lluvia y se dirigieron al vecino aparcamiento a toda carrera. De haber ido Kizu solo, le habría pedido a un camarero del restaurante que le acercara el coche a la puerta, pero en las circunstancias actuales estaba tratando de adaptarse al estilo de vida del joven Ikúo.
– Eso de poner una oficina de una nueva religión en una zona residencial como ésta, se presta a que los residentes -no sólo los antiguos, por supuesto, sino incluso los que recientemente han accedido a este status social alto- les hagan el boicot para echarlos. Sin embargo, mírala a ella, que ahí va tan despreocupada, en su camino de vuelta.
Ocurría que, al salir con el coche del aparcamiento a la calle -estrechada por las edificaciones respectivas de una estación y un banco a cada lado- y atravesar varios cruces congestionados de gente, habían vislumbrado la imagen de la joven, con sus andares característicos, como de especialista en danza.
– ¿Y no se deberá tal vez su despreocupación al hecho de que ahora no están desarrollando aquí ninguna actividad religiosa? -apuntó Kizu-. Pues ha dicho algo así como que están iniciando un nuevo movimiento. Cuando esos dos a quienes llaman Patrón y Guiador protagonizaron aquel incidente de su apostasía de la secta, creo recordar que su oficina central la tenían en pleno centro. Son cosas que leí en el New York Times; después de apostatar se buscaron un sitio más reservado donde vivir. Pues aunque se lo llame "una oficina", allí también hacen su vida, al parecer.
Kizu se había comprado un Ford Mustang último modelo -como el que también había usado en América-: se lo habían entregado hacía dos días, y a propósito de eso el administrador de su apartamento había bromeado a costa suya, diciéndole que parecía haber hecho un insulso juramento de fidelidad a la economía norteamericana. Aunque Kizu le había prometido a Ikúo que le dejaría conducir, sin embargo el joven no estaba acostumbrado al volante a la izquierda, y por eso Kizu condujo a la ida. Y como además pensaba que la excesiva franqueza con que Ikúo se había dirigido a la chica tenía que ser efecto del vino, el mismo Kizu conducía también de vuelta. Mientras enfilaban hacia el distrito de Shibuya, Kizu sacó a relucir algo que no lograba entender bien de la conversación que había escuchado entre ambos jóvenes.
– Ikúo, has dicho que desde que eres niño has venido pensando en el fin del mundo, ¿verdad? Y en realidad así será, creo yo también. Y pienso que aquel comportamiento tuyo de hace quince años ha tenido algo que ver con eso. Todo tal y como yo he dicho al contar mis impresiones.
"Pero, a todo esto, lo que me sorprende como algo incomprensible es que tú, siendo como eres, no te acuerdes bien -por lo visto- del incidente del Salto Mortal, que tuvo lugar hace diez años. Dado que yo me enteré en América leyendo los periódicos de allí, aquí en Japón tuvo que ser un gran tema de conversación para todo el mundo. De hecho, lo retransmitieron por televisión; y -según decía el New York Times-, el mismo hecho de que Patrón saliera hablando por los televisores tuvo que jugar un papel muy importante.
– Según la denominación de entonces, aquello se llamaba la Iglesia del Salvador y el Profeta, ¿no? -dijo Ikúo-. De ese incidente sé algo por los medios de comunicación. También hoy, mientras charlaba con la chica, he caído en la cuenta de que lo sabía.
– En ese caso, ¿cómo no has hecho "algún sondeo", como tú dices, tratando de acercarte a esa iglesia? ¿Sería tal vez porque antes de que sus líderes apostataran, la secta no era tan bien conocida?
– Para mí, al menos, no lo era. Pues cuando yo supe algo de la secta fue cuando sus líderes declararon públicamente que ellos no eran ni un salvador ni un profeta, y que lo que habían predicado hasta el momento eran disparates. Luego vi y leí los reportajes que los medios de comunicación les dedicaron, tratándolos de bufones; y no pude evitar menospreciarlos, considerándolos como "ese par de tíos". Ya que tenía interés por saber qué puede hacer la humanidad ante la perspectiva del fin del mundo, me sentí traicionado. Tal vez eso haya sido todo.
Kizu observó la expresión de Ikúo a través del espejo retrovisor. En el tono de voz de Ikúo había ciertamente una sombra de resentimiento.
– Y bueno, ¿qué me dices de ella? ¿Después de quince años sin veros…?
– Sigue siendo tal cual la recordaba, y ésa ha sido mi sorpresa -dijo Ikúo, volviendo a su expresión tranquila-. Y como también aprecié en el cuadro que usted hizo, sus ojos tras esos párpados son como una aguada de tinta china; y su boca siempre está entreabierta, como si ése fuera el modo correcto de respirar…, todo tal como yo lo recordaba. Así lo veo.
– Ja, ja, ja -rió Kizu-. Sin que se sepa por qué, es una persona de boca permanentemente abierta. Y los ojos de esa chica, cuando se fijan en su objetivo, se vuelven paradójicamente más oscuros -como pintor que era, confirmó las impresiones de Ikúo, a modo de continuación de un esbozo ya comenzado.
– Y, además, todo cuanto define a esa chica me sabe a algo que "se veía venir" como quien dice; pues es como si supiera que ella iba a evolucionar del modo que lo ha hecho, aunque en realidad no tuviera ni idea.
Kizu entendía muy bien las palabras de Ikúo. Pues lo de "se veía venir" también era una frase que resumía la especial impresión que a él le había hecho Ikúo al reencontrarlo, cuando Kizu se formuló así el descubrimiento: "Al fin he dado con él: con el niño de aquel día".
– Se ha convertido en una mujer muy singular, ¿eh? Eso me pareció desde nuestra primera conversación por teléfono. Su manera de optar por un trabajo tan especial, su elección del modo de vida que lleva… Todo eso.
– ¿Creerá ella verdaderamente en las nuevas enseñanzas de aquel viejo líder que diera el Salto Mortal? ¿O pesará también para ella el motivo de su danza…, en estas circunstancias en que parece ser que el movimiento religioso igual se reinicia que no se reinicia…?
– ¿No vas a recoger el reto que te ha lanzado de que vayas a ver a ese Patrón? ¿Piensas ir?
– Aún no me lo he pensado -respondió Ikúo casi tartamudeando-. Ni siquiera conozco bien en qué consiste el Salto Mortal.
– Si quieres te doy una charlita sobre el significado del Salto Mortal, basándome en mis lecturas del New York Times.
"Aquí los telediarios transmitieron la noticia del cambio de orientación de los líderes tratándola como un escándalo. Por tal causa, tus recuerdos te sonarán a eso. Sin embargo, el corresponsal del New York Times se mostraba verdaderamente atraído por el tema. La secta había sido fundada por dos hombres de mediana edad. Uno de ellos venía construyendo la doctrina fundamental a partir de sus experiencias místicas. Esa base ideológica se la replanteaba muchas veces, tratando de depurarla lo más posible. El otro hacía el trabajo auxiliar de formular en palabras las experiencias místicas de su compañero, al tiempo que también dedicaba su actividad a atender a las necesidades concretas de la secta en la vida cotidiana.
"El corresponsal en cuestión había dedicado a su investigación y su labor informativa un año entero. Parece haber sido él quien, tras considerarse más familiarizado con las figuras de los líderes, les dio los nombres en inglés de "Patrón" y "Guide" -Patrón y Guiador, respectivamente-. Puede ser que llegara a publicar esos nombres pensando que las anteriores denominaciones de "Salvador" y "Profeta", empleadas como suenan, provocarían una reacción adversa entre los lectores norteamericanos. Después del Salto Mortal, se cuenta que los mismos líderes empezaron a adoptar los nuevos apelativos en su trato mutuo, pues parece que no los hacían muy felices las denominaciones anteriores.
"Cuando el corresponsal estaba dando por terminada su labor informativa, se dio de manos a boca con el incidente del Salto Mortal. Visto desde fuera, ¿qué actuación fue la suya?, podemos preguntarnos. Ocurrió que ellos dos, desde la jefatura del movimiento, entraron en trato con la policía y el Departamento de Seguridad Pública para poner en su conocimiento que una facción radical dentro de su secta tenía planes que atentaban contra la sociedad. Ésa era la cuestión.
"Era un movimiento a escala bastante menor que el Shinrikyoo de Oom, pero en su centro investigador de Izu, constituido en el punto focal de actividades de la facción radical, habían tomado como objetivo prioritario la ocupación de una planta nuclear. Entre el personal investigador había un doctor en Física Nuclear. Pretendían volar la planta con la misma energía nuclear, como una bomba atómica, y hacer alarde de ello, para forzar al pueblo japonés a creer en la doctrina de los líderes, o al menos para predicar la necesidad de arrepentimiento, de cara al fin del mundo. O, yendo aún más lejos, proyectaban volar de hecho dos o tres plantas nucleares, con el fin de dar una auténtica impresión de lo cercano que estaba el fin del mundo. Su plan de predicación sobre la necesidad de convertirse se apoyaba en dicha base. Ante todo, manipular la situación del país para llevarlo a una crisis… ¿No es ésta acaso la estrategia de los grupos políticos extremistas? Pero el objetivo concreto eran las plantas nucleares; y eso ya… Desde su origen mismo, se trata de unas enseñanzas apocalípticas.
"Desde el punto de vista de los líderes, la cuestión estribaba en que, siéndoles imposible reprimir ese brote interno de la secta que era la facción radical, no tenían más remedio que llevar el lacrimoso caso a la policía y a las autoridades. Previendo tal vez que se llegara a eso, la facción radical adoptó la táctica de dispersarse por todo el país. Nadie sabía cuándo esos comandos latentes iban a lanzarse a ocupar plantas nucleares. Los líderes de la secta se dirigieron entonces a los medios de comunicación para solicitar una conferencia de prensa. Especialmente manifestaron a las cadenas de televisión las medidas que pensaban tomar en prevención, y pidieron una cobertura completa sobre dicha información. Naturalmente, el apoyo de las autoridades estaría también de su parte.
"Entonces el primero de los líderes, el que ahora se llama Patrón, se puso ante las cámaras de televisión para transmitir en directo a todo el país la siguiente declaración: "Me dirijo a los miembros del grupo radical de la iglesia esparcidos por todo el país: abandonad vuestros planes para ocupar las centrales nucleares. Aquí no hay ni un salvador ni un profeta. Las doctrinas que hasta ahora hemos predicado son pura broma. Nosotros mismos vamos a apostatar de esa iglesia. Todo lo que en ella hemos venido haciendo y diciendo hasta ahora ha sido simplemente una mala pasada por nuestra parte. Una vez que hemos hecho pública confesión de ello, os pedimos que abandonéis inmediatamente vuestra fe.
"Quisiera que vosotros en especial, miembros de la facción radical, os dierais cuenta de que nuestra secta, al estar construida sobre simplezas, es como un castillo edificado sobre arena. Nosotros nos hemos entretenido interpretando los papeles respectivos de Salvador de la humanidad y de Profeta de los últimos días, prodigando palabras grandilocuentes y gestos solemnes. Gracias a eso nos lo hemos pasado en grande, y hace dos años nos vimos legalmente reconocidos como nueva religión; y a costa de aquel frívolo alboroto ocasionado por una broma nos llegaron abundantes fondos en metálico. Pero hasta aquí hemos llegado, y de aquí no pasamos. Todo lo anterior ha sido una farsa. Vedme aquí en mi imagen transmitida por televisión. ¿Cómo podéis pensar que este que veis vaya a ser el salvador de la humanidad? ¿Cómo este compañero de siniestro semblante que está aquí conmigo podría ser el profeta de los últimos días?"
"A raíz de esta declaración televisada al país entero, la noticia del incidente que se llamó "Somersault" -palabra que envuelve el significado de "salto atrás" y "salto mortal"-, por haber usado aquel corresponsal dicha palabra, conoció una amplia difusión. La palabra vino después traducida en viaje de vuelta a Japón desde la redacción de Nueva York, y por una temporada tuvo que estar de moda aquí también.
"A decir verdad, yo no sé hasta qué punto el incidente tuvo repercusiones en Japón. Ciertamente, a partir de entonces las cadenas privadas de televisión hicieron un seguimiento del tema en sus espacios de noticias tratándolo como una comedia burlesca. Pero he oído que la NHK (TV pública japonesa) dejó de referirse en adelante a tal asunto. Tú mismo, Ikúo, algo verías en televisión, con tus ojos infantiles de entonces. Yo me encontraba en América, y lo que más atrajo mi atención fue el artículo de seguimiento que aquel mismo corresponsal escribió en el aftermath del Salto Mortal, es decir: sobre sus secuelas inmediatas. "Los japoneses -según él escribía- tienen una aversión temperamental a los cambios de rumbo, y con este ingrediente añadido de que ellos dos usaran palabras tan frívolas para desautorizar su doctrina como una mera burla, resultó que aquel falso salvador y aquel falso profeta se convirtieran en blanco de crudos ataques". Informaba además el corresponsal de que la generalidad de los ciudadanos mostraba una indignación por encima de lo habitual. Sobre el falso salvador y el falso profeta descargaron entonces una lluvia de insultos. Incluso había personas que, sin tener relación alguna con la secta, escribieron cartas al periódico manifestando que era imperdonable tal inmoralidad; y esas cartas eran citadas en dicho artículo.
"El corresponsal en cuestión debió de considerar que había algo raro en estas críticas tan unilaterales. Tal vez -como él escribía- gracias al falso salvador y al falso profeta y a su Salto Mortal dando marcha atrás, se había podido evitar que unas cuantas ciudades del país se hubieran visto alcanzadas por la contaminación nuclear. Las autoridades afirmaron con mucho énfasis que ocupar las plantas nucleares no era una empresa factible, y que convertirlas en enormes bombas nucleares imposibles de transportar no estaba al alcance de la investigación. ¿Sería verdad? Sin embargo el pueblo en general no valoró para nada la actuación de esos dos líderes, que se habían jugado el tipo para abortar la crisis; y más bien se volcó en criticar la dudosa moralidad del falso salvador y del falso profeta. La facción radical fue denunciada y llevada a juicio, y cuando de ahí resultó con toda claridad que los líderes no iban a ser perseguidos -lo cual se atribuía al éxito de presuntas negociaciones-, las críticas hacia ellos dos subieron de tono cada vez más. El articulista concluía con consideraciones como "¡Qué raza tan extraña esta de los japoneses!".
"Ikúo, tú, que estabas aquí en Japón y viste algún reportaje de televisión, sin duda presenciarías esos movimientos de la opinión pública; pues has dicho que te gustaría estar ahí para plantar cara al fin del mundo. ¿Cuál fue tu impresión, Ikúo?
– Como ya he dicho, creo que lo que sentí es desprecio -respondió Ikúo-. Especialmente cuando esos programas de televisión de primeras horas de la tarde dedicados a mujeres retransmitían hasta el cansancio el discurso que el llamado "salvador de la humanidad" largaba sobre su retractación. Aunque yo era un niño, aquello hasta me hizo reír. Pero el caso es que en mi interior tal vez me sentía defraudado.
Acaso para contrarrestar el haber hablado por tanto rato, Kizu se limitó a conducir, con pocas palabras ya. En la actitud de Ikúo, tan propensa al silencio, Kizu creía percibir la existencia de un estrato interior profundo e inasible, del que no había sido consciente antes. Como fruto de su relación sexual con Ikúo, Kizu había visto restablecerse su propia autoestima; pero, de todos modos, a veces daba en pensar que el trato mantenido entre ambos no era, en cualquier supuesto, comparable con el de las parejas homosexuales que él estaba habituado a ver en su comunidad universitaria. En realidad, tal vez les ocurriera lo mismo a dichas parejas, pero el caso es que Ikúo no aceptaba la familiaridad normalmente esperable de la intimidad carnal, sino que establecía su distancia respecto a Kizu, y prefería dar muestras de que no necesitaba apoyarse en nadie.
Ikúo no ocultaba el interés que le había suscitado verse de nuevo ante aquella chica, con la que había trabado un contacto tan singular quince años antes. Ese interés iba íntimamente entretejido con el que sentía por aquel ex líder religioso para quien estaba trabajando la que fuera aquel día niña, hecha hoy una joven mujer. La respuesta de Ikúo a las palabras de Kizu daba indicios a éste sobre el hondo interés que sentía el joven por Patrón y Guiador, y asimismo -y no sin relación con lo anterior- sobre cómo tenía algo dentro que le estaba ocultando a Kizu. Éste volvió despacio su mirada a Ikúo: en la tez del joven se había atenuado aquel rojo que se dijera proceder de un vino tinto mezclado con su sangre, y su piel tensa volvía a darle un aire de estatua, cubriendo todas las hendiduras y las prominencias de los huesos. Daba la sensación de que bastaría con una sacudida para que aquella pesada pella de modelado se viniera abajo.
No obstante, al día siguiente llegó Ikúo y, una vez que posó de modelo a lo largo de la mañana, como para compensar la reticencia que había mantenido en el coche ante Kizu, sacó por sí mismo el tema de la joven.
– Aquella chica se encontró con ellos después del Salto Mortal, y con todo cree totalmente en Patrón y Guiador, ¿no? El mundo va a su ruina dice, y Patrón y Guiador nos van a enseñar el camino para hacer frente a esa destrucción. A ella parece importarle poco lo que esos hombres hicieron o dijeron a raíz del Salto Mortal.
– Ella los valora altamente por lo mucho que han venido sufriendo durante diez años, a partir del salto. ¿Será esa también la tónica en que los líderes quieran fundamentar su actuación con vistas al relanzamiento que pretenden? La razón de que ella se enfureciera cuando utilizaste la palabra "juego" se deberá sin duda a que, por encima de todo, ella se toma muy en serio la importancia del relanzamiento.
– ¿Metería yo la pata reaccionando así? -preguntó Ikúo, mirando a Kizu con sus ojos profundamente negros y cargados de ternura, hasta el punto de despertar en Kizu un brote inmediato de deseo sexual-. Como salió a relucir en nuestra charla de ayer, yo soy el tipo de persona que se dedica a pensar en el fin del mundo; ésa es la verdad.
"Entonces, hubo por parte de ella esa manía de reaccionar en contra, y la conversación se fue por otros derroteros; con lo que me quedé sin oír lo que ella tenía que decir, y bien que lo siento.
"Al despertarme esta mañana, me he lamentado interiormente de no preguntarle a ella qué significaba en concreto ese sufrimiento que los líderes han arrastrado durante diez años, a raíz de su retractación. Por lo que yo recuerdo de lo que vi en televisión, allí lo que había era un viejales de poco seso despachándose a su gusto con una charla tonta.
– De todo eso viene a desprenderse que el relanzamiento próximo es como dar un nuevo Salto Mortal a placer, y en dirección opuesta.
– También ocurre que a veces los gimnastas dan un salto mortal tras otro, repitiendo sus volteretas para avanzar hacia delante -dijo Ikúo-. A pesar de todo, mientras no oigamos directamente a los interesados no haremos más que pasar de una metáfora a otra sin que se nos aclare nada.
– En resumidas cuentas, sean embaucadores o no esos que se dan aires de "Salvador" y "Profeta" para la humanidad, parece que no te queda más remedio que ir a verlos. Recibiste una invitación de la joven en ese sentido. Si no te parece mal, voy a acompañarte.
– Lo primero será que me ponga en contacto con ella.
Diciendo esto, Ikúo mostró una expresión de contenido indescifrable. Sin embargo, en ese momento en que Ikúo se había echado encima una bata tras posar desnudo, Kizu miraba la parte superior de su pecho y la estructura musculosa de su cuello, que quedaban a la vista entre las solapas abiertas de la bata; y lejos de detenerse a indagar sobre el significado de tal o cual expresión, él tenía el pensamiento ocupado por la obsesiva idea de cómo el cuerpo de aquel joven podía estar dotado con tan espléndida magnificencia. Hasta el punto de que, faltándole aún al muchacho una especial maduración en el orden espiritual, aquel desequilibrio parecía deberse a un mal reparto de los dones naturales destinados a la humanidad.
La razón de que Kizu se afanara tanto en dibujar a Ikúo y así ir preparando la creación del cuadro, acaso estuviese motivada por el deseo de conferir personalmente algo especial a Ikúo en la realización del mismo, antes de que el espíritu del joven y su cuerpo llegaran a equilibrarse en lo que había de ser su singular existencia. Realmente, a Kizu le gustaba soñar despierto con Ikúo, para ver que albergaba en su interior ese "algo especial" aún oculto; mientras su cuerpo se había adelantado en darle solemnidad. Y el fundamento de esa premonición de Kizu -por la que intuía un especial don en el interior del joven- no tenía otra explicación que aquella imagen de quince años atrás: un Ikúo que más que un niño era un pequeño adulto, con una cara de ferocidad casi salvaje y unos preciosos ojos.
Había algo que a Kizu se le venía al recuerdo tras su reencuentro con Ikúo, y era que en un simposio patrocinado por su departamento, y en el que él mismo había participado, se presentó una comunicación que usaba a modo de texto unos grabados dibujados imaginativamente exhumando el contenido de viejas láminas impresas en Francia: mostraban la evolución del morro u hocico de las bestias hasta llegar por sus pasos al rostro humano. En aquella ocasión, viendo cómo la más brutal de las caras humanas tomaba como origen en su línea de desarrollo las facciones de un oso, Kizu se acordó de aquel muchacho que portaba una maqueta de plástico. Pero mientras los ojos del oso-hombre eran pequeños, rehundidos e inexpresivos, los ojos de aquel chico, aun siendo rehundidos, estaban llenos de una ternura sensual…
Kizu se quedó mirando fijamente a Ikúo. El joven, al sentirse blanco de aquella mirada, se levantó, se despojó de la bata, que echó sobre la silla donde había estado sentado, y paseó su cuerpo desnudo y bronceado hasta el gran sofá, donde posó sus nalgas bien dentro, abriendo luego las piernas; y estando así dirigió a Kizu un sonrojado gesto de invitación. Aunque tenía el trasero muy metido en el sofá, se veía su pene, de una esplendidez desmesurada, creciendo en longitud, y con su cabecita descollando en el extremo. Kizu, ante todo, entró un momento en el cuarto de aseo. Kizu creía descubrir en esa actitud del joven, básicamente, una intención de correspondería así, como muestra de gratitud, por haberse él ofrecido a acompañarlo en su intento de acercamiento a la joven y a Patrón. Aun así, allí de pie ante la taza del retrete, y mientras se tocaba el miembro, que a duras penas podía sacar de los pantalones por habérsele puesto especialmente voluminoso, no acertaba a refrenar su absoluta satisfacción.
Por la tarde, cuando Ikúo ya se había ido, Kizu se puso a cortarse las uñas en una zona soleada, tras la amplia puerta de cristal. Sobre un papel de periódico tenía posado el pie derecho, y en su tercer dedo descubrió algo en lo que no había reparado hasta entonces, y que atrajo su curiosidad por su forma y su sensación. Se miró el pie izquierdo para indagar, y apreció lo mismo en el dedo correspondiente: una especie de larva de escarabajo que alguien hubiera sacado a la luz de un lecho de hojas secas con un saludable aspecto de fragilidad; algo totalmente distinto de los demás dedos del pie. Durante más de medio siglo había venido conviviendo con estos dedos… ¿Cómo podía ser que su curiosidad no se hubiera sentido atraída por algo así?
Sumido en estos pensamientos, detuvo un momento la actividad de sus manos en el corte de uñas. Probablemente no se trataba de que le faltara capacidad de observación. Era que las células de su carne, al perder ya los últimos restos de juventud, provocaban en sus dedos esas extrañas formas que se hacían patentes. "Ésta es la forma que adoptan los dedos de uno que entra en la senectud con un rebrote de cáncer a cuestas, destinado a convertirse pronto en cadáver". Pero en medio de todo, lo que le había proporcionado unos nuevos ojos para apreciar su carnalidad era indiscutiblemente todo lo que concernía a su relación sexual con Ikúo.
El sábado siguiente Kizu fue a la ceremonia donde se celebraba la entrega de un premio internacional a cierto arquitecto japonés, que ya se había ganado una reputación mundial desde la época de la estancia de Kizu en América. Kizu había pensado invitar al que un tiempo había sido estudiante de Arquitectura: Ikúo. Pero éste, que acababa de encontrarse con la joven, iba a estar ocupado hasta bien entrada la noche, resolviéndole un asunto que ella le había pedido, por lo que Kizu tuvo que ir solo. Al llegar a la sala de celebraciones del hotel en cuestión, situado en el distrito de Shinbashi, Kizu apreció que los que allí vestían de etiqueta eran sólo los directamente relacionados con el premio; y entonces él se sintió fuera de lugar con su simple esmoquin. También había, por cierto, caras conocidas entre los asistentes. El arquitecto homenajeado había visitado en cierta ocasión la Facultad de Arquitectura de la universidad de Kizu, para dar una conferencia abierta al público. Kizu colaboró entonces con él, mostrando y comentando las diapositivas de un museo de arte que su colega había diseñado en Los Ángeles; así que su relación no había sido muy profunda.
Terminado el acto, Kizu saludó al arquitecto y a su mujer, y se marchó pronto del local de la celebración. En las proximidades de la escalera automática, Kizu se encontró con un periodista americano que llegaba tarde, e iba también de esmoquin; era un antiguo conocido suyo, especializado en reportajes de Bellas Artes y Arquitectura. Kizu le lanzó una voz, diciéndole que, al igual que él mismo, iba a llamar la atención vestido así. El otro le manifestó que lo habían invitado a una cena privada tras la tertulia que seguía a la ceremonia, pero que él iba a eludir el compromiso, y en lugar de eso invitaba a Kizu con el fin de "pasar el rato juntos después de tanto tiempo". Acto seguido condujo a Kizu a un bar que había en el sótano, y se aproximaron a su mostrador.
Allí se tomaron una copa de vino blanco, y cuando pedían una segunda, el periodista centró la prolija charla que había iniciado sobre Arquitectura en un tema relacionado con el hombre religioso para quien trabajaba aquella joven. El asunto arrancaba de que el periodista, en un viaje que había hecho a la región boscosa del centro de Shikoku, se había encontrado con un edificio insospechado. Tal era el tema.
– Aquel paraje es como una isla solitaria en medio de un mar de árboles. Está a dos horas del aeropuerto, adentrándose en las montañas. Pensé que me estaban llevando a visitar las reliquias de la mitología japonesa. Cuando te dicen que has llegado, te encuentras en un camino sin salida, bloqueado por un mar de árboles. Y es que en esa aldea de 1.500 habitantes se erige un templo con una residencia aneja, ¡todo en el más moderno estilo de hoy día!
"¿A qué podía deberse que en esa aldea de montaña, tan despoblada, se hubieran levantado unas edificaciones así? Pues el caso es que en aquella comarca surgió un nuevo movimiento religioso, y la edificación del templo
Y los fíeles que iban al templo a orar, con estupor y tristeza decían que aquellos antiguos líderes que habían dado el Salto Mortal estaban sufriendo actualmente; y que ellos mismos habían visto las almas de quienes los abandonaran separadas de sus cuerpos, y flotando cerca de ellos mientras oraban.
– ¡Quién sabe si las almas de esos dos ex líderes no se ponen realmente en marcha hacia aquellos modernos edificios que están en más hondo de los bosques! -dijo Kizu al periodista americano; y se limitó luego a suspirar.