CAPÍTULO. 1 CIEN AÑOS

Cierto joven, llamado Ogi, recibió de sus nuevos compañeros, a poco de conocerlos, el sobrenombre de "el inocente muchacho"; pero esto no le hizo sentirse especialmente incómodo. Pues aunque estemos hablando de "compañeros", si únicamente hacemos la salvedad de una joven, los dos hombres estaban próximos a la edad de su propio padre. Y no tardó Ogi en convencerse de que la chica en cuestión no tenía nada de inocente en comparación con él mismo. Los dos hombres algo mayores que se contaban entre esos compañeros recibían las denominaciones respectivas de "Patrón" y "Guiador". El joven Ogi contaba entre sus recuerdos que, hacía ya diez años, leyó al azar tales nombres en un periódico, como personajes claves de cierto "incidente". En resumidas cuentas, siendo ellos los protagonistas del "incidente" -que desde la perspectiva de Ogi era un hecho perteneciente a un pasado ya bastante remoto-, se podían considerar aún ambos en la flor de la vida. Así y todo, en los medios de comunicación del momento ya se los describía como personas que han dejado atrás la juventud.

Puestos a explicar, aprovechando la ocasión, los extravagantes apelativos de esos dos, digamos que al protagonizar el incidente cortaron los lazos de relación con el grupo religioso que hasta entonces habían dirigido; y el New York Times, que publicó reportajes sobre el incidente, en vez de usar los nombres respectivos de ambos los sustituyó por esos epítetos burlescos; los cuales fueron acogidos sin problema por los interesados. Más tarde, a la joven que compartía con ellos la vida en común, la llamaron -valiéndose del mismo estilo- "Bailarina".

Cuando Ogi supo por vez primera que, en los meses y aun años que siguieron al incidente, ellos dos guardaron silencio al respecto, recibió un fuerte impacto. Pues ellos, aparte de mantener un canal abierto a las escasas conexiones necesarias para su sustento, vivían en el más rotundo aislamiento respecto al resto del mundo. Además, algo que causaba asombro a Ogi era que Patrón, siendo el de más edad de los dos, y aun no teniendo un cuerpo muy robusto, era un hombre verdaderamente dotado de energía vital. l pasaba sus días en una existencia soterrada de cara a la sociedad, como sitiado por asuntos urgentes, aunque viviendo a tope. Pero, como revés de la moneda, también Ogi tuvo la ocasión de vislumbrar en medio de todo esto la excesiva tendencia a entrar en depresión que acusaba aquel hombre.

Por lo demás, el otro, el llamado Guiador, siempre daba muestras de una gran presencia de ánimo y, como resultaba fácil de advertir incluso para los extraños, era para Patrón un compañero de toda confianza. El joven Ogi, acogiéndose a un símil sugerido por su escasa experiencia como lector, comparaba las conversaciones de ellos con las de Kanzan y Jittoku, aquellos monjes legendarios coetáneos con la dinastía tang de China. Así las cosas, cuando ellos dos se encontraban charlando mutuamente, si Ogi asomaba la cara por allí, solía encontrarse con que la joven se sumaba a la charla, y trataba a ambos usando los consabidos apodos. Andando el tiempo, conversar con ellos llegó a ser para Ogi un ingrediente de su trabajo, y él entonces sintió como forzada y antinatural esa modalidad de trato de la joven. Incluso le pareció irritante. Pero estas impresiones se le disiparon cuando Bailarina pasó a contarle abiertamente esto:

Su propia madre había tenido sus esperanzas puestas en que ella estudiara Ciencias de la Educación en la Universidad de Ashikawa, donde el padre también ejercía en la Facultad de Ciencias, y en que luego llegara a ser profesora de Grado Medio o Superior en algún centro de la misma isla de Hokkaido. "De haber secundado esos deseos -añadió Bailarina-, yo no habría pasado el tiempo con esta plenitud de ahora, gracias a la compañía de Patrón y Guiador, que en el sentido propio de las palabras han sido para mí respectivamente como un tutor y un guía. Mi vida habría sido otra bien distinta".

"Así debe de ser, sin duda", pensó Ogi. De un modo o de otro, en la relación mantenida entre aquellas tres personas había algo especial.

Otra imagen que se le imponía a Ogi, también a partir de su pobre experiencia lectora, era ver a aquella pareja de cincuentones con la catadura de dos lobos de mar que hubiesen culminado una larga travesía. Era un símil muy tópico, como juvenil, pero envolvía un sentido de realidad. ¿No era cierto acaso que a los dos les quedaba un aire de haber compartido el mismo barco como compañeros de tripulación: tanto al hombre calmoso y rechoncho que era Patrón, como al otro musculoso, larguirucho y con todo el perfil de un halcón, que era Guiador? En éstas, no bien se había imaginado Ogi tal comparación, cuando probó a soltársela a Bailarina. Pero la réplica que le devolvió ella fue como para sacarle los colores al inocente muchacho:

– Tanto Patrón como Guiador, creo que están todavía en plena tormenta. En días cercanos, incluso alguien como tú podrá ver cómo el oleaje se encrespa de nuevo ante el viento, y cómo se le echan encima el aguacero y la galerna. ¿No vale más la pena, antes de que eso ocurra, buscar un puerto para resguardarse de la tempestad?

– ¿Y tú, entonces? -replicó Ogi.

– Yo, en mi caso, uniré mi suerte a la del capitán y a la del piloto mayor -dijo la muchacha como susurrando, mientras dejaba ver, en su boca entreabierta, la lengua rosácea, húmeda de saliva.

De entrada, y contando con esa manera tan corporal que tenía ella de expresarse, el joven no podía sentirse atraído verdaderamente por Bailarina. Y hay para ello una razón muy simple. Cierto que Bailarina era una chica que encerraba mucho encanto para el común de los jóvenes, dada su juventud y su belleza, y también su personalidad, tan destacable por encima de lo normal. Incluso su manía de llevarle la contraria a él, vista desde otra perspectiva, podía tal vez convertirse en una característica que precisamente lo atrajera sin remedio. Y si se tratara de su voz y de su manera de conversar, en eso más que nada Bailarina era especial, aproximándose ella a uno como con un abrazo que invita al baile: acercaba su cuerpo pequeño y grácil, y se ponía a susurrar íntimamente. Sin embargo, a una con esa voz solía venir alguna palabra punzante de reproche, que ella no podía refrenarse de soltar. Y encima, como ya ha quedado dicho más arriba, incluso cuando estaba callada, mantenía la boca entreabierta, dejando ver hasta el fondo su garganta roja en penumbra.

Para el inocente muchacho que era Ogi, la combinación de "hablar susurrando suavemente" con esa "sensación de boca siempre abierta", tan del gusto de Bailarina -y, dicho sea de paso, no es que por esto la tildara de insensata, sino que más bien interpretaba el hecho como un pequeño receso en medio de su expresión tan movida, inteligente y alerta-, tenía él que dejarla pasar con ánimo abierto; si bien, cuando menos, no era cosa que pudiera en modo alguno dejarlo indiferente.

Por razones de trabajo, Ogi se reunía con Bailarina, la secretaria de Patrón y Guiador, una vez cada dos meses. Aun así, desde que Ogi se incorporara a su trabajo, no se había dado el caso hasta el presente de que fuera ella quien lo telefoneara a él. Pero ahora se presentaba esta circunstancia nueva: que Bailarina contactaba con él de pronto, transmitiéndole el mensaje: "Patrón te necesita urgentemente". Este mensaje le llegó por fax a Ogi cuando se encontraba en Sapporo, isla de Hokkaido, transmitido desde la sede central de su compañía en Tokio; -él trabajaba en la Fundación para el Intercambio Cultural entre las Naciones, y como un eslabón más de su trabajo estaba el mantener contacto periódicamente con Patrón-. Su compañía le había confiado la misión de acompañar a un médico francés y a su mujer, a quienes había invitado, con ocasión de un congreso plenario organizado por la Asociación Japonesa de Dermatología.

El fax decía: "Una persona llamada "Bailarina" -y japonesa, sin duda- nos ha llamado por teléfono, diciendo que quiere contactar contigo urgentemente; que "Guiador" se ha desplomado por una hemorragia cerebral, y que "Patrón" quiere verte. Estos extraños nombres serán apodos, sin duda. Le pedí a ella que me diera los nombres reales, pero me respondió que ya con lo dicho te orientarías mejor que con nada". Y había un añadido al final: "Le dije que como iba a traeros complicaciones a la marcha del congreso si yo la informaba sobre tu hotel y número de teléfono, para evitar esto yo mismo iba a comunicarme contigo. Esa mujer da la impresión de estar como en trance, posesa por algo. "Bailarina' "Guiador' "Patrón"… ¿Qué es eso, y con qué chusma de gente te juntas tú?".

El cometido de Ogi en esa ocasión consistía en llevar al mencionado doctor en Medicina y a su señora, llegados de Lyon, a unas dependencias del hotel que se habían reservado para celebrar el congreso; el doctor debía pronunciar allí su discurso de salutación. Tras hacer una llamada telefónica a la residencia de Patrón, Ogi se dirigió con aquel matrimonio a la enorme sala donde tenía lugar la cena correspondiente a la víspera del congreso; allí escoltó al profesor y a su esposa hasta la mesa donde les esperaba el presidente del congreso acompañado de su esposa, pues los caballeros habían sido colegas de investigación durante muchos años. Cumplida esta misión, el joven explicó su situación al personal responsable del congreso, y enseguida cogió un taxi para enfilar a toda prisa hacia el aeropuerto de Chitose, en las afueras de Sapporo. Cuando por fin se encontró a bordo del último avión con destino al aeropuerto de Haneda, Tokio, Ogi consideró en su interior que jamás antes había actuado con la precipitación de ese momento. Esto le producía a ratos deÑazón, pero también a ratos -y sin que ello se contradijera con lo anterior- le hacía sentir una leve satisfacción.

Para el día siguiente, durante toda la mañana, la fundación -y Ogi a fin de cuentas como delegado suyo- se había comprometido a hacer de guía a la señora del doctor -incluida la provisión de transporte- para una visita turística a Sapporo, mientras su marido se hacía cargo de la conferencia inaugural. Ogi pensó que al día siguiente podía toparse con atascos en la carretera, a causa del tráfico ocasionado por el aeropuerto de Chitose; y se iba a ver entonces muy apurado de tiempo; pero, ya sin tomar la precaución de buscarse un sustituto para desempeñar su trabajo, se había resuelto a volver a Tokio. l era una persona con firme sentido de la responsabilidad, por naturaleza; y aunque la palabra "perfeccionista" tienda fácilmente a adoptar un significado negativo, Ogi era un perfeccionista. A pesar de todo eso, ese día se sentía satisfecho por haber dejado al margen, sin más contemplaciones, su trabajo del día siguiente.

Tal sentimiento era, sin duda, muy acorde con su condición de inocente muchacho, como su simple brote natural; pero también provenía de su íntima sensación de que esa conducta suya reciente no podía ya medir- se por sus patrones habituales de conducta. Incluso llegó a albergar el presentimiento de que eso podría desencadenar la tendencia que llevaría a la quiebra de su propia coherencia personal. A todo esto, ¿por qué Ogi, en un momento tan crucial, había tomado una resolución tan desproporcionada? También eso tiene una simple explicación, pues todo se debe a las conversaciones -aún vívidas en su memoria- mantenidas con Bailarina, la chica que hablaba con suaves susurros, dejando ver el interior de su boca mediante ondulaciones tales como las de una anguila en el agua, y que aun conversando por teléfono tenía un tono sensual que apelaba a la imaginación. Bailarina, en ese caso, había comunicado a Ogi por teléfono, y sin darle tiempo para insertar una sola palabra, el siguiente parte de la situación:

– Guiador fue invitado por los antiguos creyentes de la secta religiosa a una reunión con ellos, pero ya estando en el lugar adonde se dirigía, ha caído al suelo privado de conocimiento. Según me dicen, ello se ha debido a un aneurisma cerebral, con la subsiguiente hemorragia. Por suerte había en la reunión un médico, el cual ordenó su traslado inmediato a cierto hospital universitario, donde trabaja un conocido suyo. Ya en la reunión, y antes de dar su charla, Guiador se había quejado de dolor de cabeza, mientras estaba comiendo con ellos. Luego siguió sintiéndose mal y -por lo visto- fue a los aseos, donde vomitó. Contando desde ese momento, pasadas ocho horas ya estaba operado, y en medio de la desgracia -que desde luego lo es-, ahora su situación va cambiando para bien. Sólo que la hemorragia ha sido muy fuerte; y como ya Patrón venía diciendo de un tiempo a esta parte, desde la época en que Guiador asumió la responsabilidad del grupo religioso, este colega suyo ha venido padeciendo la enfermedad del colágeno. A Patrón le preocupa que la larga lucha de Guiador con su enfermedad pueda haberle debilitado desde luego el sistema circulatorio. Tras lanzar estas quejas, Patrón se ha echado a llorar. Como la situación se me escapa de las manos, aquí estoy, esperando tu llegada.

Ogi le respondió que él tenía el compromiso de hacer de guía, durante toda la mañana del día siguiente, a la señora de un conferenciante, invitado al congreso, y de llevarla a una plantación forestal de tipo experimental perteneciente a la Universidad de Tokio. La señora misma era una especialista en la cría forestal, contando en su haber con contribuciones bibliográficas. Pero Bailarina no parecía dispuesta a escucharlo para nada.

– No lo dejes para mañana; vuelve esta misma noche en algún avión con destino a Haneda; y sin dar luego por ahí más rodeos, yente a la oficina. Patrón está hecho una pena, destrozado como un pez roca ante el fusilazo de un pescador submarinista. Y yo sola, la verdad, no puedo con esto. No hay ningún otro conocido por aquí de quien pueda echar mano…

El joven evocó en su mente la delicada figura integral de Bailarina, no obstante sus bien musculadas espaldas y sus bíceps, resultado -sin duda alguna, para Ogi- de haber cultivado su físico mediante la práctica del submarinismo, como deporte añadido a la danza. En las presentes circunstancias, a él no le quedaba otra salida que mostrarse totalmente de acuerdo con la chica.

Nada más llegar a la oficina de Patrón y Guiador en el distrito de Setagaya, Ogi se adentró en la densa y oscura arboleda del jardín, que se continuaba en un seto muy lozano. Fue andando hasta el edificio de una sola planta que se alzaba en lo profundo del jardín, y entretanto iba también dirigiendo su vista al firmamento. Sin cambio especial respecto al paisaje que acababa de dejar en Hokkaido, en medio de un aire claro y frío las estrellas destacaban por su brillo.

Antes de que Ogi pulsara el timbre de entrada a la casa, ya Bailarina le había abierto desde dentro, y acto seguido se quedó mirándolo, como traspasándolo con los ojos, mientras estaba él todavía fuera, sobre el camino enladrillado.

– Si no pulsas el timbre de entrada al jardín, te puedes encontrar con el San Bernardo, que a veces lo dejamos por ahí suelto.

Como siempre, en medio del dulce susurro de su voz se entremetía una llamada de advertencia.

Bailarina se adelantó a Ogi, indicándole el camino hasta una amplia habitación que reunía las funciones de sala de estar y comedor, y lo dejó esperando ante una librería baja, situada entre un sofá y un sillón, y con una pequeña lámpara -como único punto de luz- colocada sobre ella. Bailarina se adentró por un oscuro pasillo, hasta el cuarto de estudio y dormitorio -a la vez- de Patrón.

Ogi se sentó en el extremo del sofá más próximo a la entrada, y rememoró los días finales del año anterior, cuando por encargo de la fundación tuvo él que dedicarse a repartir pavos ahumados. Las direcciones de entrega eran muchas, y el presidente de su empresa le había instruido para que terminara el reparto en la víspera de Navidad. Ya estaba entrada la noche, y él iba precisamente hacia allí, cuando en un cruce a dos bocacalles de la casa se encontró con Patrón, que iba paseando al perro: caía una incesante aguanieve, que reflejaba débilmente la iluminación del alumbrado callejero. Y por allí pasaba el hombre, de mediana estatura, pero de notable anchura y corpulencia, con su impermeable encima -a Ogi le recordó a un soldadito de madera que su padre le había traído en su infancia, como recuerdo de Alemania-, que venía caminando despacio. Lo acompañaba un San Bernardo, tan largo éste como ancho era el hombre. Lo que de entrada captó la atención de Ogi fue simplemente la manera que tenía el hombre de dar los pasos mientras se acercaba andando, unos pasos calmosos desprovistos de cualquier balanceo corporal. También el perro participaba de los mismos andares. El hecho de que el hombre marchara cubierto con la capucha del impermeable, hasta la cara incluso, y que el perro llevara también una protección del mismo material cubriéndole completamente el cuerpo, daba a los dos un aire de innegable parecido. Así, en plena marcha, Ogi los sobrepasó, y tras un instante de pausa, se percató de que el hombre era Patrón, pero ya le resultó violento volverse y llamarlo. Hasta tal punto le imponía la majestad y solemnidad con que Patrón y su San Bernardo, en una noche lluviosa, iban así caminando como un par de hermanos, con toda esa semejanza física.

Ogi iba recordando todas estas cosas en la habitación débilmente iluminada por un único quinqué, cuando se levantó y se dirigió a la amplia puerta de cristal, donde por un resquicio del cortinaje se puso a mirar al jardín, sumido en la oscuridad bajo los frondosos árboles. Por la espalda se le acercó Bailarina, habiéndole con su voz furtiva.

– ¿Estás mirando la caseta del perro? Como no se te ha echado encima y ya estás dentro de la casa, ya no necesitarás mirar, ¿eh?

Ogi, que, como siempre, ya se sentía como si le perdonaran la vida, no respondió nada en especial, sino que bajó la vista hacia el camino enladrillado que quedaba a sus pies. A todo lo largo de la habitación, desde ambos extremos de la parte acristalada, se había montado un complicado sistema europeo de contraventanas de madera correderas como protección. En realidad el sistema nunca se usó luego, pero hacía poco Guiador le había explicado a Ogi, cuando éste se encontraba de pie en ese mismo lugar, las circunstancias que motivaron dicha instalación:

Cuando Patrón y Guiador se mudaron a esa casa, era feroz la compleja persecución que sufrían por parte de una gente que no sólo los miraba con antagonismo, sino que les tenía plena aversión. En tales momentos y para protegerse de posibles ataques a pedradas, hicieron instalar esas contraventanas. Y no ya con el propósito de proteger su integridad personal, sino también llevados por el temor de que las piedras arrojadas rompieran los cristales, pensaron en un principio que sólo tenía sentido instalar las contraventanas por el lado exterior de los cristales. Sin embargo, Patrón argumentó con insistencia que él solía echarse en el sofá a leer libros, y que por eso quería tener las planchas de madera -y mientras más sólidas fueran, mejor- lo más cerca posible de su propio cuerpo, como una muralla envolvente. De ahí que se construyera aquel modelo de montaje, con complicados raíles interiores para hacer correr las planchas de madera, ya que las contraventanas iban «por dentro» de los cristales, y no por fuera, como los habituales postigos contra la lluvia de las ventanas japonesas. Como la construcción era tan artificiosa y complicada, una vez que en la opinión del mundo exterior decayó el interés hacia Patrón y Guiador, Patrón mismo tomó la iniciativa para que desmontaran las contraventanas. Sin que se supiera ya por qué vino a cuento el tema, el caso es que Guiador le había explicado todo esto a Ogi con pelos y señales. En tal ocasión, Patrón pasaba por una crisis aguda en sus altibajos depresivos -le explicaron-, y se encontraba recluido en su estudio-dormitorio sin salir de allí. Por eso fue Guiador quien recibió a Ogi, que ese día había ido para mantener el contacto y tratar asuntos de común interés con su fundación.

Bailarina carraspeó gentilmente para aclararse la garganta, y esperó a que Ogi se volviera hacia ella.

– Patrón está ahora despierto, así que puedes verlo poniéndote al lado de la cama, pero no se te ocurra hacerle preguntas sin sentido -le dijo, con ese tono tan dominante que hizo recordar instintivamente a Ogi aquella conferencia a larga distancia, cuando ella le habló con cierto acento de súplica.

Bailarina luego se volvió en redondo, como si la prolongación de su cuello, fuerte y flexible, se convirtiera en un eje que le recorría el cuerpo hasta la zona lumbar, y en torno al cual ella giraba. Mientras la seguía pasillo adelante, Ogi creyó verle -en el instante de quietud previo a ese giro y a la luz del quinqué situado en bajo- un hilo de saliva desde el fondo de su garganta, que reverberaba plateado. Con todo, incluso esta impresión, que podría considerarse «tan sensual», el inocente muchacho tenía que contemplarla en un plano conceptual.

Patrón se encontraba en una habitación aún más oscura, acostado sobre una cama baja, y con el cuerpo vuelto hacia el visitante. Ogi había entrado, conducido por Bailarina, hasta ponerse junto a una mesita adyacente a la cama, donde reposaba un quinqué encendido; al ver la cara de Patrón bajo esa luz, sintió una opresión en el pecho. La causa estaba en que Patrón, siendo bastante mayor que él, lo miraba con unos ojos negros desbordados de lágrimas, como lo haría una cría de foca. De hecho resultaba imposible sostener la mirada de esas pupilas. Ogi desvió su vista hacia lo alto, y se dispuso a escuchar la voz lastimosa de Patrón, que iniciaba la sarta de sus quejas.

– Para mí no existe ya pasado que recordar, e igualmente me siento como quien ha perdido el futuro. Pues aun cuando yo pudiera de nuevo entrar en un gran trance y trasladarme al «más allá», las experiencias que allí tuviera no acertaría a expresarlas más que como quien suelta al azar palabras delirantes. Guiador me oía esas cosas, y las convertía en un discurso con pleno sentido; gracias a ello mis palabras empezaban a convertirse en palabras «de aquí». De no seguir ese proceso, mis palabras quedan privadas de sentido. Las frases que yo charloteo, brotadas de mi delirio, son cabalmente como provocadas por el trance de la fiebre; y dejadas sin más como me salen, ni yo mismo puedo recordarlas. Lo único que me queda en la memoria, no pasa de ser la cascara que ha contenido el fruto de un significado.

»Todas mis palabras son así, por eso todas son insensateces si me falta Guiador. En este momento tengo claro que, si me pongo a recordar cosas, todo es como un tarro abierto y sin contenido. Por más que me aplicara a organizar mis recuerdos desde el principio para redactarlos como "mis memorias", sin la ayuda de Guiador no acertaría a dar ni un paso. Lo mismo cabe decir sobre el episodio del Salto Mortal, pues Guiador tuvo la amabilidad de ordenar mis recuerdos y recrearlos para mí. Pero, a todo esto, ahora que Guiador tiene el cerebro destrozado, ¿qué me va a quedar? ¿No es cierto que quien queda soy yo, como un muerto viviente?

»Nada quedará en pie de mi vida, ni siquiera mis palabras. No hay nada más cierto, especialmente si venimos a mi concepto de futuro. Insisto en que a mí me sobrevienen grandes visiones, las cuales se convierten en conceptos con entidad propia gracias a que Guiador las ha puesto en forma de palabras. Ya ni tengo pasado, ni tengo futuro. Si ahora lo único que tengo es el presente, ¿no equivale esto a decir que es un presente hecho infierno? Por todos los diablos, ¿cómo habré llegado a caer en tal situación?

Tras estas lastimosas preguntas -que, como era obvio para el inocente muchacho, no requerían su respuesta- Patrón se sumió en el silencio. Ni en el trasfondo de aquel complejo monólogo suyo entretejido de preguntas, ni en su cara entrelarga, debilitada y profundamente apaciguada, había nada que demandara cosa alguna de su interlocutor; mantenía una expresión totalmente pasiva. La única idea coherente que acudió a la mente de Ogi fue -en concreto- que nunca antes había visto a un adulto en plena crisis de desesperación que mantuviera una calma tan profunda. Tenía ante sí un cincuentón desesperado, que poseía alma de niño. Bailarina, que guardaba silencio junto al también silencioso Ogi, mostró su asentimiento a Patrón por dos o tres veces. Como una madre que ante las quejas llorosas de su niño se limitara a responderle así, sin entrar en la solución de su problema: «Está bien, está bien…, te estoy escuchando". A Ogi no le cabía en la cabeza cómo esta Bailarina, que tan acogedora se estaba mostrando, pudiera haberlo apremiado a él de aquel modo para hacerlo volver a Tokio: «Yo sola aquí no puedo hacer nada".

Mientras Ogi seguía allí, bloqueado y sin poder reaccionar con eficacia, Bailarina estaba que no paraba de un lado para otro. De un rincón próximo a la pared, que escapaba del círculo de luz del quinqué, Bailarina trajo una silla baja, de la misma altura que la cama, y un cojín para su propio uso, que colocó junto a la silla. Ogi se sentó en la silla y extendió las piernas hacia delante, para venir a sentir inmediatamente en torno a sí un olor a cuero cargado con el de polvos de maquillaje: era que Bailarina había posado enérgicamente sus nalgas en el cojín. De este modo ambos se situaron casi en la misma línea de visión de Patrón, cuyo rostro inclinado hacia ellos podían observar de perfil. Ogi captó de un vistazo el interior de la boca entreabierta de Bailarina, que reflejaba tenuemente la luz, volvió su mirada a la cabeza de Patrón, y se preguntó si lo que le esperaba luego podría ser otra cosa que estarse allí sentado mirándolo fijamente, y aguardando el momento en que el hombre se lanzara a reanudar su lacrimoso relato. Siendo esto así, ¿qué sentido oculto habría en el hecho de que Bailarina lo hubiera elegido a él como acompañante? Con estos pensamientos, Ogi trataba de aquietar su espíritu.

Hacia el extremo este del estudio-dormitorio de Patrón, por el lado exterior de la cortina y el cristal, se notó sensiblemente el movimiento de alguna fiera de gran corpulencia. Era el sitio adonde él antes había mirado para localizar la caseta del perro, que debía de estar desde luego por allí. La continua agitación que mostraba el San Bernardo se superponía ahora en la mente de Ogi con esos ojos tan negros de Patrón, que reflejaban el vacío. Y el joven evocó de nuevo aquella noche de aguanieve, en la que aquellos dos seres paseaban juntos, con sendos impermeables encima.

De este modo, Ogi hizo noche en aquella oficina. La víspera, ya el día anochecido, Patrón no había pronunciado más palabras y se había dormido sin dificultad. Bailarina le dijo a Ogi que se volviera a la sala de estar. Desde el día en que dio la cara la enfermedad de Guiador, habían solicitado de la Asociación de Servicio Doméstico que les enviaran una empleada del hogar, la cual asumía las tareas caseras; así que este día Bailarina y Ogi esperaron a que ella llegara, y luego se dirigieron en el coche de Bailarina al Hospital Universitario de Shinjuku, para ver a Guiador. Bailarina miraba a la calzada desde el alto asiento del conductor de su Mitsubishi «Pajero», como quien estuviera conduciendo un tanque. Con sus labios entreabiertos como de costumbre, era una fiera conduciendo. Viéndola al volante, no era difícil imaginar que su entrenamiento como bailarina le habría forjado aquellos nervios de conductor. A raíz de esto, Ogi intuyó la capacidad profesional de Bailarina.

Hasta llegar al gran bulevar de Kooshuu, ella prefirió meterse por calles estrechas, escogidas deliberadamente, y así evitó verse metida en atascos.

– Es que coger por la autovía nos llevaría más tiempo -comentaba, mientras corría a todo lo largo del bulevar de Kooshuu, cambiando ágilmente de carril, hasta el punto de hacer sentir mareos a Ogi.

– Este carrerón a todo gas nos puede ahorrar, como mucho, diez minutos -añadió Bailarina, en plan de autocrítica.

Ella le explicó a Ogi:

– Después de aquello, Patrón ha estado durmiendo toda la noche, pero hoy al amanecer seguía psicológicamente muy tocado…

Sobre cómo podía encontrarse Guiador, Bailarina no le había vuelto a comentar ni palabra, sin duda por haberlo ya hecho cuando le dio el parte por teléfono, de Tokio a Sapporo. También eso lo atribuyó Ogi al carácter profesional y ejecutivo de Bailarina.

La constitución física, grácil y delicada, de Bailarina, junto con aquella su boca a medio abrir que le daba una expresión de perpetua niña…, sin duda todo eso encubría un peligro del cual era necesario precaverse; y, por si fuera poco, con aquella voz tan vaga y susurrante además que le dirigía al hablar… Pero una vez superado ese primer obstáculo, él atribuía tales cosas a un fondo personal, característico de ella, de toda confianza.

Ogi no era el tipo de persona que, incluso conversando con alguien de temas profesionales, pudiera por mucho tiempo cerrarse al diálogo. Su carácter lo llevaba a interesarse por la persona de su interlocutor, tratando de abrirse a cuanto pudiera llegarle de ella. Este rasgo podía considerarse como el fundamento concreto de aquel calificativo -«el inocente muchacho»- con el que Bailarina se refería a él desde un tiempo en que aún no tenían un profundo trato. Pero igualmente se podía decir que Ogi era un joven de carácter franco y abierto a los demás. Con frecuencia desconcertaba a su interlocutor, pues de pronto salía negando rotundamente la opinión de éste; pero eso ocurría cuando Ogi, puesto a escuchar con toda su buena fe, se percataba de que las palabras de su interlocutor eran ociosas, y que no tenía sentido seguir prestándole atención.

Sentado en el coche al lado de Bailarina, que iba conduciendo, y mientras escuchaba su voz como un susurro, se dio cuenta de que nunca antes había escuchado una conversación ociosa de labios de Bailarina, y que jamás ella lo había hecho sentirse mal repitiéndole una y otra vez palabras sin sentido.

Bailarina dejó a Ogi ante el vestíbulo de recepción del hospital, y fue a estacionar el coche en el aparcamiento que había justo delante. Luego volvió enseguida, dando una animada carrerita. Con su suéter blanco de tejido elástico y su pantalón entonado en ocre, ella rebosaba eficiencia juvenil, e incluso ya había conseguido el emblema distintivo de los visitantes. Esa rutina de conseguir los distintivos era un trámite tan simple que Ogi incluso sintió un resquemor de miedo pensando hasta qué punto habría seguridad en el hospital. Este Guiador que ahora yacía postrado en una cama del hospital era alguien que, a una con Patrón, se había convertido en objeto de encendidas controversias entre ideas encontradas en el seno de su misma iglesia. Según opiniones, la resolución definitiva del asunto quedaba aún por ver. Ogi estaba informado del tema por los medios de comunicación.

Subieron en ascensor a la quinta planta, y allí, ante la puerta de la Unidad de Cuidados Intensivos, Bailarina tuvo la habilidad de echar mano de un teléfono especial que había en alto para solicitar el acceso a los visitantes. La puerta se abrió desde dentro, con lo que ambos se sintieron invitados a entrar en dicha unidad.

Una vez dentro, tuvieron que lavarse las manos con jabón líquido desinfectante, y Bailarina se adelantó a decirle a Ogi que no se secara las manos después de lavadas. Avanzaron con las manos extendidas hacia delante, viendo cómo el líquido volátil de sus manos se evaporaba antes de darse ellos cuenta. Siguiendo a Bailarina como a un guía, Ogi llegó tras ella a una puerta automática de dos hojas que se abrieron hacia ambos extremos; con lo que ellos pasaron al interior. En el corredor que a partir de ahí les esperaba había -extendida a todo lo ancho del suelo- una franja de hasta tres metros de longitud cubierta de una sustancia pegajosa; a ejemplo de Bailarina, Ogi pasó también por allí, imprimiendo enérgicamente la suela de sus zapatos. Se sentía semejante a una gran mosca que quedara atrapada por las patas en una tira de papel atrapamoscas. Esta simple metáfora, tan de su estilo, se le ocurrió a Ogi a medida que la sensación de sus pies, cogidos en la trampa, le sugería que no podría salir de allí.

Tras pasar ante el puesto de control de las enfermeras, se encontraron con que allí comenzaban las habitaciones de los enfermos, y en la primera con que toparon había un paciente acostado, con su yukata puesta, dando muestras de tal debilidad que parecía que lo hubieran golpeado en todo su cuerpo; allí estaba, mirando al vacío. Aun siendo consciente de que no se trataba de la habitación de Guiador, Ogi se sintió interiormente sacudido.

Guiador, a su vez, estaba en la última habitación del pasillo, una gran habitación compartimentada en tres o cuatro espacios -donde había sendas camas- por cortinas blancas. En la zona más cercana estaba Guiador, acostado, en una situación aún más deteriorada que la de aquel paciente de antes. Tenía los tubos de goteo en marcha, junto con otro gran tubo de varias vueltas que procedía de un equipo de respiración asistida; pero no quedaba ahí todo, ya que el paciente estaba atado de pies y manos a la cama por medio de una fuerte cuerda. A la cabecera había un monitor electrónico, cuya pantalla, del tamaño de un televisor mediano, mostraba unas líneas de colores: verde, rojo, amarillo…, con cifras en los correspondientes colores, todo lo cual constituía un movido gráfico.

Viendo a Guiador así acostado, se advertía que aun en esa condición era un hombre de gran osamenta, y se notaba que la cama le quedaba corta. Tenía puesta una caperuza blanca sujeta a la cabeza; sus ojos estaban cerrados, y sobre la comisura del párpado derecho se apreciaba un hematoma producido por la congestión. Estaba conectado al tubo del oxígeno, y respiraba pesadamente. Su cara, de un gran aspecto, tan robusta que invitaba a calificarla de «magnífica», estaba roja, y a ratos incluso recordaba la de un niño que rebosara salud. La enfermera que los había conducido hasta la cama de Guiador comprobó el estado del goteo, cosa que le llevó muy poco tiempo, y sin decir nada en especial a los visitantes, se fue. Guiador dejaba asomar sus toscos pies fuera de la manta que lo cubría; y Bailarina, que estaba junto a Ogi cerca de la cama, se aproximó más al paciente hasta ocupar el sitio que había dejado la enfermera, y empezó entonces a masajear con soltura el torso de Guiador, desde los hombros -que la yukata dejaba al descubierto- hasta los músculos pectorales.

– Las ventanas de la nariz las tiene perfectamente, ¿no crees? Hasta ayer podía él respirar por sí mismo, y tenía fuerzas para sacudirse a patadas la manta, pero ahora… Según dicen, le han hecho bajar a propósito la temperatura. ¿No quieres tocarle la mano? Está sorprendentemente fría.

Ogi hizo lo que se le indicaba. La palma de la mano de Guiador, aunque desprovista de la fuerza de agarre necesaria para responder a quien pretendiera estrecharla, parecía ciertamente propensa a hacerlo, a juzgar por su volumen y su reacción. Ogi tuvo asimismo ocasión de comprobar que estaba más fría que la suya.

Bailarina masajeaba en cuanto le era posible la piel que estaba directamente expuesta al aire ambiental, y mientras trabajaba a en esto, su propio vientre y su cadera, que se le iban hacia la cama, amenazaban con aplastar los diversos tubos que se extendían por allí. Inclinada como estaba, levantó la vista para mirar a Ogi, con cierto desánimo -al parecer- ante el hecho de que él no hubiera contradicho sus malas impresiones sobre el enfermo.

Aun así, y como para recobrar su propio ánimo, Bailarina echó a andar hacia el puesto de control de las enfermeras, diciendo:

– Voy a enterarme de dónde está el médico de guardia, para pedirle que me dé el último parte clínico. Tú quédate aquí, y si Guiador vuelve en sí, ten valor para atenderlo como si tal cosa, ¿vale? No vaya a ser que, una vez que expresamente se haya recuperado, se encuentre rodeado de gente que no conoce de nada, y esto le provoque un trauma psíquico, y el aneurisma cerebral se le reproduzca y degenere en hemorragia. Si eso pasara, ya no habría nada que hacer.

Ogi se quedó solo, y se puso a pensar del siguiente modo: cuandoquiera que Bailarina iba a encontrarse con Patrón y Guiador para reunirse los tres, manifiestamente dirigía su atención hacia Patrón, y se mantenía fría e indiferente para con Guiador. Éste, por su parte, solía dar muestras de un sentido respeto hacia Patrón, pero tan pronto como Bailarina trataba de meterse en la reunión, no consideraba en absoluto las preferencias de Patrón y, sin consideración alguna, la dejaba a ella al margen del diálogo. Pero ahora que Guiador se había desplomado sin sentido, ¿no se advertía acaso, en la manera de masajearle ella la piel, una muestra de incipiente intimidad sexual?

Entretanto, sus pensamientos llevaron a Ogi en otra dirección muy suya, y para apagar el rescoldo de ese posible fuego, se propuso pensar sobre los cuidados de enfermera dispensados por Bailarina a Guiador, precisamente. Eran ideas que se le habían ocurrido desde el principio: ese «Patrón», a quien ya con cierto aire burlesco se había acostumbrado a llamar así, ¿podría ser verdaderamente una especie de patrono para la humanidad actual? Y, por otra parte, ¿qué pasaría si este «Guiador» -por el que sentía Ogi un fuerte rechazo, mezclado con ese respeto por el que lo querría ver lo más lejos posible de sí mismo…, aquel hombre tan inseparablemente unido a Patrón-, qué pasaría si fuera verdaderamente un guía de la humanidad? ¿Y qué podía significar el hecho de que él mismo -Ogi- hubiera por fin cobrado conciencia de tan importante cuestión, precisamente en este punto y hora en que Guiador había sufrido un aneurisma y una hemorragia cerebral, yaciendo con el conocimiento perdido, y viéndose abocado a una crisis mortal?

Cuando Ogi se encontraba sumido en lo más hondo de sus solitarios y medrosos pensamientos, Bailarina se presentó ya de vuelta. Ella traía una expresión mohína; y, ensombreciendo el gesto en torno a su nariz respingona mientras dirigía una mirada escrutadora a Ogi, enfiló hacia la salida de la Unidad de Cuidados Intensivos, sin decir ni palabra. De nuevo tuvieron que pasar por la desagradable sensación de la sustancia pegajosa de la franja del suelo chupándoles las suelas de los zapatos, y luego se pararon ante la puerta que debía abrirse ante ellos hacia ambos lados, cuando de pronto Ogi advirtió que se había quedado en blanco. Pero a su lado, Bailarina alargó fríamente un brazo para pulsar con un chasquido el timbre de apertura.

– El médico es un pesimista de tal magnitud que llega a ser cínico. ¿Pues no nos sale con palabras como "muerte cerebral"? -exclamó Bailarina sin poder ocultar su indignación, en tanto salían del pasillo y se encontraban ya en el rellano del ascensor-. Me ha dicho que aun ahora avanza la hinchazón cerebral. A este paso, una fisura negra que detecta el TAC en medio de su cerebro puede acabar reventando. Le he preguntado si, en este estado de cosas, está aplicando medidas para parar la hinchazón, pero ese señor doctor no se ha dignado responderme.

El "Pajero", con Bailarina al volante, iba a entrar en un cruce del bulevar de Kooshuu. Echando una ojeada a su reloj de pulsera, Ogi pensó que esa tarde aún le daría tiempo de pasarse por su oficina de la fundación. Le faltó la osadía necesaria para decirle a Bailarina que torciera a la izquierda y lo llevara a la estación de Shinjuku, y en vez de eso le pidió:

– Para un momento y déjame por aquí.

Pero Bailarina reaccionó con mucha severidad, casi convulsivamente. Chasqueando su lengua mojada contra los dientes, que relucían blancos entre los labios abiertos, le dijo ella:

– ¿Adonde quieres ir? ¿Precisamente ahora vas a escaparte? Yo sola no puedo ocuparme de ese hombre, con sus tiritones de fiebre.

Justo antes de meterse en el cruce, el "Pajero" se paró en seco, y ante el claxon que desde el coche de atrás le sonó materialmente encima, incluso se caló, temblequeante, como una persona que tuviera algo atascado en la garganta. Bailarina echaba fuego por los ojos, mientras afrontaba con bravura el lance. Por fin el coche quiso volver a arrancar, y ella lo arrimo al lateral, donde lo paró. Ogi advirtió, sobreponiéndose a lo imprevisto del caso, que los redondos hombros de Bailarina se agitaban bajo el suéter blanco, y que ella… ¡estaba llorando! Ogi se quedó desconcertado, y sólo se le ocurrió lo consabido de siempre en este tipo de situaciones: "¡Qué se le va a hacer!" Y con esto, trató de avenirse a las circunstancias. Se bajó por el lado de la acera, y mientras recibía nuevos pitidos de claxon alertándole del peligro, dio unos pasos rodeando al "Pajero" y se subió de nuevo por la puerta del conductor. Bailarina se cambió de asiento sumisamente y con presteza, hundiendo su peso en el asiento vecino, mientras que con sus manos de bonitos dedos se cubría el rostro.

Pero cuando el coche llevaba diez minutos en marcha, Bailarina se acomodó mejor, irguiéndose en el asiento, y orientó su cara, ya secadas las lágrimas, hacia el frente. Su habitual voz susurrante tenía ahora un matiz bronco, y le soltó a Ogi la siguiente historia, que a éste le pareció sobrada de razón:

Cuando ella misma iba a salir de Ashikawa, siguiendo su deseo de aprender danza, para venirse a Tokio, su padre la presentó a Guiador, un íntimo amigo suyo y antiguo compañero en la Facultad de Ciencias.

El padre era consciente de la trayectoria previa de Guiador: cómo había formado un grupo religioso a una con Patrón; pero eso no le había hecho cambiar de idea respecto a la confianza que le inspiraba Guiador como persona. En los telediarios, ella había visto reportajes sobre el tema en cuestión, y no acababa de tranquilizarse; pero, de todos modos, emprendió el viaje con la confianza puesta en Guiador. En la casa-oficina donde Guiador y Patrón vivían -que por cierto era una oficina inactiva como tal- le asignaron una habitación, y a cambio ella asumió las tareas de la casa. Fue poco después de su llegada cuando empezaron a llamarla "Bailarina", y por entonces, como un desarrollo natural de los acontecimientos, ella se convirtió de hecho en la secretaria de los dos.

Cuando, tiempo atrás y en Hokkaido, ella había dado un recital de su propia danza, un periodista local escribió un elogioso reportaje en un periódico de Sapporo -que en realidad había sido el motivo desencadenante para que ella se trasladara a Tokio-. Una vez ya en la capital, informó a aquel reportero sobre su dirección en Tokio; y luego le llegó una carta de él, diciéndole que aquel dúo formado por Patrón y Guiador no sólo había dado la espalda a la secta religiosa de su propia creación, sino que "esa gentuza había convertido públicamente su propia doctrina en tema de burla". Y que ellos habían llegado a vender a la autoridad competente la facción más extremista de sus creyentes, la cual había pasado, de mantener su fe puesta en las enseñanzas de Patrón, a emprender una acción política radical.

Sin embargo, Bailarina no se hizo ningún serio problema de tales cosas. Ella no se cuestionaba qué ideas podían tener Patrón y Guiador, ni qué pudiera haber resultado de todo eso. Le bastaba con albergar interiormente un caluroso afecto a aquellos dos señores mayores que la habían acogido en su residencia y le permitían plena libertad de movimientos. Con todo, cuando oía de labios de Patrón y Guiador alguna charla que le sonaba a tema religioso -ya fuera sobre algo relacionado con el acontecimiento reciente, por el que habían renunciado a su doctrina, ya fuera de ideas nuevas… (siendo el caso que ella no sabía distinguir entre ambos temas)-, ocasionalmente se sentía enganchada por aquello.

Todavía por aquel entonces Bailarina no conocía el hecho de que Patrón, desde tiempo atrás, solía entrar en sus especiales trances visionarios. En éstas, Patrón vino a caer en una depresión de honda melancolía. Para Bailarina, tal hecho constituía una experiencia nueva desde que se mudara a esa casa-oficina, pero los días que eso duró le dejaron una huella profunda; así como igualmente conservaba un buen recuerdo de la inmensa alegría experimentada cuando aquella misma persona, Patrón, que representaba un papel central en su vida, salió por fin liberado de su crisis. Pasado el episodio de la melancolía, cierto día en que Patrón se puso a hablar animadamente con Guiador, Bailarina oyó su conversación mientras planchaba ropa en la divisoria entre el comedor y la sala de estar. Las palabras de Patrón eran como sigue:

– Lo que yo ahora he experimentado, no tiene punto de comparación con mis trances anteriores. Esto te lo digo a ti, pues es lo único que cabe decir sobre el asunto; pero añadiré que si nosotros, desde el principio, hubiéramos insistido en nuestra predicación sobre la cuestión de que lo que trataba de conseguir nuestra iglesia era un objetivo a largo plazo, es decir, que pretendíamos preparar a la humanidad para afrontar los retos de fines del siglo veintiuno, no se hubiera producido la desafortunada confrontación con la facción radical. ¿Acaso no está claro para quienquiera que lo mire que, con una perspectiva de cien años y a escala universal de la humanidad, tendrá que producirse un general arrepentimiento en el mundo? A partir de ahora estamos previendo que dentro de cien años la humanidad no podrá detener una crisis de estancamiento global. Y, sin embargo, aquí estamos los países desarrollados, con nuestra prosperidad traída por la cultura del consumismo, y los países subdesarrollados, que se afanan en perseguir la misma meta. ¿No es esto acaso el fiel remedo del esplendor de Sodoma y Gomorra, aquellas ciudades de las que narra la Biblia que eran emporios del placer en la víspera de su propia destrucción?

"Nuestra insistencia había tenido que centrarse en lo necesaria que es una actitud de arrepentimiento para una humanidad que de aquí a cien años va a verse ante la peor de las pruebas. Ése debía haber sido el fin que presidiera la fundación de nuestra iglesia, y que nos habría llevado a establecer una firme base para la lucha. Teníamos que haber predicado que emprendíamos una preparación a cien años vista, dirigida a un arrepentimiento general y a una salvación de alcance universal. ¿No es cierto que, en comparación con los dos mil años transcurridos desde los tiempos de Jesús, cien años representan un breve intervalo? Aun así, precisamente ahora, vemos que los próximos cien años pueden definir el milenio que viene como la era de la tecnología. Urge empezar enseguida; no podemos flaquear, tenemos que seguir adelante.

Hasta el momento, Guiador había impresionado a Bailarina como un tipo de hombre lleno de resolución, y sin embargo nunca lo había oído expresarse de forma clara. Aun reconociendo su amabilidad, lo encontraba inaccesible y taciturno. Pero en esta ocasión Guiador se hizo oír con toda claridad, hasta el punto de que Bailarina pudo imaginarse con cuánta razón ese hombre, en una época de esplendor de la secta, había sido llamado "Profeta".

Guiador se expresó así:

– Perdóname, Patrón, pero cien años es un plazo muy largo. Está bien que prediquemos sobre la destrucción que nos espera al cabo de sólo un siglo. Pero cien años, para tener que vivirlos uno, es un plazo muy largo. Pienso en el grupo de mujeres que vieron nuestro Salto Mortal como un descenso a los infiernos. A esa consideración de nuestra bajada infernal ellas contraponen la visión de los cien años que se abre ante ellas. En el lugar donde mantienen fielmente su fe haciendo vida en común, ellas van acumulando los años, uno por uno, con la mira puesta en el siglo; o más valdría decir que están realizando el esfuerzo de mantener ese ritmo. Pero ¿cómo se lograría enseñar a otros esta manera suya de sumar año tras año para vivir así el siglo? ¿Cómo conseguir esa perseverancia sin dejarse avasallar por la facción radical?

Desde ese momento, Bailarina -por cuanto le contó a Ogi- solía poner la oreja con extrema atención a las palabras de Patrón y Guiador. E incluso en la presente situación, en que ellos no se implicaban en actividades religiosas, gracias a la circunstancia de encontrarse trabajando en la oficina de ambos, había ella llegado a descubrir la alegría de los creyentes. Pero ahora que -según presentía ella- Patrón estaba de nuevo tratando de reanudar su actividad religiosa, ahora precisamente Guiador había padecido el aneurisma y la hemorragia cerebral, y yacía sin sentido. Y Patrón, a su vez, ante el impacto que eso le había causado, estaba postrado por la fiebre. "En esta situación -añadió Bailarina-, ¿cómo puedes tú darnos la espalda a Patrón y a mí para volverte a tu trabajo? ¿No eres tú acaso en este momento -exceptuándome a mí, y a Guiador, que está enfermo- quien está más cerca de Patrón que nadie, tú que has mantenido hasta ahora un trato familiar con él?".

Ogi nunca olvidaría el extraño incidente que tuvo lugar el día en que presentó a Patrón al presidente de la junta directiva de su fundación. Cuando ambos estaban en el rito de intercambiar sus tarjetas de visita, Patrón se excedió en uno de sus movimientos y golpeó sonoramente al presidente en la cabeza. La piel del presidente tenía una sensibilidad similar a la de un occidental de raza blanca, y al recibir el impacto de una mano cerrada sobre su sien derecha abrió unos ojos desmesurados como los de un buey, y se le vio a punto de llorar. Seguramente en su vida de más de setenta años nunca habría recibido un golpe así en la cabeza. El que había propinado el golpe se quedó también perplejo, con expresión de "¿Cómo ha podido ser?".

Ese preciso día, Ogi había conseguido que Bailarina lo acompañara en su misión de hacer de guía de Patrón hasta la fábrica de productos farmacéuticos y centro de investigación anejo de Kansai, que eran la principal responsabilidad del mencionado presidente. La estación del año era la otoñal, y tras llegar ellos a la estación de Shin-Osaka -o "Nuevo distrito de Osaka"-, se dirigieron a las afueras de la ciudad, y luego pasaron por un túnel excavado al pie de un paso de montaña que conectaba dos tramos de la antigua autovía, acortando el trayecto. El follaje caduco de los arces lucía los impresionantes y variados tintes rojizos del otoño. Patrón, adelantándose a la estación, iba pertrechado de invierno. Llevaba un abrigo de cuello redondo abotonado hasta la garganta, y se calaba un sombrero de fieltro de ala ancha, y copa -en forma de pera- semihundida. En conjunto, tenía un aire, poco convincente, al poeta y cuentista Kenji Miyazawa.

La fábrica y centro investigador se alojaban en un edificio de piedra gredosa erigido en medio de un entorno típicamente rural- Al penetrar en él, dejando atrás la imponente fachada, se encontraba uno en una amplia nave de entrada, cubierta con un techo abovedado. Bajo él se asentaba una estatua, de aspecto antiguo, que representaba en mármol al dios Hermes. El presidente se presentó allí para saludarlos con aire muy alegre, y ante él estaba Patrón, dando muestras de un cierto atolondramiento en sus palabras, que le impedía devolver cumplidamente el saludo. Fue a partir de ese momento cuando entre ellos surgió el incidente del golpe, que incluso resonó. Más tarde Ogi leería un libro sobre el dios Hermes en traducción japonesa, y según pudo aprender allí, Hermes era a la vez el dios de la medicina -y como tai, resultaba muy oportuna su representación en una fábrica de productos farmacéuticos y centro anejo de investigación- y el dios del comercio, con lo cual también era un símbolo de la gente tramposa.

Así pues, Ogi recordaba a distancia aquel episodio del impacto sonoro, ocurrido ante la consabida estatua de Hermes. Estos recuerdos le venían a la mente con ocasión de encontrarse viajando en un tren urbano para comunicarle al presidente -que a la sazón había ido a Tokio con motivo de un congreso- su decisión de dejar la Fundación para el Intercambio Cultural entre las Naciones, y trabajar en adelante para la secta religiosa de Patrón.

Ya en la sala de espera próxima al gran auditorio del edificio que la compañía poseía en Tokio, el director ejecutivo de asuntos generales de aquella compañía farmacéutica vino a urgirle con el mensaje "No más de cinco minutos, ¿eh?", relativo a la inminente entrevista. En éstas, hizo su entrada el presidente, con un aspecto muy saludable, que vestía un traje azul marino con chaleco a juego, y una corbata amarilla. Mediante un gesto se deshizo del director ejecutivo, quien salió al punto. Y acto seguido hundió él su cuerpo, de buena constitución física, en una butaca.

– ¡Tranquilo! -dijo-. Vamos a tomarnos el tiempo que haga falta; te escucho, pues para eso te he hecho venir. Y además tengo que informar de esto al doctor Ogi.

– Así sacó a relucir en la conversación al padre de Ogi, el cual, como médico que era, mantenía una estrecha relación con la compañía de productos farmacéuticos-. ¿Cómo está el doctor? ¿Se encuentra bien? No lo he visto desde el año pasado, cuando se celebró la entrega del premio internacional que le concedieron.

– Muchas gracias por su interés. Sigue bien, sin novedad, según creo. Aunque yo, por mi parte, hace más tiempo aún que no lo veo -respondió el joven, un poco tenso.

Ogi deseaba fervientemente que el diálogo no derivara hacia el tema de sus complicadas relaciones con su padre. Entre otras cosas, porque en realidad lo que lo llevaba allí era otra cuestión, cuya solución le era indispensable. Y habló así:

– A través de mi trabajo en la Fundación para el Intercambio Cultural entre las Naciones -aunque mi tarea principal se ha venido centrando en negociaciones dentro del área nacional de Japón- he entrado en contacto con cierto incidente producido en el entorno de un caballero que se apoda "Patrón", de quien el señor presidente sabe ya algo. Ocurre que Patrón, cuando casualmente, y con vistas a un nuevo movimiento corporativo, se encontraba dándole forma concreta a la estructura de su grupo, se ha visto afectado por el mencionado incidente, que en cierto modo lo ha dejado atado de pies y manos; y por eso está pidiendo ayuda externa. Yo no soy seguidor de ese hombre como creyente religioso, ni tampoco estoy muy enterado de los problemas surgidos hace diez años entre la secta religiosa que él dirigía hasta entonces y otro caballero de su misma creencia -el que ha sido la víctima en el incidente de ahora-; pero actualmente, tras consultar el tema con Patrón y su secretaria, he llegado a concebir el propósito de trabajar para ellos. Desde el punto de vista de la fundación, esto se considerará irremediablemente como una falta de responsabilidad; pero, en lo posible, ese trabajo es el que quiero hacer. Cuando yo iba a ingresar en esta fundación, mi padre se dirigió al señor presidente para prepararme el camino, recomendación ésta que fue acogida con toda generosidad; pero por lo que respecta a mi nueva decisión, me gustaría ser yo mismo quien informara directamente a mi padre.

Tras expresarse Ogi de este modo, hizo una pausa, considerando todo lo que se le había ocurrido. Pero entonces el talante de la conversación mantenida entre el presidente y él cambió como por encanto. Es decir que para el joven, y hasta entonces, había pocas perspectivas de éxito en su intento de convencer al presidente; pero sin embargo éste al parecer se había visto atraído por algún punto esencial de aquel ambiguo razonamiento de Ogi, que tan escaso fundamento mostraba.

El plazo convenido de cinco minutos había pasado, y el director ejecutivo apareció, asomando la cabeza tras la alta y pesada puerta de roble que comunicaba con el auditorio -también adaptable al uso de salón de celebraciones-: esa puerta que él mismo había previamente empujado. El presidente le dijo a voces que indicara al pleno de ejecutivos y demás visitantes que se esperasen. A continuación, dirigió a Ogi un discurso inesperado.

A tenor de su condición de presidente, él era un ejecutivo con mucha experiencia acumulada; por lo que los asuntos problemáticos de índole práctica los resolvía sin dilación. Ogi había sido transferido a la fundación por la sede central de la compañía, de la cual pretendía retirarse; y el presidente manifestó ahora su visto bueno a dicho cese. En vez de darle una gratificación con ocasión del voluntario despido, el presidente le pidió a Ogi que siguiera igual que hasta ahora, pero trabajando como contacto entre él y Patrón, para mantener una relación abierta entre ambos. Como en lo sucesivo Ogi iba a ser un subordinado de Patrón, él mismo, por su parte, se ocuparía como presidente de que se le siguiera haciendo llegar un salario mensual a modo de comisión.

– Eso queda acordado -prosiguió-; y aprovechando esta ocasión, quisiera hacerte una pregunta. Se trata de lo siguiente: ¿Has leído a Balzac? Si has leído su obra, ¿no encuentras interesante la novela titulada Los trece? Yo la leí hace ya mucho tiempo. Bueno, la fama de Balzac en Japón se remonta a una o dos décadas atrás, cuando salieron sus obras completas traducidas al japonés. Los trece es una obra cuyo argumento gira en torno a trece personas poderosas que controlan Francia durante una generación entera, incluidos los bajos fondos de la sociedad.

"Yo era aún joven cuando quedé hondamente fascinado por esa idea. Me dije a mí mismo que alguna vez me gustaría organizar también un grupo de trece en este país, reservándome su dirección. Siendo una ocurrencia tan espontánea, no pasaba de quedarse en meras palabras. Pero ahora que he llegado a esta edad, cuando vuelvo la vista atrás veo que en las cosas que he venido haciendo se proyecta una sombra de Los trece. Algo así ocurre. Por largo tiempo he sido uno de los valedores de cierto político veterano, que fue primer ministro, pero que incluso ahora lidera un importante grupo de poder. En la época en que aún no se habían abierto las vías de intercambio entre Japón y China, también presté mi apoyo a políticos y ejecutivos de ambos países dotados de ambición y recursos, para que llevaran a cabo relaciones comerciales muy concretas. Y la misma Fundación para el Intercambio Cultural entre las Naciones, para la que tú has estado trabajando, con su centro de interés especialmente enfocado hacia el campo de la medicina, al tener la mira puesta en aprobar inversiones del capital atesorado para ayudar a los más importantes talentos de China y Francia, creo que refleja a su vez la influencia penetrante de los trece.

"No obstante, todo eso no va más allá del nivel subconsciente, y en realidad nunca he llegado a pensar seriamente en poner en pie esa organización de los trece. Con todo, ahora, y valiéndonos de la fundación como mediadora, ha surgido esta oportunidad de contacto con el señor "Patrón". Cuando recuerdo que he gozado de la ocasión de entrevistarme con él, siento añoranza por el pasado. Y más aún: él es una persona singular, como no me he encontrado otra hasta el día de hoy. Expresándolo de ese modo, resulta contradictorio hablar en tal caso de "añoranza", pero lo que quiero decir es que ante su persona experimento una sensación de fantasía semejante a la que me suscitaron Los trece cuando leía a Balzac.

"Cuando por casualidad me encontraba dando vueltas a estas ideas, recibí una comunicación de la secretaria de la fundación, por la que me decía que tú habías entrado en profunda relación con el entorno de Patrón, y que tu rendimiento en la fundación dejaba que desear. Ella me expuso tantas quejas sobre ti, que tuve que hacer una cierta investigación al respecto. Ahora lo he oído todo de tus labios: que ese hombre a quien podemos llamar "brazo derecho de Patrón" al parecer ha caído desplomado. Y también esto estaba en lo que me has dicho: que, por lo visto, entre los planes de Patrón se halla un nuevo desarrollo de su movimiento religioso. Cuando me encontraba meditando en lo difícil de esa situación, vienes tú a decirme de pronto que quieres trabajar con plena dedicación para esa persona.

"Creo que es una circunstancia de lo más interesante. Pues, ¿no es cierto que Patrón ocupa un lugar muy cercano al que en mis sueños tienen "los trece"? Por lo menos, me gustaría seguir manteniendo mi idea soñada. Estando yo en ese clima interior, vienes tú y me dices por tu propia iniciativa que quieres trabajar con todas tus fuerzas para Patrón. ¡Qué cosa más interesante! Me propongo colaborar contigo en todo cuanto esté en mi mano.

Ogi regresó desde el distrito de Hibiya a la casa-oficina y, lleno de animación, le dio el parte a Bailarina de su entrevista con el presidente. También ella había estado fuera ese día, pues había ido al hospital a ver a Guiador, el cual seguía inconsciente. Ella le había estado dando masajes por aquellas zonas de su piel que habían empeorado por problemas de circulación, dado el tiempo que llevaba en cama. Al final de esa semana se le harían pruebas destinadas a averiguar si había recuperado el vigor suficiente para resistir una operación; y si de ahí resultaba que ésta era posible, se le intervendría para prevenir el riesgo de hidrocefalia. Por cierto, que cuando Patrón se enteró de estas novedades, tomó refugio una vez más en su cama.

La cuestión es que mientras Bailarina informaba de estas cosas a Ogi -tras oír el parte que él le había transmitido- la actitud de ella era indiferente y distendida, y así Ogi no experimentaba dificultad alguna en conversar con ella. Pero cuando él le comunicó la parte final de la parrafada del presidente, que al principio había omitido por considerarla irrelevante para el tema principal, es decir: cuando ya trató en son de chanza la historia relativa a Los trece, Bailarina montó en cólera. Y a partir de ahí, sin pretenderlo ninguno de los dos, el tema se disparó hacia una escalada vertiginosa, por la que Bailarina se despachó con críticas equivalentes a estar recriminándole. Ogi, ya a destiempo, se puso a reflexionar; y a juzgar por lo que escuchó tras aplicar el oído, la causa de todo radicaba en que, mientras él había tomado la charla sobre Los trece como una bravuconada por parte del presidente, para Bailarina aquello había representado una auténtica valoración positiva hecha sobre Patrón y Guiador.

– ¿No serás tú en el fondo de los que empiezan y no acaban? Cuando yo era niña, si veía un hombre así me provocaba asco, y hasta desprecio. No acertaba a explicarme cómo podía haber gente que se pringara tan poco. Tú eres de esos chicos que, llegados a la mayoría de edad, siguen sin salir de sus moldes infantiles. Y no es que yo sola piense así, sino que es una verdad objetiva. Pues cuando Patrón y Guiador te llaman "inocente muchacho", no es ésa una simple aseveración. Cuando yo veo a alguien como tú, ya no sé qué hacer. ¡Me sacas de quicio!

Como era de esperar, Ogi se quedó sorprendido, y no pudo menos de intervenir a su vez, preguntando:

– ¿Y cómo es eso de que te saco de quicio?

– ¿Qué me estás diciendo? Quienquiera que hable así, no es sólo porque sea de los que se pringan poco; es que es un total irresponsable.

Bailarina no estaba en realidad desesperada; lo que estaba es francamente enfadada. Ogi, en medio de su desconcierto, pudo captar que ella no estaba por liberarlo de la empalizada que lo estaba cercando, sino que más bien ella, siguiendo esa "mala idea" que suele imperar dentro de una misma familia, se empeñaba en poner más tensa la cuerda con que lo tenía atado. Pues incluso en ocasiones como ésta, aunque la energía de los gritos lanzados iba en aumento, en medio de esos susurros que sonaban a quejas, entre palabra y palabra se captaba en el cielo del paladar, al abrir ella la boca, un temblor similar al de una almeja palpitante.

– Patrón está ahora muy encerrado en sí mismo, y no hay ni que pensar en que se ponga a dar instrucciones. Guiador, aun cuando por un casual recobre la conciencia, son muy sombrías las perspectivas que le quedan de que vuelva a ser el de antes. Así que a nosotros, por el momento, no nos queda más recurso que utilizar tus buenos servicios.

"¿No fue precisamente porque tú te hiciste idea de mi preocupación, por lo que dejaste colgado tu trabajo de Sapporo y te viniste para acá? Durante los últimos diez días nos has venido prestando tu colaboración con toda servicialidad, por lo que de veras me he sentido agradecida. Entretanto, creo que has llegado a darte cuenta del tremendo bache en el que hemos caído, ¿verdad?

"Y ésa es la razón, sin duda, por la que has decidido trabajar como un miembro de nuestra oficina, a tiempo completo, y dejar tu empleo en la fundación, ¿no? Hoy vienes de haberlo negociado con el presidente, ¿no es así? En este punto, yo he sentido un gran alivio al dejar de lado mis constantes temores de que pudieras ser un espía de la policía.

– ¿Un espía de la policía? -repitió Ogi, parloteando como un loro.

– Verdaderamente, te pasas de inocente. Supongo que a estas alturas no vas a ignorar de plano qué tipo de acontecimiento tuvo lugar hace diez años. Como yo entré aquí por la mera circunstancia de que mi padre había sido compañero de Guiador, desde luego había lugar a que ellos tuvieran dudas sobre mí, no fuera a tratarse en mi caso de un espía de la policía, ¡qué se le iba a hacer! Pero tanto Guiador como Patrón me acogieron amablemente sin reserva alguna, y es así como se me asignó un sitio para poder vivir en Tokio. También se preocuparon por darme lugar a que pudiera desarrollar mis estudios de danza. Son cosas que no se olvidan.

"Con todo y con eso, si voy a ser franca, diré que aun ahora no entiendo nada de qué concepción tienen Patrón y Guiador con vistas al futuro. Así las cosas, si Patrón se dedica desde ahora a reconstruir el movimiento religioso, no creo que yo sea la persona adecuada para ayudarle. Sin embargo, yo quiero trabajar para Patrón. Quiero hacerme creyente. No hay nada que pueda hacerme desistir de esta idea.

"Es una cosa que va haciéndose cada vez más mía: pues cuando yo me vine a Tokio con una nebulosa idea de seguir la carrera de bailarina, pero en realidad sin ningún plan concreto, quien se interesó por enseñarme lo que yo quería hacer de verdad fue Patrón. Y otro que contribuyó del mismo modo fue Guiador. Hasta el momento, ni Patrón ni Guiador me han hablado de temas religiosos, salvo escasos detalles. Más que enseñarme, lo que han hecho es… Claro que como tú sólo has visto el perfil severo de Guiador, te resultará difícil hacerte una idea. Pero a través de la pacífica relación que se establece entre él y Patrón, sin saber cómo ni por qué te vas viendo guiada hacia un desarrollo personal. Yo disfruto de eso cada día, e incluso la danza que practico por mi cuenta me llena mucho más; y de un modo natural he llegado a desear hacerme creyente de Patrón. Pero en medio de todo esto, Guiador ha caído afectado por una grave enfermedad. Así han venido las cosas.

"A pesar de todo, o bien por eso mismo…, el caso es que con Guiador enfermo y Patrón postrado en cama por su shock traumático, ¿qué salida me queda sino dedicarme enteramente a Patrón para que se recupere pronto? En esos momentos, no teniendo nadie en quien apoyarme, cogí el teléfono para comunicarme contigo en Sapporo, y exponerte el asunto sin darte elección. A raíz de ese paso que yo di, tú has desbordado mis expectativas, metiéndote aquí de cabeza a colaborar. Y a partir de ahora, ¿no es esto así: que vas a dejar tu trabajo en la fundación para dedicarte a trabajar en plan de horario completo para nosotros?

"De modo que esto es lo que pienso: como yo no tengo una formación religiosa básica ni conocimientos sobre el tema, y Patrón y Guiador lo saben, por eso no me hablan de cosas de religión. Pero para mí ellos dos son personas muy especiales: lo tengo claro, y por ellos he venido trabajando sin darle más vueltas al tema. No hay más que eso. Aunque ahora te tengo a mi lado como un nuevo compañero, capaz de comprender cosas que yo no entiendo; y me ha dado mucha alegría pensar que puedes enseñarme un montón de cosas. Con Guiador en su estado de postración, y Patrón atacado de fiebre por lo mismo, tú puedes ser ahora para mí mi nuevo Guiador. Tal vez sea ésta la ocasión; al menos así lo he pensado.

"O sea: que él se convirtiera en el nuevo Guiador de Bailarina…" Esta declaración de la joven, tan enteramente distinta de todo lo dicho por ella en ese día de tanto charlar por su parte, no podía menos que dejar atónito a Ogi. Hasta ese momento él había estado escuchándola con la cabeza baja, pero entonces la levantó, y lo que captó su mirada fue el rostro de ella que lo miraba fijamente, con la boca -como siempre- levemente entreabierta, en tanto le fluían lágrimas incesantes junto a la comisura de sus labios: era Bailarina, en suma. Su cara era fina, alargada y casi tan plana como una semilla de caqui, de un color pálido sin lustre. Él por su parte se sentía un jovenzuelo sin experiencia en cualquier campo, pero en ese momento Bailarina le pareció aún más pueril que él. Desde que la conoció por primera

– Patrón está ahora muy encerrado en sí mismo, y no hay ni que pensar en que se ponga a dar instrucciones. Guiador, aun cuando por un casual recobre la conciencia, son muy sombrías las perspectivas que le quedan de que vuelva a ser el de antes. Así que a nosotros, por el momento, no nos queda más recurso que utilizar tus buenos servicios.

"¿No fue precisamente porque tú te hiciste idea de mi preocupación, por lo que dejaste colgado tu trabajo de Sapporo y te viniste para acá? Durante los últimos diez días nos has venido prestando tu colaboración con toda servicialidad, por lo que de veras me he sentido agradecida. Entretanto, creo que has llegado a darte cuenta del tremendo bache en el que hemos caído, ¿verdad?

"Y ésa es la razón, sin duda, por la que has decidido trabajar como un miembro de nuestra oficina, a tiempo completo, y dejar tu empleo en la fundación, ¿no? Hoy vienes de haberlo negociado con el presidente, ¿no es así? En este punto, yo he sentido un gran alivio al dejar de lado mis constantes temores de que pudieras ser un espía de la policía.

– ¿Un espía de la policía? -repitió Ogi, parloteando como un loro.

– Verdaderamente, te pasas de inocente. Supongo que a estas alturas no vas a ignorar de plano qué tipo de acontecimiento tuvo lugar hace diez años. Como yo entré aquí por la mera circunstancia de que mi padre había sido compañero de Guiador, desde luego había lugar a que ellos tuvieran dudas sobre mí, no fuera a tratarse en mi caso de un espía de la policía, ¡qué se le iba a hacer! Pero tanto Guiador como Patrón me acogieron amablemente sin reserva alguna, y es así como se me asignó un sitio para poder vivir en Tokio. También se preocuparon por darme lugar a que pudiera desarrollar mis estudios de danza. Son cosas que no se olvidan.

"Con todo y con eso, si voy a ser franca, diré que aun ahora no entiendo nada de qué concepción tienen Patrón y Guiador con vistas al futuro. Así las cosas, si Patrón se dedica desde ahora a reconstruir el movimiento religioso, no creo que yo sea la persona adecuada para ayudarle. Sin embargo, yo quiero trabajar para Patrón. Quiero hacerme creyente. No hay nada que pueda hacerme desistir de esta idea.

"Es una cosa que va haciéndose cada vez más mía: pues cuando yo me vine a Tokio con una nebulosa idea de seguir la carrera de bailarina, pero en realidad sin ningún plan concreto, quien se interesó por enseñarme lo que yo quería hacer de verdad fue Patrón. Y otro que contribuyo del mismo modo fue Guiador. Hasta el momento, ni Patrón ni Guiador me han hablado de temas religiosos, salvo escasos detalles. Más que enseñarme, lo que han hecho es… Claro que como tú sólo has visto el perfil severo de Guiador, te resultará difícil hacerte una idea. Pero a través de la pacífica relación que se establece entre él y Patrón, sin saber cómo ni por qué te vas viendo guiada hacia un desarrollo personal. Yo disfruto de eso cada día, e incluso la danza que practico por mi cuenta me llena mucho más; y de un modo natural he llegado a desear hacerme creyente de Patrón. Pero en medio de todo esto, Guiador ha caído afectado por una grave enfermedad. Así han venido las cosas.

"A pesar de todo, o bien por eso mismo…, el caso es que con Guiador enfermo y Patrón postrado en cama por su shock traumático, ¿qué salida me queda sino dedicarme enteramente a Patrón para que se recupere pronto? En esos momentos, no teniendo nadie en quien apoyarme, cogí el teléfono para comunicarme contigo en Sapporo, y exponerte el asunto sin darte elección. A raíz de ese paso que yo di, tú has desbordado mis expectativas, metiéndote aquí de cabeza a colaborar. Y a partir de ahora, ¿no es esto así: que vas a dejar tu trabajo en la fundación para dedicarte a trabajar en plan de horario completo para nosotros?

"De modo que esto es lo que pienso: como yo no tengo una formación religiosa básica ni conocimientos sobre el tema, y Patrón y Guiador lo saben, por eso no me hablan de cosas de religión. Pero para mí ellos dos son personas muy especiales: lo tengo claro, y por ellos he venido trabajando sin darle más vueltas al tema. No hay más que eso. Aunque ahora te tengo a mi lado como un nuevo compañero, capaz de comprender cosas que yo no entiendo; y me ha dado mucha alegría pensar que puedes enseñarme un montón de cosas. Con Guiador en su estado de postración, y Patrón atacado de fiebre por lo mismo, tú puedes ser ahora para mí mi nuevo Guiador. Tal vez sea ésta la ocasión; al menos así lo he pensado.

"O sea: que él se convirtiera en el nuevo Guiador de Bailarina…" Esta declaración de la joven, tan enteramente distinta de todo lo dicho por ella en ese día de tanto charlar por su parte, no podía menos que dejar atónito a Ogi. Hasta ese momento él había estado escuchándola con la cabeza baja, pero entonces la levantó, y lo que captó su mirada fue el rostro de ella que lo miraba fijamente, con la boca -como siempre- levemente entreabierta, en tanto le fluían lágrimas incesantes junto a la comisura de sus labios: era Bailarina, en suma. Su cara era fina, alargada y casi tan plana como una semilla de caqui, de un color pálido sin lustre. Él por su parte se sentía un jovenzuelo sin experiencia en cualquier campo, pero en ese momento Bailarina le pareció aún más pueril que él. Desde que la conoció por primera vez, Ogi observaba su cara con una mirada fría, desusada en él: ella le pareció alocada, e incluso un poco fea, y con todo, lista para dar la sorpresa con la salida más inesperada. "¿Y qué se le va a hacer?", era cuanto se le ocurría a Ogi, en medio de una magnánima resignación.

Ogi enlazó con uno de sus brazos los hombros y el cuello de Bailarina, que se notaban delicados, aunque con nervio. Abrazándola, la atrajo hacia sí. Enseguida acercó a su cara el rostro lloroso de ella, y la besó en sus finos labios.

Hasta ese punto el papel activo correspondió indudablemente a Ogi. Pero Bailarina se lanzó ahora desde su sillón al sofá en cuyo borde estaba sentado Ogi, y con toda intención adelantó sus labios y le devolvió el beso. Acto seguido, tras apoyar su rodilla izquierda en el suelo, tumbó al joven violentamente de costado, y luego montó su pierna izquierda sobre el muslo derecho de Ogi. En esta postura ambos, y mientras proseguían sus largos besos, Bailarina restregaba sin descanso su vientre -que a veces se sentía blando, a veces duro- contra el muslo del joven. Y en cierto instante el aliento de ella, cargado de su fuerte olor, lo alcanzó a él en torno a la garganta. A partir de ahí Bailarina se convirtió en un condensado grumo de inesperado peso, que se descargaba sobre la espalda de él, curvada en una extraña postura.

Al cabo de un rato, Bailarina se puso en pie y se dirigió a Ogi, aún tumbado en forma nada natural, mirándolo con desconcierto:

– Nada, no hay problema. ¡Uniendo nuestras fuerzas, por ardua que sea la tarea, podemos seguir cuidando a Patrón!

Dejando estas palabras en el aire, desapareció camino del baño. A continuación se metió en el estudio-dormitorio de Patrón, y no volvió a donde estaba el joven.

Ogi se había sentado, corrigiendo su postura en el sofá, y, transcurrido un rato, también él se levantó, entró en el aseo destinado a los visitantes, junto a la entrada, y orinó. Se quedó mirando fijamente su pene, que se mostraba más agrandado que de costumbre, e incluso dolorido. Luego tomó en su mano un espejito que colgaba de una cinta junto al lavabo, y se examinó una gran ampolla de sangre que le había salido por el lado interno de la mejilla.

– ¡Qué salvajada! ¡Me ha dejado sin habla! -dejó escapar, como comentario íntimamente dirigido a sí mismo.

A pesar de todo, le hervía un vago deseo de hacer algo fructífero; con esa idea en la cabeza, regresó a la sala de estar-comedor, y se aplicó a planear cómo distribuiría el espacio de lo que en adelante sería su nueva oficina. Guiador tenía su residencia en una edificación aneja, donde al parecer desarrollaba su trabajo. Pero ahora que Ogi iba a participar en la labor de oficina de Patrón, no existía otro sitio donde poner su mesa de trabajo que esa sala de estar. El joven comprobó que sobre el tablero horizontal, de notable anchura, que hacía de divisoria entre el comedor y la sala de estar, se encontraba el teléfono, y el aparato de fax que le era anejo. Debajo de esto había un amplio espacio de gran capacidad, donde estaba colocada una estantería, que alojaba el equipo de fax. En el extremo este del comedor había una mesa de estudio, el doble de grande que las normales; y al abrir sus cajones encontró estilográficas nuevas, casi sin usar, lápices de mina blanda pulcramente afilados, unos gruesos lápices de colores de marca alemana…, todo puesto en orden. En ese sitio había visto a Bailarina sentada, haciendo su trabajo.

En el lado oeste de la zona de estar, la estantería de libros que asomaba tras el sofá aún dejaba ver mucho espacio libre; y entre la espalda del sofá y la divisoria había unos archivadores, y una mesita con una tabla adosada, que podía usarse como tablero adicional. Junto a la pared del costado este, junto al televisor y el vídeo, ligeramente apartado de la zona acristalada que daba al jardín, había un bulto entrelargo tapado con una cubierta. Al ir a mirar qué había allí, resultó ser una fotocopiadora de oficina.

– ¡Bravo! -exclamó el joven, cruzados los brazos, desde el centro de la sala de estar.

Como sentía brotarle la energía vivamente en su interior, la exclamación solitaria se había traducido en voz.

– Corriendo aquella mesa al espacio vacío del comedor, sobre el lado este, y colocando la silla de Bailarina y la mía una a cada extremo de ambas mesas, tenemos a punto el rincón-despacho. ¡Bravooo!

Por supuesto, ese grito de "¡Bravooo!", así lanzado al aire, no encerraba meramente el significado de "ya está planteado el rincón-despacho"; era más bien como si el acopio de energía del joven, que resurgía gracias a un estímulo sexual, hubiera alzado espontáneamente su voz, por faltarle un canal donde descargarse. A todo esto, Ogi no tenía mínimamente claro qué diablos tendría él que hacer trabajando para Patrón, como secretario con plena dedicación. Era cierto que el haberle fijado la fundación una paga equivalente al salario que hasta entonces había percibido le aliviaba el espíritu. Aun así, él no iba a trabajar allí como un neófito o creyente de nueva hornada de la secta; aquello era más bien un trabajo confiado a su persona.

En cualquier caso, él se sentía lleno de vitalidad, como para gritar "¡Bravo!" a los cuatro vientos.

Ogi, sin introducir cambios en la distribución de los aparatos de oficina, movió por sí solo una mesa de trabajo, y calculó cómo quedaría su zona de despacho con relación a la de Bailarina; comprobó la distribución del cableado eléctrico, y ajustó la altura de su silla. Luego trajo de la cocina un cubo y un trapo, y se dedicó a limpiar la mesa, que no había estado en uso; y continuó poniendo en orden toda su área de trabajo. Entretanto, en el ambiente de junio de aquel jardín -donde desde hacía tiempo no entraba un jardinero-, crecían cerezos silvestres, magnolios y camelias al sol del ocaso, que oscurecía su colorido. Solamente el cielo, de un azul suave, se mantenía largo tiempo muy claro.

Una vez terminado su trabajo principal de ordenar el despacho, y sin tener por el momento ningún asunto que tramitar en él, se sentó en el sofá por el extremo que daba al jardín, desde donde se dominaba la vista del ocaso. Allí se quedó sumido en sus pensamientos. Estando él así, apareció Bailarina, que salía del oscuro pasillo, y le hablaba. Se había cambiado de ropa, y traía una blusa de hilo sin mangas y suelta, cuya larga caída montaba sobre una falda de colorido suave. Su pelo, recogido hacia atrás, armonizaba con el resto de su figura, hasta el punto de hacerle recordar a Ogi una muchacha china por la que se sintió atraído tiempo atrás en el Chinatown de San Francisco.

– Patrón dice que quiere hablar contigo -le dijo ella en tono duro, por donde el joven captó que pretendía que actuaran como si nada hubiera ocurrido momentos antes.

Como él, por su carácter, había asumido la consigna de "¡Qué se le va a hacer!", enseguida se plegó interiormente a lo que se le decía. Pero por encima de todo eso, no dejaba de ser consciente de que durante las últimas dos horas había estado percibiendo el eco de aquellos labios que lo habían besado, de aquella lengua vigorosa, y de aquel vientre que, en su agitación, se había restregado contra él.

Bailarina esperó a que Ogi se levantara y se pusiera en marcha; encendió la luz del pasillo y, con habilidad, le explicó de qué iba el asunto.

– Ya él está informado de lo que hablaste con el presidente. Si todavía quedaran puntos en los que quieres insistir, hazlo de forma resumida. Puede que Patrón te haga preguntas. Y en cuanto al rincón que has preparado como despacho, creo que te ha quedado bien.

Las cortinas de espeso tejido con diseños de arboledas estaban corridas hasta la mitad en aquella habitación, y a través de los blancos visillos entraba una delicada luz de dorados destellos. En el extremo oeste de la habitación, ante una mesa de trabajo que parecía puesta allí como adorno, estaba sentado Patrón, su obeso cuerpo totalmente encorvado. Sobre la mesa había un montón de papel como de correspondencia, de formato excesivamente pequeño para las cartas que un adulto puede escribir. Patrón tenía vuelto medio cuerpo hacia la puerta, y en sus dedos regordetes sostenía una estilográfica; aunque la luz de la estancia no era la aconsejable para ponerse a escribir.

Bailarina y Ogi, no encontrando sillas en que sentarse, se quedaron en pie y juntos, delante de Patrón. Éste tenía aún hinchada la cara, pero en; comparación con su período de más severa agitación, mostraba cierta mejoría. Ogi le expuso el proceso de su cambio de trabajo, y cuando llegó al punto de cómo el presidente le hizo oír sus ideas inspiradas en Balzac, Ogi cayó de nuevo en su incorregible manía de tocar el tema, y le ocurrió con Patrón como antes le había ocurrido con Bailarina: que provocó en él una indignada reacción cargada de rechazo.

– Hablar así de Los trece, ¿no es caer en una gran ligereza de ideas? Creo que ese hombre se ha pasado de la raya, introduciendo ahí sus propios prejuicios -dijo Patrón, inclinando su cabeza en forma de patata desmesuradamente grande, y dirigiéndole una ojeada sombría al joven-. Una persona como él, de un proceder tan coherente en su vida, por más que pueda acariciar ideas fantásticas, ¿no es cierto que tendrá que ligarlas a realidades prácticas? Aunque me siento agradecido por aquello de que, en su aproximación a dichas ideas, nos haya dedicado su recuerdo a Guiador y a mí. No obstante, no entra en mi imaginación cómo lo que nosotros hemos hecho, o estamos dispuestos a hacer, puede ser acorde con unos planes que "los trece" habrían trazado para el mundo de hoy. ¿Qué piensas de esto, Ogi?

Ogi entendió que esa pregunta que Patrón le dirigía debía valorarse como una artimaña de las que éste solía usar en sus sermones dirigidos al público; es decir: que no pasaba de ser una pregunta retórica. Con todo, el joven le respondió. Desde luego, él no era temperamentalmente una persona de hablar fluido, pero una vez que se le preguntaba algo, y él se sentía inclinado a dejar claro lo que pensaba, por supuesto no se iba a retraer de decirlo. También esto era un rasgo de su carácter.

– La fundación celebró una mesa redonda, en la que tuvimos el gusto de recibirle a usted como invitado. Yo estuve encargado de la organización. Entre los participantes se encontraban el embajador de Francia, presidentes de grandes compañías, consejeros de bancos y de agencias inversoras, e incluso un novelista galardonado con un premio literario de cierta institución cultural. Todos ellos, dicho sea con toda franqueza, son personas cuyas carreras profesionales pueden considerarse acabadas de cara a la sociedad.

"Hubo allí una discusión sobre si debían recibirlo a usted como nuevo miembro, pero se decidió que por el momento íbamos a disfrutar de su presencia como huésped de honor. Desde la fecha en que yo le acompañé como guía introductor al centro de investigación de Kansai, el presidente no ha dejado de abogar por su causa. Ante la propuesta de invitarlo una vez a la mesa redonda, nadie se opuso, pues los miembros de esa asamblea son gente muy hábil en relaciones públicas. Pero en honor a la verdad, hay que añadir que algunos de ellos mostraban una actitud como de estar acogiendo a un bufón en su foro. En realidad, a través de los secretarios de bastantes de esos miembros, que luego me saludaron con jovial cordialidad, pude saber que en la reunión habían disfrutado con creces oyéndolo a usted. En relación con esto, algo que todos me preguntaron representando a sus jefes fue si era cierto que a raíz de aquel incidente con la secta, ustedes dos -como líderes de la misma- habían cortado tajantemente con ella, o si más bien sería todo una cortina de humo con vistas a los juicios que se avecinaban. Así, tal como lo he contado.

"En resumidas cuentas, que desde el principio se concebía como un sueño inalcanzable que en el alto nivel de actuación del Estado cuajara una tendencia hacia esta cooperación mutua: la compartida entre esa gente poderosa que figura en primera línea, dentro del marco de sociedad imaginado por el presidente, y usted por la otra parte, como personaje excéntrico. Dando por descontado que ellos son personas de lo más cautas, se estaban divirtiendo a costa suya irresponsablemente. Si llegara a sus oídos que usted, como líder de un movimiento religioso, está reiniciando sus actividades, aun en el supuesto de que lo hubieran acogido corno miembro, creo que promoverían una moción para cortar toda relación con usted.

Patrón prestó su oído atentamente a las palabras de Ogi. Sin embargo, no añadió ningún comentario para abundar en el tema, sino que proporcionó directrices a Ogi y a Bailarina a fin de que realizaran un nuevo trabajo, y con esto dio por concluida la conversación. Los dos jóvenes se retiraron del estudio-dormitorio, y se pusieron a preparar una cena que ya resultaba tardía. En la cocina, próxima al comedor, tomaron del frigorífico lo que se les vino a la mano para esta tarea.

– Esta noche Patrón se encontraba bien, ¿eh? -comentó Bailarina, mientras se repartía el trabajo con Ogi-. ¡Quién lo iba a decir, después de que Guiador haya caído desplomado, y sin que al parecer su cabeza pueda recuperarse… sin que se pueda hacer nada… sin que exista ya pasado ni futuro, como dice Patrón… y cuando parecía que también este último sólo daba señales de acabamiento, quejándose entre estertores de fiebre…! Pero, pasados estos diez días, ha sido entrar tú a trabajar aquí, y ya parece él restablecido, e incluso se pone a hablar de un nuevo movimiento de la iglesia., Estoy hondamente persuadida de que él es de una personalidad asombrosa. ¿No te parece? Aunque a estas alturas, tampoco es como para quedarme asombrada.

Ogi estaba salteando con mantequilla unas rodajas de cebolla finamente cortadas; y le entraron ganas de responder así: "Si a estas alturas no te vas a quedar asombrada, cierra el pico de una vez". Y en tal punto Bailarina, con su agudeza de siempre, añadió algo con sentido para completar lo anterior. Ella estaba cortando en filetes finos un trozo de muslo de ternera, como paso previo para preparar un rápido arroz con curry que tuviera un toque magistral de auténtica cocina, mientras, como de costumbre, mostraba a través de su boca entreabierta aquella lengua brillante de saliva, que Ogi veía con cierta añoranza transida de dolor.

– Por lo que he estado pensando, el hecho de que Patrón te haya hablado con franqueza, es bueno tanto para ti como para él, creo.

Lo que les había dicho Patrón para orientarles en la tarea que les confiaba era esto:

– Yo, de entre todos los que han unido su fe a la mía, solamente en muy pocos de ellos llegaría a poner mi confianza, y a buscar apoyo. ¡Y es que ni en mí mismo puedo confiar!

Ogi no se hacía idea en realidad de cómo se podía continuar esa conversación, pero reaccionó con su simpatía e imperturbable sonrisa.

– Y hablando de Ogi -continuó Patrón-, él ha puesto aquí un pie como extensión de su anterior empleo, y trabaja para nosotros, pero opino que aún no ha dado el salto a nuestro campo. Bien, pienso que por ambas partes estamos de acuerdo en eso. Me gustaría que a partir de mañana empecéis esta tarea. Quiero explicároslo, pues para eso os he hecho venir a Bailarina y a ti. Tengo una serie de fichas relativas a personas, escritas a mano por mí, que integran un catálogo de nombres. Ante todo voy a pedirle a Bailarina que me haga un par de copias de cada ficha, para quedarme yo luego con los originales.

Dicho esto, Patrón recogió de encima de la mesa aquellos papeles en forma de tarjetas, que habían dado la impresión de ser demasiado pequeños como papel de carta, y se los entregó a Bailarina. Ella entonces, con un quiebro sensible de su cuerpo, desapareció camino de la sala de estar; pero con la energía de un relámpago, regresó al rato de nuevo.

– La tarea que os encomiendo es que restablezcáis el contacto con la gente que me respalda y que figura en la lista, principalmente de Tokio y sus alrededores, pero también hay algunos que se han dispersado por otras regiones.

Aunque Patrón, por su edad, debía de tener una incipiente presbicia, lo que hacía era aproximar a su enorme cara las fichas que ya le había devuelto Bailarina, y, poniéndoselas al sesgo, las examinaba minuciosamente. Bailarina, que se había mantenido junto a Ogi -ambos de pie-, se adelantó unos pasos en dirección a Patrón, frunció ligeramente el ceño y, como si fuera una colegiala que repasa un extracto de su papel para una función escolar, se aplicó a estudiar con toda atención aquellas copias. Por cierto, a Ogi no le causó una especial impresión favorable la escritura de aquel hombre, mucho mayor que él, y que se había educado en una época previa a los ordenadores con sus procesadores de texto; ya que, contra lo que cabía esperar, su caligrafía consistía en unas líneas de caracteres trazados con torpeza infantil. Pero ante todo había algo que quería preguntarle a Patrón, quien con tanta ufanía como serenidad les había mostrado una lista de sus nuevos seguidores.

– Viniendo al tema del Salto Mortal suyo y de Guiador…, y estoy empleando el término usado por los medios de comunicación de aquel momento, ¿no es cierto que recibieron críticas de los fieles de esa iglesia, a quienes ustedes habían abandonado a su suerte? A la facción radical, que sufrió arresto y persecución, no se le dio ocasión de hacer declaraciones, aunque no todos los radicales fueron apresados, y con motivo del juicio surgieron sorpresivamente muchas agudas observaciones. Incluso por parte de otros creyentes más moderados que constituían el núcleo de la secta, hubo denuncias, según creo.

"Entre las personas de esta lista, que le dan respaldo como nuevos seguidores, y aquellos otros de la secta, ¿qué relación media? Estos que lo respaldan actualmente, ¿son simpatizantes que mantienen su relación con usted aun ahora, habiendo permanecido ellos en el seno del grupo religioso? De ser así, el abandono por parte de ustedes de dicho grupo vendría a significar que ustedes cortaron su relación con creyentes de un nivel no muy profundo, pero todavía se conserva la relación con ciertas personas especiales, ¿verdad? Y aun dejando al margen las declaraciones que hicieron al gran público en general, valiéndose de la televisión, ¿no vendría a resultar que usted mintió ante el presidente de la fundación? Pues yo le trasmití lo que había oído decir a usted: que con el Salto Mortal se había separado completamente de la iglesia; es más: que se habían hecho enemigos de ella.

Patrón, por primera vez en ese día, orientó su cuerpo directamente hacia Ogi. Incorporando el torso y enderezando la cabeza, parecía querer borrar su imagen de vulnerable anciano, para dar la impresión de una gran fiera llena de fuerza combativa, que reafirmara su dignidad.

– Yo no he mentido -exclamó Patrón con voz elástica-. Los nombres que hay en esa lista son los de las personas que nos escribieron cartas personales a Guiador y a mí en estos diez años posteriores a nuestro abandono de la iglesia. De ahí se han excluido todos cuantos parecían haber tenido relación con nuestra actividad antes de esa época.

"Guiador y yo, por medio del Salto Mortal que dimos, abandonamos la iglesia y su doctrina. Eso también suponía que iniciábamos una nueva etapa. Y lo ha visto cierta gente como nuestra caída en los infiernos. Según la interpretación de Guiador, ésta fue la manera de ver el asunto por parte de las mujeres que, al irnos nosotros, también ellas se alejaron de la secta y ahora hacen vida común. Un salvador de la humanidad, antes de cumplir las profecías que se han hecho -es decir: antes de asumir la labor de liberar a este mundo caído, y de conducir a su pueblo directamente a un plano sobrenatural-, tiene que bajar una vez a los infiernos. Todo va ligado a esa manera de pensar. Pues antes del Salto Mortal esa gente nos estaba llamando Salvador y Profeta…

"Sea de eso lo que fuera, a raíz del Salto Mortal Guiador y yo nos apartamos de la secta. Con posterioridad a ello, ésta sigue ejerciendo su actividad en torno a la sede principal de Kansai como centro de operaciones. Nosotros, por nuestra parte, estamos aquí, sin relación alguna con ellos. Luego, al desplomarse Guiador, perdido el conocimiento, nos encontramos ambos en una crisis sin precedentes. Puede decirse que después del Salto Mortal estamos ante la más ardua prueba.

"En tales circunstancias, se me ha ocurrido tomar la iniciativa en abrir el primer contacto con esas personas que, sin relación alguna con la secta, nos han escrito cartas de adhesión con posterioridad al Salto Mortal. Esto es lo que hay.

"Que yo me acuerde, en realidad, hasta ahora, no he tenido un encuentro con las personas cuyos nombres y direcciones figuran en la lista. Esas personas me han demostrado su interés después de irnos Guiador y yo de la iglesia, después de haber sufrido el rechazo de la sociedad, y de vernos reducidos a ser blanco de las burlas. Yo ahora he empezado a pensar en esos nuevos elementos que nos brindan su ayuda. Para establecer contacto con estas personas, me gustaría contar con los primeros servicios de Ogi, mediante la colaboración -claro está- de Bailarina.

– Una cosa que se me ha ocurrido -dijo Bailarina- es que será mejor que confrontemos la lista recibida de Patrón con las cartas o escritos que le enviaron quienes figuran en ella. Porque en algunos casos puede haber por ahí cierto juego sucio. Naturalmente, la primera carta que escribamos para enviar a las direcciones de la lista, la redactaremos siguiendo tus consejos, Patrón. Los detalles del procedimiento a seguir los trataremos aparte tú y yo, Ogi. Patrón tiene que descansar.

Con la ayuda de Bailarina, Patrón, que estaba en bata, pudo levantarse de la pequeña silla, con la cabeza de nuevo hundida entre sus blandos hombros. Luego, con andares de enfermo, volvió a la cama.

Esa noche, Bailarina salió al jardín, ya del todo oscurecido, para llevar la comida al San Bernardo, que se movía con el generoso estrépito de una gran fiera. Entretanto, Ogi la esperó dentro. Patrón se había echado a dormir sin querer cenar. Por fin, entre Bailarina y Ogi, que empezaban su cena, repasaron una vez más las ideas de que habían hablado con Patrón.

– Cuando os oía hablar a Patrón y a ti -dijo ella-, pensaba que tú, aun conociendo las enseñanzas religiosas de Patrón, no sientes inclinación por ellas; y siendo así, ¿cómo es que le prestas tu apoyo, y tienes la intención de trabajar para ayudarle? Desde luego, yo te pedí que lo hicieras, pero he llegado a sentirme mal por haberlo hecho.

– Ese hombre… encierra en algún lugar recóndito un extraño atractivo -respondió Ogi-. Al menos puedo decirte que nunca roe he echado a la cara un vejete de su edad que tenga un carisma de ese calibre.

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