CAPÍTULO 4 . LEYENDO AL POETA R. S. THOMAS

Ese día, cuando Ikúo llamó por teléfono a la oficina situada en Seijoo, la joven con la que se había visto en el restaurante mostró un modo de reaccionar diferente al de entonces. Por lo pronto, le dijo en tono apremiante que, por favor, apareciera por allí solo.

Por la mañana Ikúo fue al apartamento de Kizu para mudarse al dormitorio desocupado que había allí. Prácticamente se limitó a hacer eso hasta pasado el mediodía, pues ni siquiera deshizo su equipaje. Y a primera hora de la tarde salió hacia aquella oficina, conduciendo el coche de Kizu.

A las cuatro sonó el teléfono en el apartamento de Kizu. Era Ikúo. Le dijo que la chica había tenido un leve accidente de coche dos días antes cuando iba a ver a Guiador, en la entrada del aparcamiento del hospital. Que hoy ella tenía que ir, fuera como fuese, a visitar a Guiador; pero el joven que trabajaba con ella estaba muy ocupado preparando la próxima reanudación de actividades de Patrón. Como el coche de ella aún no podía salir del taller, a Ikúo no le quedaba más remedio que hacerle de chófer con coche incluido. Eso era todo.

Kizu, por su parte, tenía que ir a la fiesta del arquitecto; y, para ello, enfundarse en su esmoquin -algo de lo que estaba él persuadido-; y luego acabar llamando a un taxi.

Ikúo volvió tarde esa noche, e informó a Kizu de que la joven le había confiado el trabajo de chófer de la oficina. Le pidió que su estreno en el mismo fuera recoger del taller el coche de la oficina, al principio de la semana siguiente. Como su trabajo en el club de atletismo había concluido, y en la oficina le iban a pagar un sueldo, Ikúo estaba triunfante. El trabajo era flexible en cuanto a horas -aunque pronto se vería claro que no era así-, en el entendido de que en el día y hora en que hiciera falta el coche debía él presentarse en la oficina; bastaba con eso. No había obstáculo para que siguiera posando como modelo para Kizu, Una razón más para hacerle el trabajo atractivo era -sin duda, para él- que, aunque ahora en la oficina no hubiera lugar a escuchar a Patrón hablar sobre la fe, cuando éste -sin embargo- saliera a sitios distantes sí que habría más de una ocasión de conversar con él, ya que el trabajo de Ikúo consistiría en llevarlo en coche.

Durante los primeros días, Ikúo iba diariamente a la oficina, donde estaba desde por la mañana hasta el anochecer, aprendiendo -como él decía- a cogerle el ritmo a su trabajo. Guiador aún no había recobrado el conocimiento, pero por lo demás iba saliendo adelante, por lo que se comentaba. Patrón, por su parte, se mantenía recluido en su estudio-dormitorio, y por eso no había tenido ocasión de hablar directamente con él más que dos o tres veces, pero le pareció a Ikúo una persona muy interesante, según este último le relató a Kizu. A la joven la llamaban "Bailarina" allí en la oficina; de modo que Ikúo iba a seguir también esa práctica.

De tal forma pasó una semana; y en éstas, llegó un mensaje de parte de Patrón, diciendo que si fuera posible desearía ver a Kizu. Así que éste salió para allá con Ikúo. Kizu intuía que tras esa novedad estaba la intervención de Bailarina manejando los hilos. Ikúo le había dicho que él mismo, hasta el momento, no había mantenido una conversación en condiciones con Patrón, pero a partir de ese día Kizu tendría la ocasión de conversar con Patrón distendídamente. Y no sólo eso, sino que, de resultas del primer encuentro, se llegó a decidir incluso que Kizu iría a visitar a Patrón un día por semana y, como artista, y también como experto en docencia de Bellas Artes -aunque en este caso se le pidiera algo al margen de su especialidad-, le daría a Patrón unas charlas sobre cierto poeta británico.

Cuando se produjo el primer encuentro, Patrón hablaba en voz baja, pero bien resonante.

– He oído que eres pintor -se puso a decirle, sin más saludo previo-. Y aunque no lo supiera, yo diría que se desprende de tu presencia, nada más verte.

Mientras pronunciaba estas palabras, Patrón estaba arrellanado en una butaca extrañamente baja, y dejaba aflorar a su gran cara, redonda y regordeta, un asomo de curiosidad infantil.

– Es que tienes aspecto de irme a hacer un dibujo de contorno a lápiz sobre la marcha: primero la cara, y luego el cuerpo…

A Kizu no le quedó más que estremecerse. A él y a Ikúo los había introducido Bailarina hasta el estudio-dormitorio de Patrón. En ese momento Patrón estaba aún en la cama, y con la ayuda de Bailarina se trasladó a la butaca, en tanto que allí delante ya había un sillón colocado para Kizu. Llegado tal momento, Ikúo se retiró sigilosamente del cuarto, como -sin duda- se le había instruido previamente. En el salón, por el rincón habilitado como despacho próximo a la fachada, se encontraba Ogi trabajando, a quien Patrón y Guiador llaman a veces "el inocente muchacho" -según le iba diciendo Bailarina a Ikúo, presentándole así medio en broma a Ogi.

– Así que mientras tú, poniendo en juego tu arte, me estás observando, también yo a mi modo te he estado mirando y… ¿no es cierto que estás pasando por un gran cambio que te afecta, corporal y mentalmente, como no lo has experimentado durante toda tu vida, en esa proporción?

Con toda sinceridad, Kizu se dijo a sí mismo que su interlocutor, al estar usando estrategias semejantes a las de cualquier adivino callejero, se había rebajado a un nivel ridículo. Pero, al mismo tiempo, viéndose a sí mismo confrontado por la mirada fija y cargada de sorpresa de aquel hombre -párpados abiertos como el contorno de un melocotón; y a igual distancia del párpado superior y del inferior, el iris negro flotando como abalorio de azabache-, a Kizu le bailaba en la cabeza el presentimiento de que él mismo podía acabar arrodillándose allí de un momento a otro, y difícilmente se libraría de confesar cuanto pasaba por su interior. Pues tomando en consideración su recaída en el cáncer, y además su relación con Ikúo, como circunstancias que lo afectaban física y anímicamente, la adivinación de Patrón había dado en el blanco.

Comoquiera que fuese, con el fin de tomar un poco de distancia y disponerse a dar una respuesta neutra, Kizu echó mano de uno de los ardides a que recurría dando clases en su universidad americana; y empezó a hablar de poesía.

– Para cualquier persona que ronde mi edad, el tipo de cambio al que has aludido viene a estar relacionado con la muerte, se mire como se mire, ¿no? Y como eso es así, yo trato por ahora de no concienciarme respecto a la muerte. Sobre este tema, está la poesía escrita por un inglés, a la que me he aficionado. Incluso pienso que me gustaría aprender pronto de él, para adoptar su actitud ante la muerte.

Tras estas palabras, Kizu sacó de su memoria el texto original de los versos, y lo fue traduciendo mentalmente al japonés, para citarlo:

– "La gente virtuosa deja este mundo sosegadamente, como susurrándole a su propia alma: ¡vete!"

"Es así como se expresa el poeta; y eso que dice de que la persona agonizante, al ver que se queda sólo con su cuerpo, habla al alma que se le va… eso me viene como anillo al dedo.

– En términos generales, se diría que es justo al contrario. Si se pudiera hacer esa brusca pausa para despedir al alma, ¡qué sosegadamente podría dormir el cuerpo luego! Yo a mi vez he leído a John Donne. Lo que sigue suena así, si mal no recuerdo:

"Con todo, no vayas nombrando rostros invernales cuya piel cuelga fláccida, marchita como la bolsa de un derrochador: Sólo es ya el envoltorio de un alma".

"Si la carne de un viejo es como una bolsa vetusta y raída, creo que ocurre precisamente eso: al alma le será sumamente fácil marcharse de allí, me imagino.

Kizu se sintió avergonzado al ver que su pretendida erudición, superficial en el fondo, quedaba superada por un hábil golpe de mano. Aunque en realidad Patrón no parecía tener otra intención que la de manifestar que a él también le gustaba la poesía.

– Sin embargo, lo único que he leído a fondo de poesía es lo que acabo de citar; por lo demás, ya pueden ser poetas extranjeros o de nuestro país, que hasta ahora no he prestado atención a ninguno. Pero tú, recientemente, ¿no has dado acaso con un poeta que ha sido un hallazgo? ¿No has pasado por esa experiencia?

– Por lo que se ve, todas las cosas importantes que me conciernen se van desvelando una por una. Verdaderamente, así ha sido -respondió Kizu sumisamente-. El año pasado, en verano, con ocasión de un festival artístico en el País de Gales, se celebró allí un simposio sobre docencia de Bellas Artes, como actividad curricular. Así que viajé a Swansea, donde el organizador del simposio me obsequió con un libro de un poeta de aquella tierra. Esa noche, en el hotel, que se erguía sobre un acantilado en la costa, fui hojeando el libro y leyendo un poco al azar; me invadió una energía anímica y física de tal fuerza que no pude seguir acostado.

Mientras así se expresaba, Kizu pensó que hasta el presente solía siempre relacionar esa inquietud suya con el rebrote de cáncer, pero ahora le daba alegría interpretarla como un presagio de su actual relación de intimidad con Ikúo.

– Enrojecí, con la cara desencajada, y me puse a deambular por la pequeña habitación del hotel; mientras me quejaba interiormente: "Aunque ahora me encontrara con este poeta, ya no me quedan tiempo ni energías para darle una respuesta digna con mi vida". Por eso tampoco puede decirse que yo haya cambiado positivamente a raíz de aquello. Soy demasiado superficial para una cosa así.

– Al oírte decir "el País de Gales"… ¿No será Dylan Thomas ese poeta que has descubierto a estas alturas? -quiso enseguida preguntarle Patrón, como un niño al que están mareando con enigmas.

– Se trata del poeta R. S. Thomas.

– ¿Y cómo es su poesía? ¿No habrá por ahí algún verso del que te acuerdes? -preguntó Patrón, incapaz de reprimir su impaciencia, que iba en aumento.

– A estas alturas ya no me acuerdo de ningún verso con exactitud, de memoria. Otra cosa es cuando yo era joven. En cuanto a los temas, tal vez por aquello de llamarse el poeta Thomas, había allí varios poemas centrados en la figura de aquel apóstol Tomás, tan lleno de dudas. Cuando él introduce la mano en el costado abierto, sangrante, de Jesús, y entonces empieza a creer en su resurrección…: el sentido de todos esos acontecimientos lo describe el poeta según la perspectiva del mismo Tomás. Es este tipo de temática.

Patrón escuchaba sin pestañear, fijando esos ojos suyos como melocotones.

– ¿Tendrías la amabilidad de irme leyendo poemas de sus libros? -preguntó Patrón a Kizu, evidenciando una fuerte insistencia-. Ya que Ikúo, de quien me informan que está trabajando para nuestra oficina, ha dicho que tú también te muestras interesado en lo que hacemos. De ser posible, nos veríamos una vez por semana, al menos. En los últimos diez años he venido sintiendo lo necesario que es esto, aunque nunca lo he puesto por obra.

Así es como el encuentro de Kizu con Patrón se orientó hacia una continuación insospechada; y desde entonces Kizu empezó a leer con Patrón la poesía de R. S. Thomas. Mientras regresaba luego en coche, conduciendo Ikúo, Kizu se maravilló del sesgo que habían tomado los acontecimientos; en tanto que el joven más bien parecía haberlo estado esperando.

Aparte de la antología poética -de bolsillo y de tapa blanda- que le habían regalado en el País de Gales, Kizu quiso tener las poesías completas de R. S. Thomas, y las adquirió en la librería de la cooperativa universitaria, junto con un libro de consulta sobre la obra del poeta, encargando que se los enviaran a su apartamento. Como en el libro que ya tenía había escrito muchas anotaciones suyas al margen, destinó las "Poesías completas" recién compradas, que estaban encuadernadas en tapa dura, a un regalo que le haría a Patrón.

En vez de dar unas charlas a Patrón siendo éste un mero oyente, Kizu se proponía leer y comentar los poemas entre los dos; pero, aun así, la primera sesión de ese tipo le llevó dos o tres días de preparación, y al cabo de ellos aún se encontraba preparando el tema, bien entrada la noche. En esto recibió una llamada de Bailarina, y a pesar de la hora que era se dirigió a la oficina situada en Seijoo. Ocurría que Patrón se encontraba en una crisis depresiva, manteniéndose levantado hasta bien entrada la madrugada, y durmiendo luego toda la mañana; y así iban transcurriendo los días. Hicieron pasar a Kizu al estudio-dormitorio de Patrón; en tanto que Ikúo, que había actuado como chófer, se quedaba en la zona de oficina donde solían trabajar Bailarina y Ogi. Kizu había elegido y preparado para la primera lectura un poema de la colección, perteneciente al poemario titulado Between Here cmd Now -"Entre el aquí y el ahora"-. El poeta Thomas lo había escrito aproximadamente a la edad que ahora tenían Kizu y Patrón.

Me preguntas por qué no escribo.

Pero ¿qué respuesta te puedo dar?

La salada marea discurre en círculos: entra, sede,

a partir de esta bahía, como ocurre con el tiempo

a partir del corazón.

¿Qué salvación puede venirnos de ahí?

Tal azar deja una escritura ilegible en la orilla.

De haber estado tú aquí, discutiríamos sobre ello.

La gente desfila ante este paisaje marino,

tan ignorante como lo haría ante cuadros de una excelsa galería de arte,

Pero yo sigo buscándole un sentido.

Las olas son una escalera móvil que hay que subir,

si bien eso ocurre sólo en el pensamiento.

Con todo, la caída desde su punto más alto

es tan real como siempre lo fuera.

Cuando yo era joven, pensaba

que la verdad había de venir desbordando el horizonte.

Al cumplir años, me mantengo firme,

y aún sigo tan lejos de ella como antes.

¿Te aburre esta tarea mía de cortarme las uñas?

Todo eso viene a explicar mi silencio.

Ojalá hubiera una explicación simple

para el silencio de Dios.

Este poema despertó una considerable reacción en Patrón. Kizu pensaba que la imposibilidad de dormir mucho de Patrón podía atribuirse, -más que a su crisis depresiva, al presente período de inquietud intelectual,.que lo llevaba a acortar sus horas de sueño. La humedad que se extendía por los grandes ojos de Patrón le recordaba a Kizu cierta fotografía de un marsupial nocturno de Tasmania.

– "Me preguntas por qué no escribo. Pero ¿qué respuesta te puedo dar?" Los versos que así has traducido, profesor, me hacen recordar un asunto muy apremiante -le espetó Patrón al punto, como si fuera un muchacho ciertamente inteligente, pero propenso a actuar a la ligera.

"Yo soy una persona que, desde sus años jóvenes, no ha escrito cosa alguna. Sin embargo, todo lo que había hecho antes del Salto Mortal, en cierto sentido, era un tipo de escritura: una tarea en la que colaboró conmigo Guiador. Las cosas que yo experimentaba al entrar en trance y que no podía expresar con palabras claras, se las contaba tal cual a Guiador, y él las convertía en expresiones inteligibles para personas ajenas al tema. Así hemos venido actuando.

"No obstante, tras la experiencia del Salto Mortal no he podido tener esas grandes visiones. Guiador también estaba al corriente de esto. Sin embargo, durante el último medio año, Guiador ha estado deseando comunicarme algo, que al cabo terminaba en un silencio sin palabras, pero que podría formularse verbalmente como los dos primeros versos del poema. ¿Por qué ahora no ves visiones?, o bien: ¿por qué no me cuentas las visiones que has tenido? Aunque yo por mi parte entrara ahora en trance, no iba a ser para ponerme en contacto directo con nada trascendente. Como estoy concienciado de ello, por eso precisamente no realizo el esfuerzo previo que me haría entrar en dicho trance. No tengo otra respuesta que dar, en el supuesto de que me preguntes… "Pero ¿qué respuesta te puedo dar?", es lo que sigue. Yo estoy aquí recluido en esta especie de casa-escondrijo. No me encuentro contemplando la incesante "marea salada de la bahía" de que habla el poeta; pero si venimos a lo que, según él, tiene igual movimiento, como es "el tiempo que fluye a partir del corazón", eso sí lo he venido experimentando. Bien está: en estos diez años no he venido haciendo nada, excepto estar contemplando la corriente que fluye del corazón.

"El tiempo… el flujo de la marea… desde luego implica movimiento, pero "¿qué salvación puede venirnos de ahí?" Eso viene muy al caso. Si mi corazón es la orilla, "tal azar deja una escritura ilegible en la orilla. De haber estado tú aquí, discutiríamos sobre ello". Guiador solía estar a mi lado, pero yo no le contaba las ideas que debían figurar en esa "escritura". El tiempo, cuando sale fluyendo de mi corazón, ¿qué trazos deja grabados? Aun cuando eso se descifrara, no tendría sentido alguno, y yo era consciente de ello. Dicho de otro modo, no había lugar a "discutir sobre ello".

"La gente vive su vida sin escatimar esfuerzos, aunque "tan ignorante" de su significado. "Pero yo sigo buscándole un sentido". También eso es la pura verdad. Y no es que yo presintiera que pudiese interpretarse la vida como una continua alucinación. Si alguien me arguyera que me pasaba el tiempo sentado en la playa con la mirada al frente y la mente en blanco, no me quedarían argumentos con que replicarle. Aunque de vez en cuando mi salud mejora algo, "eso ocurre sólo en el pensamiento", como quien subiera por la escalera de las olas.

"No obstante, ¡qué amarga experiencia!

"La caída desde su punto más alto es tan real como siempre lo fuera". Es lo que ocurre, desde luego. Pues día a día sin cesar, y noche tras noche, desde hace diez años no he venido pensando en otra cosa. Igual que entonces caí en picado, en el interior de mi mente sigo experimentando la caída.

"La estrofa siguiente parece un retrato interior mío en la actualidad.

"Cuando yo era un joven, pensaba que la verdad había de venir desbordando el horizonte. Al cumplir años, me mantengo firme, y aún sigo tan lejos de ella como antes". ¿Y el asunto del corte de uñas? Cuando habla de "These ñau pairings", a qué alude en realidad? Comoquiera que sea, aquí me estoy, sentado, mirando distraídamente al horizonte. Parece algo de lo más natural que Guiador se acabara enfadando y saltara con un "¿Por qué?"

"Pero lo que yo tenía que haberle contestado era esto:

"Ojalá hubiera una explicación tan simple para el silencio de Dios" Eso es tal cual, justamente.

Los ojos de Patrón, dotados de un denso brillo, no se concentraban ahora en Kizu, sino que Parecían querer fijarse inequívocamente sobre un interlocutor invisible que estuviera sentado al lado del profesor.

El cielo plomizo de mediados de octubre iba pasando de la oscuridad al claro de la aurora, sobre aquella calzada por la que circulaba a una velocidad inmoderada el coche conducido por Ikúo, camino de vuelta hacia el apartamento de Kizu. Éste entretanto rememoraba las palabras del largo monólogo de Patrón sobre el poema de Thomas, visto a través de su propia traducción.

"Cuando yo era joven, pensaba que la verdad había de venir desbordando el horizonte". Yo también creo que eso es precisamente así. ¿No fue justo por eso por lo que me fui a América? ¿Y qué diremos que salió de ahí? No parece que haya indagado particularmente esa verdad…"

Ikúo se bajó momentáneamente del coche, y Kizu abrió el portillo de acceso situado junto a la puerta de entrada usando la misma llave de su apartamento. Oyó a su espalda la voz de Ikúo, que le hablaba en tono de disculpa.

– Sería estupendo si pudiera subir ahora yo también, pero me ha surgido la necesidad de ultimar un plan con mis dos compañeros de la oficina esta misma mañana. Kizu se volvió a él para mostrarle su asentimiento.

– Ayer, cuando volví a la oficina en coche después de traerte, Bailarina me contó que Patrón le había dicho que necesitaba algo de ti, algo tan valioso como un presente por tu parte, profesor. ¿Ha salido eso a relucir en tu conversación con él? Los líderes religiosos, aunque vivan al margen del ambiente mundano, tienen una innegable faceta práctica, ¿eh?

Kizu intuía que detrás de tal declaración de Patrón estaban actuando Ikúo y Bailarina. Con todo, se limitó a asentir de nuevo y, tras empujar aquella puerta, sólida y chapada al estilo americano, entró solo en el vestíbulo.

Ese año las estaciones se alternaban a gran velocidad, para la percepción de Kizu. Durante toda la mañana el sol se veía asomar sobre las ramas cimeras del harunire; pero incluso en los días en que su luz entraba directamente hasta el salón, su posición había cambiado, de forma que no alcanzaba al lugar donde Kizu tomaba sus baños de sol totalmente desnudo.

Ni que decir tiene que los baños de sol del profesor, como hábito adquirido por un hombre bien entrado ya en la madurez, estaban marcados por su tendencia a evitar miradas ajenas. Aun después de que Ikúo empezara a vivir allí con él, posando además desnudo como modelo suyo, si Kizu se echaba desnudo en la tumbona, no se mostraba inclinado a invitarlo a tomar también un baño de sol. Y el trabajo de la oficina, por otra parte, estaba absorbiendo cada vez más a Ikúo.

En los ratos en que se encontraba solo, Kizu se pasaba el tiempo o bien retocando el cuadro -en la medida en que podía hacerlo sin tener a Ikúo delante- o bien preparando su lectura de poemas de R. S. Thomas para Patrón. Releía como referencia básica su propio ejemplar de la antología -el de tapas blandas, lleno de sus anotaciones-, así como también leía obras que recogían textos en prosa de Thomas, y además monografías y artículos donde jóvenes estudiosos galeses habían centrado su investigación en el viejo maestro de poesía, como un tributo de filial reconocimiento. Estas obras especializadas las había conseguido poniéndose en contacto por fax con la responsable de la oficina de su departamento universitario, a quien pidió que le buscara material. Daba la casualidad de que el padre de esta mujer era oriundo del mismo distrito parroquial de R. S. Thomas. Dicho señor, que no pertenecía a la iglesia anglicana, sino a otra minoritaria, recordaba -según había contado- haber visto al poeta, que era clérigo, caminando por los senderos medianeros entre campos de labranza, y blandiendo un báculo como si éste fuera su elemental equipamiento deportivo. Ella añadía en una ¡tarjeta adjunta al paquete de libros un admirado comentario a propósito de que "¡hasta los japoneses están leyendo lo que escribió aquel poeta!"

En una de aquellas sesiones poéticas celebradas de madrugada, Kizu leyó el siguiente poema de Thomas:

Yo salgo de la cueva de mi mente

para entrar en las tinieblas,

aún más densas, del exterior;

por donde pasan las cosas, pero Dios

no está entre ellas.

Yo he venido escuchando una voz suave y tranquila: era la voz de la bacteria que devora mi mundo. Me he entretenido demasiado… sobre estos umbrales. Pero ¿adonde podría ir?

Mirar atrás es perder mi alma.

Yo he venido como guía caminando

hacia arriba, orientado hacia la luz.

¿Miraré hacia delante? ¡Ah!

En el borde de este abismo

¿qué clase de equilibrio hay que guardar?

Yo estoy solo

sobre la superficie de este planeta que gira. ¿Y qué?

El procedimiento seguido por Kizu y Patrón en estas sesiones poéticas consistía en que Kizu empezaba leyendo en alta voz el texto original en su libro de tapas blandas preñado de anotaciones, mientras que Patrón, con el volumen de poesías completas de tapas duras abierto sobre sus rodillas, seguía allí la lectura mientras escuchaba. Luego usaban la traducción hecha y copiada por Kizu como referencia. A continuación comentaban juntos el poema, estrofa a estrofa. Tal era su costumbre consabida. Pero ese día, cuando Kizu leyó hasta la última palabra mencionada, Patrón entendió seguramente que el poema estaba ya completo; pues como en su ejemplar de poesías completas casi todos los poemas ocupaban una sola página cada uno, se dejó engañar por su apreciación visual.

– Eso es rotundo, ¿eh? Una persona acorralada y abocada a la muerte ¡no puede expresarse más que así! -exclamó con admiración.

Esto le cogió a Kizu, en su calidad de veterano profesor, un tanto a contrapelo.

– Es que la manera de cortar las estrofas que usa Thomas es un poco especial. El "¿Y qué…" que sale al final es en realidad el comienzo de la estrofa siguiente -dijo Kizu a Patrón, llamándole la atención-. La cadencia del sentido no se cierra con esa palabra.

– La siguiente estrofa, ¿no es innecesaria? -replicó Patrón con aire de seguridad-. ¿De qué modo lo has traducido, profesor? Lo que viene detrás de "¿Yqué…".

– "(¿Y qué…) otra cosa puedo hacer

salvo, como el Adán de Miguel Ángel,

extender mis brazos al espacio desconocido

esperando el tacto recíproco?"

– Ya veo. Pero aunque él presentara esas acertadas palabras con un aire triunfal, mirando el conjunto del poema, ¿no se ve más bien como un añadido inútil?

– ¿Es que no crees para nada en ese "tocto recíproco"7. -inquirió Kizu.

– Durante los últimos diez años yo he vivido en la oscuridad de las tinieblas, y nunca he buscado apoyo en ese "tacto recíproco". "Yo salgo de la cueva de mi mente para entrar en las tinieblas, aún más densas, del exterior".

"Eso lo he experimentado muchas veces, pero nunca me he propuesto buscar a Dios entre las cosas que pasan. ¿No es cierto que Thomas caiga frecuentemente en la manía de querer hacerse notar?

"Por lo general, "en el borde de este abismo, ¿qué clase de equilibrio" tenemos que guardar?

"Cuando yo, ante los medios de comunicación, protagonicé aquella retirada en medio de un gran revuelo, por más que me precipité en el abismo, yo era como una pelota de ping-pong que se empeña en hundirse por sí misma en un balde de agua. Aunque faltara la última estrofa… o más bien, a pesar de que está ahí, reconozco que se trata de un poema bastante bueno.

Kizu no pudo dejar de percibir un aire de malicia en la cara de Patrón, semejante a una gran nutria marina que riera sarcásticamente entre brumosa luz. Tratando de dominar su propio disgusto, Kizu tomó el libro de prosas selectas de R. S. Thomas, y mostró el siguiente párrafo a Patrón:

"La idoneidad para estar en el infierno es un privilegio espiritual, y manifiesta el verdadero carácter de tal existencia. De no haber tinieblas, en este mundo que conocemos no se valoraría la luz. Sin existir el mal, el bien carecería de sentido. En la puerta del hogar de cualquier poeta está clavada la frase de Keats sobre la idoneidad negativa. La poesía nace de la tensión creada por la idoneidad del poeta para hacer frente a "cuanto está envuelto en incertidumbre: misterios, dudas, esa zona donde no se persigue airadamente conseguir lo que es real y razonable" -según cita de Keats.

Al terminar de leer esto, Patrón volvió a su expresión seria.

– Yo lo veo exactamente así -dijo-. Ese hombre era clérigo, según se cuenta, pero dice cosas más sustanciosas sobre poesía que sobre religión. Como todo un poeta que es, por supuesto, añadiría yo.

Kizu sintió que una vez más su interlocutor se le escabullía. En contraste con la astucia de Patrón, su propio actuar lo veía Kizu como algo simplón, aun teniendo ambos casi la misma edad. Ahora, mientras él callaba, le tocó el turno a Patrón de seguir hablando con el propósito de calmarlo a él mismo.

– Ni que decir tiene que no poseo dotes poéticas ni cosa parecida, pero comulgo totalmente con lo que dice este poeta. Esa calmosa "idoneidad para estar en el infierno", y ahora cito a Keats: "cuanto está envuelto en incertidumbre: misterios, dudas… donde no se persigue conseguir lo que es real y razonable", me convence tanto como para convertirlo en lema de mi vejez.

Patrón leía esa página del libro metiendo la cabeza en el cerco de luz del quinqué, y entretanto Kizu podía ver brillar gotas de saliva en las renegridas comisuras de sus labios, semejantes a capullos de seda. Desde un rato antes el tono de voz de Patrón sonaba más alto; y sin duda Bailarina había detectado en esto un signo de excesiva excitación y cansancio; ya que, con tanta rapidez como disimulo, entró, administró a Patrón una pastilla directamente de la palma de su mano, y le aproximó un vaso de agua a los labios. Patrón se dejaba cuidar por la solícita Bailarina, que daba muestras de tan acrisolada práctica. Al terminar, Bailarina se cambió el vaso a la mano izquierda, y con el dorso de su mano derecha enjugó a la vez el resto de agua y la saliva blancuzca de labios de Patrón.

También esta vez se había hecho de día durante la sesión poética, e Ikúo llevó a Kizu a su apartamento; aunque no en el mismo coche en que lo había traído, sino en una especie de microbús que Kizu había regalado a Patrón con vistas a los futuros desplazamientos de éste por la región para reanudar sus pequeños encuentros en un futuro próximo. Así que Ikúo, en la esperanza de poder asistir como chófer a esos encuentros, estaba procurando soltarse en conducir el microbús.

– La lectura que Patrón hace conjuntamente contigo de un poeta galés le está sirviendo mucho para animarse -observó Ikúo-. Patrón, rompiendo su costumbre, vino no hace mucho a la zona frontal del salón donde se halla el despacho, y nos dirigió la palabra a los tres, que estábamos allí. Nos citó una frase en inglés que, según él había aprendido de ti, era del poeta Thomas: aquello de "Quietly emerge", e incluso nos leyó el poema que está relacionado con esta idea. La traducción era tuya, profesor, según nos dijo; y a mí mismo me gustó el poema por su calidad.

Kizu echó mano del portafolios que descansaba sobre sus rodillas, sacó de él el cuaderno donde había metido las copias que solía usar como texto, y se puso una delante con cierta inclinación, orientándola a la blanquecina luz del cielo nublado, para leerla:

"Como yo he sabido de siempre,

él vino quedamente a presentarse por aquí, sin previo anuncio.

Sólo haciéndose notar por la ausencia de clamor en su entorno.

Yo lo vi a Él, no sólo con mis ojos,

sino con el desbordarse de un santo cáliz

por la visita del mar,

con el desbordarse de todo mi ser por su visita".

– "Si de nuevo Dios "viniese quedamente a presentarse" a mí, yo lo recibiría sin vacilar, sin acobardarme", nos dijo Patrón, y añadió: "Yo he tomado el poema como un sermón dirigido a mí y, habiendo logrado asimilarlo así, yo también podré "venir quedamente a presentarme" a vosotros como el verdadero "patrono del género humano" de cara al fin de los tiempos. Y entonces querría que me recibieseis también sin vacilar y sin echaros atrás". Así concluían sus palabras.

Tras decir esto, Ikúo hizo una mueca con su boca, que le recordaba a Kizu la de un pez de bajíos que había visto en televisión, rompiendo de un mordisco la concha en espiral de un molusco para comérselo. Por lo demás Ikúo, llevando los faros encendidos, se quedó mirando a los coches que venían en dirección opuesta. Kizu no sabía bien lo que Ikúo guardaba dentro, pero aun así se aventuró a hablar:

– Creo que me gustaría pensar, como tú, que Patrón, sea como sea, es una persona capaz de atraer multitudes.

Ikúo siguió conduciendo en silencio por un rato, con aquel extraño gesto de pez aún en su boca. Y luego se puso a hablar tranquilamente sobre algo que al parecer había estado pensando desde que puso en marcha el microbús para llevar a Kizu.

– Ciertamente ese hombre puede atraer multitudes. Sin embargo, ¿adonde pretende conducir a la gente valiéndose de su carisma? De eso no tengo idea por ahora. Utilizando los medios de difusión, y como llamada urgente a la facción radical dispersa por todo el país, él protagonizó el Salto Mortal… Así es como yo lo he venido interpretando, pero ahora más bien siento la corazonada de que dar ese Salto Mortal le resultaba necesario a él mismo. Pues él dijo que ha llegado la hora en que "de nuevo Dios viene quedamente a presentarse".

"Con todo esto, yo no tengo claro en absoluto qué tipo de persona es ese hombre, aunque desde luego experimento su atractivo para la gente. Incluso llego a dudar de si será bueno para mí seguir metiéndome cada vez más en su movimiento. Pero como tú, profesor, pisas terreno seguro, y estableces una relación con él manteniendo al mismo tiempo cierta distancia, creo que eso es la mejor referencia para mí.

Durante la semana en curso, Kizu tuvo ocasión de conversar con Bailarina, que fue a verlo a su apartamento cruzándose casualmente con Ikúo, el cual a su vez salía para la oficina. Nada le había avisado sobre esto Ikúo a Kizu en días anteriores, pero Bailarina manifestó que la idea de su visita había sido de Ikúo.

Como en esa estancia tokiota de Kizu nadie se había sentado hasta el momento en el sofá de su sala de estar, con excepción de Ikúo, la figura de Bailarina allí, con sus bonitas piernas cruzadas, sobre las que hacía reposar el plato y la taza de té negro…; clavando ella sus ojos, casi sin pestañear, en Kizu, y escuchando la conversación de éste; dejando ver entre sorbo y sorbo de té el rosa interior de su boca… tal figura tenía un aire delicado y frágil.

No obstante, y sin nada que ver con las apariencias, ya de antes resultaba evidente que Bailarina era una de esas personas que no saben callarse lo que piensan. También ese día, ella daba la impresión de querer abordar un tema que resultaría sorpresivo para Kizu.

– Las críticas hacia Patrón siguen dándose incluso ahora -dijo-. Tan violentas, que me hacen pensar cómo serían hace diez años. Cada vez que nos llegaba una publicación con frases en plan de ataque, yo hasta el presente solía pedirle a Guiador su opinión, pero ahora, en la situación actual de éste…

"También ha habido injurias, en un lenguaje abusivo, por parte de un famoso periodista, ya retirado, pero eso no me preocupa. Porque esas cosas, más que representar problema alguno para la persona de Patrón, lo representan para los mismos atacantes. Hace poco nos han enviado un boletín de cierta universidad, donde se publicaba una entrevista entre un teólogo protestante y un profesor adjunto que recientemente había entrado en la misma Iglesia del teólogo. Se trataba de una crítica muy a fondo de Patrón, siendo éste el hilo de la argumentación: ahora que él había abandonado esa iglesia que era obra suya, el único medio que le quedaba a tal personaje para salvarse era ingresar en otra de plena confianza. Las opiniones de ambos coincidían en torno a esta idea.

"Al contarle estas cosas a Patrón, me dijo que él quería mantenerse alejado de cualquier Iglesia establecida, ya fuera una protestante, la Católica o cualquier otra, pues todo particular láene ese derecho a elegir. Y dio sus razones: la principal era que si él compartiese con los fieles de alguna Iglesia -incluidos esos que lo habían criticado- la certeza en un Dios objetivo -es decir: meramente externo-, entonces él mismo tenía que ir perdiendo su fe. Mejor que compartir con esa gente su mismo ámbito de fe, él prefería la incertidumbre de creer entre un inevitable rechinar de dientes, pues eso sería cabalmente tenderse sobre unas aguas de setenta mil brazas de hondura, donde "podría degustar el sentido de haber nacido a la vida en este mundo", según dijo.

"Lo que a mí me gustaría preguntarte, profesor, es el significado de esa frase "sobre unas aguas de setenta mil brazas de hondura". Yo le hice esa pregunta a Patrón como réplica a sus palabras, pero se limitó a decirme que era que te lo había oído decir en una de tus charlas. Eso de "sobre unas aguas de setenta mil brazas de hondura", ¿es un verso del poeta Thomas? Bailarína hizo una pausa en sus palabras y, dejando -como solía- su boca entreabierta, miró fijamente al profesor.

– La frase vendría originariamente de Kierkegaard -respondió Kizu-, aunque Thomas la cita varias veces. Por supuesto que, en relación con la poesía de Thomas, he hablado con Patrón acerca de Kierkegaard. Ese texto no hay que buscarlo directamente en la obra poética de Thomas, sino más bien en el volumen que se compiló como homenaje a él cuando cumplió los ochenta años: este libro, de hecho, que tengo aquí. El autor del texto elegido ahora por mí estudia el uso metafórico que Thomas hace en su poesía de la aridez desolada que se extiende sobre el País de Gales, tanto en sus campos cultivables como en su mar. Bien: así es, como digo; y el autor trata el tema con detalle.

"Concretamente cita dos poemas. Como es en el segundo que cita, el titulado Equilibrio, donde aparece directamente Kierkegaard, vamos a verlo:

"Sin piratería alguna, citemos lo que Kierkegaard solía decir: hay que caminar por una tabla extendida sobre un abismo de más de setenta brazas de hondura bien alejado, por demás, de tierra firme. He abandonado cosas: mis teorías, la fácil seguridad de la fe… No hay barandilla a la que agarrarme. A ambos lados de donde me mantengo en pie yace una estremecedora galería de muertos; ellos, cuando vivían, anduvieron por este sitio, de donde cayeron. Allá arriba, más allá de todo, se halla la violencia de la Vía Láctea, ese dispendio de energía sin sentido,

ese caos que aproxima a sí mismo al rubio héroe,

al saltar éste por encima de mi cabeza.

¿Hay aquí un lugar para el espíritu? ¿Hay un tiempo?

¿Hay algo aparte de este estrecho sitio donde poner el pie,

para algo que no sea la actuación de la mente,

en su fallido intento de explicarse a sí misma?"

"El autor del estudio, tras aportar este poema de Thomas, también cita unos párrafos, algo más largos, de Kierkegaard. ¿Te los traduzco?

"Sin riesgo, no hay fe posible. El hecho de creer significa precisamente la contradicción que media entre la ilimitada pasión hacia la interioridad de cada individuo, y su incertidumbre objetiva, orientada hacia fuera. En el supuesto de que yo pueda captar a Dios objetivamente, en tal caso, no tengo fe. Sin embargo, precisamente al no ser eso posible, yo tengo que creer. Si yo deseo mantenerme a mí mismo en el ámbito de la fe, tengo que actualizar a cada momento mi intención de agarrarme fuerte a la incertidumbre objetiva: para poder conservar mi mente en la fe sobre un abismo de aguas profundas, cuya hondura rebasa las setenta mil brazas".

– Así que eso es todo, ¿no? Patrón conversaba conmigo queriendo usar citas de Kierkegaard -dijo Bailarina, con aire de haberse convertido en una brillante heroína de teatro-. Patrón se pone a bromear en las circunstancias más inesperadas, de modo que muchas veces no sé lo que está diciendo en realidad. Con todo, aun en esos momentos, creo que él sufre por cuestiones de fe. Es una sensación parecida a la que para mí se desprende de las palabras de Kierkegaard que acabo de escucharte. Es estupendo que me hayas brindado esta ocasión de oírte hablar.

Kizu sintió por dentro una exaltación desproporcionada para su edad: le recordaba la alegría que sentía cuando, durante las horas de consulta de alumnos en su departamento universitario, los estudiantes iban a hacerle preguntas puntuales, dejándole luego a él explayarse en la respuesta, que escuchaban extasiados.

Kizu, procurando retener un poco a Bailarina, le enseñó un libro en que aparecían poemas selectos de R. S. Thomas, para acompañar láminas con pinturas de artistas que, empezando por los impresionistas franceses, llegaban hasta los surrealistas. A diferencia de las obras completas de Thomas y de la antología de tapas blandas, esta edición ilustraba la selección de poesías,con aquellas láminas, donde destacaban los vividos colores de su esmerada impresión; y le había llegado recientemente a Kizu como regalo de cumple-. años que le dedicaba la responsable de la oficina de su departamento. ¡›

Al ver a Bailarina, que con expresión aparentemente boba mantenía su boca entreabierta mientras se enfrascaba en la contemplación de las ilustraciones, Kizu recordó, por contraste, la solicitud con que ella se apresuraba a limpiarle la boca a Patrón, y la inteligencia práctica que ella solía poner en juego… Un contraste muy curioso, por cierto. Kizu lo entendía como un resto nostálgico de infancia que aún conservaba aquella chica.

Al oscurecer, como Kizu no sabía la hora en que volvería Ikúo, empezó a preparar un estofado. Siguiendo la costumbre americana, había comprado a la vez varias porciones de carne de vacuno de diversas partes, y lo que no cocinaba de inmediato lo congelaba. Para aprovechar los restos de otros días y aderezarlos, cortó apios, zanahorias, cebollas, y demás verduras que se habían ido acumulando en la parte baja del frigorífico. Y se dedicó a cocinar y darle el punto al estofado. Una vez listos los preparativos, probó el caldo, que había empezado a hervir: sabía casi a su gusto, a falta de un pellizco de sal que no estaría de más echarle. Aun en ese trance, le quedaba flotando interiormente un regusto de su conversación con aquella chica. Kizu agarró el salero de plástico para ir a golpearlo contra la tabla de cortar, y así liberar la sal que había quedado apelmazada en un rincón del bote. Pero como en realidad no era de plástico, sino de cristal, se le rompió de tan mala manera que uno de sus trozos le hizo un profundo corte en la muñeca de la mano derecha.

No se acordaba en ese momento de ningún médico, excepto el oncólo-go que aquella gran personalidad de un famoso Instituto de Investigación le había recomendado. Así que, en medio de su presente confusión, dio un telefonazo al administrador de su bloque. Y por ahí fue recomendado a un centro médico del barrio de Roppongi, que mantenía un concierto de asistencia con la universidad de Kizu. De modo que tomó un taxi, urgiéndole al conductor para que se apresurase. Después de su operación de cáncer de colon, era la primera vez que volverían a coserle la piel. El médico de guardia le salió con un comentario un poco burdo, tratando de hacerse el gracioso: -De haber sido en su muñeca izquierda, difícilmente se habría librado de contestar a alguna pregunta enojosa.

Kizu volvió a su apartamento, adonde aún no había regresado Ikúo, y ante el incipiente dolor de su muñeca se sintió un poco desconcertado -pues también presentía un dolor grande y muy profundo, que le había de venir de lo más íntimo de sus entrañas- y se aplicó a poner orden en la cocina, que había abandonado en plena faena. Sobre la chapa del fregadero aún quedaban gruesos goterones de sangre oscurecida mezclados con agua.

Kizu no lograba apartar de su mente la conciencia de su cáncer, que allí se había asentado; lo cual le llevó a pensar en lo frágil que era su cuerpo, aun estando vivo. Si bien, al considerar la perennidad del alma, capaz de enlazar a través de su existencia el pasado de la humanidad con el presente, y de ahí con el futuro, la fragilidad del cuerpo no representaba mayor obstáculo. Eso más bien era una señal que apuntaba a la capacidad de la existencia humana para trascender su condición individual. Era la perennidad del alma, que puede conectarnos con un pasado aún anterior al Neolítico, y con esa futura Edad de la Electrónica, que tal vez sea un purgatorio, hacia donde la humanidad se encamina y crece. ¿No habría ahora mismo en el interior de Kizu una fe en esa alma humana? Lo que podía encontrarse en él como más próximo a la fe era la idea que arraigaba en esas mismas sensaciones suyas; así tenía que reconocerlo en su corazón desamparado, incapaz de reaccionar con energía.

A fin de cuentas, acabó por desistir del estofado, y se contentó con una sopa de tomate Campbell enlatada, que puso a calentar; y cogiendo unas grandes galletas saladas que guardaba en una bolsa de papel, se lo llevó todo a la sala de estar. Allí, sobre la estrecha mesa estaba el libro ilustrado de poemas de Thomas que le había enseñado a Bailarina, y también libros de investigación, tal como los había dejado. Kizu se decidió a tomar en sus manos el libro que comparaba a Thomas con Kierkegaard, y que también le había mostrado a Bailarina; de él eligió el artículo en que cierta investigadora comentaba la antología ilustrada con láminas en color, y lo fue leyendo un poco al azar.

La autora, en un tono académico, insistía mucho en que la palabra "ingrowing" era un término clave para Thomas. Significa un "crecimiento hacia dentro", como cuando una uña crece hacia la carne y se incrusta en ella. Thomas es bien consciente de que si se piensa por mucho tiempo sobre algo, hay peligro de caer en un modo de pensar encerrado en sí mismo. Como dice el poeta Yeats:

"Las ideas pensadas por mucho tiempo dejan de ser ideas. Como a la belleza sucede la muerte de la belleza; y al valor de algo sobreviene la muerte de ese valor".

Y, desde luego, puede ocurrir así.

De ese modo, Thomas, al ponerse a escribir poemas adecuados a aquellas pinturas, trata de renovarse vitalmente para no caer en ese encerramiento sin salida de uno mismo como poeta. Tras decir esto, la autora entraba en su tema predilecto, a saber: un análisis de cierto poema de Thomas en que éste escribe sobre el cuadro de Rene Magritte que representa una bota cuya puntera se torna en un pie humano.

A partir de ahí, Kizu volvía a su modo de pensamiento encerrado en sí mismo, a sus ideas alimentadas con esa tendencia -propia a veces de las uñas- de crecer hacia dentro. Y aunque se encontraba en la cocina, seguía dándoles vueltas a esos pensamientos: sobre Tokio se había desencadenado una gran catástrofe, dejando por todos lados cadáveres de los que era imposible ocuparse, y que quedaban sólo para rendir un favor a los cuervos -ya que por esa zona no hay perros salvajes-…; y los restos de dichos cadáveres se pudrían, o tal vez se resecaban. Uno de esos muertos era él mismo. En medio de estos pensamientos, ¿cómo podría creer en la perennidad del alma?

– Por el contrario, ¿no es eso más bien un signo? -llegó Kizu a pensar en voz alta, como para asegurarse de que tales ideas iban "ingrowing" -creciendo hacia dentro-, en su persona.

Ese día había comenzado con la visita de Bailarina y, en general para Kizu, había sido una jornada muy pródiga en acontecimientos. Por otro lado, para el nuevo movimiento de Patrón también había sido un día importante. Cuando Bailarina se pasó por el apartamento de Kizu, ya venía de vuelta del hospital. Y luego, antes de llegar ella a la oficina, ya allí recibían la noticia de que Guiador había recobrado el conocimiento. Ante todo, Ogi llevó a Patrón en coche al hospital, y siguiéndole el rumbo iba Ikúo al volante del microbús, con Bailarina a bordo. Así, esta vez les fue posible ver a Guiador. Cuando se hizo de noche, Patrón manifestó deseos de hablar con Kizu, por lo que Ikúo lo llamó por teléfono unas cuantas veces, pero sin conseguir respuesta. Y era que Kizu había salido para que le curaran la herida de su muñeca. Cuando a medianoche Ikúo regresó al apartamento, Kizu estaba todavía levantado; de modo que los dos se pusieron en camino de nuevo hacia la oficina.

Tanto Kizu como Ikúo carecían de un conocimiento directo sobre todo lo relativo a Guiador, y por eso hablaron poco durante el trayecto. Cuando llegaron a Seijoo, se enteraron de que Ogi se había quedado para toda la noche, como quien monta guardia, en la sala de espera de la planta del hospital donde se encontraba Guiador, por si hubiera algún cambio en la condición de éste. Kizu fue conducido por Bailarina al estudio-dormito-rio de Patrón. Este último estaba sentado en la butaca baja, al lado de su cama, un tanto encogido allí, y con la cabeza caída sobre el pecho. Pero así que se sentó Kizu frente a él, Patrón alzó súbitamente la cabeza y empezó a verter un enérgico chorro de palabras.

– Guiador se ha recuperado, profesor. Aún no se sabe qué programa de rehabilitación le espera, pero yo ya estoy convencido de que se encuentra fuera de peligro. Cuando entré en la habitación, él estaba dormido, pero pronto abrió los ojos y me miró. No dijo nada, pero eso es natural, dado que había recuperado la conciencia un par de horas antes. Y aun así, yo vi en sus ojos justamente lo que te había oído explicar de "Quietly emerge" -viene quedamente a presentarse-.

"Luego Guiador entornó los ojos, pero como prueba evidente de que no estaba dormido, te diré que parpadeaba una y otra vez. Yo me acerqué a la cama y me quedé de pie a su lado, mientras me latía con fuerza el pecho. Entretanto me acordaba de un verso que también te oí en nuestras charlas. Y no es un verso de Thomas, sino de poesía griega, según traducción de E. M. Forster, que al parecer era uno de los poemas favoritos de Thomas. Aunque tendrás que corregir las inexactitudes de mi cita.

– Es un poema de Píndaro -intervino Kizu-:

"El ser humano es el sueño de una sombra. No obstante, cuando lo visita la sabiduría divina, una luz resplandeciente reina entre los hombres, y una era de bonanza está a punto de nacer".

"Será éste, ¿verdad?

– Así es exactamente, muchísimas gracias -dijo Patrón con ojos lagrimosos, que le provocaban hinchazón y enrojecimiento en los párpados-. Cuando tuvimos nuestra última charla me pasé de la raya, hablando de cuanto se me antojaba, y creo que ofendí tus sentimientos, así que te pido perdón. Esta noche querría aprovechar la presente ocasión para pedirte una vez más que me ilustres sobre Thomas. Si Guiador se repone, la reanudación de nuestro movimiento cobrará bastante fuerza, según creo. Eso es bueno en un principio, pero temo que tanta actividad me va a absorber mucho, y no me va a permitir escuchar tus enseñanzas. Por eso me gustaría que esta noche me leyeras algún poema de Thomas en que domine una tónica de profunda tranquilidad, por decirlo así.

Kizu aceptó dócilmente el encargo de Patrón. Eligió de su cuaderno un poema traducido que ya traía preparado.

– "Aguas grises, vasto espacio como el de un ámbito de oración donde la persona entra. Día a día en el curso de algunos años yo he venido dejando reposar sobre esas aguas la mirada. ¿Estaba yo esperando la venida de algo? Nada, excepto el oleaje incesante, ocurre allí, que tenga algún sentido.

¡Ah! Sin embargo un ave rara

es ciertamente una rara ave. Cuando ella viene,

es cuando no hay nadie mirando,

y a veces cuando ni siquiera hay nadie.

Tienes que fijar tus ojos hasta que se desgasten,

así como otros dejan desgastar sus rodillas.

Yo me he convertido en el ermitaño de las rocas,

que convive con el viento y la niebla.

Días ha habido

en que su vaciedad era bella en demasía;

su ausencia parecía sepultada en tal belleza,

y era como su presencia. Es algo que no cabe en palabras

ya nunca más. Mi corazón está muy solo

después de tan largo ayuno,

custodiando con la mirada el mar que brota de mi oración".

Kizu leyó primero el texto original, y luego su traducción. Patrón lo estuvo escuchando hasta la última palabra; y orientó su mirada a Kizu: no eran ya los ojos llorosos de un niño, sino unos ojos blandos, sin tensión, que le asomaban tras el borde enrojecido de los párpados. Calmosamente habló así:

– Si Guiador se recobra y va mejorando poco a poco; si su proceso de recuperación es como esperamos, y podemos así llegar a ser los "ermitaños de las rocas", ¡qué estupendo sería eso! ¿Verdad? Sin embargo, una vez que él ha despertado de su letargo, no creo que ni él ni yo tengamos la esperanza puesta en llegar a esa situación. Me parece que desde ahora se nos va a hacer imposible una existencia tranquila y relajada.

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